✿ Capítulo 13
Capítulo 13:
El Tercer Hokage
—No puedo creer que hayas caído en un genjutsu como ese después de derrotarme —bufó el de pelo blanco.
—¡Calla y déjame ir! —pataleó Yoshimi.
Después de caer en el genjutsu, Shino la había liberado y se había ido. La chica notó una barrera morada, dentro estaba su abuelo. Ella quería ir pero Kou no la dejaba, la tenía sujeta del gorro de su polerón.
—¡No lo haré, es peligroso!
—¡Todo en la vida de un ninja es peligroso! —lo miró con lágrimas en los ojos—. Por favor, déjame ir.
El Ito desvió la mirada.
—Está bien —la soltó y ella saltó por el campo de batalla y las gradas hasta donde el Hokage se encontraba. En el campo de batalla se encontraban algunos de sus compañeros reunidos, los cuales se percataron de su presencia.
—¿Esa es Yoshimi?
—Sí —la de ojos verdes la observó saltar y correr hacia la barrera, pero unos ANBUs se lo impidieron—. Vamos.
Los demás asintieron y fueron a seguir a Sasuke.
—Conque esta cosa quema —miró con atención lo que pasaba dentro de ese rectángulo morado y suspiró—. Entonces no hay nada que pueda hacer —se lamentó, con una presión en el pecho por la preocupación que sentía.
—Puede ir a ayudar a combatir contra los ninjas que nos invadieron —sugirió uno de los ANBUs que custodiaban la barrera.
—Sí —miró a una rana aplastando a las serpientes. Al parecer uno de los legendarios sannin había llegado—, eso haré —dirigió su mirada de nuevo hacia donde su abuelo peleaba—. ¡Ánimo, viejo! —gritó y corrió por los tejados de las casas de Konoha. Iba a patear algunos traseros.
Por supuesto, si ella se iba de allí era porque confiaba en él. Después de todo, él era el Hokage, el ninja más fuerte de Konoha. Ese Orochimaru no tenía oportunidad contra él.
Sarutobi la miró un momento antes de cerrar los ojos, hacer unos sellos y gritar:
—¡Shiki Fūjin!
Lo siento, mis nietos —pensó—. No podré cumplir mi promesa.
La castaña estuvo un buen rato combatiendo contra los invasores, hasta que todo finalmente había terminado. Se había reunido con Kou, que tenía una expresión triste en su rostro, es más, parecía como si no quisiera mirarla a los ojos. Él la llevó hacia donde sus compañeros de la academia estaban, tenían un aire triste rodeándolos, el cual pareció incrementar cuando ella llegó a su lado. Por esto, a la chica le comenzó a doler el estómago y picar la garganta, como si quisiera llorar.
—¿Qué pasó, chicos? ¿Por qué me miran así? —preguntó ella observando sus caras tristes y compasivas.
—Yoshimi...
—¿Qué pasa? —se cruzó de brazos con las manos temblorosas—. ¡Me están asustando de verdad, ya hablen de una vez!
—El tercer Hokage...
—¿Qué pasó con mi abuelo? —preguntó extrañada.
—El viejo, él...
—¡Dilo de una vez! —gritó ya desesperada.
—El viejo murió —Naruto no quiso mirar su cara al decir esas palabras, miraba al suelo con los puños tan cerrados que se habían puesto blancos.
Pero muy por el contrario a como sus compañeros creían que ella reaccionaría, escucharon su risa.
—¡Buena broma, Naruto! —sonrió—. ¡El viejo no será vencido ni en un millón de años, lo conozco muy bien y lo puedo jurar! ¡Ya di la verdad, imbécil!
—Yoshimi —una mano se posó en su hombro, ella se giró, no quería creer lo que estaba pasando. Su primo, Hiroki, estaba a su lado.
Yoshimi lo sintió extraño, sus ojos ya no tenían ese brillo, y su sonrisa característica ya no estaba.
—El Tercer Hokage sí murió. Naruto no miente, Orochimaru lo mató.
Una patada lo mandó a volar, chocó contra una pared y la destruyó.
—¡¿Por qué mientes?! ¡No es divertido, idiota! —gritó roja de furia.
—¡Idiota, ya para! —le gritó su hermano, para su sorpresa—. ¡El viejo murió!
—¡No, eso no es posible! ¡Él es el Hokage, el ninja más fuerte de la aldea!
—¡Pero lo hizo, murió! —Konohamaru rompió en lágrimas e inmediatamente la castaña pareció darse cuenta de la realidad. Por un momento no pensó nada, no escuchó nada, no vio nada, se había quedado inmóvil ante todos, con la mirada perdida y respirando entrecortadamente. Kiba se le acercó, preocupado—. ¿Dónde está?
Dirigió su mirada hacia su primo mayor, que se había levantado ya recuperado de la patada que le había dado Yoshimi. Él se le acercó y le tomó la mano.
—Vamos —tomó la mano de Konohamaru también y caminó hacia el estadio donde se rendían los examenes ese día con los dos hermanos, uno a cada lado suyo. Afuera del lugar se había formado una gran multitud de personas, los ANBU no los estaban dejando pasar, el ambiente era fúnebre—. Permiso, por favor.
Las personas de más atrás se dieron vuelta a mirarlos e inmediatamente se fueron apartando, hasta que entre todos habían dejado un espacio libre para que pasaran.
Cuando llegaron al frente, los ANBUs les abrieron las puertas, cerrándolas apresuradamente cuando entraron. Dentro del lugar habían algunos jōnin y ANBUs corriendo de allá para acá. Hiroki los llevó al techo del edificio donde anteriormente estaba combatiendo el viejo, a su alrededor habían un par de personas llorando, que se apartaron unos pasos al verlos llegar.
Yoshimi pudo observar el cuerpo inerte de su viejo abuelo, tumbas en el piso con una herida grande en su pecho, como si lo hubieran atravesado con una espada. Ella no podía creer lo que veía, su mundo se vino abajo al darse cuenta de la realidad, el hombre al que ella más admiraba y quería había muerto por obra de su propio alumno.
La castaña soltó la mano de Hiroki y se arrodilló al lado del cuerpo que tenía frente suyo. Las lágrimas empezaron a correr por sus mejillas y ella no pudo hacer más que tomar una de las manos del viejo entre las suyas mientras sollozaba observando su rostro.
—¿Por qué tuvo que pasar esto? —un nudo se formó en su garganta, un nudo que trató de tragar, pero terminó saliendo de golpe en forma de sangre.
Su vista borrosa la hizo inclinarse aún más sobre el cuerpo, envolviendo su propio abdomen con las dos manos y observando atentamente cómo todos se movían hacia los tres Sarutobi.
«Orochimaru lo mató».
Orochimaru.
Solo una palabra flotaba en su mente, una palabra, un nombre despreciable.
Orochimaru.
Era el asqueroso nombre del que algún día había sido el alumno de su abuelo, y el mismo nombre del que lo había asesinado.
Venganza.
¿Acaso la chica se iba a quedar de brazos cruzados, esperando a que alguien lo mate por ella?
Venganza.
Oh, cómo la reconfortaría estar empapada de la repugnante sangre de esa serpiente rastrera, ver su cuerpo en el suelo, reírse de su miserable alma.
Pero no podía. No podía ni debía abandonar Konoha, creerían que desertó.
¿Acaso ella seguiría el mismo camino que Sasuke? La castaña podía notar como cada vez que lo veía se encontraba en un dilema: ¿debía ir a buscar más poder, o quedarse en la aldea, como un simple ninja con una simple vida, sin su venganza? Yoshimi ya sabía que decisión tomaría, porque lo conocía. Él era como ella, siempre necesitaba más. Esa necesidad de poder lo cegaba por completo, lo sumía en la eterna obscuridad.
