Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

30. Black Blade.

"—Ya se acercan —dijo el capitán Morroviejo con un susurro —. Estén preparados vuestras mercedes.
Asentí. Mis hombres, una docena de valientes, estaban tan preparados como yo mismo mientras permanecíamos ocultos en la bodega del barco con las armas a punto y esperando que nuestra presa cayera en la trampa que le habíamos tendido.
Mi idea parecía haber funcionado a pesar de ser algo tan infantil que mucho me temía que no diese resultado. El cazador que se hacía pasar por la presa para poder cazarla.
Lo habíamos dispuesto todo tal y como imaginé, haciendo pasar nuestro flamante bergantín por un barco recientemente asaltado. Quemamos lo que teníamos a mano para crear una espesa humareda y así atraer la atención de nuestro enemigo y dio resultado. El barco del capitán James Abbot, pues sin duda se trataba de él, enfiló su proa hacia nosotros.
Un pirata no dudaría en acercarse hasta un barco indefenso para poder tomar lo que quedara de él, pensaba yo, pero no podía estar más equivocado.
Nos abordaron minutos después y el propio Black Blade en persona pisó nuestra cubierta, interesándose por el estado de la nave y la salud de sus tripulantes. Era alto y fornido y debería rondar los cuarenta años. Sus ojos de un azul acerado y su cabello rubio, recogido en una coleta, le daban un aspecto más juvenil de lo que en realidad era. Mientras hablaba con el capitán Morroviejo, me di cuenta de que sus intenciones no eran saquear lo que supuestamente aún quedara a bordo, sino socorrernos.
Pero eso no iba a detenerme. Rápidamente mis hombres y yo salimos de donde permanecíamos emboscados y tomamos por sorpresa al pirata y a los pocos hombres que le acompañaban.
Apuntándolo con mi arma le pedí que se rindiese. Él, bastante asombrado, esa fue la impresión que me dio, acercó su mano a la empuñadura de su espada.
—¿Quién sois, caballero? —Me preguntó en perfecto castellano, sin que apenas se notase su acento.
—Soy quien os ha capturado, Black Blade —le dije —. Para vos se ha acabado el pillaje por estas aguas. Tengo ordenes de llevaros a España donde seréis juzgado por vuestros crímenes. Decid a vuestra tripulación que rinda la nave o me veré obligado a abrir fuego.
—Nunca llegaré con vida a España —dijo James Abbot.
—Eso es algo que a mí no me preocupa, caballero. Yo cumplo órdenes. Rendios y viviréis.
—Vivir o morir, ¿qué más da? Lo que importa es la forma en que se vive... y se muere.
Apunté a su rostro con mi arma, presto a apretar el gatillo.
—Rendios —dije en tono suplicante —. Hacedlo por vuestros hombres y por los míos. Morirán inocentes.
James Abbot, apodado Black Blade, miró con calma a su alrededor. Contempló a mis hombres armados con carabinas, apuntando a los suyos. A mis artilleros con los cañones de doscientas libras dispuestos a abrir fuego contra su barco a una orden mía. Vio mi disposición a cumplir mi amenaza, aunque todo acabase en un baño de sangre y capituló.
—Estoy a vuestra disposición, caballero —dijo, mientras rendía su espada de acero negro ante mí —. Habéis ganado, pero recordadlo: No llegaré vivo a España. Ellos se encargarán de que así sea.
Quise preguntarle a quién se refería con "ellos", pero no era el momento ni el lugar adecuado para hacerlo.
El capitán James Abbot y todos sus hombres fueron encerrados en los calabozos de nuestro barco y prendimos fuego al suyo. La inmensa humareda pudo verse en aquel dorado atardecer, hasta mucho después de zarpar en dirección al puerto de Cartagena de Indias, donde, si no ocurría ninguna novedad, llegaríamos al atardecer del siguiente día.
A la hora de la cena, mandé sacar al capitán Abbot de su confinamiento y traerlo  hasta mi camarote. También di órdenes para que su tripulación estuviera bien atendida mientras durase su cautiverio.
James Abbot, encadenado de pies y manos entró en mis aposentos donde ordené que fuera liberado de sus grilletes.
—Podéis sentaros —dije señalando una silla que había frente a una mesa —. He dispuesto que nos sirvan la cena aquí, donde podremos conversar.
Black Blade hizo un gesto a modo de saludo, indicando mi amabilidad.
—¿De qué queréis hablar conmigo? —Me preguntó.
—Me preguntaba cómo una persona como vos, a quien distingo como un igual, pudo llegar a convertirse en un despiadado asesino, tal y como os caracterizan.
—El odio es el culpable —contestó con sencillez —. Nunca podría verter la sangre suficiente de vuestros compatriotas para poder saciar mi odio, no después de lo que me hicieron.
Aquellas palabras me intrigaron.
—¿Qué se supone que fue lo que os ocurrió?
—¿No lo sabéis? Creía que mi leyenda era conocida por todos.
Negué.
—Nunca he oído hablar de eso que decís.
—Fue al poco de llegar a estas tierras —explicó —. Viajábamos desde Inglaterra hasta Nassau, por aquel entonces bajo el dominio Británico, para presentar nuestros respetos al gobernador de la isla y asentarnos allí y comenzar una nueva vida. Estaba ansioso por dejar el ejército y convertirme en un ciudadano más. Cuidar de mi mujer y de mi hija y dedicarme a cultivar la tierra, pero no pudo ser. ¿Creéis vos en el destino? Yo puedo aseguraros que todo está escrito en alguna parte y que nada de lo que hagamos puede impedir que las cosas que tienen que ocurrir, acaben sucediendo.
—¿Vuestra mujer y vuestra hija...?
No terminé de formular mi pregunta, cuando vi el rostro de James Abbot demudarse en una mueca de dolor.
—Murieron —contestó con un hilo de voz —. O mejor dicho, fueron asesinadas.
—¿Quién?
—Vuestros compatriotas, qué duda cabe. Desde aquel día juré hacer tanto daño como el que me habían hecho a mí. El odio me cegó y lo demás ya os lo podéis imaginar, caballero. ¿Tenéis a alguien que os espera en España, tal vez una esposa o un hijo?
Asentí.
—Estoy comprometido y cuándo regrese a mi patria, tomaré matrimonio.
—Sois afortunado. No es el oro ni la fortuna lo que dan la felicidad a un hombre, podéis creerme porque sé de que hablo. Hay algo superior a todo cuanto nos rodea y es el amor hacia tus seres queridos.
Le miré con extrañeza.
—Sé lo que estáis pensando —dijo Abbot —. ¿Cómo un asesino como yo, puede hablar de amor y de felicidad? Justamente soy el más indicado, pues todo me lo arrebataron cuando ellas murieron. Os daré un consejo. Volved a casa y no permitáis que nada ni nadie os separe de esa persona a quien amáis.
—¿Por qué dijisteis que no llegaríais vivo a España? ¿Teméis que alguien intente asesinaros?
—No le temo a la muerte, a veces la he buscado con ansía, pero estoy seguro de que me colgarán en cuanto lleguemos a Cartagena.
—Deberíais tener un juicio justo.
—La justicia solo sirve a los poderosos. Está creada por y para ellos. A sus ojos solo soy un vulgar asesino. Un pirata.
Habíamos terminado de cenar y avisé para que devolvieran al capitán James Abbot a su calabozo.
—Ha sido un verdadero placer poder abriros mi corazón. Sé que vos me comprendéis, más incluso de lo que imagináis.
—¿Qué queréis decir? —Pregunté.
—Os veo tal y como yo era antes que mi vida se fuera a pique. Recordad mi consejo, caballero.
—Mi nombre es M... —dije, más afectado de lo que era capaz de reconocer.
Él asintió con la cabeza. Después volvieron a esposarlo y le devolvieron al calabozo junto a sus hombres.
A solas, echado en el duro camastro de mi camarote y sin poder conciliar el sueño, pensé en Margarita allá en España. Tan lejos de mí que ni mis pensamientos podían llegar hasta ella. Pensé en lo que llegaría a sentir si algo la sucediese. En el monstruo en que me convertiría para acallar ese dolor que nunca cesaría por mucho tiempo que pasase y sentí lástima por aquel hombre cuyo destino lo había marcado tan profundamente.
En la guerra uno pensaba en la muerte como en una compañera más. Se era soldado y uno aceptaba los riesgos que conllevaba, pero por qué debían morir los inocentes cuyas vidas deberían estar a salvo. No era justo. Y tampoco era justo que no pudiera hacer nada para ayudar a ese hombre que tanto había sufrido.
¿Nada? ¿No podía hacer nada?
Esa era, ciertamente, la pregunta que me hacía. ¿Podría hacer algo para devolverle a ese hombre la fe en las personas?
El amanecer me sorprendió a traición sin haber pegado ojo, pero con una descabellada idea en mí cabeza. Sabía que no sería fácil llevarla a cabo y sin embargo también sabía que era mi deber intentarlo aún a riesgo de mi propia vida porque, si mi plan fallaba me iba a ver envuelto en serios problemas.
En ese momento nada de eso importaba y mi determinación era más fuerte al miedo a futuras represalias. El honor es lo más importante que existe en nuestras vidas y no hay que demostrárselo a nadie salvo a uno mismo y es algo que debemos recordar siempre.
A la hora de comer volví a hacer venir al capitán James Abbot a mis aposentos sin que eso supusiera ningún problema, tan solo la mirada de suspicacia del capitán Morroviejo que tal vez empezase a sospechar qué podía traerme entre manos al confraternizar con el enemigo.
—Tenga cuidado, amigo mío —me dijo —. El barco es pequeño y las lenguas muchas.
Asentí.
—Tan solo quiero tratarlo con el respeto que se merece un caballero como él.
—No olvide que se trata de un asesino.
—En tiempo de guerra todos somos asesinos.
Nada más entrar en mí camarote acompañado por el capitán Abbot, eché el cerrojo por dentro. Luego fui hasta un cajón que permanecía siempre cerrado con llave y lo abrí. Sobre la mesa dejé el objeto que había sacado de su interior.
—¿Qué significa esto? —Preguntó mi invitado mirando con curiosidad el arma de fuego que había dejado a su alcance.
—Es lo único que puedo hacer por vos —dije —. Solo tenéis que tomar este arma, apuntarme con ella y tratar de huir.
—¿Y mis hombres?
—No puedo hacer nada por ellos. Sería un suicidio si tratase de liberarlos. No saldrían vivos y vos lo sabéis tan bien como yo.
Él asintió.
—No puedo dejarlos atrás —dijo —. ¿Qué clase de persona sería si hiciera eso? Lo comprende, ¿verdad?
Dije que sí, pero que también podía ser su última oportunidad de ser libre.
—¿Por qué hace esto? ¿Sabe lo que le ocurriría si se supiera que me ha ayudado a escapar?
—Posiblemente que acabaría bailando al extremo de una soga —dije con una sonrisa —. Pero vuestra merced dijo que el honor estaba por encima de todas las cosas y yo creo que es cierto.
—Me está usted haciendo replantearme mi odio hacia los españoles —dijo, sonriendo a su vez —. Es usted una buena persona y me gustaría poder contar con su amistad.
—Ya la tiene. Ahora decídase. Creo que está en lo cierto cuando dice que le colgarán en cuanto lleguemos a tierra firme. Tomando un bote llegaríamos a la costa al amanecer. Podríamos desembarcar en alguna playa solitaria y...
—¿Pensaba usted acompañarme?
—Tendría que hacerlo si soy su rehén —dije —. Más adelante podríamos intentar rescatar a los suyos. Sin duda debe conocer a mucha gente que esté dispuesta a hacerlo.
James Abbot pareció pensarlo durante unos segundos.
—¿Y qué hay de usted? ¿Volvería después con los suyos?
—Nada me une a ellos. Vine aquí por obligación, pero mi deseo era dejar el ejército en cuanto tuviera oportunidad de hacerlo. Volvería a España con mi futura mujer y como dijo, aprovecharía mi vida junto a las personas que quiero.
—Es una tentación muy difícil de resistir —dijo el corsario —¿Cree que pueda salir bien?
—Solo tenemos que intentarlo. Claro está que ha de prometerme algo.
—¿Qué es ello?
—Debería dejar su actual trabajo y retirarse.
—Eso no supone ningún problema. Ya tenía intención de hacerlo.
—Entonces no se hable más —dije y le entregué el arma.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro