UWAN, La Hora del Diablo (Sanctus Liminaris)
CAPÍTULO 1: EL OSCURO VIAJE DE AZAMI
"Se considera que los Uwan no tienen cuerpo y viven en los hogares viejos o abandonados.
Su grito puede perforar las orejas de quien lo escuche. No existen físicamente y son solo sonidos que no representan un gran peligro físico."
Sawaki Sūshi
(佐脇嵩之, Japanase, *1707, †1772)
×*×
4 de Abril de 2021
Chiyoda
Tokio
Era el cuarto día calendario, como siempre de cada mes y por casi ocho años, en que los noticieros de Tokio interrumpían su programación para dar cuenta de un hecho que, usualmente, podría catalogarse como lo más hórrido e inquietante de las últimas décadas, más aún para aquel segmento de la sociedad que miraba su ocurrencia con cierto escepticismo e incredulidad.
La población de Chiyoda ( 千代田区 ), una región de Tokio con un poco más de 65.000 habitantes, había experimentado en menos de cuatro noches la pérdida de casi la totalidad de sus residentes, dejando como precedente una sensación ciudadana, como en otras regiones de la gran metrópoli, de absoluta vulnerabilidad ante aquello que zigzagueaba matices desconocidos.
Chiyoda, sin embargo, tendría que recuperar algo más que cordura y sueños tranquilizadores. En una exhaustiva investigación, peritos forenses hallaron e incautaron nueva evidencia esparcida sobre sus calles. Se trataba de rastros o caminos de lenguas y falanges ambidiestras (dedos pulgares de ambas manos), acomodadas y distribuidas como quien deja una huella hecha con migas de pan hasta el interior de los intransitados bosques de Chiyoda, o incluso dentro de alguno o que otro inmueble miasmático cultivado por la soledad y el miedo. Cada parte mutilada y pesquisada en estos hallazgos, era cuidadosamente recolectada y guardada al interior de pequeños contenedores portátiles los cuales preservaban su contenido a temperaturas que fluctuaban entre los -10°C a -50°C, para un posterior estudio y análisis.
—Fue el llanto de un bebé, ya se lo he dicho. En el entretecho de la casa —dijo la señora Hekima, madre de Azami, la cual fue entrevistada por un detective de la policía de Tokio que tomaba notas de los hechos y de los pocos residentes y testigos de Chiyoda.
—Lamento señora Hekima si mis preguntas son tan reiterativas o incómodas. Solo trato de ayudar —manifestó el joven detective que, tras abanicar su mirada por tercera vez al interior de la casa, se retiraba con la información recopilada haciendo una discreta reverencia en el marco de la puerta de salida.
—¡Azami! ¡Hija! ¡Ya puedes bajar! —exclamó la señora Hekima mientras apoyaba una de sus manos en el pasamanos de la escalera, y con la otra, el delantal de cocina.
Aquella tarde, y luego de un poco más de dos horas de interrogatorio, la familia de Azami tuvo que improvisar un rápido almuerzo para no perderse del viaje programado al Foso de Chidorifaguchi; un bello estanque de aguas color esmeralda, rodeado de cerezos en flor que, en tiempos del Edo, adornaban las cercanías del Palacio Imperial.
La pequeña Azami sabía que un viaje en bote no evitaría la ineludible noche. Su padre, el señor Akiyama, se había esforzado para que su familia olvidara en algo la fecha que los convocaba. El cuarto día del mes.
—Me encanta este lugar. Su tranquilidad y la paz que se cierne... ¿Azami? ¿Ocurre algo? No has dicho nada desde que llegamos —manifestó preocupada la señora Hekima, mientras observaba abstraida a su hija y al mismo tiempo tomaba el control de uno de los remos del bote junto al señor Akiyama.
—No pasa nada, mamá. Es solo que... No, todo está bien. Despreocúpate —respondió Azami asintiendo con la cabeza en señal de afirmación.
El viaje en bote parecía muy tranquilo, la familia de Azami junto a otros nueve botes, eran los únicos que ese día navegaban placenteramente sobre Chidorifaguchi, hasta que un grito ensordecedor, proveniente de una de las pequeñas embarcaciones, quebró todo asiduo de calma.
—¿papá, qué está ocurriendo? —preguntó asustada la pequeña Azami, mientras su madre le abrazaba intentando calmar su temblor.
—Creo que me acercaré un poco a ver de qué trata. No sea que necesiten ayuda —dijo el señor Akiyama, mientras tomaba con firmeza los remos para ir en dirección a aquella embarcación menor.
—Por favor papá, no. No vayas. Siento que no es buena idea. Mejor vayamos a la orilla y pidamos ayuda. Tal vez necesiten algo más —expresó Azami, claramente nerviosa y muy asustada por lo que percibía dentro suyo.
Sin embargo, el señor Akiyama continuó remando a la vista de los demás botes que aguardaban expectantes la ocurrencia de este último.
Tras llegar al lugar, lo primero que pudieron observar, era que la embarcación se hallaba de costado y sin tripulantes. Orillada junto a un gigantesco árbol de cerezo que había deshojado sus pétalos sobre su superficie.
—Querido por favor ten cuidado. No sabemos lo que pudo haber ocurrido —manifestó preocupada la señora Hekima tras notar, sobre algunos árboles, ropa en mal estado, incluso en descomposición.
—Descuida querida. Solo me cercioraré de que no haya alguien herido —concluyó el papá de Azami, mientras se aferraba a uno de los remos como elemento de protección.
Fue después de aproximarse unos cuantos metros que, justo detrás de unos gigantes arbustos de pequeños frutos rojos, el señor Akiyama dejó caer sin fuerzas el remo que portaba, retrocediendo bruscamente, obligándolo a caer sentado y con la vista fija en lo que había encontrado detrás de los altos pastizales. Su hallazgo, fue sencillamente indigesto y perturbador. Algo de lo cual no estaba preparado ni mucho menos para que su familia se diera por enterado de aquel hórrido descubrimiento. El señor Akiyama, no podía distinguir la grotesca masa de huesos y carne fusionada que se arrastraba y pedía ayuda. Habían alrededor de seis rostros que emergían de aquello; dos correspondían a adultos y los otros a niños de diferentes edades.
—¡Ayúdenos! ¡Ayúdenos, por piedad! —gritaban al unísono las seis voces, estirando sus cuellos y abriendo sus quijadas con una proporción grotesca y demencial.
—¡papá, sal de allí cuanto antes. Vámonos de aquí! —gritaba la pequeña Azami mientras su madre hacía lo mismo tras oír las voces.
El horror era extremo. No había cordura y firmeza en las piernas que lograran sostener semejante visión. Fue entonces cuando el papá de Azami se arrastró hasta el bote y subiendo con dificultad, tomó el remo que portaba y junto a su familia emprendieron el regreso hasta la otra orilla del gran foso mientras oían a distancia los gritos y lamentos de aquello que se movía tras los pastizales.
CAPÍTULO 2: UN GRITO BAJO LA NOCHE
—Papá... ya es hora...
23:45
Tokyo Skytree (東京 スカイ ツリ)
Sumida, Tokio
—... Y en noticias nacionales. La pequeña localidad de Chiyoda, hoy por hoy se ha convertido en la nueva versión de lo que ya se ha popularizado como la "Hora del Diablo". Ésto, luego de que la policía hallara nuevos restos humanos en sus calles y circuitos aledaños, en el cuarto día de lo que va de investigación.
—La policía cree que se trata de una banda opositora al actual ministro Shinzō Abe (安倍 晋三), la cual tendría nexos terroristas con grupos islámicos o de ultra izquierda. La única información que se maneja con certeza, es que el modus operandi utilizado por este supuesto grupo terrorista, sería el mismo que años antes asoló otras regiones y localidades de Japón. Es por esta misma razón que las autoridades han hecho un llamado en respetar los toques de queda, instando a sus pobladores a no salir de sus casas al sonar de las sirenas, pues se espera que, pese al gran cordón de vigilancia que se mantiene actualmente en Tokio, y en especial, en la zona cero de Chiyoda, esta noche sea la más oscura y compleja de todas.
**
—Azami, ponte este abrigo y no salgas de la alacena. Ya sabes que hacer; nada de ruidos, controlar la respiración, tener...
—Si papá, ya lo sé: «Tener calma y no asustarse» . Quédate tranquilo. Ahora anda y ve con mamá. No pierdan más tiempo. Solo quedan algunos minutos para la media noche.
Mientras el reloj avanzaba, Azami y su familia, como el resto de los habitantes de Chiyoda, guardaban silencio en sus oscuros refugios a la espera de que el sonido de las sirenas anunciaran la inevitable media noche. Las calles y avenidas principales, como sus rincones y aledaños, no perpetuaban más que el simple vacío propiciado por el temor, a excepción de la policía que a esas horas se hallaba en guardia con sus armas y vehículos en los cuatro flancos de la zona cero.
***
00:00
—[Solo debo permanecer callada... Solo debo conservar la calma.] [Solo debo permanecer callada... Solo debo conservar la calma] —se repetía Azami, mentalmente, una y otra vez, al tiempo que se balanceaba, abrazando sus piernas, y cerraba lentamente sus ojos tras oír las sirenas hacer eco en su pecho y en el exterior.
Para cuando las sirenas cesaron, otra clase de temores comenzaron a envolver a la pequeña Azami, casi de manera instantánea, como al resto de los pobladores. El silencio, era un bien odiado y conocido por los residentes de Chiyoda. Ellos sabían que, lejos de otorgarles tranquilidad o sanidad mental, el silencio solo propiciaba oscuridad y desgracia. Fue entonces cuando oyeron el grito.
—Tranquila Azami, son solo perros aullando en la noche —se decía ella, mientras oía a lo lejos como aquel escalofriante y desgarrador grito, tan agudo como el de un bebé sufriente, aparecía de forma discontinua y reverberante por las solitarias calles.
Fue entonces cuando Azami, con los ojos apretados, y puestos sobre sus rodillas, escuchó como el ominoso grito se oyó al interior de su casa. Azami se hallaba paralizada y temblando. No dejaba de mover los dedos de sus pies, apretándolos, cada cierto tiempo, sobre la superficie de la alacena.
Todo, sin embargo, pareció no cobrar efecto, tras escuchar cómo "ese algo" movía las sillas del comedor y las vajillas, de forma errática y brusca.
Azami, no hallando en su ineludible temblor el refugio mental que necesitaba, levantó muy lentamente su cabeza, y abriendo sus ojos, acercándolos a una pequeña abertura que se encontraba en la puerta de su refugio, vio el horror incandescente, propio de quien experimenta algo súbito y escalofriante.
Se trataba de una sombra pequeña, inevitable para la cordura, que emergía de las madrigueras del miedo con grotescas y perturbadoras facciones irregulares, encumbrándose sobre las paredes y el cielo raso cual si fuera un cuadrúpedo caminando a intervalos de convulsionados saltos sobre el techo. Aquello que asemejaba a un recién nacido, se adhería a las superficies con la facilidad que esgrimen las arañas, y con el pacto venenoso de sus bulbosos vientres. Todo lo que Azami veía tras la pequeña mirilla de la alacena, no tenía nombre para el inenarrable terror que sentía dentro de su pequeño cuerpo. La criatura, luego de algunos minutos, y tras dejarse ver con la claridad de la luna, simplemente se posó sobre el cielo raso del pasillo principal, y estirando su cuerpo, abrió su vientre como una gigantesca boca, dejando salir sus vísceras enroscadas como si se tratase de una lengua extensa e independiente a su hórrida anatomía.
—¡Azami, tranquila! ¡Tranquila! ¡Tranquila! ¡Recuerda lo que dijo papá! ¡Cierra los ojos Azami y no mires! —se gritaba mentalmente, mientras alejaba con rapidez sus ojos de la pequeña ranura que había puesto al descubierto aquel horror más profundo e indescriptible.
Fue precisamente en aquella horrenda metamorfosis, que la criatura comenzó a avanzar sobre el techo a intervalos rápidos y lentos, y con el vientre abierto en forma de fauces, dio búsqueda a posibles moradores por medio de sus tentaculares vísceras.
Sus gritos de infante, eran cada vez más fuertes y perturbadores. Azami sentía que su muerte estaba próxima, o peor aún, la vida de sus padres. Pero qué podía hacer una niña ante semejante obra demencial y demoníaca.
Frente aquella reflexión, abruptamente, y sin aviso, todo el lugar quedó en silencio por un lapso cercano a los cuarenta minutos, tiempo suficiente que Azami aprovechó para calmar su exaltada respiración.
Pese al esfuerzo y ánimo depositado, su calma fue interrumpida nuevamente por un descontrolado y desgarrador grito, aunque esta vez fue mucho más reconocible para sus oídos.
—¡Azami...! ¡Corre hija, corre! —se oyó gritar a la señora Hekima desde el ala sur de la casa, ubicación contraria a la de Azami.
Tras varios segundos sin reaccionar, Azami volvió abrir sus ojos, y empujando con los pies las dos puertas de la alacena, brincó hasta el piso, dejando caer una de sus rodillas al suelo para luego estabilizarse y correr hasta la puerta de entrada. Una vez en la calle, todo permaneció en silencio, un oscuro y desgarrador silencio, tanto o más que solo propició el sonido de las botas y las luces de los carros policiales acercándose lentamente al lugar donde se encontraba ella. Azami sentía la pérdida de sus padres como algo inminente.
Fue en ese instante cuando lanzó un grito, un grito desgarrador que se oyó más allá de los límites de Chiyoda, donde solo habitaban unos cuantos, y donde la noche se descubría pequeña, en aquel nuevo rostro inocente empapado por el miedo y las lágrimas.
CAPÍTULO 3: ¡CORRAN!
Después de aquel alarido desgarrador salido de lo más profundo y visceral de la garganta de Azami, todo alrededor de Chiyoda volvió a permanecer en un incisivo y erizante silencio, aunque mucho más agresivo y aterrador.
Los soldados del primer escuadrón de Tokio, al percibir aquella extraña e inquietante atmósfera, se presentaron frente a Azami, intentando en primera instancia calmar sus frágiles expresiones para así conseguir de alguna manera respuestas en sus perturbados ojos oscuros.
Esa noche, los árboles del bosque se comportaron como nunca antes de manera inquietante e inusual, algo había al interior que propiciaba en las tropas el murmullo y sobresalto de sus corazones, en sus escondidos y blindados uniformes, como el eco de sus pulsaciones salidos de sus oídos haciendo eco dentro sus cascos. Azami solo lloraba de forma terrible y descontrolada, sumando desconcierto y temor en quienes ya aventuraban aquella jauría de horrores
—¡Señor, qué clase de ruido es ése que proviene del bosque! —exclamó un joven soldado, exaltado tras escuchar un número indeterminado de "cosas" arrastrándose, entre ramas y hojas secas, desde el interior del bosque donde comenzaban a escribirse aquellos cuentos que eran reales para los sentidos de Azami y el escalofrío en los jóvenes soldados. De pronto, un ruido semejante a ramas o palos quebrándose simultáneamente, como si fuesen golpeados de forma violenta, hizo comprender o peor aún, puso en el pensamiento susceptible de muchos soldados, la similitud de aquel sonido como el de muchos huesos, desplazándose sobre la tierra, a ligera velocidad.
—¡Rápido! ¡Lleven a la niña a la tienda de campaña, que la vea una enfermera! En tanto nosotros formaremos seis cuadrillas; dos rodeado la casa de la pequeña, y una ingresará conmigo al inmueble, el resto permanecera en los extremos de Chiyoda ante cualquier evento posterior que se genere a nuestro ingreso. Creo, señores, que llegó el momento de demostrar de qué estamos hechos. Llegó la hora de ir de cacería —manifestó el oficial Mayor a su tropa de soldados, pertenecientes al ejército de Ryoichi Oriki, jefe de la Fuerza Terrestre de Autodefensa de Japón 陸上自衛隊 (Rikujō Jieitai).
La luna repentinamente pareció pintar de rojo los cielos de Chiyoda. Azami, al ver ésto a tras luz de la tienda de campaña militar, sabía que su coloración solo podía deberse a lo que vivía oyendo desde hace mucho en boca de los pobladores y de su propia familia, La leyenda de los Uwan, o también llamada hora del diablo; espíritus sin forma, aparentemente inofensivos pero que, por alguna razón, ahora habian adoptado otras formas, conductas, y necesidades a costa de vidas humanas.
Mientras pensaba en ello, sentada en una camilla a la espera de ser revisada y chequeada por la enfermera que se hallaba al interior, Azami comenzó a notar un extraño comportamiento en la joven enfermera que revisaba, desde su asiento, unos documentos o archivos médicos los cuales rayaba con círculos en espiral de manera brusca y rápida, al tiempo que balbuceaba palabras ininteligibles. Azami, tras ver ésto, e intentando sacar sigilosamente la pequeña sonda de su brazo izquierdo la cual fue puesta por la enfermera una vez que ingresó, vio con horror como la joven de atuendo militar, comenzó repentinamente a convulsionar desde su asiento para luego desencajar y quebrar, literalmente su cuello, haciéndolo ver como si fuese una extensión independiente a su torso. Y así fue. Con escalofriante reacción, la cabeza de la enfermera se desprendió de su cuello, llevándose consigo su espina dorsal la cual asemejaba a un gigantesco cienpies, pero de un aspecto mucho más aterrador y electrizante.
