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⠀ Capítulo IX

(Este capítulo abarca contenido sexual +18, se recomienda discreción.)

⚜️ 129 d.C. DESEMBARCO DEL REY.

Por órdenes del rey Viserys, no habría tal cosa como la familia de la novia y la familia del novio. Velaryon, Targaryen y Hightower compartían lugar en la mesa principal durante la ceremonia, se necesitaron dos mesas largas para todos. El resto de casas susurraban entre ellas preguntándose el desenlace de aquella boda.

Según las tradiciones nupciales, ni Helaena ni Jacaerys podían verse hasta el comienzo de la ceremonia. La princesa no se sentía nerviosa, más bien eufórica. Finalmente, iba a casarse con el hombre que amaba.

Aemond envolvió su brazo alrededor del de ella mientras dos guardias empujaban la puerta del salón del Trono, que se convirtió ese día en una sala de ceremonias. El amplio espacio estaba reemplazado por filas de sillas de madera tallada, ocupadas por los miembros de las más grandes familias por igual.

Helaena sintió mariposas bailando en su estómago cuando los músicos comenzaron a tocar la tradicional melodía nupcial. Respiró hondo cuando entró en la sala del tribunal con sus hermanos a ambos lados y posó sus ojos en Jacaerys.

Cuando Helaena entró al salón, todos los susurros se detuvieron. Llevaba un vestido azul turquesa de tela ligera que con cada movimiento parecía que se agitan las olas, tenía enredaderas de patrones floreados y hojas bordadas con hilos plateados y dorados desde las mangas hasta el último centímetro de tela y en la falda, con especial detalle, había un dragón azul y otro verde. La capa de la novia era similar a la de primera boda de la princesa Rhaenyra, por falta de tiempo, no tenía los mismos intrincados detalles, pero sí brindaba al ojo atento la representación de la unión de ambas casas Velaryon y Targaryen.

Las damas de la corte solo esperarían la ceremonia y el banquete para preguntar por las modistas de la princesa:

—¿Has visto cómo llevan los colores del otro?

—¿No es eso lo que se espera?

—¡Tonterías! Mira lo bien que se ven ambos.

No había exageración en los cuchicheos de las jóvenes nobles. El príncipe Jacaerys gozaba de un porte impecable enfundado en las finas vestiduras negras y rojas, con abundantes toques de oro que diferenciaban su posición del resto de nobles y distaba de la sobriedad común en su vestir. Se veía implacable y sumamente atractivo, por decir poco.

—Son Targaryen, ¿esperabas algo diferente?

En la mesa, Daeron se sentía fuera de lugar sabiendo quien era cada quien, pero sin conocer en realidad a ninguno. Su madre le arrullaba como si fuera un niño pequeño y el abuelo no dejaba de abrumarle con preguntas sobre sus planes en Antigua. Entonces vio a su sobrino Lucerys con los ojos bien abiertos y las orejas rojas, y prestó atención a lo que decía la prima Rhaena a su lado.

—¿Qué opinas, Luke? ¿Debería usar un vestido igual en nuestra boda?

Oh, el pobre estaba acorralado.

—Lady Rhaena, no tuve la oportunidad de saludar —intervino Daeron con una cortés sonrisa—. ¿No es esta una velada encantadora?

Lucerys le dio una mirada agradecida y Daeron le respondió con un guiño.

El príncipe Daemon se levantó y todos aguardaron por escuchar un discurso, pues el rey no mostraba estar demasiado presente en el evento con los ojos apenas abiertos y no más que una ligera sonrisa, pero Daemon sonó su copa y le ofreció la mano a su esposa. La princesa Rhaenyra se aclaró la garganta y dio la bienvenida a todos.

Hubo un par que hizo muecas y gestos, que no pasaron desapercibidos para los ojos sagaces de Rhaenys y Daemon; pero el aspecto más sorprendente fue cuando, en una ofrenda de paz, la princesa Rhaenyra cedió la palabra a la reina Alicent.

Daeron compartió una mirada con Baela que estaba sentada frente a él. Levantó las manos con el ceño fruncido sin entender, a lo que Baela se encogió de hombros.

—Bodas, obran milagros.

Todo estaría bien mientras siguieran así.

Lástima que unos cuantos tenían otros planes para esa noche.




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Durante los votos, la lluvia comenzó a caer sobre Desembarco del Rey, un buen augurio o uno malo, decía algunos. Abundancia en medio de los últimos vestigios del abrasador verano pensaban los Stark y Arryn, lágrimas seguras y sufrimiento consideraban que era aquello los Lannister y Baratheon.

—Padre, Madre, Guerrero, Doncella, Herrero, Anciana y el Desconocido...

