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Romper la rutina

«Sandra, he quedado a comer con Fernando ahora, se me olvidó preguntarte, ¿Puedo contarle algo de lo que me dijiste ayer?» Abuncio.

Tras recibir esta carta Fernando deseó con todas sus fuerzas que no entrase ningún cliente. No sería capaz de sonreír. Su mente estaba embutida en lo que le habría contado Sandra. Sería sobre cuando él se le declaró o más bien sería sobre cuando empezaron a tratarse fríamente en el trabajo. Su mente era un escalestric. Daba vueltas y vueltas alrededor de preguntas que no podría responder por sí mismo, nunca.

A ratos le venían detalles de cuando estuvo con ella. El helado que llevó al camping que hicieron en el aparcamiento del bosque, por ejemplo, ese día se olvidó de poner hielos en la neverita y los bocadillos acabaron todos con un toque de vainilla que no era muy afortunado. Con los años había aprendido ya que la gente no daba importancia a estos detalles, se convertían en chascarrillos y poco a poco se iban alterando hasta ser historias increíbles. La carta de Abuncio no se refería a anécdotas así, eso seguro.

«¡Hola Abuleo! me encantó hablar contigo ayer, me sirvió para entender algunas cosas. Lo creas o no, siete años permite darle muchas vueltas a la cabeza y para alterar mucho la realidad. Lo que me contaste de Fernando me cuadra. La verdad es que prefiero que no le  comentes nada sobre mi o sobre lo que te dije. No me gustaría que se le abriesen heridas por haber hablado contigo. Si le va a ayudar puedes contarle alguna de mis percepciones pero no le digas que eran mías. Que vaya genial la comida, espero que Fernando esté bien». Sandra.

Era la peor carta que pudiese haber escuchado jamás. El cosquilleo de la nuca continuó un largo rato, como si quisiese perpetuar esa sensación y todo su dolor. ¿Cómo podría ahora separar lo que le dijese Abuncio de lo que éste le contase veladamente? No tenía ni idea. La puerta de la tienda se abrió y antes de ver quien entraba escuchó «el futuro es el nuevo presente» no tuvo ninguna duda del rostro que seguiría a ese anuncio tan ajeno a todo.

—Fernando, cierra antes hoy el chiringuito, que quiero comer con paz.

Era imposible que Fernando accediese a esa petición, Abuncio debería saberlo.

—Cierro a las 15.00 faltan 45 minutos.

—Pero no tienes clientes.

—No se trata de si tengo clientes se trata de hacer lo que toca.

—Pues espero contigo aquí.

Abuncio se tomó a bien la mueca de ojos de Fernando, ya la había visto muchas veces. En lugar de achantarse empezó a hablar.

—Creo que este trabajo te pega pero que puedes hacer mucho más.

—Aquí es donde quiero estar.

—¿Y qué pasa con ese bar del que tanto hablabas?

—Eso era un sueño de crío, una inmadurez. ¿qué más da que exista un sitio u otro?

—Eso no es lo que decía Marta.

La sangre se le congeló en un instante. Si había algún cajón secreto y bien anclado era ese. Marta, la chica con la que había visto su futuro perfecto, la chica junto a la que había soñado con crear la foto más bonita del mundo. La chica con la que improvisó una boda y la que le invitó a encontrar el sitio perfecto para compartir su corazón, la chica que el último año le hizo prometer que iría hacia delante pasara lo que pasase. Le hizo prometer que se enamoraría otra vez y de otra persona. Marta, la chica que murió de un cáncer eterno y desgastante, a quien cuidó y lloró en vida y en muerte. Esa Marta era quien Abuncio se había atrevido a sacar de la hornacina.

—Deberías irte. —Le dijo Fernando.

—No lo haré, no ahora —Contestó Abuncio con una cara muy preocupada.

—¡Sal de aquí!

—Lo siento Fernando pero tenemos que hablar de esto.

—Ni se te ocurra manipularme con el recuerdo de Marta.

