Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Bosque (NatsumiNiikura)


- I -

La intensa tormenta golpeando las ventanas me había despertado en plena madrugada. Me levanté poniendo los pies descalzos en el gélido suelo de piedra. Descorrí la cortina y miré afuera. La lluvia caía con furia, convirtiendo las calles en ríos. La última vez que había visto una tromba como esta, fue el día en que Víctor murió; me había despertado, también de madrugada, minutos antes de que sonase el teléfono y me dieran la noticia. Víctor había sido mi amigo de la infancia, mi mejor amigo, también mi primer amor, y su pérdida me hizo marcharme del pueblo sin desear mirar atrás.

Las tormentas y los ruidos del bosque no eran, precisamente, dos de las cosas que echaba de menos de mi pueblo natal. No habría querido volver, pero mi tía estaba enferma y yo era la única familia que le quedaba. Me dispuse a volver a la cama e intentar conciliar el sueño de nuevo, pero entonces vi una sombra al final de la calle. Era imposible, mis recuerdos tenían que estar jugando conmigo, movió la mano saludándome.

No sé muy bien por qué, pero, como hipnotizada, me calcé las botas de montaña y bajé apresurada a la planta baja donde me puse el grueso abrigo impermeable y salí a la calle dejando la puerta abierta tras de mí. La lluvia me golpeó con fuerza, miré al final de la calle y alcancé a ver su figura dirigirse hacía el camino que llevaba a las ruinas del castillo de València d'Àneu y al bosque.

Corrí tras él sin importarme nada más. Estaba siguiendo a una sombra del pasado, era irracional y, ser consciente de ello, hacía que mi corazón latiese aún con más fuerza. Resbalé con las hojas que cubrían el suelo y caí, rapándome las rodillas y las palmas de las manos. La silueta de Víctor se detuvo, como si me estuviese esperando. Me levanté con un quejido, pero dispuesta a seguirle.

El espacio entre los árboles se iba estrechando, sus ramas se retorcían, enredándose con las del árbol vecino impidiendo que la escasa luz de la luna se colase por su follaje. Avancé decidida, no necesitaba ver para recorrer aquel camino que tan bien conocía. Apoyándome en los troncos de los árboles seguí adelante, hasta detenerme al borde del claro en el que nos dimos nuestro primer beso. Con la respiración agitada oteé el claro, lo vi sentado en un tronco caído, iluminado por la luna llena, tal cual lo recordaba.

—Júlia, al fin has vuelto.

Fui hasta a él, me senté en el tronco y me giré para contestarle, pero Víctor ya no estaba, se había esfumado. Noté entonces que había dejado de llover, en algún momento mientras corría por el bosque, sentí la ropa empapada. Sorprendida descubrí que llevaba puestas las botas y el pijama, pero no el impermeable, a pesar de que recordaba habérmelo puesto antes de salir.

Me abracé a mí misma con un escalofrío recorriéndome la espalda. ¿Qué demonios había pasado?


- II -

Mi tía Núria murió aquella misma noche, mientras seguía a Víctor por el bosque, guiada por una luna que no debería haber visto porque diluviaba. Al regresar a casa, empapada, recibí una llamada del doctor Fabregadas dándome la noticia. Oficialmente me había quedado sola en el mundo.

El cementerio minúsculo, anexo a la iglesia, estaba lleno. El pueblo entero estaba allí, dándole el último adiós a Núria Casagran i Jové. Yo, como única familiar, estaba de pie en primera fila, fingiendo escuchar al párroco que oficiaba la ceremonia. Los sollozos y susurros se expandían por el camposanto. Pero no podía mantener la atención puesta en lo que ocurría.

Paseaba constantemente la mirada por los rostros de los que fueron mis vecinos, buscando en ellos consuelo, o tal vez buscándole a él. Porque si estuviese vivo estaría junto a mí dándome su apoyo.

Cuando acabó la ceremonia me encerré en casa. Estirada en el sofá intenté leer algo, pero no podía concentrarme, por algún motivo todo aquel silencio me crispaba los nervios. Cerré el libro, cogí mi reproductor de MP3 y volví a calzarme las botas de montaña. Necesitaba desconectarme y, si no podía hacerlo leyendo, tal vez lo lograría paseando.

El sol de media tarde mantenía los caminos perfectamente iluminados. Inspiré hondo y me adentré en el bosque, más allá del claro en el que me encontré con Víctor. Los caminos en desuso habían sido devorados por la maleza, mas conocerlos hacía que no necesitase más que los indicadores para senderistas pintados en los árboles y rocas. Me dejé arrastrar por la relajante visión de la naturaleza, absorta, sin prestar atención a nada más; hasta que la luz del día menguó.

Me quité los auriculares. Recorriendo los viejos senderos había llegado a la minúscula ermita de Àrreu. No se oía nada, ni tan siquiera el piar de los pájaros. Àrreu al completo, abandonado por completo en 1980, incomunicado por carretera, atrapado en el tiempo como una vieja e inquietante postal.

Estaba sola, rodeada de silencio y maleza, de viejas y mohosas tumbas que ya nadie visitaba. Nadie depositaba allí flores frescas ni lloraba a sus muertos. Ya no.

Me arrodillé ante una de las lápidas, frente a ella había unas flores de plástico. Desentonaban con la decadencia del lugar. Busqué el nombre en la lápida, pero el musgo no me permitía hacerlo, así que deslicé mis dedos por la piedra, dejando que la humedad mojase mis dedos. Sentí algo similar a una J seguida de una Ú y una L.

Aparté los dedos como si quemase e intenté levantarme, pero no pude. Mis piernas estaban atrapadas por unas enredaderas que antes no estaban allí.

Presa del pánico miré alrededor. Volví a ver a Víctor. Me estaba mirando, inmóvil, en silencio.

—Víctor... —susurré.

Las raíces iban enredándose en mi cuerpo, las ramitas se clavaban en mi piel. No podía chillar, a penas me salía la voz, y aunque hubiese podido hacerlo, allí no había nadie que pudiese escucharme.

—Víctor, ayúdame...


- III -

No podía ver nada, ni el suave contorno de ningún objeto recortado contra las sombras. Tampoco oía nada, a parte de mi respiración, agónica, atropellada, pesada. Me dolía el cuerpo bajo la presión de la maleza que me aprisionaba.

Intenté chillar. También hablar. Pedir ayuda. Suplicar. Pero de mi garganta no brotó palabra alguna, ni tan siquiera un quejido.

¿Qué había pasado? No estaba segura. Recordaba haber llegado a Àrreu, a su pequeña ermita con su cementerio tan olvidado como el resto del pueblo. La tumba mohosa y mis dedos húmedos recorriendo el musgo en busca de un nombre, mi tacto devolviéndome tres letras "Júl", entonces algo me había atrapado, algo vivo y siniestro. La naturaleza apresándome. Víctor, de nuevo, allí mirándome.

Víctor. ¿Acaso era cosa suya? ¿Estaba vengándose por qué me había marchado? Pero no parecía enfadado, se le veía preocupado, mas si no era él ¿entonces quién?

El calor emanaba del suelo cual incendio. Traté de moverme sin lograrlo. Respiré, el aire olía a barro y ceniza. Recordé entonces las viejas leyendas sobre el fuego que hace desaparecer pueblos enteros, borrándolos del mapa, como si sólo hubiesen sido una ensoñación de alguien demasiado imaginativo. Senderistas que se habían desvanecido entre la niebla. La gente decía que era cosa de las brujas, las que habían ardido en las piras y que, ahora, se vengaban de aquel que se atreviese a pisar su territorio.

El calor era sofocante, mi piel ardía, mis huesos parecían a punto de fundirse. Quería huir y no podía hacerlo.

«Víctor, ayúdame, por favor. Si estás ahí, ayúdame» pensé, impotente, aterrorizada.

¿Iba a desaparecer yo también? ¿Me desvanecería entre la niebla como un polvoriento recuerdo? ¿Ardería en mitad de la nada, consumiéndome hasta no dejar rastro? Ya no quedaba nadie que pudiese echarme en falta, nadie que viniese a buscarme; en el pueblo darían por hecho que me había marchado sin más, ya nada me retenía allí.

Cerré los ojos con fuerza para volver a abrirlos, con la esperanza de que mi vista me devolviese alguna imagen, la que fuese. Oscuridad, densa, impenetrable. El silencio pesando como una piedra sobre mí.

Mi cuerpo entumecido bajo la presión que me rodeaba, ardiendo presa del calor, mis sentidos inútiles que no daban pista alguna de lo que me rodeaba. Atrapada, tal vez para siempre.

Una mano de gélidos dedos rozó mi mejilla y una fantasmal risa femenina se coló en mis oídos.

«Voy a morir» pensé entonces, con la terrible certeza cayendo como una losa sobre mí.


- IV -

Sobresaltada abrí los ojos topándome con el techo, sentí bajo mi cuerpo un mullido colchón y me relajé, volviendo a cerrarlos. Estaba en casa, lo había soñado todo. Suspiré aliviada. Me moví hasta quedar tumbada de lado para poder mirar por la ventana, pero allí no había ventana alguna, no era mi casa.

—Víctor —musité tratando de no sonar aterrada. Él asintió, tumbado a mi lado—. ¿Qué está pasando? ¿Dónde estamos?

—Estamos en Sant Quirs.

—Sant Quirs no...

«Existe» pensé, pero no lo dije. Hay tres versiones diferentes de la misma leyenda sobre Sant Quirs y Rose, en dos de ellas se nombra el pueblo de Sant Quirs extinto a causa de la peste, y en la otra se habla sólo de una casa en medio del bosque de Rose. Un pueblo entero borrado del mapa.

—Es una leyenda —repliqué—. Lo sabes tan bien como yo.

—Júlia, las leyendas siempre tienen algo de realidad tras ellas.

—¿Por qué estás aquí? ¿Qué es lo que quieres de mí?

Víctor pareció dudar, se sentó sobre la cama y se abrazó las rodillas.

—Te echaba de menos, quería que volvieras, aunque sabía que no debías hacerlo —susurró. Traté de incorporarme, pero me dolía el cuerpo entero, miré mi brazo que estaba lleno de marcas de ligaduras. Nada de aquello había sido un sueño, como había pensado al despertar—. Te atraje al bosque, esperando que te asustases y te marchases antes de que fuese demasiado tarde. Antes de que quedases aquí atrapada conmigo.

—No entiendo nada, Víctor.

—Se encapricha de alguien, le persigue hasta hacerle perder la razón, hasta que ya no queda nada. Pero contigo todo ha sido más rápido, porque estás sola...

Un chillido se alzó desde el exterior, seguido de otro más y otro, y otro...

Víctor se tumbó y me abrazó, su cuerpo estaba frío.

—La noche de mi accidente, tú tendrías que haber venido conmigo.

—Pero me dolía la cabeza y me quedé en casa —afirmé enterrando la cara en su hombro, como hacía cuando éramos un par de adolescente y estaba asustada.

—Estaba enfadado contigo, creí que era una excusa porque habíamos discutido. Iba más rápido de lo normal, la noche era clara y la luna brillaba iluminando la carretera. La moto rugía sobre el asfalto, mientras yo seguía dándole vueltas a nuestra pelea.

»En una de las curvas vi lo que me pareció un niño en el arcén, me distraje mirándole, al llegar a su altura me mostró una sonrisa siniestra de dientes puntiagudos y blancos.

»Escuché un claxon, aparté la vista de aquella curva. Lo último que alcancé a ver fueron los faros del camión que venía de frente, me había metido en su carril. No pude esquivarlo.

»Aquí, esa cosa, reúne a sus víctimas.

—¿Quieres decir que estoy muerta?

—No, aún no, pero espera que mueras.

—¿De quién hablas?

Se encogió sobre sí mismo como si le doliese algo, apretando el abrazo. No contestó. Fuera los lamentos continuaban su sinfonía macabra.


- V -

A pesar de los gritos del exterior, que no cesaban, logré calmarme lo suficiente gracias a su abrazo. Me removí haciendo que me soltase.

—¿Se puede salir de aquí? —pregunté—. Viniste a casa, tiene que haber una salida.

—Es peligroso.

