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⠀ Capítulo VI

⚜️ 129 d.C. Desembarco del Rey.

Decir que Aemond estaba emocionado ante la perspectiva de la visita de Vaemond Velaryon y su familia a Desembarco del Rey, sería la subestimación del año. Si las cosas salían como su madre y su abuelo venían maquinando desde que Aegon era un tierno bebé y no un borracho irresponsable, este sería el último día en que Rhaenyra podría proclamarse la heredera al trono de hierro.

Aemond se sostenía en una postura en la que solo podía desear el mal menor, pues ninguno de los candidatos eran de su absoluta devoción. No confiaba en Rhaenyra, quien actuaba ligera y sin cuidado; tampoco en Aegon, que era un genuino desastre. Westeros merecía a alguien preparado, con ambición y carácter, que no fuera un títere al que un par de lágrimas pudieran conmover, como su padre, Viserys.

Sabía que él nunca sería rey. No era otra cosa que el repuesto de un potencial usurpador. Estaría más cerca del trono, siendo otro de los bastardos de Rhaenyra que siendo él mismo. Era por eso que trabajaba tan duro: tomaba lo que le imponían, todas las dudas, el miedo y la sed de justicia y las transformaba en fuerza.

Incluso si esa fuerza se estaba transformando en un huracán desmedido, listo para destrozar todo a su paso.

Cuando vio a los jóvenes príncipes, enfundados en los colores de un apellido que no les pertenecía, optó por ser sabio e ignorar a la pequeña multitud que mantenía sus ojos curiosos en la danza que manejaba con su espada.

No entendía qué veían de nuevo. Los campos de entrenamiento eran los mismos que hace un año, igual que el año anterior a ese y así sucesivamente, quizás estaban intimidados y deseaban pasar desapercibidos haciendo el papel de forasteros.

—¡Sus altezas! —La voz de sir Criston Cole sonó fuerte y clara, Aemond sonrió cuando Lucerys miró a todas partes como un conejo acorralado. Jacaerys, en cambio, encuadró sus hombros y alzó la barbilla, digno hijo de la altanera princesa Rhaenyra.

Su mentor le dio una mirada significativa que él comprendió enseguida. Desconocía la raíz del odio de sir Criston hacia Rhaenyra, parecía que la odiaba incluso más que su madre. Mientras la reina le temía y sentía desprecio,  dentro de sir Criston albergaba un odio latente que cegaba su razón.

Aemond conocía la mirada de un hombre desquiciado y sir Criston era tan estable como un dragón anidando que se sentía amenazado.

—Sobrinos, es siempre una agradable sorpresa su visita.

La sonrisa de seguridad de Jacaerys se tensó. Claro que no era una visita, en la fortaleza ya era de conocimiento público la audiencia solicitada por Vaemond Velaryon, eso no significaba que no pudiera divertirse a costa de su incomodidad.

—Es bueno verte, tío —dijo el príncipe heredero al trono—. Te dejaremos seguir con tu entrenamiento tranquilo.

—No interrumpen nada, al contrario. —Pasando por alto a Jacaerys, le ofreció su espada a Lucerys, que pese a que su lenguaje corporal delataba miedo, sus ojos ardían con furia—. ¿Por qué no se unen a mí?

—¿Por los viejos tiempos?

—Tenemos cosas más importantes que hacer —dijo Lucerys mirando a su hermano en busca de apoyo.

—¿Más importantes que compartir tiempo de calidad con su tío favorito?

Jacaerys, comprendiendo el juego de Aemond, tomó la espada. Tanteó la empuñadura, reconociendo que ejercía más peso en su mano que en las armas que acostumbraba a usar, pero era manejable.

—Debes saber, tío Aemond —sonrió Jacaerys—, que Aegon es nuestro tío favorito.

—Aegon es el favorito de niños y borrachos —escupió Aemond, pero Jacaerys solo puso los ojos en blanco—. Estamos esperando por ti, Lucerys.

—El príncipe Aemond puede sostener un enfrenamiento contigo y tu hermano, Lucerys.  —Sir Criston le hizo una mueca burlona a Lucerys, buscando a propósito la espada más pequeña.

—Es «príncipe Lucerys», sir Criston. —Había cierta mordida salvaje en la forma en que Jacaerys defendía a su hermano menor.

Sir Criston lo ignoró, buscando con la mirada la opinión de Aemond.

Al príncipe mayor le parecía ridículo lo empecinado que estaba el caballero con sus sobrinos. Él podía humillarlos y mancillar sus nombres cuanto deseara, porque al menos en lo que respectaba a título, eran iguales, ignorando su estatus de sangre y quienes eran sus padres. Por mucho aprecio que le tuviera a sir Criston, no podía dejar que olvidara lugar.

—La vieja espada de Aegon funcionará para el príncipe Lucerys, sir Criston —dijo Aemond con firmeza, si bien el caballero frunció el ceño contrariado, hizo lo que se le ordenó.

Poco tiempo transcurrió, apenas se estaban formando gotas de sudor en su frente y se percató de la diferencia obvia entre los hermanos: Jacaerys podía contenerlo bastante bien, no era tan bueno como él mismo, pero era aceptable. Lucerys, por otro lado, a pesar de ser más rápido para evitar los ataques, carecía de fuerza y coordinación.

—¿La persona que te está entrenando te quiere muerto? —Aemond lo pateó lo suficientemente fuerte como para derribarlo. No pudo burlarse más antes de bloquear un golpe de Jacaerys que, como mínimo, lo hubiese dejado sin brazo—. Vaya, sobrino. Al menos no hay duda de que eres fuerte.

Fue como si encendiera algo en el hermano mayor, quien tomó su espada en ambas manos y dio golpe tras golpe sin vacilación, buscando romper la postura de Aemond. Este mismo se regodeaba con el desafío, era entretenido luchar con otras personas y todavía más cuando su contrincante estaba perdiendo los nervios.

Era cuestión de tiempo que la brutalidad de Jacaerys le agotara y Aemond le dejase mordiendo el polvo como a Lucerys.

—¡Vamos, Jace! —gritó Lucerys, lo que animó a otros a canturrear los nombres de los príncipes.

Desde su esquina, sir Criston Cole trató de memorizar los nombres de los sirvientes y nobles que animaban al príncipe bastardo, esos no eran más que cucarachas y parásitos para el reino que no podían ver la realidad.

Cuando Jacaerys cambió su espada de mano a la que manipulaba con menos agilidad, Aemond supo que era su momento, estaba tan ensimismado que se quedó con la hoja resplandeciente suspendida cuando la espada de Jace cayó al suelo. No entendió nada.

—Princesa Helaena.

Aemond también tuvo que bajar su espada.

Si buscaban a la única hija de la reina, la encontrarían en tres lugares con seguridad: sus aposentos, la biblioteca y explorando los jardines, a pesar de que los conocía como la palma de su mano. A veces estaba en lo más alto de la fortaleza viendo a la lejanía sin acercarse demasiado a la orilla, otras veces bordando o tomando el té con otras doncellas nobles. Nadie podría imaginarla en el patio de entrenamiento donde la tierra ensuciaría sus zapatillas y sus delicados vestidos.

Helaena destacaba dolorosamente como una frágil rosa en el abrasador desierto.

Pero allí estaba su adorada hermana y con amargura descubrió que tenía en su rostro una sonrisa, no una pequeña y recatada como la que madre le enseñó a portar para parecer grácil. No. Era una sonrisa con dientes y todo. El encaje de su vestido ahora tenía barro, pero ella no despegó los ojos de Jacaerys.

—Princesa Helaena. —Con una floritura que Aemond encontró ridícula, Jacaerys se arrodilló y bajó la cabeza humildemente para saludar a su hermana.

Aemond pensó que en esa posición sería muy fácil decapitarlo si quisiera. Pero dudaba que Helaena le volviera a hablar si hacía eso.

—Príncipe Jacaerys.

No dijeron otra cosa más y se quedaron viéndose a los ojos. Aemond observó a Lucerys en busca de una explicación al estado de maravilla en que ambos jóvenes se encontraban embelesados; Luke solo movió sus cejas casi burlándose de él. Aemond rezó en su cabeza a los dioses para que su espada no se le cayera por accidente sobre el cuello del joven Lucerys Velaryon.

—Me alegra mucho verlos entrenar juntos, hermano. —Helaena, que por lo general evitaba el contacto físico, se apretó contra su brazo sin perder la radiante felicidad que iluminaba sus rasgos.

No pudo hacer otra cosa que suavizar su tono ante la inocente ilusión de su hermana.

—Tal vez pueda enseñarle un par de cosas a estos dos.

—Y eso nos honraría, tío Aemond —agregó Jacaerys dócilmente, lo que hizo sonreír a Helaena todavía más si era posible.

Cierto guardia real observó con desagrado como su pupilo y más grande orgullo, acompañaba con mucho gusto a su hermana codeándose con los bastardos de la princesa Rhaenyra. Aemond, masilla en las manos de Helaena, claramente carecía de voluntad cuando se trataba de la felicidad de su hermana.








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Antes de que todo sucediera, Helaena ya sabía que la sangre se iba a derramar sobre los pisos de Desembarco del Rey. El sabor ácido en su boca y los nuevos cortes en sus brazos provocados por las uñas, eran la prueba palpable de una condena a muerte.

Ella caminó por la habitación, susurrando sus sueños, mientras el sol apenas asomaba en el horizonte. El piso estaba frío bajo sus pies, pero no era la razón de los escalofríos que recorrían su cuerpo.

Se está quedando sin tiempo.

—Las serpientes harán que pierdas la cabeza y la verdad no alcanza el sol, las serpientes harán que pierdas la cabeza y la verdad no alcanza el sol, las serpientes harán que pierdas la cabeza y la verdad no alcanzan el sol —murmuró por horas hasta que logró calmarse y la servidumbre tocó a su puerta.

La vistieron con cuidado y esmero, dejándole impecable para otro día. Era el tercer día de la semana y las demás doncellas ya le estaban esperando en los jardines para su reunión habitual de tejido y bocadillos.

A Helaena le gustaba tejer; así como disfrutaba de la hora del té, con un poco más de miel de lo usual, siempre cuatro cucharadas de miel, una más o una menos haría que no pudiera beberlo. Uno de los pocos placeres que disfrutaba era pasar las primeras horas del día en los jardines con el oro líquido calentando su pecho y garganta.

El tercer día de la semana sería su día preferido, si estuviera sola y no abrumada por la compañía de aquellas señoritas de risas chillonas y comentarios acalorados muy mal disimulados sobre sus hermanos.

Le daba igual lo que decían de Aegon y Aemond, incluso bañaban en maravillas a Daeron cuando nunca lo habían visto. Era cuando nombran a su prometido que el té se sentía mal hecho, su costura se entorpecía y quería callar a sus «amigas».

No le gustaba que hablaran de lo encantador que era Jacaerys, ella ya lo sabía , él siempre le daba los regalos más bonitos. Tampoco le agradaba cuando babeaban por su mandíbula fuerte y sus hombros anchos, porque a diferencia de ella, desconocían la existencia de la cicatriz que se hizo en el hombro derecho entrenando con su tío Daemon.

No lo conocían como ella lo hacía. Tampoco es que quisiera lo hicieran. Él era su prometido, no el de ellas. La sensación que acompañaba esos pensamientos siempre era incómoda, pero como estaba familiarizada con la inconformidad persistente en su vida, solo permanecía en silencio y jugaba con sus manos para llevar su mente a otra parte.

Helaena no discutía ni peleaba, ella tenía lo mejor de su madre: era agraciada y sabía ganarse a la gente, pero confundían su tranquilidad con sumisión y su silencio con timidez.

—Disculpe la indiscreción, princesa, pero ¿no está nerviosa?

—No entiendo a qué se refiere, Lady Mirtha —Helaena respondió, debía ser algo que todos querían saber porque las demás doncellas abandonaron la costura para mirarla fijamente.

Helaena odiaba que la miraran así. Apretó sus dedos alrededor del bastidor.

—Su prometido, el príncipe Jacaerys —dijo una de las mayores, no recordaba su nombre, pero tenía una melliza y a una de las dos le habían comprometido con un señor menor una luna atrás—, se dice que han llegado a Desembarco del Rey, los guardias estaban hablando de eso cuando mi hermana y yo veníamos.

—¿El príncipe Jacaerys está aquí? —Helaena procuró no perder su temple y se frustró cuando su hilo de tejer no se enrolló tan rápido como quería para irse y descubrir la razón de su inesperada visita.

