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Se filtra por las paredes (Cristhoffer Garcia)

1 . El grito atronador


Personas desaparecidas y reportes de supuestos ritos satánicos, todos relacionados con la infame Loftus Hall, propiciaron que asignaran el caso a mi unidad de investigación encubierta.

Esa noche, tras una barba falsa, me encontraba entre un grupo selecto de turistas extranjeros, siguiendo al guía por la mansión.

Un olor rancio se desprendía de las paredes, mientras oxidadas lámparas de querosén iluminaban nuestros pasos inseguros. Al llegar al rellano divisé un largo pasillo con cuatro puertas de robles cerradas.

El guía avanzó hasta la última puerta, haciéndonos entrar en la habitación de uno en uno.

—A la triste Anne Tottenham, le agradan las visitas —dijo irónico.

Me quedé al final del grupo, para echar un vistazo en las demás habitaciones, pero al tocar la manija de la primera puerta un escalofrío se apoderó de mi cuerpo.

Imágenes de una hermosa mujer llorando frente a la ventana azotaron mi mente; era rubia, alta como una espiga y tan delgada que daba grima. Se volteó, mirándome con rabia para luego caer al suelo revolcándose producto de un intenso dolor en el pecho. Una voz llena de odio susurró en mi oído:

«Su alma se pudrió poco a poco y, una vez vacía de cualquier rastro de humanidad, el monstruo le ganó al hombre. Desde entonces, supo que el final de sus andanzas no estaba lejos».

—¡Oiga, amigo! —me llamó el guía disgustado—. En esa habitación no se puede entrar. Apresúrese que le estamos esperando.

Desconcertado, me disculpé con un gesto cortés, sin poderle hablar. Con lentitud avancé por la habitación, colándome entre los turistas hasta un rincón apartado.

Incapaz de entender lo que había sucedido, intenté darle una explicación lógica. Estaba drogado de alguna manera y las visiones eran una sugestión provocada por las historias del guía. Eso pensé hasta que... la mujer a mi lado gritó, señalando con su dedo tembloroso la cama de la difunta Anne. Una enorme mancha de sangre se expandía por las sabanas, sorprendiendo a los turistas quienes tomaban fotografías como desquiciados paparazis.

—¡Ha llegado el momento! —dijo el guía saliendo de la habitación y cerrando la puerta con llave ante la incertidumbre de los turistas.

Entonces un quejido grave comenzó a filtrase por las paredes, convirtiéndose pronto en un grito atronador que postró a los turistas en el suelo.

Con desconcierto observé como se quitaban desesperados la ropa. En sus rostros desencajados bailaba el miedo a la muerte, mientras proferían palabras en un lenguaje que despertaba mi repudio visceral.

Grité pidiendo ayuda cuando comenzaron a lastimarse unos a otros de forma inhumana.

Luché por detenerlos, pero me ignoraban concentrados en sus malditas autoflagelaciones.

Lo peor fue cuando comenzaron a arrancarse con feroces mordiscos la piel, acumulándola sobre la cama.

Desesperado, intenté abrir la puerta. Solo pensaba en huir, salvar mi vida cuando el grito maldito finalizó.

Temblando y sudoroso presentí que el mal mismo se encontraba sentado en la cama, esperando que volteara para conducirme a la locura o a la muerte.


2. La cuna del cuervo


En cuanto perdimos comunicación con el oficial Medina decidimos ingresar en Loftus Hall en su búsqueda.

La puerta principal estaba abierta, detalle que despertó mi suspicacia, pero jamás hubiera previsto lo que nos esperaba enfrentar.

—¡Es la Policía! —grité abriendo la marcha, apuntando con mi arma de un lado a otro—. ¡Salgan con las manos en alto!

Sin obtener respuesta decidimos dividirnos, un grupo subiría por las escaleras para ayudar a nuestro compañero, el otro despejaría la planta baja. Avanzamos desde el lobby a la sala, una estancia amplia con muebles antiguos y sucios.

—¡Dios, que peste! —exclamé, al percibir el olor que provenía de la chimenea, una mezcla insana de carne chamuscada y podrida.

Continuamos. En el comedor y la cocina, no logramos toparnos con ningún posible agresor.

El resto de la planta baja estaba compuesto por las pequeñas y sórdidas habitaciones del servicio.

Cuando empujé la última puerta mi corazón se llenó de rabia y asco.

