
El Injusto Entrenador Marín
I
Estuve un rato con la señora Filomena, escuchando sus cuentos, tanto los reales como los imaginarios. Al comenzar, debo confesar que mi mente vagaba en otros lugares; la apatía se apoderó de mí. Recordé que aún tenía que prepararme para el partido y, aunque me encontraba frente a ella, parecía estar en otro mundo. Me entristeció darme cuenta de que, sin querer, le estaba faltando el respeto con mi poco interés. Sus ojos brillantes reflejaban un mundo lleno de historias, pero en ese momento, a mí me parecía solamente un ruido de fondo.
Tuve que disculparme, cualquier persona en su sano juicio lo hubiera hecho, empecé por morderme la lengua; buscando en el diccionario de mi cabeza las palabras correctas para sonar elocuente, luego de dar vueltas y vueltas repetí una frase que siempre decía cuando mi abuela me reprendía:
—Discúlpeme, no quise ser descortés... Si lo desea, me gustaría seguir escuchando sus historias; me han cautivado grandemente.
Filomena empezó a sonreír, claramente se veía que necesitaba una compañía que escuchase sus problemas, y no que jugara con pelotas en el patio de su casa. A medida que sus palabras fluyeron y sus narraciones se entrelazaron con las sombras de la tarde, algo en mí empezó a despertar. Sus relatos cobraron vida, llenos de emoción y de esos giros inesperados que solo los verdaderos narradores poseen.
Me encontraba atrapada en sus historias, tanto las de su juventud como las inventadas, que volaban con un colorido que solo ella podía otorgarles.
—¡Chica Adorada! ¿Sabes algo? Me recuerdas a una antigua compañera de universidad, no he podido visitarla porque se fue a vivir a Colombia... ¡Necesito Sus consejos médicos para poder vivir otros 100 años más! — la señora Filomena inclinaba la cabeza y sonreía con melancolía, quién la viera en esa pose la confundiría con una paloma mensajera — Ella era Rosbelys; pero yo le decía "La Doctorísima" — aquí volvía a realizar el gesto de las comillas con sus dedos enormes y uñas de plástico — me pregunto si habrá engordado más o adelgazado unos kilos; ella era la única persona que aparte de mi familia me soportaba con amor y me corregía sin aires de superioridad... Yo todos los días iba a su consultorio médico por cualquier dolencia, inclusive un día me inventé una gastritis para poder hablar con ella. Cabe destacar que estuvimos horas y horas charlando, y no de mi diagnóstico sino de varios chismes atrasados. ¿Puedes imaginarte el final? ¡Al salir de la consulta general, había una tremenda cola de personas molestas debido a que era casi mediodía y no las habían atendido! Tuve que ayudarla anotando signos vitales y haciendo el interrogatorio médico. Yo estoy vieja, y no me gradué porque abandoné a mitad de carrera, pero te puedo asegurar que me sé el libro de MGI de pies a cabeza...
La tarde se fue desvaneciendo, y cuando miré el reloj, sentí una punzada de apuro. Era hora de irme al partido, y recordé cuán estricto es el entrenador Marín con la puntualidad. No quería que me llamara la atención delante de todos. Así que, con un leve pesar en el corazón, le pedí permiso a la señora Filomena para retirarme. Ella sonrió, como si ya supiera que todo lo que había contado había dejado una huella en mí, y me despidió con un gesto amable. Al salir, la mezcla de arrepentimiento y gratitud me acompañó. Espero que, en una próxima ocasión, pueda escucharla de nuevo con la atención que merece.
Además, tengo que confesar que sus historias son muy entretenidas.
Mientras iba de camino al partido, con la adrenalina corriendo y una ligera molestia por lo tarde que iba, escuché un ruido detrás de mí. Me giré y, para mi sorpresa, ahí estaba Gerardo. Antes de que pudiera reaccionar, él se tropezó conmigo, como si hubiera sido intencionado.
La frustración me invadió y, sin pensarlo dos veces, le di un ligero golpe en el hombro, como si eso pudiera despertarlo de su torpeza. Pero el golpe terminó no siendo tan ligero; uno de sus lentes voló y se hizo añicos en el suelo. En ese momento, a pesar de mi malhumor, no pude evitar soltar una risa al ver su expresión de sorpresa y confusión.
—¡Ah, Gerardo, qué desastre! — le dije entre risas, mientras él intentaba recoger los pedazos de sus lentes.
—¡Isabel! Solo quería saludarte...
—Idiota, Es Yshbel.
—¡Es casi lo mismo! — me gritó — no tenías Porqué romperme los lentes; y mi madre Me lo acaba de comprar.
La situación era tan absurda que mi mala suerte por el retraso se disipó un poco. Aunque sabía que debía disculparme, la imagen de su expresión, entre la incomodidad y la risa, quedó grabada en mi mente. Definitivamente, ese pequeño tropiezo había sido el respiro que necesitaba antes de entrar al partido.
—Disculpame, me tengo que ir amigo. ¡Nos vemos en clase!
