Capítulo 3
El martes por la mañana teníamos que pasar al frente en la clase de psicología social para exponer un pequeño informe sobre lo que pensábamos acerca de la soledad, moría por saber que había escrito ella sobre eso.
Sé que es tonto pero aún no sabía su nombre.
-Muy bien el que sigue por favor -dijo la señora Watson, ella paso al frente.
Parecía muy nerviosa, algunos cuando paso al frente comenzaron a reírse de ella, no sabía porque lo hacían.
-Puedes comenzar linda -le dijo.
-La soledad... -comenzó ella.
-Que torpe -susurraron un par de chicas atrás.
-Yo estuve con ella durante todo un fin de semana -hablo un chico pretendiendo ser discreto.
-Qué asco me da -comenzó a reír una chica.
De pronto toda el aula se volvió un mar de murmullos, todos diciendo cosas diferentes pero centradas en un punto: ella.
-¿Puedo retirarme? -pregunto ella a la maestra quien le dio permiso de hacerlo.
Salió tan rápido que no pude ver hacia donde se dirigió.
No la vi el resto del día, hasta que tropezamos en la entrada de la biblioteca.
-¿Estas bien? -le tendí mi mano, pero ella no la tomó solamente se quedó en el suelo.
-¿Por qué hicieron eso? -elevo sus hombros.
Cambio de pronto, fue como si le hubiesen puesto algún tipo de venda en su boca, de pronto no decía nada.
-¿Por qué decían todo eso? -le pregunte- ¿Los conoces?
Acomodo su cabello detrás de su oreja, de pronto una voz nos hizo saltar del susto.
-¡¿Qué haces aún aquí?! -una voz masculina llegó a nuestros oídos.
Era Avan, ella se alejó de mí.
-¿Por qué otra vez estas con él? -la miró acusadoramente.
-No es su culpa, solo tropezamos -le dije.
-¿Eso es cierto? -le preguntó.
Ella me miró y luego a él.
-Sí, es cierto -le dijo.
-Está bien, tenemos que irnos -le dijo- Recoge tus cosas
Ella levanto todo lo que estaba en el suelo y se puso de pie.
-¿Dónde has estado? -se alejaron de mí saliendo del lugar.
Estaba muy confundido, porque había actuado de esa manera.
[...]
Intente descansar un poco, me recosté sobre el sofá, no me sentía bien, moría de frío sin mencionar el hecho de que estaba temblando. Comencé a sentir que me hacía falta aire.
-¡Ah, ah, ah! -grité a todo lo que me daban los pulmones- ¡PAPÁ!
Las lágrimas se deslizaban por mis mejillas.
-¡NO PUEDO... -es lo último que recuerdo después todo se volvió oscuro.
Papá dijo que me desmaye y permanecí así durante unos 30 minutos hasta que llegamos al hospital, no recuerdo nada, solo desperté aturdido.
-¿Patrick?, ¿me escuchas? -el doctor Francisco llegó a la habitación.
-Levanta un dedo si me escuchas -levante mi dedo índice- Está bien...
Podía sentir la mascarilla de oxígeno. Los mareos era lo que más detestaba de todo eso, las náuseas, el suero, las inyecciones, el inhalador, las píldoras, no importaban, pero los mareos eran detestables, sentía la turbulencia de un avión unida a los movimientos de un barco.
Lo odiaba.
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