Niveles de oscuridad (V. Luna Nocta)
- Latidos negros -
Necesito lavarme las manos, eliminar la suciedad que contamina mi piel.
Encontrar este baño justo al final de la calle ha sido un golpe de suerte. Las paredes mugrientas, el olor a orina y heces es lo único que me acompaña. Abro la llave del lavabo y dejo que el chorro de agua salga hasta que quede clara, espero no pescar alguna infección. Limpio el espejo con papel, tengo buena cara: sin ojeras, moretones, fluido o rasguño alguno.
Recién me doy cuenta de la presión en mi vejiga. Echo un vistazo a los cubículos; asquerosos. Esperaré a llegar a mi hogar.
Suena mi celular, la vibración acompasada al latido de mi corazón. La batería se agota.
El rechinar de la puerta metálica anuncia mi salida del baño.
Subo la capucha de mi sudadera, la sirena de la Policía retumba en ecos alrededor. Camino sin prisa, ni una pizca de temor. Sé que no soy a quién buscan. Estaré libre otra noche más.
Llovió hace unas horas, del asfalto emana calor. Algunos autos avanzan veloces frente a mí, cada uno apurado en llegar a su destino. Me obsequian el humo, aroma a gasolina que juguetea en mi garganta.
Uno, dos, tres. Al ritmo de una canción. Cuatro, cinco, seis. Son las nueve diez.
Estoy de buen humor, es bueno deshacerse de los problemas y preocupaciones. Le da un respiro al alma.
Un golpe sordo. El edificio por el que cruzo tiene varias luces encendidas. Escucho a una pareja pelear, algo se rompe y alguien grita.
No es asunto mío.
Así son las cosas, así deben ser.
Si ahora mismo entrara por una de esas ventanas, tomara un rehén y le cortara el cuello justo en frente de sus vecinos, no harían nada. ¿Por qué? Por que no es asunto suyo. Quizá un ser misericordioso llamaría a emergencias. Pero no intentarían detenerme.
De un bote de basura salta una rata, chilla al verme y desaparece en la oscuridad.
Al salir de la calle me doy cuenta del silencio abrumador, no es total, hay ruidos pequeños que destacan. Una televisión encendida, parece que se emite una película de acción. El llanto de un bebé. Ronquidos. Gemidos en otra habitación.
Aspiro la frialdad nocturna, es un alivio para los pulmones.
Dos cuadras adelante pasa la patrulla. Las luces rojas y azules están muy lejos de mí. Siempre me he preguntado por qué son de ese color.
No creo poder aguantar, será mejor si voy directo a casa de mis padres. No planeaba ir realmente, quizá sea el destino quién quiera que asista.
El único con jardín, es ahí.
Entro sin tocar el timbre, es bueno que siempre traiga las llaves en el bolsillo.
En la estufa hierve la comida, al parecer no le dio tiempo a mamá de apagarla. Le hago el favor de acomodar todo y me sirvo un plato. ¡Oh! Si quería ir al baño, lo haré luego.
Cenar en soledad, en medio de la lobrequez, sin miedo ni distracciones, es agradable.
- Rosas pares -
Me tomó un par de segundos darme cuenta de su presencia. Lo sé por el sonido sus respiraciones agitadas, por el aroma salado del sudor que se desliza en sus espaldas.
Están ahí, escondidos en el armario. Qué bello, qué poético.
Tiemblan.
Los pies de ella tienen los ortejos blancos de la presión por no moverse. La mano de él reposa en la esquina cerca del moho. Amo la humedad y oscuridad de la casa, ellos las odian. Detestan los muebles de madera que se hinchan y producen chillidos cuando duermen, aborrecen lo helado de las habitaciones. Y sobre todo, no soportan que esté aquí.
¿Por qué me temen? ¿Por qué suplican que me vaya y no vuelva nunca más? ¿Por qué? Si fueron ellos quienes me otorgaron la vida.
Antes de que la amargura y el dolor se apoderen de mis acciones, decido salir.
Camino sin pensar, la cabeza gacha y las manos en los bolsillos. Mientras más avanzo, menos casas veo. Poco a poco mis pies me llevan directo al lugar donde nací.
De inmediato me embarga la paz. Me reciben los árboles altos y frondosos, parecen querer alcanzar el cielo. Se sacuden al vaivén del viento. La verja chilla al empujarla, está vieja y oxidada; metal corroído al igual que mi alma. En cualquier momento podría desplomarse, ahí, sobre las lapidas del frente, que sirven a modo de fúnebres mayordomos que dan la bienvenida.
Lanzo mis zapatos a un lado, no hay nada como sentir la tierra directo en la piel. Ah, qué sosiego me produce el volver aquí. Extraño percibir a mis compañeros, unidos en la ceniza y comidos por los gusanos, pero no tengo la seguridad de si son recuerdos o inventos que mi mente produce para no morir por la incertidumbre. No sé quién fui. ¿Seré tal vez una mezcla de todos?
El peroné de aquél, la tibia de aquella, la clavícula...
¿O tan sólo un conjunto de tierra, hojas secas y letanías? ¿Pertenezco, por lo menos una parte de mí, a aquel ser bajo el epitafio "Amado padre 1899-1978"? ¿Soy "Dulce hija 2000-2007"? ¿Bondadoso hombre 1860-1950? ¿Querida esposa 1888-1965?
En ocasiones dudo de mi propia existencia, sino fuera por el palpitar en mi pecho juraría ser un fantasma. Cuando pasa me sumerjo en divagaciones, y ellas entonan las voces de las banshees. Sólo puedo deshacerme de la fonación al recitar un canto propio.
¿Quién soy? ¿Qué soy? Ni siquiera sé si debo llamarme él o ella.
Necesito tener cuidado o caeré de nuevo en esa zona. Sin embargo, son esos momentos los que me hacen creer que tengo humanidad. Pues me lleno de angustia, dolor y miseria; sentimientos que laceran, pero sentimientos al fin y al cabo.
- Reflejo -
Por la ventana observo el vapor que emana de los techos en los edificios. Se debe a la reciente lluvia y al imponente calor de la tarde. Al contemplarlo sólo puedo pensar en dragones exhalando, quietos y dormidos. Y si dijera esto en voz alta, frente a la gente, me dirían: "No existen". ¿Y quién a determinado que no? ¿Por qué no han de ser tan reales como lo soy yo?
Vuelvo mi vista al espejo frente a mí. Estuve horas limpiando la superfie hasta poder ver mi reflejo.
Cada que busco un lugar en el que quedarme, el requisito básico es que haya uno. No importan las cucarachas que van de aquí para allá, ni el vomitivo olor de la sangre seca en el suelo. O los vidrios rotos que dejan más cicatrices en mi piel. Yo no tengo hogar, me encuentro en total soledad, sobrevivo por la imperante necesidad de hacerlo, y por ello mismo es que vago por las estructuras rotas y abandonadas, hasta hallar un sitio en el cual habitar hasta que deba irme.
Algunas veces regreso al lugar anterior, a llevarme un espejo si es que no encuentro uno. Para seguir con la rutina diaria; despojarme de la vestimenta que traigo y examinar mi cuerpo, carente de cualquier rasgo que me indique quién soy. Ahí, en el la parte en la que debería estar algún signo que indicara mi género, no hay nada. Alguna vez creí hallar más como yo, estaban inmóviles, detrás de un vidrio opacado por el excremento de las moscas. Pero, entonces supe que eran maniquís, vacíos. A diferencia de los humanos, que dentro tienen vísceras, órganos y sangre caliente y roja. ¿Y yo? En mi interior lo único que hay es un líquido pestilente, negro y viscoso.
La rabia, el dolor, el odio y la repugnancia. Los siento subir como bilis en mi garganta. Aún así, sigo somentiéndome a la delirante tortura, tan deliciosa y obsesiva de mirar mi cuerpo. Este recipiente de iniquidad.
Uno, dos, tres. Cuidado con lo que ves. Cuatro, cinco, seis. En sombras, en la obscuridad. Siete, ocho, nueve diez. Comienza otra vez.
Uno, dos, tres. Al ritmo de una canción. Cuatro, cinco, seis. Son las nueve diez.
Siete, ocho, nueve, diez. Ni a las doce, ni a las tres.
La hora más sombría, no se puede predecir.
Con esta tonada, de cantos maliciosos, la voz dulce y venenosa.
Qué frustrante resulta lo tranquilizador de la canción, pues la persona que me la enseñó es la misma a la que le debo mi amarga existencia. Ella, no la puedo llamar madre, aunque participó en el ritual de mi nacimiento. Engañó a mis padres, ellos pensaban que se trataba de un juego, no imaginaban que funcionaría, creyeron que podrían reírse luego de la experiencia.
Aquí estoy, odiándome, odiándolos a todos. En especial a ella.
- Soy... -
Otra vez es ese momento.
En el que el cielo se cubre de tonos anaranjados y cálidos de la tarde, entremezclándose con las nubes y transformado los colores, dentro de poco se convertirá en un azul intenso que se oscurecerá hasta llegar al negro.
Pareciera como si el día cerrara los ojos y la noche los abriera. Es otro espacio, otra realidad, un mundo diferente del que existe cuando hay luz.
La transición que se origina con el crepúsculo es un espectáculo bello que logra tranquilizar mis emociones.
Escucho un grito provenir del callejón debajo de este edificio. Sin prisa alguna opto por ver de qué se trata.
Es un hombre, dos en realidad. Uno de ellos sentado contra la pared, apoyado en la superficie mugrienta que emana olor a orina de algún ebrio. El otro sostiene una pistola, la mano le tiembla, grita, le exige su cartera y otras pertenencias al tipo que solloza y asegura no tener nada.
Aun sin el arma, aquel asaltante impondría terror. Su cuerpo es grande, músculoso, lleno de tatuajes de seres cornudos; demoníacos. En cambio la víctima es menudo, frágil y cobarde. Las piernas flacas permanecen encogidas y sus anteojos están rotos.
Es normal que se sienta perdido. Incluso yo tengo resquemor de ese delincuente.
La veo a ella en su mirada, en el destello febril de sus ojos.
Se apaga cuando constata lo que el agobiado hombre le decía. Lo amenaza de nuevo con el arma, quiere asegurarse de que no llame a la policía.
A veces pasa, se arrepienten, yo sólo soy quien introduce la idea y les doy un empujoncito, al final de cuentas cada persona es responsable de sus propias decisiones.
Es ella la que habla, la escucho en mi cabeza. Los dos hombres siguen aquí, ambos se estremecen por la incertidumbre. ¿Quién eres?, le pregunto, ¿qué quieres?
No quiero nada, cumplo mi función simplemente. Igual que tú.
Me habla con la voz dulce,
melodiosa,
envolvente,
susurrante,
hechizante,
seductora,
vesánica.
Los hombres no notan nuestra presencia, los diálogos transcurren en nuestra mente.
¿Pero, quién eres? Inquiero. ¿Quién soy yo?
¿Yo? Eso es fácil, soy la demencia. En cuanto a ti, tú eres...
Un sonido estruendoso la interrumpe. Un grito desgarrador, es el de un animal herido; una súplica de piedad ignorada.
El suelo ribeteado de ese líquido de aroma metálico que tanto conozco, sangre, carmesí de los humanos.
El ladrón yace tirado en medio de la inmundicia. Muerto.
Y el otro hombre, aquella imágen deprimente lo ha matado. Ese que no parecía dañar ni a una mosca, ha sido capaz de asesinar otro ser humano. Llevado por el miedo o la locura.
Ella está ahí, en sus ojos desquiciados. Se va con él, sin darme a conocer lo que tanto deseo. Y con ellos termina el crepúsculo, recibiendo a la noche con aullidos de auxilio que fueron dejados a un lado y un alma menos en el mundo.
- Azul asfixia -
Justo las cuatro de la mañana. Muy tarde para seguir fuera y demasiado temprano para levantarse.
Sólo deambulan los perros y gatos callejeros, llenos de sarna y garrapatas. Algunos vagabundos o ebrios duermen arropados por periódicos viejos. Por último huyen los amantes furtivos que salen de algún motel. Escapan de miradas inexistentes.
Disfruto de la paz que me brinda caminar por los callejones. La oscuridad se cierne y las sombras danzan juguetonas ante las luces de las farolas, me acompañan en mi recorrido.
Voy en busca de un nuevo celular, el que tenía se ha quedado sin batería, la persona de quien lo tomé no traía un cargador consigo. Nunca lo hacen. No es que me guste hurtar, es sólo que ellos no lo necesitarán más. ¿Para qué lo querrían los muertos?
Llevo tiempo sin ir a los contenedores de basura, se hallan cosas interesantes por ahí.
Qué sorpresa, es un cadáver. Una mujer retoza entre los restos de comida, papel higiénico y otros objetos que no logro identificar por la suciedad. Sus cabellos son finos y ondulados, enmarcan un rostro ovalado. Tiene ojos grandes, o quizá estén así por causa de una sorpresa desagradable, pues se encuentran inyectados en sangre. El rigor mortis condena a sus manos a permanecer en una posición suplicante, como queriendo agarrar algo. Sus rasgos son difíciles de identificar con su piel azulada, a penas distingo leves arrugas, parecen haber sido causadas por el rictus de terror y no por la edad, pues luce joven. ¿Qué le habrá pasado para quedar así? ¿La rociaron con pintura? ¿Y quién la trajo aquí?
Me distrae un destello en su pantalón; su celular suena por una llamada entrante. Cuando finaliza puedo ver que tiene cuatro perdidas además de ocho mensajes. Siento un placer morboso al revisar el contenido de esos aparatos. Mirar las fotografías e imaginar que forman parte de mi vida. Incluso entro en la agenda para programar reuniones, cumpleaños o cualquier evento, fingiendo una vida que no tengo. Luego sollozo entre la pena y la soledad.
Quiero saber quién soy, qué soy. Me duele no pertenecer, tanto que he llegado a simular las necesidades fisiológicas habituales en todo ser viviente. Convenciéndome de poseerlas cuando no es así. Hasta los animales las tienen. ¿Por qué yo no? ¿Qué clase de criatura soy? Los admiro y al mismo tiempo odio a los humanos. Tan débiles y frágiles, pero capaces de destruir y ser poderosos. Efímeros. Así como dan vida, también la quitan.
Duele mucho. Me oprime el pecho, lo que sea que tenga dentro, algo parecido a un corazón, comienza a latir con fuerza. La cabeza me pesa, me gobierna una mareo y furia indescriptibles, mis párpados caen.
No. Quiero. Esto.
Me. Lastima. Me. Hiere.
Despierto. El paisaje es ese que he visto tantas otras veces; cuerpos sin vida. Charcos de sangre, un olor nauseabundo que asciende a mi nariz y revuelve mi estómago. Mis manos están intactas y parece que únicamente yo no tengo daño alguno.
- Creación de monstruos -
Retumban las nubes, envueltas en su traje gris. Cómo me gusta ver llover. Pero hoy no, porque sé la razón. Es por y para mí; pues necesito bañarme, a pesar de que mi cuerpo luce limpio, yo no lo siento así.
Apresuro los pasos, mis zapatos chapotean, la llovizna se ha convertido en tormenta, o por lo menos así lo veo. Las personas corren a resguardarse, en fútiles intentos por no mojarse. No me ven, nunca pueden. Sólo lo hacen cuando eso sucede.
Odio que sea así.
Sino fuera por los vívidos recuerdos podría soportarlo, si tan sólo pudiera olvidar y permanecer en ignorancia sería tan feliz, pero no, al contrario, al despertar todo se presenta con claridad.
Llego a mi "hogar", las horas pasan y yo permanezco en silencio, escuchando la gotas golpetear las ventanas mientras me consume la agonía, un dolor indescriptible que lucho por contener. Al final, con el cuerpo todavía mojado, no sé si por la lluvia o sudor, decido encender una vela. La llama danza al vaivén del viento que se cuela por los resquicios de la habitación, me hipnotiza con su baile y me pierdo en mis pensamientos, cuando me doy cuenta estoy rememorando lo acontecido.
Estaba con el cadáver de esa mujer, la que hallé en el contenedor de basura, comencé a llenarme de miseria, ya no pude más y me perdí. "Desperté", si es que puede llamarse así, en un estado de somnolencia, veía todo como en un cristal borroso, habían varias personas ahí, me miraban con terror; las caras desfiguradas de dolor y bañadas en lágrimas, como si lo que vieran fuera un monstruo. Y yo, no me sentía realmente yo, era diferente. Lo supe entonces, ya otras veces ocurrió, estar en otro ser, hombre o mujer no importa, siempre es en alguien que se ciega de rabia, de rencor, envidia o locura. Los veo, nos veo, cometer atrocidades, algunas indescriptibles, demasiado horribles; desmembramientos, asesinatos, canibalismo y... más. En esa ocasión me encontraba dentro de dos personas, por raro que eso fuera. Ninguno tenía un arma, aún así ellos temblaban, dos niños y una niña, sus hijos supongo. Los adultos gritaron, realizaron aspavientos con las manos, y cada uno de los pequeños parecía encogerse en su sitio, llegó el momento en que la atención de fijó en ellos.
Ya no, no quiero recordar, los gritos no me dejan. La sangre, el miedo, el crujir de los huesos y el llanto. Las súplicas rompen mi ser, deseo derramar lágrimas. Sus miradas, los ojos grandes y llorosos de los niños, los brutales de los adultos.
Inhalo con fuerza para salir del sopor, y observo mi reflejo por primera vez hoy. A diferencia de ellos yo tengo los ojos apagados. Aprieto los puños al tiempo que la luz de la vela parece menguar.
¿Sufres?
Escucho una voz. Sí, respondo sin pensarlo mucho.
¿Por qué?
Por existir, por la soledad, digo y logro reconocerla.
No deberías, tú eres tan vital como yo.
- En ti -
Las gotas de lluvia golpean los cristales de las ventanas, es la única melodía que nos acompaña.
¿Qué haces aquí?, pregunto sin abrir la boca; me basta con pensar las palabras.
Creí que necesitabas respuestas.
¿Acaso eres mi madre?, inquiero sabiendo que no lo es.
Te refieres a mí en femenino, ni tú ni yo pertenecemos a género alguno.
Las sombras juguetean en los rincones, el olor de la cera impregna las paredes cada vez más. Hace calor. En medio de todo veo surgir su figura.
Es igual que yo; sin rasgos, sin cara ni cuerpo que defina quién es. Deseo sentir felicidad, por fin encuentro a alguien para identificarme, mas no olvido que es la causa de mi dolor.
Le miro directo a los ojos, aquellas orbes carentes de vida; sin brillo ni pupila.
¿Por qué me temen? ¿Por qué nadie me ve? ¿Por qué mis padres, los únicos que notan mi presencia, me odian?
Expreso las dudas que han estado lacerando en mi interior.
¿Padres? ¿Te refieres a esos humanos? Te equivocas, ellos fueron el medio para que renacieras, sólo eso. Su premio es poder verte.
¿Renacer? ¿Qué soy?, anhelo la respuesta. Mis labios cuarteados sangran ante cada sílaba. Deseo saber, lo necesito.
Tú eres un ciclo constante, todos lo somos. Habitamos este mundo desde que existe la conciencia, en el interior de los humanos, en lo más profundo de su ser. Por lo general nosotros vamos de la mano, pues nuestra existencia está ligada. Es por ello que estuve esa noche cuando volviste. Hay más que sólo dos, muchos como tú y yo, cada quien sigue su rol; su propósito.
Debemos renacer porque cada cierto tiempo nuestra esencia cambia. Te daré un ejemplo: yo, la locura, la demencia no he sido igual en todo momento. Hoy no se considera el mismo término que hace años.
No deberíamos existir, sollozo, sin lágrimas. Sólo causo dolor.
De nuevo has errado. Tú, yo, todos. Nos definimos por algo que no puede estancarse en buenos o malos. Ellos son los que eligen el camino que siguen. Deja de temer hacer daño.
La gente habla de mí, de los dementes como si eso fuera sinónimo de maldad. Se le consideró loco a aquel que creía que la tierra era redonda. Dime, ¿fue malo? No. Nosotros le damos la humanidad a los humanos, por redundante e inverosímil que suene. Sin embargo, quien decide hacer lo correcto o incorrecto son ellos; pueden herir, sanar, dar conocimiento o mantener en ignorancia, destruir y crear. No necesitas que te diga qué eres, tú ya deberías saberlo. Piensa en tus acciones. ¿Qué papel juegas?
Entonces lo supe. Sentí mi cuerpo; esa cáscara vacía, el recipiente que me daba estado físico, deshacerse. Se desintegró hasta volverse polvo, mientras yo por fin tuve conciencia de mí.
Existo dentro de todos, en cada ser. Surjo del miedo, del dolor y la miseria. El odio me alimenta y la tristeza me fortalece.
Pues yo soy...
...la oscuridad.
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