Y ahí lo dejé, buscando en el suelo unos lentes hechos añicos; que se habían camuflado en la arena de la cancha.
Desde que lo vi por primera vez en clase, Gerardo siempre me ha parecido un chico muy lindo. Su sonrisa tiene esa chispa que ilumina cualquier habitación, y su inteligencia brilla en cada conversación que compartimos, así no hablemos siempre. Es educado, siempre sabe qué decir en el momento adecuado y sus modales son tan impecables que lo hacen aún más atractivo. Sin embargo, el día de la exposición del árbol genealógico, mi perspectiva se tambaleó un poco.
Gerardo se puso frente a todos, con esa confianza natural que lo caracteriza, y comenzó a hablar sobre sus sueños y aspiraciones. Con una voz clara y decidida, declaró que en un futuro sería barbero.
Mis pensamientos se detuvieron en seco.
—¿Un barbero?, — pensé.
Mi mente corrió a mil por hora. No tenía nada en contra de esa profesión, pero… yo soñaba con un ingeniero, un abogado, un médico o un arquitecto como esposo.
Mientras él seguía hablando, explicando su pasión por el arte de cortar y peinar, sentí que el desasosiego se apoderaba de mí. No podía evitar imaginar el futuro que quería, y en ese futuro no había espacio para un barbero. Mi corazón se sentía dividido. Por un lado, estaba la parte de mí que admiraba a Gerardo, que se derretía por su amabilidad y su carisma. Pero por otro, había un anhelo muy claro de estabilidad, de un compañero que estuviera alineado con mi visión del futuro.
Finalmente, la exposición terminó. Salí del aula con una mezcla de sentimientos encontrados. Gerardo seguiría siendo ese chico lindo e inteligente que me hizo soñar brevemente, pero, al menos por ahora, no podía permitir que esos sueños se interpusieran con la realidad de lo que consideraba esencial en mi vida. Mientras miraba a Gerardo conversar amistosamente con otros compañeros, me di cuenta de que a veces la vida nos presenta situaciones que nos desafían a cuestionar nuestras propias expectativas. Pero, sinceramente, no puedo enamorarme de un barbero.
II
En la siguiente clase Todos estábamos un poco nerviosos, ya que era el segundo día en que se debía presentar el árbol genealógico. Yo presentaría la otra clase, el último día, y mi maestra esperaba una obra de arte que, claramente no podría hacer realidad. La profesora nos había advertido que debíamos hacer un esfuerzo por investigar y compartir algo interesante sobre nuestras familias, pero la expectativa se elevó cuando llegó el turno de Raciel.
Desde el momento en que empezó a hablar, su voz resonó con una confianza que me dejó un tanto impresionada. Comenzó a enumerar a sus familiares, destacando la larga lista de profesionales que habían marcado la pauta en sus vidas: médicos, ingenieros, arquitectos… incluso varios de ellos eran profesores universitarios. No paraba de mencionar sus títulos, las universidades prestigiosas en las que habían estudiado y cómo cada uno había dejado huella en su campo. Me quedé absorta, escuchando cada palabra, admirando su elocuencia y el orgullo que sentía al hablar de su familia.
—Y como todos saben, Mi padre es el eminente profesor Rafael Maestre — dijo para rematar su parlamento.
A medida que avanzaba su exposición, Me daba cuenta de que, a pesar de lo impresionante de su árbol genealógico, Raciel también tenía una manera de presentarse que era, por momentos, arrogante. Hablaba con tal superioridad que me resultaba difícil conectar con él. Su actitud me hacía recordar que, a pesar de ser una persona fascinante en muchos aspectos, había una línea que no estaba dispuesta a cruzar: no podía enamorarme de alguien que se creía superior a los demás solo por sus vínculos familiares.
Cuando terminó su exposición, la clase estalló en aplausos, y yo sólo podía pensar en lo complicado que es admirar a alguien sin caer en la trampa de la idolatría. Tal vez su legado familiar era impresionante, pero eso no era suficiente para que me sintiera atraída por él. Mientras él sonreía y recibía los elogios, yo simplemente me quedé en mis pensamientos, recordando que el verdadero valor de una persona va más allá de sus apellidos y títulos académicos.
Ya se me ocurriría Cómo realizar una exposición impecable, tenía a Catrina como mentora y a Raciel como modelo a seguir. Nada podría salir mal el día de mañana.
Pero hoy, tendría que aguantarme el regaño de mi entrenador.
Mientras pensaba corría al mismo tiempo, y llegué a la práctica de fútbol completamente agotada. Desde la mañana, la rutina había sido intensa: clases, tareas, y luego, corriendo para llegar a tiempo al campo. Al llegar, noté que las demás muchachas ya habían comenzado los ejercicios de calentamiento y se estaban organizando en equipos.
Con un profundo suspiro, dejé mi mochila a un lado y fui hacia donde estaba el entrenador Marín. Su mirada era seria, y aunque traté de sonreír, sabía que ese no era un buen día para mí.
—Quédate en las gradas, hoy solo observarás, — me dijo.
Sus palabras me calaron hondo, como si me cayera un balde de agua fría.
Mientras me sentaba, el calor y la fatiga parecían desvanecerse en el aire fresco del campo, pero la preocupación por lo que vendría después no me dejaba tranquila. Escuché el sonido del balón, los gritos de las demás y el silbato de Marín, y me pregunté qué habría hecho mal para quedar fuera del juego.
No sé para qué me lo pregunto; si ya sabía que me tenía merecido el regaño.
En el fondo, sabía que tenía que escuchar y aprender de esta lección. Con cada jugada, cada grito de ánimo, me llenaba de una mezcla de frustración y apatía. Tendría que enfrentar al entrenador al final, pero ahora, en esas gradas, solo podía mirar y reflexionar. A veces pensaba en abandonarlo todo, ¡Total! Nadie me extrañaría, mi madre se la pasaba en el puerto trabajando, mi abuela se la pasaba en el mercado vendiendo café y azúcar, yo me la pasaba estudiando y encerrada en mi cuarto viendo videos por Youtube; y Catrina venía a visitarme cuando no estaba realizando cualquier actividad extracurricular... Aparte de ellas, no le haría falta a nadie. Podría perderme y nadie se acordaría de la existencia de Yshbel Rodríguez.
El pitido final resonó por el estadio, marcando el cierre de un partido que había sido tanto un reto como un desafío para todas nosotras. Las chicas, agotadas pero alegres, comenzaron a deshacerse de sus equipos y a reír entre ellas, comentando las jugadas y las risas que habíamos compartido en el campo. Sin embargo, mis pasos se detuvieron cuando vi al entrenador Marín acercarse a mí, su expresión seria contrastando con el ambiente festivo que nos rodeaba.
Mientras las demás se despedían y se dirigían a los vestuarios, una sensación de inquietud se fue instalando en mí. Sabía que mis faltas injustificadas a las prácticas no habían pasado desapercibidas, y el hecho de que se quedara solo conmigo me hizo sentir un nudo en el estómago.
—¿Puedes explicarme qué ha pasado últimamente? — me preguntó, su voz firme pero no exenta de preocupación.
Intenté buscar las palabras adecuadas, pero todo lo que se me ocurrió fueron excusas que ya sabía que no serían suficientes. La verdad era que había dejado que otros compromisos interfirieran en mi pasión por el fútbol, y eso había afectado mi rendimiento y el trabajo del equipo.
Su mirada no se apartaba de mí, y sentí que cada segundo se alargaba, como si las palabras que necesitaba encontrar se escondían entre mis pensamientos.
—Te necesito en el equipo, pero para eso debes comprometerte. No solo contigo misma, sino con tus compañeras que se han esforzado. — continuó, y me di cuenta de que su reproche provenía de un lugar de sincera dedicación y deseo de mejorarnos a todas.
Al final del monólogo, hizo una afirmación que me dejó helada:
—Si no te pones las pilas, quedarás fuera del campeonato.
Al final, aunque el reproche había sido difícil de escuchar, también me dejó una sensación de claridad. Sabía que, más que un entrenador, Marín era una guía, y estaba dispuesta a demostrarle que podía ser la jugadora que él necesitaba. Con un renovado sentido de propósito, me dirigí hacia el vestuario, lista para trabajar en mí misma y contribuir al equipo.
No obstante, No he podido dormir en varios días. Cada vez que cierro los ojos, las palabras del entrenador Marín resuenan en mi mente como un eco implacable:
—Si no te pones las pilas, quedarás fuera del campeonato.
Es una frase que se repite y se amplifica, como un radio AM FM que no puedo ignorar. La presión se siente aplastante, y cada instante sin sueño se convierte en una tortura.
Cada vez que intento descansar, me encuentro en el mismo lugar: recordando los sacrificios de mi madre, que trabaja arduamente para pagarme las mensualidades. Siempre la veo al final del mes, revisando sus cuentas con preocupación, ajustando gastos aquí y allá para que yo pueda entrenar y tener una oportunidad, aunque sea pequeña. La idea de decepcionarla me consume más que la falta de sueño.
Las imágenes de ella son vívidas, su rostro cansado pero lleno de esperanza, cada vez que me anima a dar lo mejor de mí. Esos momentos de apoyo incondicional son el combustible que me impulsa, pero también son un recordatorio sombrío de lo que está en juego. Si fallo, no solo estoy decepcionando a mi entrenador; estoy decepcionando a la única persona que siempre ha creído en mí.
Aunque no le perdono haberse ido al puerto con un maltratador de mujeres, la amo incondicionalmente.
Así que aquí estoy, una vez más, teniendo que enfrentar la noche en vela, con el peso de las expectativas y mis propios miedos sobre mis hombros. Cada segundo sin dormir me acerca más a la fecha del campeonato, y la ansiedad se convierte en una sombra que me sigue, evitando que encuentre consuelo en un simple descanso. Si quiero cambiar mi futuro, tengo que luchar, pero ¿qué pasa si no tengo la energía para hacerlo? Es un ciclo vicioso que me consume, y la desesperación comienza a asomar.
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