La hoja de diario
"Este día no ha sido muy diferente a los demás, tiene la monotonía de todos. ¿Cuándo será el día en que ocurra algo interesante que cambie mi forma de pensar? Hasta el momento siento que nada que tenga que ver conmigo tiene sentido. Mi vida es como esas frases que han quedado a la mitad gracias a mis lágrimas que sin piedad le borraron su otra parte, quitándole su razón de ser. Estoy cansada de esta realidad, quiero vivir algo apasionante que, aparte de la satisfacción de haberlo vivido, me dé ganas de seguir viviendo. Pero parece que esas cosas no me sucederán nunca a mí.
A veces pienso que sería mejor que yo..."
-¿Qué esperas para seguir? –Preguntó Marcelo impaciente
-Es que… eso es todo, no hay más –Respondí sin poder creer que el relato finalizara ahí, tenía que haber continuación y no quedarse a medio terminar como las frases que menciona esa chica
-¿Qué? –Joaquín me quitó la hoja de las manos y la revisó por ambos lados, una cara escrita por lo que acababa de leer y la otra con un dibujo de una caricatura japonesa, bastante bonito a decir verdad –Tienes que pasarte más seguido por esa universidad, tal vez encuentras tirada por ahí la segunda parte
-No lo creo –Contesté algo deprimido
-La chica se ha de haber dado cuenta de su pérdida, de seguro andará con más cuidado –Razonó José -¿Quién será ella?
La misma pregunta me hice en el momento que esa hoja llegó a mis pies gracias al viento. No acostumbro a revisar las cosas que me encuentro en el suelo, solo las tiro al basurero más cercano, pero ese día algo me impulsó a desdoblar el papel. Así me encontré con aquel deprimente relato del día de una chica, probablemente universitaria pues la hoja la encontré fuera de ella, pero eso era todo lo que sabía. ¿Qué más decir?, tenía linda letra, buena ortografía, hablaba inglés y claramente pasaba por un mal momento.
-Yo digo que ya no le demos tanta importancia, esa chica misteriosa quedará en el misterio, al fin y al cabo no tenemos cómo averiguar quién es –Sugirió Marcelo
-Podríamos ir a la universidad –Pensó en voz alta Joaquín
-¿Y preguntar chica por chica si tiene esa letra o si la reconoce? No, gracias –Ironizó un poco José riendo al final
-¿Tú qué opinas, Gabriel? –Se interesó Joaquín en mi opinión
Levanté mi vista de la hoja y lo miré por unos segundos pensando bien en mi respuesta, pues ni yo sabía qué hacer. Quería conocer a aquella chica ya que me causaba intriga su relato de un día “X”, no tenía una fecha para hacerme una idea de cuándo escribió eso. Era posible que haya pasado por aquel difícil momento años atrás, pero aun así me apetecía conocerla de algún modo.
-No lo sé –Respondí al tiempo que me encogía de hombros y acomodaba mi cabello despeinado gracias al viento que corría esa tarde –Me intriga esa chica, pero no tenemos una pista para encontrarla
-No, no la tenemos –Estuvo de acuerdo José
Me sumí en mis pensamientos mirando el parque en el que nos encontrábamos mis amigos y yo. Había algunas chicas por ahí, conversando o riendo en grupo y me preguntaba si una de ellas podría ser la de nuestro relato, la autora de esa hoja de diario arrugada y sucia por el olvido. Pero parecían no encajar con lo que buscaba, ellas lucían felices y alegres, mientras que nuestra chica debía ser triste, melancólica y deprimida.
-Será un misterio por siempre –Zanjó el tema Marcelo, estableciendo en el mismo instante el camino por el que se iría la conversación en adelante -¿Qué tal si vamos a comer algo?
***
Cansado por el día ajetreado que había tenido me tiré en mi cama y solté un suspiro, relajándome así un poco. Metí mi mano en el bolsillo y saqué la hoja de diario para volver a leerla. No tenía firma en ningún lado, el dibujo no tenía nombre, era solo una niña con su madre con estilo caricatura japonesa. Estaba muy bien hecho y la escena era bastante tierna, ambas abrazadas mirando hacia mí o al menos eso parecía.
