Capítulo 06
Para sorpresa de Miya, Hinata se podía coordinar demasiado bien con sus levantadas al momento de rematar. O más bien, él era quien se acomodaba fácilmente al estilo inquebrantable de Shoyo.
Se sintió demasiado feliz, porque era la primera vez en todo el pequeño lapso de semanas que llevaba en el club de voleibol que, Kuroo, el capitán de tercer año, pedía que se acoplaran como nueva estrategia de ataque sorpresa en los partidos, aunque la primera división siguiera conformándose con el dúo imparable de Kageyama y Hinata.
Durante todo el horario de entrenamiento, ambos habían tenido que estar juntos por obligación. Osamu y Tobio también tuvieron que intercalar movimientos entre ambos para poder acoplarse a un estilo que les causó un poco de trabajo y que todavía no dominaban. Tal vez Atsumu en otra ocasión se sentiría demasiado feliz, pero simplemente no podía hacerlo.
Duda sembrada en las partes más recónditas de su cuerpo, ansiedad bien marcada que no podría ser borrada por más que lo intentara, por más que de verdad lo deseara. Cuando tuvieron que tomar un descanso y se inició un pequeño espacio para que algunos chicos jugaran el partido liderado por Daichi y Kita, Atsumu creyó que podría descansar después de tratar de mantener al mismo tiempo ese debate mental que le hacía ver situaciones desastrosas que bien podrían ser sólo un malentendido. Debía de mantenerse sereno.
Sí, sereno...
¡A pesar de que Shoyo se había sentado a su lado! No para hablar ni para distraerse, sólo para no estar solo mientras miraba el partido de práctica. Atsumu deseó por primera vez que Tobio llegara y se lo llevara arrastrando, lejos de su pequeño cuerpo inexperto que no estaba preparado para afrontar lo que tenía frente a sus narices. Pero, claro, la suerte no le sonreía porque tanto Osamu como Tobio iban a jugar el primer set de práctica, él y Shoyo el siguiente. Tampoco podía contar con el apoyo inconcebible de Kuroo que jugaba a ser el árbitro, con Kenma que se había hecho bolita en algún lado del gimnasio para dormir, o con sus Kouhai Lev, Tsukishima y Yamaguchi, ya que estaban jugando del lado de Daichi.
Prácticamente estaba atrapado con Shoyo. Con Shoyo y su hermoso cuerpo que ya no quería ver. Estaba seguro de que sólo era eso: ya no lo quería ver más.
—¡Maldición!, ¡Kageyama jugará en el primer set! —murmuró el Pequeño Gigante del actual Karasuno, apretando los puños que estaban sobre sus rodillas y pegó más su espalda contra la pared—. Quería jugar con él en el mismo equipo o incluso ser su rival... —declaró con absoluta sinceridad.
Otra vez, Hinata lo estaba mencionando... a él.
Una vez más. De nuevo. Otra vez. Otra vez. Y otra vez.
Shoyo miraba a Tobio como si fuera la más grande maravilla nunca descubierta. Él sólo podía sentir un vacío porque no creía poder competir contra ese lazo creado con demasiada fuerza, incluso esa persona desconocida con la que quizás Hinata había estado para tener un apenas visible chupetón en el cuello, nunca le llegaría a los talones a ese serio azabache de cabellos lacios y ojos oscuros.
Pero, aun así, él se creía un masoquista naciente, un pequeño idiota que no sabía actuar con completa seguridad, observando con sus casi cuadrados ojos cafés el perfil de Shoyo que ni siquiera le prestaba atención, sus cejas estaban arqueadas hacia abajo y el movimiento de sus orbes sólo captaban el balón yendo de un lado a otro por la cancha cuando golpeaba en las manos de los jugadores. Hinata era hermoso, un precioso ángel de tes clara, mejillas a las que no era difícil tornar en color rojizo, labios delgados pero apetecibles y esa calidez que rodeaba su cuerpo, lo incentivaba a querer confiar.
