Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Formato APA

Carta de Mí, para mí y sin formato APA:

"No necesito ser de ninguna clase social o índole, tampoco pertenecer a algún grupo político para demostrar de lo que puedo y están en mis capacidades. Lo que si pueden tener en cuenta todos es que, a pesar de mi mal genio, los ayudaré y tenderé la mano siempre que esté a mi alcance."

Parræ Rœbînsøń

I

La Profesora María Elena no dejaba de sorprenderme: luego de ver como a su hijo universitario le mandaban a realizar trabajos en digital y siguiendo una serie de parámetros conocidos como Formato o reglas APA, ella quiso adoptar la misma temática. Claro, vale destacar que no le importó que la mayoría no tenía computadora para poder proceder, no obstante ella no aceptó excusas; nos pidió que ahorráramos, pidiéramos una prestada o fuéramos al Cyber más cercano a nuestra casa y pagáramos una hora de internet. Todos protestaron, y al final la profesora No desistió de su idea.

Desde que comenzamos a trabajar con el formato APA, he sentido que la adaptación ha sido todo un desafío para mí. Cada vez que intento estructurar mis trabajos, me encuentro con un mar de citas, referencias y normas que parecen más complicadas de lo que deberían. A veces, desearía poder simplemente escribir mis ideas sin tener que pensar en dónde colocar el punto y la coma, o cómo referenciar correctamente un libro que ni siquiera tengo en mis manos.

A mi alrededor, veo a Raciel, que parece tener todo resuelto. Es como si hubiera nacido sabiendo cómo manejar esa complicada estructura. Tiene la mejor computadora que uno podría imaginar. Cada vez que lo veo trabajando, me pregunto si su laptop tiene algún tipo de magia que le facilita todo. Además, su padre y su madre, siempre dispuestos a ayudarlo, lo guían en cada paso del proceso, mientras yo me debato con tutoriales y artículos que no siempre son claros.

Y aquí estoy, enfrentándome a mis frustraciones y la creciente admiración que siento por Raciel, mezclada con un poco de envidia. Todo se complica aún más porque la profesora María Elena, en su afán por mantener el estándar, parece estar siempre atenta a nuestras presentaciones. Y, siendo la madre de Raciel, no puedo evitar pensar que ella tiene un sesgo a favor de su hijo. Cada vez que Raciel entrega un trabajo, ella le sonríe con esa mezcla de orgullo y complicidad que me hace sentir algo dentro: una especie de rabia injusta. ¿Por qué todo parece ser tan fácil para él y tan complicado para mí?

La verdad es que odio cómo se siente esta mezcla de admiración y frustración. ¿Por qué no puedo tener el mismo apoyo, la misma habilidad innata que parece tener él? A veces, me pregunto si mis esfuerzos son inútiles, pero en el fondo sé que debo seguir luchando, aunque la profesora María Elena me saque de quicio con cada corrección.

Claro, tampoco voy a empezar a pelear con la profesora, es como si estuviera frente de una pared blanca; y yo dijera que es negra mientras que ella dice que es morada... ¡No llegaríamos a ningún lado! Sería un ciego corrigiendo a otro ciego.

—Esto necesita una mejor redacción, Recuerda que los mismos autores de tu marco teórico deben estar en el resumen y la bibliografía — y aquí empezaba la retahíla de críticas destructivas, acompañada de un corrector, marcador rojo para subrayar lo que está mal y uno azul para lo que estaba bien; tengo que aclarar, que el Marcador rojo era el más presente, mientras que solo habían unas cuantas líneas con tinta Azul — los títulos no deben estar escritos completamente en mayúsculas, el Formato APA no lo permite; necesitas tener cuatro objetivos y cuatro resultados; tu título no me agrada, tienes que mejorarlo, se parece mucho al de un trabajo anterior que ayudé como tutora... ¡¿Crees que podrías esforzarte un poco más?! ¡No veo empeño en ti, Isabel!

—¡Yshbel!

—¡Cómo sea, Niña! Nos vemos la siguiente semana, y espero que mejores.

A veces me despierto con una sensación de rabia que no puedo ignorar. Miro a mi alrededor y siento que el peso de la realidad se cierne sobre mí. Mi madre, a quien tanto amo, no ha tenido la oportunidad de graduarse de la universidad. Solo terminó la primaria y se ha dedicado a hacer uñas y pestañas para ganarse la vida. Y aunque sé que trabaja duro, a menudo me siento avergonzada.

No puedo evitar comparar mi vida con la de otros. Veo a compañeros que hablan con orgullo de sus familias, de sus padres profesionales, de las expectativas que tienen para su futuro. Y, en esos momentos, la rabia me consume. Siento que mi historia es diferente, que llevo una carga que no debería cargar. Quiero que mi madre se sienta orgullosa de mí, que entienda que su sacrificio vale la pena y que quiero lograr más que ella.

Pero nunca he tenido el valor de preguntarle, por qué nunca cursó bachillerato y menos si piensa obtener un título. Ignoro la situación, Y aunque Mi curiosidad es muy grande, no pienso preguntárselo nunca.

A veces, esta frustración se mezcla con tristeza. Quiero hablar con ella sobre mis sueños, mis aspiraciones, pero hay un telón de fondo que me hace sentir que no hay una conexión total. Me pesa su historia, la lucha que ha enfrentado por mí, la falta de oportunidades que ambas hemos tenido. Y, aunque sé que no debería avergonzarme, esa sensación me abraza como una sombra.

Sin embargo, en esos momentos de rabia, también encuentro una chispa de motivación. Su esfuerzo me impulsa a seguir adelante, a demostrar que puedo romper el ciclo. A pesar de la vergüenza y la frustración, quiero ser alguien que haga sentir orgullosa a mi madre. Quiero estudiar, quiero avanzar, y sobre todo, quiero hacerle saber que su amor y sacrificio nunca se olvidarán. Con cada paso que doy, trato de convertir esa rabia en fuerza, en un motor que me lleve hacia donde deseo estar.

—¡Hija mía! Debes de estudiar bastante, para no depender de un hombre que traiga el pan a la casa.

—Sí, Mamaita... ¿Por qué me dices eso?

—Por nada, simplemente tu abuela me lo decía todos los días, y quiero hacer lo mismo con mi hija.

—Mamá, ¿Puedo hacerte una pregunta?

—Claro Hija, lo que quieras.

Cada vez que me siento frente a mi mamá, una pregunta se asoma en mi mente, como un susurro persistente que no logra escapar de mis labios. Quisiera entender por qué no sabe leer ni escribir correctamente, por qué esas letras que a mí me parecen tan familiares y cotidianas para ella son un enigma. Pero justo cuando estoy a punto de formular la pregunta, un torrente de dudas me invade.

La miro y veo en sus ojos un mundo lleno de historias que nunca he escuchado, y me pregunto si ese conocimiento vital que le falta le ha robado también la voz para contarlas. Hay algo en la fragilidad de su mirada que me frena; no quiero abrir una puerta que quizás lleve a recuerdos dolorosos.

A veces, me imagino cómo habría sido todo si ella hubiera tenido la oportunidad de aprender, de disfrutar del gusto de las palabras, de escribir su propia historia. Pero esa realidad nunca fue suya, y siento que preguntarle podría rasgar un velo que ha permanecido intacto por años. ¿Y si la respuesta me pesa? ¿Y si duele más de lo que imagino?

En el fondo, no solo me detiene el temor a su respuesta, sino también la posibilidad de desenterrar sentimientos de vergüenza o de culpa que quizás nunca ha compartido. Por eso, cada vez que abro la boca, es como si un nudo la mantuviera cerrada. La pregunta se queda atrapada en mi garganta, y un silencio profundo se siente más seguro que arriesgarme a escuchar la historia de un camino no recorrido.

Y así, en lugar de preguntar, elijo quedarme con este misterio, observando cómo vive día a día, navegando en un mundo que no siempre ha sido amable con quienes como ella han estado al margen de las palabras. Escribo estas reflexiones en mi mente, una especie de homenaje a su fortaleza, mientras sigo sin atreverme a preguntar lo que tanto deseo entender.

—No es nada, Mamá, es solo que me siento muy triste. La profesora María Elena me ha vuelto a humillar, diciendo que mi proyecto aún no toma forma.

Recuerdo aquella mañana con claridad. El sol apenas asomaba por las ventanas de la cocina, tiñendo todo con un brillo dorado. Mi madre, de pie junto a la mesa, me miraba con una seriedad inusitada. Sus ojos, por lo general cálidos y alegres, parecían nublados por una sombra de preocupación.

—Escucha, — dijo, su voz firme pero temblorosa, — Nunca le lleves la contraria a la profesora María Elena. — Las palabras se posaron en el aire como un peso, y una extraña inquietud me invadió.

Claro, conocía a la profesora; siempre había sido estricta, pero jamás había imaginado que mi madre albergaría un temor hacia ella. Las había visto intercambiar palabras en forma de murmullos, otras veces se miraban por equivocación y desviaban sus ojos hacia la pared, para mí al principio no significaba nada extraño. Cuando uno no conoce a una persona, y su energía destella negatividad, es mejor comunicarse por cordialidad, antes que por derecho.

—Si ella se equivoca, — acotó, — no te enfrentes a ella. A veces es mejor mantener la paz. — Pude notar cómo sus ojos se desviaban hacia la ventana, como si buscara respuestas en el cielo.

De inmediato, el sabor del miedo se mezcló con aquellas palabras que caían de su boca.

—¿Por qué no debo hablarle, madre? — inquirí, sintiendo que mis dudas eran más grandes que antes.

Ella respiró hondo, como si cada palabra le costara un esfuerzo monumental.

—No quiero que te metas en problemas... Ella tiene formas de hacer las cosas, y no siempre son correctas. Pero no importa. No te pelees con ella, solo guarda silencio.

Lo que más me inquietaba era ese miedo subyacente en sus ojos, ese destello que decía más que sus palabras. Era como si la sombra de María Elena se extendiera más allá de las paredes del aula, como un espectro que acechaba. Sabía que lo que debía hacer era obedecer, pero una parte de mí no podía evitar cuestionarme cuántos silencios serían necesarios para apaciguar a una maestra que, aún sin estar allí, ya comenzaba a infundirme una sensación de desasosiego.

Así que la cabeza asintió, mi voz se convirtió en un murmullo de promesa.

—Está bien, mamá. No pelearé con ella. — Pero en el rincón más íntimo de mi mente, una inquietante chispa se encendía, preguntándose por qué ese miedo era tan real, tan tangible.

¡Tan presente!

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro