28. El duelo
Diego tomó el sable que le habían entregado y lo blandió haciéndole cortar el aire con un bufido y comprobando su peso y su equilibrio que le parecieron adecuados. Luego enfrentó a su enemigo a quien saludó levantando el sable hasta su rostro. Había unas normas, una etiqueta que regía en los duelos, no era como en un abordaje cuando lo único que tenías en mente era destripar a tu enemigo antes de que él tuviera tiempo de hacer lo mismo contigo. El duelo era una discusión entre caballeros, una forma de resolver una afrenta y de demostrar tu valor.
Para Diego aquel no era su primer duelo y tampoco iba a ser el último.
Ferris, ansioso por comenzar el combate, saludó con brusquedad y adoptó una postura defensiva.
Barracuda hizo un gesto y el duelo comenzó. Ferris fue el primero en tomar la iniciativa, impaciente, lanzó un grito mientras se tiraba a fondo tratando de sorprender a su adversario, pero Diego estaba prevenido y detuvo la arremetida con su arma aprovechando para desestabilizar a Ferris haciéndole trastabillar. El sable de Diego pasó a escasos centímetros del rostro de su adversario y este tuvo que retroceder apresuradamente un par de pasos.
Diego le acosó sin descanso evitando que su enemigo tomase la iniciativa y lo acorraló contra una de las paredes, limitando sus movimientos. Ferris azorado resultó herido y Diego detuvo en el acto su ataque.
—¿Os encontráis bien? —Le preguntó, lo que solo consiguió que el otro se enervase aún más.
—¡Perfectamente! —Exclamó el inglés, poniéndose de nuevo a la defensiva —. Continuemos.
Diego asintió mientras observaba como la camisa de Ferris se temía de rojo a la altura del hombro.
Esta vez atacó él una y otra vez, sin descanso, mientras el cansancio y el sudor hacían mella en ambos luchadores. Al tercer intento de atravesar la guardia de Ferris, Diego erró su estocada y con un escalofrío, sintió como el sable de su enemigo lo hería en el torso. La sangre tiñó de inmediato su camisa, sin atinar a saber la gravedad de su herida.
Ferris, con una sonrisa lobuna aprovechó la debilidad de Diego y se tiró a fondo tratando de atravesar con su sable a su oponente. Pero Diego aún no estaba vencido y previendo el ataque de Ferris, consiguió esquivarlo y dejarle a su merced. Su arma sesgó el aire y atravesó limpiamente a Ferris, que cayó desplomado a sus pies.
Fue el propio Robert Skull quien auxilió a Diego cuando este estaba a punto de desplomarse, lo ayudó a sentarse en el suelo y se acercó al cuerpo de Ferris el Inglés. Estaba muerto.
—Ha sido una pelea justa —dijo el líder del Consejo —. ¿Os encontráis con fuerzas para escuchar nuestro veredicto?
Diego asintió.
☆☆☆
Había regresado a la taberna del Viejo Dick, pero por más que intentó localizarlo, Diego no lo encontró. La que sí le esperaba ansiosa era Rosana.
—¿Qué ha sucedido? ¡Estás herido!
Diego había anudado su camisa en torno a su pecho a modo de torniquete, pero esta se había empapado con su sangre.
—No es nada, no es más que un rasguño —explicó Diego —. El Consejo ha creído lo que le dije, aunque el precio ha sido demasiado alto.
—¿A qué te refieres?
—Tuve que mentir, Rosana. Mentí con descaro para salvar la vida y lo hice delante de todos, incluido el Viejo Dick y creo haberle perdido.
—¿Mentiste?
—He quedado en deshonra ante él. Nunca me lo perdonará, ni yo podré perdonármelo.
—¡Pero estás vivo, Diego! ¿Qué fue de Ferris?
—No sobrevivió. Según nuestras leyes, ahora soy dueño de todas sus posesiones. Tengo un nuevo galeón y una nueva tripulación que deberá decidir si me aceptan como a su capitán... Tuve que prometerle al Viejo Dick que abandonaría la isla y así lo haré.
—Así haremos —dijo Rosana —. Seguro que algún día el Viejo Dick te perdonará. Para él eres como un hijo, eso me explicó.
Diego negó con la cabeza.
—Tú no lo conoces —dijo —. Hubiera preferido verme muerto a verme mentir. Lo conozco y sé que lo he perdido para siempre.
El anciano, oculto en la escalera, frente a la puerta del cuarto donde se encontraban Diego y Rosana, salió de súbito de entre las sombras y sorprendió a ambos jóvenes.
—En otro tiempo te hubiera delatado yo mismo, Diego —dijo el Viejo Dick —. En otro tiempo te hubiera hecho tragar esas mentiras que no son más que veneno que pudre el alma de quien las dice, pero sería un necio si lo hiciese, porque yo mismo he mentido incontables veces.
Diego le miró absorto.
—Sí —continuó el marino —. Mentí por cobardía, por necedad y por estupidez y también para salvar la vida, como tú. Mentí a alguien a quien quería como a un hermano y también mentí al que hubiera deseado que fuese mi hijo, a ti, Diego.
Diego iba a decir algo, pero el Viejo Dick lo interrumpió.
—Déjame hablar, déjame explicártelo todo antes que me arrepienta y no encuentre fuerzas para seguir hablando. Déjame decirte lo que he ocultado durante tanto tiempo y que nunca creí tener valor para contarte. ¿Te parece?
Diego asintió sin saber muy bien qué era eso que tanta importancia parecía tener para el anciano.
—Entonces comenzaré mi historia y luego tú decidirás si puedes perdonarme. Yo antes de que continúe, te diré que ya te he perdonado. Jamás podría obligarte a hacer algo en contra de tu voluntad y siempre me tendrás a tu lado... Ahora déjame comenzar:
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