Volví a plantearme la pregunta pero nada, no tenía respuesta por lo que abrí el cajón de mi velador y ahí guardé el papel, cuidando que no quedara arrugado. Es curioso, la hoja podría ser tratada como basura, doblada desordenadamente para luego ser tirada al basurero, pero yo la cuidaba como si fuera un tesoro. La estiraba y guardaba con cuidado, como si alguien muy importante la hubiese puesto en mis manos con confianza y yo debiera devolverle el favor, hacerle saber que sí podía confiar en mí.
Mi estómago sonó, tenía hambre y no me apetecía cocinar nada ni prepararme algo tan sencillo como un emparedado. Decidí tomar el teléfono de mi velador y llamé a la pizzería para hacer mi pedido. Con flojera me levanté y me fui a sentar a la sala de estar a ver televisión mientras llegaba el repartidor. Alrededor de veinte minutos después escuché mi timbre por lo que a paso cansado caminé hasta la entrada y abrí.
-Buenas tardes, traigo una piza a nombre de Gabriel Fernández –Saludó educadamente y con una sonrisa lo más sincera que le fue posible una chica que claramente no era chilena. Su cabello estaba sujeto por un moño y oculto por la gorra perteneciente a su uniforme de trabajo, pero se le notaba que era liso por los pocos mechones que se escapaban de su peinado. Era castaña, su piel blanca y esos ojos rasgados color café lucían algo tristes a pesar de que sus labios sonreían. Papá unas cuantas veces había dicho que las asiáticas eran más bien feas, pero ella era bastante bonita.
-Buenas tardes… emm, en un momento te traigo el dinero, olvidé mi billetera dentro –Me disculpé en cuanto noté mi bolsillo vacío
Recibí la piza y me encaminé al interior de mi casa, dejando la puerta abierta para que la chica no creyera que estaba a punto de ser estafada. Todavía no logro explicarme cómo lo hice si yo no suelo confiar tanto en desconocidos como para dejarles la entrada libre a mi hogar y con la oportunidad de que me roben. Pero esa tarde nada desapareció, cuando volví ella seguía donde la había dejado, mirando tristemente su celular.
-Ten, aquí está el dinero –Le hablé amablemente –Gracias
-De nada, que disfrute su piza
-Gracias
Con una torpe y pequeña reverencia la chica se despidió y marchó, dejándome a mí con la soledad de mi casa. Tomé una servilleta y saqué un trozo de la caja de cartón. Todavía estaba caliente y tenía buen sabor; lo mejor de todo era que no tendría que lavar ningún plato. Busqué algo bueno en la televisión para entretenerme mientras comía, pero parecía que la programación se había puesto de acuerdo con alguien para que estuviera aburrida y así yo no tuviera una gran compañía del televisor.
Dejé el control a un lado e invoqué en mi cabeza el rostro de la joven repartidora de piza. Me intrigaban sus ojos tristes. Por alguna razón le estaba dando tanta importancia como a la hoja de diario.
Elena
Llegué a mi casa cansada como solía ser todos los días. Me saqué la estúpida gorra del trabajo, la tiré a algún lugar de la sala y me dejé caer en el sofá soltando un profundo suspiro. Me dolían los pies, tenía hambre, algo de frío, pero aun así no me moví de mi lugar para hacer algo al respecto. Esa era una de las desventajas de tener una madre que trabaja demasiado para mantenerse a sí misma y a su hija. El no tener a alguien que me reciba por la tarde es algo deprimente. En momentos como esos recordaba los relatos de mis amigas acerca de lo afortunadas que eran porque siempre al llegar a casa tenían una tasa de chocolate caliente en invierno o un jugo con hielo en verano, una rutina más corta que la mía gracias a la vida alivianada que llevaban cortesía de sus padres, y así lo que ellas poseían continuaba en una lista que parecía interminable y me hacía sentir miserable. Yo toda mi vida he tenido que hacer mis propias cosas para no molestar a mi madre, tuve que empezar a trabajar a una edad temprana para pagar algunos de mis gastos pues la falta del padre se siente.