Después de esa contemplación tan seria de algunas de sus cualidades físicas, el rubio teñido pudo entender porque alguien estaría interesado en acostarse con él (él incluido, aunque odiara aceptarlo).
Sus ojos, de manera inevitable, se pasearon por su delgado cuello, llegando a parar al inevitable sitio donde tiempo atrás había visto una diminuta marca que delataba una vida sexual activa. Tragó seco al quedarse dubitativo y pensando, creyendo que aunque amaba a Hinata Shoyo y no le importaba para nada que alguien decidiera vivir su vida sexual como más le gustara, bien era cierto que detestaba que Shoyo lo hiciera.
«Por favor, no vuelvas a hacer eso».
¡Cómo si pudiera decírselo!
La «receta» para que las personas continuaran naciendo, no estaba hecha para que otras personas la vieran, debería de estar en la parte de atrás, escondida; en la mayoría de los casos, nunca era utilizado para ese propósito. Atsumu se mordió la lengua y luchó contra el nudo en su garganta al querer deshacerse de eso que tanto le molestaba.
Todavía tenía la esperanza de que todo fuera un engaño de su propia mente enamorada. Lo quería creer: porque en el exacto segundo en que Hinata dejó de prestarle atención al partido que estaba en frente de sus narices, y volteó para verlo, con sus cejas arqueadas hacia abajo, color rojizo difuminado en sus cachetes y una sonrisa curvilínea tan confiada, le volvieron a mostrar que estaba enamorado de Hinata Shoyo, y ese rostro le hacía saber que el de hebras alborotadas lo consideraba como alguien demasiado preciado. Lo hacía feliz.
—Cuando termine el set, entráremos nosotros —aseguró el pequeño adolescente de 17 años, remarcando más esa curva en modo de apoyo y sin apartarle la vista al tembloroso rostro que tenía Atsumu—. ¡Ganáremos! —confirmó sus pensamientos en voz alta, alzando con entusiasmo su puño al alcance de Atsumu.
Miya no pudo evitar soltar una pequeña carcajada de su boca, dio un asentimiento demasiado verdadero y fácil de entender con compañerismo, y entre ese movimiento y una felicidad inexplicable, se atrevió a chocar el puño que su compañero le extendió.
Si no hacía algo, el máximo tacto que tendría con Shoyo sería ése para siempre. Ni siquiera el mismo Kageyama tenía los privilegios que una persona amada tendría. ¿La razón? Shoyo era demasiado cálido y muy amable, sin embargo, muy a su pesar, no era alguien empalagoso en cuanto al tacto se refería. Shoyo sabía tomar sus distancias dependiendo del tipo de relación que tuvieran, Atsumu no era la excepción.
—Por supuesto que vamos a ganar, Shoyo-kun —animó sus propios nervios en voz alta Atsumu, y fingió que eso no le molestaba.
—¿Olvidaste algo en la sala del club? —preguntó Kita con evidente preocupación al chico de mayor estatura. Atsumu asintió, a unos poco pasos de subir al autobús que por puras casualidades de la vida, compartía con Kita y el idiota de su hermano, la copia.
—Sí, creo que olvidé mi suéter escolar —acertó a decir, buscando entre sus cosas una prenda que estaba de más decir sí se encontraba en su mochila. Ni siquiera sabía por qué estaba haciendo eso, y su hermano Osamu al parecer tampoco.
—¿No puedes ir por él mañana? —interrogó su gemelo, un poco inquieto porque el chófer del transporte parecía tener prisa. Miya negó con frenesí, logrando que Osamu arqueara una de sus cejas con incredulidad porque nunca había visto a ese idiota tan preocupado por algo relacionado a la escuela.
—Mañana hacen revisión en la entrada, no puedo olvidarlo... —confesó, sacando un respiro pesado a Osamu por saber lo que pasaría a continuación, y Kita, tan inocente y directo, se tomó todo tan a pecho—. Iré a buscarlo.
