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Takayama (Stephanie Sarmiento)


 

I. Todo por Amor

Japón, Takayama, 20 de marzo de 2020

Los copos de nieve ya no caen silenciosamente en la fría tierra ni adornan las hojas de los árboles con su pura belleza, sus mantos blancos se derritieron, al igual que los congelados ríos. Las noches heladas ya no son acompañadas por tus cálidos besos y el frío de mis huesos se refugia en tus recuerdos, tus abrazos y tus caricias.

El invierno se marchó, pero dejó tu cuerpo descompuesto en tu habitación. Tu piel cadavérica que en un momento fue mía, tus ojos sin vida que un día me miraron por primera vez; tus labios fríos que me volvían loco y tus manos bañadas en sangre que me acariciaban con dulzura.

¡Vuelve, Akira!, ¡vuelve, por favor! Te necesito aquí y ahora, amada mía. Te buscaré, estés donde estés y nos volveremos a encontrar, mi amor.

La muerte no nos separará jamás.

-Hiroshi Takeda

[...]

La ciudad de Takayama estaba a pocos días de celebrar el Festival de Primavera, más conocido como Sannō Matsuri. Las carrozas de colores y sus magníficos bordados estaban listas para recorrer las calles, hombres y mujeres preparaban sus trajes tradicionales y la comida sería un gran festín para todos los habitantes. Hiroshi Takeda contaba los días para ver a su dulce amada que, hace unos meses, se suicidó. Murió sola, sin que alguien le pudiera llorar en esos días.

Akira Yukimura se cortó las venas. Su cadáver fue encontrado días después por el mismo Hiroshi, que al ver a su amada ser carcomida por las larvas que se desplazaban dentro de su boca hasta sus ojos y nariz que sobresalían, le revolvió el estómago. Las moscas iban de un lado al otro, posándose en su pálida piel y sus heridas abiertas.
Hiroshi abrazó con fuerzas al amor de su vida, pese a que su olor nauseabundo y desagradable aspecto le harían vomitar en cualquier momento, sin embargo, aún seguía siendo la chica que amaba con locura.

Mientras la abrazaba, lloraba, con sollozos altos y estridentes, y al mismo tiempo gritaba con desesperación. Los insectos eran los únicos testigos de uno de los peores sentimientos del ser humano, la tristeza de un corazón roto.

Hiroshi sacudió ligeramente la cabeza para salir de esos espantosos recuerdos. Se vistió con su judogi, pensando que ese uniforme de judo, que usaba en sus entrenamientos, sería especial para esa ocasión, y salió de su casa para encontrarse con sus amigos cerca del Santuario Hida-sannogu Hie Shrine.

Al llegar ahí, las calles rebosaban de actividad. La música era acompañada por los desfiles, las marionetas bailaban al ritmo de las flautas y tambores, había espectáculos de fuego y todo ese día era de algarabía y alegría. Los olores y colores eran incontables y tanto entusiasmo le hacía sonreír inconscientemente. El bullicio le daba vida al festival, sin embargo, lo que se llevaba el protagonismo eran las carrozas yatai que, con sus colores rojizos y dorados, llamaban la atención de toda la multitud con su belleza. Asimismo, su decoración era acompañada con espléndidos ornamentos.

Entre la muchedumbre, Hiroshi encontró a sus amigos: Katsu, Haruko y Umi. Ellos se dieron cuenta que él se aproximaba y lo saludaron sacudiendo la mano.
Los cuatro eran mejores amigos desde la infancia y se conocían muy bien, inclusive, las manías de cada uno.

Haruko se aproximó a hablar primero, ella vestía un hermoso kimono rosado con flores del mismo color que estaba acompañado de un lazo rojo.

—Hola, Hiroshi. ¿Qué tal? Te ves muy lindo hoy —dijo dulcemente mientras sonreía.
—Gracias, Haruko. Tú también te ves muy linda hoy, ¿dónde compraste ese kimono?
—¡Bah! Déjense de cursilerías ustedes dos —Katsu los interrumpió como en casi todas las ocasiones desde que eran niños.
—No es mi culpa que Haruko no te haga caso —reía.
Katsu se sonrojó al instante y le agarró del cuello con su brazo mientas rascaba, con sus nudillos, los cabellos de Hiroshi.
—Eres un idiota —reía y luego hizo una pequeña pausa—. Cambiando de tema, ¿qué hiciste ayer, Hiroshi?

