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Hametsu (Kizuato Kōtei-sensei)


Etapa 1: Sono on'na wa ore no kanojodesu

Kuroshi guardó sus cuadernos y lapiceros en su mochila con toda la rapidez que sus escasas energías le permitían. Las clases de la mañana habían sido tan aburridas y agotadoras como lo eran todos los días, pero todo había empeorado luego de rendir un examen que lo había dejado molido. Finalmente logró meter todas sus cosas en el maletín y se levantó de la silla apresuradamente.

―Kuro ―dijo un chico alto de oscuro cabello corto, acercándose a él―. Vamos a ir al karaoke, ¿te apuntas?

―Hoy no puedo, Taro. Estoy ocupado...

―¡Vamos, Kuro-kun! ―rogó una pequeña chica, uniéndose a la conversación―. Debemos estar los cuatro juntos.

―Realmente no puedo, Tomo-chan.

―¿Qué te va a tener ocupado? ―preguntó a gritos un tercer chico, desde la puerta del salón―. ¿Vas a ir a cazar conejos?

Los pocos estudiantes que quedaban en el salón rieron, para molestia de Kuro. Aquella broma tan poco ingeniosa tenía como origen su nombre completo: Kuroshi Usagi. Su apellido estaba escrito de la misma forma que la palabra "conejo" por lo que cada vez que querían disgustarlo utilizaban algún tipo de relación con susodicho animal.

―No, Shibo-san, no voy cazar conejos ―espetó Kuro con el ceño fruncido―. Me toca ayudar con las plantas de la azotea.

Taro y Tomo emitieron silbidos de asombro y Shibo lanzó una carcajada. Su instituto se caracterizaba por la exagerada cantidad de plantas ornamentales que poseía en prácticamente todos lados. Algunos decían que habían estado allí desde antes del establecimiento de la institución, por lo que nadie tenía la autoridad de sacarlas. De cualquier forma, los profesores aprovechaban su existencia para organizar a los alumnos con relación a su cuidado. No era una tarea especialmente complicada, exceptuando por las de la azotea, que eran extrañas y necesitaban muchos más cuidados que las demás, por lo que nadie quería hacerse cargo de ellas.

Los amigos de Kuro le dieron su más sentido pésame por su condena y lo dejaron, afirmando que le comprarían algo para subir sus ánimos al día siguiente. Cuando finalmente se vio libre de más interrupciones, se apresuró a dirigirse a la azotea del edificio principal. No le tomó mucho tiempo subir las escaleras y abrir la puerta para ingresar a su destino. Allí encontró aquello que lo había tenido tan emocionado durante todo el día.

Hakuma Hametsu era una chica sumamente misteriosa. Sacaba muy buenas notas y destacaba en casi todos los cursos, además de que poseía una personalidad recatada y encantadora. Sin embargo, no había alguien en todo el instituto que pudiera considerarse su amigo o siquiera un conocido cercano. Nadie sabía donde vivía exactamente y siempre rechazaba cortésmente las invitaciones que chicos y chicas le hacían para salir a algún lado luego de las clases.

A Kuroshi aquella aura enigmática le fascinaba por completo. Veía a Hakuma como la digna protagonista de una novela de horror, y fantaseaba con los innumerables secretos que su tierna y distante personalidad guardaba. Había hablado con ella algunas veces en el pasado y la había encontrado agradable y simpática. Por eso había decidido que dejaría de limitarse a admirarla desde lejos y esa precisa tarde le declararía sus sentimientos con la esperanza de iniciar una relación con ella.

Kuro se quedó estático en el marco de la puerta de la azotea, observando azorado cómo el viento revolvía el largo cabello negro de Hakuma. Ella estaba observando un pequeño arbusto de flores rojas y no parecía haberse dado cuenta de la llegada del chico.

―Eh... Hametsu-san... Buenas tardes... ―saludó Kuro luego de varios segundos, intentando mostrar seguridad mientras se acercaba a ella―. Hace un buen clima, ¿no?

Hakuma volteó lentamente y lo observó con sus expresivos ojos oscuros. Llevaba en sus pálidas manos dos pares de flores rojas, las cuales parecían estar levemente marchitas. Kuro tragó saliva, considerando que su última frase había sido una estupidez ya que el fuerte viento hacía del clima cualquier cosa menos bueno.

―Tienes razón, Usagi-san ―respondió ella, sonriéndole para su sorpresa―. Me gustan los días con viento. Es útil para silenciar muchas cosas.

Kuro forzó una sonrisa, sin entender muy bien a qué se refería. Para seguir la conversación él mencionó que las plantas de la azotea le parecían muy bonitas y Hakuma estuvo de acuerdo, tras lo que se impuso un incómodo silencio. Ante ello, se dispusieron a trabajar por separado, regando y recortando las plantas que lo necesitaban.

Luego de un par de horas, cuando el anochecer se acercaba, finalmente pudieron dar por concluida su complicada tarea. Habían terminado antes de lo esperado, por lo que sólo les quedaba esperar a que el profesor designado se acercara a la azotea a dar el visto bueno y darles permiso para retirarse.

―Me pregunto de donde habrán sacado todas estas plantas ―dijo Kuro para romper el hielo, sentándose junto a Hakuma en una de las bancas del lugar―. No reconozco ni la mitad...

―Realmente son extrañas. ―La chica emitió una melódica risilla―. Pero las personas son mucho más raras.

Kuro suspiró, confirmando la razón por la que corrían tantos rumores y habladurías sobre Hakuma. Era irónico que ella considerara a las demás personas como raras, siendo ella misma una de las más peculiares. Pero a Kuro eso no le molestaba, más bien al contrario, aumentaba su fascinación.

―Hametsu-san... La verdad, yo... ―El chico carraspeó, infundiéndose valor para dar el paso decisivo―. Yo te quiero... decir que...

Ella lo miró, curiosa, lo que lo puso aun más nervioso. Pero no había vuelta atrás, estaba decidido a seguir hasta el final.

―Verás, Hametsu-san... ―continuó Kuro―. Desde que ingresamos al instituto, yo... te he observado y... ―Tragó saliva―. Digo, te he observado en el buen sentido... He admirado tu forma de ser... Tienes un aura especial... y yo...

Kuro se calló repentinamente, consciente de que su discurso se estaba enredando al igual que sus pensamientos. Bajó la mirada, creyendo que su fracaso era innegable. Hakuma se mantuvo observándolo durante unos segundos, hasta que sonrió abiertamente.

―Eres el primero que intenta hablar seriamente conmigo, Usagi-san. ―La chica suspiró y estiró las piernas―. Por alguna razón siento que la gente me evita.

Él la miró, confundido. Creía que era ella la que evitaba a los demás, por lo que la confusión lo hizo reír ligeramente. Hakuma lo imitó y sus risas en coro se fundieron con el ruido del viento.

―Hametsu-san ―dijo Kuro, sintiendo que su nerviosismo se había esfumado por completo―. Realmente me gustas mucho. Quiero conocerte mejor.

Ella dejó de reír, levemente sorprendida, pero luego volvió a esbozar otra de sus amplias sonrisas.

―¡Muchas gracias, me hace muy feliz escuchar eso! ―Hakuma juntó los dedos de sus manos―. Muy bien, seamos amigos.

Kuro enarcó las cejas con la boca abierta.

―Sí, bueno... En realidad yo me refería a... ―Suspiró―. No importa...

―Tranquilo, estoy bromeando ―afirmó ella con una risilla y se colocó un dedo en el mentón―. Podemos estar juntos, pero la verdad es que no tengo experiencia con las relaciones románticas.

―¡No te preocupes, yo tampoco sé nada del tema! ―aseveró él al instante, pero no estaba seguro si decir algo así era bueno o malo.

―¡Ya sé! Si vamos a ser novios necesitamos llamarnos de una forma especial.

Kuro, que estaba increíblemente emocionado por su inesperada victoria se demoró unos segundos en procesar lo que ella quería decir.

―¿Llamarnos cómo?

―Di mi nombre ―pidió la chica.

―¿Tu nombre? ―Él tragó saliva, a pesar de que no tenía problemas en llamar a otras chicas por sus nombres de pila―. Ha... Haku... ―Meneó la cabeza con pesar―. Lo siento, no puedo hacerlo, Hametsu-san.

―No hay problema ­―contestó ella haciendo un puchero―. Yo te llamaré... ¡Shi-kun!

Kuro se atragantó y comenzó a toser.

―Espera... ¿Shi?

―Tu nombre es Kuroshi, llamarte Kuro sería algo poco original ―explicó Hakuma con un gesto inocente en el rostro―. Por eso serás Shi. ¡Shi-kun!

―Pero...

―¡Shi-kun!

Kuro forzó una sonrisa al ver la alegría que rebosaba de la chica. No le agradaba nada que alguien lo llamara Shi, que podía leerse tanto como "cuatro" así como "muerte". Incluso prefería seguir siendo llamado "Usagi-san" e identificarse con un inofensivo conejo. Pero no podía hacer nada al respecto. Conseguir a Hakuma como novia bien valía el sacrificio de tener atada a la muerte a su nombre.

...

Los días subsecuentes a la exitosa declaración de Kuro fueron tan problemáticos como se los esperaba. Taro, Tomo y Shibo, sus amigos más cercanos, se percataron el mismo día siguiente que algo había cambiado en él. No les fue complicado descubrir que Kuro y Hakuma habían iniciado una relación cuando los vieron encontrarse al finalizar las clases para irse juntos. Dado que la chica nunca y sin excepción aceptaba salir con alguien tras la escuela, la conclusión fue más que evidente.

De cualquier forma, Hakuma se limitaba a ir con Kuro hasta la estación de trenes donde lo despedía. Él no sabía si ella tomaba algún otro tren o si iba caminando hasta su casa y no encontraba el momento oportuno de preguntárselo sin parecer un acosador. Al menos tuvo el coraje de intercambiar números de celular, por lo que se escribían mensajes durante la noche.

Transcurrió poco más de una semana con la misma rutina, hasta que Kuro se vio sorprendido de recibir un inusual mensaje de parte de su enamorada.

"Estoy frente a la escuela. Ven."

Aquello era realmente inaudito. No sólo porque la misteriosa Hakuma lo estaba invitando voluntariamente a encontrarse, sino porque eran más de las diez de la noche. Aun así, Kuro no estaba dispuesto a desperdiciar la oportunidad de profundizar su relación con ella, por lo que consiguió el permiso de sus padres de salir argumentando que había olvidado un libro importante en la escuela y era de vida o muerte recuperarlo.

Salió a toda prisa y tomó el tren a su destino. Al llegar a la escuela estaba agotado y apenas podía respirar pero se alegró mucho de ver a Hakuma saludándolo alegremente con la mano.

―Lamento hacerte venir hasta aquí a esta hora, Shi-kun.

―No importa, me alegra verte. ¿Sucede algo?

Hakuma sonrió.

―Quiero pedirte un favor. Vamos.

La chica comenzó a caminar y Kuro la siguió, confundido por lo enigmático de la situación. Hakuma llevaba encima un vestido azul de una sola pieza lo que le daba una apariencia infantil pero femenina. Kuro se mantuvo observándola, embobado, hasta que vio el prendedor con forma de conejo que ella llevaba sujetando su largo cabello negro.

―Me gustan los conejos ―dijo Hakuma repentinamente, tocando su prendedor―. Son lindos y esponjosos. Si los crías bien pueden ser muy obedientes. ¿Te gustan los conejos, Shi-kun?

―Los conejos... ―Kuro se rascó la barbilla, incapaz de saber si la chica estaba hablando en serio o si se trataba de una broma con relación a su apellido―. Deben de gustarme, ¿no? Seguro me consideran uno de ellos.

Hakuma soltó una risilla pero no respondió. Continuaron caminando en silencio hasta que se detuvieron frente a una casona de varios pisos con apariencia de haber estado abandonada por muchos años.

―¿Por qué estamos aquí, Hametsu-san? ―preguntó el chico, levemente preocupado.

―He escuchado que en alguna habitación de esta casa hay algo que me interesa, pero nunca me he atrevido a entrar. ―Hakuma juntó las manos y se acercó a Kuro―. ¿Me acompañarás?

Kuro se quedó estático, incapaz de pensar con claridad. Su instinto le decía que lo mejor era dar media vuelta y alejarse rápidamente de aquel sospechoso lugar, pero los suplicantes ojos oscuros de su novia le impedían encontrar la manera de negarse. Pudo pensar en un par de excusar, pero sabía que de cualquier forma quedaría como un cobarde.

―¿No es peligroso?

―No lo creo ―dijo ella despreocupadamente y se dirigió a la puerta de la casona.

Kuro maldijo por lo bajo y se dispuso a seguirla. Ingresaron a la edificación, la cual estaba hecha completamente de madera con un estilo que parecía occidental. El chico había visto casas similares antes, pero por lo general tenían uno o a lo mucho dos pisos. Esa, en cambio, debía tener más de tres pisos, lo que la convertía en una construcción inestable.

―¿Dónde está eso que buscas? ―preguntó Kuro, deseoso de salir de allí cuantos antes.

―En el cuarto piso. Vamos.

Subieron lentamente por unas destartaladas escaleras que encontraron en una esquina del recibidor. Varias aberturas y agujeros en las paredes y pisos de la casona dejaban ingresar la luz de la luna, por lo que el lugar estaba sorprendentemente bien iluminado. Se mantuvieron subiendo los escalones hasta que finalmente llegaron al cuarto piso, el cual se limitaba a un largo pasillo que finalizaba en una solitaria puerta, ante la cual se detuvieron.

―Abre la puerta, Shi-kun ―ordenó Hakuma con las manos entrelazadas tras la espalda.

Kuro estaba invadido por el nerviosismo y el temor, pero la voz de Hakuma tenía un peculiar tono hipnotizante que lo obligó a obedecer. Colocó una mano en el desgastado pomo de la puerta y lo giró, abriéndola con suma lentitud. La madera chirrió y se resquebrajó, dando paso a una horrorosa visión.

Había cuatro personas de rodillas, con los rostros cubiertos por bolsas de tela y todos los miembros inmovilizados por gruesas sogas. La luz lunar que ingresaba por una de las ventanas de la pequeña habitación se encontraba obstaculizada por unas roídas cortinas, por lo que apenas dejaba vislumbrar más detalles, pero fue suficiente para hacer retroceder a Kuro, mientras sentía que las nauseas lo invadían. Para empeorar el espeluznante espectáculo, un desagradable miasma agridulce y metálico emergió potentemente de la habitación. El chico continuó retrocediendo hasta que su novia lo detuvo de un brazo.

―Shi-kun, debes apuñalarlos ―dijo Hakuma, entregándole un grueso y afilado cuchillo que había sacado de un compartimiento de su vestido.

―¿Qué...? ¿Qué es esto...?

―Hazlo, Shi-kun.

Él no era capaz de cumplir tal orden. Creyó que todo era una simple pesadilla. Era imposible que realmente estuviera en el cuarto piso de una casa abandonada, con su enamorada pidiéndole que asesinara a unos desconocidos. Realmente él nunca hubiera hecho tal cosa, pero antes de darse cuenta estaba recibiendo mansamente el cuchillo que Hakuma le ofrecía. Intentó resistir con todas sus fuerzas, pero parecía haber perdido control de sus actos. Se acercó a las pobres víctimas atadas y las acuchilló en el vientre con rapidez. El miasma metálico aumentó su potencia mientras la sangre salía a chorros de los desahuciados, cubriendo el piso a su alrededor.

En el mismo instante en que la cuarta persona cayó desangrándose, Kuro recuperó el control y se alejó arrastrándose hasta chocar contra la pared de la habitación. Estaba aterrado y apenas podía respirar, mientras observaba con los ojos completamente abiertos las víctimas que había acuchillado. Se percató que aún llevaba la sangrienta arma homicida en su mano, por lo que la lanzó a un lado con desesperación.

―¡Genial, Shi-kun! ¡Magnífico, Shi-kun! ―exclamó Hakuma dando palmadas, tras lo que se acercó al cuchillo para recogerlo―. Ahora toca la parte difícil.

La chica se arrodilló frente a uno de los cadáveres y comenzó a cortar por encima de sus hombros. Kuro, en medio de su pasmada consternación, creyó que le estaba sacando la bolsa de tela de la cabeza, pero su horror se acrecentó al descubrir que realmente intentaba decapitarlo.

El traumatizante proceso duró más de una hora, durante la cual Kuro se mantuvo pegado a la pared, temblando incontrolablemente, mientras Hakuma forcejeaba con los cuerpos para conseguir arrancar sus cabezas. Cuando la chica finalmente terminó su afanosa y sádica tarea, se levantó, limpiándose el sudor y la sangre de la frente con la mano que sostenía el cuchillo.

―¿Por qué? ―preguntó Kuro con un hilillo de voz.

Hakuma no respondió y se dirigió a la ventana para apartar las cortinas que la cubrían. La luz lunar ingresó con violencia, revelando el contenido de la habitación: cabezas. De distintos tamaños, formas y rasgos. Algunas completas, otras irreconocibles. Algunas dentro de contenedores transparentes, otras clavadas a las paredes. Incluso había unas pocas calaveras alrededor de Kuro, que no había podido ver hasta el momento.

―¡Cuatro más para la colección! ―exclamó Hakuma y miró a Kuro―. No te preocupes, en realidad ya estaban muertos. Sólo quería... probarte, Shi-kun.

―¿Por qué? ¿Por qué? ―preguntó Kuro nuevamente, cada vez más fuerte, mientras la adrenalina lo invadía―. ¿Por qué?

―¡Porque tenía mis esperanzas puestas en ti! ―respondió la chica, acercándose rápidamente a él, cosa que volvió a amilanarlo―. Shi-kun, ¿no te pareció grandioso? La sensación de tener una vida entre tus manos. El poder de arrebatarla sin que nadie pueda impedírtelo...

―Yo no soy... un monstruo.

Hakuma sonrió amablemente.

―Lo sé. Eres mi conejo, Shi-kun.

Kuro meneó la cabeza y bajó la mirada, comprendiendo su situación. Hakuma tenía montado un museo de cabezas en el cuarto piso del edificio abandonado y lo había engañado para revelarle el secreto. No podía ni imaginarse de qué manera una chica de instituto de apariencia tierna e inocente había conseguido tantos trofeos, por lo que sólo le quedaban las explicaciones menos racionales. Pero, sin importar qué cosa era realmente Hakuma, ahora él era su cómplice. Sabía su secreto y eso ponía en peligro su vida y la de sus seres queridos.

Mientras Hakuma recogía las nuevas cabezas y probaba a colocarlas en diversos lugares para ver si quedaban bien, Kuro se mantuvo observándola fijamente, decidido a sobrevivir a cualquier costo. Al fin y al cabo, los conejos eran animales escurridizos y difíciles de cazar. Le seguiría el juego a la chica hasta descubrir la forma de escapar. Era una apuesta arriesgada, pero no le quedaban más opciones para evitar su ruina.

―Shi-kun ―dijo Hakuma repentinamente sin voltear a verlo―. ¿Te quedarás conmigo?

Kuro pasó una mano por su rostro y forzó una sonrisa.

―Por supuesto, Hametsu-san.

Hakuma volteó y sonrió, con lágrimas en los ojos. Kuro continuó sonriendo forzadamente hasta que perdió el conocimiento y se sumió en desquiciadas pesadillas repletas de cabezas de conejos negros, sangre y oscuridad.


Etapa 2: Shirohebi Matsuri

Kuro se frotó las sienes y lanzó un gran bostezo, intentando sostener el lápiz que llevaba en una de sus manos. Apenas había tomado apuntes de las clases del día, ya que su atención estaba centrada totalmente en impedir verse derrotado por el sueño.

―¿Qué haces, Kuro? ―preguntó Taro, arrastrando una silla para sentarse junto a él―. Las clases acabaron hace diez minutos.

―No te ves bien, Kuro-kun ―comentó Tomo, acercándose rápidamente―. ¿Pasaste una mala noche?

Kuro meneó la cabeza y forzó una sonrisa nerviosa. "Mala noche" era una forma muy poco expresiva para describir lo que le había sucedido. Descubrir que su aparentemente inocente y tierna novia era una psicópata imbuida de un aura sobrehumana era algo traumático. No recordaba bien qué había sucedido luego de descubrir aquello, ya que había recuperado la consciencia frente a su casa en plena madrugada, sin saber cómo demonios había logrado llegar hasta allí.

―Estoy bien ―afirmó Kuro secamente, frotándose los ojos― Aunque creo que volveré a casa cuanto antes.

―Ahora eres un conejo domesticado, ¿eh? ―comentó Shibo burlonamente desde un asiento cercano.

Kuro lo ignoró, mientras que Tomo y Taro intentaban convencerlo de que se quedara con ellos, pero el chico partió con rapidez y salió del salón. Le dolía la cabeza y le ardían los ojos, por lo que su único interés en aquel momento era poder descansar en la tranquilidad de su hogar.

―Shi-kun...

Kuro dio un respingo al encontrarse de cara con Hakuma, quien lo observaba con una enorme sonrisa plasmada en el rostro.

―Te estaba buscando, Shi-kun ―La sonrisa de la chica se agrandó aun más―. Quiero que me acompañes a un lugar interesante.

―Hametsu-san... ―musitó Kuro, tragando saliva―. ¿Es otra... casa abandonada?

―Es una sorpresa, Shi-kun. Vamos.

El rostro de Kuro se contrajo en una mueca de exasperación mezclada con temor, pero se limitó a asentir en silencio. De todas formas, sabía que no podía negarse de ninguna forma, por lo que, resignado, siguió mansamente a su novia a la salida del instituto.

...

Kuro y Hakuma descendieron del bus vacío en el cual habían viajado durante las últimas horas. El cielo estaba teñido de un profundo tono naranja que se hacía cada vez más oscuro, anunciando la inminente llegada de la noche. Se encontraban al lado de la carretera y, salvo los árboles que cubrían las montañas cercanas y los incesantes cantos de las cigarras, no parecía haber señales de vida a la redonda.

―No creo que haya sido buena idea venir hasta aquí, Hametsu-san ―comentó Kuro, nervioso―. Pronto anochecerá...

―Es mejor así ―contestó ella, enrumbando por un camino de tierra cercano―. Tenemos que llegar hasta la aldea.

Kuro chasqueó la lengua y comenzó a seguirla.

―¿Sabes lo difícil que fue convencer a mis padres luego de lo que pasó anoche? Suerte que mañana empieza el fin de semana...

―Si me hubieras dejado hablar con ellos no hubieras tenido tantos problemas ―indicó Hakuma, sin mirarlo.

Kuro no contestó y se pasó una mano por el cabello. Lo último que quería era que su desquiciada novia se relacionara con sus padres o con su hermana menor. Suspiró y acomodó la mochila que llevaba colgada al hombro. Había cogido unas cuantas pocas cosas esenciales y dinero para el viaje, pero le resultaba curioso que Hakuma no llevara más equipaje que un pequeño bolso-cartera colgado de su brazo.

―Hametsu-san, aún no comprendo por qué me has traído a este lugar. No parece haber nada.

―En el pueblo de Yamatanorochi van a festejar el Shirohebi Matsuri.

―¿Hemos venido sólo para ver un festival de un pueblo en medio de la nada? ―espetó Kuro, pero rápidamente se percató de lo peligroso que era tratar con rudeza a la chica―. Tal vez sea interesante...

―Pasaremos por Yamatanorochi ―dijo Hakuma y guiñó un ojo―. Pero nuestro destino está un poco más allá, en medio de las montañas.

Kuro suspiró una vez y volvió a suspirar en seguida, consciente de que no podría sacarle información más precisa a su novia. No entendía la importancia que podría tener ese festival, pero el hecho de que su nombre estuviera relacionado a las hebi le daba mala espina. Al fin y al cabo, cualquier conejo sensato le teme a las serpientes.

Luego de una considerable caminata llegaron al pueblo, cuando las primeras estrellas ya comenzaban a brillar en el oscuro cielo. El recorrido había sido tranquilo pero increíblemente tenso gracias a los constantes ruidos de las plantas y los animales salvajes. Para Kuro, distinguir las rústicas casas de madera del pueblo representó un inmenso alivio que no duró demasiado.

―Hametsu-san, ¿realmente no vamos a detenernos aquí? ―preguntó luego de pasar la plaza, donde muchas personas habían estado ocupadas dando los toques finales a su inminente festival.

Ella no respondió y continuó caminando. Llegaron al final del conjunto de casas, donde se abría un sinuoso camino que se perdía en medio de la penumbra del follaje. Kuro aminoró el paso, intimidado por el aura tenebrosa que emitía aquella vía, pero Hakumase se mantuvo avanzando con seguridad.

―¡Un momento, onii-san, onee-san! ―clamó un hombre, acercándose rápidamente a ellos para cerrarles el paso―. No pueden ir por aquí.

Kuro emitió un suspiro de alivio, y Hakuma sonrió amablemente.

―Queremos ir a la aldea de Benzaiten ―dijo la chica con su dulce voz―. He escuchado que allí celebran una versión especial del Shirohebi Matsuri.

―Es cierto, pero... ―El hombre acomodó el sombrero de paja que llevaba en la cabeza―. No es un bonito lugar, onee-san. Apenas hay gente, y no hay nada que ver salvo su templo...

―¡Eso es! ¡Quiero ver el templo! ―Hakuma se volteó hacia Kuro―. Tú también quieres verlo, ¿verdad, Shi-kun?

Kuro se encogió de hombros y se limitó a asentir con angustia.

―Es en serio, no vale la pena ir ―dijo el pueblerino―. Menos aún de noche...

Hakuma hizo un puchero y meneó la cabeza, tras lo que rodeó al hombre con agilidad y continuó por el tenebroso camino.

―¿Qué haces, onee-san? ―clamó el hombre, pero al ver que la chica lo ignoraba se dirigió a Kuro―. Onii-san, más te vale convencerla de regresar. Hagan lo que hagan, no entren al templo de Benzaiten, ¿escuchaste? ―El hombre se pasó ambas manos por el rostro y se alejó con dirección a la plaza―. ¡Ya están avisados!

Kuro chasqueó la lengua y, resignado, alcanzó a Hakuma. Ella no parecía atemorizada por los ocasionales chasquidos de la madera de los árboles que los rodeaban, o del extraño ulular de las aves nocturnas. Kuro, en cambio, era un manojo de nervios y se sobresaltaba ante cualquier detalle escabroso que creía distinguir entre el follaje. Afortunadamente la potente luz lunar les permitía guiarse por el descuidado camino que recorrían, por lo que no tenían mucho riesgo de perderse.

Finalmente el tétrico bosque se abrió para dar paso a una minúscula aldea embutida entre gigantescas montañas. Las pocas casas que la componían eran aun más rústicas que las de Yamatanorochi, aunque se encontraban en muy buen estado. No obstante, la edificación más vistosa era el inmenso templo blanco, negro y rojo que se erigía al final de la aldea, colindando con una ciclópea montaña cuya cima se perdía entre las nubes del cielo nocturno.

Kuro aspiró y sintió que el olor de la naturaleza parecía mezclarse con otros aromas peculiares, posiblemente plantas aromáticas o comidas exóticas. Hakuma no se detuvo a apreciar la humilde majestuosidad de la aldea y continuó caminando hasta ingresar a ella. Casi al instante varias personas vestidas con yukatas y kimonos tradicionales los rodearon, saludándolos con vehemencia.

Kuro, sorprendido por el inesperado recibimiento, no supo cómo actuar y se dejó guiar por los habitantes, al igual que Hakuma a quien parecía darle igual lo que sucedía. En unos instantes los habían llevado al interior de una de las casas más grandes y elegantes del lugar, donde los separaron sin explicación alguna.

Kuro quedó completamente solo en una amplia habitación con piso de tatami sin ningún adorno o mueble salvo una pequeña mesa y un par de almohadones. La estancia poseía una gran puerta corrediza abierta que daba al exterior, por lo que el chico se entretuvo observando la silueta de las montañas y los fastuosos fulgores que la luz de la luna generaba al reflejarse en el lejano follaje.

Muy a su pesar, no pudo evitar reflexionar sobre su situación general. Lo afligía pensar en cuál sería su futuro junto a Hakuma. No tenía ni idea de lo que su perversa y misteriosa novia pensaba, ni tampoco encontraba razón que explicara sus sádicas tendencias. Pero, sin lugar a dudas, ella era malvada y él, de una forma u otra, terminaría contagiándose de su maldad si seguía a su lado sin hacer algo al respecto.

En medio de sus ensoñaciones descubrió que un pequeño conejo negro paseaba despreocupadamente en el exterior. De vez en cuando se detenía para escarbar en la tierra, como si buscara alimento o algo por el estilo. Kuro sabía que los conejos acostumbraban salir durante el amanecer o el atardecer por lo que ver uno a aquellas horas de la noche era un hecho inaudito. El chico sonrió con pesar, considerando que, al igual que él mismo, aquel era un Conejo Insensato.

Repentinamente el conejo negro se detuvo y se paró en sus patas traseras, olisqueando el aire, tras lo que salió disparado hasta perderse en el bosque. Kuro se frotó la barbilla con confusión hasta que un leve silbido llamó su atención. Al bajar la mirada descubrió que una larga serpiente albina había escalado por la base de la casa para ingresar sigilosamente a la habitación.

Kuro, horrorizado, simplemente atinó a tomar uno de los almohadones para lanzarlo contra el reptil. El animal, asustado y ofendido, levantó su cabeza y abrió la boca, emitiendo un potente bufido antes de dar media vuelta y desaparecer en la penumbra. Kuro maldijo, aún atemorizado por el repentino suceso, pero consideró normal toparse con una serpiente en una aldea que iba a celebrar algo llamado Shirohebi Matsuri.

―¡Shi-kun! ―exclamó Hakuma súbitamente, abriendo la puerta corrediza de papel que daba al pasillo―. Lamento haberte hecho esperar.

Kuro volteó y al verla quedó enmudecido. La chica ya no llevaba encima el vestido con el que había llegado, sino que traía puesto un ligero yukata de color rosa pálido adornado con motivos florales. Parte de su largo cabello negro estaba recogido en un elegante moño sostenido por un kanzashi dorado, mientras que la otra parte caía elegantemente sobre su pecho.

―Me obligaron a bañarme y a ponerme esto ―explicó ella, ruborizándose―. Al menos pude conservar mi cartera y mi celular. ―La chica entornó la mirada―. ¿Se ve extraño?

Kuro negó con vehemencia, incapaz de emitir una sola palabra. Sin lugar a dudas, en ese momento Hakuma era la clara encarnación de la yamatonadeshiko. En pocas palabras, era el ideal absoluto de la mujer japonesa perfecta.

―¿Qué...? ¿Qué vamos a hacer ahora? ―preguntó Kuro, apartando la mirada para no seguir embobado.

―Tenemos que visitar el templo ―afirmó Hakuma, suspirando y acercándose a él―. Pero me preocupa el sentido del humor de las serpientes.

Ante aquella ilógica frase, Kuro se pasó una mano por el cabello, recordando fugazmente la advertencia que el hombre de Yamatanorochi les había dado. Pero no había nada que hacer; si Hakuma quería ir al templo, Kuro no tenía la intención ni la valentía de impedírselo. Además, incluso si resultaba ser un lugar peligroso, ¿qué podía sucederle teniendo a su sádica novia con él?

Así, salieron de la gran casa luego de que Hakuma se despidió por ambos, ya que a Kuro nadie le dirigía la palabra. Durante el rápido trayecto por la pequeña aldea, el chico se percató de que la población era completamente femenina. Ni siquiera había niños o ancianos, sino que todas eran mujeres relativamente jóvenes o adultas. Algo igual de extraño era el hecho de ver innumerables serpientes de diversos colores, tamaños y formas pululando entre las casas y caminos sin que la gente pusiera especial atención en ellas.

No tuvieron problemas en ingresar al gigantesco templo y pudieron reunirse con las cuatro sacerdotisas que regentaban el lugar en un amplio salón sin paredes del quinto piso, que era iluminado principalmente por la luz lunar. Ellas eran increíblemente pálidas y sus cabellos poseían un inusual tono plateado a pesar de su aparente juventud. Tuvieron una corta conversación con Hakuma sobre algunas tradiciones del pueblo, tras lo que volvieron a separarla de Kuro.

Al confundido muchacho le ordenaron descender por varias escaleras, hasta que llegó a una especie de minúsculo semisótano con apariencia de sala de espera. Kuro se sentó en una estructura de madera pegada a la pared y observó por una rejilla que quedaba al nivel del suelo del exterior. Mientras se preguntaba por qué demonios se prestaba para esas cosas tan extrañas, le pareció distinguir la silueta del Conejo Insensato que había visto antes. Sin embargo, había un pavoroso detalle: el pelaje negro del animal estaba manchado de un líquido escarlata, inconfundiblemente sangre, y se embarraba más y más mientras devoraba ávidamente el cadáver de una serpiente dos veces más grande que él.

Kuro se sobresaltó ya que no tenía ni idea de que los conejos pudieran tener tendencias carnívoras, pero no tuvo tiempo para reflexionar ya que una puerta cercana se abrió por sí misma, como si lo invitara a entrar. Así lo hizo para alejarse de la horrible escena, pero terminó en una oscura estancia que se vio envuelta por la absoluta penumbra luego de que la puerta se cerrara al instante.

El chico se apresuró a dar media vuelta, atemorizado por la oscuridad, pero se vio incapaz de hallar la salida. En eso, un silbido lo paralizó. El tétrico sonido fue seguido de otros tres similares y, al dirigir su enceguecida mirada al punto de origen, Kuro descubrió cuatro pares de brillos dorados que se bamboleaban entre las profundas sombras.

―¿Qué diablos sucede? ―musitó Kuro, temblando por el horror que lo invadía.

Como simple respuesta, seis de los ocho puntos dorados desaparecieron repentinamente. Kuro intentó huir corriendo, pero chocó contra algo que le impidió el paso. No era una pared ni un mueble, ya que su tacto se sintió más duro y cortante, mientras que tenía por lo menos la mitad de la altura del chico.

Escuchó un par de risas femeninas a lo lejos, al mismo tiempo que el ruido de algo arrastrándose por el piso lo hizo sobresaltar. Siguieron más sonidos similares, y de manera intermitente Kuro sentía que chocaba contra extraños y alargados objetos móviles.

En medio de su desesperación, Kuro creyó distinguir una rendija de débil luz a lo lejos. Sin mayores esperanzas corrió hacia aquella dirección, pasando por encima de los objetos con los que chocaba. Finalmente se lanzó contra la luz, derribando una puerta corrediza y cayendo en un pasillo iluminado. Se levantó al instante y continuó su desesperada huida.

Se encontraba en algo similar a un laberinto de pasillos, todos con katanas idénticas colgadas en sus paredes, por lo que no podía tomar nada como referencia para guiarse. Pero el sonido de algo arrastrándose y los constantes bufidos que escuchaba a su espalda le auguraban que la persecución continuaba. Se mantuvo en aquella tensa situación durante varios minutos hasta que cayó al suelo, completamente fatigado.

Le parecía sentir un fuerte olor a quemado, pero su atención estaba invadida por el miedo. Sin embargo, ya no oía el sonido característico de sus enigmáticos perseguidores, por lo que se dio el tiempo para recuperar el aliento. Cuando pudo respirar con normalidad se levantó adoloridamente y caminó por los pasillos hasta encontrar un par de grandes portones.

No obstante, antes de revisar que había tras ellos descubrió una enorme serpiente blanca tirada en el suelo de un pasadizo cercano. Sin lugar a dudas, el gigantesco animal estaba muerto y el único sospechoso de haberlo asesinado era el Conejo Insensato que se encontraba parado sobre su cuerpo, masticando con furia la carne debajo de las escamas.

El conejo se detuvo y se giró hacia Kuro, levantando sus patas delanteras a modo de saludo. El chico, sin poder decidir si la monstruosa serpiente o el ilógico conejo era el más aterrador, se dirigió a los portones con desesperación, consiguiendo salir al exterior del templo. Se alejó varios metros y, al voltear, se dio con la sorpresa de que la edificación estaba en llamas.

A lo lejos se escuchaban alaridos de angustia, y el ambiente estaba cargado por el olor a hollín. Kuro retrocedió, impresionado por el trágico espectáculo, hasta que tropezó con algo y cayó al piso. Vio, con horror, que cerca de él estaban amontonadas las grandes cabezas de tres serpientes blancas.

En medio de su estupor pudo ver cómo Hakuma salía del templo, cargando una cuarta cabeza de serpiente en una mano, mientras que la otra empuñaba una larga katana manchada de sangre.

―Me alegra verte, Shi-kun ―dijo al chica al acercarse―. Sabía que podía confiar en ti. ―Sonrió abiertamente observando la cabeza que sostenía―. Aunque me sorprende lo que hiciste con esta, tenía todos los órganos fuera.

―Yo no... ―Kuro sacudió la cabeza, consternado.

―Volvamos a Yamatanorochi para pasar lo que queda de la noche ―propuso Hakuma, recogiendo las otras tres cabezas de serpiente luego de lanzar la katana a un lado―. Esconderé estas cosas en el camino y en la mañana las recogeremos antes de regresar a la ciudad.

―¿Por qué? ―atinó a preguntar el aún muy asustado Kuro―. ¿Por qué coleccionas cabezas?

Hakuma lo observó en silencio por unos instantes y bajó la mirada.

―Porque... quiero encontrar a mi hermana.

Sin más la chica comenzó a caminar con dirección al bosque. Kuro, sin energías para pensar, se levantó con pesadez y decidió seguirla. Hakuma era cada vez más misteriosa, pero luego del terrorífico encuentro con las serpientes gigantes y la enigmática aparición del Conejo Insensato lo único que deseaba era poder relajarse. Al fin y al cabo, luego tendría tiempo para preocuparse.


Etapa 3: Neko to ningyō

Kuro y Hakuma regresaron a la ciudad en la mañana del día siguiente al altercado con las serpientes blancas de Benzaiten. Lo único que el desdichado chico quería en aquel momento era dormir todo el día y tal vez el siguiente también. Aún sentía el pavor impregnado a su piel tanto por saber que había estado cerca de convertirse en la cena de cuatro reptiles pálidos, así como por enterarse de la existencia del misterioso Conejo Insensato.

Sin embargo, para consternación suya, Hakuma le pidió amable pero autoritariamente que la acompañara a su casa. Kuro, incapaz de negarse, se limitó a aguantar la fatiga que lo invadía y aceptó la tétrica invitación. De esa forma, por segunda vez, se vio ante la casa abandonada donde la pesadilla había comenzado.

―Así que realmente vives en este lugar... ―murmuró, sin sorprenderse en lo más mínimo.

Cuando ingresaron, Kuro supuso que irían al cuarto piso para ver el aterrador museo de las cabezas cortadas, pero en lugar de eso Hakuma lo llevó hasta unas escaleras que descendían a las entrañas de la tierra. A diferencia del resto de la casa, que estaba iluminada por la luz solar que se filtraba por las rendijas y roturas del techo y las paredes, aquellos escalones se sumergían en la más profunda oscuridad.

Hakuma, quien aún vestía el yukata que había recibido en Benzaiten, utilizó la linterna de su celular para iluminar las escaleras y comenzó a descender. Kuro se vio tentado a dar media vuelta y huir, pero al final se resignó a seguir a su novia. Ella llevaba la mochila de Kuro colgada de un hombro, ya que la estaba utilizando como contenedor de las cuatro cabezas de serpiente que había conseguido. Aquellos macabros trofeos habían reducido su tamaño misteriosamente y no parecían sangrar en lo más mínimo, por lo que no habían tenido problemas para esconderlos de miradas indiscretas durante su viaje de regreso.

Llegaron al escalón final, el cual daba a un lóbrego y amplio sótano que no llegaba a ser iluminado completamente por el celular de Hakuma. Kuro arrugó la nariz, sintiendo un desagradable olor amargo y dulzón, lo que lo llevó a suponer que aquel lugar debía contener cadáveres en algún lado. Sospechar eso, junto a la profunda oscuridad, le generó un creciente nerviosismo que lo instaba a largarse cuanto antes.

―Muchas gracias por acompañarme, Shi-kun ―dijo Hakuma, extrayendo las cabezas de serpiente para devolverle la mochila a Kuro.

―Sí, bueno...

―Yo me encargaré de lo demás. Debes estar cansado, nos vemos luego.

Sin más que decir, la chica se sumergió en la penumbra, con su celular como única fuente de luz. Kuro, confundido por el anti climático desenlace, prendió su propio móvil y lo usó para regresar al primer piso, dispuesto a salir de allí sin perder más tiempo.

...

El día prosiguió sin mayores complicaciones, gracias a que Kuro pudo evadir astutamente las preguntas de sus padres y de su hermana menor aduciendo que estaba muy cansado. Sabía que no podía mantener en secreto su nefasta relación con Hakuma por mucho más tiempo, pero resultaba conveniente mantener al margen a su familia por el momento.

Despertó al atardecer, con el estómago rugiéndole por el hambre. Sin embargo, lo que realmente había interrumpido su pesado sueño había sido el constante pitido que emitía su celular. El chico, temiendo que se tratara de una llamada de Hakuma, se apresuró a contestar.

―Hola, Kuro ―dijo una voz masculina al otro lado de la línea.

―¿Qué...? ―Kuro se demoró unos instantes en despertar por completo―. Ah... Taro, que sorpresa.

―Llamé antes, pero no respondiste. ―La voz de su amigo se escuchaba inesperadamente seria―. ¿Podemos hablar en persona? Tengo algo que decirte.

Kuro lanzó un bostezo.

―No sé. La verdad, yo...

―Nos encontramos en el parque Kareta Hana en media hora ―afirmó Taro, sin dar tiempo a excusas―. Es importante.

La comunicación se cortó y Kuro chasqueó la lengua, molesto por el aire de misterio que su amigo había dado a la situación. Pensó en devolverle la llamada para asegurarle que no pensaba moverse de su casa, pero al final decidió seguirle el juego para ver qué quería. Salió de su cuarto y, tras tomar un aperitivo que calmó su hambre, partió con dirección al parque.

Cuando llegó a su destino, veinte minutos después, encontró a Taro ya esperándolo. Lo saludó amistosamente, pero la mirada de su amigo, marcada por unas profundas ojeras, no representaba una buena señal.

―¿Qué sucedió, Taro?

―¿Sabes que mi hermano mayor está en la policía, no? ―respondió el aludido, yendo directamente al grano―. Él me dijo... me contó que...

Taro apretó la mandíbula y Kuro meneó la cabeza, incapaz de comprender qué demonios ocurría.

―Anoche... ―continuó Taro, luego de aspirar profundamente―. Tomo-chan fue asesinada... ¡Maldición! ¡Destrozaron su cabeza y...!

El chico lanzó más maldiciones, mientras se tapaba la boca con un puño, incapaz de proseguir. Kuro, por su parte, había empalidecido, completamente anonadado.

―Aún no se hace público ―indicó Taro, luego de unos segundos―. Pero... Yo... he decidido hacer algo al respecto...

Kuro ya no lo escuchaba, centrado en procesar la información. Su mejor amiga, Tomo, había sido asesinada. El asesino había destrozado su cabeza. Incapaz de utilizar su raciocinio, Kuro concentró la total culpabilidad en la única persona capaz de matar que conocía: Hakuma.

―Esta noche iré... ―Taro continuaba hablando―. Estoy seguro que en el santuario podré salvarla...

Dispuesto a actuar cuanto antes, Kuro se alejó apresuradamente, ignorando las cosas que Taro le decía. Se dirigió a la estación de trenes y tomó uno que lo dejó cerca del instituto, desde donde pudo arribar a la casa de Hakuma en poco tiempo. Ingresó sin dudar y buscó a la chica por todo el lugar, pero no parecía estar ni siquiera en el museo de cabezas del cuarto piso. Finalmente, sólo le quedó revisar el oscuro sótano.

Ayudándose de la luz de su celular, descendió los escalones hasta alcanzar la base. El lugar seguía tan oscuro como lo recordaba, pero no se dejó amilanar y se adentró en la penumbra. Llegó hasta la pared del fondo y, tal como se lo esperaba, encontró a Hakuma, la cual lo observó muy sorprendida. La chica estaba manipulando las cabezas de serpiente a los pies de una peculiar armadura japonesa tradicional empotrada en la pared que emitía una extraña luminosidad.

―¡Tú! ―exclamó Kuro, acercándose rápidamente mientras guardaba su celular―. ¡Tú mataste a Tomo-chan!

―Yo no... ―musitó Hakuma, inesperadamente amedrentada―. Yo he estado aquí...

Kuro la ignoró y la tomó violentamente por los hombros, sin concretar qué pensaba hacer exactamente. Estaba imbuido de ira, y lo único en lo que podía pensar era en castigar a quien había acabado con la vida de su amiga. Al ver la mirada asustada de Hakuma, la furia de Kuro se embraveció, creyendo que se estaba haciendo la inocente.

―Detente, Kuroshi Usagi ―exclamó una potente voz repentinamente, haciendo eco en todo el amplio sótano―. Hakuma Hametsu nunca ha tomado una vida humana.

Kuro, impactado por la imprevista voz, soltó a Hakuma, observando a todos lados. Rápidamente se percató de aquello que había hablado: la armadura tradicional. El increíble conjunto se había desprendido de la pared, apoyándose en el piso con los brazos, mostrando que era mucho más grande lo que había parecido en un inicio. Su interior parecía estar compuesto de un material etéreo que se escapaba débilmente como un humo verdoso de las separaciones de la armadura y de los ojos de la máscara de oni que llevaba en donde debería estar el rostro del portador.

―¿Qué... eres? ―preguntó Kuro, olvidando momentáneamente su ira. Luego del enfrentamiento con las serpientes blancas había adquirido cierta resistencia a las sorpresas, por lo que sentía más curiosidad que temor.

―Me han llamado Kodai no Yami, soy el Guardián de esta localidad. ―La armadura se retorció ligeramente―. Sé por qué estás aquí, Kuroshi Usagi. Tu amiga, Tomoe Gisei murió durante la medianoche entre hoy y ayer. Tengo entendido que, en ese momento, Hakuma Hametsu y tú aún se encontraban en Yamatanorochi.

Kuro entrecerró los ojos, procesando la información. Tal como el extraño ente decía, Tomo había sido asesinada durante el viaje que había realizado con Hakuma.

―Es cierto... ―Kuro se pasó una mano por el cabello y miró a Hakuma―. Lo siento, pero creí...

―No hay problema ―respondió ella con una sonrisa triste, y se dirigió a la armadura―. ¿Fue el bakeneko prófugo, Kodai?

―Imposible. Los bakeneko actúan como custodios de lugares malditos o como sirvientes de ciertas deidades corruptas. El culpable es algo más peligroso.

Kuro carraspeó, sin poder comprender a lo que se referían.

―Lo siento, quería mostrártelo pronto pero no sabía cómo ibas a reaccionar ―le dijo Hakuma―. Kodai me ayuda como informante, así puedo saber dónde y cómo cazar a mis objetivos.

―Aunque desde que destruyeron mi santuario mis poderes se han visto mermados ―indicó la armadura, emitiendo un zumbido.

Kuro asintió en silencio, aún sin comprender muy bien lo que le decían. La intervención de Kodai había llamado su atención, especialmente al escucharlo mencionar la palabra "santuario". No le costó mucho rememorar que Taro había aludido algo relacionado al caso. Aquello, sin lugar a dudas, representaba muy malas noticias.

―Tengo nueva información ―pronunció la armadura repentinamente―. Hay una emisión especialmente poderosa de energía negativa cerca del instituto al cual asisten.

―Muy bien, intenta reconocerla cuanto antes ―dijo Hakuma, y se volteó hacia Kuro―. Shi-kun, vamos...

―¡Lo siento! ―exclamó el chico, alejándose con dirección a las escaleras―. ¡He recordado algo muy importante!

Kuro subió al primer piso y salió de la casa sin tomar un respiro. El anochecer estaba muy cerca, lo cual era mala señal. Si su memoria no le fallaba, Taro había dicho que iría a un santuario para intentar salvar a Tomo. Sólo había un lugar que podría servir para tal fin: el Ningyō no seiiki, también conocido como el Santuario de las Cuatro Muñecas.

Según se decía, las tétricas muñecas que allí se guardaban estaban intrínsecamente relacionadas a las deidades o a los demonios, según la versión de la leyenda. La gente les rezaba en busca de buena fortuna o para guiar a las almas de los difuntos. Sin embargo, también se relataba que aquellas muñecas tenían la capacidad de traer de vuelta a los muertos, si se les brindaba una vida humana a cambio. También tenían otros poderes más extravagantes, pero en ese momento lo único que preocupaba a Kuro era lo que Taro pensaba sacrificar para salvar a Tomo.

Luego de tomar un bus y andar a trote un considerable trayecto, consiguió llegar cerca de su destino. El santuario se encontraba en la cima de una pequeña montaña, por lo que Kuro se vio obligado a subir por la empinada escalera hasta que consiguió ingresar al terreno. Allí, frente al altar de los donativos, encontró a Taro, el cual parecía estar muy concentrado.

―Taro... ―pronunció Kuro, acercándose mientras recuperaba el aliento―. Por fin... te encuentro...

―¡Kuro! Creí que no ibas a venir.

―Sí, bueno... ―Kuro meneó la cabeza―. ¿Qué...? ¿Qué estás haciendo?

―Yo... estoy rezando por el alma de Tomo. ―El chico sonrió apenado―. Como sufrió una muerte tan atroz, pensé que tendría dificultades allá donde esté. Por eso estoy pidiendo por su salvación.

―Oh... Ya veo... Por un momento creí que tú...

Taro lo miró confundido, y Kuro meneó la cabeza con melancolía.

―No importa ­―aseguró Kuro―. Recemos juntos.

Así lo hicieron, y se mantuvieron en silencio durante unos minutos. Tras ello se sentaron en unas piedras cercanas y conversaron sobre las cosas divertidas que habían vivido junto a Tomo. Finalmente, Taro decidió volver a casa, mientras que Kuro prefirió quedarse un rato más en el santuario para aclarar sus ideas.

El chico, en medio del silencio y la soledad, consideró que le debía una disculpa sincera a Hakuma por haberla culpado sin pruebas. Además, si lo que Kodai no Yami había dicho era cierto, Hakuma no podía ser considerada una asesina, sino una especie de cazadora de monstruos o algo por el estilo. De cualquier forma, no ganaba nada quedándose por más tiempo en aquel lugar, por lo que decidió irse.

Antes de retirarse pasó por el altar de las donaciones, para darle una mirada a las muñecas que allí se guardaban. Estaban en cuatro pedestales, dentro de unas adornadas urnas transparentes que las guardaban de las inclemencias del clima de y de la suciedad. Al verlas un rato, Kuro se percató que, de manera incomprensible, la cuarta muñeca no estaba en su lugar respectivo. Nunca se había producido un robo en aquel santuario, además de que no creía que algún insensato pudiera atreverse a tomar algo con tanta carga mitológica encima.

Eso lo llevó a recordar lo que Kodai y Hakuma habían mencionado sobre la presencia oscura que rondaba cerca. Aquello, que también podría estar relacionado a la muerte de Tomo, angustió a Kuro quien tomó su celular para llamar a su novia. Mientras esperaba que conectara, se dirigió a la salida, pero se quedó estático al percatarse que algo estaba encima del torii que decoraba el inicio de las escaleras.

Era un gato gigantesco de pelo corto, teñido de un profundo color grisáceo que le recorría desde la punta de su hocico hasta el final de sus siete colas. El animal se sostenía del arco gracias a sus filosas garras y su mirada rabiosa estaba dirigida hacia Kuro, mientras siseaba sin parar.

El chico retrocedió amedrentado, y el bakeneko bajó del torii sin dejar de sisear, mientras acortaba la distancia con lentitud. Kuro, incapaz de idear alguna manera de escapar de tan nefasta situación, se resignó a encontrar su fin en manos de aquel monstruo. El felino, erizado, lanzó un bufido y saltó contra su infortunada víctima.

Sin embargo, a último momento desvió su acometida, y cayó a un lado, encogido en sí mismo. Kuro, aún muy asustado, percibió que una nueva presencia había aparecido: el Conejo Insensato. El oscuro roedor levantó un patas delanteras, y el gato gigante respondió con un manso maullido. Tras ello, el conejo se alejó rápidamente, mientras que el bakeneko se acercaba dócilmente a Kuro hasta detenerse frente a él dándole la espalda.

El chico, completamente confundido, recordó que debía buscar a Hakuma para informarle lo que había descubierto. Según lo que recordaba, ella debía de estar en el instituto, pero llegar hasta allí le tomaría un tiempo considerable. Por ello, al ver al sumiso gato de siete colas, creyó que, tal vez, podría usarlo como medio de transporte. Según sabia, los bakeneko eran increíblemente fuertes y ágiles, por lo que no tendría problemas en llevarlo, e incluso parecía estar invitándolo a subir.

Sin mucha seguridad, Kuro se sentó en la espalda del gato y se sostuvo del corto pelaje de su cabeza. Apenas lo sintió encima, la bestia maulló y de un gran salto descendió por la montaña, tras lo que comenzó a correr a toda velocidad, como si supiera exactamente a dónde ir. Kuro, con los ojos fuertemente cerrados, se concentró en no caer del animal, lo cual resultaba extremadamente complicado dado la velocidad a la que iban, hasta que finalmente el gato se detuvo luego de unos cuantos minutos.

Para sorpresa de Kuro se encontraban dentro del área del instituto, por lo que se apresuró a bajar de la espalda del bakeneko. El felino emitió un ronroneo y se sentó, como si esperara nuevas órdenes. Ver a un monstruo tan manso renovó el valor del chico, quien se puso en marcha rápidamente, seguido de su inesperado compañero.

Se adentraron al pabellón principal, mientras que Kuro intentaba llamar nuevamente a Hakuma. Todas las luces del lugar estaban apagadas, por lo que el chico sólo podía guiarse gracias a la iluminación que se colaba del exterior. Afortunadamente conocía el el lugar lo suficiente como para no perderse en su inmensidad.

Repentinamente, Kuro vio con el rabillo del ojo que algo se movía entre las sombras. No tuvo tiempo para reaccionar cuando una gigantesca masa negruzca emergió de la penumbra contra él. No obstante, antes de que lograra alcanzarlo, el bakeneko lanzó un rugido y embistió a la aterradora criatura, empujándola a un lado.

Kuro, entre asustado y confundido, decidió huir subiendo las escaleras, mientras que el gato contenía al monstruo. Sin embargo, en pocos segundos el bakeneko cayó derrotado, y la monstruosa entidad comenzó a perseguir a Kuro. Por suerte para él, logró evadir sus continuos ataques hasta que, finalmente, llegó a la azotea repleta de plantas del pabellón.

Apenas puso un pie dentro del lugar, la criatura logró alcanzarlo y lo lanzó al piso, inmovilizándolo por completo. El ser mantuvo su rostro, similar al de una muñeca de porcelana rota, cerca del de Kuro. El chico, aterrado, intentó liberarse, pero todos sus intentos fueron inútiles.

―Kuro... Kuro-kun ―pronunció la criatura con gran dificultad.

El chico la miró con pavor y sorpresa. Aquella voz era muy similar a la que Tomo había poseído en vida.

―Tomo-chan...

Súbitamente, la cabeza de la monstruosa muñeca se desprendió de su cuerpo y cayó a un lado de Kuro. Al instante, el resto de la criatura se desplomó de costado, permitiendo al chico levantarse con dificultad. Frente a él se encontraba Hakuma, quien llevaba unas grandes tijeras de jardinería en una de sus manos, posiblemente obtenidas de algún lado de aquella azotea-jardín.

―Me alegra verte a salvo, Shi-kun.

―Ella... ―dijo Kuro con pesadumbre―. Ella era Tomo-chan.

Hakuma iba a decir algo, pero repentinamente su rostro se endureció y dio media vuelta, dirigiendo su mirada a la entrada de la azotea. Tras unos instantes de silenciosa tensión, una persona emergió lentamente de entre las sombras. Era una joven chica, de apariencia increíblemente similar a la de Hakuma, pero con un extraño cabello color blanco nieve y con unas profundas ojeras alrededor de los ojos.

―¿Quién es? ―susurró Kuro.

―Mi hermana... ―respondió Hakuma con seriedad―. Megami Hametsu.

La recién llegada, al escuchar su nombre, deformó su rostro en una perversa sonrisa.

―Por fin nos encontramos, Aneue.


Etapa 4: Akuma no Megami

Hakuma tiró las tijeras de jardinería que sostenía, y extrajo un largo cuchillo de una funda oculta en uno de sus muslos por debajo de su vestido negro. Tensionó todo su cuerpo, con un profundo gesto de seriedad en el rostro. Megami, por su parte, mantenía sus labios curvados en una burlona sonrisa, sin mostrar la más mínima preocupación.

―¿Piensas atacarme, Aneue? ―dijo la extraña chica de cabello blanco, ladeando la cabeza―. Creí que estabas esperando alimentar lo suficiente al Guardián corrupto para...

Sin mediar palabra, Hakuma partió a toda velocidad empuñando el cuchillo con ambas manos. No obstante, antes de alcanzar a su hermana, una monstruosa criatura de largas orejas irrumpió por la puerta que llevaba a las escaleras. Se trataba de un ser gigantesco y corpulento, cubierto por una espesa mata de pelo plateado, que no dudó en utilizar sus enormes garras para bloquear el ataque de Hakuma.

La mitad de su semblante recordaba vagamente al de una liebre, pero la otra parte había perdido todo rastro de piel y músculo, dejando al descubierto su blanquecino cráneo del cual surgían un par de cuernos curvos. A pesar de la sorpresa, Hakuma pudo reponerse para lanzar un nuevo ataque, pero el atroz ente volvió a bloquearlo con sus gruesos cuernos.

Mientras el enfrentamiento daba lugar, Megami se acercó lentamente a Kuro. Él, aterrado por lo que sucedía, se mantuvo estático viendo como la extravagante chica acortaba la distancia.

―Realmente es una pena que te hayas involucrado en todo esto, Onii-sama ―susurró, con la omnipresente sonrisa burlona plasmada en su pálido rostro―. Aneune te estaba utilizando como carnada para facilitar sus... cacerías. ―Se acercó aun más a él―. Realmente posees una esencia intrigante.

Kuro no respondió, mientras su mirada saltaba entre Megami y la confrontación de Hakuma contra la liebre monstruosa.

―Pero todo acabará aquí. Anenue no es capaz de someter a Shironi. ―La chica juntó sus manos a la altura de su pecho―. ¿Qué haré contigo, Onii-sama? ¿Debo eliminarte o debo usarte?

Kuro no se consideraba alguien valiente y, si bien desde que había iniciado una relación con Hakuma había endurecido su carácter gracias a las experiencias traumáticas que había vivido, seguía siendo un verdadero cobarde por dentro. Pero, en ese momento, su instinto de supervivencia obtuvo total control de su voluntad.

Abandonó todas sus dudas y, tras empujar a Megami a un lado, corrió directamente hacia la puerta que daba a las escaleras. En el camino aprovechó que Hakuma y la bestia blanca habían establecido distancia, de modo que tomó a la chica de una mano y la jaló fuera de la azotea.

Hakuma quedó atónita ante el inesperado arrebato de Kuro, pero aceptó la idea de huir. Sin embargo, Shironi no estaba dispuesto a dejar escapar a sus presas, por lo que se lanzó escaleras abajo, intentando atraparlos. Tuvieron suerte de esquivar todos sus embates y llegaron al primer piso del pabellón.

Recorrieron a toda velocidad el pasillo, mientras la liebre demoniaca se acercaba cada vez más. Pero, antes de que pudiera alcanzarlos, una ágil silueta emergió de entre las sombras y empujó violentamente a la bestia, empotrándola contra la pared de un salón. Se trataba del bakeneko, que se giró hacia los chicos y les hizo una señal con la cabeza para que lo siguieran.

―¿Por qué...? ―intentó preguntar Hakuma.

―No importa, vamos ―indicó Kuro, volviendo a tomarla de la mano.

Continuaron recorriendo los pasillos, hasta que pudieron vislumbrar una de las salidas a lo lejos. Kuro aumentó la velocidad, esperanzado de obtener algún tipo de ventaja en campo abierto, pero repentinamente Hakuma lo jaló, obligándolo a detenerse.

―¡No podemos parar, Hametsu-san! ―exclamó el chico, escuchando detrás de ellos la inconfundible señal de que la liebre bestial se había recuperado―. ¿Qué pasa?

―Shi-kun... ¿No lo ves? ―Hakuma señaló al frente, absolutamente aterrada―. Es un Kurokami.

Kuro dirigió su mirada a donde señalaba y se encontró con el misterioso Conejo Insensato. Pero no estaba solo. Había una cantidad inconmensurable de conejos similares alrededor suyo, disimulando sus oscuros cuerpos entre la penumbra que cubría el extenso pasillo. Sus ojos rojos, destacando los brillantes del Conejo Insensato, se mantenían clavados en los chicos, sin mover ni un solo músculo.

Kuro tragó saliva, sintiendo un repentino temor. El bakeneko había doblado sus patas delanteras ante el conjunto de conejos negros, como si de una peculiar reverencia se tratara. Pero, a pesar de lo extraño de las circunstancias, Kuro estaba seguro de que no tenía tiempo para dudar.

Apretó la mano de Hakuma con fuerza y la obligó a internarse en la manada de roedores. Ella se dejó guiar, temblando incontrolablemente mientras evitaba establecer contacto visual con los animales.

―Es una situación muy interesante ―comentó Megami, la cual había llegado hasta el lugar, pero mantenía una distancia sensata de los conejos negros―. Realmente no esperaba algo así.

Shironi, a su lado, resopló con fiereza, pero no se atrevió a acercarse. El Conejo Insensato y sus compañeros, que parecían extensiones de sí mismo más que seres individuales, levantaron sus patas delanteras y emitieron un chillido al unísono.

―Está bien, de todas formas no vine por esto ―dijo Megami, encogiéndose de hombros―. Aneue, sé que me odias, pero debes saber que no soy tu única enemiga. ―Entrecerró sus sombreados ojos―. Hay algo merodeando por esta ciudad. Algo peor que el Guardián, algo peor que Shironi y que este Kurokami. Mantén los ojos abiertos, nos volveremos a ver.

Sin más que decir, Megami y su liebre gigante dieron media vuelta y se alejaron por el pasillo. Al instante, el grupo del Conejo Insensato se fundió en las sombras, desapareciendo sin emitir ruido alguno.

―Shi-kun ―murmuró Hakuma, tomándolo de un brazo―. Lo siento... Haberte involucrado en algo así...

­―No te preocupes ―respondió él, acariciando al bakeneko que aún estaba allí.

―Pero... ―La chica meneó la cabeza y sonrió con tristeza―. Por suerte todo se terminó...

Kuro suspiró y la miró con seriedad.

―Al contrario, algo me dice que nuestra historia recién va a dar inicio.

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