No era solo el Septón Supremo quien ocupó lugar en la dirección de la ceremonia, a su lado, con una sonrisa orgullosa, el Maestre Gerardys miraba a ambos jóvenes repetir sus votos. Era evidente el cariño que sentía por aquel principito que vio crecer.

Y por supuesto, no era el único experimentando un momento emotivo. Rhaenyra conocía la mirada suave de Harwin Strong, devota y llena de amor. Cuando vio esa ternura capturada en sus ojos marrones, supo que ya no existía su pequeño niño, Jacaerys era ahora un hombre cuyo corazón pertenecía a la mujer que amaba.

—Estamos aquí ante los ojos de los dioses y los hombres para presenciar la unión de hombre y mujer: una carne, un corazón, un alma, ahora y para siempre. —El Septón Supremo ató las manos de Jacaerys y Helaena, era símbolo de la unión ante los dioses.

—Soy tuyo y tú eres mío —repitieron Jacaerys y Helaena a coro—. Desde este día hasta el final de mis días.

No sellaron su amor con un beso, como con gran expectación esperaban los invitados. El Septón Supremo dio un paso atrás para que el Gran Maestre Gerardys tomara su lugar y él indicó con un sutil asentimiento al príncipe que podía proceder.

Ante los ojos atentos, Jacaerys cogió de su ornamentado cinturón de armas una daga de acabados intrincados y se escuchó jadear a unos cuantos alarmados por ver la filosa hoja tan cerca del rostro de la princesa.

Aunque Alicent era consciente de lo que estaba sucediendo, tembló y apretó el brazo de Aemond, pero ni así logró apartar la mirada de la pareja. Los príncipes verdes observaron aquello con ojos atentos, nunca habían presenciado nada de las tradiciones antiguas de su lado paterno.

Jacaerys la miró profundamente a los ojos mientras la hoja hacía un corte superficial en el labio inferior de su amada. Todos estaban bajo un hechizo viendo tal escena, la devoción y entrega absoluta podía palparse en el aire durante un acto tan solemne.

—Te entrego el fuego de mi hogar como una sola sangre —pronunció Jacaerys en Alto Valyrio, siendo testigo del hilo de sangre que bajaba por la barbilla de su esposa y con una inhalación profunda pintó en su frente una runa.

Helaena sintió sus ojos llenarse de lágrimas y tomó la daga, con manos firmes cortó el labio de Jacaerys viendo también la sangre deslizarse por su angulada barbilla, dándole una imagen que le resultó, por extraño que pareciera, muy fascinante.

Odiaba la sangre, pero allí estaba el hombre que amaba, sangrante y enamorado, vulnerable hacia ella y era la imagen más perfecta que alguna vez había podido ver.

—Te entrego el fuego de mi hogar como una sola sangre.

Era difícil determinar quién había dado el primer paso, pero antes de que alguien pudiera decir algo más, marido y mujer estaban en los brazos del otro. Dejaron su alma escapárseles del cuerpo y hacerse una con la del otro. Las dudas que Helaena tenía por recibir su primer beso con Jacaerys ante tantos ojos mezquinos se redujeron a nada cuando sintió su cuerpo contra el suyo. Nadie existía además de él, el sabor ácido de la sangre no le molestaba, solo podía concentrarse en sus labios tiernos, su respiración agitada, el peso de sus manos en su cintura... Todo era él: Jacaerys, Jacaerys, Jacaerys; todo suyo, suyo, suyo.

Jacaerys tenía la mente en blanco a diferencia de su esposa, pero coincidían en que habían olvidado que estaban rodeados de familia y amigos, porque dioses, solo quería tomarla en sus brazos y llevarla a sus nuevos aposentos compartidos para consumar su matrimonio.

Alguien de la mesa principal gritó algo que hizo que varios de los presentes soltaran un par de carcajadas, lo que trajo a la feliz pareja de regreso al mundo real. Helaena se deshizo en un fuerte sonrojo que hizo que la mente salvaje de Jacaerys quisiera explorar, donde empezaba y donde terminaba.

El salón se llenó de vítores, reverencias y felicitaciones.




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La reina sostuvo las lágrimas y ofreció un brindis por los recién casados. Como llevaba años haciendo, encerró dentro de ella la amargura y así aceptó la innegable derrota. Su preciosa hija, Helaena, se había casado con Jacaerys Velaryon.

Era tan confuso lo que sentía. Existía un sentimiento de abandono sembrado en su pecho, pero veía a Helaena tan vivaz, daba vueltas en el centro del salón en los brazos de Jacaerys, sus mejillas casi incandescentes por el esfuerzo físico de brincar y bailar... Era doloroso percatarse de que la última vez que la vio sonreír así ella usaba un pañal.

—Deberías bailar —le dijo a Aemond en un gesto de solidaridad, él no la había abandonado en ningún momento de la noche—. Ve, hijo.

Pero Aemond tenía nulas ganas de bailar con alguna de las hienas presentes sedientas de un buen esposo, aquellas señoritas desesperadas por complacer y expulsar entre sus piernas niños reales, eran insulsas para Aemond.

—Prefiero quedarme aquí.

—Pero tus hermanos están disfrutando de la fiesta —Alicent habló apesarada, triste de ver a Aemond aislarse de todos como siempre—. Incluso Daeron, que no conoce a nadie, está divirtiéndose.

Por supuesto que Daeron se estaba divirtiendo, Aemond lo sabía muy bien, llevaba una cantidad preocupante de tiempo sin despegar los ojos de cada acción de su hermano más pequeño, que no dejaba de hacer comentarios que hacían reír a la dama que bailaba con él. Sí, esa dama era Baela Targaryen.

Debió saberlo, tuvo que hacerlo, pero fue estúpido e impulsivo. Debió saber que poco le importaría a la infame primogénita de Daemon lo que había pasado la noche anterior si felizmente retozaba con su hermano menor.

Le frustraba como todos parecían haber olvidado sus diferencias. Lucerys se pavoneaba con sus impresionantes túnicas, recibiendo atención de jóvenes damas e incluso un par de indiscretos caballeros. Con disgusto, Aemond vio a un par de primas Hightower menores que competían por una probada del bonito príncipe.

Lady Rhaena ni se percataba de lo que sucedía con su prometido, siendo ella misma foco de atención, se notaba el empeño en su apariencia, desde el peinado que debió tomarle horas a la servidumbre hasta su vestido rojo sangre que acentuaba su figura.

Aegon, ya bastante ebrio, se acercó tambaleante con los brazos abiertos a la mesa para instar a Aemond a unírsele, le prometía que había conocido a unas damas adorables a las que ni siquiera su mal genio podría ahuyentar. Su madre tomó esa oportunidad para insistirle de nuevo, por lo que acabó cediendo. Aemond esperó ver a sir Criston relevarle al lado de ella, pero se percató con cierta sospecha de que no lo había visto casi en toda la velada.

En su lugar, con un feo sentimiento en el estómago, vio a Rhaenyra acercársele a su madre para compartir unas palabras. Era extraño, sir Otto nunca dejaría a su hija sola «a la merced» de la princesa heredera. A él tampoco lo había visto mucho aparte de la ceremonia y...

—Hermano mío, te presento a Lady Marissa y Lady Lucrezia.




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Después de mil pasos, cien vueltas y un millar de miradas suaves, los recién casados ya estaban listos para la última tradición de la noche. Todos los invitados y algunos sirvientes curiosos siguieron el camino hasta Pozo Dragón que lideraban un par de sirvientes con lámparas.

Los Guardianes de los Dragones tenían a Dreamfyre y Vermax ensillados y preparados para que Helaena y Jacaerys realizaran su primer vuelvo lado a lado como esposos. Sir Elmo Tully cayó de espaldas cuando las grandes alas de Dreamfyre se agitaron y dio vuelo. Para la mayoría de ellos era la primera vez que veían la majestuosidad de un dragón tan de cerca

En los aires, Vermax voló al rededor de Dreamfyre recorriendo toda la bahía para que cada ciudadano de Desembarco del Rey no olvidara ese día. No fue un recorrido muy extenso, pero Jacaerys, que amaba volar, sintió por primera vez que no tocaba suelo con suficiente rapidez.

Se despidieron de todos los presentes de regreso a La Fortaleza Roja. No sucedió tal cosa como el encamamiento. Era una costumbre pueril, tonta y, si había algo que cesó el nudo en la garganta de Alicent, fue la firmeza con la que el príncipe Jacaerys declaró que no sucedería, su voz no dio lugar a réplicas. Con un último saludo y de la mano de Helaena, se despidió de los invitados.




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Helaena fue desvestida y preparada por sus sirvientas personales, Lydia supervisó que el camisón fuese suave y cómodo para la princesa, incluso si solo lo usaría poco tiempo, le sacó con cuidado las horquillas de cabello y desenredó con primoroso cuidado.

Cuando las demás sirvientas se hubieron retirado, Lydia aguardó un poco más esperando recibir alguna orden.

—¿Duele mucho? —preguntó Helaena con la voz baja viéndose a través del espejo del tocador.

Lydia se quedó muda, no era eso lo que esperaba. Y lo último que deseaba era ser impertinente, así que respiró hondo intentando encontrar dentro de ella la manera correcta de responder y no asustarla incluso más.

—Perdón, preguntar eso estuvo fuera de lugar. —La princesa negó con la cabeza, sonrojándose—. Tampoco tengo certeza de que tú alguna vez...

—No debería doler mucho —explicó Lydia rápidamente—. A veces puede doler, es normal. Pero sí la persona con la que... Mmm, verá... Si me permite, princesa, el príncipe Jacaerys es amable y puedo ver lo mucho que la quiere, cuando son amables casi no duele.

«Escúchame bien, mi palomita, sé que debes estar asustada, pero todo acabará antes de que te lo imagines. Solo recuéstate, cierra los ojos y respira profundo, él sabrá qué hacer. Es normal sangrar, pero si te lastima de otra forma tienes que decírmelo, ¿de acuerdo? No importa qué, debes decírmelo, Helaena». Las palabras susurradas por su madre durante la cena la hicieron palidecer, ahora escuchando a Lydia, estaba lejos de sentirse tranquila.

Tenía que confiar en... ¿Quién? ¿En Jacaerys? ¿Debería hacer como su madre y rezar a La Doncella por iluminación? ¿O era a La Madre ahora que era una mujer casada?

Como no tenía mucho más que añadir, Lydia le dio las buenas noches con una mirada que a Helaena le dio la sensación de tener el estómago lleno de piedras. Se sentó al borde de la cama esperando que Jacaerys apareciera. ¿O tal vez debería esperarlo acostada? ¿Se desnudaba ya o él querría hacerlo?

Sus manos sudaban y aunque ya no llovía, quedaba en el aire la frescura de la humedad, pero incluso con el fresco clima, Helaena estaba sintiendo que se ahogaba. Incluso el aroma de las velas la estaba abrumando, el suave colchón demasiado blanco, la habitación demasiado oscura, todo se estaba sintiendo demasiado. Así la encontró Jacaerys, sentada con los ojos abiertos y sus manos apretadas sobre sus rodillas.

—Helaena.

Él sabía que Helaena odiaba que la tocaran sin preguntar primero. La princesa se escogía incluso por los más leves toques, no importaba de quien fueran; algunos dirían delicadeza, otros, pretensión; pero ella así era y Jacaerys sabía que no estaba en su poder exigirle algo más que, así que no sabía cómo funcionaría el resto de la noche.

Fue desalentador, por decir poco, ver a su esposa lucir como un conejo acorralado por un cazador.

Sin embargo, sus ojos lo traicionaron desviándose al contorno de las curvas de Helaena a través del delgado camisón, pero se repuso enseguida carraspeando su garganta. La luz de las velas y la única lámpara de la habitación iluminaba suficiente para que sus ojos pudieran apreciar en plenitud a su esposa.

—¿Cómo me quieres? —preguntó ella.

—¿Qué?

—Madre dijo... —Jacaerys odió verla esquivarle la mirada—. Ella dijo que es más fácil si solo me acuesto y que tú sabrías qué hacer.

—¿Que sería más fácil qué?

Helaena apretó los labios, frustrada, dioses, no iba a llorar en su noche de bodas. No era esto lo que había imaginado, nunca pensó que sería así. ¿En qué estaba pensando en realidad? ¿Qué Jacaerys se contentaría con un par de besos y sus agotadoras divagaciones sobre sus insectos?

—Mi princesa. —Ella brincó cuando se dio cuenta de que se había acercado hasta estar arrodillado a su lado, había un surco en sus cejas por preocupación—. Helaena, por favor, me temo que no te estoy entendiendo, o peor, si es lo que creo... No sé qué supones que va a suceder esta noche, pero no pasará nada si tú no lo deseas.

Aunque su cabeza gritaba mil cosas, de su boca no salió una palabra y ella parpadeó un par de veces.

—¿Puedo? —Jacaerys hizo ademán de tomar su mano y ella asintió, él tomó su mano con tanta adoración y dulzura que Helaena sintió que podría llorar en realidad—. ¿Tienes miedo? Porque yo también estoy aterrorizado, de fallarte, de fallarle a todos, pero sobre todo de lastimarte.

Jacaerys se levantó y cogió del tocador un abridor de cartas filoso, se inclinó sobre la cama y con terror se percató de que iba a cortarse.

—¡No! —chilló ella sin querer ver sangre derramada, no lo entendía, ¿por qué? ¿Qué estaba haciendo?—. No te cortes.

Jacaerys lucía profundamente afligido y ella, pensando que tal vez su reticencia le había herido, olvidó por un segundo sus miedos y gateando sobre la cama se le acercó. Jacaerys se esforzó por recordar lo más importante que le enseñaron los maestres y buscó las palabras correctas para compartir aquello que su padrastro le enseñó.