Sumando todo esto a su mente, llena de inseguridades, temores, rencor... Esa mente, esa necesidad de más, la estaban matando, literalmente.
Todo eso era una bomba letal para ella, para su cordura, pero no dejaría que la mataran hasta cumplir su venganza.
Sus ojos se movían rápidamente, de un lugar a otro, mientras su hermano pequeño se acercaba a ella y le sobaba la espalda, preocupado.
No podía perderla, no podía perder a dos seres queridos en un mismo día.
—¡Yoshimi, tranquila! —gritó su primo acercándose a ella.
Seguía tosiendo sangre.
—¡Maldición! —el mayor de ellos rompió su camisa y le dio el trozo a la castaña frente a él, para que lo usara como pañuelo, la cargó, y corrió junto a Konohamaru hacia el hospital de la aldea.
—¡¿Qué pasó?! —gritó el ninja médico que la vio.
—Tiene una condición rara a la sangre o algo así, y también anemia. ¡Estuvo luchando, se alteró mucho, quizá tiene una costilla rota! —exclamó.
—¡Por favor, ayuden a mi hermana!
—Haremos lo que podamos —el ninja médico frente a ellos los miró apenado antes de llevársela en una camilla hacia alguna de las salas donde atendían pacientes.
Tenía algunas costillas rotas, pero con mucho esfuerzo y trabajo de los ninjas médicos, Yoshimi pudo recuperarse dentro de tres días. Justamente para el día de la sepultura de su abuelo.
Si se declarara el peor día del mundo, para Yoshimi seguramente sería ese.
Estar frente a la sepultura de su abuelo, con su hermano llorando a su lado, tomando su mano y siendo reconfortado por Naruto e Iruka, sus compañeros apenados y muchas personas esperando a que se quebrara, no era lo mejor que le podía pasar.
Uno a uno, los ninjas de Konoha pasaban a dejarle flores blancas.
—Konohamaru —su tono duro hizo que sus compañeros se dieran vuelta a mirarla—. Deja de llorar, eres un ninja. Los ninjas no deben mostrar sus sentimientos.
Sus ojos estaban cerrados y su mano apretaba ligeramente la de su hermano.
Suspiró y miró al suelo, como intentando comprender por qué todo eso había pasado.
Después de una hora, por fin la ceremonia que se había realizado para homenajear a los caídos había acabado, casi todos ya se habían ido.
Konohamaru y Yoshimi estaban frente a la sepultura, y los amigos de ella más atrás, esperando a la castaña para hablarle un rato y tratar de que se anime al menos un poco.
—¿Cuánto rato van a estar así? —preguntó la Yamanaka a los demás.
—Deja que se calmen un poco, no debe ser fácil para ellos —reprendió TenTen, la otra suspiró.
—Supongo que tienes razón.
Al cabo de un rato, dieron vuelta y se dirigieron hacia los demás.
—Gracias, chicos —la de ojos naranjos sonrió triste—. Ya pueden irse.
—Pero... ¿qué tal si vamos a algún lugar? —sugirió Sakura queriendo ayudarla.
—¡Te invito a un ramen! ¿Qué dices? —sonrió Naruto.
¿Cómo puede seguir sonriendo? ¡¿Cómo puede sonreír si mi abuelo ha muerto?! —se preguntó apretando los dientes.
—Sería mejor ir a comer sushi, ¿no crees? —le siguió Kiba.
—No, gracias. Me quedaré aquí un rato más —trató de sonreír—. Naruto, ¿podrías cuidar a Konohamaru por mí unas horas?
Antes de que el rubio pudiera responder algo, el Sarutobi se soltó de su mano y le gritó mirándola a los ojos, enfurecido.
—¡Ya no soy un niño pequeño!
Y corrió quién sabe a dónde.
—Tiene razón —suspiró—. Quisiera estar sola un rato, por favor.
Los equipos la miraron preocupados, pero aceptaron y se fueron.
Al cabo de unas cuadras, Chōji dijo:
—¿Creen que haya sido buena idea dejarla sola?
Regresaron.
Ella seguía ahí.
Había caído al suelo.
Gritaba, lloraba, sollozos lastimeros salían de su boca.
—¡¿Por qué?!
La tierra bajo sus manos era aplastada por sus puños.
Decidieron no molestarla.
Ella estuvo toda la tarde así, y finalmente pudo calmarse casi completamente y limpió sus lágrimas. Llorar toda la tarde no había sido bueno, hasta podría creer que se había secado y que no tendría lágrimas hasta unos meses más.
La lluvia caía encima de ella, empapándola.
Con un suspiro, se despidió de su abuelo y se fue del lugar.
Mientras caminaba, un chico se posicionó a un lado suyo, y un paraguas cubrió su cabeza.
—Shikamaru...
—Idiota, te estás mojando. Te vas a resfriar —le dijo con su habitual tono de fastidio.
—No me importa, en serio —susurró.
—Puede que a ti no, pero a otras personas sí —siguió.
—Ah, ¿sí? —lo miró—. ¿Como quién?
—A tus amigos, a tu familia... Que fastidio nombrarlos uno por uno —hizo una mueca.
Ella negó con la cabeza.
—Jamás cambiarás —trató de reír.
El chico la miró y se dio cuenta de que estaba demasiado vulnerable.
—Sé lo que quieres hacer —suspiró.
—¿Y qué quiero hacer? —preguntó, el chico suspiró una vez más.
—Que fastidiosa eres, vamos a mi casa. Hay que cambiarte esa ropa.
Caminaron en silencio, un silencio un poco incómodo, como nunca había pasado.
—Estoy en casa —anunció el chico al llegar.
Yoshino, la madre de Shikamaru, se dirigió a él.
—¡Shikamaru, te dije que...! —se detuvo al ver a la chica—. ¡Yoshimi! ¿Cómo estás? ¡Bienvenida!
Los dirigió al comedor.
—Shikamaru, pon la mesa para uno más —ordenó la mujer.
—Ya voy...
—¡Ahora!
Al chico no le quedó más remedio que obedecer.
—Ten —la mujer amablemente le pasó una toalla y ropa seca—. Te secas con esto, cambia tu ropa y vienes acá, no quiero que tengas un resfriado. La cena está casi lista.
—Muchas gracias, Yoshino-san, pero no quisiera ser un problema.
—¡Oh, claro que no lo eres! —acarició su cabello, sonriendo.
—Gracias —un nudo se formó en su garganta y sus ojos se aguaron nuevamente al sentir toda la amabilidad de la mujer, por lo que tuvo que bajar la mirada.
La Nara la guió hasta una habitación (que Yoshimi podía reconocer como la de Shikamaru) para que pudiera cambiarse tranquila.
Lo hizo todo, bastante pensativa, y cuando terminó, se sentó en la cama y tomó su cabello formando dos puños.
¿Qué haría ahora? Después de todo, necesitaba que alguien la ayudara.
—Yoshimi, mamá dice que la comida ya está lista —habló el chico de la coleta entrando.
—Ah, sí, ya voy —le respondió saliendo de sus pensamientos.
Él suspiró y se sentó a su lado.
—Quieres vengarlo, ¿no es cierto? —le preguntó.
La castaña solo lo miró.
—Solo... Ten cuidado con Orochimaru —desvió la mirada—. No quiero que te pase nada malo.
Ella lo abrazó, como a veces hacía cuando tenía miedo. Shikamaru también la rodeó con sus brazos, con la extraña sensación de que debía protegerla.
¿Por qué sentía eso? Ella no es una chica débil, aunque en esas circunstancias parecía como si estuviera mil veces más vulnerable.
Interrumpió sus pensamientos al escuchar sus sollozos, y la apretó más contra él.
Maldición, tenía tantas ganas de hacer algo por ella. Se sentía tan impotente.
—Tranquila, él siempre estará aquí —se apartó y le tocó el lugar donde estaba su corazón, el cual pudo notar que iba demasiado rápido.
Yoshimi se preguntaba si acaso ese era el mismo Shikamaru de siempre, estaba actuando de una forma tan linda con ella, nunca había visto que le hablara así a Ino, o a cualquier chica, incluso con ella seguía siendo el "chico fastidio".
Daba igual, de todas formas, se lo agradecería siempre.
—Muchas gracias, Shikamaru —susurró, volviendo a abrazarlo.
—S-sí, de nada.
—Tu ropa me queda un poco grande —rió levemente, al Nara le llegaba el aliento de la chica a su cuello, haciendo que se le erizaran los pelos de la nuca—. Ah, ¿de casualidad no tienes vendas?
La Sarutobi se sonrojó y se apartó, el chico notó que ella tapaba su pecho (que de pronto había crecido bastante), y entendió a lo que se refería.
—Con razón eras tan plana —la molestó.
—¡Shikamaru!
Después de pasarle algunas vendas, bajaron a cenar junto a los padres del chico, los cuales con su charla lograron animarla un poco. Después de eso, el hombre la invitó a jugar shogi, ella había aprendido de su tío, por lo que aceptó. Lamentablemente perdió muchas veces.
Había llegado la hora de dormir. Yoshimi no quería irse a su casa en realidad, no quería tener tantos recuerdos que ahora se sentirían como dolorosos al ver cada espacio del lugar, por lo que les pidió a los Nara quedarse a dormir tan solo esa noche en el lugar. Por supuesto que ellos aceptaron y tendieron otro futon en la pieza del menor.
Cuando los padres de Shikamaru se habían ido a dormir y el chico estaba a punto de hacer lo mismo, Yoshimi habló.
—¿Sabes? Lo voy a extrañar mucho —después de eso, su rostro se puso un poco rojo por lo que diría a continuación—. Shikamaru, ¿puedo acercar mi futon al tuyo? No quiero sentirme sola.
—Que fastidiosa eres, mujer —el chico suspiró y salió de su futon para moverlo justo al lado de donde estaba el de ella—. ¿Mejor?
Ella solo asintió y durmió casi encima del muchacho, él la abrazó bufando y también durmió en esa posición.
Al otro día, la chica se fue de la casa de los Nara antes del desayuno diciendo que no los quería molestar más y después de aquello se fue a vagar por la aldea. Llegó antes del almuerzo, no había comido nada en muchas horas y sentía que lo necesitaba.
—¡Yoshimi! —al abrir la puerta, su madre la sorprendió con un abrazo. ¿Qué le había pasado?—. ¡¿Estás bien?! ¡¿No te pasó nada?!
—N-no —sin saber que hacer, la castaña la rodeó con sus brazos y le dio unas palmaditas en la espalda.
—Dime —hizo una pausa para soltarla y tomarla por los hombros—, ¿has visto a Konohamaru y a Sorato?
De pronto, la Sarutobi sintió un nudo en la garganta.
—¿No han llegado? —su madre negó con la cabeza—. Mi hermano quizá esté con Moegi, Udon, Ebisu o en... —se le ocurrió una idea—. Vuelvo en un rato.
Salió de casa y comenzó a correr hacia el lugar que era más probable que estuvieran.
Y sí, ahí estaban los dos, arriba de la cabeza del tercero.
—Oigan...
—¡Hermana! —el menor se lanzó a abrazarla.
—¡Konohamaru! —lo abrazó de vuelta—. Mamá está preocupada...
Mientras ellos conversaban, su padre los miraba con lágrimas en los ojos, podía notar que habían crecido mucho en muy poco tiempo. Finalmente volvieron los tres a casa, tomados de la mano y con un ambiente bastante triste.
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