El joven Takeda pensó en lo que hizo el día anterior y era profano. Se vistió de prendas azules, encendió cien velas a su alrededor y molestó a las almas y demonios de sus cercanías con tal de traer a su musa devuelta. Para su sacrílega invocación, utilizó el diario de Akira y se hizo un corte en la palma de la mano, derramando gotas de sangre encima de la tapa de la libreta y en algunas hojas. Asimismo, manchó de sangre el espejo que tenía en frente, escribiendo el nombre de su amada.
Tenía que recitar palabras a la muerte y profanarla. Hiroshi carraspeó la garganta y dijo lo siguiente:

"¡Oh, muerte! Maldita seas, maldita es tu mano y maldita es tu presencia. Regresa lo que es mío y te prometo un río de sangre y sufrimiento. Malditas las almas que llevaste y benditos sean los demonios de tus alrededores. Maldito el frío que te acompaña y dolor que provocas. Regresa lo que es mío."

El muchacho estaba consciente que la muerte no le haría caso, pero sí los seres demoníacos. Para terminar, quemó la libreta y la vio arder y ardía como el infierno.
Las velas comenzaban a apagarse de una en una y Hiroshi sintió escalofríos al ver apagarse la última vela y en la penumbra de la oscuridad, una voz femenina le contestó pronunciando una sola palabra: "Shi"

Finalmente, Hiroshi decidió contestar.
No hice nada ayer, ¿por qué preguntas, Katsu? —respondió lo más sereno posible.
—Lo preguntaba por tu mano, ¿estás bien?
—Sí, estoy bien. Ayer me corté la mano cocinando.
—Deberías tener más cuidado —dijo Umi.
—Lo sé —sonrió.—Vayamos a algún puesto de comida, me muero de hambre.

Los cuatro amigos fueron a los puestos más cercanos, preguntando los precios de los alimentos y cuáles serían los más factibles para ellos. Después de almorzar, se fueron a bailar, se tomaron fotos y las subieron a sus redes sociales, cantaron y volvieron a comer hasta reventar.
La oscuridad del cielo y el brillo de las estrellas no opacaban la alegría del pueblo, puesto que el festival continuaba. A cada carroza se le agregó cien linternas que atribuían con su belleza, sin embargo, a la cuarta carroza se le empezaron a reventar las linternas sin ninguna explicación.

Luego los encargados fueron a examinar la carroza, pero uno de ellos cayó de espaldas al ver la vivacidad del fuego. La carroza ardía y ardía como el infierno. La multitud murmuraba.

A sus espaldas, escuchó una dulce voz que decía: "Hiroshi... Shi"
Al escucharla, sabía que era ella, el amor de su vida.

Y también sabía que se acercaba una fría noche, una fría noche que jamás olvidaría.


II. Una Situación Aterradora


La dulce voz de Akira resonaba en la cabeza de Hiroshi una y otra vez. La sensación de nerviosismo y alegría le hacía tener escalofríos por todo su ser. Aquello parecía una gran montaña rusa que, cuando subía a la cima, le palpitaba el corazón con mayor fuerza y velocidad. Cuando bajaba, todo su ser temblaba y su respiración se agitaba. Intentó mirarla con el rabillo del ojo, sin embargo, la curiosidad lo carcomía vivo, así que decidió girar la cabeza por completo.

Su hermosa amada de cabellos largos y negros le sonreía de forma encantadora. Ella se encontraba a un metro de distancia con los brazos abiertos, esperándolo a que pudiera abrazarla. Hiroshi caminaba a pasos lentos con los ojos llorosos, no obstante, un mareo repentino le hizo perder la claridad de la vista y a complicarle los pasos. Por otra parte, sentía un adormecimiento en el lado derecho del rostro.

Poco a poco, el ensordecedor bullicio del festival se fue apagando y fue reemplazado por un zumbido estridente. Antes de que pudiera abrazar a Akira, el joven Takeda perdió el equilibrio y cayó de golpe al suelo, desmayándose y sumergiéndose en la oscuridad de esa gélida noche.

[...]