—¡Madre mía! —exclamé apretando el mango del arma como si de un crucifijo se tratara.

Era sin duda una guardería infantil, al menos eso deduje de los incontables corrales y cunas que ocupaban la habitación; oxidados y tristes artificios de encierro para las criaturas inocentes que contemplarían sin poder dormir las macabras imágenes pintadas en la pared.

Aves, negras e insolentes, volaban en círculo sobre un cadáver que de pared a pared iban despedazando a picotazos. Una de ellas, posaba triunfante sobre el cuerpo en el dibujo final, mirándonos con el pico ensangrentado y un colgajo de piel bailando en su pico.

Su ojo estaba cerrado y de pronto se abrió como la noche más oscura y...

La puerta se cerró de estrépito obligándonos a girar asustados.

—¿Quién anda allí? ¡Salga con las manos en alto! Somos oficiales de policía —dije precavida.

Enseguida, desde la pared se escuchó un ensordecedor aleteo, una sombra cruzó volando la habitación. Era el ave negra, de alguna forma se había desprendido del lienzo para observarnos con malicia desde el alfeizar de la ventana.

Alguien llamó a la puerta tres veces.

—¿Quién... anda... allí? —preguntó mi compañero apuntando con su arma a la puerta. El temor se reflejaba en su voz y no lo culpo.

El ave graznó un grito de desesperación indudablemente humano.

Él viene... —dijo la voz de un niño.

Busqué desesperada entre las cunas la presencia del pequeño y para mi desgracia lo encontré agazapado en una esquina de la habitación.

—¡Está cerca! —gritó mi compañero que al parecer escuchaba algo que yo no.

—¡Todo estará bien, peque! Vamos a sacarte de aquí —le aseguré tratando de transmitirle confianza. Su mirada de odio en respuesta jamás podré olvidarla.

Él... te atrapará —dijo el niño furioso antes de desaparecer filtrándose como niebla entre las paredes.

Dos disparos resonaron en el aire y la sangre caliente de mi compañero salpicó mi cara.

—Está cerca... huye... —fueron sus últimas palabras, mientras era devorado por las aves en el frío piso de la guardería.


3. Dormir y matar, doble deseo...


Los balazos en la planta baja fueron el detonante del ajusticiamiento.

Usamos todas las municiones, recargando como autómatas para continuar disparando hasta que el olor a pólvora y sangre se arraigó en nuestros pulmones como una asfixiante nube de miedo y muerte.

Luego vomité en el pasillo y me alejé con asco de aquel escenario del crimen.

—¡Espera, Reinor! ¡Debemos comprobar si hay supervivientes! —dijo Héctor, mi compañero, entrando en la habitación con determinación.

Bufé en señal de desavenencia.

—Si dependiera de mí... saldría de esta mansión como alma que persigue el diablo —dije arrepintiéndome al instante de mencionar al maligno.

Los cuerpos de los turistas cayeron desperdigados por el suelo de cuarto. Sangre, pliegues de piel y órganos humanos adornaban el mobiliario de manera grotesca; ni una gota manchaba las sábanas de la cama, aunque por sus posiciones deberían de estar completamente ensangrentadas. Estaba impecable, espléndida, invitándome a dormir plácidamente sobre sus mullidas almohadas y perderme en sueños eternos. Anhelaba cumplir sus deseos. Caminé hacia ella dispuesto a caer rendido cuando Héctor me sujetó del hombro para mostrarme efusivo la evidencia.

—¡Se mordieron! ¡Los muy infelices se mordieron unos a otros hasta los huesos! —exclamó mostrándome las bocas de los cadáveres llenas de sangre.

Tragué saliva, ofuscado por no poder acostarme a dormir. Decidí centrar mi atención en el agente infiltrado; su cuerpo aún rezumaba sangre en el deslucido piso de madera, recogí su arma del suelo evitando pisarla, como si a través de ella pudiera contagiarme su locura.

Cuando llegamos en su ayuda, él también participaba del festín de carne con los turistas y no paraba de decir: «¡Ella está cerca! ¡Anne está cerca! ¡Ella pronto estará con él!».

Entonces nos atacó esa horda voraz y sin piedad... los matamos.

Me recosté mareado de la pared, palpando la textura áspera y polvorienta del empapelado, dejándome llevar por la sensación agradable que despertaba. Olvidé las náuseas, mientras sentía crecer en mi interior una mezcla de placer y ansiedad ineludible. Solo una cosa me llenaría de alivio. Solo una cosa me daría verdadera paz:

¡Matar de nuevo! ¡Necesitaba hacerlo!