—Kageyama y Hinata ya debieron de haber terminado de limpiar el gimnasio, así que tendrían que estar en la sala del club. Puedes alcanzarlos si te das prisa. —Encaró con una seriedad envidiable el de cortos cabellos grises que sólo las puntas estaban algo oscurecidas por un tenue color negro de nacimiento.
Atsumu respiró con agitación ante esa afirmación.
«Lo sé, por eso quiero ir».
—Te puedo acompañar-... —Kita ni siquiera pudo terminar su oración, porque Atsumu ya había salido corriendo en dirección a la academia, agitado y alterado.
Su respiración estaba pesada y sus pies a veces creía que lo iban a descarrilar y lo terminarían golpeando contra el suelo en cada esquina que giraba, antes de volver a entrar a los dominios de la escuela por la puerta principal. Tragó grueso con completa inseguridad, sabiendo que sólo era un vil mentiroso que trataría de acompañar a Shoyo a casa después de la práctica tras mucho tiempo de no hacerlo, porque siempre se ofrecía junto con Kageyama a limpiar el gimnasio y después cerrarlo. Eso, bien podría levantar sospechas a cualquiera, pero no era el caso de actual capitán de Karasuno, Kuroo, con la principal razón de que realmente le importaba una mierda lo que hicieran (mientras limpiaran el gimnasio), también era porque ya los había encontrado en más de una ocasión tirándose pases como por media hora antes de limpiarlo o jugando al rematador y colocador fuera del horario escolar establecido. Atsumu creía que los encontraría, así como el azabache mencionó como anécdota, por eso no se extrañó que todavía no estuvieran en el sala del club.
Lo que sí fue extraño fue que al entrar al gimnasio en absoluto silencio tras abrir la puerta corrediza (irónicamente era demasiado silenciosa cuando alguien la abría desde afuera, pero rechinaba horrible cuando trataban de cerrarla desde adentro), no se encontró ningún rastro de ambos en la cancha, hasta la red ya había sido retirada.
El único lugar donde podían estar era en el pequeño almacén del gimnasio que estaba hasta el fondo, con la puerta entreabierta, por lo que reforzaba su teoría. Con el corazón encogido y los nervios en la punta de su boca, fue lo más silencioso que pudo hasta acoplarse al ambiente calmado del lugar donde nadie podría molestar a esas horas.
El sonido proveniente del lugar cuando el rubio quiso parar oreja y se atrevió a mirar entre el pequeño lugar entreabierto, fue algo que lo hizo caer a un eterno precipicio. Hinata lo empujó y el cómplice fue Tobio.
La «receta» para que las personas continuaran naciendo, la mayoría de las veces, se hacía por otras razones. A veces, dos hombres decidían realizarla sólo para tener en alto el nivel pasional de su relación secreta de «amantes».
Piel tersa, delicada y pura.
Shoyo ni siquiera se había cambiado, seguía utilizando sus shorts ajustados que marcaban una evidente erección y su camisa blanca era levantada por sus propios dientes al sostenerla para dejar al descubierto su pecho.
Piel tersa, siendo tocada por otro hombre.
El pequeño adolescente llamado Shoyo estaba arrinconado y recargando su espalda contra un estante, sentado sobre una colchoneta y con un Kageyama jadeante arriba de él que devoraba con impaciencia sus pezones erectos con su boca, succionando y lamiendo sin pudor. Hinata, acallaba sus propios sonidos apretando más la tela de su camisa contra sus dientes, tenía los ojos levemente llorosos, con ese toque deseoso donde sólo existía Kageyama. No había espacio para nadie más.
La historia de amor de Atsumu Miya tomó un compás inesperado.
A Atsumu Miya le gustaba Shoyo Hinata. A Shoyo Hinata le gustaba tener arriba de él a Kageyama Tobio, mientras tenían sexo.
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