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Las Noches de Casia (Andrea Evel)

Noches y Albas.


Al pasar por el hogar de Euria escucho el inicio de la interpretación de un canto que tararea a sus nietos, una tonada suave y vibrante. Una vez, en una celebración a las futuras Albas, me comentó que la madre de su abuela la cantaba todos los días para ella. Su abuela decía que purificaba las almas con su tono alegre y acogedor.

Como un evento desconcertante, todo mi ser comenzó a temblar la primera vez que escuché el canto; y aún hoy en día provoca en mí una sensación de aflicción y amargura. La canción era hermosa, pero evocaba recuerdos tristes en mí. Recuerdos a los cuales no soy capaz de dar forma o imagen alguna en mi memoria, y dan origen a un palpitar desenfrenado por parte de mi corazón.

El miedo se adueña de mi al imaginar la canción como una revelación de un lamento inexplicable.

Sin poder evitarlo las personas siempre temeremos a lo desconocido, todo debido a nuestra condición de humanos. Nacemos, morimos y reencarnamos con el horror a lo oculto, a lo que se dice malo y peligroso. El no saber si nuestro fin será momentáneo para un nuevo amanecer o un ocaso interminable de dolor. En el peor de los casos nos convertimos en el horror de la existencia, en lo que más tememos y deseamos rotundamente huir: las Noches.

No me malinterpreten, no hablo de las frías y siniestras horas de la vida, cuando el sol muere en el horizonte detrás de las montañas y el gélido viento lleva los sonidos susurrantes de entidades escondidas que estremecen hasta al más valiente de los hombres; esas horas reciben el nombre de horus. Hablo de aquellas almas que nunca verán un nuevo día, ni vivos ni muertos. Almas tan corrompidas y perversas que durante su vida cometieron crímenes repugnantes, actos brutales y monstruosos.

Ellas padecen eternamente en la oscuridad y su existencia se reduce a un tormentoso ir y venir sin rumbo. Su única razón de ser es la venganza rencorosa y la amenaza silenciosa. Castigar porque sí y atormentar cruelmente causando angustia. La gente las conoce como Noches; y si aprecias lo suficiente la cálida luz del sol y el bullicio alegre de un mercado, harás el juramento de las Albas, almas que nacerán nuevamente a la primera luz del día.

No ignoro el hecho de que esta tarde las personas del pueblo luzcan tan nerviosas a como solo podía pasar una vez cada cierto tiempo. Los gestos de los vivos demuestran ansiedad al colocar las diferentes velas de grasas para alumbrar lo que sería el horus más oscuro y lúgubre de aquel mes.

Donde las espeluznantes Noches saldrían a cometer sus fatales propósitos.




Gritos del horus.


Con los últimos rayos de luz de un atardecer muriendo en el horizonte, la oscuridad es la única capaz de encontrarte.

Las velas resultan estrellas en la tierra, colocadas por las ventanas y puertas del pueblo. Allí parpadeantes, protegiendo a niños y adultos de pesadillas de muerte y sueños tranquilos que nunca llegarán.

El horus más oscuro había iniciado en cuanto el sol expiró entre las tinieblas.

Y ahora, en la absoluta soledad de paredes frías y un techo que imita ruidos de rasguños, suspiros y lamentos, son ocho las velas que representan mi única compañía. Cuando entro en el catre de hierro donde descanso, el contacto con las sábanas provoca un escalofrío por todo mi cuerpo, como si una mano muerta diera un paseo por toda mi piel.

Espero, solo espero caer dormida entre sueños que resultan una eternidad en aquel horus. Esperando que sea la inconciencia la que me tome antes que los gritos horripilantes de las Noches. Siento repentina desesperación cuando el silencio es tan fuerte que sobrecoge a mi persona. Deseo escuchar la canción de Euria para tranquilizar el miedo; suave y alegre, pero con tormento obligatorio sin razón evidente.

El juramento de las Albas sale de mis labios repetidas veces, como una súplica incansable:

"La oscuridad está alrededor, pero nunca en mi ser

Y como el alba, emergeré del oscuro horus y renaceré como luz

Y mi muerte no será para las Noches".

Palabras que se vuelven vacías e inútiles cuando el primer grito desgarra la fingida calma del horus, dando inicio a un coro inquieto y continuo de gritos provenientes de la garganta de la misma muerte.

Las Noches están aquí. Las luces de las velas tiemblan, como si fuesen capaces de percibir el horror de las Noches, y quizás lo hacen.

Repentinamente, entre los gritos y risas siniestras como una sinfonía macabra, el silencio inusual cae sobre la habitación. Y ahora más que nunca el silencio es un ente vivo que se materializa frente a mí; primeros como varias manos, luego con formas corpóreas, y por último en aquel escenario, se presentó un grito de martirio.

La imagen de una mujer aparece y con horror solo puedo mirar. Ella grita, llora y su dolor es tan palpable que quien sufre soy yo. Ella lucha contra algo, y los gritos y alaridos son fuertes, pero ella se calma un momento, comprendiendo el misterioso peligro invisible a mis ojos.

La escena es funesta y dolorosa y, en el momento, cuando se dio cuenta ya era muy tarde, se rindió con un último suspiro de vida.

Las formas desaparecen y ante mi está una única Noche, con su aspecto fantasmagórico y el rostro en una mueca grotesca cubierta de sangre.




Danae.


La primera noche de aquella pesadilla la pasé en compañía de un muerto, sin poder escapar de una habitación con el olor a muerte.

Casia...

Casia...

Casia...

No puedo correr ni gritar, y la única protección que tengo es una fría manta que resulta absurda como un escudo ante aquel ente. La Noche se queda inmóvil, en su sitio, mientras mueva su retorcida boca sin pronuncia palabra o sonido alguno, o al menos eso parece. Pero ha sido ella que ha dicho mi nombre. Como un sonido bajo, desafinado y muerto.

La canción de Euria suena, alegre y dolorosa, en algún espacio de mi mente cuando mi nombre cambia con la melodía por otro: Danae

Todo mi ser se sumiría en el horror y en un inevitable caos a partir de las palabras que la siniestra Noche me relataría con una mueca de diversión y con ojos vacíos.

Aún recuerdo ese horus tan especial—un sonido grotesco brotó de la Noche, como un suspiro con humor inexistente—. El viento soplaba desde el sur, cargado de aromas extraños. Sabía que debía de hacer antes que las almas apareciesen para atormentarme. Y era atormentarles a ellos.

El miedo ante una aparente calma es más fuerte, no permite que logre comprender los sonidos que emiten y que dicen ser palabras.

—Él no se encontraba en su hogar aquel horus, pero supongo que tu lo sabes. O tal vez no, Casia —sus labios destrozados mencionaban mi nombre como si fuera la burla de un misterio.

» Ella cantaba y lo recordaba continuamente cuando él se ausentaba por largos períodos de tiempo. Él le escribía cartas y cuando se encontraban, se amaban durante todo el horus. Un día él volvió, y la encontró muerta.

Soy incapaz de comprender la historia que narra la Noche. Y aunque comprendiese, no habría palabras que lograsen salir de mis labios, solo un grito ahogado. La Noche se acerca con su ser casi corpóreo, pero como si fuese a desaparecer en cualquier momento. Está casi encima de mí y su aliento gélido me da en el rostro. Cierro los ojos con fuerza, esperando lo peor. Tal vez mi muerte. En cambio, la Noche solo grita.

—¡Te dejo con ella para que le hagas compañía!

Nunca había experimentado el olor repulsivo y nauseabundo de la muerte tan cerca hasta que la expresión congelada de espanto y dolor macabro en el rostro de un cadáver está frente a mí.

El grito que he deseado soltar desde que inició el horus es liberado hasta desgarrar mi garganta, mientras apartó con desespero el putrefacto cadáver de un personaje que desconozco. Su rostro está mutilado de una forma grotesca; asomando a ver huesos en la zona de las mejillas y las sienes.

Y la canción de Euria sigue sonando.




Verdad por muerte.


El amanecer nunca llega. Los horrores se extienden y pasa un horus tras otro, sin que el día nazca.