—¿Prefieres que te diga que todo está bien, que te veo mega feliz y entusiasmado con la vida? ¿prefieres que aplauda cada una de las veces que te veo metiéndote en el escondite de la rutina? de verdad que no te entiendo. —Fernando balbuceaba intentando interrumpir, pero el arrebato de energía de Abuncio no le dio ninguna tregua —¿En serio piensas que lo que haces no nos afecta a los demás? Te conozco, sé que no eres el disfraz que te has puesto. Lo tuyo es la ilusión Fernando, es el disfrute, siempre lo he visto así. Esta versión de ti no la reconozco, es como si vivieses con la luz apagada y moviendo los brazos para no chocarte. Si para hacer que lo pienses tengo que nombrar a Marta lo haré. Ella fue una persona increíble. Vale, te lo pregunto de otra manera ¿Qué te diría Marta ahora si te viera?

—desde tu perspectiva podría decir algo así como: "¿Minuto malo? ya lo siento Fer pero acabamos de cambiar de minuto". La cosa es que ya he dejado de tener minutos malos, el ciego eres tú, Abuncio.

—Si estoy tan ciego hazme ver que lo que estás haciendo con tu vida es lo que quieres hacer con ella.

—Claro que lo es. —Le contestó Fernando —Ahora ya no tengo que preocuparme por nada, ya he dejado de obsesionarme por encontrar eso que es imposible, y he dejado de mirar al futuro, he parado de asfixiarme. ¿No te parece suficiente?

—Fernando, tú no eres una persona que pueda vivir en paliativos. Que veas las cosas así me desgarra el alma. ¿Dónde está ese niño que veía cuevas en los árboles y que bailaba coreografías con su sombra? ¿Dónde está ese amigo que me llamaba para que le acompañase a fotografiar un panal de abejas? Ahora te escondes hasta de ti mismo. —Tras una pausa Abuncio continuó —De hecho sabes qué creo, creo que Marta te diría eso de "échate una novia lista" siempre decía eso, ¿recuerdas?

—Eso ya lo he cumplido, estuve un año con Sandra. Marta ya no me puede recriminar nada, he hecho lo que prometí y lo he intentado hacer las cosas a su manera. No ha salido bien, pues las hago a la mía, no hay mucho de qué hablar sobre esto.

—Sí, pero ahora no estás haciendo las cosas a tu manera. Además, por mucho que lo digas dudo que estuvieses con Sandra solo para cumplir una promesa. No eres así. Por como vives estos años me da la sensaciónde que intentas que todos te olvidemos. ¿te das cuenta de lo horrible que es eso?

—Yo no le veo nada de malo, al final las personas son etapas, ¿no?

—¿A sí? ¿las personas son etapas? ¿vas a tener las narices de decir que yo soy una etapa? ¿y Marta? ¿ella es un poster en la pared que quitas cuando te apetece? —Fernando se quedó petrificado.

—¡Ella ya no está! —Dijo Fernando con un grito, estaba llorando.

—Fernando, solo quería decirte que es muy fácil que nos engañemos a nosotros mismos y que a veces necesitamos chocarnos con lo que ven los demás para salir del bucle. Marta no está pero es parte de tí, de tu forma de ver el mundo, así como lo es Sandra o Alberto y eso no está mal. Las personas no son complementos, son parte de la vida, sin ellas solo te desvives. El ser humano solo no existe... Mira, he dado con un psicólogo que creo que te puede ayudar, piénsalo, yo no le voy a llamar por ti pero te recomiendo encarecidamente que lo hagas. Aquí tienes su número.

Estuvieron un tiempo callados, pasaban de largo de las 15.00 y la tienda aún seguía abierta. Tras un rato más Abuncio dijo.

—Venga, a la comida te invito yo.

Fernando tardó más de lo normal en cerrar la persiana, lo hizo reflexionando, aprovechando el momento de soledad. Dudó si seguir a Abuncio o no hacerlo. Al final le acompañó hasta un restaurante que tenía muy buena pinta.

En la comida se tranquilizó mucho al ver que Abuncio había cambiado ya el tono, ahora era una comida como siempre. De esas que se agradece que nunca sean iguales pero en las que se puede estar cómodo. Un rato incluso divagaron sobre cómo debería ser el bar de citas si estuviese en medio del campo.

De todo lo que le había pasado ese día lo que menos le preocupaba ya era sobre qué le habría dicho Sandra a Abuncio. No sabía qué pensar sobre nada. Esa noche se fue a dormir olvidándose del momento de lectura.

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