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65| Déjame amarte mientras tenemos tiempo


TODOS EN LA MANSIÓN MALFOY COMENZARON A MOVILIZARSE para ayudar a sanar a Agatha. No podían arriesgarse a llevarla a San Mungo, de modo que quedaba en manos de los presentes mientras lograban contactar a Theodore Nott. La desesperación y el pánico estuvieron con ellos en los minutos de angustia que le siguieron.

Colocaron a Agatha en la mesa del comedor, ya que esta era la superficie plana y firme más cerca que encontraron, y Hermione se apresuró en examinar las heridas de su hija. Hizo todo lo posible por mantenerse en calma y no dejar que el terror se apoderara de su sistema. De todos los presentes, era ella quien más conocimiento tenía. Le tocaba a Hermione dar los primeros auxilios en lo que llegaba un verdadero sanador.

Había tantas heridas que no sabía por dónde empezar. La puñalada en la pierna, el brazo cubierto de sangre, los pedazos de vidrio que continuaban incrustados en su piel... ¿Qué demonios había sucedido para que Agatha terminara de ese modo?

—¿Qué sucedió? —preguntó Draco—. ¿Por qué todos están ilesos menos ella?

Los chicos se miraron entre ellos, decidiendo quién sería el portavoz oficial durante esa charla. Tenían que ofrecer toda la información que conocían para saber cómo ayudar a Agatha. James tomó las riendas y decidió explicar lo sucedido.

—Agatha desapareció en mitad de la noche sin que nos percatáramos. Para el momento en el que sentí que la estaban hiriendo ya era tarde. Nos tomó un tiempo conseguir la casa y lo siguiente que vi fue cómo la lanzaban a través de la ventana de un segundo piso —explicó el chico Potter con rapidez, ahorrándose detalles innecesarios.

Un nudo se formó en la garganta de Hermione al tener confirmación de que su hija tenía más heridas de las que pensaba en un inicio. Los nervios se adhirieron a su sistema, queriendo tomar el control y hacerla llorar con terror. Reuniendo cada gota de osadía que tenía, Hermione pestañeó varias veces y empujó el pánico fuera de su mente. Necesitaba pensar con la cabeza fría.

—No estoy segura de que estoy completamente capacitada para sanarla... Probablemente tenga heridas internas que van más allá de mis capacidades —confesó con un ligero temblor en su voz.

Draco posó una mano en el hombro de Hermione, captando su atención y dándole apoyo.

—Solo haz lo que puedas en lo que Theo llega, ¿de acuerdo? —Miró al resto de los presentes, en especial a Lucius—. Vamos a darles espacio y me pueden contar mejor qué sucedió.

Alex alzó su mano un poco, dando un paso hacia el frente.

—Voy a quedarme aquí para ayudar, si está bien con ustedes. Conozco un par de hechizos que mi padre me enseñó.

Draco asintió, permitiéndole quedarse y guió a los demás fuera del comedor para que Hermione y Alex pudieran trabajar sin distracciones.

Mientras Hermione recitaba algunos hechizos que conocía de memoria, Alex se encargó de limpiar las heridas más afectadas de Agatha; la pierna y su brazo. Tragó en seco cuando se percató de las cuatro letras que no sanaban por más que utilizaran encantamientos.

—Tienen que haberle hecho la herida con una daga maldita —murmuró Hermione, sintiendo un déjà vu con la situación. Sus ojos se empañaron por las lágrimas que quemaban sus párpados.

—Agatha va a estar bien —aseguró Alex—. ¿Acaso has conocido a alguien más fuerte y testarudo en tu vida? Está luchando por vivir.

—Lo sé.

—Es difícil, lo sé. —Alex empatizó con Hermione y le dedicó una sonrisa reconfortante.

—Estoy aquí.

Theodore Nott las interrumpió al entrar al comedor con un maletín que colocó en la madera de la mesa. Lo abrió con una velocidad impresionante para rebuscar entre los frascos de pociones, buscando los indicados para sanar las heridas internas de Agatha; incluyendo las costillas que seguramente tenía rotas. Y también uno para reponer la sangre que había perdido.

—Está inconsciente, papá —le recordó Alex, observando los frascos.

—Con lo mal que saben, créeme que estará despierta para tragarlos.

Alex sostuvo la cabeza de Agatha, abriéndole la boca y Theo comenzó a vaciar las pociones sobre la lengua de la chica. Tuvo razón al decir que se despertaría porque inmediatamente el rostro de Agatha se contrajo en una mueca y trató de forcejear para liberarse del agarre y escupir el contenido, pero Alex fue más fuerte y rápida.

Agatha tosió y tuvo arcadas durante unos segundos antes de volver a quedar inconsciente.

—Le di un sedante —aclaró él—. Va a necesitar todo el descanso posible para recuperarse. Estará bien.

ϟ

Pesadez era todo lo que Agatha sentía cuando comenzó a recobrar la consciencia. Todo su cuerpo se sentía como si pesara toneladas. Sus párpados se abrieron y cerraron varias veces, luchando con el sueño que la mantenía prisionera. Pero quería despertarse. Sentía el estómago revuelto y tenía arcadas, sin contar que le dolía la espalda.

Pequeños recuerdos flotaron en su cabeza, recordándole lo sucedido quién sabe cuánto tiempo atrás. Marina apuñalándola, la confesión de cómo logró saberlo todo, sus razones para causar tanto caos, su caída por la ventana y el regreso de Lyra. Todo llegó a ella como una ola fría, azotándola y quebrando su tranquilidad por completo. Estaba abrumada y atemorizada.

Se sentó en la cama de golpe, su respiración agitada y entrecortada. El corazón le latía tan fuerte que podía salírsele del pecho en cualquier momento. Su ansiedad aumentó cuando vio a Lucius Malfoy sentado a un lado de su cama, leyendo un libro cuyo título estaba muy borroso como para leerlo.

—No te alarmes —pidió Lucius, cerrando el libro para dejarlo en el tope de la mesa de noche.

Agatha lo miró con ojos entrecerrados. El último recuerdo de aquella noche apareció; Lucius, literalmente la última persona que hubiera imaginado, la había salvado de las garras de Lyra.

—¿Por qué me salvaste? —preguntó, su voz salió ronca y rasposa, quemándole la garganta.

Lucius se estiró para servirle un vaso de agua y se lo tendió. Agatha no lo tomó, solo le miró la mano con desconfianza. Esas manos la habían tratado de matar unos meses atrás. ¿Por qué ahora actuaba como si siempre la hubiera aceptado?

—No está envenenada. Es solo agua.

—Trataste de matarme una vez. ¿Por qué debo confiar en ti?

Lucius suspiró, volviendo a colocar el vaso en el lugar donde estaba y miró a Agatha fijamente.

—Porque tus padres confían en mí lo suficiente para permitirme estar aquí —respondió él con simpleza—. Agatha, hay mucho que no sabes.

La chica alzó las cejas.

—Entonces es hora de que hables. ¿Por qué intentar matarme para después salvarme meses después? —interrogó.

Lucius Malfoy suspiró.

—Supongo que ya sabes sobre nuestra pequeña maldición, ