Un Hombre Bueno
-Elora, Ontario.-
-Canadá-
-1811-
Tarde.
Iba tarde, como siempre.
-¡Marius!- exclamó desde la pequeña cocina.-¡Se hace tarde!-
-¡Ya voy!- respondió el niño desde el segundo piso de la casita.
Peggy se apresuró a servirle el desayuno y preparar sus libros para llevarlo a la escuela.
-Tarde.- dijo entre dientes.- Siempre voy tarde. ¡Marius, se enfría el desayuno!-
-Ya estoy aquí.- respondió el niño bajando por el último escalón.-No encuentro mis zapatos.-
Peggy llevó la vista hacia los pies descalzos del niño y suspiró con pesadez.
-Esta bien.- dijo cuando se calmó.-Desayuna, yo los busco.-
El niño sonrió y ella revolvió sus cabellos rizados, causando que Marius soltara una risita.
Subía las escaleras con toda la rapidez que su cuerpo le permitía gracias al corsé y múltiples prendas que llevaba. Ni siquiera las mujeres de clase media-baja, como lo era ella, se salvaban de usar los horribles corsés.
¿La atormentarían toda la vida?
Ella esperaba que no.
Al llegar a la habitación de Marius, no pudo evitar quejarse ante el terrible desorden que había: libros, juguetes, papeles y mantas, todos regados por todas partes.
De alguna forma lo entendía, el niño sólo tenía nueve años y el concepto del orden aún no lo entendía muy bien, con razón no podía encontrar sus zapatos.
Peggy levantó la mano, la cual era iluminada por una brillante luz amarilla, e hizo que todos los objetos en la habitación levitaran, haciendo más fácil su búsqueda.
-La magia no es un atajo para el trabajo duro.- le reprochó Lilith.
Peggy volvió su vista a la Gran Danés que la veía desde la puerta de la habitación. Las personas tenían varios prejuicios hacia los gatos, la mayoría les relacionaban con las brujas y la magia negra, causando la muerte de miles de felinos inocentes a manos de personas ignorantes.
Lo último que Peggy quería era que algo malo le pasara a Lilith, así que la había convencido de mantener la forma de un canino convencional.
Y por supuesto, siendo tan extravagante como lo era Lilith, escogió ser el perro más grande en el que pudo pensar.
-El que dijo eso seguro no tenía que buscar los zapatos de un niño descuidado.- respondió Peggy.
Buscó por toda la habitación, debajo de cama, cajas de juguetes, mesitas y el ropero, sin encontrar los zapatos.
Volvió hacia el piso de abajo y encontró al niño con los zapatos bien puestos y una gran sonrisa en el rostro.
-Ya los encontré.- anunció Marius.- Estaban debajo de la mesa.-
Peggy apretó el puente de su nariz con sus dedos.
"Por supuesto que estaban debajo de la mesa" pensó la castaña.
-Bien, solo apresúrate.- dijo Peggy.- Vamos tarde.-
Marius volteó a ver el reloj sobre la pared e hizo una mueca.
-No vamos tarde.- dijo el niño.- Solo quieres irte ya para ver al Señor McAbee.-
Las mejillas de la castaña se encendieron por la vergüenza ante el comentario del niño.
-¿Y que si es así?- le retó ella, cual niña pequeña.
-Ese Señor McAbee es muy de tu agrado, niña.- dijo Lilith.- No quieras negarlo.-
Peggy volvió la vista a su desayuno, sin querer ver los rostros de sus acompañantes, incluso cuando sólo eran un perro gigante y un niño.
-Si, es cierto que el Señor McAbee me parece bastante agradable.- dijo la castaña.- Y es cierto que es tan atractivo como inteligente, pero eso no tiene nada que ver con querer llegar a tiempo a mi trabajo.-
Peggy se levantó y comenzó a ponerse su abrigo y su pequeño sombrero con flores, Marius le siguió enseguida, colocándose su propio abrigo y gorro para protegerse del frío canadiense.
Lilith se había transformado en el pequeño ratón de siempre y se había ocultado dentro de los bolsillos de la falda de Peggy.
-¿Tengo que ir a la escuela?- preguntó Marius, mientras arrastraba los pies por el camino de tierra.
-Ese es el trato, niño.- respondió Peggy dando un suave apretón a la manita del niño. - Si quieres saber sobre magia, debes saber sobre todo lo demás.-
-¿Y voy a ir a la escuela por siempre?- preguntó Marius.
Peggy sonrió.
-No, sólo hasta que seas mayor.- respondió.-Entonces puedes ir a la universidad, pero esa es tu decisión.-
Llegaron a la escuela, justo a tiempo para la primer campana, la cual anunciaba que pronto iniciarían las clases.
-¿Recuerdas las reglas?- preguntó Peggy, después de arrodillarse frente al niño.
Marius asintió.
-No hablar de magia.- dijo.- No hacer trucos de magia y no mostrar mi cristal.-
Peggy sonrió una vez más y le dio un beso en la mejilla para despedirlo.
-Eres muy listo.- dijo, revolviendo sus cabellos.
Mientras veía el pequeño cuerpo del niño alejarse, una extraña sensación de alerta la invadió.
Siempre se sentía insegura cuando dejaba al niño sólo, pues temía por su seguridad.
No podía protegerlo si estaba lejos de ella, esa era una de las razones por las que habría preferido la educación en cada. Sin embargo, sabía que debía relacionarse con las demás personas fuera de su hogar, sobre todo con otros niños de su edad.
Era un ambiente sano, y era todo lo que importaba.
Dejando aquella ansiedad de lado, Peggy siguió su camino hacia su trabajo. Había encontrado empleo en la pequeña biblioteca local y, sinceramente, no había algo que le fascinara más.
Podía pasar el día entero solo organizando libros, en orden alfabético, por categoría y tamaño e, incluso, por colores y tonos.
Era un trabajo que le brindaba paz y dinero. Todo lo que necesitaba.
Hasta que el dichoso Fitzwilliam McAbee llegó al pequeño pueblo a causar conmoción entre las mujeres solteras y sus madres casamenteras.
Se decía que el Señor McAbee tenía una abundante fortuna, que había viajado por todo el mundo, que tenía muchos negocios y haciendas por toda América y que era un hombre de muchos estudios. Sin mencionar que era ridículamente atractivo.
Si, Fitzwilliam McAbee era el partido perfecto.
-¿Qué está leyendo hoy?- preguntó la vieja bibliotecaria con la que trabajaba.
Peggy sabía la respuesta, ni siquiera tenía que echar el vistazo para saberlo, pues el hombre llegaba todos los días a la misma hora, buscaba aquel libro y se sentaba a leerlo en la misma mesa.
Sin embargo, y, para evitar verse completamente interesada, Peggy volvió su vista hacia el hombre, con mucha cautela, fingiendo que adivinaba el título de la obra entre sus manos. Para su mala, o tal vez buena, fortuna, el hombre volteo su vista hacia ella en ese preciso momento.
Cuando sus miradas se encontraron por esa minúscula fracción de segundo, su corazón se detuvo y su respiración se cortó en su garganta. Rápidamente, retiró la mirada, sintiendo el leve rubor quemar sus mejillas.
-Me parece que lee lo mismo.- respondió después de carraspear su garganta para aclarar su voz temblorosa.
La anciana frente a ella arqueó una ceja, con una mirada cómplice y una sonrisa burlona comenzó a ordenar, inocentemente, los libros en su viejo escritorio.
-Bien pudo haber terminado ese libro en una semana, y aun así lleva casi un mes aquí.- dijo la anciana.- Yo creo que el motivo de sus visitas es otro.-
Peggy tomó los libros que la mujer ordenaba y comenzó a organizarlos en un carrito para llevarlos fácilmente a su lugar.
-¿A que se refiere?- preguntó la castaña.
-Yo creo que viene a ver a la bibliotecaria que es bonita, joven y soltera.- respondió la mujer, señalándola con la mirada.
Peggy sintió como sus mejillas ardían al escuchar las ideas de emparejamiento que salían de la boca de la mujer y no pudo evitar sonreír nerviosa.
-No creo que yo sea un buen partido.- admitió Peggy con una desilusionada sonrisa en sus labios.
-¿Y por que crees eso?- preguntó la mujer
-Porque soy madre.-
La anciana soltó una carcajada que retumbó en los libreros y paseo por los pasillos, haciendo que Peggy le recordara que estaban en una biblioteca.
-Madre soltera, Maggie.- aclaró la anciana.-Que tengas un hijo no significa que no puedas encontrar a un buen hombre.-
Peggy estaba a punto de responder a la anciana, cuando sintió como alguien tocaba su hombro e intentó no caer hacia atrás cuando encontró al Señor McAbee llamándola.
Al tenerlo tan cerca, podía enfocarse en cada una de sus facciones más perfectas: Su cabello negro estaba bien peinado, aunque aún caían algunos delicados rizos por su frente; Sus ojos azules eran protegidos por sus finas pestañas de sombrilla y también podía percibir el aroma de su colonia, era una fragancia fuerte y adictiva, para nada empalagosa o irritante.
Era magnífico.
-Quisiera llevarme este ejemplar a casa, por favor.- dijo el hombre con su delicada voz, mientras extendía el libro hacia ella.
-Ocúpate de eso, Margaret.- dijo la anciana bibliotecaria.- Yo tengo que...uh...hacer otras cosas.-
La anciana anuncio mientras le guiñaba un ojo y salía disparada del lugar.
Peggy se apresuró a atender al hombre que la esperaba con paciencia, trabajando bajo toda la presión de saber que aquel caballero observaba cada uno de sus movimientos. Sus manos temblaban por los nervios, se sentía tan pequeña e insegura que le costaba mucho pensar.
-¿Disfruta mucho los libros de fantasía?- preguntó Peggy, observando el título del libro Sueño de una Noche de Verano.
-Es más como un gusto culposo.- respondió el hombre con una sonrisa.
Peggy no dijo nada más y sólo le entregó el libro y su tarjeta para devolverlo, el hombre solo lo tomo de vuelta y sus labios se abrieron ligeramente, como si fuera a decir una última cosa. Sin embargo, pareció arrepentirse.
Con un ademán de cabeza y una débil sonrisa en los labios, atento a irse.
La castaña logró soltar un pesado suspiro antes de tener al hombre de vuelta frente al escritorio.
-No pude evitar escuchar su conversación con la otra bibliotecaria.- anunció el hombre con rapidez.- Parece ser que mis intentos de cortejo han fallado grandemente.-
Su corazón se detuvo nuevamente, mientras procesaba la información.
-No disfruto del género fantástico.- admitió él.- Pero cuando terminé los libros de ciencia y filosofía de su inventario, no podía pensar en otro motivo para quedarme y verla todos los días.-
Peggy trago en seco, llevándose consigo todas las dudas que tenía en su interior. ¿Era cierto que el hombre más codiciado en todo el pueblo deseaba cortejarla a ella? Fuera verdad o no, se sentía como un cuento de hadas, como si todos sus sueños se hicieran realidad de pronto.
-Yo estaba pensando.- continuó el hombre cuando Peggy no dijo palabra alguna.- ¿Si a usted le gustaría acompañarme a un paseo por la plaza?-
Peggy no sabia que decir o cómo reaccionar. Sin embargo, antes de poder dar positivo a su respuesta, se vio interrumpida.
-¡Ma!- exclamó Marius, entrando escandaloso a la biblioteca.- ¿Sabías que en las ciudades hay electricidad? ¿Podemos ir a la ciudad la próxima vez, ma?-
Peggy se apresuró a arrodillarse frente al niño para recibirlo.
-Marius, es una biblioteca.- le recordó.- Hay que hablar despacio ¿Recuerdas?-
El niño asintió y recibió un beso en la mejilla por parte de la castaña.
-¿Quien es este pequeño caballero?- preguntó el Señor McAbee.
"Aquí termina el cuento de hadas" pensó.
Se puso de pie y pronto sintió como Marius se ocultaba detrás de ella, sosteniendo la tela de su falda con fuerza.
-El es Marius.- lo presento Peggy, alentando al niño a salir de su elaborado escondite.- Es mi hijo.-
El hombre arqueó una ceja, pero aquella sonrisa no abandonó su rostro.
-Entonces tu debes ser el hombre de la casa.- dijo el Señor McAbee.
Sin embargo, y pese a los intentos del caballero, Marius no respondió, sino que se escondió nuevamente detrás de su madre.
-Lo siento.- se disculpó Peggy.- A veces es muy tímido.-
-No se preocupe.- dijo con suavidad.- ¿Qué piensa sobre mi propuesta?-
Peggy dudó en responder, pensando que el hombre volvía a preguntar por mera cortesía. Antes de que pudiera dar una respuesta, McAbee se arrodillo frente al niño y le dedicó una cálida sonrisa.
-¿Puedo llevar a tu madre a un paseo?- preguntó el hombre.
Marius levantó la vista hacia la castaña, quien le sonrió mientras encogía sus hombros. Marius le hizo una seña para que se agachara hacia él, y así lo hizo.
-Puis-je y aller aussi?- preguntó el niño a su oído. ¿Puedo ir tambien?
Peggy asintió con una sonrisa y el niño, inmediatamente volvió su vista al Señor McAbee para darle una respuesta positiva y de acuerdo a sus condiciones.
-Solo si puedo ir yo también.- dijo Marius, con la voz tan delgada como un hilo, justo para que McAbee lo escuchara.
-Excelente.- festejó el hombre.- Mañana a mediodía, entonces.-
°°°°
El paseo había sido muy agradable, habian caminado por la avenida principal del pueblo y se habían detenido en un pequeño parque a descansar por algunos minutos. Marius siempre disfrutaba de esta clase de actividades, más cuando Lilith accedía a jugar con él a correr y saltar.
Sin embargo, habían optado por ir a casa del Señor McAbee para tomar el té en la comodidad de su bonito jardín, el cual estaba muy bien cuidado y rebosaba de muchas flores que le brindaban color y vida a la residencia.
Peggy y McAbee bebían el té en una mesita bajo el resguardo de un elegante quiosco, mientras observaban a Marius correr a la par de Lilith. El niño se había negado a tomar el te con ellos, principalmente porque aquella bebida no era mucho de su agrado y, también, tal vez ya estaba cansado de las aburridas conversaciones de los adultos.
-¿Puedo hacer una pregunta?- habló el Señor McAbee.
-Por supuesto.- respondió Peggy.
-¿Alguna vez estuvo casada?- preguntó.
-No, nunca.- respondió ella.
-¿Entonces el niño salió de...?- dudó el hombre en continuar su cuestionamiento.
Peggy sonrió con gracia.
-No es necesario estar casada para tener hijos, mi Señor.- respondió la castaña, observando como un leve sonrojo invadía las mejillas de McAbee.- Es adoptado.-
-¿Oh?-
-Su madre estaba enferma y yo no tuve corazón para dejarlo solo.- respondió ella.- Así que ahora lo crío, como si fuera mío.-
Volvió su vista hacia el niño, quien reía a todo pulmón mientras era perseguido por la enorme Gran Danés que ladraba con fuerza.
-Tiene un corazón muy noble.- dijo el hombre.
-Eso me han dicho.- respondió ella, soltando un pesado suspiro.- Su jardín es, en verdad, bellísimo.- dijo para cambiar el tema.
-No puedo llevarme nada de credito.- dijo.- Todo se lo debo a mi jardinero. Ese hombre hace magia con las plantas.-
-No me diga.- respondió ella.- Tal vez deba presentármelo y que me ayude con mi jardin. Mis pobres margaritas no resisten el invierno.-
Justo en ese momento, Peggy comenzó a sentir un hilo de energía magico cerca de ellos, causando que sus sentidos se agudizaran y pronto llevó su vista hasta donde estaba el niño, encontrandolo sentado en el pasto con Lilith.
-Hablando del diablo.- dijo McAbee, logrando que Peggy volteara en su dirección.
Entrando al quiosco, estaba un joven de negros cabellos y ojos ámbar como miel. Llevaba ropa de trabajo y una boina algo sucia, al igual que el abrigo que lo cubría de la fresca brisa y, a su lado, un gato negro que caminaba con una extraña elegancia.
Peggy podía sentir de ambos una corriente mágica que era alarmantemente familiar.
-Margaret.- la llamó McAbee.- Él es Hisirdoux Casperan, el hombre que se lleva el crédito por tan exquisito jardín.-
Hisirdoux extendió su mano hacia ella, la cual tomó casi de inmediato, logrando que ambos sintieran la chispa de magia que los delató a ambos. Peggy casi sonrió al notar como los ojos del joven, literalmente, se iluminaron al sentir su magia.
-El Señor McAbee me decía que usted hace milagros en el jardín.- dijo ella con normalidad, soltando la mano de Douxie.
-Hago lo que puedo.- respondió el pelinegro.
Los hombres se envolvieron en una conversación en la que ella no deseo participar por completo, sino que su vista se detuvo en el gato negro a sus pies, quien la observaba con cautela.
-Me encantaría quedarme, caballeros.- dijo la castaña, cortando la conversación de los hombres.- Pero ya es tarde y debemos volver a casa.-
-Permítame acompañarla.- dijo McAbee.
-No es necesario, conozco el camino.- le detuvo Peggy.- ¿Pero tal vez le gustaría cenar en mi casa mañana?-
El hombre sonrió y aceptó gustoso.
°°°°
Cuando llegaron a su casa, Marius fue el primero en correr a su habitación, dejando a las familiares detrás. Peggy pronto se apresuró a subir a su propia habitación y se recostó sobre la cama, con la mirada perdida en el techo.
-Tu los sentiste también.- le dijo a Lilith.- ¿Verdad? -
Lilith se recostó a su lado y dejó caer su pesada cabeza en el abdomen de la castaña, la cual solo soltó un quejido.
-Si.- respondió Lilith.
-Los conozco.- dijo ella.- Creo.-
-Por supuesto que los conoces. Al menos si los conocías.- dijo Lilith.- En Camelot, hace mucho tiempo.-
Su cabeza comenzó a doler mientras buscaba en su mente algún recuerdo que la relacionara con aquel joven, incluso cuando sabía que era completamente inútil intentarlo.
-El era el pupilo del viejo Merlin.- continuó Lilith.- Era muy ingenioso, pero estaba tan deseoso de aprender que, a veces, olvidaba escuchar.-
-Ojala pudiera recordarlo.- dijo Peggy
-No es nadie importante.- respondió la can.- creo yo.-
Suspiró con pesadez, deseando que el dolor de cabeza se fuera de una vez por todas.
La puerta se abrió con delicadeza, dejando ver como el niño se acercaba a la cama y se unía a ellas en su descanso. Con cuidado, se recostó al lado de Peggy, sin molestar mucho a Lilith.
-¿Estas bien?- pregunto el niño, cerrando sus cansados ojos grises.
-Si.- respondió ella.- Solo estoy cansada.-
El niño asintió, su mente siendo consumida por el sueño.
-¿Te divertiste hoy?- preguntó Peggy, ella misma cayendo en los brazos de Morfeo.
-Si...- respondió apenas el niño.
-Yo igual...-
°°°°
Ya habían pasado unas semanas desde que el cortejo había, oficialmente, iniciado y las personas del pueblo parecían ansiosas por noticias sobre una escandalosa boda entre el soltero más codiciado del pueblo y la madre soltera que trabajaba en la biblioteca.
Sin embargo y, para su sorpresa o mala fortuna, el Señor McAbee no había dado indicios de querer, ni siquiera, sugerir la idea del matrimonio. Era extraño y no sabia porque le afectaba tanto la falta de una bonita argolla en su dedo, pues jamas se habia visto en la necesidad ni el deseo de casarse.
Esta vez, por supuesto, era diferente, y no podía pensar en otra cosa que no fuera contraer matrimonio con el hombre más maravilloso que había conocido. Pasaban demasiado tiempo juntos, tanto en sus casas, como afuera en el pueblo, atrayendo las miradas de los curiosos espectadores y las envidias de las madres casamenteras y sus hijas solteronas.
Suponía, aquella tarde que caminaba rumbo a casa del Señor McAbee, que aquel dia no seria diferente. Se dirigía a casa de McAbee, pues habían quedado en tomar el té juntos y, aprovechando que Marius estaba en casa de su amiga Hyacinth, si mal no recordaba, pensaba que podían pasar un tiempo a solas.
Sin embargo, nadie respondió el llamado a la puerta.
-El Señor McAbee no está.- hablo Hisirdoux, exaltandola.
Peggy volvió su vista hacia el peli negro, logrando sentir, nuevamente, la magia en el ambiente.
-Puedo notarlo.- respondió Peggy.
-Puedo hacerle compañía hasta que él regrese.- ofreció Hisirdoux.- Si usted quiere, por supuesto.-
Peggy lo pensó, pero pronto supuso que no era la mejor idea.
-Creo que esperare adentro.- dijo.
Con uso de su magia y, de la manera más discreta posible, abrió el cerrojo de la puerta y se dio paso a la casa, dejando a Hisirdoux fuera.
-Eso fue un poco grosero, niña.- la reprochó Lilth saliendo de sus bolsillo y transformándose en un gato mediano y atigrado.
-Él me pone nerviosa.- respondió Peggy.
Comenzaron a caminar por la casa, la cual no era muy grande, observando cada mueble y adorno que se les atravesara, hasta llegar a, la que suponían, era la sala de estar.
Había una chimenea llena de ceniza y carbón recientes, libreros llenos de enciclopedias, sillones con estampados florales y colores tan apagados como los de la vieja alfombra que cubría el suelo.
-Cuando está sea tu casa.- dijo Lilith.- Procura cambiar todos los muebles, son horribles.-
Peggy soltó una carcajada pero no objetó en contra de su familiar, pues era cierto que McAbee no parecía tener un buen gusto en diseño de interiores.
Se sentó en uno de los sillones, notando que era duro y terriblemente incómodo. Paseó su vista por la insípida habitación, hasta que esta se detuvo en un sobre que reposaba sobre la mesita de centro.
No quería ser entrometida, después de todo era una intrusa en un hogar que no le pertenecía, pero la dirección del remitente escrita en aquel sobre de papel hizo que su piel se erizara.
"Nicholas Collins
York, Inglaterra"
Sin pensarlo, tomó el sobre entre sus manos, aliviada de que este ya estuviera abierto, y sacó la carta de su interior, temiendo lo que podría estar escrito en ella.
"Mi hermana ha sido hechizada por una bruja [....] Incluso cuando se ha arreglado un matrimonio, ella llora por la ausencia de esta mujer [...] Entiendo que su nombre es Margaret de quien desconozco su apellido[...] Mis fuentes me dicen que huyó a Canadá [...] Deseo contratar sus servicios, Señor McAbee, para cazar a esta hechizera y romper el embrujo de mi querida hermana [...] Viajaré a América, tan pronto usted responda a esta carta.
Atentamente, Nicholas Collins. "
-¡Peggy, ven a ver esto! - exclamó Lilith, sacando la cabeza por el umbral de una puerta.
Peggy se puso de pie, casi de inmediato, causando que Lilith se alertara. Comenzó a caminar por la casa, envuelta en una terrible sensación de adrenalina.
Al llegar con Lilith, encontró en la habitación cientos de libros y hojas que se esparcian por el lugar, al igual que pizarras llenas de notas e información, toda una investigación dedicada a temas sobre magia.
Peggy tomó una de las libretas que descansaban sobre el escritorio y comenzó a leer sus páginas, notando que todas hablaban sobre brujas y magos, todos diferentes y específicos.
Se detuvo en una donde leyó un nombre familiar y las notas que contenía.
"Agatha Heartless"
Leyó las notas que acompañaban el nombre de aquella bruja que alguna vez había sido su amiga, notas que hablaban sobre su ubicación y la clase de magia que utilizaba y, al final, una pequeña anotación que decía "¿muerta?"
Continuó leyendo las siguientes páginas, pasando nombres que no conocía y deteniéndose en los que si.
Uno de ellos siendo: "Zoe Ashildr", con la misma clase de notas que las demás.
Hasta que llegó a una de las últimas páginas.
"Margaret (No hay apellidos)
-Elora, Ontario, Canadá (Ubicación actual)
-Magia negra
-Conoce de botánica
-Tiene un niño (¿El niño hace magia? ¿Que hacer con el niño?)
-No parece peligrosa."
-¿Qué haces aquí?- preguntó McAbee, quién recién entraba a la habitación.
La bruja se asustó en un principio, pues estaba concentrada leyendo el expediente que el hombre había hecho para ella.
-¿Que es esto?- preguntó, señalando la libreta en su mano.
McAbee levantó la cabeza con arrogancia, mientras ocultaba sus brazos detrás de su espalda.
-Un simple negocio.- respondió.
-¿Matas personas como negocio?-
-Extermino brujas como negocio.- aclaró.
Peggy sonrió, sus propios nervios obligándola a reaccionar de tal manera.
-Entonces supongo que no me vas a proponer matrimonio.- dijo ella con sarcasmo.-¿Verdad?-
McAbee dejó caer sus hombros, acompañado de un largo suspiro, causando que sus ojos azules se ensombrecieran.
-En otras circunstancias, tal vez lo hubiera hecho.- dijo.
Antes de que el hombre pudiera dar un paso hacia ella, Peggy le detuvo, inmovilizando su cuerpo con magia.
La castaña se paseó por el lugar, pasando su dedo índice por cada papel, libreta y archivo que encontrara, haciendo que este se quemara ante los ojos de McAbee.
El hombre solo podía quejarse, hasta que la hechicera terminó de destruir lo que fueron años de investigación y notas.
-Yo no "hechicé" a la hermana de Collins.- dijo Peggy.- Agatha está muy muerta; Zoe se enterará de esto; tu jardinero tambien es un mago y tu no vas a volver a matar a ninguna bruja. Nunca. -
El hechizo de sueño fue instantáneo y logró que el hombre cayera dormido con facilidad.
-Lo que sea que pienses hacer, por favor meditalo bien.- dijo Lilith.- Tu mente es frágil y fácil de romper.-
No borró mucho de su memoria, sólo lo suficiente para que el hombre olvidara su actual empleo y, sin evidencias de las brujas que buscaba, no recuperaría pronto su memoria.
-Aww, yo sí quería casarme.- susurró Peggy al cuerpo inconsciente, antes de salir con rapidez de la casa.
-¿Está usted bien? - preguntó Hisirdoux al encontrarla en el patio.
-No.- respondió ella.- El Señor McAbee es un cazador de brujas, le recomiendo que se vaya lo más lejos posible.-
Hisirdoux encogió los hombros.
-Eso era un poco obvio.- dijo.
-¿Usted lo sabía?- preguntó ella.
-No se debe ser muy listo para hacerlo.- respondió el peli negro.
Peggy se quedó un momento en silencio, procesando que, según este mago, ella había sido o muy ingenua o muy tonta como para caer en aquella trampa.
No negaba que, probablemente, tenía razón, pero aún así heria su orgullo. Sus pensamientos la llevaron pronto a suponer lo peor.
Si este mago, el dicho aprendiz de Merlín, sabía sobre los trabajos de McAbee, entonces no le costaría mucho descifrar quién era ella y lo que le había hecho.
Temía que él pudiera delatarla y, por ende, causar que volvieran a perseguirla.
Al igual que a McAbee, Peggy usó su magia en contra de Hisirdoux y su familiar, logrando borrar los recuerdos que pudieran tener en común, solo para asegurar el bienestar de ambos.
Al menos, eso quería pensar.
Miantras caminaba fuera de la propiedad de McAbee, lograba sentir el creciente dolor de cabeza que surgía y, ahora, la carencia de sus memorias.
Había olvidado el nombre de aquel jardinero, dejando sólo indicios e imágenes de sus ojos ámbar que, por alguna razón, no deseaba olvidar por completo.
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✨BONUS✨
Marius disfrutaba los paseos en tren, claro, cuando iniciaban, después solo se ponía necio y de mal humor, contagiando su negatividad a Peggy.
Aquel viaje, sin embargo, Marius parecía estar más cansado que irritable. Tal vez se debía a esta nueva e inesperada mudanza la cual, ella sabía, el niño odiaba.
Se había disculpado más veces de las que debía y, aún así, no parecía que el niño quisiera contentarse.
Sin embargo, durante una parte del viaje, el niño subió a su regazo y se acomodo para una siesta, como siempre solía hacerlo.
-Est-ce que tu chantes?- preguntó el niño. ¿Cantas?
Ella rodó los ojos, pero asintió.
"The other night dear, as I lay sleeping
I dreamed I held you in my arms
But when I awoke, dear, I was mistaken
So I hung my head and I cried."
Retiró un rizo rebelde que caía por el rostro del niño y pasó algunos otros por detrás de su oreja.
"You are my sunshine, my only sunshine
You make me happy when skies are gray
You'll never know dear, how much I love you"
Tomó uno de los abrigos extras que llevaba y lo colocó sobre el niño que ahora dormía en sus brazos, mientras lo mecia con cuidado.
"Please don't take my sunshine away..."
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*llora*
Holaaa
Ahh capítulo especial con un bonus adorable/muy triste😭✋🏻
Tengo uno o dos capítulos especiales que quiero hacer, pero igual siempre pueden dejar sus peticiones sobre lo que les gustaría leer y pues ahí hacemos lo que podemos xd
Como sea, Hisirdoux, flaco de mi corazón, algún día dejaran de borrar tu memoria lo prometo✋🏻
Hola? 4,700 palabras? Me duelen los dedos💀
En fin...
Pd1: la canción que Peggy esta cantando es "You are my Sunshine" de Johnny Cash
Pd2: Todo lo que Marius dice en francés lo estoy traduciendo con goggle, no me juzguen💀✋🏻
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