El misterio de Loftus Hall (Berta B.M.)
Greta se sentó justo delante del pentáculo que el guía había dibujado con una pintura pardusca y viscosa en el mismo salón del día anterior. Aquella excursión no le había convencido demasiado, pero desde que el guía les había hablado del falso ritual que harían, lo único que deseaba era volver a Berlín.
—Tomad una vela y sujetadla frente a vosotros; luego, tomaos de las manos y cerrad los ojos.
Greta y el resto de los turistas siguieron las instrucciones; sin embargo, una garra helada se anudó en su corazón.
—Tha mi ag iarraidh ort, spiorad. Tarsainn an taobh seo agus crìochnaich an obair nach deach a chrìochnachadh. —La voz del guía sonaba suave y oscura, casi peligrosa.
Un escalofrío recorrió la espalda de Greta. Una voz infantil se coló en su cabeza mientras la oscuridad la envolvía. Sentía su corazón acelerarse y su boca secarse. Todo su cuerpo le pedía a gritos encarnizados que saliera huyendo de aquel lugar.
Sàbhail thu fhèin.
El susurro se hacía cada vez más fuerte. Greta intentó gritar, pero ningún sonido salía de su garganta.
Sàbhail thu fhèin.
Trató de abrir los ojos pero parecía que los párpados se le habían pegado.
Sàbhail thu fhèin!
Tras un gran esfuerzo, logró abrir los ojos de golpe cuando aquel grito desesperado invadió su mente. Se encontraba en el mismo salón con la única diferencia de que la estancia estaba vacía. El pentáculo había desaparecido y el aspecto de los muebles y las paredes eran ahora casi nuevos. Greta comenzó a temblar, una sensación de peligro la envolvió.
Una mujer de estilo victoriano seguida por un hombre entraron en la estancia. Greta se puso de pie, asustada, pero rápidamente se percató que aquella pareja no podía verla. Se mantuvo en silencio.
—¿Viste algo? —preguntó el hombre cerrando la puerta.
—No vi nada, pero... oí algo... algo muy extraño —respondió la mujer restregándose las manos mientras se paseaba asustada por la estancia.
—¿Qué?
—Creerás que estoy loca... —dijo con temor mirando ojiplática a su acompañante.
—¡Dímelo! —ordenó el desconocido agarrándola por los brazos y obligándola a mirarlo a los ojos.
—Era la voz de un niño... me susurró que su alma se pudrió poco a poco y, una vez vacía de cualquier rastro de humanidad, el monstruo le ganó al hombre. Desde entonces, supo que el final de sus andanzas no estaba lejos.
Cuando Greta quiso dar un paso, una oscuridad fría e impenetrable la abdujo, transportándola a una velocidad vertiginosa a la misma estancia de nuevo.
—¿Estás bien? Tienes mala cara —susurró Khal a su oído mientras el resto de los turistas recogían sus cosas. El falso ritual parecía concluído.
—Estoy bien, sólo estoy cansada —respondió levantándose y siguiéndolo hasta la salida. Sin embargo, antes de que Greta atravesara el umbral, se dio media vuelta al reconocer aquellas misteriosas palabras en su cabeza.
Sàbhail thu fhèin.
—Dormiremos en la casa esta noche —dijo el guía.
La tormenta los había sorprendido y su violencia era tal, que además de romper las comunicaciones con tierra firme, había destrozado las casetas de campaña.
—¿Por qué no volvemos en el barco? —preguntó Greta preocupada.
—Es peligroso, mañana cuando la tormenta cese nos marcharemos —respondió el guía.
Sàbhail thu fhèin
Greta abrió los ojos de golpe. Sólo era una pesadilla. Había pasado una hora y la tormenta arreciaba. Se cerró la sudadera y tomó la linterna. Se sentía observada. Miró. Nada había en los rincones más oscuros. Se levantó con la intención ir a orinar. Pero, cuando rozó el pomo de la puerta, aquella sensación volvió.
Sàbhail thu fhèin.
Se giró. Nada. Sólo Kahl durmiendo. Salió al pasillo. Sentía una brisa atravesar el corredor, la madera crujía y algunos murmullos sonaban ahogados.
Sàbhail thu fhèin.
Aquella voz infantil la asustó desde su izquierda. Apuntó con la linterna y descubrió su reflejo en un espejo. Se tranquilizó, pero las sombras parecieron moverse. Pensó que sólo eran imaginaciones.
Sàbhail thu fhèin.
Aquel susurro se intensificó y la paralizó. La sensación de ser observada volvió. Giró la cabeza, hacia el rincón oscuro de la derecha.
—¡Vaya! —Leena salió del aseo—. Ahí dentro hace un frío que te cagas. —Agregó apuntándola con su linterna—. ¿Estás bien? —Greta asintió—. Guay, me piro a dormir.
Leena subió las escaleras y Greta entró en el aseo, preguntándose por qué no había visto las escaleras. Salió del urinario y se lavó las manos. La linterna parpadeó en el instante en que una corriente de viento helado entró por la puerta, erizandole la piel.
Sàbhail thu fhèin.
Se asustó y dejó caer la linterna, apagándose esta. La sensación de ser vigilada se transformó en certeza. Aquel ente estaba allí, observándola. Sentía su halo respirar. Las sombras se espesaron, rodeándola. Deseaba gritar y correr, pero estaba paralizada y muda.
Sàbhail thu fhèin.
La voz de su cabeza gritaba silenciando todos los sonidos. Aterrada, empujó aquella sombra, tratando de separarse. En el instante en que su mano hizo contacto con la oscuridad, un dolor lacerante le atravesó la palma.
Sàbhail thu fhèin.
Dos ojos y una sonrisa, rojas como la sangre, inundaron sus pensamientos. La voz de su cabeza se alzó desgarrando aquella imagen.
Sàbhail thu fhèin.
—¡No! —gritó Greta incorporándose en su saco de dormir. Miró unos instantes a todas partes y luego la palma de su mano: tenía la marca de un pentáculo grabada a fuego.
—Sólo ha sido una pesadilla —susurró Khal abrazándola. Greta suspiró y miró su mano de nuevo. No había nada.
—¡Ayuda! —Aquel grito los hizo salir corriendo hasta el pie de las escaleras. Leena yacía agarrándose la pierna que sangraba profusamente.
—¿Está bien? —preguntó Greta.
—Tenemos que irnos —dijo el guía mientras le hacía un torniquete—. Cogeremos la barca. Roran tú vendrás conmigo, el resto esperad aquí hasta que pueda volver.
—Ahora es preciso que sacudas tu pereza —me dijo el Maestro—; que no se alcanza la fama reclinado en blanda pluma, ni al abrigo de colchas.
—Una buena colcha es lo que necesitamos —interrumpió Joel a Linda que leía en voz alta.
—Pues haberte quedado en casa, imbécil —respondió su novia—. Sigue Linda.
Greta salió del salón y subió las escaleras. Una fuerza la impulsaba a buscar en la oscuridad.
Iluminó todos los cuartos de la primera planta. Sólo la última estaba cerrada. La ignoró y al tercer paso, el ruído de un cerrojo al abrirse la hizo girarse. Su corazón se aceleró cuando la temperatura bajó.
Atravesó el umbral: era la habitación de un niño. Una fotografía abandonada captó su atención: la mujer que había visto durante el ritual estaba sentada en su mecedora; a su lado, una mancha difusa parecía un niño. Greta pasó la yema de los dedos por el pentáculo que había pintado en el reverso.
Al momento, todo adquirió una tonalidad más cálida: se había transportado al pasado otra vez. La mujer yacía ahora en la mecedora con el cuello cercenado en un rincón, Greta retrocedió al descubrir el pentáculo del techo.
Sàbhail thu fhèin.
Greta supo que aquella sombra estaba allí. Sin pensar, dio media vuelta y corrió hasta las escaleras. La sombra estaba al final de los escalones, esperándola.
Subió y atravesó la primera puerta que encontró. Cerró de un portazo, pero al ver el vaho de su respiración, supo que no estaba sola.
Sàbhail thu fhèin.
Asustada miró a todas partes: sobre el escritorio de su derecha había un pequeño abrecartas. Lo cogió cuando la sombra se expandió y apagó la única luz de la habitación.
—¡Vamos! —gritó. Un rostro de fuego apareció frente al suyo.
La sombra, aunque no definida, parecía humana. Greta tragó saliva y trató de alejarse. Cerró los ojos. Una lágrima rodó por su mejilla cuando el frío la paralizó.
Sàbhail thu fhèin.
Sin pensar, atacó con el abrecartas al cuello de la sombra amorfa. Un dolor lacerante le atravesó la mano izquierda.
Sàbhail thu fhèin.
Cayó al suelo entre sollozos en el mismo instante en que Kahl entró por la puerta del dormitorio.
—¡Greta! Te estaba buscando, ¿estás bien? —preguntó abrazándola. Asintió y elevó la vista: no se había movido de aquel dormitorio infantil.
—Había una mecedora allí —dijo señalando un rincón vacío.
—Ahí no hay nada, mi amor —respondió Kahl—. Te has asustado, eso es todo.
Greta se levantó bajo el abrazo de su novio.
—¡Ayuda! ¡Joder, que venga alguien! —La pareja salió corriendo escaleras arriba.
Marcus gritaba y lloraba pidiendo ayuda mientras sostenía entre sus brazos a Peter. Este no paraba de sangrar a causa del profundo corte de su cuello. A Greta se le paró el corazón cuando miró al techo y encontró el mismo pentagrama que se estaba borrando de su mano izquierda.
—¿Quién le ha hecho esto? —lloraba Linda, mientras abrazaba a Marcus que se mecía acurrucado en un rincón oscuro, a unos metros de la cama dónde Joel y Khal habían puesto el cadáver de Peter.
—Linda estaba con Joel y conmigo, y Marcus ha encontrado a Peter —comenta Marien, otra excursionista, señalando el cadáver tendido—. ¿Dónde estábais vosotros? —inquirió señalando a Greta, Khal y Paul.
—Hay algo en esta casa —susurró Greta dejándose de caer—. Lo he visto.
—¿Un espíritu? —preguntó Marcus saliendo de su estado catatónico.
—Un demonio —sentenció Greta mirando al techo—. El pentagrama es el mismo que el de esta imagen. —Continúo tendiendole la fotografía a Marien.
—Esto es sólo un pedazo de papel viejo —sentenció lanzándolo con rabia.
Greta agarró la hoja confundida, se levantó y salió corriendo escaleras abajo, entrando de nuevo en la habitación donde había visto a la mujer decapitada. Allí no había nada.
Kahl entró al cabo de media hora.
—Joel ha encontrado una toma telefónica en la parte alta, está tratando de arreglarla y ver si puede contactar con alguien —respondió. Greta suspiró al sentir los labios de Kahl sobre su cuello.
—Kahl no... —jadeó Greta mientras trataba de deshacerse del abrazo de su novio—. Aquí no.
—Necesito estar contigo, nena —susurró mientras la besaba. Tras varias caricias, los miedos dieron paso a una pasión desenfrenada.
Sàbhail thu fhèin.
Se giró al sentir una presencia. Estaba sola. Cerró los ojos y volvió a girarse. Frente a la ventana se dibujaba una silueta oscura cuya sonrisa sádica la hizo caer de espaldas.
Sàbhail thu fhèin.
Greta se arrastraba tratando de alejarse. La oscuridad se cernía sobre ella. La luz de la tormenta no atravesaba aquella masa amorfa de oscuridad.
Sàbhail thu fhèin.
Greta tropezó con un casquete que se había desprendido del techo. Lo agarró y sin pensar; justo cuando el terror comenzó a paralizarla, la tiró contra la sombra.
Sàbhail thu fhèin.
Greta volvió a la realidad en el instante en que Kahl alcanzaba el éxtasis.
—¡No! —gritó apartándolo.
—¿Qué sucede?
—Yo... —respondió confusa. Una corriente fría le erizó el alma—.Peter acaba de... —Greta comenzó a vestirse—. Necesito estar sola.
Kahl frunció el ceño pero y comenzó a vestirse también. Un grito se alzó sobre el ruido de la tormenta seguido por un golpe seco mezclado con el crujido de los huesos al partirse.
Greta la abrió la hoja de la ventana que estaba extrañamente intacta y se asomó: Joel había atravesado el ventanal de la habitación más alta, rompiendo el cristal a su paso. Su cuerpo yacía en una postura en mitad del suelo de piedra del jardín.
—¿Qué ha pasado? —gritó Kahl en cuanto llegó al patio.
—Oímos pasos en la planta alta y luego los cristales se rompieron y, ahora Joel... —dijo Marcus conmocionado.
—Lo dejé reparando la radio —sollozó Marien.
—Hay algo en esta casa, —sentenció Linda mirando a Greta. Esta se escondió detrás de Kahl—. Tú lo dijiste.
Greta se metió la mano izquierda en el bolsillo de la sudadera.
—No digas tonterías —gruñó Kahl.
—¡Hicimos un ritual! —gritó llorando. El corazón de Greta se aceleró.
—Era una pantomima —insistió Kahl buscando apoyo en Marcus y Paul.
Silencio.
Marcus agarró a Linda por los hombros para guiarla.
—¡Suéltame! —gritó la chica acercándose a Greta—. ¡La foto! ¡Lo has visto! —Greta no respondió—. Si averiguas qué quiere nos dejará en paz.
Marcus y Marian se llevaron por la fuerza a Linda hasta otra habitación. Luego, Paul y Kahl taparon el cuerpo de Joel con uno de los sacos de dormir. Temían destrozar el cuerpo más de lo que ya estaba si lo movían.
—Lo mejor será que esperemos juntos hasta que amanezca —sentenció Paul.
—Necesito orinar —mintió Greta y cerró la puerta del baño tras ella.
Esperó unos minutos hasta confirmar que todos se habían ido. Miró la fotografía vieja: el pentáculo del dorso había desaparecido. Sacó una esquirla de cristal que había cogido del patio y, con su sangre, recreó figura de nuevo. Desde hacía un rato, sentía a aquella sombra revolotear sobre su alma de nuevo.
—Tha mi ag iarraidh ort, spiorad. —Greta soltó la fotografía asustada. No conocía el idioma, sin embargo, aquellas palabras salieron de sus labios fuertes y claras.
Sàbhail thu fhèin.
La voz infantil aulló en su cabeza.
—¿Quién eres? ¿Qué quieres?
Sàbhail thu fhèin.
No había otra respuesta. Greta se sentía impotente.
—Por favor —suplicó cayendo de rodillas—, ¿qué quieres?
Una sombra espesa se enroscó en la garganta de Greta, cortándole la respiración. Forcejeó con los ojos cerrados mientras un dolor lacerante le quemaba la palma de la mano.
Sàbhail thu fhèin.
Greta estaba segura de que el espíritu que deseaba arrebatarle la vida nada tenía que ver con la voz de aquel niño en su cabeza.
—¡No!
De pronto, dos ojos de fuego y maldad se abrieron y una sonrisa tan sádica y depravada como como la mirada de aquellos ojos petrificaron el cuerpo de Greta.
Sàbhail thu fhèin.
ASustada clavó las uñas en los ojos, pero la falta de aire la mataba lentamente. Su corazón se desbocó y una oscuridad sanguinolenta le empañaba la visión.
Sàbhail thu fhèin.
El agarre desapareció en cuanto Greta desgarró aquellos párpados etéreos. Silencio.
—¡Greta! ¿Estás bien? —preguntó Kahl asustado. Greta asintió—. Te has desmayado —aclaró.
—¡Kahl! ¡Ven aquí! —gritó Paul aterrado.
Greta creyó oír una risa sádica en su cabeza. Cuando entró en la habitación, Marcus yacía asfixiado y con las cuencas vacías.
—Ha sido el espectro, —gritó Linda mirando a Greta—. Tú puedes hablar con él. ¡Haz algo!
Greta asintió y guió a todos hasta el salón principal, explicándoles que había realizado otro ritual y había funcionado.
Paul, Linda, Marien, Kahl y Greta se colocaron alrededor del pentáculo que había dibujado el guía cuando realizaron el falso ritual a su llegada.
—Tha mi ag iarraidh ort, spiorad. —Aquellas palabras afloraron de los labios de Greta de nuevo. La poca luz que entraba por la ventana se atenuó haciendo de la estancia un lugar aún más lúgubre. Silencio.
El golpe de un libro al caer asustó a todos, pero no tanto como el mensaje sangrante que se dibujaba lentamente en la pared lateral.
—¿Qué demonios...? —preguntó Paul dando un paso hacia la pared.
—Mateo seis veinticuatro —descifró Marien.