Los rayos del sol comenzaron a tocar la piel de Hiroshi con su resplandor, sus ojos se abrían lentamente mientras comenzaba a despertarse. Le dolía el rostro y le hincaba la cabeza, se sobó las sienes y dio un bostezo. Se incorporó y empezó a observar toda la habitación blanca. Miraba la gran ventana a su izquierda y observaba el sol, que iluminaba toda la habitación. Luego, se miró las manos, la venda ya no se encontraba ahí y, para su sorpresa, la herida desapareció por completo, no había ningún rastro de esta. Prosiguió a mirar su alrededor, había algunas máquinas médicas y había otra cama a su derecha, pero nadie la ocupaba. Se encontraba en el hospital.

Escuchó el sonido de la puerta al abrirse y cruzó la mirada con la de una doctora. Tenía la típica bata blanca y algunos papeles en sus manos.

—Buenos días, ¿cómo amaneciste hoy? —dijo la amable señorita.
Hiroshi se rehusó a responder.
—¿Recuerdas lo que te pasó ayer? —sacó un lapicero del bolsillo de su bata y empezó a escribir en los papeles.
—No. No recuerdo mucho, no sé por qué estoy aquí.
Pero él sabía perfectamente por qué estaba ahí.
—Lo que sucedió fue que se produjo una insuficiencia de flujo sanguíneo en tu cerebro, lo cual causó un infarto en el hemisferio derecho de tu cerebro. Felizmente tus amigos actuaron a tiempo y llamaron a una ambulancia —hizo una pequeña pausa—. De la misma forma, esto puede ser ocasionado por la acumulación de estrés y preocupación excesiva que tienes, lo que puede ocasionar adormecimiento en una parte del rostro o extremidades, mareos, perdida de vista...

Hiroshi dejó de escucharla, tenía la mirada fija en las sábanas blancas que lo cubrían. Pensó en Akira y recordó pequeños fragmentos de la noche anterior cuando la vio. Su cabello se movía ligeramente por el frío viento y tenía los brazos abiertos, esperando que él pudiera abrazarla. La invocación que había realizado había funcionado o eso creía, aunque ello le haya costado días de ansiedad y desasosiego.

—¿Joven Takeda? —un leve susurro se hacía presente en los oídos de Hiroshi.
—¿Me está escuchando? —se escuchó la voz con mayor nitidez.
—Disculpe, doctora —respondió Hiroshi aún con la mirada perdida.
—Hace unas horas hablé con tus padres, están afuera. Les diré que pasen.

La doctora se retiró de la habitación y a los pocos segundos entraron sus padres. El muchacho debía quedarse un día más para que monitorearan su actividad cerebral, asimismo recibiría terapia para prevenir las secuelas del infarto. Por ello, las futuras citas médicas se harían con previa coordinación.
Conversó con sus padres por casi una hora, ellos le contaban lo que había ocurrido, aunque él recordaba casi todo a la perfección. A los pocos segundos, ingresó una enfermera en la habitación.

—¿Seguro que no recuerdas nada más, hijo? —preguntó su padre algo preocupado.
—No, papá. Solo recuerdo lo que te dije. Estaba con mis amigos, viendo como encendían las carrozas y luego me desmayé.
—No deberías estresarte tanto por los estudios, hijo. No queremos que te pase esto nuevamente, sabes que un infarto es muy peligroso —habló nuevamente papá.
—Eso haré. Si me disculpan, voy a los servicios —dirigió una sonrisa.
—¿Quieres que te lleve? —preguntó la linda enfermera.
—Estoy bien, gracias por preguntar.
—El baño se encuentra al final del pasillo, a la mano izquierda —dijo la enfermera—¿Seguro que no quieres que te lleve? —preguntó alzando un poco la voz, pero Hiroshi ya se había retirado del cuarto.

Caminó por el extenso pasillo y entró a los servicios higiénicos, no obstante, encontró a un trabajador de limpieza que trapeaba los pisos. El trabajador le comentó que algunos de los inodoros no funcionaban correctamente, así que los arreglaría y que debería ir al siguiente piso, en donde los baños sí funcionaban. Hiroshi le agradeció y salió en busca del elevador y lo encontró fácilmente a varios metros de distancia. El joven Takeda fue el único que ingresó en el ascensor, miró los botones y observó uno en particular, había un nivel cuatro en el hospital, algo insólito, ya que ese número se le asocia con la muerte. La incertidumbre de presionar el botón lo hacía estremecer, sin embargo, Hiroshi se armó de valor y presionó el botón para ir a ese piso. «El señor me dijo que en el siguiente piso funcionaban los baños» pensó.

