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El otro Adrián (mascayeta) Capítulos 3, 4 y 5

GAMMA

Adrian Osorio fue consciente que el golpe en la cabeza no fue nada en comparación al miedo provocado por esas cosas.

Por lo visto, eran sus demonios. El verse a sí mismo como una mascota a manos de un ser repulsivo, le hizo pensar que algo muy malo debía estar pagando para estar perdido entre las dimensiones del universo, estaba carente del poder de decisión frente a la realidad que le tocará vivir, y a expensas de lo que al abrir los ojos o dar la vuelta, encontraría.

En cuánto la visión de Malena optó por no pensar en esta, las dos versiones que había visto hasta ahora distaban mucho de la mujer que amaba, la madre de su hijo, por eso, se mantendría firme a lo que conocía de ella.

Se sentó, dirigiendo una de sus manos a la cabeza, abrió los ojos al notar que traía puesto un casco, pero no sólo eso, era un camuflado con municiones y dos pistolas automáticas. De inmediato buscó a su alrededor, al lado de donde cayó estaba un rifle.

Los gruñidos y golpes provenientes de la puerta que acababa de atravesar le pusieron en alerta. Definitivamente tampoco estaba en la casa de Yalev, acababa de caer de algo similar a un carromato decorado en colores rojos y blancos. ¿Dónde diablos estaba?

El nuevo golpe trajo consigo el brazo de alguien que parecía vestir andrajos, se puso de pie y revisó el arma, estaba cargada no más de dos o tres balas, desecho el cargador y rebusco en su ropa para poner uno completo, fue cuando el intercomunicador sonó.

—¿Dónde carajos estás? ¡Osorio responde!

—¿Orlando? —Adrian no podía equivocarse, eran compañeros desde los quince años, primero en el colegio, de ahí al ejército y por último en la policía, era una vida juntos, el grito de su amigo preguntando la ubicación lo alegró—. Estoy frente a un carromato rojo, hay...hay ¿jaulas?

«¡Mierda! —la expresión fue más para el propio interlocutor que para él—. Adrian te demoraste demasiado, ¡Sal de ahí de inmediato!»

No tuvo que decírselo dos veces, lo que sea que bufó detrás de él, fue seguido por un gruñido, no era lo mismo que estaba en el carromato, definitivamente era más grande y mucho más peligroso.

Muy a pesar del miedo, Adrian se movió con cautela, presumió que era un animal, así que debía prevenir que al correr sería comprobada su calidad de presa.

Giró con cuidado, un hermoso león africano lo observaba, sus ojos parecían inyectados en sangre y la salivación era copiosa, esto se veía realmente mal.

Las oportunidades se reducían a disparar o morir, la primera le daría la oportunidad de, al menos, morir con el sentimiento de haber luchado por su vida, la segunda era tirar el arma y rendirse.

No obstante, como todo lo ocurrido en esos dos días, la presencia de otros seres llamó más la atención al felino que rugió señalando su presa.

Adrian perdió el interés de lo que fueran esos seres para ver cómo luchaban entre ellos, sin desviar la vista de la macabra escena, retrocedió hasta llegar a lo que parecía el lugar de vivienda de los integrantes de lo que en otro momento debió ser un circo.

El radio sonó de nuevo, Orlando le cuestionó por "el encargo", no tenía ni idea de lo que hablaba, sin embargo, negó tenerlo en su poder, Adrian comprendió que el hecho de encontrarse allí era por algo por lo que debía recoger.

Las indicaciones de su amigo fueron precisas, si no se encontraba en ese sector debía buscar en cada una de las viviendas de los integrantes del circo.

«Nos encontramos en una hora en el punto de extracción, si no tienes el dije, mira si los vuelven a recibirte».

La comunicación se cortó, no comprendió la última frase, pero tampoco le dio mucha importancia. Lo esencial radicaba en que Orlando era el jefe de misión, y debía recoger una joya. Así que, respiro profundo y subió al primer container, lo revisó con atención para comprobar que nadie estuviese. Las marcas de sangre en el suelo y los pedazos de carne que brincaban como si estuviera viva, le impresionaron. Abrió con cuidado las gavetas y posibles metederos de seres como los que —esperaba— el león hubiese consumido. Cuando estuvo seguro de que estaba solo, cerró la puerta sellándola, se sentó en el suelo y revisó la cangurera.