-Me encantaría poder darte una mejor vida –Me decía mamá en los almuerzos que lográbamos coincidir
-He tenido una buena vida a pesar de todo. Te tengo a ti –La trataba de consolar, la mayor parte del tiempo sin el éxito esperado
-Trabajar y estudiar al mismo tiempo no es una gran vida, cariño. Deberías ocuparte de lo que realmente te concierne, siempre debió ser así… pero no puedo
-Mamá, no llores
Odiaba a mi papá sin conocerlo, sin haberlo visto nunca porque fue un descarado poco hombre. Solo sabía que era un coreano residido en Chile, conoció a mi mamá, una mujer inglesa, en sus vacaciones por el país. La conquistó y la convenció de que se quedara con él, con la promesa de mil mundos y riquezas pero renunció a cumplirlas cuando supo que ella estaba embarazada. Ella nunca me ha contado la historia, pero me enteré de todo al encontrar un diario de vida escrito por ella. El imbécil la dejó la misma tarde que le dio la noticia y no puedo evitar sentirme culpable por la vida que le ha tocado vivir a mi mamá. No dejo de repetirme que quizás ella estaría en una mejor posición social si no fuera por mí, tendría los ahorros que se gastó cuando me operaron de apendicitis, una boca menos que alimentar, seguiría en contacto con su familia, solo se ocuparía de ella misma y se acabó.
Cuando noto que se está formando un nudo en mi garganta decido dejar de pensar en aquello ya que la hora de llegada de mamá se acerca y no me apetecía ser vista con los ojos llorosos. Me levanto del sofá y me preparo un café. Son las 8:30 PM, aún debo estudiar y hacer los deberes de la universidad, lo cual me llevaría por lo menos unas dos horas más. No podía quedarme dormida, pero el sueño ya estaba venciéndome a pesar de ser temprano. Con la taza humeante me voy a mi dormitorio donde abro mi diario personal, aquel que me ha acompañado desde que sé el secreto que mi madre tanto guardaba para sí pero que logré saber después de todo.
-¿Dónde está?
Me desespero un poco dejando mi café a un lado y revisando el cuaderno por todos lados, sacudiéndolo y pasando las hojas rápidamente una y otra vez. Pero no, no logro encontrar la última hoja que había escrito. Leo con calma la continuación y medio recuerdo lo que decía en lo perdido. No contaba muchas cosas, pero aun así era importante pues en la otra cara tenía un dibujo en el que me había esmerado mucho, observando una vieja fotografía de mi madre y yo, e imaginando cómo nos veríamos si fuéramos caricaturas ya que mis capacidades no son las suficientes como para hacer los retratos como tal
Con suavidad acaricio el borde que ha quedado pegado al cuaderno, lo poco y nada que ha quedado de la hoja. ¿Cómo la he podido perder? Recordaba haberla arrancado para fotocopiar el dibujo y regalárselo a mamá, pero no formaba parte de mi memoria el haber visto el papel caer. “Ha de haberse caído en un momento de distracción y no lo noté”. Solo rogaba a Dios que nadie la hubiese leído, no quería la compasión de nadie.
-Elena, ya llegué –Anunció mi mamá
-Hola, mami –La saludo en cuanto llego a su lado -¿Qué tal el trabajo?
-Bien… algunos clientes quejones y un tanto soberbios, pero bien
Entra a su cuarto y después de unos minutos sale sin el uniforme del restaurante en el que trabaja como mesera. Se sienta a mi lado en el sofá y me abraza de lado. Entonces sé que quiere algo de cariño, un pequeño tiempo de madre e hija y no dudo en concedérselo, pues yo también estaba falta de amor.
***
Cuando mi alarma suena quedo con la sensación de no haber dormido nada, a penas solo un parpadeo desde la última vez que tuve los ojos abiertos. Pero el reloj dice lo contrario, marca las seis de la mañana, hora de levantarme para iniciar un nuevo día.
