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Pequeño Ladrón

-Prince Edward Island, Canada-
-1807-

No iba a negar la gran sorpresa que se había llevado al saber que se dirigía hacia Canadá.
Ni siquiera se había molestado en desear saber a dónde podía llevarla aquel barco al que subió al salir de York.

Sinceramente, jamás pensó que la llevaría al otro lado del océano, pero no se podía quejar.

De este lado del mundo, no había cosa que pudiera recordarle lo roto que estaba su corazón.

Había encontrado una pequeña casa, apenas más grande que la que ocupaba en Inglaterra. En un pequeño campo desolado, alejada del pequeño pueblo que, a diferencia de sus grandes casas, rebosaba de alegría.

El llamado de la puerta la sacó de sus pensamientos y la obligó a dejar sus maletas de lado.

Al abrir la puerta, se encontró con una mujer de mediana edad, de piel arrugada y con sutil tono rosado.

-Escuché que alguien se había mudado a esta fea cabaña.- decía la mujer.- Pero no esperaba que ese alguien fuera alguien tan bonita como tu.-

Peggy sonrió incomoda, pero aquella mujer no le dio tiempo de responder.
-Joven, bonita y, por lo que veo, soltera también.- decía la mujer observando el dedo anular de Peggy.- Tendrás mucha suerte por aquí.-

La Señora Hall era aquella vecina entrometida, siempre con sus narices donde nadie la llamaba pero, muy en el fondo, la Señora Hall era una buena persona.

-Mis hijos son muy buenos.- solía decir aquella vigorosa mujer.- Sobre todo mi querido Joseph, te aseguro que él haría de un magnífico esposo.-

Peggy siempre reía con aquellos sutiles e intencionados comentarios por parte de la mujer, que también hacía de casamentera para sus hijos.

Aquellas ideas vagaban en su mente mientras se encargaba de su nuevo jardín.
Las plantas tenían vivos colores y exquisitos aromas.

-Tienes buena mano con la jardinería.- solía decirle la Señora Hall al observar con envidia las vivas y campantes plantas que en el crecían.

Aun de rodillas en el suelo, se percató de lo extrañamente vacía que se encontraba uno de sus arbustos de bayas.
No había ni una sola baya por la parte trasera del arbusto, lo que le daba a entender que la planta no estaba enferma, sino que estaba siendo saqueada.

-Margaret, querida.- la voz de la Señora Hall la sacó de debajo del arbusto.

Peggy se puso de pie enseguida y limpio la tierra restante de su cuerpo.
-¿En que le puedo ayudar, Señora Hall?- preguntó Peggy amablemente.

°°°°

Caminaba por el pueblo, con la Señora Hall a su lado.
-Tendrás muchas visitas estos días.- había dicho la mujer.-No puedo permitir que les recibas con esa fea vajilla que tienes.-

Caminaba sin cuidado entre las personas. Se sentía terriblemente cansada, tal vez por el agotador viaje a pie desde su pequeña granja hasta el centro del pueblo.

Hicieron una rapida parada a una tienda de antigüedades.
Peggy se acercó a uno de los mostradores para observar algunos relojes de bolsillo.

-Un gran obsequio para cualquier caballero.- dijo una voz detrás de ella.-¿No lo cree, usted?-

La encargada de la tienda estaba ahora frente a ella, ofreciéndole una amable sonrisa.

-Por supuesto, si tuviera un caballero a quien comprárselo.- dijo Peggy, con la intención de hacer una sutil broma.

La mujer la observó con cuidado, tiempo que Peggy uso para identificar su energía.
Esa enfermiza sensación comenzó a recorrer su cuerpo, era un sentimiento tan confuso pero tan claro a la vez.

Un cambiante.
"Genial, no llevo ni una semana aquí y tendré que mudarme otra vez" pensó Peggy.

-¿Usted es la nueva vecina, verdad?- preguntó la mujer, haciendo que Peggy asintiera.

-Margaret.- dijo Peggy. La mujer hizo un ademán con la cabeza mientras levantaba la ceja, deseando saber también su apellido. Peggy percibió el gesto.-...Le Fay...- dijo con voz temblorosa.

No le era muy placentero usar ese apellido, sobre todo porque jamás vio a Morgana como una madre, sino más bien como mentora.
Pero no recordaba su propio apellido, así que usaba el de Morgana sólo cuando era terriblemente necesario.

-¿Francesa?- preguntó la mujer.

-Inglesa.- respondió Peggy.

La mujer entre cerró sus ojos para analizarla más a detalle.
-Me pareces familiar.- dijo la mujer.- Me parece que tu hermana es muy amiga mía.-

Un escalofrío recorrió su espalda.
-¿Mi hermana?- preguntó Peggy.

La mujer asintió.
-Nomura.- respondió.- Qué alegría saber que después de tantos años buscándote te haya encontrado ¿Como esta ella, por cierto? La extraño tanto.-

Nomura

No había escuchado ese nombre desde aquella noche en Troyes cuando ella misma lo mencionó.

No había continuado con su búsqueda, de hecho, hasta se había convencido de que Nomura había muerto.

-Me temo que no se de quien me habla.- dijo Peggy casi en automático.-Yo no tengo hermanas.-

La mujer guardo silencio, incluso cuando su rostro mostraba pura sorpresa.

-Oh.- exclamó la mujer.- Creí que...No importa.-

Y, después de dedicarle una sonrisa, la cambiante siguió con sus tareas.

°°°°

Se había apresurado a volver a su casa tan pronto pudo deshacerse de la compañía se la Señora Hall.

Al cerrar la pequeña puerta del jardín, Lilith salto desde dentro de su bolsillo, dejando su forma de roedor para convertirse en el pequeño gato atigrado que solía ser.

-Enhorabuena.- exclamó Lilith.- Ahora me imagino que iremos en busca de Nomura una vez más.-

Peggy observó el horizonte y como el sol apenas comenzaba a descender, dejándole, tal vez, dos horas de luz.

Tomó una de las pequeñas canastas que guardaba en un baúl en el jardín y comenzó a cosechar las frutas y vegetales que ya habían madurado.

-¿Sucede algo, niña?- preguntó Lilith al ver cómo Peggy no respondía, sino que se dedicaba, de una manera muy ruda, a la cosecha de su jardín.

-No iremos por Nomura.- respondió Peggy.- De hecho, voy a cosechar mi jardín, entraré a mi casa, tomaré una agradable taza de té, me iré a dormir y seguiré con mi vida.-

-Pero...- intentó decir Lilith antes de ser interrumpida.

-Oye, se lo que piensas, pero...- Peggy hizo una pausa para tomar una gran bocanada de aire antes de hablar.- Yo de verdad esperaba morir a los treinta años, así que toda esta situación... Bueno, me abruma un poco...-

Lilith no dijo, sino que dejó que Peggy hablara con naturalidad.
-Solo quiero dejar todo eso atrás y, no lo sé, tener una vida normal.-

Lilith se sentó frente a ella, poniendo una de sus patas sobre la mano de Peggy.
-Una "vida normal".- dijo Lilith.- Solo le puede pertenecer a una persona normal.-

Peggy la veía con atención, mientras analizaba sus palabras.
-Creí que íbamos a avanzar.- dijo Peggy casi en susurro.

-Para avanzar, hay que mirar hacia atrás.- respondió Lilith.- No puedes enterrar tu pasado, Peggy. No importa cuántas vidas finjas vivir. Al final del día, debajo de ese disfraz, siempre serás tú.-

Un sonido proveniente del mismo arbusto que había inspeccionado aquella mañana las hizo saltar de su lugar.

Se acercó con cuidado y, lentamente, movió las ramas que impedían su visión.
Su mirada se detuvo y su cuerpo se paralizó al toparse con esos grandes y brillantes ojos grises.

