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LA HISTORIA INTERMINABLE

LIBROS DE OCASIÓN

PROPIETARIO: KARL KONRAD KOREANDER


Esta era la inscripción que había en la puerta de cristal de una tiendita, pero naturalmente solo se veía así cuando se miraba a la calle, a través del cristal, desde el interior en penumbra.

Fuera hacia una mañana, fría y gris de diciembre, y llovía a cantaros. Las gotas corretean por el cristal y sobre las adornadas letras. Lo único que podía verse por la puerta era una pared manchada de lluvia, al otro lado de la calle.

La puerta se abrió de pronto con la violencia que un pequeño racimo de campanillas de latón que colgaba sobre ella, asustado, se puso de pie y se replicó, sin poder tranquilizarse en un solo rato.

El causante del alboroto era un muchacho pequeño y francamente gordo, de unos diez u once años. Su pelo, castaño oscuro, la caía que corría sobre la cara, el abrigo empapado a la lluvia y la colgaba de una correa, llevaba a la espalda una cartera de colegial. Había un poco de miedo y pecado pero, en contraste con la prisa que se acaba de dar, se quedo en la puerta abierta como clavado en el suelo.

ante el tenia una habitación larga y estrecha, que se perdía al fondo en penumbra. En las paredes había estantes que llegaban hasta el techo, abarrotados de libros de todo tipo y tamaño. en el suelo se apilaban montones de mamotretos y en algunas mesitas había montañas de libros mas pequeños, encuadernados en cuero, cantos brillaban como el oro. Detrás de una pared de libros tan alta como un hombre, que se alzaba al otro extremo de la habitación, se veía el resplandor de una lampara. De esa zona iluminada se elevaba en el momento en que un anillo de humo, que iba a aumentar de tamaño y se desvanecía luego mas arribe, en la oscuridad. era como las señales con que los indios se comunican noticias de colonia. Evidentemente, allí había alguien y, en efecto, el muchacho oyó una voz bastante brusca que, desde detrás de la pared de libros, decía:

-Quédese pasmado dentro o fuera, pero cierre la puerta. Hay corriente.

El muchacho obedeció, cerrando con suavidad la puerta. Luego se acercó a la pared de libros y miro con precaución al otro lado. Allí estaba sentado, en un sillón de orejas de cuero desgastado, un hombre grueso y rechoncho. Llevaba un traje negro arrugado, que parecía muy usado y como polvoriento. Un chaleco floreado el sujetaba el vientre. El hombre era calvo y solo por encima de las orejas le brotaban mechones de pelos blancos. Tenia una cara roja que recuerda el buldog de esos que muerden. Sobre las narices, llenas de bultos, solo unas gafas pequeñas y doradas, y una fumadora en una pipa curva, que la colgaba de la comunidad de los labios torciendole la boca. Sobre las rodillas tenia un libro en el que, evidentemente, había estado leyendo, por lo que cerraría había dejado entre sus páginas el dedo índice de la mano izquierda ...

El hambre se quito las gafas con la mano derecha, contemplo al muchacho pequeño y gordo que estaba ante el chorreando, frunciendo al hacerlo los ojos, lo que aumento la imprencion de que iba a morder, y se limito a musitar:- ¡Vaya por Dios!-Luego volvio a abrir su libro y siguió leyendo.

El muchacho no sabia muy bien que hacer, y por eso se quedo simplemente allí, mirando al hombre con los ojos muy abiertos. Finalmente, el hombre cerro el libro otra vez

-Dejando el dedo, como antes, entre sus paginas- y gruño:

-Mira, chico, yo no puedo soportar a los niños. Ya se que esta de moda hacer muchos aspavientos cuando se trata de vosotros...¡pero eso no reza conmigo! No me gustan los niños en absoluto. Para mi los niños no son mas que unos estúpidos llorones ( perdón si esto les ofendió solo que me tenia que meter en los pensamientos del personaje) y unos pesados que lo destrozan todo, manchan los libros de mermelada y les rasgan las paginas, y a los que les importa un pimiento que los mayores tengan también sus preocupaciones y sus problemas. Te lo digo solo para que sepas a que atenerte. Ademas, no tengo libros para niños y los otros no te los vendo. ¿esta claro?

Todo eso lo había dicho sin quitarse la pipa de la boca. Luego abrió el libro otra vez y continuo leyendo.

El muchacho asintió en silencio y se dio la vuelta para marcharse, pero de algún modo le pareció que no debía aceptar sin protesta aquel sermón, y por eso se volvió otra vez y dijo en voz baja:

-No todos son así

El hombre levanto despacio la vista y se quito de nuevo las gafas -¿Todavía estas estas ahí? ¿Que hay que hacer para liberarse de ti, me lo quieres decir? ¿Que era eso tan importantisimo que has dicho?

-No era nada importante -Respondió el muchacho en voz mas baja todavía-. Solo que...no todos los niños son como usted dice.

-¡Vaya! -El hombre enarco las cejas fingiendo asombro-. Entonces, tu eres sin duda una excepción, ¿no?

El muchacho gordo no supo que contestar. Solo se encogió ligeramente de hombros y se volvió otra vez para irse.

-¡Vaya educación! - oyó decir a sus espaldas a aquella voz refunfuñona-. Desde luego no te sobra, por que, si no, te hubieras presentado por lo menos

-Me llamo Bastian -dijo el muchacho-. Bastian Baltasar Bux.

- Un nombre bastante raro -gruño el hombre-, con esas tres bes. Bueno, de eso no tienes la culpa por que no te bautizaste tu. Yo me llamo Karl Konrad Koreander.

-Tres kas -dijo el muchacho seriamente.

-Mmm -refunfuño el viejo-. ¡Es verdad!

Lanzo unas nubecillas de humo. -Bueno, da igual como nos llamemos por que no nos vamos a ver mas. Ahora solo quisiera saber una cosa y es por que has entrado en mi tienda con tanta prisa. Daba la impresión de que huías de algo. ¿Es cierto?

Bastian asintió. Su cara redonda se puso de pronto un poco mas pálida y sus ojos se hicieron aun mayores.

-Probablemente habrás asaltado un banco -sugirió el señor Koreander-, o matado alguna señora o alguna de esas cosas que hacéis ahora. ¿Te persigue la policía, hijo?

Bastian negó con la cabeza.

-Vamos, habla - dijo el señor Koreander-. ¿ De quien huyes?

-De los otros.

-¿De que otros?

-Los niños de mi clase.

-¿Por que?

-Por que... no me dejan en paz

-¿Que te hacen?

-Me esperan delante del colegio.

-¿Y que?

-Me llaman cosas. Me dan empujones y se ríen de mi.

-¿Y tu los dejas?

El señor Koreander miro al muchacho un momento con desaprobación y pregunto luego: -¿Y por que no les partes la boca?

Bastian lo miro asombrado. -No... no quiero. Ademas... no soy muy bueno boxeando.

-¿Y que tal la lucha? -quiso saber el señor Koreander-. Correr, nadar, fútbol, gimnasia...¿No se te da bien nada de eso?

El muchacho dijo que no con la cabeza.

-En otras palabras- dijo el señor Koreander-, que eres un flojucho, ¿no?

Bastian se encogió de hombros.

-Pero hablar si que sabes -dijo el señor Koreander-. ¿por que no les contestas cuando se meten contigo?

-Ya lo hice una vez...

-¿Y que paso?

-Me metieron en un cacharro de basura y ataron la tapa. Estuve dos horas llamando hasta que me oyó alguien.

-Mmm -refunfuño el señor Koreander -, y ahora ya no te atreves.

Bastian asintió.

-O sea -dedujo el señor Koreander-, que ademas eres una gallina.

Bastian bajo la cabeza.

-Y seguramente un pelota también, ¿no? El mejor de la clase con todo sobresalientes, y enchufado con todos los profesores, ¿verdad?

