Pensamientos erráticos y una voz antigua.
Mientras hablábamos escuché sonidos finos, deslices que apenas sonidos hacían, era en el este, algo iba a atacar, susurros en mi mente me dijeron que me preparara, Adriel estaba listo también apenas comprendió la situación, la oscuridad del bosque nos acompañaba.
Adriel comenzó a invocar a sus sirvientes, Setanta y Gaálath-Am, algo se acercaba, era solo uno, no se parecía a las pisadas de Ansel, ni las del orejas picudas, con fuerza sostenía mi martillo, apretándolo del mango, mientras sentía como mi cuerpo me exigía correr a ese ser, fuese lo que fuese.
De entre los árboles salió un ser cuasi draconido, pues a pesar de tener alas y el cuerpo de una serpiente con escamas oscuras, su cabeza era como el de un ave, pero con una particularidad de que su misma cabeza era tan fea y desfigurada que parecía una parodia hecha por un desquiciado.
—Oh no... Su influencia... Se está esparciendo, fíjate en ese basilisco, Sög. Molock está contaminando a más seres en lo que avanzamos, tenemos que darnos prisa. Debemos de matarlo, antes de que hayan más de estos seres.
—No será un problema... Prepárate, esto no será fácil.
Ambos corrimos directos al basilisco, la misma oscuridad de la noche lo hacía moverse con mayor facilidad, y su poco sonido al moverse lo hacía confundirse entre el ambiente, por pequeños sonidos como siseos y aleteos lo había encontrado, atacaría a nuestras espaldas, se preparó para saltar.
Casi al mismo tiempo que Setanta pude asestarle un golpe a un ojo del basilisco, gritó del dolor dicha criatura, pero tras alzarse extendería sus alas, y con fuerza empezaría a empujarnos debido a los torbellinos que con fuerza generaban aquel par de apéndices cuya piel parecía el cuero negro apenas tratado.
Mientras que Gaálath-Am y Setanta a duras penas podían moverse, Adriel sucumbiría a las ráfagas potentes del batir de las alas de aquel monstruo cuya malignidad sobresalía a la par de su ingenio retorcido.
Yendo directo a atacar a Adriel, aquél monstruo serpenteó a toda prisa para escupir su veneno, a pesar de que el guardián intentó invocar al golem Geredeo su brazalete empezó a fallar, a lo que para ayudarle tuve que distraer a dicha cosa.
Con un golpe de mi martillo en su cuerpo pude detener a este ser, soltó un chillido agudo de dolor que por poco me deja sordo, estando sediento de sangre lo escalé, algo en mi sentía el deseo de hacerle el mayor daño posible a este ser, hacerlo caer y sufrir.
Apenas logré escalar hasta llegar a su cabeza golpeé su ojo izquierdo hasta atravesarlo y reventarlo, como respuesta empezaría el monstruo a retorcer y a embestir a cuanto árbol pudiese. De forma violenta saqué mi brazo de su ojo, y empezaría a golpear su cabeza, cada golpe era más potente que el anterior, pero aún con todo no era suficiente para matarlo.
Así que como una idea extraña intenté llevarlo con Setanta y Gaálath-Am, incluso les di la señal para atacar a la bestia, de ellos solo Gaálath-Am pudo asestar el golpe de forma certera al lomo de aquél ser, dejando al corazón expuesto para un ataque.
Setanta dándole su lanza a Adriel empezarían a calcular el momento preciso para darle muerte al monstruo, pero mientras que ellos meditaban para atacar de forma precisa el corazón yo me las arreglaba para mantener quieta a esta cosa que en su dolor no paraba de agitarse y gritar.
Es ahí cuando vi que Adriel comenzó a correr, y de un solo ataque logró clavar su lanza al corazón expuesto, convirtiendo al animal en piedra. No hubo sangre, ni gritos, solo un ser que cuya naturaleza había sido corrupta que había encontrado su final, tal vez para ese ser fue un gesto de piedad, o tal vez no, pero era seguro que su forma lo atormentaba.
Nos aproximamos a verlo, aun con el riesgo de que pudiera haber más, verlo de cerca era aterrador para Adriel y para Setanta, yo no compartía el sentimiento, a pesar de que ese impulso de destrucción y violencia salió a flote en mi sentía aún con la necesidad de matar más. Tenía que controlarla, tenía que controlar la armadura y aquellos impulsos que rugían por más muertes y sangre.
Veía mis guanteletes, llenos de sangre, no era la primera que mis manos tenían aquel líquido, pero era raro. Algo se sentía diferente, como si no hubiera sido yo totalmente en ese momento, sentía más fuerza, me movía más ágil a pesar de mi edad.
Entre el miedo y la innombrable cantidad de pensamientos de confusión y preocupación con respecto a esta armadura y lo que sea que tenía adentro, lo único que me devolvió a la realidad fue la voz de Setanta avisándome de que era momento de irnos.
Azrael aparecería de entre los árboles, nos dijo que debíamos de ir directos al suroeste pues allí es donde estaba Isildalf, que lo encontraríamos en la única montaña cuya cima tiene un árbol tan antiguo que se dice contiene antigua sabiduría.
Incluso cuando lo escuché y sabía lo que tenía que hacer dudé, no por la misión, ni por Adriel ni su equipo, dudé por esta armadura, ¿que era eso? Al momento de atacar no parecía que fuese realmente yo, ¿sentía la emoción de la caza o era algo más oscuro?
Azrael debió de sentir el miedo que me invadía el corazón, pues al acercarse pude ver como su poso su mano en mi hombro, y con una voz tranquila me dio un consejo.
—Sög, eres fuerte, no temas por lo sucedido. Has vivido cosas a las que la mayoría de guerreros habrían muerto. Tú puedes, camina sin miedo en esta cruzada, pues ya están cerca de acabar. —Pude ver una sonrisa en Azrael, sus ojos eran amistosos y cálidos a pesar de su naturaleza como el ángel de la muerte.
—Seguiré adelante, pero dime al menos, ¿qué era lo que dio su sangre para esta armadura? —Mi pregunta fue contestada, pero tras una pequeña meditación que tomó Azrael tras ver al cielo.
—Está bien, te lo diré. Este no es el único plano de existencia en el que se han ocultado cosas que poco puede entender la comprensión que el mortal posee. Es probable que no conozcas a los dioses de la magia o tal vez sí. Pero hubo una vez, un hermano, uno de ellos cuya naturaleza era la misma paradoja desde su propia concepción dicha, deseó matar a sus hermanos pues él mismo sentía ira, odio, un deseo de impedir que ellos crecieran.
Pues él sabía que varios de ellos no eran más que farsantes, creaciones hechas para manipular a aquellos que desconocían de la propia naturaleza de la magia y sus origenes.
Conoció su propósito y lo despreció, antes que el tiempo mismo existiera lo arrojamos allí donde hoy los dioses dan su último respiro antes de morir, pero él supo que no serviría de nada su muerte así como así, entonces lo encontré entregando sus fuerzas. Su propia naturaleza destructiva y contradictoria lo hacía aún en muerte querer matar a los farsantes, y al mismo tiempo, a todo ser con oscuridad imbuida desde su concepción.
Él entregó su sangre, me permitió limpiarla aun cuando eso significaba la muerte de su forma física.
Recuerda bien lo que se te dijo, esta armadura es una prueba, sucumbe a tus deseos y será ella quien te termine matando. —El peso de estas palabras, de la cruzada, de mis decisiones, todo eso hizo meya en mí durante unos segundos, la presión de saber que tengo que hacerlo bien.
A pesar de mi miedo seguí adelante junto con Adriel, por un momento algo me dijo que debía de avanzar, pues solo quedarme parado viendo con horror esta armadura y pensar en ella no salvaría a nadie, no tenía otra opción y no quedaba tampoco tiempo que perder, cada minuto contaba mucho.
Intenté tomar las cosas con calma, no era de aquellos que en el campo de batalla huían por cualquier cosa, pero reconozco aún así muchos errores míos que esta armadura me hace recordar cada que la tengo puesta, un pensamiento se hizo presente tan agudizado, uno de mi pasado, el combatir para no volver más a la guerra.
Algo que desde hace años veo como estúpido, y deshonroso pero que últimamente ha vuelto a mi ese deseo, quizás por mi edad, o quizás por las cosas que he vivido.
Caminamos pues con dirección al suroeste, viendo detenidamente la armadura de Adriel me recordó a los guerreros legendarios que al sucumbir por el dolor y el martirio extremo del deber se les era dado un último adiós llevándolos al campo de batalla, su mascara que se ponía era tan llamativa y cuyo rostro era uno suave de leve tristeza, lagrimas rojas de una gema roja que parecía derramarse conforme la luz le iluminaba.
—Oye Adriel, ¿cómo obtuviste esa armadura? —Pregunté mientras buscaba en la mochila un libro al respecto.
Honestamente ver la armadura de Adriel me calmaba por lo genial que se veía, se parecía como las que contaban esas antiguas leyendas de la humanidad.
—Fue antes de tomar a toda Aldrem bajo mi control, no me gusta hablar de ello me recuerda tiempos de gloria que no volverán. Tiempos de inocencia perdida.
—Perdóname, intentaré no hablar de eso otra vez... Pero pues... Al menos di algo, el silencio total en un bosque como este nunca es buena señal. —Sentía que debía de comentarlo, odio los bosques en completo silencio, nunca son un buen augurio, como pisar el barco con el pie izquierdo, solo un idiota o un suicida no tendría ese cuidado.
—Vale... ¿De qué quieres hablar? —Preguntó él incrédulo de lo que le dije acerca del bosque en total silencio, si es de verdad, me lo dijo mi abuelo en su día, y por ello es totalmente cierto.
—Bueno... No sé... ¿Qué música te gusta? Espero eso no te achicopale o tendré que darte un golpe para que se te quite lo pesimista.
—Es complicado, han cambiado mucho las cosas, pero no sé si conozcas a estos tipos. —Entonces fue cuando escuché de su brazalete una canción, acerca de las torres de asedio, reconocía la letra, la solía cantar mi padre antes de cada ataque a las ciudades.
—Conozco esa canción, me trae demasiados recuerdos, muchos buenos de mi juventud, y ya en mi temprana adultez dolor. Recuerdo como mi padre amaba cantarla, le daba ánimos, Curta'n Wall, ¿no es así?
—Me sorprende como muchas cosas se mantienen aún con el pasar del tiempo... Pero sí, son esos bardos, asedio por asedio... Debe de ser una vida muy dura... —Suspiró él pensativo.
—Te acostumbras después del tercer elfo al que destripas. —Dije mientras me ponía a pensar un poco. Tal vez eso no le satisfizo pues no contestó, aunque con esa mascara y ese yelmo no sé cómo interpretar su silencio.
—Dime... ¿Por qué ustedes los humanejos no les gusta la guerra? Siempre las hacen y no les gustan. ¿Acaso las ven como trabajo o es porque no les pagan bien? —Pregunté intentando romper un poco más el hielo.
—¿Ustedes los orcos solo piensan en guerra? —Preguntó él con una voz algo vacía.
—Sí, eso es parte de nosotros, mi abuelo fue cazador, mi padre fue caudillo, mi hermano es caudillo y yo soy... —Me interrumpió, le diría maleducado, pero terminé por dejarlo pasar.
—Déjame adivinar, eres un cazador... —Respondió desinteresado.
—No. Mi oficio es el de comerciante, y no lo llevo mal, mi pupilo Ansel me ayuda a veces con la cuentas y uno que otro trabajo como poner el puesto o evitar que se roben mi mercancía.
—Ya veo, respecto a tu pregunta de la guerra y nosotros los humanos es complicada... Somos una raza relativamente joven, y al parecer más vieja que ustedes los orcos y los elfos, incluso, más antigua que la magia en sí. —Se puso a pensar por un momento, Setanta se puso a verlo interesado en sus palabras y que diría a continuación, ambos estábamos dispuestos a escuchar su opinión. —Pero creo que es porque al contrario que ustedes los orcos, e incluso los elfos, nosotros no vivimos mucho. Tan poco tiempo en nuestras vidas y tan caótica es nuestra naturaleza al desear la paz, pero usando la guerra para llegar a ella, tal vez es una maldición autoimpuesta por nuestro miedo y por el deseo de dejar un legado, es difícil de abandonarla, quizás, solo estemos condenados a ella.
—No te sientas mal por ello, al final de cuentas, no es algo que ustedes puedan controlar, la vida es azarosa y si no la inician ustedes la hacemos nosotros, o los estúpidos elfos, o los magos esos, a veces está bien pelear o ir a la guerra.
Tal vez no sea lo mejor, pero recuerdo que escuché de un libro acerca de un espadachín de armadura negra, él no mataba solo porque sí, tal vez él era un poco loquito en ocasiones, pero él era un humano como tú. —Di un respiro, pues sentía que esto era delicado, nunca había tenido una conversación más profunda con un humanejo desde mis días como marinero hace casi ya mucho tiempo, eso sin contar a Ansel por supuesto.
—¿Y por qué me cuentas la historia de un asesino? No lo veo tan heroico, a decir verdad.
—Porque no era un asesino cualquiera, era un guerrero fuerte, mató a miles de demonios, les dio caza a abominaciones de pesadilla, y vio horrores que habrían enloquecido a los más fuertes, y él con todo eso siguió adelante. Él es el que me inspiró, tras leer su leyenda entendí mi propósito, pero a veces, aún siento que soy débil, y vuelvo a caer, pero me pregunto qué habría hecho él. Sí es que él debió ser el mejor caudillo humano como para que le hagan libros con dibujos.
Quiero que entiendas, la guerra es necesaria, a veces para purgar al mal de raíz es necesario matar, incluso si el costo es el perder a aquellos quienes en otras circunstancias fueron granjeros, vendedores, maestros o padres de alguna de las tantas familias que habitan en un pueblo olvidado de alguno de esos reinos tan pijos.
Para honrarlos no basta con una simple sepultura y llorarles, es por ello que es necesario ganar la guerra para que el sacrificio de aquellos hombres valga la pena. Eso me lo enseñó otro libro de hecho... —Se veía confundido al decirle que el libro de aquel espadachín era con dibujitos, pero quiero creer que él terminó por entender ese consejo, si al final uno que es viejo sabe lo mejor para los jóvenes como él, bueno, según él tiene la edad como para conocer al abuelo de mi abuelo, pero no lo aparenta, supongo que solo lo dice para dejarme turulato.
Apenas saliendo del bosque y sus inmediaciones pudimos ver la llanura que se extendía en el horizonte, nuestros pasos fueron rápidos, y mucho cuidado tuvimos en todo momento, algo me decía que estaban cerca, nuestros pasos los tuvimos que hacer más rápidos y al mismo tiempo silenciosos, a pesar de que mi armadura me hacía desear el derramar sangre a como diera lugar tenía que controlar ese deseo.
Aquella armadura me susurraba, era como la voz de ese chico de nuevo.
«¿Por qué te resistes al don de la armadura? Tu deber es matarlos. Siembra el caos matando al caos, no temas.»
—No lo haré. —Susurré mientras mi visión se oscurecía, mi respiración se hacía más lenta.
«¿Por qué te resistes de usar aquel regalo, no sería como el cazador que reniega de matar a su presa por no creer en su arma? Hazlo, mátalos a todos.»
—No, no voy a matarlos... No... No, debo de hacerlo... —Era una pelea contra mi mente y el deseo de sangre. Mi mente empezó a arder, no podía seguir con ella.
Mi visión se hizo más y más oscura, al punto que parecía que veía todo a través de un túnel, visiones de antiguas guerras se me fueron reveladas, veía ahí seres tan antiguos derramar sangre en batallas gloriosas.
A pesar de que aún seguía caminando en contra de la voluntad de esta armadura, un dolor punzante se hacía presente, caí al suelo por el dolor en mi pecho, no pude gritar, era demasiado agónico estar dentro de esta maldita cosa, fue cuestión de segundos para desmayarme del tremendo dolor que sentí.
«La lucha contra aquellos seres está marcada con sangre. Recuerda que aún te observo, puede que hayas ganado esta vez, pero ustedes los mortales son falibles. No puedo dejar que caigas tan fácil.»
No encontraba lógica con lo que dijo al final aquel chico tomó forma de Ansel con una túnica blanca y roja y se acercó a mi lentamente, en lo que yacía inconsciente solo podía ver una habitación en blanco y negro que se destruía y construía de forma errática.
«Puede que haya muerto mi verdadera esencia, pero mi deber sigue, tienes que derramar su sangre, ellos vienen pronto, él sabe que soy lo único que puede hacerle frente. Mátalos a todos... Perdóname, no veo... No siento... Cuidado... Campeón... Guardián.
Solo tú puedes salvarlos, Solo tú puedes extender el miedo a los mortales... No queda mucho tiempo... Sálvame... Elige mi destino... Hazlo ahora.»
—¿Qué eres? Tus voces, reniego de tu naturaleza. —Respondí con un miedo legítimo, por primera vez no entendía lo que mi podía ver, mi mente no lograba racionalizar el momento y palabras.
—Haces bien...
—No... Acepta tú naturaleza... No cometas mi error... —Sollozó mientras su rostro inexpresivo se desintegraba.
—Soy lo que queda de aquellos que vinieron antes, vi las estrellas... Horrores más allá de toda comprensión... Él me encontró... Yo lo dejé convertirme en esto. Haz que mi muerte valga la pena. ¿Habrá salvación?
—¿Por qué me fuerzas a matar? Miles de vidas hay en juego, no cederé a mis impulsos por más daño que me hagas.
—Solo quiero liberarte de mí, deseo que seas libre... —Respondió con una voz serena y maternal, con un ritmo arrullador. —¡Mátame, líbrame de otra eternidad de guerra, he visto los milenios de guerra infinita! ¡Los malditos cuatro herederos de la oscuridad misma, no dejes que ellos ganen! ¡Mata al caído que yace en las arenas olvidado por todos, solo quedan tres lunas nuevas, el tiempo en el éter es implacable!
Tras ver en mi mente una serie de memorias de aquellos cuatro me percaté de quienes eran, eran monstruos que la misma naturaleza de ellos era ligada a la destrucción y al caos, muerte y destrucción, un dragón de las antiguas dinastías humanas, el hijo de Nut.
El segundo era un tirano castigador, de escudo y látigo, las serpientes lo acompañaban allá donde fuera, el tercero estaba de las sombras mismas, sus ojos oscuros no eran nada a comparación de aquella piel que caía a tiras y esa capa desgastada, su presencia era como la de la muerte más violenta y cruel.
Pero al ver al cuarto vi a una figura femenina bestial, torturando a quien se cruzaba en su camino, maldiciéndolo, enfermándolo, pero al mismo tiempo haciendo que allí donde pasara, todo se volviera ruinas por aquellas malignas huestes que consigo condenaban a quienes estuvieran cerca, arrasando todo a su paso, solo Barong en su día la pudo contener.
Como si se tratara de una pesadilla desperté asustado, nervioso, lo primero que hice fue ver el cielo, tres octavos de luna, teníamos que darnos prisa, Setanta me vio alarmado, intentó calmarme, pero era mucha mi urgencia por seguir con el viaje, pues esto era una carrera contra el tiempo, de no seguir mucho temía de nuestros destinos.
A pesar de todos mis esfuerzos de hacerlo comprender mis motivaciones de irnos mucho me temo que no logré hacerlo cambiar de parecer, me recomendó que lo mejor era acampar, pues mucho ha sido lo extenuante de nuestra situación, y que quizás era por ello la razón de mi desmayo.
Intenté aceptar la situación, pero mi preocupación era más de lo que a simple vista mostraba, se acercaría Azrael y con algo de confusión y miedo pregunte de nuevo por esta armadura, que era ese ser.
—Es esto un castigo... ¿No es así? ¿Qué es ese ser cuya mente yace fragmentada?
—Aquél que ves, aquél que te obliga a usar tu ira, tu deseo de sangre y tu ansias de gloria, él es o más bien fue el primero en comprender su propia naturaleza, pero se sintió disgustado. Recuerdo bien esa vez en las arenas, antes del tiempo mismo, él mismo se desangró para darme su sangre. Pero su nombre, es algo que no debes de conocer, no por el momento.
—¿Es que no me van a decir que es él? —Pregunté viendo de nuevo mis manos.
—Él es tu prueba final, muestra de tu redención. No puedo decirte mucho de él, pero si te diré. Un ángel jamás le daría a un mortal algo para su mal, siempre le dará una prueba a su medida. Tengo fe en que puedas salir adelante, pues de matar al caido con esta armadura todo aquello por lo que has peleado habrá valido la pena.
—A veces... Solo desearía que esto no dependiera de nosotros. ¿Por qué de tantos miles de millones somo nosotros quienes fueron elegidos para esto? Ahora con esta armadura y ese ser... ¿Es acaso él uno de ellos?
—No. Él es más antiguo que ellos, sería inteligente no preguntar más, pues algunas cosas deben permanecer en el olvido, es mucho que racionalizar y tan poco que tu propia mente podría comprender, él es un ser que el tiempo mismo no comprende su existencia, y, aun así, como paradoja, él logró manifestarse para matar a aquellos quienes juraron fe al traidor.
Él morirá cuando las estrellas se apaguen, sabiendo que él mismo se autodestruyó.
—Dime, por favor... Dame esperanza de que lograré controlarlo... —Supliqué temeroso, pues a pesar de que siempre era la misma respuesta y que con todo eso, no entendía nada, solo me quedaba hacer acopio de fe y fuerza de voluntad para seguir adelante a pesar de estar aterrado.
—Esa respuesta está en ti, tu saliste vivo de aquel lugar donde muchos habrían muerto, confía en ti. Confía y hazlo por quienes amas, pues eso te dará las fuerzas que buscas.
La respuesta de Azrael me calmó un poco, me mantuve despierto hasta el amanecer, hice guardia con Setanta, no pude dormir por toda la noche debido a que aún sentía miedo dentro de mí, pero aun con todo, de echarme para atrás, ¿quién más haría esto si no yo?
Estas palabras tienen peso, más de lo que aparentan, pues el resto del viaje no sería fácil por los pensamientos y el asedio voces que hablaban en mí, dos voces, ambas del mismo ser, a pesar de escucharlas, a pesar de que el dolor era intenso seguí caminando al lado del Guardian Ciego.
Camino largo que recorrimos para llegar a la montaña que nos dijo Azrael, tardamos más por Adriel, aunque sentía que me hacía más rápido, mi agarre era mejor, sentía más fuerza en mi cuerpo, a pesar de que quería ir más rápido esperé a Adriel, pero ambas voces me decían que siguiera adelante.
«Vamos, sube, no esperes al débil ni al lento, eres superior. ¿Por qué seguir el ritmo de un ser inferior a tu fuerza?»
Tuve que apaciguar mi mente, y ayudar a Adriel como fuese posible, la cima, aunque aún lejana ya lo peor había pasado, y por fin podía relajar un poco mis pasos, pero era mi mente lo que aún era lo que me mantenía inquieto.
Luchar contra una voz, que no tiene cuerpo era más difícil mucho más cuando sabes que es algo que juega en tu contra, algo que sabes que está ahí pero no puedes tocar ni matar...
¿Cómo podía hacerle frente a un ser como eso? Tal vez lo mejor era simplemente esperar lo mejor, esperar y ser fuerte.
«Esto no tiene que ser así, no te rindas en medio del deber, están tan cerca de acabar su cruzada, no los abandones, ellos te necesitan.»
Susurré un cállate, esperando que esa maldita voz se fuera de mi cabeza, serían solo unos cuantos metros más para alcanzar la cima.
Un cielo azul y puro es lo que vimos, pude ver arboles demasiado coloridos para mi gusto, ríos cuyo brillo parecía de plata, si tan solo la tuviera... El suave caer de las hojas era relajante para Adriel que sintió tanta armonía el estar aquí de modo que se quitó su mascara, pero dejó su yelmo.
—Incluso si salgo y vuelvo aquí mil veces, mil veces siento esa dulce sensación de paz, me hace recordar todo por lo que trabajé en mi vida como mortal, un perfecto mundo, paz y justicia, calma y tranquilidad...
—Los habría vuelto débiles a la larga. —Respondí suspirando con cierto disgusto, pero era necesario que él supiera la verdad.
—¿Cómo puedes decir semejante barbaridad?
—Tristemente no lo es... Mi tribu, y las demás tribus orco experimentamos algo así, llamamos ese periodo como la época de la gran caída. Paz y tranquilidad para una raza que su naturaleza le exigía la guerra, nuestros lideres se corrompieron y empezaron a ser indulgentes, los guerreros abandonaron sus armas, las madres se dieron a la bebida y los hombres se volvieron cobardes. —Entonces se me hizo presente aquella historia de como llegó el golem de Bronce, solo él pudo recordarnos nuestra naturaleza, solo él nos hizo fuertes. —Un pueblo que solo conoce la paz imperecedera tiene como inevitable destino la muerte misma...
Guardó silencio, era mejor que conociera la verdad de mi parte, entiendo la razón de su deseo, pero uno no puede vivir en perpetuo estado de paz. Eso es lo que hizo caer a los elfos, los hizo débiles y logró hacer que una raza que antaño se le calificaba de noble ahora no sean más que unos miseros ignorantes y débiles.
—No te sientas mal por desear lo mejor para tu gente, pero no les desees la paz eterna a no ser que los odies. Mejor es serles sincero, allí en el mundo de fuera habrá miles de peligros acechando, y por ello es necesario que hayan hombres como tú o yo, listos para morir por aquellos que no pueden defenderse.
—No esperaba escuchar eso de un orco. Supongo que tienes razón... Aun así, no me perdono por lo que le hice a mi imperio, el haberlos dejado a su suerte. —Contestó contemplativo.
Avanzando por un terreno calmo y algo frío vimos allí en nuestra cercanía allí donde Azrael nos dijo que estaría Isildalf, supuse yo que ya no sería difícil esta parte del viaje, no había que escalar y para fortuna mía había un camino cercano, vaya suerte, por fin una buena nueva pues mis huesos ya están cansándose demasiado por las locuras del viaje.
Puede que sea fácil leer las memorias de un viejo, pero a ver si tú haces un quinto de lo que yo hice para decir que la tuvimos fácil.
Incluso con esas malditas voces en mi cabeza el alivio era tremendo, era tiempo de volver a ver al orejas picudas de nuevo, ya me imaginaba verlo con su armadura apestosa y mal hecha.
—¡Vamos Adriel, corre! ¡Tenemos que ver al orejas picudas! —Exclamé en el camino, el árbol se mecía suavemente, algo raro del elfo elegir este lugar para esperar.
Cuando llegué me encontré con él, o más bien, se parecía demasiado a él... Pero algo había diferente, salvo por como vestía, algo no se veía como debía, se veía más, noble.
Su vista, la facción de su rostro, su forma de moverse... Verlo parecía como si viera a un elfo más noble, a alguien diferente al presumido, egocéntrico e idiota que conocí, mi asombro no cesó, sería él que abrió la conversación, incluso sus palabras fueron diferentes a las que comúnmente él usaba.
Estar cerca de él era como ver a una persona totalmente diferente y al mismo tiempo verlo de nuevo, no sabía si confiar en él aún tras ver como
—Saludos, Sög... Te ves diferente, te sienta bien esa armadura, queda bien con tu forma de ser, fuerte y valiente, como un buen líder debe ser. —Comentó él con una voz suave y decidida, me veía a los ojos, pero no de forma retadora, sino con un gesto lleno de compañerismo.
—Tú... Te ves... ¿Eres de verdad tú? —Pregunté asombrado, no parecía en nada al Isildalf que conocí, su voz, su temperamento, incluso su aura, era demasiado extraño verlo.
Su armadura había cambiado drásticamente, me recordaba a la de los guerreros del lejano oriente.
La hombrera izquierda estaba adornada con un dragón en relieve, cuyos escamas parecían brillar bajo la luz, serpenteando con una elegancia feroz que por poco me dejó ciego por lo pulido del metal.
El peto consistía en placas de metal superpuestas, diseñadas con una simetría precisa que reforzaba la protección sin sacrificar movilidad, por lo que ví también tenía un faldón de color plateado que caía desde su cintura, ondeando con cada movimiento.
Las botas y guanteletes eran de un negro profundo, mostraban intrincados patrones que parecían surgir de la misma naturaleza, como ramas que se enredaban armoniosamente con su piel metálica, simbolizando la conexión entre el guerrero y los elementos.
—Soy yo, no temas, sé lo confundido que estás, pero ya tendré mucho que contarte amigo mío. Tanto que vi en mis sueños bajo este árbol y tanto que sentí en mi viaje por mi redención. —Confié en él, a pesar de mis dudas era necesario lo hice, no había otra opción sí, pero también porque el verlo me recordaba a los paladines de las tierras Zhongguo de aquellas viejas leyendas que leía de los libros de los humanos.
—Tenemos mucho de que hablar, orejas picudas. En el camino te contaré todo cuanto pueda, pero antes tenemos que ir por el chico. El tiempo apremia, vamos. —Comenté de forma amistosa, dándole un golpe a su hombrera, no uno fuerte por supuesto.
Entonces marchamos de nuevo, no había tiempo que perder, y si lo que dijo Casandra del destino de Ansel era cierto entonces con más razón debía de darme prisa, no podía dejar morir al chico, no solo por ser mi empleado sin sueldo, sino porque él era parte de la familia, mi familia.
Y por ello no dejaré que unos desgraciados lo maten o lo usen como atracción de sus juegos malignos, por ello lo primero que haga una vez llegue será tomar la cabeza del Arconte, cueste lo que cueste.
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