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Capítulo 02

Atsumu Miya creía haber encontrado al amor de su vida en la secundaria-preparatoria masculina Karasuno, tuvo la suerte de sentarse a un lado de él. La primera cosa buena que le pasó tras haberse mudado por cuestiones del trabajo de su padre a Miyagi. El chico fue su perdición, un perfecto ángel intachable e intocable, que no pudo evitar mantenerle una discreta mirada por el rabillo del ojo durante las primeras horas de clase. Chico de hebras alborotadas color naranja, ojos cafés bien delineados y marcados con unas pestañas no tan largas, pero tampoco tan cortas, labios delgados que contenían una preciosa voz que sólo había logrado escuchar en unas cuantas ocasiones entre las clases y ninguna había sido dirigida para él, pero ahí estaba, maravillado con ese chico que se asemejaba a un ángel.

Incluso lo hizo durante el primer descanso, donde todos los alumnos empezaron a rodearlo para saber más de él, algunos sorprendidos porque habían visto a una persona casi idéntica a él en el pasillo de camino a comprar a la cafetería, sólo que con un tinte de cabello más oscuro. Atsumu se excusó con que era el idiota feo, llamado por la ciencia como: hermano, su copia.

Sin embargo, por muy amables que fueran o incluso lo suficientemente graciosos, lo que más se llevaba su curiosidad era sin duda la persona que había captado su atención desde el primer momento en que cruzaron miradas sólo por casualidad. Aunque estaban uno al lado del otro, Shoyo Hinata estaba mucho más preocupado en hablar con el chico que se sentaba detrás de él, que, si no mal recordaba, el profesor de inglés lo había llamado «Sugawara-san».

Atsumu Miya, 17 años, clase 2-3: justo en ese instante, era la primera vez que deseaba ser notado por alguien más en su vida. Había tenido varios intereses amorosos antes, de vez en cuando se trataba de una mujer, pero la mayoría de ocasiones eran del género masculino. Nunca había sido ignorado por alguien que le interesara, sólo con pocos rechazos a su espalda podía considerarse como un pequeño experto en el amor, y lo más lejos que pudo llegar con otro hombre fue masturbarse al rozar sus miembros entre sí. Así que sí, tal vez era un experimentado, como también podía estar abierta la posibilidad de que sólo era un idiota.

—¡Kageyama, tardaste mucho! —La dulce voz de la persona que logró captar su interés llamó un nombre desconocido a sus oídos. Imposible que no girara su cabeza a una velocidad sorprendente, sin intención de disimular su sorpresa al ver al chico que se sentaba frente a su pequeño ángel.

Así que se llamaba Kageyama...

—¿Miya-kun? —llamó uno de sus compañeros de clase, queriendo volver a captar su atención tras haber sido demasiado impulsivo como para observar conversaciones ajenas como un loco desesperado. Atsumu les dedicó una mirada, y mentalmente los insultó. Su cara sólo reflejó una amabilidad que se había ahogado dentro de su mente por los insultos que les lanzó.

—¿Ah?, sí, disculpa —habló el chico, volviendo a tratar de prestar atención al grupo que se había reducido a dos chicos. Pero, la intriga golpeaba la punta de su lengua, y observar como el tal Kageyama le gritaba a Hinata al colocarle una leche de fresa de la máquina expendedora de la escuela frente a su pupitre, y a Sugawara tratando de reír con nerviosismo ante la actitud competitiva que ambos habían decidido tomar, le fue inevitable que no parara la oreja, queriendo escuchar lo que decían.

Sólo era curiosidad.

—Aun así, te lo agradezco, es doloroso caminar —comentó el chico, tras dar un respiro por ser calmado por el chico de hebras grises. Aceptó la leche, empezando a introducir el pequeño popote en el agujero correspondiente, Tobio miró esa acción ser realizada con demasiada casualidad, y tuvo la necesidad instintiva de alejar su vista.

—¿La práctica de ayer fue demasiado dura? —cuestionó Kageyama, manteniendo ese gesto serio habitual, colocando una de sus manos sobre los cabellos del más bajo, dando una extraña caricia algo tosca e inexperta pero que no pareció molestar al menor, es más, éste sonrió. Atsumu por primera vez deseó ser Kageyama.

—¿Te duelen los pies, Hinata? —Sugawara mantuvo el hilo de la conversación, y Shoyo se notó alterado por una pequeña fracción de segundo antes de dar un pequeño asentimiento, con un apenas visible color rojizo. Sugawara rio con emoción, al entender esa sensación—. Sí, ¡te entiendo demasiado! Kuroo esta vez se emocionó demasiado con la idea de que rematemos —aseguró el chico con cejas algo gruesas, dando un pequeño puchero en sus labios, cerrando sus manos en puños para poder masajear con éstos sus dos mejillas níveas—. A mí también me duelen las piernas.

—Suerte que hoy es día libre —aseguró el de menor estatura, dando un respiro lo más tranquilo que pudo. Kageyama bufó.

—Es un desperdicio... —completó con demasiada facilidad el azabache.

—Bueno, siempre que hay descansos largos por tres días, es por la exanimación anual del gimnasio. Sólo hay que aguantar —acreditó Sugawara, sonriendo con un pequeño rastro de ternura porque el chico más bajo había dejado sacar a relucir sus curiosos gustos con la envoltura de su bento.

Atsumu pudo pensar sólo por un impulso momentáneo que él también había ingresado a un club, un día antes de entrar a clases con formalidad. Había dejado su formulario al ser uno de los requisitos obligatorios de la institución.

¿En qué grupo estará ese ángel de radiante sonrisa? 

Logró entender por la corta conversación y su análisis de las probabilidades, que para estar cansado y con dolor en sus piernas, lo más seguro era que se trataba de uno deportivo. Sería mucha coincidencia que ambos terminaran en el mismo clu-...

—¡Pero el club de voleibol es muy divertido! —cantó el joven de menor estatura, dando una carcajada alegre que se extendió por el ambiente y que en definitiva logró que los ojos de Miya se abrieran con demasía al oírlo decir esa afirmación.

Esa vez, no pudo contenerse.

—¿En el mismo club que yo? —gritó Atsumu con completa seguridad de su descubrimiento, abriendo su boca en un tamaño considerable y poniéndose de golpe de su lugar.

Después de mucho tiempo, Shoyo se llevó toda su atención, con una curiosidad inocente en ese color castaño que cargaban sus rasgados ojos. Sugawara y Kageyama también lo miraban sin decir palabra.

«Mierda», Atsumu se arrepintió de haber llamado la atención de la persona que le había atraído físicamente de esa manera. Un obvio rubor cayó sobre sus mejillas, cerró su boca de golpe y tuvo el impulso de salir corriendo. Lo había arruinado. Shoyo Hinata tal vez lo estaba viendo justo ahora como un desquiciado.

Pero, por supuesto, Miya había olvidado por unos pequeños momentos que Shoyo era un ángel casto y puro, alguien tan brillante que sólo pudo entrar en su mente cuando éste le sonrió.

—Miya-san, ¿irás al mismo club que nosotros? —Le habló Shoyo, con mucha emoción.

¡Si estaba soñando, por favor, nunca lo despierten! El rubor sólo aumentó en su cara y una obvia sonrisa se estrelló en su cara, Sugawara pareció reír al ver la obviedad de sus acciones. Que Hinata le dirigiera la palabra, lo había elevado hasta las nubes y entró en confianza con él de manera inevitable.

Razón suficiente, poco tiempo de conocerse; pero Atsumu, todo un atrevido y conquistador por naturaleza, se atrevió a atrapar entre sus manos una de las ajenas que no estaba sosteniendo su leche de fresa. Shoyo dio un respingo al ser tomado desprevenido por esa acción. Atsumu se encantó, era la persona más afortunada del mundo, esa calidez y suavidad en la delgada y pequeña mano de Hinata, era algo que se esperaba, pero le fascinó de todas formas.

—¡Iré al mismo club que tú, Shoyo-kun! ¡Espero que nos llevemos bien! —afirmó su extraña presentación, sacudiendo la mano ajena de arriba a abajo por la emoción que sentía ese día. Shoyo estalló un poco en rojo tras haber recibido ese saludo tan cálido, y no tardó en darle una sonrisa demasiado feliz por esa noticia. Una buena señal, tal vez podría tener una oportunidad con él.

—¡Nos lleváremos bien, Miya-san!

—¡Sí, Shoyo-kun!

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