Hacía años no veía una Palm, fue sacarla cuando lo notó, un colgante con la forma de un rostro tallado en amatista y engarzado en una diadema que parecía de plata.

El objeto brilló bajo la luz de la luna llena del exterior, lejanos los gruñidos volvieron a escucharse, guardó la prenda y encendió el aparato para mirar el mapa, estaba en un circo, su punto de ubicación era el sector que creía, el de extracción estaba cruzando el campamento, llegaba a la carpa y en el parqueadero, cuando enviara la señal, lo recogería el helicóptero.

Bien, ahora debía buscar la forma de salir sin ser detectado, lo que le extrañaba la razón de haber aceptado una misión suicida por esa prenda. La charla con Orlando le dejó claro que estaba solo en eso, y también que el Adrian de este universo debía estar ahora siendo él con Yalev o con Malena.

Los lentos y gruñidos comenzaron a cercar el container, se asomó con cuidado para ver por la ventana principal del carro, soltó una leve risa por no llorar, era estar en un episodio de Walking Dead, ¿Zombis? ¡Estaba rodeado de zombis!

Volvió a sacar la prenda, el resultado fue el esperado, ellos eran atraídos por ese objeto, un golpe en la parte trasera del carro lo hizo avanzar con cuidado hasta allí, los ruidos provenían del suelo del vehículo, retiró la alfombra y vio la trampilla, con suerte al abrirla podría escapar de ese mundo.

—Osorio, abre si quieres irte de aquí.

Era la voz de Cassius, hizo caso al llamado levantando la placa metálica, el tipo subió sin ayuda, cuando le dio la cara, Adrian le apuntó.

—¿Qué eres?

—Trata de obviar mi apariencia —le lanzó una caja de cristal que Osorio agarró de suerte—. Echa ahí la joya, eso nos enloquece, quiero que lo saques de aquí, pero sin que tú superior lo sepa, ellos no les conviene que hayamos evolucionado.

Adrian le hizo caso, lo siguió metiéndose por el mismo lugar del que había salido, era un mundo bajo otro.

—Llámanos caminantes, zombis o muertos en vida, nosotros nos denominamos subterráneos, somos la evolución de quienes sobrevivieron a la plaga desatada por los de arriba.

El resto de la charla fue una explicación de dónde estaba, las razones de porqué querían la joya y sus efectos sobre su raza.

De un momento a otro se detuvieron, Adrian sabía por el recorrido que estaban cercanos a la superficie, con una sonrisa Yalev le señaló una escalera.

—Bienvenido al lugar donde soy rey.

Osorio caminó confiado, era irónico que en dos días que llevaba con los Yalev, confiaba más en ellos que en su familia y amigos. Antes de subir las escaleras, tomó la mano de Cassius y cuestionó la razón de lo que hacía.

—No lo pude salvar cuando lo atraparon para que entregásemos la joya —sin desviar la mirada del Adrián frente suyo, el subterráneo levantó la mano dirigiéndola al rostro de Osorio, se detuvo a pocos centímetros y suspiro—. Te le pareces, pero él está muerto, no sé de dónde vienes, pero estás aquí por algo, y si así honro su memoria, te ayudaré hasta las últimas consecuencias.

Adrian asintió, le estrechó la mano que casi lo toca, y abrió la puerta siendo recibido por la fanfarria propia del espectáculo circense.

—Una cosa más, cuando te llamen los payasos, acepta la invitación, es tu salida.

Osorio se despidió porque estaba seguro de que no lo volvería a ver, se sentó a disfrutar de la función, qué eran una o dos horas de sana diversión. Además, si no llegaba al punto de extracción lo darían por muerto, y en este universo ya lo estaba.

DELTA

Senda 2: El Acantilado.

Salir del circo fue bastante... ¿Particular? Odiaba los magos, y mucho más si eran payasos. Tal como le dijo Cassius, esa fue su salida a otro de los universos, uno en el que casi termina muerto tan pronto como llegó por el imprudente paso que dio al vacío.

Escasamente logró sujetarse de lo que parecía una raíz de un árbol, miró hacia abajo y allí se encontraban los que parecía afiladas rocas que brillaban como si fueran piedras preciosas verdes y rojas. Agradeció a Dios no ser codicioso, de lo contrario, iría a recoger algo del tesoro, que sin duda era una ilusión óptica.

Se balanceo con la esperanza de alcanzar el borde del acantilado, cinco intentos fallidos le dieron al sexto la victoria, lástima que, al querer sujetarse, el peñasco se soltó haciendo que resbalara hasta la mitad de la montaña, dónde el instinto de supervivencia y la agilidad de su entrenamiento, le permitieron asirse de una pequeña saliente.

Como pudo hizo un último intento, para su sorpresa cuando se impulsó para subir, una abertura en la pared de roca se abrió permitiendo que ingresara a lo que parecía una cueva. Adrian cayó de rodillas agradeciendo la oportunidad, tomó aire, descansó un poco y alzó la vista para detallar el lugar.

Al igual que el foso, las paredes brillaban expidiendo un olor a hierro y a azufre, al mirar con detalle, confirmó lo que supuso de las joyas, eran un truco.

Se irguió y comenzó a caminar hacía el fondo de la gruta, con cada paso el aire se hacía denso, Adrian detuvo el andar, tiene sed y hambre, recién se da cuenta que sigue vestido como en el universo anterior. Estaba solo, sin tener idea de donde, y tampoco cual prueba enfrentaría en este mundo, de pronto, una risa se escuchó al fondo de la oquedad haciendo que avanzara con sigilo, en un claro se encuentra un niño jugando en una piscina natural formada por el agua que emana de una roca, fue cuando notó la voz de una mujer.

Al llegar al claro, casi grita de la alegría, era Kyle que al oír los pasos de Adrian volteó para observarlo entre curioso y asustado.

—¿Quién eres? —la voz del pequeño era igual a la de su hijo, Osorio le sonrió acercándose a aquel que ya se dirigía a su encuentro.

—Un visitante, alguien que está perdido en este lugar.

—¿Estás aquí para llevarme a casa?

Adrian negó con la cabeza, un dolor cruzó su pecho al escuchar la pregunta, y le recordó que él no era su hijo.

—¿Qué es este sitio? —inquirió el adulto conteniendo el deseo de abrazar a la copia de Kyle.

El niño lo observó sin saber qué responder, luego de unos segundos levantó los hombros, y regresó al agua para continuar con el juego, había perdido el interés por el extraño. Con un suspiro, Adrian se dirigió a la poceta, comenzó a hablar de lo que vio fuera de la cueva, del camino de verde y rojo, "Kyle" se detuvo por un instante y lo miró.

—¿Tocaste la pared? —el mayor negó diciendo que el olor era insoportable. Kyle asintió—. Es veneno de basilisco, los magos la colocaron para que nadie llegara a este lugar, dicen que así me protegen de la bestia.

¿Los magos? Vaya que estaba jodido, lo que menos le gustaba, otra vez se hacía presente.

—¿Qué es la bestia?

La figura de una mujer emergiendo del agua se hizo presente, para Adrian tener a su familia de nuevo le produjo la mejor de las sensaciones. Allí estaba Malena sonriéndole mientras tomaba la mano de Kyle para darle la bienvenida.

—Gusto en conocerte héroe del tiempo, mi nombre es Lalakina, soy la guardiana del príncipe Qilar.

Adrian saludó presentándose con su rango militar, la mujer solicitó que los acompañara para explicarle lo que sucedía y el porqué de su presencia en ese sitio.

Sentados en una mesa de roca y atendidos por lo que parecían duendes o elfos, Osorio escuchó con atención el relato de Lalakina.

Según comprendió, el pueblo del que procedían fue muy próspero y mantenía riquezas que favorecían a los aldeanos y a la monarquía de forma abundante; sin embargo, un día la reina falleció y el rey se sumió en la tristeza absoluta encerrándose con su hijo en los aposentos de la mujer que era su más preciado tesoro. Esto lo aprovecharon los grandes señores que tomaron el poder para explotar a los ciudadanos y llenar sus arcas.

El rey fue visitado por uno de los consejeros, El Gran Hechicero, para hablar de lo que sucedía, el soberano pareció despertar de la depresión, no recordaba nada después de la muerte de su esposa, el bebé que sostuvo recién nacido en su mente ya era un adolescente, y encima de la cama estaba la mortaja que envolvía lo que debían ser los huesos de la reina, el hombre se sintió asqueado por su apariencia y culpable por la falta de voluntad que sumió al pueblo en la miseria.

—De eso han pasado cuatro años, el rey escondió al heredero en esta cueva antes de morir en batalla, y en forma de niño, ya que nadie lo conoció así. Los magos solicitaron la ayuda de las ninfas para cuidarlo hasta que llegase aquel que combatiría el terror de los cielos, a la gran bestia.

—¿Yo? —la mujer asintió diciéndole que su aparición fue determinada por las estrellas y la profecía de El Gran Hechicero—. Si es verdad, al menos debería saber a qué me enfrento, ya que por el momento lo único que tengo claro es que ni soy un héroe ni tengo idea de cómo asesinar a esa cosa, que, por cierto, aún no dices que es.

Lalakina le solicitó cenar para poder ir hasta donde le entregaría el arma con la cual lucharía, y las demás indicaciones, siempre y cuando aceptara su destino. De lo contrario, por el cargo que poseía y su deber de proteger al príncipe, lo echaría del lugar.

Kyle o Qilar, como se llamaba en ese mundo, le miró ansioso por saber la respuesta, siempre tuvo una voluntad de papel frente a su hijo, y aquí no fue la diferencia, aceptó recibiendo un abrazo por parte del príncipe que oyó como su guardiana le reprendía por la falta de modales.

Finalizada la comida, Adrian fue llevado a un sitio donde las estalactitas y estalagmitas de hielo rodeaban un frío lago, tuvo que desnudarse para sumergirse en las cristalinas aguas, creyó que se congelaría, pero sorprendentemente parecía que su piel se cubría de unas gruesas escamas que le permitieron aguantar la temperatura y su pecho pareció aumentar junto con su capacidad pulmonar.

Nadó hasta el fondo del lago hasta llegar a la tumba de quien supuso era la reina, destapó la cripta de cristal y retiró del cuello del cadáver el collar que la ninfa le dijo, observó el medallón, en este se encontraban dos dragones, siguió las instrucciones y se lo colocó en el cuello, su cuerpo se retorció y el poco aire que todavía retenía se escapó por el grito que emitió ante la sensación de cientos de agujas clavarse en la piel, como pudo lanzó los brazos hacía adelante para de pronto verse fuera del agua escupiendo hielo.

Una gruesa capa de piel fue colocada sobre sus hombros, al levantar la mirada Lalakina le sonreía, para indicarle que era tiempo de conocer a quien se enfrentaría, pronto la Bestia se haría presente.

No le engañó, el cielo se tiñó de rosa y el rugido de algo enorme se escuchó, Qilar le recomendó dejarse llenar por la fuerza del medallón, sus padres le protegerían, pronto por el agujero en la parte superior del lugar donde se encontraban, la figura de un gran dragón rojo que abrió amenazante sus fauces para lanzar una gran bola de fuego.

La ninfa junto a Qilar se cubrieron tras una de las rocas, Adrian cerró los ojos y sintió el abrazador fuego sobre su piel, el rugido y las garras rompiendo la entrada le obligaron a abrilos, en segundos comprendió el poder del que habló el niño, extendió las grandes alas que salían de su espalda para enfrentar a la bestia de igual a igual.

En el rosado cielo se vieron dos dragones, uno rojo temido como el destructor, y otro plateado que con la cola retenía al de mayor tamaño, ambos abrieron la boca para lanzar lo que consideraban su mejor arma, sostenido como estaba, La Bestia trató de liberarse enterrando en su captor las garras llenas de veneno, Adrian —más por instinto, que por otra cosa—, liberó una bocanada de frío aliento directo a la garganta del atacante, un nuevo rugido retumbó en el cielo que se oscureció por completo.

El estallido similar a cristales rompiéndose, La Bestia había muerto, y Adrian caía al vacío, desnudo y con su forma humana.

ÉPSILON

El agua fría contra su cara hizo que de inmediato tratara de abrir los ojos y apresuradamente buscar el oxígeno necesario para vivir.

Esperaba un golpe por la altura de la caída y que su cuerpo estuviese todo adolorido, pero no chorros que golpean partes específicas de su cuerpo.

Adrian pudo escuchar entre la desesperación de no ser ahogado, las risas de varios individuos, una voz se levantó sobre ellos haciendo que se detuvieran.

Sólo entonces pudo respirar.

Le lanzaron un trapo que olía bastante mal, ordenando que se secará y se vistiera, prefirió escurrir y colocar el uniforme que le pasaron sobre su cuerpo húmedo, no quería ninguna infección por ese pedazo de tela.

Las esposas fueron colocadas en sus manos y pies, obligándolo a caminar por la línea amarilla que le indicaron, un nuevo universo que le deparaba más tristezas que satisfacciones, una ironía, pasó de ser un héroe mítico a un delincuente.

Caminó por varios corredores en penumbra escuchando los golpes, lamentos y gritos de las personas que se hallaban detrás de las puertas.

Adrian mantuvo la cabeza un poco agachada para evitar el mal humor de los guardias, parecía que disfrutaban el sufrimiento de quienes ahí residen, y él era muy poco afecto a sentir dolor, así que prefirió actuar sumiso mientras entendía en donde se encontraba.

Una puerta se abrió y en medio de la sala había una mesa y dos sillas, una en frente de la otra. Fue sentado a la fuerza y le colocaron un collar que le mantenía fijó al espaldar del asiento, las manos sujetas a una cadena en el piso debajo de la mesa, impidiendo cualquier movimiento.

Una mujer ingresó al lugar por la puerta contraria a la que él lo hizo, era Malena, se veía tan hermosa, e incómoda.

—Amor ¿Cómo has estado?

—No me llames así Adrian, hace meses nos divorciamos —respondió con un tono que jamás le había escuchado—. Vine porque los médicos dijeron que has mejorado, y que pediste una revaloración para salir de aquí.

Osorio trató de asentir con la cabeza, el tirón le devolvió atrás, aparentando aún más el agarre.

—Ya estoy bien, el tratamiento me ayudó con el problema que presente.

—¿Estás bien? ¿Ya no crees que viajaste entre universos?

Adrian se dio cuenta que tomó el lugar de aquel que lo reemplazó por el tiempo que no estuvo en su mundo real.

No sabía a qué universo pertenecía el otro Adrian, pero esperaba que estuviera bien con su familia.

—El estrés del caso me enloqueció, tal vez debí parar a tiempo como me lo dijiste.

—Vaya, es bueno escucharte aceptar que tuve la razón —dijo con sorna Malena que colocó las manos en la mesa y respiro profundo para continuar hablando sin mirarlo a la cara—. Fue duro escuchar que tenías otra familia, que tu esposo era el hombre por el que casi mueres en más de una ocasión, y acusarme de secuestrar a Kyle y asesinarlo.

Adrian no sabía qué decir, estaba tratando de entender cada palabra y manipularla en su mente para conseguir su libertad.

—Cuando viste al niño vivo, enloqueciste, ¿Qué me asegura que no hagas lo mismo si sales de aquí?

—El hecho de que ya no eres mi esposa, si lo veo será con supervisión ¿O me equivoco?

Ella negó con la cabeza, se levantó despidiéndose, no quería estar más allí, antes de salir le dijo que firmaría la autorización, y el papel que aseguraba que lo tomaba bajo su custodia, pero le pedía no aparecer nunca más en su camino ni en el de Kyle, para ambos él estaba muerto.

Fue sacado del lugar sin cuidado y lanzado a la celda que debía ser su cuarto, unos minutos después todo se sumió en la oscuridad, se asomó por la rejilla dándose cuenta de que no podía ver más allá de los barrotes alrededor de su cara.

Una risita se escuchó en el corredor, aunque provenía de una celda, una a la que se unieron otras, comenzaron a entonar una canción de cuna que primero sonó como un lamento, trató de identificarla, el ritmo era similar al de una tonada de guerra, pero lo impactante era la letra, no podría definir si era una advertencia o una manera de contarle lo que había en las celdas

«¿Sabes por qué estoy a oscuras?

Para no ver tu cara

Para que no veas la mía

Cada dos celdas un conocido

Cada dos celdas tú mismo.

Abre la puerta cuando esté dormido

Cierra la llave del vecino

Ella ya viene, vino a sentenciar al enemigo.

Ella eligió al vecino

¿Adrian o el bandido

La canción se repitió hasta que una de las puertas fue golpeada, el grito hizo que Osorio se tapara los oídos, de pronto silencio, las cadenas arrastrándose en las piedras, la voz en la oscuridad de una mujer, de Malena, el asentimiento de un hombre, Orlando.

Un disparo, el grito de todos y los golpes en las puertas. De nuevo silencio y total oscuridad.

Adrian se resbaló por la puerta, no tenía ni idea que había en esa celda, el rasqueteo que venía de alguna de las paredes le obligó a pararse, algo pasó corriendo entre sus piernas, lo más seguro es que fuera una rata.

Procuró concentrarse y guiarse por otro sentido, el sonido o el olfato, no quería tocar nada.

De nuevo el rasqueteo, pero está vez sabía que alguien entró en su celda, podía sentir la pesada respiración y el arrastre de los pies a causa de los grilletes que no les quitaron, ya que él cargaba los suyos.

Unas manos temblorosas recorrieron su rostro, lo que fuera que estuviese ahí, no era humano, retrocedió siendo agarrado con firmeza, el sonido de unos dientes castañeando cerca de su oído le causaron escalofrío, pronto una llave con una cinta fue colocada en su mano.

—Matalos y sal de aquí.

La risa estalló en su cara para de nuevo oír la canción.

«Ella ya viene, vino a sentenciar al enemigo.

Ella eligió al vecino

¿Adrian o el bandido

Osorio no durmió, cuando abrieron la puerta de su celda estaba de pie en medio de esta, mirando hacia el techo, las luces de las linternas lo iluminaron y él sonrió, alzó las manos y se dispuso a dejarse llevar.

Media hora después estaba en la puerta de la prisión, limpio, bien vestido y sin esposas, lo único que le acompañaba era eso que mantenía oculto dentro de pantaloncillo, subió al auto donde aguardaban su exesposa y su mejor amigo, la mano de Orlando se deslizó con suavidad por la de Malena, un par de argollas iguales lucían en sus dedos anulares.

—¿A dónde vamos? —cuestionó distraído sin apartar la vista del camino.

—A casa, te quedarás unos días en el cobertizo, cuando tengas los papeles de tu nueva identidad, saldrás del país, igual, para todos estás muerto.

Adrian asintió, de pronto se vio tarareando la tonada que durante la noche escuchó hasta calar en su mente y en sus huesos, ese era su mundo, esa era su realidad.

Sacó la llave de su ropa interior y leyó lo escrito, esa era la salida.

El carro fue parqueado en el interior de la casa, no era bueno que lo vieran, se detuvo donde le dijeron, y avanzó cuando le ordenaron. Se encerró en la pequeña cabaña que no era más grande que su celda, tenía un baño y una nevera bien dotada.

Apagó las luces y se acostó, a las once de la noche abrió los ojos cuando la voz de aquel ser le indicó que era hora.

Caminó hasta la puerta trasera de la casa y la abrió con la llave maestra, fue a la biblioteca, leyó la cinta y tras encontrar la cajilla de seguridad tecleó la clave. Sacó el arma, una automática, la que usaba cuando estaba de servicio.

Subió las escaleras, fue directamente a la habitación del niño, se posó al lado de la cama de Kyle para destaparlo con delicadeza, un muñeco le dio la bienvenida, su hijo ya estaba muerto.

Entró a la alcoba principal, la pareja en la que fue su lecho matrimonial se amaba de manera lujuriosa, tanto que no se dieron cuenta de su presencia hasta que habló.

—Curioso cliché, la esposa y el mejor amigo, ¿Desde cuándo? —sus ojos transmitían miedo, uno que le satisfizo, era suficiente para la voz de su cabeza.

Alzó el arma y disparó, uno entre los ojos, dos en el corazón, tres en el brazo.

El médico observa como la pupila dilatada permanece inmóvil, Adrian Osorio regresa a su celda.

Esa noche la oscuridad cubre de nuevo la prisión, y en cada rincón se escucha el estribillo...

«¿Sabes por qué estoy a oscuras?

Para no ver tu cara

Para que no veas la mía

Cada dos celdas un conocido

Cada dos celdas tú mismo.

Cada dos celdas un Adrian

Cada dos celdas quien mueve su destino»

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