-No -Dijo Bastian conservando la vista baja-. El año pasado se me cargaron.

-¡Santo cielo! - exclamo el señor Koreander-. Una nulidad en toda linea.

Bastian no dijo nada. Solo siguió allí. Con los brazos colgantes y el abrigo chorreando.

¿Qué te llaman para burlarse de ti?

-No se ... Todo lo que se ocurre.

-¿Por ejemplo?

-¡Gordo! ¡Gordote! ¡Sentado en un bote! Si el bote se hunde, el Gordo se funde. ¡Bueno esta que abunde!

- No es muy ingenioso -opino el señor Koreander-. ¿Y que mas?

Bastian titubeo antes de hacer una enumeración.

-Chiflado, bólido, cuentista, bolero ...

-¿Chiflado? ¿Por que?

-Por que a veces hablo solo.

-¿De que, por ejemplo?

-Me imagino historias, invento nombres y palabras que no existen, y cosas así.

-¿Y te lo cuentas a ti mismo? ¿Por que?

-Bueno, por que no le interesa a nadie.

El señor Koreander se quedo un rato en silencio, pensativo.

¿Qué dice eso tus padres?

Bastian no respondió enseguida. Solo al cabo de un rato musito: -Mi padre no dice nada. Nunca digas nada le da todo igual.

-¿Y tu madre?

-No tengo

-¿Están separados tus padres?

-No -dijo Bastian-. Mi madre esta muerta

En aquel momento sonó el teléfono. El señor Koreander se arrastró con un esfuerzo de su sillón y entro arrastrando los pies en una pequeña habitación que tenía en la parte de atrás de la tienda. Descolgó el teléfono y Bastian oyó confusamente como el señor Koreander pronunciaba su nombre. Luego la puerta del despacho se cerró y solo pudo oír un murmullo apagado.

Bastian se puso en pie sin saber muy bien lo que le había pasado ni por lo que había contado y confesado todo aquello. Le molestaba que le hicieran preguntas. De repente se dio cuenta con horror de que iba a la puerta tarde al colegio; era verdad, tenia que darse cuenta, correr ... pero sí que estaba donde, sin poder decidirse. Algo lo detenía, no sabia que.

En el despacho seguía oyéndose la voz apagada. Fue una larga conversación telefónica.

Bastian se dio cuenta de que, durante todo el tiempo, había estado fijamente el libro que el señor Koreander había tenido en las manos y ahora estaba en el sillón de cuero. Era como si el libro tuviera una especie de magnetismo que lo atrajera irresistiblemente.

Cogió el libro y lo miro por todos lados. Las tapas eran de color cobre y brillaban al mover el libro. Al hojearlo por encima, vio que el texto estaba impreso en dos colores. No parecía tener ilustraciones, pero sí las letras iniciales de capitulo grandes y hermosas. Mirando con mas atención a la portada, descubrió en ella dos serpientes, que se mordían mutuamente la cola formando un ovalo, y abajo de ese ovalo se encontraban en letras caprichosamente entrelazadas, estaba el titulo.

LA HISTORIA INTERMINABLE

Las pasiones humanas son un misterio, los niños pasan lo mismo que los mayores. Los que se dejan llevar por ellas no pueden explicárselas, y los que no las han vivido no pueden comprenderlas. Hay hombres que se juegan la vida para subir a una montaña. Nadie, ni siquiera ellos, pueden explicar realmente por que. Otros se arruinan para conquistar el corazón de una persona que no quiere saber nada de ellos. Otros se destruyen por sí mismos por no saber resistir los placeres de la mesa ... o de la botella. Algunos pierden cuanto tiene para ganar en un juego de azar, o lo sacrifican todo a una idea que jamas podrá tener. Unos cuantos creen que solo serán felices en algún lugar diferente, y recorren el mundo durante toda su vida. Y unos pocos no descansan hasta que consiguen ser poderosos. En resumen:

La pasión de Bastian Baltasar Bux eran los libros.

Quien no tiene pasado nunca se enterará de que un libro, con las orejas ardiendo y el pelo caído por la cara, leyendo y leyendo, olvidado del mundo y sin darse cuenta cuenta de que la tenia hambre o lo está quedando congelado ...

Quien nunca ha tenido leído en secreto a la luz de una linterna, bajo la manta, por lo que Papa o mamá o su otra persona ha pedido que lo ha hecho la luz con el argumento bien intencionado de que tiene que dormir, por lo que hay que levantarse temprano ...

Quien nunca haya llorado abierta o disimuladamente lagrimas amargas, que tenga una historia maravillosa acabada y que haya dicho adiós a los personajes que tenían el cuerpo corrido tantas aventuras, que los que quería y admiraba, por los que tenían temido y rebozado, y sin su compañía la vida la apariencia vacía y sin sentido ...

Quien no conozca todo eso por experiencia propia, no podrá comprender probablemente lo que Bastian hizo entonces.

Miro fijamente el título del libro y sintió frió y calor a un tiempo. Eso era, exactamente, lo que había soñado tan a menudo y lo que, desde que se había entregado a su pasión, venia deseando: ¡Una historia que no acabase nunca! ¡El libro de todos los libros!

¡Tenia que conseguirlo, costase lo que costase!

¿Costase lo que costase? ¡Eso seria muy fácil de decir!

Ha tenido la posibilidad de recibir más de los tres marcos y cincuenta en el bolsillo que le quedaba de su paga ... aquel antipático señor Koreander la había dado un sentido con toda claridad que no le vendía ningún libro. Y, desde luego, no se lo iba a regalar. La cosa no tenia solución ...Y, sin embargo, Bastian sabia que no podría marcharse sin el libro. Ahora se dio cuenta de que precisamente por ese libro lo había llamado de una forma misteriosa por lo que era, por qué, en realidad, ¡le había pertenecido siempre!

Bastian escuchó atentamente el mormullo que, lo mismo que antes, venía del despacho.

Antes de darse cuenta de lo que tenía, se había metido muy deprisa el libro bajo el abrigo y la sujeción en contra del cuerpo con ambos brazos. Sin hacer ningún ruido, se dirijo a la puerta de la tienda andando hacia atrás y mirando entretanto a la otra puerta, la del despacho. Levanto el picaporte con cautela. Quería evitar las campanillas de latón sonar y abrió la puerta de cristal solo lo suficiente para poder deslizarse por ella. Silenciosa y cuidadosamente, cerro la puerta por afuera.

Y solo entonces comenzó a correr.

Los cuadernos, libros del colegio y la caja de lapices saltaban y tableteaban en su cartera al ritmo de sus piernas.

Le dio una punzada en el costado, pero siguió corriendo.

La lluvia la resbalaba por la cara, metiéndose por el cuello. El frió y la humedad le calaban el abrigo, pero Bastian no lo notaba. Sentía calor, y no era solo de correr.

Su conciencia, que antes, en la tienda, no había dicho esta boca es mía, se había despertado de repente. Todas las razones que han sido tan convincentes como parecían de pronto totalmente increíbles, y se fundieron como monigotes de nieve bajo el aliento de un dragón.

Habia robado, ¡Era un ladrón!

Lo que había hecho era peor incluso que un robo corriente. Aquel libro era seguramente un ejemplar único e insustituible. Sin duda había sido el alcalde de los tesoros del señor Koreander. Quitarle a un violinista su violín o un rey la corona, era el peor que podía sacar el dinero de un banco.

Mientras corría, apretaba contra su cuerpo el libro, por debajo del abrigo. No quería perderlo por muy caro que costase. Era todo lo que le quedaba en el mundo.

Por que a casa, naturalmente, no podía volver.

