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La hora del Lycanroc

Gente, no pensé que haría otro fic de Pokémon tan pronto. Creí que me tomaría más meses, pero aquí está, una historia que no es habitual para mí.


En una época antigua, en una pequeña aldea de una región lejana, un grupo de parroquianos bebía y conversaba animadamente en la taberna local. Estaban en lo mejor de la charla cuando un hombre anciano, cansado y sudoroso, entró arrastrando los pies.

—¡Amigo, ¿qué te pasó?! —exclamó el tabernero, espantado.

—... Es... una larga historia...

De inmediato, los parroquianos lo llevaron a una silla, mientras que el cantinero le sirvió un trago para que recuperara fuerzas.

—Entonces, ¿nos contarás por qué estás así?

Tras un largo sorbo, el anciano empezó su relato:

—Tenía un asunto pendiente en el pueblo vecino. Una vez que terminé, emprendí el camino de vuelta a casa...

—¿No que hay que atravesar el bosque para regresar?

—Por favor, no me interrumpas —dijo el viejo—. Pero sí, tienes razón. —Le dio un nuevo trago a su bebida—. Como pueden ver, esta noche está bastante oscura, sin luna, perfecta para varios Pokémon. Atravesé el bosque a pie, cuidando mis pasos y teniendo la precaución de no alterar a ningún Pokémon en las cercanías... Sin embargo, a cierta distancia escuché un aullido entre los árboles, árboles tan viejos y retorcidos como un Trevenant. —Hizo una pausa—. Luego, escuché pasos acercándose rápidamente... y de repente, los vi... Esos ojos rojos... esas fauces... Era un Lycanroc nocturno, el más feroz que haya visto alguna vez... Se abalanzó sobre mí, tratando de acabar conmigo. Supongo que me vio como una presa fácil. Apenas pude escapar ileso.

—¿Pero no usaste alguno de tus Pokémon contra él? —preguntó uno de los presentes.

—¡No pude! Algo tenía ese Lycanroc que me paralizó por un momento. Cuando pude reaccionar, solo atiné a correr.

Entre los parroquianos, había un joven que escuchaba atentamente el relato del anciano. En cuanto este acabó de hablar, quiso aclarar una duda:

—¿Pero no que los Lycanroc viven lejos de esta zona? Son de páramos solitarios, por lo que tengo entendido.

—Pues no sé cómo es que este llegó al bosque, pero lo vi... lo vi... Nunca olvidaré esa mirada feroz... ni el terror que me produjo.

El hombre mayor no vaciló en ningún momento; su relato sonó convincente para todos. Sin embargo, el más joven no parecía creerle, al menos no por completo.

Las dudas persistieron incluso al día siguiente. Para entonces, ya se consideraban otras opciones.

«Quizás no era un Lycanroc salvaje... Quizás le pertenezca a algún entrenador que quiere causar problemas. Es lo único que se me ocurre y que tiene lógica para mí».

Esa noche, el joven no planeaba ir a la taberna, al contrario, se quedaría en casa leyendo un libro. No obstante, el panorama cambió cuando llamaron a la puerta de su casa y un hombre sumamente alterado apareció frente a él.

—¿Qué ocurre? —preguntó al ver un rostro conocido—. ¿Por qué tan inquieto?

—¡Algo... algo grave pasó en el pueblo vecino! ¡Tu madre...!

—¡¿Qué, mi madre?! A ver, dime todo.

El hombre le explicó que la mujer, residente en la localidad vecina, había sufrido un grave accidente y se encontraba en observación. El joven, entonces, miró por la ventana: la oscuridad era casi total, solamente recortada por las luces que salían de las casas.

—Voy de inmediato. Iré a buscar mis Pokébolas.

—¿Estarás bien? Sabes que muchos Pokémon salvajes pululan en el bosque a estas horas.

—Tranquilo. Si las cosas se complican, cuento con mi equipo.

No mucho después, el joven salió de su casa y emprendió el camino al pueblo lindante. Tan enfocado estaba en llegar a su destino que no se percató cuando arribó a la entrada del bosque.

—¿Tan pronto? —se dijo—. Bueno, no importa, es mejor.

Como ninguno de sus Pokémon generaba luz o sabía el movimiento Destello, encendió una lámpara de mano que traía consigo y se internó entre los árboles. La noche no tenía luna ni estrellas. En lugar de eso, el resplandor ocasional de algún Volbeat rompía el negro, aunque los escalofriantes gritos de los Misdreavus y el sonoro ulular de los Hoothoot ayudaban a recordar que la noche envolvía todo y que faltaban horas para que saliera el sol. El joven trató de apurarse, con el crujido de las ramas bajo sus pies ahogando en parte el sonido de los Pokémon circundantes. Tenía una meta fija y por ningún motivo pensaba parar, ni siquiera con una Sombra trampa o una Trampa arena de por medio.

En eso, se escuchó un aullido en las cercanías.

«¿El Lycanroc?».

El joven quiso continuar su trayecto, pero entonces los vio, los ojos rojos y furiosos de los que habló el anciano en la taberna, junto con aquellas fauces llenas de colmillos. De inmediato trató de llevarse la mano al cinturón para sacar una Pokébola, pero no pudo hacerlo: era casi como si hubiesen usado Deslumbrar en él.

Sus pupilas se dilataron, su respiración se hizo pesada, su ritmo cardiaco aumentó y su oído se agudizó: podía escuchar con mayor precisión los sonidos del Lycanroc. Asimismo, buscaba captar con desespero alguna voz humana aparte de la suya: fue en vano; la posibilidad de que alguien más pudiese estar a cargo del Pokémon de roca estaba descartada.

Nuevamente trató de sacar una Pokébola, sin éxito. Intentó entonces echarse a correr, pero las piernas no le respondían. Para peor, el Lycanroc, encorvado y jadeante, comenzó a acercarse a paso lento, acompasado, lo opuesto a lo narrado por el viejo. La luz de la lámpara acentuaba el brillo de esos ojos rojos y abrillantaba los colmillos.

De repente, un ruido de vidrios quebrándose resonó en el bosque, junto con un escalofriante aullido.

(...)

A la mañana siguiente, un grupo de Pokémon residentes se acercó a unos objetos extraños para ellos: una lámpara rota y seis Pokébolas tiradas. No había rastro de quién las había dejado ahí, ni ropas, ni manchas de sangre, nada. Pronto perdieron el interés y siguieron con sus actividades cotidianas. En el pueblo, por su parte, sí sintieron que habían perdido a alguien importante, pero la sensación se disipó con el paso de las horas, casi como si se tratara de una equivocación.

Lo único cierto fue que a la siguiente noche sin luna, unos ojos rojos volvieron a brillar entre las sombras.


Sinceramente, no sé si logré el efecto esperado. El suspenso y el terror no son géneros con los que me lleve muy bien, pero quise darme una oportunidad. En cuanto a las curiosidades, el título viene de una expresión, la hora del lobo, que, según palabras del director sueco Ingmar Bergman, «es el momento entre la noche y la aurora cuando la mayoría de la gente muere, cuando el sueño es más profundo, cuando las pesadillas son más reales, cuando los insomnes se ven acosados por sus mayores temores, cuando los fantasmas y los demonios son más poderosos...» (nota mental para mí: ver la película de donde surgió la mencionada expresión. El título es justamente ese).

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