Cachetadas Tipo Telenovela
I
Desde el momento en que conocí a la Doctora Rosbelys, supe que había algo especial en ella. Tenía una calidez en su sonrisa y una forma de hablar que, a pesar de la seriedad de la situación, me hacía sentir un poco más en calma. Sin embargo, detrás de esa simpatía, podía notar un destello de inquietud en sus ojos.
La conversación giraba en torno a un tema delicado: la búsqueda de mi padre. Ella había prometido ayudarme, pero a medida que se acercaba el momento de revelarme la verdad, la tensión se hacía palpable. Me preguntaba si se sentía atrapada entre su deber profesional y la responsabilidad emocional de lo que estaba a punto de compartir conmigo.
Era evidente que la Doctora Rosbelys estaba asustada. Su compromiso de decirme quién era mi padre no era solo una cuestión de datos; implicaba un mundo de emociones y posibles consecuencias. Podía ver cómo se cuestionaba a sí misma, preguntándose si realmente hacía lo correcto al abrir esa puerta que, una vez abierta, no podría cerrarse.
La admiración que sentía por ella se mezclaba con la comprensión de su dilema. Sabía que no solo estaba lidiando con mi búsqueda personal, sino también con sus propios miedos y dudas. Su simpatía me reconfortaba, no podía evitar sentir un nudo en el estómago al pensar en lo que esa revelación significaría para ambos.
Era una noche tranquila cuando recibí la llamada de Catrina. Su voz, un tanto inquieta, me hizo prestar atención.
—Tienes que escucharme — me dijo. Mientras hablaba, mi mente divagó hacia la escena que había presenciado horas antes.
Recordaba claramente que el profesor Rafael Maestre estaba en plena conversación con la Doctora Rosbelys. La atmósfera era amena, llena de risas y cordialidad. Ellos nos saludaron con gestos amistosos, como si fuéramos parte de una gran familia académica. Sin embargo, algo no encajaba.
A lo lejos, vi a su esposa, María Elena. Su mirada era de odio y rabia, como si le hubiéramos hecho algo imperdonable. No entendía por qué me miraba así; ¿acaso había algo que ignoraba? La incomodidad se apoderó de mí mientras intentaba descifrar aquel resentimiento que emanaba de ella.
La conversación de Catrina se desvanecía en mi mente, y solo podía pensar en la tensión que se había apoderado de la noche. ¿Qué había provocado esa animosidad? Me sentí atrapada en un juego del que no conocía las reglas, observando cómo las emociones se entrelazaban en un ambiente que, en un principio, parecía tan acogedor.
No podía creer que María Elena me tuviera tanta rabia. Ya sabía que la sombra oscura se habia instalado entre nosotras, y cada vez que la veía, sentía ese peso en el aire. Su mirada, fría y distante, me hacía cuestionar todo lo que había creído sobre ella. Antes, pensaba que era una persona comprensiva, incluso cariñosa, pero ahora todo eso se desvanecía ante la realidad de su resentimiento.
¿Era posible que, tras esa fachada de amistad, existiera un abismo de rencor? La idea me atormentaba. Comencé a reflexionar sobre mis propias percepciones, y me di cuenta de que quizás no estaba tan equivocada como había querido creer. Algo en su actitud me decía que mis dudas no eran infundadas.
Era como si todas esas pequeñas señales que había ignorado ahora salieran a la luz, y me enfrentaba a la verdad incómoda: María Elena no solo estaba enojada, sino que había estado alimentando esa rabia en silencio. Me sentí atrapada entre la confusión y el desasosiego, intentando entender por qué, y si había algo que pudiera hacer para arreglar las cosas entre nosotras. Pero, en el fondo, sabía que las relaciones son complicadas, y a veces, el dolor se convierte en la única verdad que queda.
II
Era una tarde cualquiera en la que el profesor Rafael Maestre nos estaba impartiendo su clase de historia, esa materia que siempre lograba captar nuestra atención con sus relatos fascinantes sobre el pasado. El ambiente era tranquilo, y el sonido de sus palabras llenaba el aula de un aire de conocimiento y curiosidad.
De repente, la puerta de la casa se abrió de golpe, y una figura familiar, pero indeseada, irrumpió en el salón. Era el exmarido de mi madre, un hombre que había traído consigo no solo un aire de tensión, sino también un torrente de recuerdos que prefería mantener a raya. Su mirada se posó rápidamente en el profesor Rafael, y en un instante, la confusión se transformó en ira.
—¿Quién es este tipo? — murmuró entre dientes, sus ojos centelleando con desconfianza.
La interpretación de su mente se tejió de manera instantánea: el profesor, con su porte amable y su forma de interactuar con nosotros, era, a sus ojos, la nueva pareja de mi madre. Sin siquiera detenerse a preguntar, se lanzó hacia él con una furia desenfrenada.
El aula se convirtió en un caos. Los gritos resonaban en las paredes, y los pupitres se movían de un lado a otro mientras el profesor intentaba contener la situación. Yo, paralizada por el miedo y la sorpresa, observaba cómo los dos hombres se enzarzaban en una pelea que no había previsto ni en mis peores pesadillas.
Rafael, a pesar de ser un hombre de paz y conocimiento, se defendía con una determinación que no había visto antes. Con un movimiento ágil, logró esquivar un golpe, pero el idiota del contrincante no cedía. La escena se volvió surrealista; la sala de la casa convertida en aula, que había sido un refugio de aprendizaje, se transformó en un ring de boxeo improvisado.
Finalmente, con la intervención de algunos compañeros y mi propio grito de desesperación, logramos separar a los dos hombres. La tensión quedó suspendida en el aire, y el profesor, respirando con dificultad, se pasó la mano por la frente, tratando de calmarse. El exmarido de mi madre, aún con la rabia en sus ojos, salió de la casa como un torbellino, dejando atrás un rastro de confusión y un silencio ensordecedor.
El aula, aunque aún tensa, comenzó a recuperar su calma. Rafael, con una sonrisa nerviosa, trató de retomar la clase, pero todos sabíamos que aquel día sería recordado no por las lecciones de historia, sino por la inesperada y violenta interrupción que había cambiado el rumbo de nuestra tarde.
¡Dios mío! ¿No estaba cansado?
¡Absolutamente no! Venía corriendo para el segundo Round.
La misma escena se volvió a repetir, hasta que mi madre apareció y sacó a los dos hombres de la casa.
Miré por la ventana y vi a mi mamá tratando de calmar a "Su Novio" y al profesor Rafael Maestre, quienes se habían enredado en una nueva acalorada discusión. Todo había comenzado por un malentendido insignificante que, de repente, había escalado a un enfrentamiento que amenazaba con volverse físico en reiteradas ocasiones.
Mi mamá, siempre la mediadora, intentaba intervenir con su voz serena, pero las palabras parecían perderse en medio del tumulto. La situación se tornaba cada vez más caótica, y no podía quedarme de brazos cruzados. Sin pensarlo dos veces, tomé el teléfono y corrí a marcar el número de emergencia.
La voz del operador sonó al otro lado de la línea, y rápidamente expliqué la situación.
—Por favor, necesito ayuda. Mi mamá está tratando de separar a dos hombres que están peleando —La voz del operador me aseguró que una patrulla estaba en camino, y mi corazón se aceleró mientras esperaba.
En cuestión de minutos, escuché las sirenas acercándose. Al ver las luces parpadeantes desde la ventana, un alivio recorrió mi cuerpo. Los policías llegaron rápidamente y, con una autoridad calmada, se acercaron a la escena. Mi mamá, al verlos, respiró hondo y les explicó lo que había sucedido. Los agentes intervinieron con profesionalismo, separando a los dos hombres y tratando de aclarar el malentendido.
Mi mamá estaba a salvo, y la situación estaba bajo control. Al final, los ánimos se calmaron y se pudo resolver el conflicto sin mayores consecuencias. Aunque el día había comenzado de una manera inesperada, sabía que había hecho lo correcto al actuar de inmediato. La seguridad de mi mamá era lo más importante.
La noticia de la detención del ex marido de mi madre había llegado como un balde de agua fría. Mis pensamientos giraban en torno a lo que había sucedido, a las discusiones que solían ser cada vez más intensas y a los murmullos sobre sus antecedentes. Sabía que tenía un historial de violencia doméstica, pero nunca imaginé que las cosas llegarían a este punto.
Mientras los policías se lo llevaban, el ambiente estaba cargado de confusión y miedo. No solo por lo que había pasado, sino también por lo que vendría después. La imagen de su rostro, entre la ira y el desespero, se me quedó grabada. No era solo un ex marido más; era una parte del pasado que mi madre había intentado dejar atrás, pero que siempre parecía volver a atormentarnos.
En medio de todo, supe que el profesor Rafael Maestre había salido Absuelto. Recuerdo que mi madre mencionó que lo llevaron al hospital para chequearlo.
Al día siguiente, mi madre me dijo que iríamos a verlo al hospital. No sabía qué esperar. La mezcla de emociones fue abrumadora: la angustia por la situación, la tristeza por el profesor y, en el fondo, una especie de alivio al saber que el ex marido estaba tras las rejas, aunque eso no borraría el daño que había causado.
Mientras nos preparábamos para salir, mi mente estaba llena de preguntas. ¿Cómo se encontraba el profesor? ¿Qué le diría si lo veía? ¿Y mi madre? ¿Cómo estaba ella con todo esto? La incertidumbre era pesada, pero sabía que debía estar a su lado en este momento complicado. La vida, al parecer, no se detendría, y había que enfrentar lo que vendría con valentía.
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