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Entre Velas Y Recuerdos (Especial De Aniversario)

-Londres, Inglaterra-
-1816-

Marius estaba irritado y ella lo sabía. Principalmente por haberlo obligado a ir hasta Londres con ella, aún más cuando él deseaba quedarse en Francia.

Ella no tenía problema en dejarlo solo, sobre todo porque Marius ya casi cumplía los quince años de edad. Sin embargo, solía dejarle sólo cuando ella salía al mercado o a la universidad donde solía impartir sus clases. No cuando debía salir del país.

Y, aún cuando Marius había prometido que se comportará si es que le dejaban solo, Peggy no estaba del todo convencida de que eso fuera cierto, pues el niño tenía ciertas tendencias a causar problemas, aunque fueran insignificantes y minúsculos.

Así que, ahora, después de horas de viaje, se enfrentaba al mal humor de su adolescente acompañante.

-¿Podrías, por favor, quitar esa mueca de tu cara?- pidió Peggy al verlo.

Marius estaba echado en su asiento, con un libro en sus manos y una, muy notable, expresión de molestia en su rostro.

Al oir a su madre, Marius rodó los ojos con fastidio. Por supuesto que, al notar tal gesto, la castaña le golpeó el brazo con el libro que ella misma sostenía en sus manos, ganándose una queja de parte del más joven.

-Compórtate, niño.- exigió la bruja.

Marius se enderezó en su asintió a la par que gruñia.
-Deja de llamarme así.- respondió Marius.- Ya no soy un niño.- murmuró lo último en voz baja.

-Entonces deja de actuar como uno.- reprochó.

El muchacho se quejó una vez mas.

-¿Por que estamos aquí?- preguntó Marius sin despegar la vista de la ventana.

-Vamos de visita.- respondió ella sin levantar la vista de su libro.

-¿Pero por qué en tren?- preguntó Marius.

-Me gustan los trenes.- respondió ella.- Las vistas son lindas ¿no crees?-

Marius no dijo mucho después de aquello, incluso cuando no lograba entender porque su madre prefería viajar en tren en vez de usar magia.

A veces no comprendía muchas cosas sobre su madre y, aún cuando preguntaba, ella no solía dar buenas respuestas.

A unos minutos de llegar a la estación del tren en Londres, una fuerte lluvia se dejó caer de los cielos. Una tormenta que lograba estremecer a unos cuantos pasajeros y a la misma hechicera también.

Cuando bajaron del tren, aún llovía y no parecía haber indicio que terminaría pronto. No llevaban más que sus delgados abrigos y una pequeña, si no es que diminuta, sombrilla que iba a juego con su vestido, pero completamente inútil ante las enormes y frías gotas de lluvia.

-¿Vendrá un carruaje por nosotros?- cuestionó Marius, quien se encogia y temblaba ante cada corriente de gélido aire que chocaba contra su persona.

Peggy suspiró, ahora comprendía que debió haber avisado sobre su visita y no sólo llegar de sorpresa. Si hubiera avisado a sus anfitrionas, estaba segura que estas hubieran mandando un lindo carruaje a recogerles.

-No lo creo.- respondió ella.

-Entonces rentemos uno.- sugirió Marius con voz temblorosa por el frío de la tormenta.

La castaña ni siquiera se molestó en revisar sus bolsillos, ni el monedero que llevaba en su bolso de mano. Sabía que no había ni una sola libra (o cualquier otra moneda) que pudiera usar.

-No.- respondió Peggy.-Caminaremos, no está tan lejos.-

Sin dejar que el muchacho se opusiera, Peggy comenzó a caminar rumbo a su destino, ignorando las frías gotas de lluvia que golpeaban su cuerpo.

Cierto que no fue una caminata del todo larga, pero si lo suficiente como para empaparlos de pies a cabeza.

Cuando al fin llegaron a la casa de sus anfitrionas no pudo evitar sentir el dolor en sus oídos y en su nula capacidad de sentir su propia nariz.

Llamó a la puerta, esperando poder terminar con ese martirio. Solo esperaba que si hubiera alguien en casa.

-Santo cielo.- exclamó la rubia al verlos en tan terrible estado.

Sus narices y mejillas estaban rojas, sus labios morados y sus ojos cristalizados. Los rizos de Marius se habían roto con el aire y el agua del cielo y sus calcetas, alguna vez blancas y limpias, ahora estaban teñidas por el lodo.

La madre del joven no se veía mejor que él pues su peinado también se había desarmado, dejando sobre su cabeza un horrible desastre de mechones castaños y broches perdidos y su vestido era ahora un conjunto de arapos sucios.

-H-hola, ru-rubia.- tartamudeó Peggy.

Arabella ni siquiera le respondió, tirándoles a ambos del brazo les llevó hasta donde estaba la chimenea encendida, dejando los saludos para después y rogándole a los astros para que les diera una pulmonía.

Al entrar a la casa la castaña tomó una gran bocanada de aire, llenando sus pulmones de calor y sintiendo el alivio de la calidez.

-¿Que hacen aquí, caminando bajo la lluvia?- cuestionó Arabella mientras corría de aquí para allá buscando algo para que sus invitados se secaran.-¿Perdiste la cabeza, Margaret?-

-Desde hace algunos años.- respondió Lilith al salir de uno de los húmedos bolsillos de su bruja.

Se convirtió en un gato pequeño, completamente empapada, y se recostó frente al fuego.

Pasaron algunos minutos para que el agua de las bañeras se calentara lo suficiente como para combatir el frío de sus cuerpos, pero valió por completo la espera.

Marius se había retirado a dormir y Peggy esperaba que su mal humor se desvaneciera durante la noche, para que volviese a ser un radiante sol por la mañana.

Claro que sabía que eso era algo difícil de desear, pues Marius ya no solía resplandecer tanto como solía hacerlo cuando era más pequeño.

Aún así, era lindo pensarlo.

-Lamento llegar sin aviso.- dijo Peggy al sentir como Arabella llegaba a la sala de estar y se ponía comoda en uno de los sillones frente a la chimenea.

-No te disculpes.- respondió la bruja de vasija.- Siempre es agradable la compañía, aún cuando es inesperada.-

Peggy sonrió sin despegar la vista del fuego y de las llamas rojas que bailaban sobre la madera que se consumia con lentitud.

-Necesitaba salir de Francia.- dijo Peggy.-Solo un descanso, eso es todo.-

Hubo un silencio que no duró demasiado gracias a Arabella.
-¡Oh!- exclamó.- ¿Mañana es tu cumpleaños, no es así?-

Peggy asintió con ilusión.

°°°°

A la mañana siguiente, despertó con un ligero dolor en su garganta. Sin embargo eso era mejor que el resfriado que esperaba pescar.

Arabella había anunciado tener un día planeado para ella en celebración por su cumpleaños. Peggy había aceptado, aún cuando solía celebrar su cumpleaños en silencio y de las maneras más sencillas, confiaba plenamente en la bruja de vasija y su capacidad de celebración.

La mañana pasaba con prisa y lo único, o el único, que las retrasada era Marius quien se demoraba a propósito en forma de protesta hacia los planes de su madre y su amiga.

-Marius.- hablaba Peggy desde el otro lado de la puerta del muchacho.- Más vale que ya estés listo porque estás siendo muy descortés.-

Hubo un silencio que la castaña no podía decifrar.

-No encuentro mis zapatos.- respondió Marius al otro lado de la puerta después de algunos segundos.

-Muy conveniente.- maldijo Peggy entre dientes.

Arabella entró por el pasillo y fue testigo del mal humor mañanero que había en su hogar.

Peggy la saludó y se apresuró a buscar una taza de té que calmara sus nervios, dejando a la rubia plantada en el pasillo.

No pasaron más de diez segundos para que Marius, al no escuchar a su madre cerca, saliera con cautela de su habitación asignada.

-Buenos días.- saludó el muchacho a su anfitriona, quien fue rápida en pescarlo del brazo y detener su campante andar.

-Deberías quedarte aquí hoy.- dijo Arabella.

-¿Por qué?- preguntó él.

-Exasperas a tu madre.- respondió Arabella.-Y yo quiero que tenga un lindo día y se que tu lo harás difícil.-

Marius rodó los ojos e intentó librarse del agarré de la bruja, el cual era fuerte, y falló en su intento.

-Ella me exaspera también.- dijo al fin Marius.

La rubia soltó una carcajada.
-Eso hacen las madres.- respondió.- Solo quedate aquí y enfría tu cabeza. Puedes disfrutar de la soledad, supongo.-

Marius aceptó pues era una gran oferta. No le parecía lo más divertido ir caminando por la ciudad detrás de las brujas, cargando sus compras y escuchando sus chismes. Incluso había convencido a Lilith de quedarse con él, asegurándole asaltar la alacena al irse las brujas.

Despues de algunas horas en la ciudad, Arabella insistió ir con la modista, asegurando que un lindo vestido hecho a la medida seria su último obsequio para la castaña.

La modista parecía ser conocida de Arabella, pues la mujer le hablaba con calidez y amabilidad dignas de una gran amiga.

La habían hecho probarse varios vestidos, todos confeccionados con finas telas y elegantes cortes. Uno de ellos, el último, de una brillante tela verde olivo y un patrón de flores, con falda pomposa en la parte de atrás y plana por delante, una manga larga y sencilla y un escandaloso escote en v.

-Es hermoso.- dijo Peggy al verse a sí misma en el espejo.

-Y usted lo luce muy bien.- dijo la modista.- Es una pena que la temporada social haya terminado ya, hubiera tenido muchos pretendientes.-

Después de algunos de los ajustes y haberse quitado el vestido, la voz de alguien más entrando al local se hizo presente, haciendo que la modista las dejara por un breve momento.

Ambas brujas caminaron hacia la entrada de la boutique, una estancia dispuesta para los clientes que esperaban ser atendidos, y se sentaron en uno de los lindos sillones que ahí había.

-Insisto en que no es necesario que lo pagues.- dijo Peggy.

Arabella rodó los ojos.
-Es mi obsequio para ti.- respondió.-Ademas, es dinero de Zoe, no mio.-

Unas fuertes pisadas interrumpieron su conversación, atrayendo su atención hacia aquel repiqueteo.
Era una mujer de elegantes y refinadas prendas, con una belleza que sobrepasaba la juventud de la cual carecía. Su sola presencia las hacía enderezarse en sus lugares y bajar la cabeza.

-Listones y encaje.- habló la modista detrás del mostrador.-¿Es todo lo que llevará hoy, Señora Collins?-

Peggy levantó la vista casi al instante al escuchar ese conocido apellido.

Si, observándola con mayor detalle, lograba entonces reconocer a la madre de los hijos Collins. La madre de Nicholas, el hombre que la había atormentado más de una vez.

La madre de Bernie, aquella a quien supo querer con tanta ilusión.

-¿Señora Collins?- la llamó la castaña.

La mujer giró sobre sus tacones; sus cabellos, los cuales comenzaban a volverse grises, permanecieron inmóviles en su cabeza. Y sus fríos ojos azules, que al principio la observaron con curiosidad, ahora se iluminaban por el asombro.

-¡Margaret!- exclamó la mujer y, sin dar a aviso, se lanzó a estrecharla entre sus brazos.-Que alegría verte, mirate ¡no has envejecido ni un día!-

Peggy se sentía un poco desconcertada, era cierto, pero no iba a negar que la calidez del saludo le hacía sentir bastante bien.

-No habíamos tenido noticias tuyas desde tu repentina partida.- continuó la mujer.

-¿No hay rencores, cierto?- preguntó Peggy casi por inercia.

-Por supuesto que no.- respondió la mujer.-Mi hijo Nick es un mal perdedor. Lamento que te haya puesta en esa incomoda situación y, aún peor, causar que te fueras. Mi pobrecita Bernie ha sufrido tanto tu partida.-

Su corazón dio una vuelta al escuchar el nombre de aquella mujer.

-¿Cómo está ella?- preguntó Peggy con cautela.

La mujer pareció notarlo y solo se limitó a sonreír con pena.

-Tan bien como se puede estar con un corazón roto.- respondió la mujer.-Deberías visitarla alguna vez, le animarías la vida entera.-

Peggy sonrió con tristeza.
-Tal vez lo haga.- respondió.

Después de despedirse tan calidamente como había saludado, la mujer se retiró de la tienda y comenzó a caminar hacia el carruaje que la esperaba.

Arabella estaba entretenida con la modista y mientras ellas se concentraban en su conversación, Peggy se enfocaba en ese vacío que crecía dentro de su pecho.

Salió de la tienda con rapidez y corrió en dirección al carruaje de la señora Collins. Había mucho movimiento en las calles de Londres, así que el carruaje no fue tan fácil de alcanzar.

Tocó la ventanilla, aún mientras corría, logrando captar la atención de la madre de Bernie, quien fue rápida al ordenar detener el carruaje.

Un joven bajó desde el asiento del chófer, soltando las riendas del elegante Frisón que tiraba del carro.

-¿Esta usted loca?- cuestionó aquel caballero de negros cabellos y unos ojos ambar que lucían más que familiares.

-Debo hablar con la Señora Collins.- respondió Peggy, haciendo caso nulo a su sentir o a la pregunta del joven.

-Debe salir de la vía, harán que la maten.- decía el joven mientras intentaba guiarla con delicadeza fuera del carruaje.

Pero ella protestó, aun cuando aquel delicado encuentro comenzaba a volverse rudo. Incluso la bestia atada al carruaje relinchaba y resoplaba con vigor como si, al igual que su amo, estuviera en su contra.

La mujer bajó del carruaje al ser testigo de la conmosion y, deseaba que no, protagonista de un escándalo en la vía pública.

-Dígale a Bernie.- comenzó Peggy sin dar oportunidad a que la mujer la cuestionara.- Que ojalá las cosas hubieran sido diferentes y que jamás dejaré de quererla.-

La madre de Bernie guardo silencio hasta que una sonrisa ocupó su rostro, haciendo relucir cada una de sus arrugas en un gesto de pura felicidad.

-Así lo haré.- respondió, dando una seña al muchacho, quien fue rápido al retomar su lugar como conductor.

Arabella la alcanzó segundos después de que el carruaje de los Collins había partido. Deseando saber toda la verdad sobre aquel encuentro.

Sin embargo, no hizo ni una sola pregunta al respecto. De alguna manera, la bruja de vasija presentía que no era un tema fácil para su querida amiga.

Ella decidiría si contarlo, o no.

✨Bonus bonus✨

Habían notado la sospechosa nube de humo, pero, simplemente la ignoraban, deseando que no fuera nada importante.

Por supuesto que, cuando llegaron de regreso a casa de Arabella, no pudieran más que asegurar que aquella nube gris provenía de uno de los costados de su casa.

-¿La chimenea, tal vez?- preguntó Peggy, tratando de aligerar un tenso ambiente.

-No tengo una chimenea en la cocina.- exclamó la rubia antes de echarse a correr.

Entraron a la casa y corrieron hasta la cocina donde encontraron a Marius, cubierto por harina de pies a cabeza. La estufa de leña ardía con llamas que llegaban hasta el bajo techo de madera, el cual se consumía con lentitud.

El muchacho, quien, accidentalmente, ventilaba el creciente fuego con una toalla de tela, volvió su vista con rapidez hacia las brujas que recién llegaban.

-¡Madre!- exclamó y ocultó la toalla de tela detrás de sí.

En cuestión de segundos, las brujas apagaron el fuego con su magia y algo de agua.

-¡¿En que estabas pensando?!- cuestionó Arabella al ver los daños en su adorada cocina.

Marius, al borde de las lágrimas, relató como él y Lilith planeaban hornear algo para Peggy. Sin embargo, no habían conseguido encender el fuego de la forma tradicional, por ende, Lilith había usado su propio fuego para encender la pequeña estufa.

Ambos juraban que, de alguna forma, todo se salió de control.

Arabella estaba más que furiosa y no habló con Marius por el resto de la visita, incluso cuando este prometió reparar todos los daños con sus propias manos.

Aún así, Arabella le aseguró que nunca, NUNCA, lo dejaría entrar a su cocina de nuevo.

Cuando llegó el momento de irse, pese a todas las emociones habidas desde el momento de su llegada y hasta su partida, había sido un buen cumpleaños.

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Especial de cumpleaños yeyyyy

🎶Despierta, Peggy, despierta. Mira que ya amenecioooo ya los pajarillos cantaaaan, la luna ya se metiooooooo🎶
*le canta las mañanitas a la Margarita*

Como sea, feliz cumpleaños hija mía, gracias por existir y salvarnos de la locura uwu

Este especial se me ocurrió el año pasado jsjsj así que tuve que esperar un año completo para escribirlo😭

No lo nieguen, todes queríamos ver a un Marius adolescente rebelde y odioso que estresa a su mamá y quema la cocina de su tia la güera✨
LaChicaEterea

Y el otro día estaba pensando en que si Bernie se hubiera fugado con Peggy, Marius hubiera tenido 2 mamás *llora pero comienza a escribir otra historia en una línea del tiempo alterna👀*

Ah, no se crean.... O si?😳

Nos leemos luego chiquilles *les manda un besito*

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