
La Doctora Rosbelys
I
—No puedo creer que Doña Filomena ya no esté con nosotros. — y torcí mi boca en un gesto particular y caricaturezco — Siempre tenía una historia fascinante que contar, así inventase la mayoría de ellos
—Sí, era única. — y aquí su curiosidad salió a flote nuevamente con la incógnita por resolver — Pero lo que más me intriga es esa historia de la Doctora Rosbelys. ¿Realmente crees que vendrá al sepelio?
—No lo sé. A veces me pregunto si solo era un invento de Doña Filomena. Siempre hablaba de ella con tanto fervor, como si fuera una figura mítica.
—También lo pensé. Pero si hay una posibilidad de que sea real, deberíamos averiguarlo. No podemos dejar que esa historia se apague con ella.
Sentí que tenía razón, además, quería saber si no eran puros inventos de la difunta.
—Si la Doctora Rosbelys existe, sería un honor conocerla. Pero, ¿cómo vamos a buscarla en medio del sepelio?
—Podríamos preguntar a algunos de los amigos cercanos de Doña Filomena.
—¡Qué amigos, Catrina! Nadie la iba a visitar, ni siquiera nosotras podemos considerarnos sus amigas.
—Solo decía Delincuente. Tal vez alguien sepa algo más. Además, si ella mencionaba a la doctora con frecuencia, seguramente no será la primera vez que otros oigan su nombre.
Aunque quisiera negarlo, tenía razón Catrina.
—Buena idea. Podríamos acercarnos a Don Luis o a la señora Agueda. Ambos eran muy cercanos a Doña Filomena.
—¿A la pareja de negros de la esquina? — Catrina inclinó la cabeza hacia la izquierda como una paloma — ¡Yshbel! Esa gente me da miedo, porque rar vez sonríen, además, nunca has visto como se molestan, como son negros no se ponen rojos, sino color vinotinto... ¡Son muy graciosos!
—¿Son graciosos y te dan miedo? — le pregunté.
—¡Ah! ¡No lo entenderías!
II
Pasados unos minutos, el ambiente se tornó un poco más alocado gracias a dos asistentes: Yshbel y Catrina. Ambas, con una energía desbordante que desentonaba con el luto general, se habían convertido en las detectives del día, con un solo objetivo: encontrar a una misteriosa señora llamada Rosbelys, quien, según ellas, era la mejor amiga de la difunta.
Yshbel, con un sombrero de ala ancha que parecía más un paraguas que un accesorio de moda, se acercó a un grupo de abuelitas que murmuraban sobre las croquetas de la suegra de Doña Filomena.
—¡Disculpen, damas! ¿Han visto a Rosbelys? Es una señora que brilla más que un diamante en el fondo del mar. — exclamó, gesticulando como si estuviera en un concurso de talentos. — Según las malas lenguas, ¡Es amiga de la difunta!
Las abuelas la miraron con una mezcla de confusión y preocupación, como si la hubieran visto salir de un episodio de una telenovela de las que cuentan historias de amor y locura.
—¿Rosbelys? No, querida, pero si quieres, podemos ofrecerte una bolsa de pañuelos. Tal vez los necesites — dijo una de ellas mientras le pasaba un pañuelo que había usado para secar sus lágrimas...
Y posiblemente lo que quedaba de su café.
Catrina, no dispuesta a rendirse, apareció en la escena como un torbellino.
—¡Hola, gente hermosa! ¿Alguien ha visto a Rosbelys? ¡La amiga de Doña Filomena! ¡La que siempre traía pasteles de tres pisos y que se creía la reina del bingo! — gritó, mientras movía las manos con tanto entusiasmo que casi derriba el florero que estaba cerca.
Un hombre que estaba a punto de tomar un sorbo de su café se atragantó con la pregunta.
—¿Rosbelys? No sé, pero si era amiga de Filomena, probablemente se haya perdido entre las historias de su vida. O tal vez esté en el bingo celestial — respondió, tratando de contener la risa.
—¡Con la muerte no se juega! — exclamó Catrina a modo de regaño antes de retirarse del lugar.
Las dos amigas, sin desanimarse, continuaron su búsqueda:
—¡Alguien tiene que haberla visto! ¡No podemos dejar que esta búsqueda quede inconclusa! ¡Es como una novela sin final feliz! — decía Yshbel, mientras Catrina ya había hecho un mapa mental de todos los que habían asistido, tachando nombres con un bolígrafo que había encontrado en el bolsillo de su chaqueta.
Finalmente, mientras todos los presentes intentaban mantener una apariencia solemne, Yshbel y Catrina decidieron unirse a la fila del café, pensando que, si había un lugar donde podrían encontrar a Rosbelys, era allí, entre la gente que se apiñaba alrededor de la mesa de la merienda.
—Si no encontramos a Rosbelys, ¡al menos nos llevaremos un buen café y unas galletas! — exclamó Catrina, y ambas estallaron en carcajadas, olvidándose por un momento del sepelio y disfrutando de su propia locura.
—¡Por favor, más respeto! — le gritó una anciana molesta de tanto bochinche — estamos en un entierro, no en una discoteca.
Al final, continuaron buscando, aún faltaban horas para retirarse, además, Yngrid y la abuela de Yshbel seguían hablando con los presentes, y no habían reparado en la ausencia de las dos chicas.
El sol comenzaba a ponerse, tiñendo el cielo de tonos anaranjados y purpuras, creando un ambiente casi mágico. Al avanzar entre las tumbas, sus corazones latían con expectación y un poco de nerviosismo.
De repente, a lo lejos, vieron a una mujer de figura algo robusta, vestida con un elegante vestido negro que caía con gracia sobre su figura. A pesar del entorno sombrío, ella irradiaba una energía tranquila y digna. Estaba de pie, con una mano sobre la tumba de Doña Filomena, como si la estuviera acariciando con ternura.
Las chicas intercambiaron miradas y, después de un ligero asentimiento, se acercaron a ella. Al llegar, la mujer se giró, revelando un rostro amable enmarcado por un cabello rizado y brillante.
—Hola, ¿puedo ayudarles en algo? —preguntó con una voz suave, que parecía envolverlas en un abrazo cálido.
—Hola, me llamo Yshbel y ella es Catrina, mi amiga —respondió, un poco nerviosa—. Estamos buscando información sobre una amiga de Doña Filomena, ella nos dijo que se llamaba Rosbelys.
La mujer sonrió, y su mirada se iluminó con un brillo de reconocimiento.
—Soy Rosbelys, esa amiga de Doña Filomena —se presentó, extendiendo su mano hacia ellas—. Ella fue una persona muy especial en mi vida.
Ambas le estrecharon la mano, sintiendo que habían encontrado la conexión que tanto anhelaban. La calidez de la mujer era palpable, y a medida que comenzaban a hablar, se dieron cuenta de que Rosbelys no solo tenía historias que contar, sino que también llevaba consigo el legado de Doña Filomena, un legado lleno de amor, sabiduría y misterios por desvelar.
—Me alegra mucho que hayan venido a visitarla —dijo Rosbelys, mientras se acomodaba en el borde de la tumba, invitando a las chicas a hacer lo mismo—. Hay tanto que aprender de ella.
Las tres comenzaron a charlar, y mientras el sol se ocultaba.
—Señora Rosbelys, ¿Es verdad que usted es doctora? — le interrogó Catrina, con su imprudencia característica — Doña Filomena siempre hablaba de su profesión, su consultorio, de sus locuras y sus muchas aventuras... Tengo que confesarle que pensé a primera vista que la mayoría eran falsas, e incluso llegué a dudar de que usted existiese.
—Ja, ja, ja, ¡Dios mío! Bueno mi niña, puedes estar muy tranquila al descubrir que soy de carne y hueso; ¡No soy un invento!
De repente, el sonido de pasos interrumpió su conversación. El profesor Rafael se acercó con una sonrisa amistosa, saludando a la Doctora Rosbelys con un gesto cordial.
—¡Hola, Doctora! Siempre es un gusto verte — dijo, mientras se detenía a su lado. — la creía en el extranjero, ¿Cómo ha estado?
—¡Profesor! He estado muy bien, aunque un poco dolida por el fallecimiento de Filomena; usted bien sabe que ambas éramos muy Unidas. — y con un movimiento distintivo puso sus manos sobre los hombros de Yshbel.
Seguidamente, con una expresión de alegría en su rostro, observó a la chica. Sin pensarlo, exclamó:
—¡Qué grande se ha vuelto su hija, profesor! No puedo creer lo rápido que pasa el tiempo.
—¿Hija? — interrogó la joven, algo desorientada.
Catrina estaba igual de extrañada.
Rafael, sorprendido por la confusión, levantó una ceja y se rió suavemente.
—Doctora, permítame corregirla. Esta no es mi hija, es Yshbel, una amiga de la familia. — y sonrió.
«Si, soy una excelente amiga de su familia» pensó con Sarcasmo Yshbel.
—Solo tengo un hijo, ya es un hombre hecho y derecho, y no se parece tanto a ella — continuó.
La Doctora Rosbelys parpadeó, un poco avergonzada, mientras Yshbel sonreía con complicidad, disfrutando del pequeño malentendido.