Sucede un fenómeno junto a la interminable oscuridad: las personas empiezan a morir. Se sacan los ojos para no contemplar la aterradora realidad en que se ha convertido su vida, mutilan sus oídos para no escuchar más los gritos atormentados por el miedo y son ellos mismos quienes se cuelgan de las ramas más altas de los árboles hasta que sus cuerpos dejan de hacer movimientos espasmódicos y sus manos dejan de buscar sus cuellos, luchando por mantener el aire. Una cosa es segura, la mayoría se retuercen hasta la muerte.

Y en la infinita negrura, una sonrisa macabra me hace compañía junto a un putrefacto cuerpo en descomposición.

La Noche sigue allí, pero no ataca, no grita. Solo dice: "¡A Danae le corté la carne de cada parte de su cuerpo antes de matarla por completo!", "Se desgarró la garganta antes que lo hiciera yo", "¡Cuando llegó Andra, ella estaba irreconocible!". Se ríe y narra cómo asesinó a la pobre mujer; cómo la atormentó todo un horus.

Hay algo oculto en las palabras de la Noche que está allí flotando en la nebulosidad de mi memoria.

Yo temo ser la siguiente.

Casia...

¿Quieres ver como la maté otra vez?

¿Cómo ella creyó que era un gato lo que entraba en su casa?

¿Cómo gritaba el nombre de Andra y él estaba muy lejos?

¿Cómo todos escucharon su tortura y nadie corrió a salvarla?

Sin verlo, yo ya sabía cómo había muerto Danae.

En las fantasmagóricas formas se ve como un ente entra en un hogar. Muchos le ven, se hacen a un lado e incluso le temen. Cuando la matanza da inicio, no hacen nada para detenerlo y, sin embargo, todos giraron cuando oyeron los gritos de agonía. Se encerraron en sus hogares a dejar morir a una mujer.

La Noche se acerca, y el frío de la muerte está a mi lado. El cadáver abandonado en una esquina se arrastra hasta donde estoy encogida del miedo. Su mano se posa encima de la mía.

Se escuchan más sonidos. Hay más cuerpos. Más sombras en lo secreto. Más voces que susurran. Pero cuando volteo no hay nada.

Tiemblo.

Hace tiempo dejé de gritar. Solo el perturbador silencio se escucha en sinfonía con los movimientos pesados de varios cuerpos arrastrándose, huecos en lugar de ojos y huesos que tocan todo.

¿Quieres vivirlo otra vez?

Morir otra vez...

Desangrarte, llorar, pudrirte, dejar de respirar.

Y comprendo lo que dice la Noche. La canción de Euria por fin tiene sentido.

Un cuerpo se arrastra hasta estar encima de mí nuevamente, una espeluznante opresión en el pecho que asfixia.

Me paralizo, pero no a causa de las manos que tocan mi cuerpo, ni por el dolor que siento en los dedos. ¿Siquiera siguen allí? ¿O ya me los han arrancado brutalmente?

Me paraliza el horror de la verdad revelada.




Andra.


No es el miedo lo que me paraliza, ni siquiera el dolor al ver trozos de carne desperdigados en toda la habitación.

Mis dedos no están en su lugar.

La Noche se ha ido, o al menos no puedo distinguirla en la penumbra.

Los gritos han parado en el exterior. Temo que estén todos muertos; si no has enloquecido a causa de una Noche, lo has hecho al ver cuerpos inertes por todas partes.

Me incorporó a cómo puedo, el dolor en la punta de mis extremidades es insoportable. Observó donde deberían estar mis dedos y solo veo sangre y carne cortada, como si una bestia hubiese mordido mis dedos. Tal vez así fue.

Por fin lo hago, lo que no he podido hacer desde que inicio el horus que ahora no parece tener fin.

Lloro.

Deseo ahogarme en la fuente de dolor que brota incontroladamente mis ojos.

Morir.

Morir de nuevo no suena tan horrible, no cuando temo a lo que no conozco y lloro por quienes alguna vez estuvieron vivos.

Vida.

No me queda mucha, lo sé. Hay cosas que no se pueden ignorar, que no se pueden ocultar ni en las horas más oscuras.

Vida o muerte ¿acaso no es lo mismo? No sabes que te espera aquí, no sabes qué te espera allá. Sufrir jamás tendrá sentido si al final volvemos a los mismo.

Ruido, toques y pasos.

Sé que ha vuelto. El enigmático ruido se hace más fuerte. Se arrastra por el suelo, sube por las paredes. Toca mi falso silencio. Pero no para, nunca lo hará.

Y entonces aparece, aparece quién espero me cuente la otra parte la historia. El último nombre que salió de mis labios hace tantos años atrás. Quién enseñó a un ancestro de Euria la canción de la muerte.

Él la cantaba para mí antes que silenciaran nuestras voces.

—Andra...—le hablo a algo que solo resulta una sombra de lo que fue en vida.

No luce como las Noches; no hay locura ni martirio en sus ojos. Pero si no es una Noche y no ha reencarnado como un Alba, entonces, ¿qué es?

—Casia...mi querida Danae —en vida podrían haber resultado cálidas y dulces aquellas palabras, pero con su aspecto desolado como cadáver—. Me siento agobiado y perdido en un laberinto sin salida.

Perdido.

—¿Eres una Noche o un Alba? —inquiero—. ¿Qué eres

—Todo es una mentira —dice Andra, su voz es hueca y fría—. Al final, la muerte nos hace a todos iguales. Eres tú la que ha tenido la desgracia de volver a nacer.

Renacer.

Para volver a morir.




La llamada.


Todos temen morir porque la muerte es el fin de un ciclo y el inicio de otro. Yo temo por la vida; porque renacer no tiene sentido.

—Sabes que no soy Andra, ¿verdad? —cuando el ente que alguna vez fue mi esposo en otra vida, emite el sonido hueco de su voz, me encojo y evito mirar a otra parte que no sea la sangre en el suelo.

—Como yo tampoco soy Danae —tiemblo. Danae, a quién un invitado repentino e indeseado le concedió el regalo de la muerte de la misma forma en que los sueños mueren al ser atacados con pesadillas escalofriantes.

—Vacíos fueron sus días desde aquella tarde que se fue Danae —por fin soy capaz de identificar algo en el frívolo encuentro: pena—. Cuando regresó de aquel viaje al cual Danae le suplicó no ir, fue más fácil seguir el llamado de la tierna acompañante. Quizá por eso no voy ni provengo de ninguna parte.

—Ella sufrió mucho... ¿es mi turno de padecer ahora?

—Tú sabes la respuesta.

La melodía de aullidos y socorro comienza nuevamente en el exterior. La llamada se alza, quiere la vida y quiere despedazar la cordura. La locura es peor que morir a manos de un hombre.

Algo caliente empieza a escurrir por mi cuello y una presencia macabra surge detrás de mí. Andra solo observa, incapaz de hacer algo como hace tantos años.

—¿Te irás ya? -lágrimas se unen con una risa demente— ¡Te irás otra vez! ¡Y me matarán! ¡Y no importará porque la vida solo te hace un llamado! ¡Un maldito llamado y ya estoy condenada!

La risa proviene de mí; dolor, pánico y burla.

—¡Si no me matas tú lo haré yo! —grito.

El ente fantasmagórico solo gime y desaparece. Su partida me indica que la Noche ha vuelto.

Eso, y que una impresión es tan fuerte que es casi palpable. Como el abrazo cariñoso que termina con un asesinato.

—Por fin aceptas la llamada —la carcajada se eleva hasta convertirse en un rugido.

Si soy yo o la Noche quién lo hace no importa.

El líquido caliente y las sombras del horus se presentan tras la falsa calma.




La bestia de Casia.


Más allá de las cuatro paredes que encerraban la locura de Casia, el mundo solo era una sombra de lo que fue aquel horus. Lo que para los demás serían solo unas cuantas horas del horror al final de mes; para ella sería toda una vida de incertidumbre, donde no confiaría ni en la vida ni en la muerte.

Casia se había abandonada así misma, ¿cómo no?, si ella era como mi amada Danae: fuerte pero jamás capaz de soportar lo que no era humano, lo que no podíamos comprender. ¿Qué podía hacer un ente vacío como yo? Solo observar desde un segundo plano intangible.

Pasó lo inimaginable en aquel cuarto donde se encontraban ocho velas derretidas que alguna vez alumbraron vida. Tanto Casia como yo pensábamos que las risas enfermizas, los rostros agusanados que sonreían malévolamente, el avistamiento de cosas que iban y venían por las paredes junto al dolor de la carne troceada y la delicada piel descarnada serían suficiente para coronar la macabra realidad. Fuimos muy ingenuos, como siempre les pasa a aquellos que son buenos.

Casia fue poseída por algo superior; quizá la Noche que le arrebató la vida hace tantos años quería jugar con una pobre pieza rota y vacía. Jaló sus cabellos hasta el punto en que el cuero cabelludo se convirtió en una fuente sanguinolenta de hebras oscuras. Casia estaba consciente, lo sabía, lloraba por su condena mientras tocaba su rostro con aflicción tratando de apartar algo invisible que recorría sus facciones demacradas. Con un andar salvaje y feroz, se acercó gritando a un espejo de aspecto sucio que colgaba en una pared de aquel infierno.

Jamás imaginó convertirse en el terror de aquel horus. Ella solo esperaba resguardarse entre sus sábanas y esperar que el mañana llegase. Cuando Casia observó lo que reflejaba el espejo, los ojos de la criatura se clavaron en los suyos.

Eran rojos, sin ápice de poseer un alma dentro suyo, pero eran sus ojos. Los ojos de mi querida Casia encerraban a la bestia, ese ser que no era ni Noche ni Alba, ni del mundo de los vivos o los muertos. Eran los ojos de la bestia que existía en cada uno y que temíamos con cada fibra débil de nuestro ser...

Lo desconocido.

E iba más allá de cualquier espanto conocido alguna vez en todos los años de la miserable existencia humana. Aquello era lo único que movía al hombre.

En el plano espectral en el cual me encontraba, salí en búsqueda de alguien, quién no podría salvar a Casia pero si contar su historia.

Acurrucada en una esquina de su hogar, se encontraba una arrugada figura a la cual los años le habían arrebatado la belleza que da la juventud. La vieja Euria reconoció mi aparición al instante y con temor pronunció mi nombre:

—Andra...

—Ve y cuenta la historia de Casia, por favor. Salvemos su recuerdo, al menos.




Pasado.


La bestia permaneció con Casia hasta el final de sus días. Cargar con un monstruo y sí misma era el precio que una persona inocente debía pagar por horrores que nunca cometió, que nunca quiso saber. La ignorancia la habría salvado, pero nadie sabría nunca por cuanto tiempo.

No era una historia que sea sencilla de contarle a cualquiera; tanto para mí como para el pueblo entero fue difícil ver cómo después de aquel largo horus, la chica se convirtió en una sombra de la muerte y de las mismísimas Noches. Ella, y los cadáveres que tuvimos que enterrar en una fosa común a las afueras del lugar.

Cuando el abuelo apareció aquel horus, fue la expresión en su rostro lo que provocó en mí un augurio oscuro que hasta el día de hoy hace que me alteré y permanezca intranquila en las horas más oscuras. Pienso en mi abuela; en mi difunta y triste madre, que nunca conoció a su progenitora porque fue asesinada en un horus igual de terrible. Traigo a la memoria los últimos días de Casia y cómo renació en esta vida. Quién diría que mi familia estaría más cerca de lo que alguna vez hubiera imaginado; mi abuela como una joven y alegre chica y yo, su nieta, como un conjunto de arrugas, piel estirada, cabello blanquecino y muchísimos años cargando en los hombros.

Danae reencarnó como Casia y su final fue el mismo, nunca hay justicia para los buenos. A la sombra de un árbol, su mente poco a poco se fue apagando, había llegado el momento de desaparecer. La chica se colgó de una rama con una gruesa soga en el cuello unos años después del horus donde la bestia se convirtió en su eterna visitante.

Yo rogaba porque su alma se convirtiera en una Noche a que tuviese que volver a nacer en un mundo como este.

Al menos Casia partió de este infierno sin saber que dejó a una hija muchísimos años atrás. Así, una parte del pasado permanecerá por siempre en la cruda ignorancia.

Y que su nieta Euria era quién cantaba la canción.

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