Cuando las puertas se abrieron, el pasillo era más sombrío de lo normal. El muchacho salió con pasos lentos del elevador, mirando de un lado al otro. Al parecer, no había ni un alma en ese piso, literalmente. Todas las puertas de las habitaciones estaban cerradas y los números de cada una de ellas no se podían visualizar. Hiroshi apresuraba sus pasos, el silencio de todo ese piso era aterrador.

Finalmente, cuando llegó al baño, abrió la puerta cuidadosamente. La opaca luz que iluminaba los servicios parpadeaba múltiples veces. Se apuró en orinar y se lavó las manos rápidamente, no obstante, los caños de los lavabos comenzaron a abrirse de manera simultánea.
Hiroshi intentaba cerrarlos, pero volvían a abrirse, poco a poco los lavabos se inundaban de agua y algunos se rebosaban hasta llegar al suelo.
Los inodoros también desbordaban agua, el joven Takeda intentaba abrir la puerta, no obstante, no funcionaba. El baño se llenaba de agua a una velocidad impresionante, él intentaba cerrar los caños, pero su esfuerzo no tenía resultados. Pasaban los minutos y el agua le llegaba a la altura de las rodillas. Soltaba alaridos de desesperación, pidiendo ayuda a quien sea que lo oyera.

Sintió una presencia a sus espaldas y miró su reflejo en el espejo, sin embargo, solo pudo observar una pálida mano que se aferraba a uno de sus brazos. Hiroshi abrió los ojos, aquella fría mano lo hacía estremecer. Sentía un pavor indescriptible que no le permitía pronunciar palabra alguna ni que su cuerpo reaccionara, por lo que la cadavérica mano logró hundirlo en el agua.

El baño se transformó en una habitación circular con numerosos ladrillos, se había convertido en un pozo. Aquella presencia resultó ser una mujer de cabellos negros que no se podía distinguir su rostro, ya que sus cabellos y la suciedad del agua no permitían verla con claridad. La misteriosa mujer cerraba sus manos en torno a la garganta de Hiroshi que sentía como el agua llegaba a sus pulmones y le pedían oxígeno. Su tráquea se cerraba y su instinto de supervivencia al menos lo dejaba defenderse por unos cuantos segundos más hasta que él dejó de sentir las delgadas manos ahorcándolo. El muchacho no volvió a verla en esos momentos.

No le quedaba mucho oxígeno para poder nadar hasta la superficie, así que empezó a mirar por todos lados hasta que se dio cuenta que, en un lado del pozo, se podía visualizar una pequeña puerta bajo sus pies. Nadó hasta ahí, giró el pomo de la puerta y salió de esa terrible pesadilla.

Botó el agua que había tragado mientras tosía e intentaba respirar con desesperación. Finalmente, se encontraba en los servicios, no había ningún rastro del agua que había inundado en un principio esas paredes, no obstante, él seguía mojado. Tal fue el horror experimentado, que Hiroshi salió de allí lo más rápido que pudo, corrió hacia el ascensor, sus pisadas desnudas resonaban por todo el ambiente y observó nuevamente los botones, ya no se encontraba el nivel cuatro, presionó el botón para ir al nivel tres en donde se encontraba su habitación y antes que se cerraran las puertas del elevador, vio a Akira, con el cabello mojado al igual que su ropa, enseñándole sus muñecas cortadas que aún sangraban, le sonrió macabramente, enseñándole sus dientes amarillentos y sus labios resplandecientes de putrefacción y le dijo: "¿Preparado para morir?"

El elevador cerró sus puertas y Hiroshi se agarraba la cabeza, preguntándose miles de preguntas que aún no tenían respuesta. Cuando llegó a su piso, salió corriendo para encontrar su habitación que era el número 32 que estaba al lado de una sala de espera con máquinas dispensadoras. Al encontrar la puerta, miró el número y miró que era un 42 que significa "prepararse para morir", por el cual ningún hospital tiene ese número en una habitación. Cerró los ojos con fuerza y luego los abrió para ver el número 32 de su habitación. Respiró profundamente e ingresó a la habitación.

—¿Todo bien, hijo? —preguntó mamá.

Hiroshi se rehusó a contestar, se fijó en sus prendas y estaban completamente secas. La situación que pasó fue muy extraña. Después que sus padres se retiraran, llegaron sus amigos para animarlo un poco, Hiroshi fingía estar bien y lo hacía muy bien.

Hiroshi Takeda no pudo conciliar el sueño durante toda esa noche. Estaba tan aterrado por lo ocurrido que la sensación de intranquilidad y paranoia no lo dejaron en paz en la oscuridad de su habitación.
Lo único que quería es que llegara el amanecer, ya que, si dormía, estaba casi seguro que Akira lo mataría. Su fría presencia se sentía en esas cuatro paredes.

Los ojos del joven se hacían cada vez más pesados, sin embargo, no podía quedarse dormido, así que se refugió en la preciosidad de la brillante luna y las estrellas con la esperanza de seguir viviendo o al menos por esa terrorífica noche.


III. La Verdadera Identidad


Pasaban los días y Hiroshi Takeda se iba recuperando poco a poco del infarto cerebral. Los doctores le dijeron que en un mes estaría recuperado casi en su totalidad gracias a las terapias y debido a su joven edad de veintitrés años.

Una tarde que el joven Takeda salía del hospital, su celular comenzó a vibrar y a emitir el sonido del tono de llamada. Hiroshi sacó el celular de su bolsillo, observó que era un número que no tenía agregado, pero de todas formas decidió contestar.

—¿Hola? ¿Quién habla? —preguntó seriamente.
—Hola, Hiroshi. Soy Katsu, este es mi nuevo número —respondió la voz.
—¿Qué tal Katsu? Cuál será el milagro de tu llamada —reía.
Se escuchó otra risa al otro lado de la línea.
—Pues se acerca el cumpleaños de Haruko y quiero hacerle una reunión sorpresa, quiero contar con tu ayuda.
—Obviamente te ayudaré, es nuestra amiga —dijo Hiroshi alegremente.
—¡Genial! Nos vemos a las seis en la cafetería Coffee Don.
—Está bien, llegaré temprano.
—Adiós, amigo —se despidió Katsu y luego cortó la llamada.

Hiroshi revisó la hora en su teléfono celular, faltaba una hora y media para encontrarse con Katsu en la cafetería, así que decidió caminar cerca de un parque hasta que llegara la hora de tomar el autobús.

[...]

Hiroshi llegó más temprano que su amigo, ya que la puntualidad era una virtud en él. El muchacho ingresó al lugar, miró la extensa barra de la cafetería acompañada de sillas blancas y los aperitivos que comían las personas y las bebidas calientes que tomaban. Hiroshi se sentó al fondo de la cafetería y esperó a su amigo.

Pasaron unos diez minutos aproximadamente y vio a Katsu ingresar al lugar mientras que él lo buscaba con la mirada, poco segundos después encontró a Hiroshi y lo saludó sacudiendo la mano ligeramente mientras se acercaba a él.

—Hola —saludó Katsu mientras se sentaba.
Hiroshi respondió al saludo con una sonrisa.
—¿Quieres pedir algo? Yo invito —preguntó su amigo mientras llamaba a una mesera.
—Gracias, Katsu.

Se acercó a la mesa una señorita que les ofreció la carta de la cafetería. Los amigos tardaron unos minutos en decidir qué comerían, pero finalmente pidieron dos cafés y un pie de limón y otro de manzana. Luego comenzaron a hablar sobre la reunión sorpresa de Haruko, ambos aportaron ideas para hacer una agradable sorpresa y pensaron en las personas más cercanas a su amiga que invitarían. Katsu pensaba en decorar la casa de su amiga con múltiples globos en su interior y llevarle un regalo que la emocionaría.

Pasaron pocos minutos y llegó el pedido, Hiroshi fue el primero en darle un mordisco a su dulce postre, por consiguiente, siguieron platicando un largo rato. Pasaron del tema de la fiesta al de los estudios, ambos amigos estudiaban arquitectura en la misma universidad. Siguieron platicando hasta que Katsu cambió rápidamente la sonrisa en su rostro por una expresión seria y una mirada triste y profunda.

—¿Qué pasa, Katsu? —preguntó Hiroshi al notar esa mirada apagada.
—Quiero hablar contigo, pero respóndeme con toda la sinceridad del mundo, ¿está bien? —Katsu tenía una expresión completamente seria.
—Me estás asustando —respondió Hiroshi.
—Es que te veo tan tranquilo últimamente que...
—Siempre he sido tranquilo —lo interrumpió—. Desde pequeño, siempre he sido el más introvertido del grupo, ya lo sabes, Katsu.
—Lo sé, pero no es normal que actúes como si nada hubiera pasado después de que Akira... Ya sabes —comentó apenado.
Hiroshi dio un sorbo al café y se rehusó a responder bajando la mirada.
—Lo siento, amigo, pero sabes que quiero ayudarte a superar este terrible situación.
Hiroshi tenía la mirada fija en su café.
—Hiroshi, escúchame, por favor. Solo han pasado cuatro meses desde que Akira se suicidó. Soy tu mejor amigo, pero siento que ya no me tienes confianza desde hace mucho —Katsu lo seguía mirando, esperando una respuesta.
—Ya son casi cinco meses —a Hiroshi se le hizo un nudo en la garganta.

Katsu alzó su brazo al frente para tocar el hombro de Hiroshi, acción que le permitía saber que tenía todo su apoyo. El joven Takeda cerraba los ojos fuertemente mientras que las lágrimas recorrían sus mejillas. Katsu Nakada presentía que algo no andaba bien desde hace mucho, ya que Hiroshi radiaba de felicidad en el Sannō Matsuri y parecía que la muerte de Akira no le estaba afectando en lo absoluto o eso era lo que demostraba ante sus amigos y familiares.

Nadie sabe lo que pasa en la cabeza de Hiroshi, él es una persona demasiado reservada con sus problemas y sentimientos, pero Katsu presentía que había una razón del suicidio de Akira que, inclusive, el mismo Hiroshi sabía, pero no era capaz de decirlo porque la tristeza que sentía era tan inmensa que no le permitía hablar o porque simplemente ocultaba algo. Algo que no quería que nadie se enterara.

—Tranquilo, todo estará bien. ¿Quieres que te acompañe a casa, Hiroshi? —preguntó Katsu.
Hiroshi se limpiaba las lágrimas con su antebrazo.
—Podemos hablar de esto otro día... Cuando estés listo —dijo su amigo.
—No la quiero dejar ir, Katsu... Ella era el amor de mi vida —Hiroshi respondió con la voz entrecortada.
—Sé que se siente perder a un ser querido —respondió Katsu.
—Ella no debió suicidarse...
Katsu solo lo miraba con una mirada apenada.
—¡Ni siquiera dejó una carta! Ni una maldita carta —Hiroshi comenzó a sollozar y las pocas personas que quedaban en la cafetería empezaron a mirarlo.
—Vámonos, Hiroshi. Te acompaño a casa.

Katsu llamó a la mesera y pagó lo que habían comido. Ambos hicieron una reverencia de agradecimiento y se retiraron del lugar. Los jóvenes tomaron el mismo taxi, primero dejarían a Hiroshi en su casa y luego a Katsu que su hogar quedaba a unas cuadras de allí. Hiroshi no pronunció palabra alguna en todo el recorrido y cuando llegó a su casa, solo salieron de su boca palabras de agradecimiento por el apoyo de Katsu y por haberlo acompañado. El joven Takeda sacó de su bolsillo las llaves de su casa, giró la llave y entró a su hogar.

Se dirigió a su habitación para descansar, recostó su cuerpo en aquellas almohadas y sábanas blancas y dejó que la oscuridad de su habitación lo consumiera para que sus ojos se volvieran más pesados y así conciliar el sueño rápidamente.

En los profundos sueños del joven, vio a su abuelo que, hace varios años, había fallecido. El anciano estaba sentado bajo un árbol, mirando a su nieto e hizo un gesto con la mano para indicarle que se sentara con él en el césped.

—Te estaba esperando, Hiroshi —dijo su abuelo.
—¿Esperarme? —preguntó el joven mientras se sentaba.
—Para contarte sobre las historias que te gustaban oír —el anciano le dirigió una sonrisa.
—¿Historias? —volvió a preguntar.
—¡No me digas que lo has olvidado! Cuando eras un niño siempre te gustaba que te contara alguna historia sobre fantasmas en este mismo árbol.
—Ahora lo recuerdo —dijo el muchacho.
—¿Te acuerdas cuál era tu favorito? —preguntó el anciano.
—Sobre los Yūrei —respondió Hiroshi.
—¿Aún recuerdas que son?
—Son fantasmas femeninos que buscan venganza, ¿no?
—Exactamente. Los acompaña un sentimiento tan fuerte que no descansarán en paz hasta que su venganza esté completa —agregó el abuelo—. Pero hay algo más, Hiroshi —hizo una pausa—. Tienes que pagar por lo que hiciste.
—¿A qué te refieres, abuelo? —preguntó su nieto.
—Tú sabes muy bien a qué y a quién me refiero —dijo mirándolo a los ojos.
—¿Qué estás diciendo, abuelo?
—Tienes que pagar por lo que hiciste, Hiroshi. Lo siento mucho.