—¡El guía! Aquí no está el maldito guía —exclamó Héctor alerta.

Eso significaba que el guía era el culpable, si lo encontrábamos resolveríamos el caso. Tal vez hasta... podría matarlo.

Derribamos la puerta continua a la habitación de Anne.

Era una cutre biblioteca, llena de libros mal apilados y esa voz susurrante proveniente de las paredes, taladrando la orden en mi cabeza sin piedad: «¡Mátalo! ¡Mátalo! ¡Mátalo!»

—¡Está vacío! —dijo Héctor.

—Ya no... —Las paredes vibraron de alegría al ser salpicadas por la materia gris del agente de policía, Héctor.

Pero eso no bastaba, necesitaba más... ¡Él necesitaba más!

Llorando regresé a la habitación de Anne, acobijándome entre las sabanas.

A pesar del fatal disparo en la cabeza, con humor dantesco fui llamado a continuar:

—Ahora es preciso que sacudas tu pereza —me dijo el Maestro—; que no se alcanza la fama reclinado en blanda pluma, ni al abrigo de colchas.


4. Desnuda y sudorosa


Decenas de aves negras como la noche degustaban el cuerpo de mi compañero entre graznidos de satisfacción. Sería cuestión de tiempo para que centraran su atención en mí.

Incapaz de huir de la habitación, decidí voltear una de las cunas para esconderme en su interior.

Fue un grave error.

En el preciso instante en que la giré y me escondí, el suelo de la guardería crujió como la cadera de una anciana al partirse.

La caída hasta el sótano de la mansión fue estrepitosa; de no haber estado dentro de la cuna hubiera sido mortal.

Aturdida y magullada, pero sin ninguna herida de gravedad, me levanté para comprobar que estaba en una encrucijada. Por un lado, podía adentrarme por un estrecho pasillo iluminado con lámparas de queroseno, soportando el olor nauseabundo que despedía el aire. La otra opción, era apañármelas para subir y enfrentar a la parvada maldita.

Recorrí el pasillo con premura, deseando alejarme de los graznidos atroces y del sentimiento de inutilidad que sentía en mi alma.

¡Jamás había sufrido una baja en mi turno!

Y ahora...

Solo Dios conocía el destino de mis compañeros.

El pasillo se estrechaba a cada paso y el camino descendía en círculos hasta los cimientos de la mansión. Las paredes escurrían una sustancia rojiza y viscosa al contacto, mientras el calor iba en aumento.

Una ardiente ráfaga de aire impactó en mi rostro al finalizar el pasillo. Sofocada, pero alerta, ingresé en la fogosa habitación.

Debí centrar mi atención en los cadáveres colgando del techo, en la sangre fresca en el suelo; debí disparar si contemplaciones, pero en lugar de eso, enfundé el arma y avancé hacia Él.

Al ver aquella piel bronceada fui víctima del deseo; la pasión desenfrenada hizo su aparición en los confines de mi cuerpo y con el simple roce de mis piernas estallé en éxtasis.

Sus manos fuertes y crueles prometían recorrer mis fronteras hasta alcanzar el placer, hasta proferirme dolor.

Incapaz de detener el deseo que crecía en mi interior, me arranqué la ropa como la cascara inútil que era. Sus ojos de un marrón oxidado se deleitaron con mi desnudez; abrió la boca y su lengua bailó en un frenesí incandescente.

Me detuve sorprendida cuando expulsó una ráfaga de humo, negro y pútrido por la boca; sin embargo, victima perdida de la lujuria solo pensaba en disfrutar.

Copiosas gotas de sudor caían por mis pechos en una lluvia torrencial, anticipando la fogosidad de su boca, el fuego ardiente de sus labios. Mi vientre gritaba impaciente por apaciguar la llama que le consumía.

En un gesto de ternura que superó mi deseo, extendí la mano izquierda para acariciar su cobrizo y perfecto rostro.

—¡Ahhhh! —grité retorciéndome de dolor, cayendo asustada al suelo ensangrentado.

Dos dedos de mi mano se habían quemado de gravedad. El dolor era insoportable, pero la risa mecánica que emitía la caldera a la que estuve a punto de lanzarme viva, era mil veces peor.

¡Maldito Loftus Hall, continúa jugando con mi mente!