Entonces, entre tartamudeos, le contó: la forma en que sabrían que su matrimonio se había consumado, en qué consistía la práctica y dónde debía ir qué. Tuvo que hacer varias pausas y caminó de un lado a otro durante toda la explicación haciendo mil gestos y tirándose del cabello en las partes que más le avergonzaban mencionar.

Helaena se sintió muy tonta e ingenua. Ella no era su madre y definitivamente Jacaerys no era como su padre.

—¿Y puede sentirse bien? —preguntó Helaena con la boca seca ante la perspectiva, si eso se sentía al menos un poco similar a la abrasadora sensación de los besos de Jace, lo haría sin dudar.

—No tengo suficiente experiencia —confesó Jacaerys, lejos de molestarle, hizo que Helaena se sintiera acompañada en ese viaje desconocido—. Pero te puedo prometer que haré todo lo posible para que tú te sientas bien. Quiero que te sientas bien y que esto no sea un trabajo para ti, es lo último que quisiera.

Ella pensó que ese era el momento de decirlo.

—Te amo, Jacaerys.

Vio la tensión desaparecer del cuerpo de su esposo y soltó un largo suspiro como si sus hombros estuvieran libres del peso con el que cargaba cada día.

—Oh, Helaena, yo también te amo. —Fue un milagro que no tropezara con sus pies por la forma en que se apresuró hacia ella—. Mucho, muchísimo.

Ella se encontró en el camino con él, como con su primer beso, se dejó llevar y ahogó sus miedos en el fuego de sus labios y ardor de su piel. No debería temer, no había razón, era Jacaerys después de todo.

Y ella lo amaba, lo amaba tanto.

Jace tenía miedo de no poder ser suficiente para el reino y Helaena quería tomarle el rostro entre sus manos y decirle que era la persona más leal y amable que ella había conocido. Era sincero, dolorosamente dulce, considerado. Todo el cuerpo de Helaena dolía cuando pensaba en Jace dudando de sí mismo o, peor aún, Jace pensando en sí mismo como una mala persona capaz de lastimar a otros intencionalmente.

«Mírate», quería decirle, «¿podrías ver que mi vida ha mejorado solo porque tú estás en ella?».

Jacaerys apretó su agarre en su cintura, las yemas de sus dedos se clavaron en su piel, haciéndola gemir en el beso. Ella apretó el agarre en su cabello, tirando de los mechones y acercándose aún más a él. Ese bendito camisón de gasa transparente proporcionaba tan poca barrera entre su torso y el suave y abundante pecho que sentía que era su piel a la que estaba acariciando. Su abrazo estaba hambriento y lujurioso, presionando sus cuerpos tanto como podía sin lastimarla.

Los besos se volvieron menos entusiastas. Helaena pudo ver que Jacaerys estaba cuestionando si estaba obrando mal antes de que ella hubiera perdido lo que quedaba de su ropa.

—Mi princesa, lo dije en serio, no tenemos...

—Quiero, esposo. —Helaena sonrió cuando él tropezó con sus palabras.

—¿Es así, esposa? —preguntó en un susurro entrecortado, tragando saliva mientras la miraba. Ella rio suavemente inclinándose para besarlo de nuevo como respuesta.

Él deslizó sus manos con más confianza debajo de su camisa, haciéndola temblar cuando sus manos frías se deslizaron sobre sus costillas. Se apartó de ella para verla mejor, y ahora que Helaena entendía más la situación, no pudo evitar desviar la vista hacia abajo, donde un bulto ya era prominente.

Ella se quedó de pie esperando a que él hiciera algo, en tanto se deleitaba con el lenguaje corporal de su esposo.

—Dijiste que tenías una cicatriz en el hombro. ¿Puedo verla?

Quería que se quitara la camisa. Él suspiró, pero asintió y cerró los ojos, porque si tenía que verla mirándolo, podría correrse allí mismo solo por la intensidad que desprendían esos orbes amatista. Mientras se liberaba de su camisa, sus manos, que antes eran tan firmes, temblaban como frágiles hojas de otoño que se aferraban a una rama desnuda.

Se trataba de una mezcla agonizante entre una caricia y una sentencia, la forma en que esos finos dedos rozaban sus hombros, su espalda y su pecho, como si quisiera trazar cada camino y memorizar su piel.

Su respiración se aceleró en el momento que el pulgar de su esposa rozó su mejilla, eran esas manos anchas que tanto había admirado cuando ella apartaba tiernamente el cabello de su cara.

—Hel, me estás matando...

—Me gusta cómo se siente tu piel —confesó Helaena depositando un ligero beso en la mandíbula de Jacaerys.

Motivado por el sutil movimiento de su esposa, Jace deslizó la mano por su espalda de forma cálida y posesiva, hasta que acunó su trasero para atraerla más hacia él, ella enseguida jadeó.

—A mí también me gusta cómo te sientes. —Mientras Jacaerys hablaba con la voz ronca, sus labios rozaron los de ella y la línea de su nariz rozó lentamente la de ella.

Helaena enganchó una de sus piernas alrededor de Jacaerys, balanceándose inconscientemente hacia delante, su respiración se hizo rápida y superficial a través de sus labios entreabiertos. No sabía qué estaba haciendo, pero su cuerpo se movía contra el de su esposo, tratando de que los espacios entre ellos desaparecieran.

No queriendo perderse el sonido de los suspiros de Helaena, se empeñó en besar sus hombros hasta la caída de su escote, la acción hizo que una de las mangas del camisón se resbalara revelando uno de sus senos.

Y dioses, su pecho. Él debió hacer algún sonido porque Helaena aflojó su agarre y, antes de que pudiera implorarle que no se cubriera, su esposa inclinó la cabeza a un lado y el entendimiento llenó sus preciosos rasgos. Los dioses le sonrieron porque ella dejó caer el camisón.

Ahora podía beber de la imagen más impresionante que sus ojos habían capturado. Estaba hipnotizado por esos hermosos y grandes pechos. Nunca se había atrevido antes echar un vistazo descarado al pecho de su prometida por miedo a ser atrapado, pero pensaba que, de haberlo hecho, estaría más preparado para el manjar hecho carne que se retorcía bajo el calor de su intensa mirada. Parecían pesados, el endurecimiento de aquellos tiernos pezones rosados lo tenían tan cerca del borde y la noche apenas empezaba.

Necesitaba tocarla, besarla, acariciar su pecho. Deseaba atrapar y tirar de sus pezones. Quería dejar su marca en su piel, esos gruesos muslos, su suave abdomen... Necesitaba marcar su paso por cada centímetro de esa tentadora piel lechosa.

—Jace...

El pobre intento de acercarse de nuevo se descarriló cuando Helaena tiró de él para besarlo con todo lo que tenía. Envalentonado por la pasión desesperada en la unión de sus labios, las manos de Jacaerys finalmente se levantaron y agarraron cada uno de los senos. Helaena ahogó un gemido cuando las manos se movieron sobre su piel sensible mientras los dedos se hundían en su abundante carne, reconociendo su cuerpo.

—¿Es bueno?

—Eso se siente... —gimió ella cuando los dedos aventureros apretaron ligeramente un pezón—. Ah, se siente bien.

—Solo quiero que te sientas bien —murmuró Jacaerys dejando su boca para besar su cuello—. ¿Me dejarías?

Él siguió bajando hasta que su boca alcanzó un pezón, satisfactoriamente firme, para jugar, plácido en su lengua y muy cálido donde presionaban sus labios y mejillas. Helaena profirió un gemido agudo.

Una parte de su mente registró lo vergonzoso que era chupar su pecho como un bebé, pero desestimó eso tan pronto como Helaena lo arrulló con sus suaves gemidos. Probó su pecho, deleitándose con la contracción brusca que sacó de ella. Apretándolo entre sus labios y dándole un pequeño mordisco. Su mente daba vueltas, todos sus sentidos enfocados en el cuerpo de ella.

Cambió de seno cuando el agarre de ella se aflojó y su jadeo se hizo más profundo y más lento, mientras que al alejarse se ganó un gemido ahogado, al aferrarse al otro se ganó un gemido entrecortado.

—Jace, Jace...

No era el olvido oscuro al que le arrastraba el toque de Jacaerys, sino un nuevo surgimiento de miles de sensaciones nuevas con las que nunca había soñado. Alimentó el calor dentro de su cuerpo que, comparado con lo que sentía antes, parecía el fuego de una pobre lámpara. Lo que sentía era necesidad, ese punto tierno en su cuerpo palpitaba y entre sus piernas sentía humedad. Era un desastre nervioso que apenas podía mantenerse de pie.

—Jace, vamos a la cama.

—¿Sí? —Jacaerys abandonó sus senos, con los ojos bien abiertos, ilusionado y sin aliento. A Helaena le costó comprender que este hombre era el mismo que la tenía tan conmocionada—. ¿De verdad, mi reina?

Ella asiente incapaz de decirle que siente las piernas como si estuvieran hechas de pudín y se siente tan débil que no cree posible sostenerse de los pilares del dosel.

Tomados de la mano, sin dejar que sus cuerpos pierdan el calor del otro, se acostaron juntos sobre la mullida cama. Con la tenue luz de las velas, Jacaerys pensaba que Helaena bien podría ser una diosa: sus finas pestañas doradas, la caída de sus senos, los rizos platinados derramados sobre la almohada como un río de néctar y esa extensión de piel de marfil interminable.

Apoyó el peso en uno de sus brazos sin dejar de besarla, su mano libre acarició el costado de su estómago hasta su cadera, luego deslizó la mano debajo de su ropa interior y se detuvo allí sin parar de saborear sus labios.

Sin darse cuenta, Helaena estaba empujando muy levemente hacia arriba hacia su toque. Cautelosamente, él se empujó hacia atrás y sintió que los muslos frente a él se abrieron para atraerlo y tenerlo incluso más cerca. Tal vez ninguno lo entendía, pero ella estaba lista para más. Jacaerys se dio cuenta con un escalofrío que le recorrió el cuerpo: ella quería más.

Él bajó por su cuerpo y sonrió cuando Helaena se quejó por perder su boca, se hincó en la cama hasta quedar entre sus muslos. Él la iba a besar allí mismo.

—¿Jace, qué es lo que...? Oh dioses.

Fue apenas un beso sobre su ropa interior, pero su esposa arqueó la espalda y abrió más las piernas ante la sensación. Ella se sentía tan caliente y el sonido de sorpresa agudo que escapó de sus labios se convirtió en un gemido de necesidad cuando él la lamió de nuevo, era el sonido más dulce que Jacaerys jamás había escuchado. Helaena no supo cuándo perdió su ropa interior o en qué momento Jacaerys dejó de usar solo su boca allí, pero un dedo recorrió su coño, al inicio fue extraño, casi incómodo, no obstante nada dolía. Poco después la atención de Jace se centró en un lugar especialmente sensible de ella, el grito que escapó de su boca debió haber sido escuchado hasta por los guardias de las puertas.

—Estás tan mojada. —Jacaerys se lamió los labios y se mordió el labio inferior, pero no fue un movimiento destinado a seducir, era puro asombro y deseo.

—¿Qué es eso? —Helaena estaba sorprendida de cómo sonaba su voz.

—La humedad entre tus piernas, mi amor.

—Oh, a veces cuando estamos juntos también me pongo mojada de allí. —Jacaerys sintió que no podía estar ni un segundo más con su ropa—. La noche cuando nos vimos en los túneles estaba asustada, pero también sentía mojada mi ropa interior antes de irme a dormir. ¿Entonces es algo bueno?

Jacaerys se inclinó sobre su cuerpo para besarla tiernamente y corrió las hebras doradas pegadas a su frente por el sudor.

—Es maravilloso, eso significa que tu cuerpo se está preparando para mí.

A Helaena le gustaba cómo sonaba eso.

—No lo sabía —admitió ella por obvio que fuera, Jace volvió a besar su estómago hasta regresar al preciado lugar entre sus piernas—. Tú... Ngh.

—¿Sí, mi amor?

Quería preguntarle si sabía todo eso porque había tenido numerosas amantes o porque las cosas que le habían enseñado eran diferentes, ya que él era un hombre. Pero temía que era muy posible que la respuesta no le gustase. En cambio, decidió que importaban solo ellos dos en ese momento y dijo con un quejido:

—¿Ya estoy lista para ti?

No, él deseaba que ya estuviera lista. Pero no quería que sintiera ni una pizca de dolor, así que luchó por ignorar el tirón que dio su polla cuando la escuchó. Tanteó su tierna entrada con un dedo hasta que lo deslizó con facilidad gracias a su saliva y sus propios jugos. Fue lento al principio, lo dejó deslizarse hasta sus nudillos y volvió a bajar la boca, ella colocó sus piernas en los hombros de su esposo.

—Jace, Jace, Jace...

Sus manos apretaron las sábanas y ajustó su posición instantáneamente, ayudándole a tener un mejor acceso. Él chupó y lamió esa zona que la hacía estremecer mientras bombeaba el dedo en su coño, los ruidos húmedos llenaban la recámara silenciosa.

—Tan bueno, Jace, tan bueno...

Podría quedarse allí toda la vida, entre sus piernas, escuchando a su amada felicitarlo por tratarla como merece, ser llamado bueno por ella y hacerla sonrojar hasta que se retuerce de placer. Pero había aguantado demasiado, si no lo hacían pronto, temía que iba a derramarse sobre sus pantalones como un niño precoz.

Con los dedos entorpecidos por el deseo, fue desnudándose para quedar en el mismo estado de desnudez que su esposa. Helaena, apenas recuperando el aliento, se incorporó sobre sus codos para verlo.

No estaba segura de qué había esperado ver, pero seguro, no era así. Comparado con su cuerpo pequeño, se preguntó cómo los caballeros escondían esa cosa entre su ropa, ¿es por eso que usaban armaduras?

Él, en su plena desnudez, regresó a su lado en la cama.

Ella tocó la cicatriz de su hombro hasta su abdomen marcado, llegando hasta el vello que crecía en su ombligo, sus dedos eran gentiles, suaves contra su piel y Jacaerys se sintió un poco cohibido. Tragó saliva al ver sus pequeños dedos siguiendo el cabello hacia abajo.

—¿Puedo tocarlo?

—Soy tuyo, mi amor —dijo Jacaerys sin aliento.

Ahora se sentía demasiado grande y duro, palpitaba bajo su toque, reaccionando a ella. Estaba tan concentrada en esa parte del cuerpo de su esposo que el ruido que salió de su boca la sobresaltó, no se lo esperaba.

Helaena miró el rostro de Jacaerys, como si le preguntara si le había hecho daño. Pero sus ojos estaban cerrados y su boca abierta, aspirando aire. Su pecho parecía más grande con la forma en que respiraba.

—¿Te dolió eso?

—Hel... —susurró, con los ojos aún cerrados. Sabía que tenía su atención—. Claro que no, mi amor. Pero si haces eso me temo que voy a correrme.

A Jacaerys no se le ocurrió que quizás ella no tenía idea de qué era eso.

—Pero quiero que te sientas bien también —dijo obstinadamente, Helena observó son asombro como esa parte de Jacaerys expulsaba una sustancia viscosa como la que había entre sus piernas.

—Te prometo que me voy a sentir bien. —Se inclinó a besarla y ella se dejó ser, cuando él más seguro que nunca, la tomó de la cintura para volver a su posición original: sobre ella, entre sus deliciosas piernas. Oh Dioses, tenían tanto que explorar por delante—. Me gustaría entrar en ti, ¿harías eso por mí, mi amor?

Helaena asintió sintiendo que su coño palpitaba de nuevo, hinchado y sensible, queriendo más. Jacaerys le indicó que pusiera sus manos sobre sus hombros y él, con un corto beso de por medio, deslizó sus dedos entre sus pliegues y extendió su humedad sobre su pene antes de empujar su abertura temblando de nuevo, Helaena hizo su mejor esfuerzo por sostenerse. Serían uno solo, él sería suyo y ella de él, suya, suya, suya...

Mantuvo en su mirada en la de ella y los rosados labios de Helena mientras se hundía más y más hasta que se perdió en la sensación de todo lo cálido, húmedo y apretado. Dioses, él la amaba. Recuperó el aliento contra su cuello y absorbió el quejido que Helaena ahogó mordiendo su hombro.

Pronunció suaves palabras tranquilizadoras, tratando de reconfortarla recorriendo sus piernas y espalda. Ella gimió, apretando los dedos de nuevo sobre sus hombros. Aún no estaba acostumbrada a moverse al compás de una pareja, no lo habían instruido para saber realmente qué hacer para encontrar su propio placer, sus caderas se movían con un ritmo propio, inestable e incierto.

Los siguientes momentos se extendieron interminablemente de una manera que ambos jóvenes quisieron atrapar por siempre. Apenas hubo dolor, algo de miedo, principalmente de Helaena, pero el amor en los ojos de Jacaerys alivió el escozor de lo desconocido.

Y cuando Jacaerys se corrió dentro, tiró de ella increíblemente cerca, como si no pudiera abrazarla lo suficientemente fuerte, de alguna forma mantenía la realidad a raya y a la vez reescribía todo lo que conocía hasta ahora, sin dolor ni pena, solo el calor de sus cuerpos.

Se quedaron así por horas, susurraron palabras de amor y devoción entre besos, perteneciéndose, hasta que ni siquiera el murmullo de los invitados se escuchaba ya. No durmieron realmente, estuvieron sino yendo y viniendo a través de la conciencia y los sueños de un mundo mejor.




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Estaban tan agotados y felices que ninguno escuchó el metal chocar ni las instrucciones susurradas hasta que Helaena fue sacada de la cama por unas figuras oscurecidas por la noche. Ella despertó enseguida luchando por el férreo agarre de sus captores, pero lo que le hizo gritar fue la tercera sombra armada que se encaminaba hacia su esposo dormido.






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NOTA DE AUTOR:

Quisiera decir que lo siento por el final, pero no es así JAJAJA. 

¿Al menos díganme que el smut les pareció bueno? Allí donde lo ven hay 3,7k palabras dedicadas solo a Jace y Helaena conociendo sus cuerpecitos y creando una nueva línea familiar. ¿De 1 al 10 cuanto le dan?

Para mis jelaenas que están dispuestas a leer smut barato escrito por mí xjelaena madebybell valwritesss Lessglz12 analymalfoy -whoismica 


Capítulo X: 12 de junio.


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