Azami al notar que "aquella cosa" se deslizó por el respaldo de la silla en dirección a ella, sin pensarlo, arrancó de bruces la sonda que la ataba a la unidad de cuidados y corrió descalza fuera de la tienda, gritando por ayuda. No obstante, el infierno era aún mayor que al interior de la tienda.
Saliendo del bosque, un número indeterminado de partes mutiladas de seres humanos; como extremidades, órganos internos, como así también de seres animales en igual condición, comenzaron a arrastrarse como si tuvieran vida y conciencia propia. Era lo más perturbador y paralizante que Azami había visto, después de lo vivido en el interior de su casa, como también en la reciente tienda de campaña.
Cada "nuevo ser" con escalofriante autonomía, parecía saber dónde dirigirse y qué hacer. Fue entonces cuando Azami vio salir corriendo de su casa a su padre y a su madre, detrás del escuadrón principal, y escudados por un sin número de disparos efectuados por éstos, a ese algo que parecía moverse arbitraria y velozmente al interior de la casa. Pese a todo, Azami, como sus padres, y algunos soldados, vieron horrorizados, y sin poder hacer mucho, cómo desde una de las ventanas, una gruesa cuerda de carne intestinal envolvía las piernas de un soldado, levantándolo por los aires y arrastrandolo hasta al interior donde solo la imaginación podía dimensionar lo que aquella criatura le hacía por la dimensión de sus indescriptibles gritos de dolor y miedo. Fue a los pocos segundos de aquel cuadro dantesco, que el resto de la cuadrilla, como los padres de Azami, vieron las cosas que emergían detrás de los árboles como cuadrúpedos e insectos viscerales. El oficial Mayor, a través de su radio portátil, pidió -decretando código rojo-, que el resto de las cuadrillas se reunieran cuanto antes en el centro mismo de Chiyoda. Los soldados, al hacer eco con sus pasos y el metal de sus metrallas, no pudieron opacar el horror que se cernía dentro y en los alrededores del pueblo
—¡Pero qué clase de maldición es ésta! ¡Cómo es posible ésto! —exclamó un soldado que desde el momento de su ingreso no dejó de apuntar con su metralla a aquellas criaturas o mejor dichos, aquellas partes humanas y animales con vida propia, agresivo y demoníaca.
—¡Él está aquí! ¡Él está aquí! Debemos huir ahora o todos terminaremos convertidos en esas cosas —dijo Azami, mientras corría a abrazar a sus padres. Debemos irnos por el lado sur oriente, allí hay un camino despejado que nos conducirá a otro pueblo. Si nos quedamos más tiempo, Uwan vendrá a cobrar nuevas vidas —concluyó.
Dicho ésto, y sin cuestionar a la pequeña de ojos temblorosos, todos los soldados, a excepción de aquel cuyos gritos cesaron para luego ser reemplazados por una sonajera de huesos incesantes, marcharon en la dirección señalada sin saber mucho el destino que les aguardaba.
CAPÍTULO 4: EL NUEVO ROSTRO DEL MAL
Atrás quedaron las oscuras sombras de cuerpos mutilados y otras aberraciones, que gemian y se desplazaban con grotesca autonomía. La pequeña Azami, sabía perfectamente que permanecer un minuto más al interior de Chiyoda supondría una muerte brutal e inimaginable. Nadie estaba preparado para aceptar un sufrimiento y muerte de exponenciales características.
—No les parece que este camino es algo... silencioso e inusual. ¿No lo creen así? —dijo entre dientes el oficial Mayor, tras notar a medida que avanzaban cuesta abajo, que los árboles se curvaban de manera extraña hacia el sendero, en ambos bordes, como si fuesen dos manos cerrándose poco a poco.
Aquel camino señalado por Azami, sin duda se prestaba para múltiples interpretaciones. Parecía muy distinto a los otros y a los que habitualmente se conocían en los alrededores del pueblo. Incluso no guardaba relación con los accesos principales y secundarios que conformaban el libre tránsito a Chiyoda. El sendero, por si mismo, abanicaba un extraño mensaje sobre el viento que agitaba de manera intermitente la copa de los árboles.
—Azami, hija ¿No deberíamos haber salido ya de Chiyoda? ¿Y ese pueblo del que hablas, qué nombre tiene? —masculló la señora Hekima tras notar, luego de varios minutos a pie, que el camino en bajada parecía no mostrar señales del otro extremo, como si por cada paso que daban, más se adentraban en un profundo descenso.
—Pierda cuidado mamá. Estamos muy cerca. Una vez allí, ya no tendrá que volver a esconderse. Todo será conforme a como debe ser... Todos volverán a sonreír —pregonó Azami con una vaporosa e inquietante sonrisa. Inquietud que caló profundamente las miradas y el pecho de sus padres como la de algunos jóvenes soldados que iban cercanos a ella. El rostro de Azami, sin duda ya no era el mismo. Situación que se tornó aún más perturbadora cuando quienes la acompañaban de cerca notaron como el globo ocular de sus ojos cambiaba cada cierto tiempo pasando del blanco a un color negro absoluto e impenetrable. Dicha situación, tampoco pasó inadvertida en algunos miembros del escuadrón principal, sobre todo en la mente aguda y observante del oficial Mayor que ya advertía la probabilidad de un peligro inminente.
—¡Hey, miren! ¡Allá al fondo! ¡Son casas! —exclamó con ahínco un joven soldado tras cumplirse dos horas de camino.
Al llegar a dicho lugar, lo primero que notaron, y que produjo cierta confusión y temor, fue que efectivamente habían encontrado el pueblo mencionado por Azami, aunque no de la forma que esperaban. El pueblo se hallaba completamente abandonado, y por lo carcomidas de sus edificaciones, había transcurrido mucho tiempo. Sus casas, plazas y calles, reflejaban el triste paso del tiempo, su ruina y soledad.
Fue entonces cuando un nuevo horror se mostró en medio de la noche. Azami, de forma inexplicable e irracional, trepó como un cuadrúpedo con perturbadora agilidad hasta el tejado de una de las casas. Su mirada era oscura y carente de expresión.
Alejados y absortos de lo que presenciaban, Azami, de pie e inmóvil sobre el techo de aquella casa en ruinas, rompió el estado en el que estaba para extender sus brazos hacia los costados y proferir palabras ininteligibles o más bien en un idioma desconocido. Excepto por una frase:
«Yo soy UWAN»
Tras pronunciar estas palabras, repentinamente el pueblo que carecía de vida y que se sumía en el eterno silencio, comenzó a mostrar lo más escalofriante e imposible para la razón.
Miles de personas; famélicas y mutiladas, comenzaron a salir de las derruidas casas con fantasmagórica sincronía. Algunas no tenían brazos, piernas ni cabezas. También habían otras que caminaban con sus vientres abiertos. Todos ellos, eran víctimas de Uwan; el cual les robaba partes de sus cuerpos para crear sus demonios y atormentar a los seres humanos.
Esa noche, las metrallas y gritos no fueron suficientes para acallar el horror que comandaba Uwan. Fue una masacre indescriptible, sin precedentes e indigesta. Cada persona mutilada del pueblo tomó aquella parte que le faltaba de entre los soldados y de los padres de Azumi. El oficial Mayor fue el último en caer, y mientras lo hacía, antes de cerrar sus ojos, vio como el pequeño cuerpo de Azumi, aún de pie sobre el tejado, se transformaba en un ser alado, de color rojo y de grotescas proporciones, cuya sonrisa no correspondía al de una niña.
6 horas más tarde...
—Y en noticias nacionales. El día de ayer, como fue previsto y advertido por las autoridades, Japón nuevamente se tiñó de sangre y muerte. Esta vez, fue la localidad de Chiyoda, la cual ya había tenido días antes, el reporte sobre la desaparición de más de la mitad de sus pobladores. Sin embargo, eso cambió el día de ayer al constatar la policía la presunta muerte de todos sus habitantes, aunque, y escuche bien, por extraño que parezca, la policía de Tokio pudo encontrar a un solo sobreviviente.
—Se trata de una menor, la cual fue hallada milagrosamente dentro de la alacena de una de las casas. Al parecer se hallaba dormida cuando todo ocurrió. Su identidad permanecerá en reserva, a la espera de que la policía pueda recabar toda la información necesaria.
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