5. Recuerdos oscuros


Caminé tras el guía de la mansión sumido en un sopor sobrenatural.

Acariciaba mi sien izquierda, sorprendido por no encontrar en ella la herida de bala que minutos antes creí realizarme.

¿Lo había soñado todo?

No.

La sangre de mi compañero y de los turistas ensuciaba mis manos, dejando por el suelo mi reputación de policía.

—Es por aquí, oficial —dijo el guía activando una trampilla en el comedor que conducía a la habitación dónde finalmente lo conocí a Él.

Las lámparas de queroseno iluminaban los objetos sacrílegos en las paredes, pero el calor irrespirable que me embargó no provenía de la rudimentaria iluminación.

Su presencia era el fuego mismo del infierno y el miedo... ¡Oh cielos! Era una hiedra venenosa enraizándose en mis venas con cada latido, cada vez más profundo y aterrador.

Cómodamente sentado en una butaca de madera Él me observaba temblar. Era alto, atractivo, de brazos largos, algo desproporcionados, cabellera negra y rasgos asexuales.

Movió la mano de improviso y los recuerdos del pasado invadieron mi mente en una ráfaga interminable de imágenes aterradoras.

La ira, el odio y la lujuria de la mansión Loftus Hall se filtraba por las paredes, corrompiendo hasta a sus residentes de alma más pura.

Ese fue el caso de Anne Tottenham, encerrada en su habitación por más de una década, al filo de la locura y la soledad. Cuando aquel infernal visitante nocturno se acercaba a provocarle dolor, algunos gritos de placer se le escapaban y de ese gozo nacieron tres niños.

Dos de ellos se parecían al padre, de ojos grandes y pies deformes; pero Él era perfecto; a pesar de la oscuridad de su mirada y la corrupción de su alma. Anne desplazó el cuidado de sus otros hijos a la servidumbre y centró todo su amor en Él. Durante un breve tiempo fue feliz, hasta aquella noche desgraciada en que encaró la verdad.

Desolado contemplé la desesperación de Anne cuando su hijo se alzó en posesión demoniaca sobre la cuna. Sus ojos resplandecían con la llama ardiente del infierno.

Y lo que ella hizo después, justo antes de quitarse la vida...

¡Ojalá nunca lo hubiera visto!

Fue algo tan atroz que sentí el odio irracional fluyendo por toda la mansión, burbujeando en cada esquina a la espera de ser removido y volver a levantarse en una estela de maldad etérea para afectar a los inocentes que deambulen por ella.

Las carcajadas del guía me regresaron a la realidad, sudoroso y asustado.

—La triste Anne tenía su temperamento, ¿verdad? —comentó sarcástico.

Él sonrió chascando los dedos.

Solté un grito cuando los turistas cayeron a mí alrededor en un amasijo de carne y huesos, formando entre si un pentagrama demoníaco con la butaca en el centro.

—Trae a tu compañera ante mí —ordenó Él.

Aterrado, me arrodillé en señal de obediencia; entonces observé los pies deformes del guía. Comprendí que los hermanos Tottenham eran los representantes sempiternos de Loftus Hall, he ignorante pensé:

¿Dónde estará el tercero de ellos?


6. ¡Mi tesorooo...!


Sudaba copiosamente cuando por fin encontré otra salida de aquella maldita sala de calderas. El dolor en mis dedos era intenso y el pañuelo que los cubría goteaba impregnado de sangre.

Justo cuando sentía mis fuerzas desfallecer, encontré las escaleras que significaban mi salvación. Torpemente subí escalón a escalón, tanteando en la oscuridad las estrechas escaleras de piedra que ascendían hacia un destino incierto.

Las paredes, al igual que el pasillo anterior, rezumaban ese líquido maloliente y viscoso. Por instinto lo repelía como si fuera venenoso o algo mucho peor, así que mientras pudiera, evitaría tocarlo como un vampiro huye de la cruz.

«¡Dios, esto es una locura!», pensé sujetando mi arma reglamentaria, el único vínculo con la realidad que estaba afuera de esas paredes.

Las cosas que había visto suceder en esta maldita mansión escapaban de la comprensión humana y si lograba escapar de ella. ¿Quién en su sano juicio me creería? Cuervos que salen de las paredes y asesinan a un policía experimentado, una caldera que te seduce para quemarte viva; paredes con fluidos rojizos que se mueven al ritmo de tus pensamientos.

Iba tan pérdida en estas ensoñaciones que tropecé contra una puerta y por poco caigo escaleras abajo.

—¡Estoy loca! —exclamé luego de abrir la puerta y encontrarme con el cuarto del tesoro de la mansión Loftus Hall.

Rodeada por montañas de monedas de oro y plata, joyas y gemas preciosas, diamantes, esmeraldas y miles de piedras de valor y belleza incalculable; avancé incrédula de lo que veían mis ojos hasta que encontré en una mesa algo que me desconcertó.

Entre los dólares, euros y yenes estaba la cartera de mi compañero Héctor.

Comprendí que estaba muerto, que todos los turistas desaparecidos estaban muertos y que todas estas riquezas acumuladas pertenecían a las víctimas fatales de la mansión durante años... tal vez siglos. Levanté una moneda del suelo y...

Un hombre corpulento saltó sobre mí por sorpresa, caímos rodando entre las monedas.

—¡Esoo míoo! Noo te atrevas a tocarloo, tú, zoorra ¡Esoo míoo! —gritaba encolerizado.

—¡Suéltame! —fue lo que pude decir antes de que me diera un furioso cabezazo dejándome atontada. Tomó la moneda, revisó mis bolsillos y se llevó mi cartera.

La cabeza me daba vueltas, el hombre se alejó sin dejar de reclamar lo suyo, metiendo y sacando monedas de los bolsillos. Sin dejar de observarlo, esperaba la oportunidad de alcanzar mi arma para matar a ese pobre infeliz.

Aquel rostro de sapo horroroso y sus pies desnudos deformados me provocaban náuseas y aprensión.

Entonces lo que dijo me llenó de desconcierto y temor:

—¡Él te quiere! ¡Te está buscando! Es el amoo y señoor de esta mansión. Pero yoo noo quiero al amoo, yo amo el ooroo —dijo con su voz grave e inhumana al mismo tiempo que besaba una moneda—. ¡Yo amooo el oro! Tú... ¿amas el ooroo o lo amas a Él? Noo puedes amar las doos cosas.

Mi respuesta le sorprendió... a mí también.


7. «Ahora solo lo fuertes sobreviven»


El guía avanzaba por los pasillos ocultos de la mansión a grandes zancadas. Yo le seguía como el perro faldero en que me había convertido.

Bastó que llegáramos a la antigua guardería para que conjurara mil demonios por su boca. Gracias a la mansión percibía como la ira crecía en su interior.

Esta edificación demoniaca se encargaba de maximizar nuestros peores instintos. En mi caso, era el deseo de matar. El guía lidiaba con el peor de los males, una ira incontrolable.

La sentía fluir por las paredes a cada paso que dábamos, principalmente cuando pateó furioso la caldera al encontrar el reguero de sangre.

—¡Este trasto de porquería casi lo arruina todo! —gruño pateándola de nuevo.

Seguimos el rastro de sangre hasta unas escaleras ocultas.

—¡Demonios! ¡Date prisa! ¡Si Gary la encuentra hurgando en sus tesoros, está muerta!

Sujetando la lámpara subió por las escaleras con pasos inhumanos, dejándome en la total oscuridad.

Pronto el miedo de morir entre los túneles de Loftus Hall se clavó como punzada rastrera en mi conciencia, sería el castigo adecuado para mis terribles pecados.

Esa ráfaga de remordimiento se extinguió al tocar la pared. Aquella sustancia viscosa que la cubría fue un verdadero bálsamo para mi alma, renovándome las energías e intensificando mis terribles anhelos.

Con una sonrisa de oreja a oreja, subí las escaleras ansioso de sangre y muerte.

Crucé la habitación de los tesoros embelesado en mi nueva convicción. El guía furibundo luchaba en el suelo contra un corpulento engendro con rostro de sapo.

«El tercer hermano», sonreí al reconocer tan infeliz parentesco.

—¡Maldito seas, Gary! ¡Suéltame en este instante! —ordenó el guía furioso. La ira de su corazón era un volcán a punto de estallar, fluyendo por sus venas en un torrente indetenible. Cuanto placer sentí al apagarla.

Ignoré los gritos de advertencia de la teniente Alicia, los gruñidos imperiosos de Gary y la fulminante mirada del guía, quien reconociendo en mi rostro los designios malignos de la mansión Lotus Hall intentó en vano huir.

No recuerdo en que momento conseguí la daga, ni cuantas veces la clave en su pecho. Solo recuerdo la risa, dichosa y descontrolada; un foco demencial de Él en mi mente.

La sed de sangre en mi pecho fue apaciguada, por el momento, dejándome libre para pensar.

Había asesinado a otra persona, a un hombre cruel y despiadado, una ternurita satánica que sin duda merecía la muerte, pero... ¿Acaso no eran seres inmortales?

Entonces la reconocí, era la misma daga de plata con empuñadura de madera de mis recuerdos, sin un solo rastro de óxido, ni mellas; con un grabado: «Ahora solo los fuertes sobreviven».

Pero cabía preguntarse: ¿La poderosa mansión Loftus Hall conspiraba contra Él?

Sonreí.

Ilusionado con la idea, empuñé esta terrible herramienta de muerte llena de sangre Tottenham.

Gary y Alicia se habían marchado.

Toqué la pared.

Los sentí caminar con paso firme hacia el salón principal.

Él nos esperaba.

El ritual demoníaco estaba por comenzar, debía apresurarme y matarlos a todos.


8. El Ritual


Reinor entró en la habitación para ver la cabeza de Gary rodar a sus pies, mientras entumecida hasta los huesos era víctima de la desesperación y el miedo.

¡Disparé! Le disparé hasta agotar el cargador sin ningún efecto —grité desesperada.

Fue entonces cuando Él se movió de la butaca, desmembró sin piedad a su hermano y tras arrancarme la ropa, me arrastró en medio del demoníaco pentagrama de carne, sangre y huesos.

—¡Demos comienzo al ritual! —exclamó exaltado.

Las paredes, el piso, el techo, vibraron al ritmo de Él y las profanas palabras que recitaba.

La mansión tembló de placer, excitada y hambrienta de muerte.

No. Era Él. Su respiración lasciva vibraba al ritmo de las paredes, el piso crujía con sus deseos; el techo se movía a la par de su cántico demoníaco.

—¿Se ha dado cuenta, teniente? La mansión Loftus Hall y Él están unidos de forma inseparable —me susurró Reinor con complicidad—. Los hermanos eran parásitos que se aprovecharon de la situación para alargar sus vidas; pero ya no son útiles al verdadero Amo.

Reinor se arrodilló servicial junto a Él.

Tenía que escapar, pero el temor me paralizaba.

—Mi madre, Anne Tottenham, culpaba a mi padre —contó Él—. Jamás entendió su ascendencia abismal, sus visitas desde lo profundo de la Tierra.

Desde las paredes se filtraba la sustancia roja y viscosa del sótano, deslizándose con anhelo hasta el pentagrama; no pude evitar el contacto con mi piel, ni su influencia en mi espíritu.

—Ahora, repetiré el Ritual que conjuro mi madre cuando era un bebé —Él empuñó la daga dispuesto a cortarme—. Ella quería liberarme del mal, pero solo consiguió convertirme en un paria a los ojos de Dios. Un hombre sin alma. Y cuando por fin desprenda tu sombra, seremos eterno caminantes de la oscuridad y padres del Señor de los Abismos.

—¡¿Qué?! ¡Yo jamás...!

—¡Silencio! —gritó Él furioso—. ¡Esto no es sobre nosotros! Somos la llave para que el alma de Lucifer vuelva a la vida.

Deslizó la daga sobre mi sombra, pero nada ocurrió.

Desconcertado, Él lo intentó una y otra vez.

Reinor aprovechó su desconcierto cortándole el cuello con la daga original de Anne que llevaba oculta en la cintura.

—No aguantaba las ganas de matarle —señaló Reinor como si nada.

—¿Ahora qué pasará? —pregunté respirando exaltada.

—La mansión necesita una nueva administración. ¡Nosotros!

—¿Qué?

—¡Venga! ¡Juntos vamos a revolucionar el mundo! —Reinor caminaba de un lado a otro con excitación—. Nada de turistas, el verdadero negocio está en los asesinatos por encargo. Yo podré matar personas, la mansión tendrá las almas que le alimentan. Y tú...

—¡Es una locura! —dije sin dejar de observar el reloj de oro que asomaba en el bolsillo de Él —Es una locura... que podría funcionar —rectifiqué acunando el reloj entre mis manos con avaricia.

Así, mientras planeamos la reinauguración de la mansión Loftus Hall, la maligna y viscosa sustancia roja se filtra por las paredes esperando el próximo Ritual.

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