Como todas las mañanas, me es algo difícil empezar la rutina y como de costumbre se me pasa el primer bus con el recorrido que me servía. Ya en la universidad camino mirando al suelo, una parte de mí conservaba la esperanza de poder encontrar la hoja perdida de mi diario antes de que alguien la haya botado o, peor aún, leído. Una especie de esperanza infantil, pero la conservaba hasta que dos manos se posaron sobre mis hombros, haciéndome caer en la realidad nuevamente.
-Hey, Elena que terminarás chocando con alguien si sigues caminando así –Me dijo risueña mi amiga Francisca
-Lo siento –Hablé algo avergonzada sintiendo mis mejillas tornándose rojas
-No lo sientas, al menos no pasó nada malo –Me sonrió
Por un momento me sentí fuera de lugar, tal y como me ocurría desde pequeña. A donde sea que mirara había gente con la forma de suss ojos diferente a la mía, a algunos les quedaban mejor que a otros, pero los tenían al fin y al cabo. Mientras yo lucía un par que parecía estar semi cerrados. Era un bicho raro, lo sabía, muchos en la primaria lo pensaban y se lo comunicaba a mi mamá.
-Pero tú eres preciosa así, cariño. No tienes por qué desear ser como el resto, eres diferente aquí pero si te pusiera en Asia serías como el resto. ¿Eso te gustaría?
En mi interior decía “sí” pero a ella le decía “no” porque era lo que quería escuchar. Luego de esas conversaciones me iba a mi habitación, me paraba frente al espejo y con mis dedos hacía que mis ojos parecieran "más abiertos". Hasta llegué a pensar en operarme los ojos para parecer chilena.
-¿Qué te pasa?, estás como ida, hoy –Me sacó Francisca de mis pensamientos
-Nada, es solo que perdí una hoja de mi diario y he estado pensando en dónde la puedo encontrar… aunque creo que la perdí para siempre. No estaba en mi casa, ni en mi mochila
-¿Tenías algo muy personal ahí?
-No… no mucho
Pero la verdad era que sí lo sentía algo personal, ahí contaba cómo me sentía y no me apetecía que un desconocido supiera sobre mis penas.
Gabriel
Esa mañana pude levantarme un poco más tarde que de costumbre pues mi rutina cambiaría de dinámica levemente. Iría a la inauguración de una disco, propiedad de mi padre y él me quería ahí presente en el acto. A mí me tocaría dar un pequeño discurso, pues la idea de invertir en aquel negocio y el diseño del local fue mío. No estaba nervioso pero sí ansioso y no lograba explicarme bien por qué, después de todo sólo era una especie de disertación como cualquier otra que haya dado.
Llegué al lugar donde veríamos los últimos detalles como las pruebas de sonido, asegurarse de que todo estuviera en perfectas condiciones y abastecido solo unos minutos antes. A pesar de los esfuerzos que hacía por enfocarme en lo que evaluaba no lo lograba, la hoja de diario seguía dando vueltas en mi cabeza. Me preguntaba a quién pertenecería y por qué creía que su vida no tenía sentido alguno.
Elena
-Oh, vamos, por favor, será divertido y es solo una noche, ¿Qué te cuesta?, mañana tienes libre ¿no? y hoy no tienes que trabajar-Insistió Francisca
-Sí, pero debería aprovechar para estudiar
-Puedes estudiar después de acompañarme, no va a empezar muy tarde y si dan… no sé, las 9PM te dejo ir. Igual no creo que yo me quede hasta tan tarde
-¿A qué hora empiezan? –Pregunté ya convenciéndome poco a poco
-A las 7, tienes tiempo de sobra para estudiar después. ¿Hace cuánto que no sales a divertirte, Elena?... necesitas relajarte, vives trabajando y estudiando. La vida no va solo de eso, amiga
Medité unos segundos mi respuesta, creyendo que ella tenía razón en parte. Llevaba varios días insistiendo en que la acompañara, pero yo simplemente no lograba convencerme porque consideraba que aprovechar el tiempo para estudiar era más importante. Me costaba decidirme, quería salir a divertirme. Quizás esa era mi oportunidad de hacer algo diferente en mi rutina, tal vez así recupere algo de ánimo.