—Ha venido toda su familia, princesa —habló de nuevo Myrtha—, pero...

—¿Pero?

Una de las mellizas le lanzó una mala mirada a Myrtha.

—Tal vez debería reunirse con su familia, princesa. Entendemos que esa es la prioridad —dice una las señoritas mayores con su rostro educado.

—No pueden hacer eso, ¿verdad?

—Myrtha —siseó la misma melliza que la miró mal.

—La princesa ya debe saber al respecto. Lo siento, su alteza.

—¿Saber qué cosa, lady Myrtha?

Lucía insegura.

—Sir Vaemond Velaryon ha venido a reclamar el título de señor de las mareas.

—Pero es del príncipe Lucerys, él no tiene derecho contra el nieto del rey —declaró lo obvio otra de las muchachas sin comprender la gravedad del asunto—. ¿Por qué haría eso? ¿Han visto el rostro angelical del príncipe? ¿Quién querría hacerle daño?

El nido de serpientes en su sueño y la sangre derramada que manchaba el salón del trono apareció en la mente de Helaena. Con un nudo en la garganta se marchó, dejando a las demás jovencitas especulando y revueltas como un panal de abejas.

Fue más adelante que vio el hilo de sangre bajando por su mano y rogó a los dioses que ese insignificante corte con la aguja no significara nada.








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Lord Strong, pese a ser un miembro importante en el consejo del rey Viserys I, y aún más importante en el consejo privado de la reina Alicent, era muy subestimado por el público general. La gente lo veía como el hermano feo y cojo, como el pobre diablo desdichado que en un golpe de desafortunados eventos acabó siendo el señor de su casa, solo porque el resto de sus parientes eran mujeres.

Larys Strong se reía de aquellos que lo veían sobre sus hombros, pensando ingenuamente que eran superiores a él. El día que todos saltaran sobre la garganta del otro, sacaran sus espadas y mostraran sus colores, él seguiría de pie.

Era como una cucaracha: si alguien quería ponerse creativo, él sobrevivía a los ambientes más hostiles y hacía maravillas con miserias, colándose en los huecos más pequeños y poco a poco iba infestando el sitio en el que se quedara.

No vivía con remordimientos. Harwin nunca padeció de lo que él, que tuvo que vivir a la sombra de un gran guerrero y un padre erudito. Pero él ya los había perdonado, abandonando esos sentimientos de rencor ahora hechos cenizas, como su hermano y su padre. Larys siempre haría lo necesario.

Aprendió que el poder no lo daban las coronas, lo daba la información y cómo la usabas a tu favor. La reina verde, por la delicia dócil a los ojos que fuera, era débil y sir Otto era demasiado arrogante para su propio bien.

Así que debía cambiar sus cartas si quería mantenerse en el juego. De poco le sirvió a la familia real que él consiguiera el contacto con sir Vaemond, si habían desperdiciado la oportunidad con la familia de Rhaenyra, lista para defender el nombre de Lucerys. Ay, su pequeño sobrino Lucerys, le recordaba un poco a él, bastante insignificante al lado de un hermano mayor que deslumbraba a todos.

Cuando Viserys entró al salón, gastando sus últimos alientos para defender el nombre de la princesa Rhaenyra y sus hijos, lo tuvo claro: los negros eran ahora el equipo ganador.

Hubo algo casi poético en la forma en que los rostros de los verdes se deformaron cuando Viserys se sentó en el trono y Daemon, el bendito príncipe callana, honró a su hermano y colocó la corona sobre su cabeza. Si Larys fuese asiduo de las artes, se sentiría tentado a pintar un cuadro de la desolación que decoró el bonito rostro de su reina, era tan cosa bonita y triste.

A Larys le gustaba, lástima que tuviese que traicionarla. Pero era la única opción: buscar un mejor postor, acercarse a la familia y sembrar sus raíces en nuevos lares, las malas hierbas como él tenían que adaptarse para sobrevivir, sin importar qué.

—Princesa Rhaenyra, me gustaría tener unas palabras —dijo inclinando la cabeza como el epítome de la humildad—. Si pudiera permitírmelo, su alteza.

Rhaenyra frunció el ceño entonces, sin saber qué decir ante las alusiones de Lord Strong. Nada era nunca una simple declaración, cada palabra estaba cargada de doble significado. Y sin Daemon o alguno de sus muchachos cerca, se sostuvo firme para no darle la oportunidad de obtener nada de ella.

—Lo escucho, Lord Strong.

—Debe saber que encuentro muy justo el actuar del príncipe Daemon.

Pero Rhaenyra no sonrió ni concordó con su comentario sobre su esposo.

—¿De qué quiere hablarme?

—No quisiera quitarle su tiempo —dijo Larys con fingida vergüenza, sabiendo que tenía que hacer uso de sus mejores capacidades de actuación—. Pero visto el tenso ambiente en el que nos encontramos, no me gustaría que arrebataran del príncipe Jacaerys lo que le ha sido prometido.

La mención de su hijo mayor hizo que Rhaenyra perdiera la expresión impertérrita en su rostro de marfil. Y Larys bajó la cabeza para esconder una pequeña sonrisa. «Sí, allí es donde la quiero, princesa. Comiendo de mi mano.»

—¿Qué tiene que decir sobre Jacaerys? ¿De qué está hablando?

—Me disculpará por hablar de más, princesa. Pero no quisiera que mis palabras sean usadas en mi contra, deberá entender que corro un gran riesgo al compartir información de la que pocos tenemos el conocimiento.

—Sea claro, Larys. —En el tirón de su labio, Larys podía ver el fantasma de la joven delicia del reino, exigente y caprichosa. No dudaba que lo amenazaría en cualquier momento si Jacaerys no estuviera de por medio.

Fue una fortuna de los dioses encontrarla sola después del espectáculo dado en el salón del trono.

—Su majestad la reina y Lord Mano tienen planes de casar a la princesa Helaena con el príncipe Aegon. —Rhaenyra abrió los ojos en sorpresa, Larys se inclinó hacia delante y ella no retrocedió, pero envolvió su vientre protectoramente cuando escuchó lo siguiente en un tono susurrado—: El trágico día en que su majestad el rey no vuelva a abrir los ojos, tienen planeado usurpar su trono y hacer de sus altezas, Aegon y Helaena, rey y reina de esta buena tierra.

Observó el miedo y la ira invadir el cuerpo de la madre de sus sobrinos con regocijo. Quizás, con un poco de suerte, en el futuro podría apelar al cariño fraternal de los bastardos de Harwin y hacerse un lugar entre sus hombres de confianza.

Si Jacaerys se parecía a su hermano, sería fácil llegar a su noble y blanducho corazón y hacerse de él.

O no, sin duda Lucerys era una causa más fácil, reconocía un segundo hijo desesperado por aprobación cuando lo veía. Aemond era uno, Vaemond, que los dioses lo guarden, lo fue. Él mismo lo fue hasta que tomó las riendas de su vida e hizo algo grande a la causa.








──── • ✦ • ────









Estaban llegando tarde a la cena, pero a Rhaenyra no podía importarle menos, no en este momento. A pesar de que su hijo ya tenía quince años y se aproximaba a sus dieciséis, no podía dejar de verle como su pequeño bebé, su primer bebé. Y si no fuese porque todo ese asunto tenía que ver con él, con mucho gusto lo habría dejado fuera de ello, pero Daemon había insistido en que no podía protegerlos toda la vida.

—Cásate con ella —soltó Daemon. Jacaerys apretó los labios con disgusto, no era así como hubiera querido que sucedieran las cosas—. Si ella es tuya, ellos no pueden hacer nada al respecto.

—Deberíamos hablar con mi padre —dijo Rhaenyra negando con la cabeza—. Él tiene que saber que ese nido de víboras ha orquestado un acto de traición, los dioses sabrán por cuánto tiempo.

—¿Qué crees que Viserys puede hacer desde su posición?

—Él es el rey, Daemon.

—Está en cama y no creo que le quede mucho tiempo —Daemon dijo lo último con amargura—. Esas sanguijuelas conseguirán acusar al maldito cojo de traición y él será el único que pierda la cabeza. No es que no lo merezca, esa rata rastrera, pero podría servirnos su información a la larga.

—No podemos confiar en él —señaló Jacaerys, que se quedó hasta ese momento en silencio asimilando la información—. Si sabe todo eso es porque él trabajó con ellos, ¿y si es una trampa? ¿Vale la pena ensuciar el nombre de Helaena?

—¿Quieres quedar a esperar que la casen con Aegon? Si retrocedemos, les estamos cediendo el poder. —Gruñó Daemon con exasperación tomando «la hermana oscura»—. Podemos terminar esto ahora.

—¡No vamos a hacer eso! —Rhaenyra intervino, Daemon apretó la mandíbula—. Hoy han pasado muchas cosas, si se derrama más sangre con nuestra visita, todos lo verán como un mal presagio.

Daemon, que nunca titubeaba ante la posibilidad de hacer justicia por su propia mano, era consciente de la importancia de la aceptación del pueblo y, de mala gana, aceptó que era inútil exaltarse.

Por esa vez.

—Entonces deja que el muchacho se case con Helaena, llevan años comprometidos. —Sus ojos se detuvieron en Jacaerys—. ¿Qué vas a hacer?

Jacaerys tragó grueso, sintiendo la boca seca. La idea de buscar a Helaena y alejarse juntos en sus dragones para tomarla como suya y él ser de ella, era tan excitante como aterradora. Pero incluso entonces sabía que no era lo correcto, que ella merecía algo mejor.

—Quiero hablar con ella. —Jacaerys ignoró la desaprobación de Daemon y Rhaenyra asintió, reconfortada por su hijo—. Si Helaena quiere que nos casemos mañana al amanecer, así se hará.

Aunque la asertividad con los presentimientos y preludios nunca fueron de las fortalezas de Rhaenyra, podía ver la tormenta que se avecinaba. Se llevó una mano a su vientre ligeramente abultado en el que cargaba a su próximo hijo.

Daemon no estaba de acuerdo, pero ese era su hijo y si ya había tomado una decisión, como mínimo, iba a hacerle las cosas menos difíciles.

—Habla con ella después de la cena —le dijo a Jacaerys—. Y usa los túneles.








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La cena tenía un equilibrio perfecto de hostilidad y falsa cordialidad para sostenerse sin ningún altercado, debía ser porque la mente de Jacaerys estaba en otra parte, que no hacía caso a la discusión que sostenía Baela con Aegon o las miradas extrañas que le daba Aemond a ella durante la cena.

Cuando los instrumentistas brindaron acompañamiento musical, Jacaerys vio su oportunidad y solicitó un baile a su prometida. No se perdió el gesto que hizo Otto Hightower a sus nietos. Aegon puso mala cara por las  pocas ganas que tenía de sacar a bailar a una de sus primas y Aemond volteó los ojos, todo lo tenía que hacer él, así que se encaminó hacia Baela.

—Baila conmigo.

Pero ella no tomó su mano gustosa ni una formó sonrisa en sus labios, solo alzó una ceja como si él fuese un campesino cualquiera. Su gesto le crispó cuando escuchó una risita provenir de Daemon.

—¿Puedes incluso bailar? —se burló Baela.

Aemond hizo uso de toda su paciencia para responder:

—Solo hay una forma en la que podrías averiguarlo.

—O podría quedarme con la curiosidad. —Baela se recostó contra su silla, Aemond apretó la mandíbula tan fuerte que temió por sus dientes y ella, poniendo los ojos en blanco, aceptó su mano—. De acuerdo, primo. No queremos que hagas una rabieta frente a todos.

Mientras todo eso sucedía, a nadie le pareció extraño que el príncipe Jacaerys bailara con Helaena, la música cubrió su voz cuando le dijo a la princesa que se encontraran en los túneles cuando todos fueran a acostarse. Está de más decir que ella prometió que así sería.








──── • ✦ • ────









Jacaerys Velaryon no se permitía pensar demasiado en Helaena Targaryen, si lo hiciera, sería esclavo de sus ojos, de sus suaves manos, de su sonrisa y del canto celestial que era su risa. Él creía que todos los hombres enamorados debían ver a su amada como la más preciosa criatura, Jacaerys se sentía mal por ellos porque desconocían que él era el más afortunado.

Llevaba a su princesa a todas partes, a veces en sus cartas, en algún pañuelo o en su posesión más preciada: una joya que a simple vista no parecía muy importante. ¡Ay, el valor que tenía para Jacaerys!

Para su onomástico número quince, Helaena le envió ese broche envuelto en uno de sus pañuelos de la más fina seda de Essos, empapados con el aroma de las pequeñas flores silvestres color azul que tanto le gustaban a Jacaerys. Era un dragón de tres cabezas como el estandarte de su casa. La magia estaba en el detalle: cada dragón tenía piedras de ojos de distinto color, el primero zafiros, el segundo rubíes y el tercero esmeraldas. Se podría asociar el azul y el rojo con la unión de los Targaryen y los Velaryon, así como el verde con la sangre Hightower del lado de Helaena.

En cuanto lo vio, Jacaerys lo apretó contra su pecho. Los tres colores en ese orden en la pieza plateada representaban a la casa Strong. Solo su princesa sería tan lista para hacer algo así.

—Helaena, ¿mi princesa? —llamó en apenas un susurro a través de la pared de piedra. Si por una mala casualidad la reina madre estaba en la recámara de su hija, lo último que deseaba era que fueran atrapados.

De entre todas las enseñanzas que Daemon le brindó a Jacaerys en los últimos años, el conocimiento de los túneles que rodeaban las paredes de la fortaleza logró ser de los más valiosos.

La pared de piedra se corrió lo suficiente para mostrar unos mechones de cabellos de oro y plata, con esa confirmación, Jacaerys haló la plancha de piedra para que Helaena pudiera salir.

—Jace —suspiró Helaena antes de lanzarse en los brazos de su prometido. Apenas habían podido cruzar palabra, rodeados de ojos mezquinos. Los brazos de Jacaerys la envolvieron, conmocionado por la aprehensión que gobernada la figura de ella—. He tenido tanto miedo hoy.

—¿Alguien te ha lastimado? ¿Te han dicho algo?

El surco en las pálidas cejas de Helaena desapareció con una pequeña sonrisa mientras negaba con la cabeza, Jacaerys siempre se preocupaba primero por ella. No dejaba de ser una adorable sorpresa cada vez que él actuaba así.

—Tenía miedo por ti, por Lucerys, por mi hermana Rhaenyra —explicó la princesa, cohibida, consiente de su arrebato y que la penumbra de los túneles apenas cubría su bata para dormir, cruzó los brazos sobre su pecho—. Tuve un... mal presentimiento, cuando escuché sobre sir Vaemond temí que...

Aunque no se atrevía a decir lo siguiente, estaba bastante explícito su temor a que despojaran a los hermanos Velaryon de sus derechos, ensuciaran el nombre de los príncipes y de su madre, que su compromiso se rompiera y el poder absoluto cayera en manos de los Hightower.

Un hombre murió de una forma horrorosa, incluso si su insolencia fue la que le orilló a tal fin. Pero allí estaba Helaena, ni un pensamiento sobre la corona o los títulos, solo ella pensando en que si las cosas salían mal, le alejarían de Jacaerys. Era egoísta, afirmó con seguridad en su cabeza, pero si eso mantenía atados sus destinos, egoísta sería.

—Estamos a salvo. —Jacaerys tomó sus manos y observó con adoración lo pequeñas que se veían enlazadas con las suyas—. No quisiera traerte más angustias, pero necesitamos hablar de nuestro futuro.

—¿Nuestro futuro?

—El tuyo y el mío. —Asintió él mirándola a los ojos.

Caminaron por los túneles y él le relató las palabras de lord Larys Strong, tal como su madre se las había comunicado más temprano esa noche a su padrastro y a él, apretó la mano de Helaena cuando la sintió temblar ante la posibilidad de convertirse en la esposa de Aegon.

Ahora que era una mujer, podía percibir la diferencia entre el Aegon con el que convivía día a día y la perversa e irreparablemente dañada versión de él con la que su madre la casó a sus catorce años. Los dioses la protegieran, en otro mundo ya tendría hijos mellizos que igual perecerían por la ambición y el fuego. Si bien su hermano no perdió su favor al alcohol ni su inclinación a las artes amatorias, al menos en esta vida ella no le temía y él no la odiaba.

—No quiero casarme con Aegon —dijo con ímpetu, ansiando alejarse de esas pesadillas—. Te quiero a ti.

Jacaerys quería reír y dar vueltas con su princesa en brazos. Pero se contuvo y llegó al tema principal antes de que sus fantasías nublaran el buen juicio del que alardeaba:

—Como debes saber, mi madre se casó con mi padrastro a escondidas de todos para que nadie perturbara su unión. No te estoy pidiendo que huyas conmigo, nunca lo haría. Solo... no quiero que te arrebaten de mí.

Helaena había leído su buena dosis de historias de romance, podía recitar un puñado de relatos sobre caballeros que tenían todo en su contra y, aun así, lograban ganarse el afecto de una princesa. Viéndose ahora, no podía creer que esto le sucediera a ella.

La cuestión era que no debía sorprenderle, ella sabía que Jacaerys Velaryon era bueno incluso cuando era una pequeña niña y no comprendía del todo la magnitud de la unión de sus casas.

Jacaerys era diferente, él escuchaba a su madre, aunque Aegon se burlara de él por eso. Tenía clemencia de su oponente cuando practicaban en el campo de batalla, cargaba a sus hermanos bebés cuando el resto de señores, incluso los más jóvenes, veían inapropiado que un hombre cuidara de los niños. Y siempre sonreía en las situaciones más incómodas, inclinaba su cabeza hacia delante y su nariz se arrugaba de forma adorable.

—No me importaría huir contigo.

Ni un atisbo de duda delataban sus palabras, la sorpresa de Jacaerys se barrió para dar lugar a una mirada de profundo cariño.

—A mí me importa. —Besó las gráciles manos de su prometida, luchando por ignorar el jadeo que escapa de ella por la acción—. No quiero hacer arder a nadie por lo que puedan decir de mi esposa.

—Oh, Jace —suspiró Helaena sintiendo tanta emoción que sus ojos se llenaron de lágrimas—. Vamos a ser tan felices.

—Lo seremos —prometió él—. Por eso quiero hacer las cosas bien ante los ojos de todos.

—La salud del rey es débil, podría ser un regalo para su corazón presenciar nuestra boda.

—¿Crees que eso detendría los planes de tu abuelo?

—Él es el rey, si nos da su bendición, podrías desposarme en este momento.

Aunque las manos le sudaban y su corazón palpitaba acelerado, estaba lleno de determinación. Pediría al rey por Helaena y si le negaban tal petición, igual la haría suya, por fuego y sangre. Y le demostraría a todos que podrían poner en tela de juicio el nombre de su padre, pero nadie dudaría que él era un Targaryen.

Jacaerys acompañó a Helaena de regreso a su recámara poco después de eso, no quería que se dieran cuenta de su ausencia.

—La sangre del dragón está maldita —murmuró Helaena.

Él había presenciado esos lapsos de tiempo en los que ella pronunciaba versos como mantras, solo un par de veces, pero no se atrevió a cuestionarla y solo cuando ella se detuvo, volvió a hablar.

—¿Qué significa eso? —acabó preguntando, indeciso, sobre cómo proceder.

—Los reyes que vendrán después de nosotros pueden ser mejores.

Jacaerys se sonrojó por la insinuación de su descendencia.

—¿Eso crees?

—Sí, la sangre del dragón está maldita. —Asintió ella distraídamente—. Es bueno que tú y yo no seamos Targaryen del todo.

La pequeña sonrisa de su prometida le dio la promesa de un futuro mejor y con un tierno beso en la mano, le deseó las buenas noches.

Mientras la princesa se preparaba para dormir, el príncipe caminaba hacia la recámara del rey con un claro objetivo en mente.

















▃▃▃▃▃▃▃▃▃▃▃▃▃▃▃

NOTA DE AUTOR:

Este fue el último salto de tiempo grande de acá hasta el final de este fic (que ya vamos más allá de la mitad, por cierto), así que a partir de este punto se viene el drama. Amo que Jace no dejará que nadie lo aparte de Helaena y Aemond se anda muy de miraditas, ¿se fijaron?

La verdad es que me preocupaba meter a Larys en la historia, pero el hombre es una rata sucia y es parte de los responsables de La Danza, lo puedo ver traicionando a cualquiera para proteger su pellejo. ¿Qué creen que pase después? ¿Tendrá un as bajo la manga Otto? ¿O Daemon tendrá algún plan?

Capítulo VII: 15 de Abril.

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