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67| Pequeñas charlas


ERA LA PRIMERA VEZ QUE AGATHA DORMÍA LUEGO DE UN PAR DE SEMANAS INTENSAS. Empezaron a duplicar las personas que estaban en guardia y también a multiplicar los hechizos de protección —añadiendo más polvos de aglaofotis por recomendación de Lucius Malfoy— para poder estar más tranquilos. Además, descartaron los turnos de guardia de Agatha porque reconocían que la chica necesitaba un descanso. No podían continuar sin que ella estuviera lo suficientemente descansada o todo terminaría mal.

Ahora más que nunca requerían de los poderes de Agatha.

No tenían las habilidades necesarias para enfrentarse a un grupo de vampiros, de modo que lo mejor que podían hacer era confiar en los poderes de la chica Malfoy. Eran los mejores modos de ataque que podían pensar.

Por eso la dejaron descansar durante varios días y Agatha durmió más de lo que había hecho en meses. Quizá desde la muerte de Dianne. Realmente lo había extrañado, pero lo encontraba raro tomar siestas durante el día espontáneamente y despertar en horas al azar, pero sin tener que mantenerse despierta si no lo quería.

Fue por esa razón no se sintió confundida cuando se despertó en medio de la noche y lo primero que escuchó fueron los sutiles ronquidos de Skylar a su lado. La chica pelirroja incluso la estaba rodeando con una de sus piernas.

«Skylar me está echando la patita al dormir», fue lo único que pudo pensar al levantarse. Se desperezó, quitándose el sueño que todavía estaba nublando sus sentidos y se dirigió a lavarse los dientes. Contó mentalmente las cabezas de las personas que se encontraban en el interior de la tienda y trató de recordar quiénes se encontraban de guardia.

Una sonrisa se asomó en su rostro al saber quiénes eran y buscó sus botas y una sudadera antes de salir de la calidez de la tienda. No importaba que estuvieran en primavera, no iba a tolerar la brisa de medianoche. Prefería mantenerse cálida al estar en el exterior.

La noche, al contrario de muchas otras, desprendía calma y serenidad. Aunque no sabía si era un mal augurio, un símbolo de la paz antes de la catástrofe, pero de todas formas estaba agradecida de que tuvieran un momento para respirar antes de que fueran lanzados a la realidad al amanecer. Necesitaban continuar con la búsqueda del zafiro, así que se aseguraría de aprovechar quizá su última noche de calma antes de que todo se fuera al caño.

Encontró a James sentado junto a Fred II en extremos opuestos de la fogata que habían realizado y le tocó el hombro al chico Weasley, haciéndole un gesto de que se fuera al interior de la caseta.

—Está bien —aseguró—. No creo que pueda dormir en una semana luego de todo lo que dormí.

Fred le dedicó una mirada a James y luego encogió los hombros, aceptando a Agatha como un relevo. Se encontraba demasiado cansado como para protestar. Aprovecharía las horas de sueño que tendría antes del amanecer.

Agatha rodeó la fogata, sentándose al lado de James, enredando su brazo con el de él. James inmediatamente entrelazó sus manos, sonriendo levemente al tenerla tan cerca. Cómoda con la posición, apoyó la cabeza en el hombro del muchacho, sintiéndose refugiada y tranquila.

—¿Dormiste bien? —preguntó James.

Ella asintió.

—Más que bien.

—Me alegro. Lo necesitabas.

Ambos se sentían en la cúspide de la calma. Solo disfrutando del momento que estaban teniendo. Últimamente estaban acompañados por sus amigos y sus horarios de guardia pocas veces estaban coincidiendo, de modo que no pasaban tanto tiempo juntos como les gustaría. También estaba el hecho de que Lysander era partícipe de la misión y no querían echarle en cara la sólida relación que estaban construyendo.

Todavía seguía siendo incómoda la dinámica entre ellos. A pesar de que Lysander actuaba como si no le afectara, eran conscientes de que seguía siendo un terreno sensible que no debían tocar mucho. Comprendían si Lysander se sentía mal al verlos tan cercanos porque lo habían herido bastante, pero también sabían que poco a poco tenía que superarlo.

No iban a pasar todas sus vidas siendo precavidos con la forma en la que se demostraban afecto y cariño solo porque a Lysander le dolía. Ellos tenían que seguir reforzando su relación.

—¿Ha estado todo tranquilo? —curioseó Agatha.

James resopló un poco.

—Creo que lo sabrías si no lo hubiera estado —respondió con un toque de obviedad.

Pero Agatha lo sabía. Solo quería confirmarlo antes de hacer lo que estaba pensando.

Desenredó su brazo del de James y llevó las manos a ambos lados del rostro del muchacho, halándolo en un beso lento. Él aceptó la caricia durante cinco segundos, pero se apartó, arqueando una ceja.

—Todos están durmiendo —dijo en un susurro—. No vamos a hacerlo, pero podemos aprovechar un poco el tiempo que tenemos. Solo nos besaremos.

—¿Solo besarnos? —inquirió él.

Agatha le dio un ligero golpe en el hombro.

—No seas tonto. Me gustas mucho, pero no me interesa que un insecto me pique en el trasero.

James se rio silenciosamente.

—Oye, al menos aquí no está tu padre para que nos vuelva a encontrar —bromeó.

Las mejillas de Agatha se encendieron por la vergüenza que la cubrió en ese instante. El recuerdo de ese incómodo momento le hirvió la sangre. No podía creer que eso realmente hubiera pasado. No solo su padre sospechaba que habían hecho algo más que dormir, sino que su madre también había descubierto que tuvo sexo con James.

Merlín, jamás iba a poder quitarse esa vergüenza del sistema. No podía creer que tenía tan mala suerte como para que eso le sucediera.

—¿Tenías que arruinarnos el momento? —cuestionó rodando los ojos—. ¿Qué tienes con mencionar a mis parientes cuando estamos teniendo un momento romántico?

James ahogó su risa en el cuello de Agatha.

—Lo siento, Agatha —murmuró, aunque todavía sonreía con diversión.

La verdad es que se reía en ese instante porque sabía que el padre de Agatha no estaba en ningún lugar cercano. Aquel día en el que fueron atrapados juró que iba a morir a manos de Draco Malfoy. Pudo ver por qué Agatha era tan explosiva, tenía los genes de su padre y de su madre unidos. El genio de Hermione Granger no era el mejor del mundo cuando se molestaba y si a eso se le sumaba la frialdad de Draco Malfoy era una mezcla explosiva.

—Deberías estar besándome, sabes...

—¿Quieres que tu hermano nos encuentre esta vez?

Estaba buscando molestarla, pero Agatha solo sonrió astutamente.

—Siempre puedes chantajearlo con el hecho de que él besó a tu hermana —dejó la información caer sutilmente.

La sonrisa de James se borró de inmediato y fue sustituida por un ceño fruncido.

—¿Cómo que se besó a mi hermana? —interrogó.

Agatha apretó los labios en una fina línea para reprimir las ganas de reírse. Ahora era su turno de molestarlo, aunque quizá tuviera unas pequeñas consecuencias en la forma en la que se encontraban viviendo. Sin embargo, confiaba en que James había madurado un poco y que no haría un gran escándalo del asunto.

—¿Por qué creías que Hugo y Scor estaban peleando la otra vez?

Una ola de realización golpeó a James y fue reflejada en su rostro cuando abrió los ojos y alzó las cejas.

—Merlín, eso hace mucho sentido —masculló para sí mismo—. ¿Besó a mi hermana?

Agatha asintió, haciendo una mueca.

—Se gustan, James —susurró, sosteniendo la mano del chico para encontrar una manera de mantenerlo calmado—. Es tierno y dulce. Creo que después de todo lo que Scor ha pasado, realmente se merece tener una porción de lo que nosotros tenemos.

—No de todo lo que tenemos —concedió James, inclinándose para besarle el cuello a Agatha, probando su punto.

La chica se estremeció sutilmente al sentir los labios de su chico tentándola, recordándole lo que hicieron en la mansión. Se dio cuenta de que parte de ella quería que todo acabara para tener la oportunidad de repetir esa noche.

—No, definitivamente no todo lo que tenemos —murmuró, mordiéndose el labio inferior—. Al menos todavía.

James se apartó, arqueando una ceja.

—No creo que estoy cómodo con «todavía». Me gusta más que sean novios de manos. Tipo los noviazgos de primer año donde lo único que hacen es tomarse de la mano.

—Van a terminar casándose y teniendo bebés, en plural porque será más de uno. Probablemente como tres o cuatro —lo molestó.

James soltó un gruñido.

—¿Podemos dejar de hablar de esto? —pidió, estando mortificado.

—¿Por qué? ¿Acaso no quieres sobrinos? —cuestionó con una sonrisa maliciosa.

—No quiero pensar en sobrinos por lo menos en una década —dijo, estremeciéndose sutilmente—. Tampoco en hijos.

Fue el turno de Agatha de removerse con terror.

—No, demonios, no. Ni siquiera puedo imaginarme teniendo hijos. ¿Has visto lo malhablada que soy? Apenas y puedo mantenerme viva, imagina teniendo a una pequeña persona dependiendo de mí. Sería fatal.

James ladeó la cabeza, observándola.

—Creo que tú serías una buena madre, Agatha. Incluso si tus bebés terminan teniendo el vocabulario de un leñador ruso. —Le acarició la mejilla al decir esas palabras—. Nos has mantenido con vida todo este tiempo. Creo que eso cuenta más que lo que puedas pensar. Además, solo tenemos diecisiete. No debemos pensar en descendencia hasta en al menos una década.

Se quedaron en silencio durante un minuto, solo estando juntos y pensando. Fue Agatha quien decidió quebrar el momento con una pregunta curiosa.

—¿Quién crees que se case primero de nuestros amigos? Y sí, también podemos contar a nuestros hermanos.

James se lo pensó durante un segundo.

—¿Honestamente?

—Claro.

—Albus y Skylar —contestó con honestidad.

Agatha lo pensó unos segundos y se dio cuenta de que él tenía razón. Albus y Skylar eran probablemente la relación más sólida que había visto en su vida. Llevaban gustándose desde que tenían trece y solo los había visto enamorarse más. Eran muy jóvenes, claro, todos ellos lo eran. Pero al mismo tiempo sabían que eran una de esas relaciones duraderas, de esas que son irrompibles y terminan siendo el uno para el otro. Quizá estaban destinados.

—Yo hubiera dicho Alex y Dylan, pero creo que tú tienes razón.

James hizo una mueca.

—Si soy sincero, no creo que ellos vayan a continuar juntos por mucho tiempo.

Agatha volteó para mirarlo con el ceño fruncido.

—¿Por qué?

—Conozco a Alex.

—Conoces a Alex...

—Sí.

La muchacha se quedó en silencio.

—Vale.

—¿Estás celosa? —cuestionó, observándola con ojos entrecerrados.

—Celosa de ti que crees que sabes más de mi amiga que yo —aclaró.

James se rio.

—Solíamos ser amigos en el pasado, ¿de acuerdo? Conozco un poco de ella y créeme. A Alex le gusta que los chicos le den dolores de cabeza y Zabini es demasiado relajado para eso.

Agatha mantuvo el ceño fruncido, tratando de leer entre líneas lo que James quería decirle.

—Espera, ¿a qué te refieres?

El universo colaboró a su favor porque justo en ese instante Alex salió de la caseta molesta y Marcus la siguió con una sonrisa en el rostro.

—¡Eres insoportable, Marcus!

Nah, no te creo. Si soy tan insoportable, ¿por qué estabas echándome la patita al dormir?

Alex gruñó ruidosamente y Agatha comprendió lo que James estaba diciendo.

—Entiendo perfectamente —dijo con una leve sonrisa y volvió a acurrucarse en el hombro de James, viendo a Alex discutir con Marcus, mientras este solo se reía divertidamente.

ϟ

En la mansión Malfoy, Hermione Granger no entendía cómo planificaban entrenarse físicamente. Entendía que estaban indefensos ante Lyra Malfoy en lo que a los hechizos se refería, pero tampoco estaba apto para sus habilidades. Nunca fue muy buena para las actividades físicas. Merlín sabía que fue un desastre en la clase de vuelo por eso mismo.

Era buena en hechizos y pociones. También en analizar y en realizar estrategias. Pero era pésima en sostener un cuchillo, balancearlo en sus manos y lanzarlo sin cortarse a sí misma; algo que ya había hecho bastante.

Tenía los dedos magullados y rodeados de vendajes para intentar herirse lo mínimo.

¡Incluso Harry había dominado el arte de lanzar los cuchillos!

Maldijo por lo bajo, observando el cuchillo que tenía en la mano. Estaba frustrada y molesta. Las mejillas se le estaban sonrojando por el coraje que estaba sintiendo.

—¿Todavía?

Se sobresaltó al escuchar la voz de Draco Malfoy a sus espaldas.

—Sigue burlándote, Malfoy.

Draco tuvo que morderse el labio para reprimir la carcajada que amenazaba con salírsele. Era como ver a la Hermione de sexto año cuando no le salía una poción y se encontraba increíblemente frustrada.

Pero decidió molestarla un poco, estando inspirado por los recuerdos del pasado, de modo que se acercó a la mesa de los cuchillos y agarró uno. Con un breve movimiento lo lanzó, clavándolo en la diana.

—¿Ves? No es tan difícil —dijo.

Hermione le dedicó una mirada digna de Medusa y se mordió el interior de la mejilla.

Escuchó a Ginny apostar de nuevo con Harry a que ella daría en el blanco antes que él. Obviamente, la pelirroja había ganado la primera apuesta. Haber sido cazadora le había ayudado mucho en su puntería.

—Lo dices porque fuiste entrenado desde joven para esto —le respondió a Draco.

Él ladeó la cabeza con una sonrisa ladina y cogió otro cuchillo. Se acercó a ella por detrás y la pegó a su torso, apoyando la cabeza en el hombro de Hermione. Le pasó el cuchillo y ella lo aceptó con duda. Sin embargo, él se tomó el tiempo de enseñarle los movimientos propios que tenía que hacer y la animó a lanzarlo. Esta vez el cuchillo dio al blanco y Hermione sonrió emocionada.

—Ahora tendré miedo de hacerte enojar —susurró en el oído de la castaña—. Me puedes lanzar cuchillos y asesinarme.

—Por favor, no haré eso —dijo, rodando los ojos, pero no pudo evitar continuar sonriendo.

—¿Segura? —preguntó.

Ella sintió.

—Totalmente segura —afirmó y encogió los hombros—. Siempre puedo utilizar mi puño, al igual que en tercer año.

Draco hizo una mueca.

—Creo que prefiero los cuchillos. Todavía me duele la nariz —dijo y se mantuvo rodeándola con los brazos—. ¿Sabes? Deberías devolverme los recuerdos de aquella noche —murmuró en su oído—. Digo, después de todo, no hay ninguna parte que no haya visto de ti.

Hermione se sonrojó hasta la médula y negó. Estaba segura de que lo menos que quería era saber que existía la posibilidad de que él sí pudiera recordar la noche en la que concibieron a Agatha. No quería que hubiera un chance de que tuviera memorias de ella completamente ebria.

Draco besó castamente, buscando convencerla.

—¡Hay niños, par de conejos hormonales! —gritó Ginny, señalando a Phoenix en los brazos de Narcissa.

ϟ

El día en el que se encontraban más cerca de encontrar el zafiro, el sol brillaba en su punto máximo. Era alrededor de medio día y se encontraban exhaustos luego de haber tenido que escalar gran parte de una montaña. No obstante, se encontraban más tranquilos al saber que estaban fuera de peligro, al menos en su mayoría, con el tema de los vampiros.

A medida que se acercaban al último punto que el mapa les mostraba, comenzaron a escuchar el tranquilizante sonido del agua caer. Era relajante, pero solo les decía que estaban cerca de algún lugar con grandes cantidades de agua; posiblemente una cascada. Teniendo en cuenta la suerte que estaban teniendo, no dudaban que el zafiro se encontrara en el fondo del agua.

Y de seguro en un lugar infestado de seres acuáticos y mortíferos.

Sin embargo, cuando llegaron al lugar de encuentro, no parecía haber ninguno de lo antes mencionado. El agua era cristalina y se podía apreciar el fondo sin ningún tipo de problema.

El zafiro no se encontraba allí.

—Chicos —los llamó Fred II.

Todos se giraron hacia él, quien miraba directamente hacia la cascada con el ceño fruncido.

—¿Qué sucede? —preguntó Skylar.

Señaló la cascada y todos miraron, sin fijarse de los detalles.

—¿Ven como hay algo detrás de ella? —cuestionó—. Es como si hubiese...

—Una cueva —completó Lysander, captando lo que estaba diciendo.

—Bueno, ¿quién se arriesga? —Marcus encogió los hombros al realizar la pregunta.

—Lexington, aquí no hacemos. Todos vamos y todos salimos —dijo Alex.

Marcus sabía que no estaba acostumbrado la forma en la que ellos trabajaban y que iba en contra a todo lo que había aprendido en su vida, pero al mismo tiempo admiraba la manera en la que cuidaban los unos de los otros. Incluso cuando no era el más aceptado del grupo, sabía que Agatha le había salvado el trasero en varias ocasiones.

También sabía que se arriesgaría a devolverle lo que ella había hecho por él, pero decidió molestar a Alex durante unos minutos porque era más que divertido. Hacerla cabrear era su pasatiempo favorito de todo el viaje.

—Pero no quiero mojarme la ropa —protestó.

La muchacha rodó los ojos.

—Entonces quítatela o lo que sea. Por Salazar, eres un mago. Te la secas al salir.

Marcus chasqueó la lengua.

—¿Ansiosa por verme sin ropa?

—Prefiero arrancarme los ojos —replicó ella entre dientes.

—Oh, por favor. No seas así, Alexandra —pidió, sonriendo—. Además, mi ropa solo permite lavado en seco.

—Eres insoportable.

Marcus se tragó la risa al notar la exasperación de Alex.

Tenía que admitir algo: le gustaba el carácter de ella. Lo cual sonaba increíblemente jodido por la cercanía familiar que tenían, pero al mismo tiempo lo culpaba al hecho de no haber compartido en ningún momento con ella desde su niñez. Introducirse a su vida cuando ya estaban en su adolescencia había sido un golpe duro porque la verdad era que le atraía.

Y sonaba como un completo enfermo si lo ponía de ese modo.

Optó por solo mantener las discusiones para entretenerse porque no solo eran un tipo de familia, sino que sabía que también tenía novio. ¿Por qué todas las chicas que le interesaban estaban fuera del mercado?

Tenía mala suerte. De eso no le cabía duda.

Sin más protestas de su parte, subieron cuidadosamente hacia la cascada, con ayuda de magia, y se secaron con un hechizo, dado a que tenían que pasar por la fría agua. Como estaba totalmente oscuro, conjuraron un lumos para poder ver el camino.

La cueva estaba húmeda y mugrosa. Se notaba a leguas que nadie había estado allí en décadas, tal vez hasta siglos. Quizás nunca había sido visitada, aunque si el zafiro se encontraba allí, alguien tenía que haber estado. Se escucharon varios ruidos en el fondo de la cueva y se quedaron paralizados. Eran gruñidos bajos y graves que los hicieron estremecer.

Unas garras perforaron una de las paredes de la cueva y todos se pusieron en alerta ante la amenaza. No pasó mucho tiempo antes de que los ruidos fueran cada vez más cercanos. Frente a ellos se presentó una criatura con cuerpo de león, alas y cabeza de mujer.

—Eso es...—comenzó a decir Lysander.

—...una esfinge —completó James.

Corrieron cuando la esfinge los atacó con sus garras y se escondieron en las estalagmitas que eran lo suficientemente gruesas como para refugiar sus cuerpos.

—Agatha —la llamó Alex desde su posición—. ¿Recuerdas cuáles eran todos los tipos de esfinges?

La rubia trató de recordar, pero la ansiedad de estar siendo amenazada por una criatura de ese tipo. Las manos le temblaban y apenas podía ir en sus memorias para llegar a la clase donde discutieron las esfinges y sus clases.

Apretó los labios y cerró los ojos, concentrándose en buscar la información que sabía que tenía almacenada.

Sabía que había cuatro: la crioesfinge, la hieracoesfinge, la androesfinge y la ginoesfinge. Sin embargo, no podía reconocer cuál de esas era la que los estaba acechando.

—¡Lánzale un hechizo! —gritó para empezar a descartar.

Fred fue el primero que reaccionó, lanzándole un expulso. La esfinge pudo evitar el conjuro, por lo que Agatha descartó a la hieracoesfinge. También tachó a la ginoesfinge de su lista porque no les había dicho un acertijo.

«Maldita sea, Agatha, piensa. ¿Qué diferenciaba a la crioesfinge de la androesfinge?», pensó. Entonces la esfinge rugió, haciendo que todos se taparan los oídos desesperadamente. El ruido era ensordecedor y hacía que las paredes de la cueva temblaran.

Eso les dio a Agatha y Alex la pista para saber cuál de las esfinges era.

—¡El rugido! —exclamaron al unísono.

Agatha se paró de su pequeño escondite y se paró frente a la androesfinge con la varita en mano. Recordó que tendría que actuar rápido porque el segundo rugido de las androesfinges podría dejarlos paralizados y el tercero les podía causar la muerte. Cuando la esfinge abrió la boca para rugir, Agatha supo que era su momento.

Silencio —conjuró el encantamiento, dejando a la esfinge muda.

Miró a Alex que asintió y pronunció un desmaius, provocando que la esfinge cayera inconsciente en el suelo. Suspiraron aliviados al ver que habían podido con una esfinge. James abrazó a Agatha y esta pudo ver un destello azul en el cuello de la criatura. Se acercó al cuerpo inerte y observó con detenimiento el collar que traía puesto.

Sonrió ampliamente al ver lo que era.

El zafiro siempre estuvo en el collar de la esfinge. Lo sacó y se lo enseñó a sus amigos.

—Dos de tres —habló Scorpius.

—Vamos por ti, Lyra —susurró Agatha, apretando el zafiro en su mano derecha.

_________

Estamos tan y tan cerca del final que ni me lo creo, pero estoy emocionada por terminar de editarla luego de tanto tiempo.

Hay un nuevo barco en el muelle. ¿Malex o Dylex?

Ahí es la cuestión.

Prepárense que este fue el último capítulo soft porque el siguiente y el final pasan en el mismo día.

67/69

Love,
Thals.

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