No sé cómo, pero al terminar mis clases me fui rápido a casa para cambiarme de ropa, comer algo no muy pesado y luego salir de nuevo hasta el local donde se había instalado la nueva disco. Estaba algo nerviosa porque llevaba años sin ir a un lugar así o a una fiesta. Me reuní con Francisca en una esquina cercana al recinto, juntas caminamos lo que nos quedaba. Ya en la entrada me pregunté si era la decisión correcta, pero preferí no seguir confundiéndome a mí misma y pagué el pequeño precio que tenía el boleto.
-Esto será asombroso –Repetía una y mil veces mi amiga
-Espero que tengas razón
En el interior ya había harta gente, pero no estaba a rebosar aún. Caminamos lo más juntas que pudimos entre la multitud en busca de algún lugar donde sentarnos a la espera de los shows de inauguración y de que nos animemos lo suficiente para bailar. Encontramos una mesa vacía un tanto alejada del escenario, las mejores posiciones ya habían sido ocupadas previamente por personas que llegaron más temprano. Pero poco nos importó. Los primeros minutos nos dedicamos a conversar y beber de nuestros vasos. Algunos minutos después alguien dio toquecitos al micrófono, llamando así la atención de todos.
-¡Ese es Gabriel! –Me decía mi amiga alzando su voz para que yo pudiese oírla por sobre el ruidodel lugar -Su papá es dueño del local
-Hola em... ¿Pueden oirme todos? -Se escuchó un "sí" a coro del público -Estupendo. Bueno, primero quisiera darles la bienvenida a "Happy dance ferver", es un placer tenerlos a todos aquí...
Escuché atentamente todas y cada una de las palabras de aquel chico. Algo en él me llamaba la atención, me pareció muy guapo, pero no era aquello, era algo más que no supe identificar. Lo seguí con la vista cuando bajó del escenario pidiendo música para que todos los presentes bailáramos, pero terminé perdiéndolo cuando se mezcló con la multitud. Decidí no darle mayor importancia y me puse de pie para "sacudir el esqueleto" como decía mamá. Francisca y yo nos posicionamos al centro de la pista y ahí reímos con ganas como yo no hacía en mucho tiempo. Me sorprendí a mí misma coreando algunas canciones, los pocos versos que me sabía y tarareando el resto. Realmente me lo estaba pasando genial.
Al revisar mi celular me llevé una sorpresa, pues ya eran las 8:46 PM, el tiempo había pasado volando ahí. Pero ya era hora de irme, así que me despedí de mi amiga, quien se quedaría hasta más tarde. Yo por mi parte atravesé el umbral de la puerta con gusto a poco, con deseos de dar media vuelta y seguir bailando como había hecho hasta ese momento. Pero debía volver a casa pues ni siquiera había dejado una nota explicándole a mamá mi ausencia.
Sentía un pitido en mis oídos debido al ruido al que habían estado expuestos, pero no me importaba, lo había pasado increíblemente bien. Reí, bailé y canté como no hacía en mucho tiempo, realmente le estaba agradecida a Francisca. Tomé nota mental de hacerlo al día siguiente, pero pronto olvidé aquella anotación y me fijé en un papel que pasó por mi lado arrastrado por el viento. Me llamó la atención que se viera parte de un dibujo por lo que me agaché a recogerlo antes de que se alejara más, y cuál fue mi sorpresa al ver que era mi hoja de diario perdida. ¿Cómo había llegado hasta ahí desde la universidad?
-Oye, gracias, esa hoja es mía
Escuché que una voz masculina decía a mi espalda y por un momento pensé que la había escuchado antes. Pensamientos que fueron confirmados al ver al hijo del dueño del local corriendo hacia mí a pesar de las quejas de unas personas que iban en el auto del que se había bajado, supuse que eran sus amigos. Pero no le di importancia a aquel detalle en ese momento, más me concentré en mi molestia, pues estaba marcando como suyo algo que en realidad era mío.
