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Renacimiento. (Fase 3)

El "PIT" de la máquina que monitoreaba el ritmo cardíaco de su hermano creaba la monotonía auditiva perfecta para sumergirla en sus pensamientos.

Recordó uno de esos días "claros", de esos en los que aquella ominosa enfermedad que aquejaba a su gemelo parecía aletargarse y le proporcionaba breves lapsus de descanso y de relativa paz física y mental.

—Deberás hacerlo Alexia. Cuando esté en la etapa final, cuando el cáncer consuma lo último que me queda de dignidad, tienes que prometerme que acabarás mi sufrimiento —rogó Alex.

Hacía un tiempo que esa infortunada idea se le había metido en la cabeza y ella no había encontrado forma de disuadirlo. ¿Cómo hacerlo? De los dos, Alex era el más terco. También el más brillante, inteligente, el carismático. Todos lo amaban, incluso sus padres sentían mayor cariño por su primogénito (él había sido el primero en nacer por un minuto de diferencia) que por ella.

A veces, Alexia pensaba que hubiera sido mejor que el flagelo la atacara a ella en vez de a su hermano. Posiblemente su familia no estaría atravesando semejante crisis. Pero, las Moiras ya habían trazado su destino y la tragedia había caído sobre Alex de manera implacable.

En el último periodo su estado se había agravado y ella sabía que se acercaba el momento en el que tendría que tomar una decisión que cambiaría su vida para siempre. La idea de cometer aquel infame acto no la dejaba dormir. Pasaba horas dando vueltas en la cama, oyendo la voz de su gemelo, sus suplicas. Cuando al fin lo lograba lo soñaba y, al levantarse, su imagen estaba aguardándola del otro lado del espejo, porque ver su propio reflejo era como verlo a él.

Una vez llegó a pensar que estaba sufriendo episodios dispositivos y que realmente la persona que le devolvía la mirada en el cristal era su gemelo. Luego, comenzó a asimilar sus "apariciones", normalizando aquella experiencia.

Los diálogos con el "espectro" de su fraterno se volvieron frecuentes. Sus charlas eran variadas, pero siempre desembocaban en el fatídico día "D".

—De acuerdo, lo haré —había decidido Alexia —Pero, debes prometerme que cuando pase tú seguirás estando presente. Papá y mamá te van a necesitar.

—Eso es ridículo —respondía su gemelo en el espejo—. No podré estar presente para ellos, al menos no físicamente hablando.

—Podrías, sabes que existe una forma...

—¡Pero es peligroso!—advirtió él.

—Será parecido a lo que hacíamos en la escuela. ¿Te acuerdas? —evocó—. Además, es lo mejor para todos, también para mí. No podré seguir adelante luego de que...—Jamás podía concluír la frase.

—Entonces, ¿tú me ayudas primero y luego yo a ti?—indagó él.

—Exacto. Mañana lo haremos— prometió ella pero, pese a su firme decisión, el pulso había comenzado a temblarle al estar frente a el verdadero Alex.

Debía concentrarse. Ese día no sería el fin, sino un nuevo comienzo.

Sacudió su cabeza para despejarla de aquellos pensamientos que la atormentaban, mientras se limpiaba las lágrimas.

Respiró hondo reuniendo coraje, al tiempo que sus iris cristalinos se fijaban en los de su hermano. Los de él comunicaban un adiós, los de ella un hasta luego.

Tardó apenas segundos, los más amargos de toda su existencia.

Nunca creyó extrañar tanto aquel pitido discordante.

Salió de la sala de terapia intensiva a la brevedad, cuidándose de la mirada vigilante del guardia que merodeaba los pasillos de la clínica, escabulléndose entre el tumulto de médicos y enfermeras que corrían en dirección opuesta, rumbo a una habitación que esperaba no ver nunca más.

Estaba a punto de llegar a las puertas de salida, cuando sintió una mano sobre su hombro, reteniéndola.

Al girar la cabeza se encontró con el guardia, quien la observaba serio. Su corazón se detuvo un momento.

—¿Es suya señorita? —dijo, extendiendo una pañoleta azul de seda.

Alexia asintió, sintiendo que el alma regresaba a su cuerpo.

—Así es, pero ya no la necesito —dictaminó, antes de salir del edificio.

Tiempo después había llegado a su casa, su refugio seguro.

Aún temblaba y el nudo en su garganta seguía cortándole el paso del aire a sus pulmones. Pero, tenía que permanecer calmada. Al fin y al cabo su hermano seguía con ella, infundiéndole fuerzas.

Muy pronto resurgiría por completo, más saludable que nunca, y la pesadilla terminaría para todos.

Respiró profundo, una última vez. A partir de ese punto ya no había retorno.

—Quédate quieta—musitó él mientras tomaba las tijeras y las acercaba a su rostro—Si sigues temblando lo arruinarás todo.

—¿Dolerá?—inquirió ella, trémula.

—No. Una vez que lo haga ya no habrá más sufrimiento—prometió él, deslizando la punta metálica por su cuello.

—De acuerdo, hazlo...—decidió ella y amagó a cerrar los ojos, hasta que recordó la petición del contrario: "mantenlos abiertos o no podré hacerlo"

Minutos más tarde todo había terminado. Tal como Alex le había dicho, Alexia se había ido para siempre, sin el menor atisbo de dolor, tras aquel corte de cabello.

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