Intento imaginarse a su padre, sentado en una amplia habitación arreglada como laboratorio y trabajando. A su alrededor habían docenas de vaciados en escayola de dentaduras humanas, por que era protesico dental. Bastian no había pensado nunca si su padre lo gustaba realmente que trabajo. Ahora se lo sucedió por primera vez, pero ya no podría preguntárselo nunca.

Si volviera a casa ahora, su padre saldría del taller con su cara blanca y, quizá, con una dentadura de escayola en la mano, y le preguntaría: -¿Ya de vuelta? -Si -diría Bastian-. -¿No hay colegio hoy? -Bastian vio ante si la cara tranquila y triste de su padre y se dio cuenta de que el serio imposible mentir. Pero tampoco podía decirle la verdad. No, lo único que podía hacer era marcharse; una parte, muy lejos. Su padre no debe saber nunca que su hijo se ha recuperado. Y quizá ni se diera cuenta de que Bastian no estaba ya. La idea resultaba incluso un tanto consoladora.

Bastian había dejado de correr. Ahora andaba despacio y, al final de la calle, vio el edificio del colegio. Sin darse cuenta, había tomado su camino habitual. La calle le precio vacía, aunque había personas aquí y allá Pero, un hombre llega tarde al colegio, el mundo que le rodea le parece siempre muerto. De todas las formas, el miedo al colegio, el escenario de sus fracasos, el miedo a los profesores, lo que realmente puede ser una descarga sobre el sus; Miedo a los otros niños, que se reía de la oportunidad perdida de defenderse de lo torpe y lo débil que era. El colegio ha tenido un nombre siempre como una pena de prisión larguísima, que duraría hasta que creció y que el tenia que cumplir con muda resignación.

Pero cuando se fue por sus pasillos llenos de ecos, que olían a cera de pisos y abrigo mojado, cuando el silencio de la casa fue el tapón de pronto los oídos como un trozo de algodón y cuando, finalmente, estuvo delante de la puerta de su clase, pintada del mismo color espinaca seca que las paredes, comprendió que tampoco allí se ha perdido nada. Tenia que se levanta. Y lo mejor era hacerlo ya.

¿Pero a donde?

Bastian tenía el libro y los libros de historias de muchachos que se enrolan en un buque y se van a correr al mundo para hacer fortuna. Algunos se han ido también a la piraña o héroes, y otros a la patria, unos años más tarde, sin que nadie los haya comprado.

Pero una cosa así no se atrevía a hacerla Bastian. Ni siquiera podía imaginarse que lo aceptaran como grumete. Ademas, no tenia la menor idea de como llegar a un lado, que no fuera el adecuado para esas arriesgadas empresas.

Entonces, ¿a donde?

Y de pronto se lo ocupó el lugar adecuado, el único en donde -por lo menos, de momento- no lo buscarían y encontrarían.

El desván era grande y oscuro. Oía a polvo y naftalina. No se oía ningún ruido, salvo el suave tamborileo de la lluvia sobre las planchas de cobre del gigantesco tejado. Fuertes vigas, ennegrecidas por el tiempo, salían a intervalos regulares del entarimado, uniendo más arriba a otras vigas del armazón del tejado y perdiéndose en algún lado en la oscuridad. Aquí y allá colgaban telas de araña, grandes como hamacas, que se columpiaban suave y fantasmalmente en el aire. De lo alto, donde había un tragaluz, bajaba un resplandor lechoso.

La única cosa viva en aquel entorno, en donde el tiempo parecía detenerse, era un ratoncito que saltaba sobre el entarimado, dejando en el polvo huellas diminutas. Allí donde la cotila le arrastraba, quedaba entre las impresiones de sus patas una raya delgada. De pronto se enderezo y escucho. Y luego -¡hush!- desapareció en un agujero de las tablas.

Se oyó el ruido de una llave en la gran cerradura. La puerta del desván se abrió despacio y rechinando y, por un instante, una larga franja de luz atravesó el cuarto. Bastian se metió dentro y cerro luego empujando la puerta, que rechino otra vez. Metió una gran llave en la cerradura y la hizo girar. Luego echo ademas el cerrojo y dio un suspiro de alivio. Ahora si que no podrían encontrarlo. Nadie lo buscaría allí. Solo muy raras veces venia alguien -¡de eso estaba seguro!- e, incluso si la casualidad quería que precisamente hoy o mañana alguien tuviera algo que hacer allí, quien fuera se encontraría con la puerta cerrada. Y la llave no estaría. En el caso de que, a pesar de todo, abrieran la puerta, Bastian tendría tiempo suficiente para esconderse entre los cachivaches.

Poco a poco, sus ojos se iban acostumbrando a la penumbra. Conocía el lugar. Seis meses antes, el portero del colegio le había pedido que lo ayudase a transportar un gran cesto de ropa lleno de viejos formularios y papeles que había que dejar en le desván. Entonces Bastian había visto donde se guardaba la llave de la puerta: en un armario que había en la pared, junto al tramo superior de la escalera. Desde entonces no había vuelto a pensar en ello. Pero ahora se había acordado otra vez.

Bastian comenzó a tiritar, por que tenia el abrigo empapado y allí arriba hacia mucho frió. Por de pronto, tenia que buscar un lugar en donde ponerse un poco mas cómodo. Al fin y al cabo, tendría que estar allí mucho tiempo. Cuando...En eso no quería pensar de momento, ni tampoco en que pronto tendría hambre y sed.

Anduvo un poco por allí.

Habia toda clase de trastos, tumbados o de pie; estantes llenos de archivadores y de leganos no utilizados hacia tiempo, pupitres manchados de tinta y amontonados, un bastidor del que colgaba una docena de mapas antiguos, varias pizarras con la capa negra desconchada, estufas de hierro oxidadas, aparatos gimnásticos inservibles, balones medicinales pinchados y un montón de colchonetas de gimnasia viejas y manchadas, amen de algunos animales disecados, medio comidos por las polilla, entre ellos una gran lechuza, un águila real y un zorro, toda clase de ropa, y muchas cajas y cajones llenos de viejos cuadernos y libros escolares. Bastian se decidió finalmente a hacer habitable el montón de colchonetas viejas.

Cuando uno se echaba encima, se sentía casi como en un sofá. Las arrastro hasta debajo del tragaluz, donde la claridad era mayor. Cerca había, apiladas, unas mantas militares de color gris, desde luego muy polvorientas y rotas, pero plenamente aprovechables. Bastian las cogió. Se quito el abrigo mojado y lo colgó junto al esqueleto en el ropero. El esqueleto se columpio un poco, pero a Bastian no le daba miedo. Quizá por que estaba acostumbrado a ver en su casa cosas parecidas. Se quito también las botas empapadas. En calcetines, se sentó al estilo árabe sobre las colchonetas y, como un indio, se echo las mantas grises por los hombros. Junto a el tenia su cartera... y el libro de color cobre.

Penso que los otros, en la clase de abajo debían de estar dando precisamente Lengua. Quizá tuvieran que escribir una redacción sobre algún tema aburridisimo.

Bastian miro el libro.

Me gustaría saber, se dijo, que pasa realmente en un libro cuando esta cerrado. Naturalmente, dentro hay solo letras impresas sobre el papel, pero sin embargo... Algo debe de pasar, por que cuando lo abro aparece de pronto una historia entera. Dentro hay personas que no conozco todavía, y todas las aventuras, hazañas y peleas posibles... y a veces se producen tormentas en el mar o se llega a países o ciudades exóticos. Todo eso esta en el libro de algún modo. Para vivirlo hay que leerlo, eso esta claro. Pero esta dentro ya antes. Me gustaría saber de que modo.

Y de pronto sintió que el momento era casi solemne.

Se sentó derecho, cogió el libro, lo abrió por la primera pagina y

comenzó a leer...





LA HISTORIA INTERMINABLE









































hola espero que la nueva historia les haya gustado mucho si veo que les gusto a muchos de ustedes comenzare a hacer la segunda parte

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