El niño, quien se encontraba del otro lado de la cerca, la observaba tal vez tan impresionado como ella.

Uno de sus cortos brazos cruzaba por en medio de la cerca, sin embargo, este ya no alcanzaba a tomar ninguna de las bayas que el arbusto tenía.

Peggy comenzó a sentir una débil energía provenir del niño, pero no era como la energía que rodea a los mortales.
No, era magia.

Una magia tan pura y pequeña, apenas lo suficientemente fuerte para ser detectada.

-Hola...- dijo ella en el tono mas amigable posible. No sabía cómo dirigirse hacia los niños, jamás le habían gustado, así que siempre evitaba interactuar con ellos.

Pero lo que aquel niño hizo, no fue para nada lo que ella esperaba.
El niño sacó con rapidez el brazo de la cerca, que Peggy pudo ver como este se había atorado levemente entre la madera.

Peggy se puso de pie deprisa y corrió hacia el otro lado de la cerca, encontrándose con el niño más atemorizado que alguna vez hubiera visto.

El pequeño Sostenía su brazo, el cual Peggy imaginaba se había lastimado en su intento de escape.

-Oye, esta bien.- decía ella.- no te voy a hacer daño.-

El niño la veía con genuino temor, pero, a pesar de todo, logró formular algunas palabras.

-Voulez-vous me blesser?- preguntó el niño. ¿No va a lastimarme?

-Je ne te ferai pas de mal, je te le promets.- respondió Peggy. No voy a hacerte daño, lo prometo.- Comment tu t'apelles?.- preguntó. ¿Como te llamas?

El niño trago saliva, aún sin acercarse a ella.
-Marius.- respondió el niño.

°°°°


Peggy había invitado al niño a pasar a su hogar. De igual manera había atendido su brazo, nada serio, solo algunos rasguños. Y, finalmente, le había ofrecido algo para comer.

Tuvieron una larga conversación, la cual Peggy pudo entender a la perfección. No había pasado los últimos cuatrocientos años aprendiendo diferentes idiomas para nada.

Logró entender que el niño, Marius, vivía sólo con su madre a las afueras del pueblo, habían vivido toda su vida en Francia pero, al morir su padre, viajaron hasta Canadá.

Sin embargo, su madre llevaba meses enferma y no era capaz de levantarse de su cama, así que el niño debía hacerse cargo de, básicamente, todo, a su corta edad.

Cinco años. Un niño de cinco años, con una madre enferma y totalmente solo.
Su corazón le dolía al saber que ese niño, en su soledad en inocencia, era igual a ella, o, al menos, a lo que había sido.

Un niño con magia en su sangre, bajo el cuidado de una mujer que no podía ni con su propia alma.

Si, de alguna forma eran iguales.

Preparó una canasta rebosante de alimentos para que el niño llevara a casa y pudieran alimentarse tanto el como su madre.

Durante el camino, Peggy se dejó impresionar por las miles de palabras que él niño balbuceaba.
Le parecía divertido ver como el pequeño batalla a con decir algunas cosas, cambiaba de tema abruptamente o simplemente se perdía viendo el paisaje a su alrededor.

No le agradaban los niños. Eran ruidosos y molestos, al menos la mayoría.
Pero Marius le hacía sentir una cálida sensación en su pecho. Un maternal sentimiento, como si sus entrañas le exigieran tener un niño propio.

Negó para sus adentros.
"Que idea tan... Incoherente. No puedes ni cuidar de ti misma ¿Como podrías cuidar de un bebé? No. No podría condenar a una criatura inocente a vivir mi vida."

A los pocos minutos llegaron a la pequeña choza, hogar de Marius y, una vez que el niño hubo dado las gracias y se había despedido, Peggy se retiró, no sin antes asegurarle al niño que siempre podía contar con ella para lo que fuera.

°°°°

El camino de regreso fue, de cierto modo, más silencioso.
Lo único que escuchaba eran sus propios pensamientos.

Era horrible que, al recién llegar, ahora debía marcharse por miedo a los cambiantes.

Ninguno la había atacado desde hacía, al menos, cien años. Pero la idea de morir, a pesar de que muy en el fondo le era tentadora, también la llenaba de miedo.

Como si la hubiera llamado, la cambiante se hizo presente.
-Vaya que este es un mundo pequeño.- dijo.-¿No es así, Margaret?-

Peggy visualizó a la mujer de la tienda que había conocido aquella misma mañana.
-¿Es costumbre de ustedes, Hijos de Morgana, vagar solos por la noche?- preguntó la cambiante.-

-No se de lo que me habla.- dijo Peggy, haciendo como si no entendiera.

La cambiante soltó una pequeña risa.
-No finjas, niña.- dijo.- Yo se quien eres. Eres su hija.-

Hubo un silencio mortal, pero sólo duró unos segundos.
-¿Disfrutaste tus vacaciones, linda?- preguntó la cambiante.-Espero que si, porque te hemos estado esperando para que cumplas con tu promesa. Todo está listo para tu visita.-

Peggy sonrió con sarcasmo.
-Te lo agradezco, pero estoy bien así.- respondió Peggy, dándose la vuelta.

-Ella dijo que tu nos dirigirías.- exclamó la cambiante.- ¿Puedes imaginarlo? Miles de cambiantes bajo tu poder, luchando para liberar a la Reina Eldrich de su eterna prisión...¿No sería magnífico?-

Peggy se detuvo.
-Yo no quiero liberar a nadie.- dijo Peggy, aún dándole la espalda.

-¿Y que pasará cuando ella vuelva?- preguntó la cambiante.- ¿No harás nada?- la cambiante caminaba hacia ella y la sostuvo del mentón, obligándolo a hacer contacto visual.- Sería una pena que tu bonito rostro se pudriera con el resto de la humanidad.-

Peggy no se movió ni un poco, mientras la cambiante seguía tocando su rostro.
-No creas que eres mejor que nosotros.- dijo la cambiante.- No eres más que otro de sus peones en este juego. Tu, bruja, así como el resto de los de tu clase, eres tan impura como cualquier cambiante.-

Ahí.

Fue ahí donde Peggy no pudo soportar más.
Sin previo aviso tomó la muñeca de la cambiante y la apretó con fuerza. Mientras la sostenía, magia emanaba de su mano, quemando la piel humana de la cambiante.

-No te confundas.- gruñó Peggy.- Yo fui educada por Morgana. A mi se me dio la oportunidad de unirme a ella. Pero tu fuiste creada para esto. Tu no tienes opción.-

La cambiante se retorcía del dolor ante la quemadura que estaba experimentando y también gracias al fuerte agarre de la castaña.

-Si tu mueres, a nadie le importaría.- dijo Peggy, ignorando el dolor de la cambiante.- Pero si yo muero, ella quemará todo por mi.- la cambiante ahora estaba de rodillas.- Así que eso debería ser suficiente para saber que tu y yo no somos iguales.-

Peggy soltó la muñeca de la cambiante, la cual rápidamente comenzó a sollozar.

-Asegúrate de que los tuyos entiendan el mensaje tan bien como tu.- dijo Peggy en un tono venenoso, tomando el mentón de la cambiante, justo como había pasado antes.- Yo no voy a unirme a ustedes. Ni hoy ni en mil años.-

Soltó a la cambiante de una vez por todas, y siguió con su camino de vuelta a su casa.

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Jsjs hola

Un poco tarde, no pienso negarlo
Estuve enferma la semana pasada y la vdd no podía con mi miserable alma. Además tenía que hacer tarea.

Al parecer estar al borde de la muerte no es excusa suficiente para no hacer tarea😾😔

Pero bueno, aquí estoy, vivita y coleando, sintiéndome mucho mejor.

Esperen el capítulo del sábado (de suponer que habrá xd) y pues nada eso es todo jsjs bai❤️🧚🏻‍♀️

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