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Clases particulares

I

En una ocasión mi madre se vino a pasar una temporada a la casa de mi abuela, tuvimos que acomodarle el cuarto de huéspedes para que estuviese cómoda; con respecto a su abusiva pareja nunca dió explicaciones, claro, mi abuela tampoco se las pidió; Pero yo escuchando detrás de las puertas logré averiguar que "Se habían dado un tiempo", cuando en realidad había escapado de sus garras antes de que ocurriese una desgracia.

Yo estaba muy feliz por ver a mi madre todos los días en lugar de solo los fines de semana como acostumbraba: Le había comentado a Catrina que por fin luego de tantos años podría forjar ese vínculo de madre e hija tan anhelado. Recuerdo que esa noche estuvimos conectadas por Whatsapp hasta las 3 de la mañana, y solo dormí 5 horas hasta las 8am porque era feriado bancario.

Siempre le había hecho caso a mi madre, hasta en el último dictamen de no ver ni hablar más con Raciel... ¡Pero ya no! Era casi mayor de edad y quería tomar mis propias decisiones.

Aún no era tiempo de hablar de mis sentimientos, eso tendría su momento; en este momento lo que a ella le preocupaba eran mis malas calificaciones.

Era un día cualquiera, a través de las cortinas de mi cuarto no entraba ni siquiera la brisa del verano, iluminando un caos de libros, ropa y papeles esparcidos por todas partes. Mi madre, siempre atenta a mantener la casa en orden, decidió que era hora de hacer una limpieza profunda en mi habitación. No sabía que, al hacerlo, desenterraría algo que cambiaría el tono del día.

Mientras ordenaba mis cosas, su mirada se posó sobre una carpeta mal cerrada en el escritorio. Al abrirla, su rostro cambió de expresión. Allí estaba mi boleta de calificaciones, un documento que había decidido ocultar por el bien de mi tranquilidad. Las letras rojas y las notas bajas parecían gritar desde el papel, y no pasó mucho tiempo antes de que mi madre, con una mezcla de preocupación y decepción, entrara a mi cuarto.

—Mira esto — dijo, levantando la boleta como si fuera un trofeo de mi fracaso. — ¿Qué ha pasado con tus estudios? ¿Por qué tienes tantas materias reprobadas? — Su voz, normalmente suave y comprensiva, se tornó firme y un poco temblorosa.

Yo, atrapado entre la culpa y la vergüenza, no sabía por dónde empezar. Intenté balbucear una respuesta, pero las palabras se me atragantaban.

—¡Sabes cuánto trabajo yo y tu abuela para que puedas tener una buena educación! — continuó, con sus ojos llenos de preocupación. — No entiendo por qué no te esfuerzas más. Esto no es solo un número, es tu futuro.

Cada palabra resonaba en mi cabeza, como un eco que no podía silenciar.

A medida que la conversación se desarrollaba, entendí que no solo se trataba de las notas. Era su manera de mostrarme que le importaba, que quería lo mejor para mí. Pero en ese momento, solo sentía la presión y la decepción. La limpieza de mi cuarto se había transformado en una limpieza de mi consciencia, dejándome expuesto y vulnerable.

Finalmente, después de un largo intercambio de palabras, llegamos a un punto de entendimiento. Prometí que haría un esfuerzo, que me centraría más en mis estudios. Y aunque la conversación fue dura, también me hizo reflexionar sobre mis prioridades y el valor del esfuerzo.

—Yshbel, necesitamos hablar. Tus calificaciones están bajando y no puedo ignorarlo más. Te lo he dicho mil veces: la escuela es importante.

Yo estaba sin mirarla, concentrada en mi teléfono.

—¿Y qué quieres que haga? No tengo ganas de estudiar cuando tengo tantas cosas en la cabeza.

—¿Qué cosas? ¿Tus redes sociales? ¡Esto es serio! — ya había empezado con sus expresiones teatrales — ¡Dios mío! Tu futuro está en juego. Deberías estar enfocada en tus estudios, no en... en esas tonterías.

—¿Tonterías? ¿De verdad crees que eso es lo que me preocupa? ¡No tengo la cabeza para estudiar cuando tú no has estado aquí!

—¿Qué? ¿Ahora me echas la culpa a mí? — Pero en el fondo, ella sabía que su hija tenía razón — Yo he hecho lo que he podido, y he trabajado duro para mantenerte. Tuviste que adaptarte a esta nueva vida.

—¡Adaptarme! ¡Tú dejaste a papá! Y no solo eso, lo dejaste por un tipo que ni siquiera conoces bien. Un ex presidiario. ¿Cómo esperas que me sienta segura en casa?

¡Palabras fuertes!

—¡Eso no tiene nada que ver! Tomé una decisión para protegernos. Él no es como tu papá. Lo que viví contigo fue un infierno. ¡No quiero que repitas la historia!

—¿Y qué? ¿Ahora tengo que ser perfecta porque tú decidiste salir de una relación tóxica? ¡Me dejaste sola! Me siento como si tuviera que cargar con toda esta presión y tú ni siquiera lo ves. — lloraba, en realidad lloraba — te veo solo los fines de semana y cuando llegas de repente, Quieres mandar en un lugar donde tu presencia no es llamada.

—No es fácil para mí tampoco. Estoy tratando de hacer lo correcto. Pero tú también tienes que poner de tu parte. No puedes dejar que esto te afecte tanto.

—¡Ya basta, mamá! Después hablamos.

II

Pasadas varias semanas, mi madre, con su habitual determinación, decidió que era hora de tomar cartas en el asunto. Mis calificaciones en algunas materias no eran las mejores, y su preocupación la llevó a buscar un profesor particular que pudiera ayudarme a mejorar.

Unos días después, mientras estaba en el salón, escuché el sonido del timbre. Mi madre fue a abrir la puerta, y en ese momento, un rayo de curiosidad me atravesó. ¿Quién sería el nuevo profesor? ¿Tendría un enfoque diferente que me ayudara a comprender mejor las materias que me costaban tanto?

De repente, vi pasar por la puerta a un hombre con una sonrisa amable y una energía contagiosa. Era el profesor Rafael Maestre. Su presencia era tan cálida que, a pesar de mis nervios, sentí una chispa de esperanza. Tenía una mirada comprensiva y un aire de confianza que me hizo pensar que quizás esta vez podría ser diferente.

Habían pasado varios años desde la primera vez que lo ví.

—Hola, soy Rafael — dijo, extendiendo su mano.

—Lo sé, Profesor... Ya lo conozco. Usted me dió clases hace varios años atrás.

—He venido a ayudarte a encontrar el camino en esas materias que te están dando problemas — Su voz era tranquila y motivadora, y en ese momento supe que tenía la suerte de contar con alguien que realmente se preocupaba por mi aprendizaje.

Mi mamá había vuelto a sonreír con esa mueca tan estúpida.

¡Cualquiera diría que estaba enamorada del profesor Rafael!

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