«¡Ay, mi queridísima doctora!, si usted supiese que su esposa me tiene en la mira y me quiere matar; simplemente por gustarle a su hijo, quien nunca me ha correspondido» Yshbel ya estaba tejiendo en su mente nuevas neuronas llenas de resentimiento, pero que con un poco de amor no seguirían extendiéndose por toda la bóveda craneana.
—¡Ay, qué despiste el mío! — dijo la Doctora, riendo. — Es que a veces me parece que el tiempo se detiene, y no puedo evitar ver a mis seres queridos como eran antes — Con un gesto cariñoso, miró a Yshbel, quien le devolvió la mirada con ternura.
La conversación continuó, ahora más amena, con el profesor Rafael uniéndose al grupo. Compartieron historias sobre Doña Filomena, recordando su sabiduría y su calidez, mientras la tarde avanzaba y el ambiente se llenaba de memorias y risas, posteriormente, se despidió y se fue alejando.
Catrina observó cómo El profesor Rafael caminando con su respiración algo ajetreada, su figura encorvada y su expresión pensativa.
La incertidumbre la envolvía como una niebla densa. Sin poder contenerse más, se volvió hacia la Doctora Rosbelys, que estaba de pie a su lado, con una expresión de preocupación en el rostro.
—¿Doctora? —preguntó Catrina, su voz apenas un susurro—. ¿Te referías en serio a lo que dijiste sobre El profesor Rafael e Yshbel? ¿Te equivocaste o...?
La Doctora Rosbelys la miró fijamente, sus ojos reflejaban un torbellino de emociones. Con un suspiro profundo, respondió:
—Pensé que todo eso ya se sabía. Es un secreto a voces en la facultad. Pero, por supuesto, no puedo estar segura de lo que los demás conocen o no.
Catrina frunció el ceño, sintiendo cómo la tensión se acumulaba entre ellas. La revelación, si era cierta, podría cambiarlo todo. La atmósfera se volvió densa, cargada de un misterio que parecía pesar sobre sus hombros.
—¿Y si es verdad? —murmuró Catrina, más para sí misma que para la doctora—. ¿Qué significa eso para Yshbel? ¿Y para él?
Yshbel ya no hablaba.
—Creo que esto ha sido una mala idea, Catrina — interrumpió con desgano La chica protagonista de la confusión — Debí de hacerte caso, la verdad A veces puede causar daño a muchos sin querer.
La Doctora Rosbelys se quedó en silencio, su mirada perdida en un punto indeterminado. Ambas sabían que las palabras no dichas podían ser más poderosas que las que se pronunciaban a plena voz. La incertidumbre se instaló entre ellas, dejando un aire de suspenso que parecía interminable. Catrina sintió que el tiempo se detenía, mientras ambas aguardaban una respuesta que no sabían si llegaría.
—Doctora —empezó Yshbel, con la voz temblorosa—, hay algo que necesito decirle. No sé quién es mi papá. Nunca lo he conocido.
La Doctora Rosbelys la miró con una mezcla de compasión y comprensión. Se recostó en su silla, pensativa, como si estuviera sopesando sus palabras.
—Yshbel —respondió con suavidad—, yo sí lo sé. Pero no puedo decirte ahora.
Los ojos de Yshbel se abrieron de par en par, llenos de sorpresa y esperanza.
—¿Por qué no? ¡Es mi vida! ¡Necesito saber!
La doctora tomó un respiro profundo, consciente del peso de sus palabras.
—Entiendo que desees conocer la verdad, pero hay cosas que deben ser reveladas en el momento adecuado. Las paredes tienen oídos, querida. Este es un secreto que no puede salir de aquí.
Yshbel sintió un nudo en el estómago. Las palabras de la doctora resonaban en su mente, y su curiosidad se mezclaba con la incertidumbre.
—¿Cuándo será ese momento? —preguntó, casi en un susurro.
—Te prometo algo, —dijo la Doctora Rosbelys—, te lo contaré en otra oportunidad. Pero ahora, lo mejor es que cambiemos el tema, siento que todos nos están mirando.
Y en efecto, las miradas estaban puestas sobre el trío que acababa de conocerse.
Yshbel asintió, aunque su mente seguía atrapada en el misterio de su padre. La verdad estaba ahí, al alcance de su mano, pero en aquel instante, el secreto permanecía resguardado, como un tesoro enterrado que esperaba el momento adecuado para ser descubierto.
Creo que ya sabía el secreto, pero no lo quería aceptar. ¡Le parecía algo increíble! ¡Algo digno de una de sus horribles pesadillas!
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