—No parece que aquí vaya a estar más segura que afuera.

Por un instante dibujó una mueca que parecía de dolor.

—¿Te encuentras bien?

—Júlia, estoy muerto, ¿tú qué crees?

Sentí el calor de la sangre agolpándose en mis mejillas. Aquella había sido una pregunta estúpida. La más estúpida jamás pronunciada.

—Hay un camino a través del bosque, en línea recta desde la entrada de la casa —explicó poniéndose en pie y ayudándome después a levantarme—. Lleva a la curva cerrada de la C-13 por encima de Esterri d'Àneu.

En la que él perdió la vida, no me atreví a pronunciarlo en voz alta.

Abrió la puerta con cuidado, haciendo de escudo entre el pasillo y yo. Avanzó con sigilo con una mano estirada al frente y la otra manteniéndome tras él. No veía nada y eso me ponía nerviosa.

—¡Corre, Júlia!

Aquella cosa, salida de a saber dónde, se lanzó sobre Víctor, ambos rodaron por el suelo. El ser lanzó un chillido agudo y sostenido que me hizo reaccionar.

Corrí.

El pasillo era largo, estrecho y estaba oscuro. Me movía a ciegas cazando los pequeños destellos que se colaban por debajo de lo que suponía eran puertas, tratando de dar con la salida. Choqué con una superficie de madera, tironeé y batallé hasta que logré que cediera dando, al fin, con el exterior.

El cielo tenía un turbio tono verdoso decorado por unas irreales nubes negruzcas. El bosque se retorcía sobre sí mismo como si los árboles tratasen de defenderse los unos a los otros de una amenaza invisible. Los lamentos proseguían, aunque no veía a persona alguna que pudiese emitirlos.

Giré sobre mí misma para ver el lugar del que acababa de salir. Una vieja masía de piedra desnuda, con minúsculas ventanas para mantener el frío fuera y el calor dentro. Parecía atrapada en el tiempo, hacía años que no se construía nada así, parecía incluso más antigua que cualquier otra que jamás hubiese visto.

Me aparté del edificio pisando con cuidado, evitando hacer ruido con las ramas secas, procurando ser sigilosa y evitar así que, aquella cosa, diese conmigo cuando se librase de Víctor. Divisé un tronco seco caído en el suelo, era pequeño, pero con suerte podría ocultarme lo suficiente como para recuperar el aliento y calmarme.

—¡Joder, joder, joder!

No era un tronco, el cuerpo retorcido de un hombre yacía entre la hojarasca seca y oscura, el terror desencajaba su mandíbula mientras el resto de él permanecía tenso. Giró sus ojos perturbados hacia mí, me quedé petrificada, como un ciervo en mitad de la carretera viendo los faros de un coche acercarse a toda velocidad.

—¡Júlia! —chilló Víctor a lo lejos con el eco de aquella risa acompañándole.


- VI -

Para cuando quise reaccionar ya era tarde. El cadáver, aquel que había confundido con un tronco, se movió infundido con un hálito de vida que le hizo agarrar mi tobillo, apretándolo con fuerza.

—¡Maldita sea, Júlia, muévete!

Pero no pude hacerlo. De repente las ganas de luchar, así como las de huir, parecieron esfumarse, como si mi instinto de supervivencia hubiese decidido echar el cierre por vacaciones.

Le vi. Un niño, esquelético y andrajoso, moviéndose como flotando hacia mí. Tras él, todo aquello que, a primera vista, me había parecido maleza, iba cobrando vida a su paso; eran cadáveres, como el que me sujetaba el tobillo.

—¡Júlia!

Víctor corría hacia a mí, pero no sentí alivio alguno al pensar que podría salvarme, que me daría una salida; no obstante, no fue así, estaba aletargada.

—Me estás molestando —aulló aquella cosa, la voz surgida de su interior contrastaba con su apariencia infantil. Su voz, cualquiera la identificaría como de mujer anciana—. Eres un estorbo, ya no me diviertes.

Con un leve gesto de su deforme mano, Víctor, cayó al suelo desmadejado como una muñeca de trapo.

—¿Por dónde íbamos?

Un sinfín de ojos amarillentos se fijaron en mí, expectantes. Los lamentos y aullidos se extinguieron; el silencio lo llenó todo. Aquel ser, flotando hacia mí, secuestró todos mis sentidos.

Y de repente no existía nada más.

¿Cuánto tiempo pasó? ¿Qué ocurrió durante aquel tiempo? ¿Qué me hizo? No sabría decirlo.

Sentí algo clavarse en mi costado. Caí al suelo, creo que chillé, aunque no podría asegurarlo. Aturdida me arrastré, intentando ignorar el dolor lacerante. Aquella cosa permaneció inmóvil con una sonrisa siniestra en su boca, mostrando sin reparos sus dientes afilados.

Quizás se me había acabado la suerte, tal vez estaba más segura en aquella cama con Víctor, puede que eso estuviese esperando a hiciese justo lo que hice.

Gotas gruesas y gélidas cayeron sobre mí, la lluvia furiosa llenó el bosque de ruidos igual que la primera noche en València d'Àneu. El olor a tierra mojada empezó a emanar del suelo.

Inspirando hondo seguí arrastrándome, no podía rendirme, si lograba llegar a aquella salida de la que me había hablado Víctor...


- VII -

Gimoteé mientras me arrastraba, obligándome a ignorar el dolor y la lluvia. Aquella cosa no parecía seguirme, aunque podía oír su risa.

Las piedras y la maleza me arañaban los brazos, mas no me detuve. Quería salvarme. Quería vivir. Avanzar, en eso me concentré, en no detenerme.

Vi una ondulación entre los árboles, llena de esperanza continué, arrastrándome penosamente por la broza. Casi podía tocarla con los dedos. Vislumbré la carretera, la C-13, y su punto negro más famoso, en pie en mitad del carril de subida, en plena curva, había una figura inmóvil y oscura, temiendo que fuese algún amiguito de aquella cosa me agazapé, aún más, y la observé con terror.

Era una mujer, podía distinguir la curva de sus pechos bajo la ropa empapada, no era demasiado alta y se la veía delgada y frágil. Mantenía el rostro alzado hacia el cielo, como si tratase de contemplar la luna entre las nubes tormenta. Cuanto más la miraba más conocida se me hacía, aunque la lluvia no me permitía verla con claridad. Decidí dejar de esconderme. No iba a detenerme ahora que estaba tan cerca de la salida de aquella pesadilla.

Apoyé las manos en el suelo y me incorporé; sintiéndome un poco mareada inspiré hondo. No podía desfallecer, no ahora, estando tan cerca de la carretera. Me levanté tambaleante, la risa a mis espaldas cesó, pero no miré atrás.

Di un paso, después otro y otro más. El dolor del costado era casi insoportable, las piernas me pesaban y me ardían los brazos por los arañazos. La lluvia empezaba a convertir el terreno en una trampa de fango.

Sin aquella risa el sonido de la lluvia era abrumador.

Alargué los dedos hasta casi rozar aquella ondulación que me separaba de la carretera, la mujer al otro lado seguía allí como una estatua.

Empecé a oír el ruido de un motor que se acercaba, el eco en las rocas me impedía saber de en qué dirección venía. El sonido estaba cada vez más cerca, pero no podía ubicarlo, sería peligroso saltar al asfalto, pero si no lo hacía tal vez jamás podría huir. Esperé unos segundos más, esperando ver la luz de los faros. Cuando se dejaron ver iluminaron a la mujer, entonces la reconocí, era yo la que estaba en mitad de la carretera, inmóvil mirando la tormenta.

—¡No! —chillé atravesando la barrera ondulante.

Chirrido de neumáticos. Un golpe seco. Dolor.

Rodé por el asfalto, dolor intenso.

—¡Joder! ¿está muerta?

—¿Qué coño estaba haciendo en medio de la carretera?

—E-estaba ahí plantada, no... no he podido...

Pasos acercándose.

Aturdimiento.

—¡Llama a una ambulancia! Creo que aún es...

Silencio.

—Teee teeengooo —susurró aquella voz de anciana para después reírse—. Que divertida eres. Nunca estuviste en pie en la carretera.

Oscuridad.


Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro