Aturdida.

Había salido al jardín a leer un libro, pero tan solo le bastó leer dos páginas y media para encontrarse sumida en la nada. Ahí, con la espalda recostada al tallo de un árbol antiguo, contemplaba fijamente la casa de sus abuelos.

Las ventanas iluminadas de luz amarilla, contrastaban con el tenue azul del paisaje una vez acabado el atardecer. Era una casa vieja, rural y se consideraría casi tétrica si se veía con esta luz.

El viento soplaba gentil pero consistente entre los árboles,  generando un ruido hipnótico, que la mantenía ensimismada e incapaz de volver a la realidad.

-¡Lari!- le llamó una voz por su apodo.

A continuación, una sacudida de hombro, cortó abruptamente con su fantasía. Se sintió aturdida por un momento, como si no hubiese sabido donde había estado los últimos 20 minutos.  Al menos hasta que vio el rostro de su confundido hermano menor y sin embargo le tuvo que tocar la mejilla para asegurarse de que este fuese real.

-¿Te...te quedaste dormida con los ojos abiertos de nuevo?- le preguntó el niño de 10 años, un poco extrañado.

-Eso parece-respondió ella, frotándose los ojos para espabilarse.

-El abuelo dice que necesita ayuda con la cena-le informó.

-Ayúdame a levantarme, Mich.

La joven le extendió la mano al pequeño y éste juntó todas sus fuerzas para ayudarla a ponerse de pie. Ella se sacudió el polvo de los pantalones.

Ambos entraron dentro de la casa.