—No podéis servir a Dios y a Mammón —leyó Linda mostrando el pasaje por el que se había abierto el libro caído. Greta se acercó y tomó la biblia, un surco de sangre rodeaba el versículo—. ¿Qué significa?
—Se refiere a la riquezas. No puedes amar a Dios y también codiciar las riquezas mundanas —respondió Paul sin mirar a la chica.
—¿Qué tiene que ver las riquezas con un espíritu? —preguntó Kahl.
Greta miró la sangre que caía de la pared y luego al cadáver del patio, que era visible desde aquella ventana.
—No se refiere a las riquezas. Si no a la avaricia —respondió Kahl decidido. Se acercó hasta su novia y la abrazó—. ¿Qué es lo único que puede codiciar un espíritu que nunca podrá conseguir?
—La vida —respondió Greta con aire sepulcral.
—¿Qué quieres decir? —preguntó Marien.
—Esa cosa codicia la vida por encima de todo, y si alguien desea lo mismo que ella, simplemente la mata—sentenció Greta comprendiendo el motivo que impulsaba a aquel ente a actuar—. Pero, ¿por qué matar a los demás y no a mí? —Continuó más para ella misma.
—¡Porque te quiere a ti! —gritó Marien al cabo de unos segundos—. ¡Y nos matará a todos a menos que te entreges!
Una corriente helada erizó la piel de todos los presentes. El estruendo de la tormenta los asaltó y la luz de un relámpago iluminó por unos segundos la habitación.
Sàbhail thu fhèin.
Greta abrió los ojos aterrada al descubrir una sombra oscura cernirse sobre Marien. Sin darle tiempo a poder reaccionar, un enorme surco se abrió en la garganta de Marien, de extremo a extremo.
—¡No! —gritó Greta.
Marien balbuceó llevándose las manos hasta la herida mientras caía de rodillas con un golpe seco de la madera del suelo. La muchacha murió desangrada de rodillas, como si una fuerza superior evitase que cayera. La sangre que salía a borbotones de su cuello se fue expandiendo a su alrededor formando el mismo pentáculo que abrazaba la palma de Greta.
—No me quiere a mi —dijo Greta mirando a los ojos inertes de Marien—, nos quiere a todos.
Sàbhail thu fhèin.
—Thig thugam. Tha mi airson d 'fhaicinn —susurró Greta con los ojos cerrados y arrugando la fotografía que había encontrado.
Kahl, Linda y Paul la observaban, en silencio, esperando la llegada del espectro en la habitación dónde Greta había visto a la mujer decapitada.
Sàbhail thu fhèin.
Greta abrió los ojos de golpe. Todos dieron un paso atrás. Un niño apareció en mitad del cuarto.
Silencio.
—¿Es él? —preguntó Linda. Greta asintió.
Paul miró con desdén al fantasma:
—¿Esta ternurita satánica nos salvará? —inquirió mordaz.
El niño desvió la mirada hacia la silla de la esquina: el cuerpo sin cabeza de una mujer yacía quieto. Un aire helado atravesó la estancia.
—No lo hará, ya es tarde para salvaros —La voz de la dama que Greta había visto en el primer ritual se coló en la mente de todos.
—¿Cómo podemos matarlo? —preguntó Greta mirando al pequeño.
—Nadie puede. —El niño se acercó en silencio hasta la mujer decapitada—. Lo intentamos. Todos morimos. Incluso mi pequeño, mi amado Gary. —La mujer acarició con ternura al niño que le susurró algo. Aunque Greta no alcanzó a oírle, supo enseguida que había hablado en una lengua muerta—. Puede que haya una manera.
—¿Cuál? —preguntó Linda impaciente.
Bàsachadh.
Aquel grito infantil atravesó los oídos de todos como una daga al rojo vivo, haciendo que un dolor sordo los obligase a recular.
Oscuridad.
Silencio.
—¡No podrá con todos! —gritó Paul asiendo la tubería de plomo que había arrancado del baño mientras entraba en la sala donde aún yacía de rodillas Marien. Linda lo seguía asustada—. ¡Vamos! —gritó mirando a Greta—. ¡Llámalo y acabemos con él!
—No lo entiendes, si te resistes, morirás. Para salvarte, debes desear morir —replicó Greta apretando con fuerza el viejo abrecartas.
—Nadie puede desear eso —respondió Linda.
Greta suspiró cansada. Llevaba una hora tratando de convencerles de que enfrentarse al espectro no era la solución.
El brazo de Kahl la asió por la cintura con cariño, sacándola de sus pensamientos.
—Yo moriré por ti, mi vida —le susurró.
—Y yo por ti.
—Llámalo.
Greta asintió y cerró los ojos.
Rápidamente, la habitación se enrareció y una sombra fría la recorrió.
Paul trató de golpear al espectro cuando este se materializó a su lado. Una garra fantasmal le arrancó el corazón, aún latente, del pecho. Linda gritó; pero su voz se quebró cuando mil dientes de fuego le cercenaron la garganta de un mordisco.
Una sonrisa macabra se dibujó en el aire y unos ojos pérfidos observaban desde el infierno los movimientos de Kahl y Greta.
La sangre caliente recorría el suelo de madera.
Kahl dio un paso al frente, interponiéndose entre el espectro y su novia.
—Mátame a mí—dijo.
La sombra lo envolvió y lo arrastró pasillo adentro en un instante.
Un grito.
Un crujido.
Oscuridad.
Silencio.
—Bàsachadh! —susurró Greta dejando que la mano fría de Gary la guiara a través del umbral en busca del espectro y de Kahl.
Greta siguió a Gary a través de las tinieblas. Cuando la oscuridad cegó sus ojos, Greta supo que estaba en presencia de aquel ser maligno. Buscó a Gery y, al no encontrarlo, supo que estaba cuidando de Kahl. Aquello la tranquilizó. Sonrió, pero una brisa ardiente y helada al mismo tiempo le cortó los labios.
—¡Es a mí a quien quieres!—gritó abriendo los brazos en cruz—. ¡Déjalo y haz lo que quieras conmigo!
Un pentáculo de fuego brilló unos instantes frente a sus ojos antes de desaparecer. Greta se llevó las manos al cuello cuando sintió la frialdad de la muerte, asfixiandola. No podía gritar, no podía hablar ni tampoco ver. Los pulmones le quemaban y la mano le dolía a horrores. Los párpados le pesaban y el cuerpo no le respondía. Greta no pudo controlar su pánico y dejó que el llanto se hiciera dueño de sus ojos. Pero no eran lágrimas las que brotaron lentamente hasta morir en sus labios, sino su propia sangre, que se colaba en su boca entreabierta mientras luchaba por alargar su último aliento un segundo más.
Greta abrió los ojos cuando la luz blanca de la mañana se coló por la ventana de su dormitorio. Estaba en su casa, en Berlín. Kahl dormía plácidamente a su lado y Lucifer, su gato, descansaba enroscado a los pies de la cama.
—¿Qué cree que ha pasado? —Una voz de ultratumba se coló en su mente.
Ignorándola, Greta llevó la mano izquierda hasta el rostro de Kahl. Se asustó al ver un pentáculo grabado a fuego en ella.
—Por lo visto, iban hasta arriba de hongos alucinógenos —una voz segunda se superpuso a la primera.
El terror de no volver a ver a Kahl invadió a Greta cuando lo vio desvanecerse junto a su gato y el resto de su vida. Greta cerró los ojos instintivamente. El pentáculo apareció en su cabeza.
—¿Cree que se drogaron y luego se mataron entre ellos?
Greta abrió los ojos. Una mujer con una bata médica escribía sobre una tablilla. Frente a ella, había una camilla metálica y al otro lado de la camilla había otro médico que se quitaba los guantes.
—Termina y cierra la morgue —dijo el médico tirando los guantes con desdén sobre el cadáver que tenía delante—. Mañana rellenaremos el informe y lo entregaremos a las autoridades. —Agregó cerrando la puerta tras él.
—Ocho cadáveres en una isla y esa es la única explicación que se le ocurre —bufó la muchacha.
Greta sintió una corriente helada erizarle el alma. Un dolor lacerante le quemaba en la palma izquierda. Todo se oscureció a su alrededor y por debajo de la puerta vio entrar un océano de fuego que rodeaba maligno a la chica. Greta despegó sus labios para gritar, pero de ellos sólo salieron un antiguo cántico en una lengua ya muerta.
Sàbhail thu fhèin.
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