-Perdón, pero esta hoja es mía –Le corregí
-Amm… sé que te la acabas de encontrar y tal vez pienses que por eso es tuya, pero no, a mí se me ha caído recién
Miré nuevamente el mísero papel por el que discutíamos y no había dudas, esa letra era la mía, ese dibujo lo hice yo, me esforcé demasiado haciéndolo.
-Perdí esta hoja de mi diario hace poco y no sabía dónde estaba. Gracias por guardarla, pero si no te molesta, me la llevaré, es algo importante para mí –Le aclaré mientras de cierta forma escondía el papel por uno de mis costados
El chico, cuyo nombre en aquel momento no lograba recordar, me miró sorprendido con su boca semi abierta. Balbuceó algunas incoherencias, palabras imposibles de comprender, me extrañaba que se mostrase de ese modo. Tomó aire y exhaló con calma, solo entonces logró comunicarse con éxito.
-Es un placer conocerte. Realmente quería conocerte
-¿Leíste la hoja?
Comencé a molestarme porque de alguna manera sentía que había invadido mi privacidad. Odiaba que leyeran mi diario, ningún pasaje podía ser compartido, solo escribía para mí y nadie más y el hecho de que un desconocido se haya dado el lujo de hacerlo me enfurecía. Llegué a sentir cierto miedo, ¿Cuánto habrá llegado a conocerme con esa simple acción movida por la curiosidad que cualquiera tendría?
-Lo siento, pero sí… Amm… espera un segundo
Lo vi correr hacia la camioneta en la que lo esperaban sus amigos con poca paciencia. Imaginé que estaban cansados. Aproveché la oportunidad para girar y caminar en sentido contrario a él, alejándome así de la disco para volver a mi casa. Lo único que quería era tirarme a mi cama y dormir hasta tarde, pero aquel chico no pretendía dejarme ir tan fácilmente.
-Oye, espera. Tenemos una conversación pendiente –Lo escuché decir mientras se aproximaba a mí
-No tenemos nada de qué hablar
Cuando menos me di cuenta él ya estaba junto a mí caminando al mismo ritmo que yo. ¿Qué pretendía? Mi estómago comenzó a molestar, sentí mis nervios a flor de piel. ¿Y si me quería hacer algo malo? En mi mente imaginé un montón de historias, desde que él era un acosador hasta un psicópata asesino.
-¿Y cómo te llamas? –Quiso entablar conversación
-E-Elena –Me regañé a mí misma por haber dado mi nombre real y no haber inventado algo
-Lindo nombre, yo me llamo Gabriel… oye, no sé por qué estás nerviosa, pero puedes estar segura de que no te haré nada
Guardé silencio sin saber qué contestar a aquel cumplido y pequeña promesa de “mantener sus manos tranquilas”. Lo escuché hablar durante un momento, más que nada sobre cómo había encontrado la hoja y lo mucho que la había cuidado. Nunca se burló de mí, de hecho se mostraba respetuoso con mis pensamientos.
-Yo también a veces me he sentido así
-¿Por qué? –Me extrañé de aquella confesión. Él era el hijo de un empresario que acababa de abrir su primer negocio, le sucedían cosas asombrosas, su vida parecía ser lujosa por ende no veía razón para sentirse deprimido.
-Por cosas que han pasado… He confiado en mucha gente y por lo mismo muchos se han aprovechado y… bueno, se cuelgan de mí para tener algún beneficio, ya sea económico o de otra índole... también lo he pasado mal de otros modos, ha habido gente que solo ha sabido molestarme por estupideces y por lo mismo tengo pocos amigos
-Es algo triste -Contesté sin saber bien qué agregar
-Sí, pero con el tiempo te das cuenta de que así como te suceden cosas tristes, también pasan otras que te hacen más feliz
Al llegar a mi casa me dolían los pies de tanto caminar y no haber tomado un autobús, pero quedé con una nueva sensación de alivio. Había logrado conversar tranquila con Gabriel, contarle algunas cosas que me aquejan. Fue la noche en que logré sacar de mi pecho muchas cosas. Desde aquel momento sabía que tenía otra persona en la cual confiar y a quien podía llamar amigo.
Fin
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro