El misterio en el Río Higuamo (Bileysi Reyes)
Corría el año 1924, poco después de la primera intervención estadounidense. En ese entonces los gringos habían tomado a la isla y dejado en ruinas, la gente apenas vivía con lo poco que conseguía al día, la vida era diferente, era un mundo distinto, un mundo que para las nuevas generaciones sería difícil imaginar.
Podría resultar complicado creer en esta historia y no es mi intención convencer a nadie, llegué a discutir esto con mi hermano muchas veces puesto que él también conocía la verdad, pero eso ya no importa. Manuel era cinco años mayor que yo, vivíamos con mis padres cerca de la ribera del Río Higuamo en San Pedro de Macorís. En aquel tiempo, andábamos sin zapatos y solo con camisa los domingos para ir al pueblo a escuchar la Misa. Estoy convencido de que el diablo aparece de distintas formas dependiendo el lugar, en la comunidad donde nací y por extraño que parezca era en forma de un enano.
La primera vez que lo vi no fue la primera vez que hizo su aparición por los alrededores, yo me creía escéptico hasta cierto punto porque no conocí esa palabra hasta mucho tiempo después y porque nunca antes había visto nada extraño, hasta ese día. Contaba con doce años, había tomado manía de ver el atardecer sobre un flamboyán que se cernía en la colina más cercana a la bifurcación del río, pero ese día decidí acostarme en la hierba que estaba alta de un verde pálido y me entretuve con las nubes, algunas formas me parecían tan familiares como la silueta de una señora con pañuelo parecida a mi madre y, mientras rayaba la luz del crepúsculo quedé dormido. Nunca supe cuánto tiempo dormí, pero cuando abrí los ojos estaba oscuro. A veces en las noches con mis achaques de enfermedad y la vejez, llega sin querer a mi memoria la imagen del cielo estrellado y lo que vi después. Me levanté de la grama dispuesto a volver a casa y de repente divisé a un niño pequeño caminar hacia la orilla del río, casi no era consciente de lo que estaba pasando y no podía apartar mis ojos de él, pues, ¿qué hacía un niño tan pequeño caminando solo en ese lugar cuando ya había entrado la noche?
Pero eso no era un niño, apenas me enteraba que aunque se veía caminar no tenía pies y no era lo único que le faltaba, su cabeza redonda estaba completamente vacía. Me asusté de inmediato y me escondí detrás del árbol hasta que se perdió de mi vista y corrí hacia la casa despavorido.
Cerré la puerta tras mí sin decir una palabra a nadie, pues se decía que aquellos que se atreviesen a contar lo que habían visto la misma noche que vieron algo corrían el riesgo de pasarle cosas malas y, "algo malo" era lo último que quería que me ocurriese, sin embargo tan solo era el inicio de sucesos que marcaron mi vida para siempre.
Cuando desperté en la mañana mi padre me había dicho sobre las tareas del día, ayudarlo a ordeñar las vacas y me tocaba también pastorearlas, llevarlas a un lugar bastante amplio para que puedan comer, mi hermano debía llevar la leche al pueblo a venderla a los dependientes del mercado, con mucha suerte vendría con un poco de carne, legumbres que no podíamos cosechar y algo de dinero.
Antes de salir mi padre me había dado la bendición como cada día. Montado en Juanito el burro de la familia había salido a la sabana y mirando hacia atrás me topé con la dulce mirada de mi madre que me parecía más angelical que la de la virgen sin contar con el raquitismo de su apariencia característico de la época, siendo mujer de campo, ignorante de letras y sin más maquillaje que agua y sol mañanero, sin embargo aunque su postura era muy parecida a la del día anterior en las nubes, no recordé en ese momento el suceso en el río.
Allá lejos de aquella luz que irradiaban los ojos de mi progenitora me encontré solo con las vacas. Había cruzado cientos de veces por aquel camino angosto que conectaba con el lado más antiguo del cementerio, allí los cadáveres yacían enterrados en rústicos ataúdes de madera sin pulir que debieron haber desaparecido hacía tiempo. Al cruzar cerca de donde enterraban a los niños me entró un escalofrío en la nuca sintiendo sin demasiada precisión que alguien me observaba, pero no había nadie mas que las vacas, juanito, yo y una que otra ave gimoteando con eco triunfal en los confines del monte.