Hiroshi despertó de golpe, se incorporó y dio un suspiro. Estaba pensando en las palabras de su abuelo hasta que algunos ruidos lo sacaron de sus pensamientos. Escuchó detenidamente y volvió a escuchar esos ruidos y pudo deducir que estos eran arañazos que provenían del suelo. Hiroshi miró el piso de su alrededor, pero no encontró algo o alguien que los ocasionara, sin embargo, en un abrir y cerrar de ojos, Hiroshi sintió una presión en los pies de la cama.

El joven estaba aterrado, ya que vivía solo y tampoco tenía una mascota. La presión se fue expandiendo hasta los pies del muchacho, pero él no lograba visualizar nada en aquella oscura habitación hasta que sintió una mano que agarró uno de sus pies y pudo observar a una mujer de cabellos negros y enmarañados.

Sus cabellos solo dejaban visualizar sus ojos llenos de odio y una parte de sus fríos labios. Su piel era blanca al igual que su vestimenta.

Ella se arrastraba hacia Hiroshi, agarrándose de las sábanas y se retorcía de una manera extraña y a la vez perturbadora. El miedo de Hiroshi se transformó en el sudor que recorría toda su frente.

La mujer estaba cara a cara con él, sentía su aliento que olía a tierra mojada y a podrido. Ella le dijo: "¿Me extrañaste, cariño?". Y le dirigió una macabra sonrisa que era acompañada de larvas que recorrían sus dientes y labios y que caían en las sábanas de Hiroshi. Aquellos insectos se retorcían al igual que ella. Hiroshi quería vomitar.

Intentó reaccionar y lo logró, prendió la lámpara que se encontraba al lado de su cama y salió despavorido de esta. Con la respiración agitada, volvió a mirar a su cama y ya no se encontraba. Retrocedió un poco y pisó algunos papeles que se encontraban en el suelo. Los recogió y los miró. Eran algunas cartas que Hiroshi había guardado, unas cartas que Akira le dedicaba, pero nunca ella se atrevió a dárselas.
Él las había recogido el mismo día que Akira se suicidó, el mismo día que encontró su cuerpo en plena descomposición.

Palpó con sus jóvenes yemas de sus dedos esos papeles con letras. Recordó los momentos felices cuando Akira aún seguía a su lado, recordó los lugares donde iba con ella, recordó la primera vez que la vio, recordó la primera vez que fue suya. El amor que sentía Hiroshi hacia Akira era indescriptible. Para el joven, su amada era esa canción que escuchó por primera vez y que nunca se sacará de la cabeza, era su musa que cada día dibujaba sonrisas en su rostro, era el calor que necesitaba, era la razón de su existir, era el amor de su vida. Sin ella, él perdería la cabeza, pero al parecer, él la había perdido hace mucho.

Hiroshi decidió leer la carta de su amada, una carta especialmente para él.

Japón, Takayama, 4 de diciembre de 2019

Estoy escribiendo esta carta porque quiero que sepan la verdad. Una verdad que he guardado hace varios meses. Una verdad que me carcome viva todos los días. Una verdad que, aunque quisiera decirla, no puedo, ya que acabaría con mi vida y por esa razón he decidido quitármela yo misma. Quiero que el que lea esto, sepa su verdadera identidad.

Hiroshi Takeda tiene el alma tan podrida que no merece la vida misma.

Y él es la razón, por la cual yo me he suicidado. Para escapar de ese monstruo.

-Akira Yukimura


IV. Venganza


Japón, Takayama, 4 de diciembre de 2019

Empezaré escribiendo que Hiroshi Takeda es el responsable de la muerte de mi abuela. Él le causó un daño irreversible en el cerebro al tirarla por las escaleras de mi casa. Cuando vi a mi abuela tirada en el suelo, pensé que él le había causado una muerte casi instantánea, pero eso solo la dejó en coma por un par de días y luego falleció.

El día que ocurrió eso, Hiroshi no esperaba que regresara tan temprano a casa, lo vi bajando de las escaleras muy apresurado y luego grité al ver a mi abuela en el suelo y antes que pudiera escapar, él me agarró del brazo, tirándome al suelo.

Me dio una cachetada muy fuerte y me dijo que no debía hablar de lo que había visto porque, si lo hacía, me mataría. Salimos de mi casa y nos dirigimos a la suya esa misma noche.

Estaba aterrada y el completamente alterado, me encerró en una habitación de su casa con las manos y pies atados, con una cinta en la boca y me dejó sin agua ni comida por un día completo para asegurarse que no diría nada.

Desde aquel día, Hiroshi ha controlado mis actividades sociales, aislándome de todas las personas que conocía y por ello, se quedaba el mayor tiempo posible en mi casa con la excusa que yo le pertenezco. Me ha manipulado constantemente, él controlaba todo lo que decía y hacía frente sus amigos, familiares e incluso, con la policía. Me agredía físicamente cuando él no estaba de acuerdo con alguna decisión que tomaba.

Hiroshi Takeda me arrebató la única familia que me quedaba. Él no soportó que yo decidiera terminar la relación porque ya no era sano para mí soportar su comportamiento y sus drásticos cambios de humor, pero cuatro días después, se desquitó con mi abuela.

Hiroshi desarrolló un amor enfermizo hacia mí y en estos últimos meses, han sido una tortura, intentando soportar sus golpes y sus humillantes insultos, es por eso que hoy me quitaré la vida, habiendo desenmascarado su verdadera identidad y para advertir a sus amigos y familiares.

Espero que la policía encuentre estas cartas lo más rápido posible y que puedan ayudar a que Hiroshi Takeda pague por lo que hizo.

-Akira Yukimura

El joven Takeda arrugó las cartas que había ocultado por tantos meses y, aun así, era la primera vez que las leía. Se dirigió hacia la cocina y encendió un cerillo, quemó las cartas y dejó que el fuego las consumiera en el lavabo de la cocina. Él se sentía agradecido por haber encontrado el cuerpo de su amada primero.

Cuando las hojas se convirtieron en cenizas, el ambiente de su alrededor se tornó frío y escuchó una voz femenina detrás de él.

—¿Qué hiciste? —preguntó la voz con un tono molesto.
Hiroshi giró la cabeza y vio a su amada con sus cabellos negros y su vestimenta blanca como de costumbre.
—¿Qué hiciste? —volvió a preguntar Akira.
—Eliminando las evidencias, mi amor, ¿no lo ves? —sonrió.
Akira solo lo miraba enfadada.
—Debiste esconder mejor las cartas, cariño —dijo Hiroshi.

Akira sentía tanto odio hacia Hiroshi que quería asesinarlo, pero ella no era así. Además, ya no pertenecía al mundo de los vivos.

—Hice todo por nosotros, amor mío. Te ibas a alejar de mí y yo no iba a permitirlo, sin ti yo no sería nada —dijo con lágrimas en los ojos mientras se acercaba lentamente hacia ella—. Te amo, Akira...
—Eso no es amor, Hiroshi —lo interrumpió—. Estás mal de la cabeza.
—Pero te necesito para respirar...

Cuando Hiroshi pronunció esas palabras, sintió un adormecimiento en el lado derecho del rostro y comenzaba a perder el equilibrio. Le estaba dando otro infarto en esos momentos.

Tal vez no habría justicia por lo que hizo el muchacho, pero Akira sabía que no podía alejarse de su lado porque los unía un lazo de sentimientos por parte de Hiroshi, era el amor enfermizo que sentía hacia ella. Eso hacía que Akira siguiera aferrada en el mundo terrenal, ya que aún él no la dejaba ir. Pero ella también sabía que si no se vengaba no descansaría en paz.

—Mi venganza será quedarme contigo por el resto de tu miserable vida, mi presencia te atormentará día y noche sin descansar, sentirás el peso de la muerte en tus hombros, el frío y el dolor que la acompañaba desde que abrirás tus ojos —hizo una pausa—. Veré el día que sueltes tu último aliento y estés enterrado bajo tierra y ese día podré descansar en paz —agregó.

Mientras se iba alejando de la casa del joven, en la ciudad de Takayama se veía su figura espectral recorrer las calles con sus largos cabellos negros que se movían ligeramente por el viento y su vestimenta tan blanca como la nieve.

Hiroshi Takeda cayó de golpe al suelo y antes que se desmayara y se sumergiera en la oscuridad de esa gélida noche, comprendió algo que había anhelado por tanto tiempo.

La muerte no los separaría jamás.

FIN.

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