Fue entonces cuando me vi recordando el baquiní del nieto de don Tomás, por alguna razón el sepelio de un niño suele ser más aterrador que el de un adulto. Tengo la teoría que los demonios se alimentan de la energía de los niños y el miedo los atrae como un imán. Cuando un niño muere parte de su energía queda suspendida muy cerca de su cuerpo sin vida, atrayendo extrañas energías que erizan la piel.
Un súbito estremecimiento de Juanito me devolvió a las fauces de la realidad justo antes de la cruz del camino, el camposanto quedando a mi derecha y yo que empezaba a sentir miedo, pues había recordado repentinamente como si hubiera sido una revelación al enano de la noche anterior.
Las vacas continuaban su camino pero el burro se había detenido y no se quería mover hacia ningún lugar, intentaba inútilmente hacerlo reaccionar cuando por el rabillo del ojo logré ver a una sombra negra con aspecto humanoide que parecía observarme detrás de un arbusto de Caimoní, la cosa extraña era obscura como una noche sin luna, yo en el intento repentino del frenesí y el susto tratando de hacer que el burro se mueva la había espantado, porque rápida como un relámpago desapareció de mi vista dejando las hojas en movimiento.
Y justo en ese momento Juanito empezó a caminar nuevamente...
Andaba con las vacas delante de mí a media mañana, me sentía internamente encolerizado sin dar crédito a lo que mis ojos habían visto unos minutos atrás, podría ser perturbador para un chico en sus escasos doce años encontrarse con este tipo de eventos, sin embargo, una plena disposición jugaba con mi yo psíquico diciéndome que era capaz de conectarme con el mundo de los espíritus.
Continué meditabundo cierto tiempo justo donde las vacas reposaron el día anterior, me limité a quedarme allí pensando seriamente que debía regresar a casa por el mismo camino, no obstante, el miedo que me causó la sombra me lo causaba también la extraña aparición del enano en el río, era un miedo que me helaba la sangre sin saber a ciencia cierta porqué.
Contemplé la colina que me quedaba en frente mientras me sentaba bajo la sombra de la mata de guayaba que sin lugar a dudas me cubría con su sombra y me brindaba gentilmente su preciado fruto, en ese instante sentí una mano posarse en mi hombro, mi susto fue mayúsculo a tal punto que lancé un grito tan fuerte que escuché alas batirse entre las hojas de los árboles, mi estremecimiento se alivió al ver los ojos de Manuel que me miraban con tal extrañeza que sentí vergüenza.
—Jesúmanifica Luis, ni que yo fuera un muerto.
Sonreí al instante y como no quería que me tildara de miedoso guardé silencio. Manuel no reparó en eso y continuó diciendo:
—Cuando iba a llevar la leche me topé con Ofelia la hija de Pancho, ¡hubieras visto qué bonita la encontré! Me dijo que te advirtiera, como te han visto andar de noche por la rivera del río sobre unas cosas extrañas que se ven por ahí, ¿no has visto nada raro?
Claro que había visto algo pero me daba miedo comentarlo en el monte pues no quería encontrar otra sorpresa y arrastrar a mi hermano conmigo. Lo negué rotundamente y le miré a los ojos. Por un momento sentí que quiso decir algo y se contuvo, sus ojos de pronto adquirieron un brillo difícil de explicar.
—¿Te dijo algo más? —pregunté.
—Sí, me dijo que muchos años atrás, vivía un señor con su hija pero él no la trataba bien, que en un momento dado la niña en su frustración y quien sabe por qué cantidad de abusos decidió ahogarse en el río, su padre al ver a su hija boyando en el agua tomó la lámpara incendiándose dentro de la casa, la gente no daba crédito a lo que ocurría y quizá por miedo nadie les hizo las ceremonias que se les suele hacer a los muertos y desde entonces para estas fechas sale un enano prieto rondando el lugar, dicen que siempre aparece antes y mientras ocurre un suicidio, pero algo ocurre en el río que el extraño enano se deja ver por ahí cada cierto tiempo.
—Ya lo vi —dije palideciendo—, pero no diré nada hasta que lleguemos a casa.
Llegamos a casa sin ninguna novedad, aunque si bien era cierto había pasado cauteloso por el cementerio. Por unos momentos traté de evadir a Manuel con sus preguntas y lo logré, nuestros padres nos mantuvieron ocupados gran parte del día y como teníamos prohibido hablar a la hora del almuerzo me vi exento de tener que contar por el momento, sin embargo mi felicidad no duró mucho tiempo, cuando debí regresar por las vacas decidió acompañarme. Ya se pueden imaginar lo difícil que fue para mí ese momento.
Mientras íbamos, medité tanto que casi no me enteré que pasamos por el camposanto, Manuel me miraba serio y por un momento pensé que me había librado pero no fue así, al llegar al pasto de las vacas me detuvo, así fue como tuve que contarle todo de una vez, la aparición del enano y la sombra que vi antes de que él llegara.
Mientras caía la tarde en el crepúsculo mis sentidos se agudizaron porque de momento pude sentir una paz desorbitante, el silencio era abrumador e indescriptible, no había sonidos de pájaros trinar, ni aleteos, tampoco los murmullos característicos de los montes arropados por las suaves fricciones de las hojas secas creadas por los pequeños animales de la tierra. Así en la perfecta calma desde detrás de la colina empezamos a escuchar un grito de forma ascendente, un grito gutural, gigantesco como el estruendo de muchas aguas y sacos llenos de huesos que se transforman en el espacio con armonía sinuosa.
Miré a Manuel quien tan desorbitado como yo no daba crédito a lo que escuchaba, miramos a la colina una vez más mientras las nubes blancas se mezclaban con las que tenían una tonalidad naranja y me entró el miedo más grande que pude haber sentido hasta ese momento, pues como había sospechado antes, por contar estas cosas también había arrastrado a mi hermano conmigo.
—¿Qué es ese ruido que se escucha por ahí? —pregunté a Manuel señalando la colina.
—Detrás de la colina está el río Luis, ¿tú no lo sabías? —Me miró dudoso.
—Jamás pasé al otro lado ni me interesé por eso —le dije arrugando la cara tratando de contener el nudo que se había formado en mi garganta.
Como un pensamiento compartido donde ninguno de los dos dijo una palabra más, recogimos las vacas como pudimos escuchando el llanto que un momento se había tornado estrepitoso hasta convertirse en una voz casi silente e imperceptible donde lo que decía no tenía sentido o no pudimos entender.
Y así ambos en silencio emprendimos la marcha hacia la casa, mientras el anochecer se cernía sobre nuestros cuerpos como una masa uniforme, repasé mentalmente todo lo que me había sucedido en tan poco tiempo, resultaba bastante extraño, bastante nuevo y poco probable, si no fuera porque Manuel también había escuchado aquel grito estaría pensando que solo eran locuras mías, pero no lo eran, era mi primera vez viendo estas cosas lo que hacían más veraces todos mis pensamientos.
Los siguientes días papá o Manuel buscaban y llevaban las vacas, mientras que yo dominado por un sentimiento de extrema reverencia y temor a lo desconocido me había recluido bajo las faldas de mamá, ya no iba a mirar los atardeceres sobre el flamboyán como acostumbraba cuando no debía ir por ellas, mi hermano se había mostrado discreto y me apoyaba en cuanto podía. Mi madre suponía que algo vi en el monte pero que no me atrevía hablar y mi padre pensaba que me había vuelto muy cobarde.
Sin embargo el suceso excitaba a Manuel más de lo debido, continuamente me invitaba a ir con él por las vacas o que lo acompañase a la rivera del río para ver el atardecer como antes pero yo me negaba, tenía la sensación de que algo malo sucedería, necesitaba evitarlo a toda costa, pero como ocurre siempre con los hermanos el mayor siempre logra convencer al menor y en un momento de debilidad accedí.
Eran las seis y cuarto, nos habíamos acomodado en la grama para observar el cielo, las formas de las nubes se movían regulares y de diversas formas como siempre, un eco se escuchaba de la creciente del río indicando llovidas en otros campos, sin embargo en la localidad donde vivíamos estaba seco, San Pedro de Macorís siempre se ha caracterizado por ser un lugar de escasas lluvias, aún así se podía ver un poco nublado en una parte opuesta al atardecer. Entre la luz celeste mis sentimientos de protección al lado de mi hermano y el cálido murmullo del agua hicieron que me adormitara.
Cuando desperté era de noche como la última vez pero el sentimiento de horror invadió mis entrañas al ver que Manuel ya no estaba, con un movimiento brusco me levanté de la grama mirando hacia el río sin ver señales de él, farfullé entre dientes las tres malas palabras que sabía y me disponía a correr cuando un personaje pequeño se encontraba de pie cerca del árbol observándome.
La luna estaba llena, su luz parecía alumbrar más de lo usual, de esta manera le vi todas sus formas, era pequeño como un niño de cuatro años, sus brazos resultaban ser muy largos para su diminuto cuerpo y por primera vez pude ver su rostro, tenía las cuencas de los ojos más grandes de lo normal, el blanco de sus globos oculares parecía demasiado blanco para su negra piel que resultaba mucho más negra que el carbón, todo en él resultaba extrañamente espantoso, como deduciendo que me había encontrado con "lo malo" me paralicé de inmediato. El ambiente resultaba muy pesado, un ligero aroma azufre invadió mis fosas nasales, ante tal espectáculo y presa del miedo perdí el conocimiento.
Cuando desperté otra vez se encontraba en el mismo lugar observándome con sus ojos extremadamente grandes, una sonrisa de oreja a oreja con unos dientes que parecían haber sido bañados en oro puro, empezó a hablar:
—Pero mira a quién tenemos aquí, al pequeño pastorcito.
No puedo escribir mucho, mis manos tiemblan. No tengo muchas más fuerzas para continuar la carta. Tal vez alguno la vea en mi lecho de muerte y esté interesado en leerla, ya no quiero guardar el secreto, no quiero retener con soledad apacible la imagen del enano en mi memoria, no quiero recordar que el diablo viajaba de vez en cuando a la rivera del Río Higuamo.
Debían ser las doce de la media noche. Con ansiedad agonizante le vi moverse frente a mí y sacar de su pantalón un tremendo cachimbo como lo usaba mi padre. Su ropa rayaba entre lo elegante y lo casual, tenía un reloj de oro pendiendo en su bolsillo del cual podía escuchar el tic tac posiblemente por el silencio abrumador en el que se encontraba el monte y sus zapatos brillaban ante la luz radiante de la luna. Encendió el cachimbo con el fuego que salió del chasquido de sus dedos mientras me miraba con alegría inusitada.
—Entonces pastorcito, ¿te encuentras bien? —Se acercaba lentamente y yo con el terrible pensamiento de que jamás volvería a ver la luz del día retrocedí —. No temas pastorcito, vacas, juanito, Manuel.
—¡¿Dónde está mi hermano?! —grité.
—Cabeza, cementerio, bosque, cielo nublado. —Se acostó en la grama a tomar una bocanada de su cachimbo como si no hubiese escuchado mi pregunta —. Tengo cosas malas que contarte, cosas malas, muy malas, colina, gritos, cerro, sangre... sangre del hermano del pastorcito.
—¿¡Dónde... está... mi hermano!? —grité otra vez con toda la fuerza que me permitían los pulmones.
—Tendrás que venir conmigo pastorcito, tu hermano está muerto se lo comieron las hienas.
—¡Mentira! —grité desesperado.
—Sí, oh sí, claro que sí. Pero he decidido que iré contigo a dar la pésima noticia a tus padres, rayos, rayitos y centellas. —Tomó otra bocanada de su cachimbo —. ¿Crees que soy un mal mentiroso, eh? No hay hienas en este campo, sin embargo estoy completamente seguro de que tu hermano está muerto.
—¡No!
—Tu hermano se ahogó en el río cuando me vio, ¿crees que soy muy feo pastorcito? No soy como me pintan, ¿no lo ves? Serpiente, sentido, cascabel, me encuentro estupendamente bien, ¿tú no pastorcito? Parece que lloras, ¡ah los humanos siempre lloran!, ¡encontré un ápice!
—¡Mentiroso!, ¡maldito mentiroso! —grité llorando, había llamado mentiroso al diablo por tercera vez.
—Es una muy mala noticia, tus padres van a llorar, estarán tristes todo el tiempo pero luego lo olvidarán, los humanos siempre olvidan, son tan débiles, ¿no te gustaría ser algo más que un humano pastorcito? Yo puedo hacer muchas cosas, puedo darte muchas más, sin embargo he decidido que te llevaré a dar la mala noticia a tus padres, ellos están esperando saber de sus hijos.
Noté en sus extremidades superiores que sus dedos eran extremadamente largos, parecían varillas curvadas y cada dedo terminaba en algo que tenía apariencia de ser una pezuña, con la mano derecha extendida hacia mí sonreía, algo muy horroroso me iba a ocurrir, así lo sentía...
Por una extraña razón me sentí tentado a tomar su mano. Cada una de sus palabras atraían a mi memoria imágenes de sucesos de mi vida.
Pero no caí por completo y empecé a correr. Corrí... corrí tan rápido como me permitían mis pies, corrí porque no había otro modo de tratar de escaparme de aquel ser abominable que se hace llamar diablo, corrí aunque las piedras del camino lastimaban mis pies y las ramas y bayas maltrataron mi cuerpo, corrí llorando de dolor por mi hermano muerto.
Deseaba llegar a casa y ver a mis padres pero el camino se volvía cada vez más angosto y obscuro, mientras tanto escuchaba un sonido estruendoso a mi espalda, era como si un ejército de caballos me perseguía, de igual forma empecé escuchar también el lejano sonido de tambores por el monte y recordé el cuento que nos hizo mi padre a Manuel y a mí, sobre unas criaturas diabólicas llamadas Misangós que andan por los cañaverales después de la media noche, según la leyenda si los encuentras corres el riesgo de convertirte en su 'caballo'. Ante tal espectáculo y presa del terror mi vejiga colapsó, empecé a sentir el líquido acuoso y caliente bajar por mis piernas así que al pisar una piedra lisa resbalé pero logré reponerme y seguí corriendo por el monte hasta que de pronto todo el bullicio de los caballos y tambores cesó por completo.
¿Saben qué ocurrió después? Tuve que detenerme porque ya no podía más, me percaté que no sabía dónde me encontraba, pero estaba completamente seguro de que el diablo hizo que me perdiera, así que hice lo mismo que suelen hacer los campesinos cuando 'un muerto' los extravía de su camino y coloqué mis pantalones al revés. Al hacerlo logré ver un camino iluminado por una luz brillante y sin preguntarme si sería alguna trampa más del maligno continué la marcha para encontrar el origen de tan celestial fenómeno que contrastaba con todo lo que había pasado hacía un momento.
Allí encontré a Manuel, parecía perdido, triste y preocupado. Cuando me vio su cara se iluminó de inmediato. Corrí hacia él con el alma hecha añicos, en ese momento me llegó el terrible pensamiento de que estaba muerto con Manuel y justo nos dirigíamos al cielo. Pero luego me enteré que me encontraba en el patio de mi casa y que me buscaba porque desaparecí de su lado en un momento que cerró los ojos, también supe que no eran más que las ocho de la noche.
—¿Dónde estabas? —me preguntó en tono de reproche.
Le conté todo lo que me había ocurrido y me hizo prometer que nunca le contaría a nadie, lo prometí en seguida y aunque muchas veces me costó lo logré hasta hoy que escribo esta carta antes de morir.
Nunca más volví a ver al enano, si lo hiciera ahora lo combatiría con más de las tres malas palabras que sabía y me entregaría a los lazos destino.
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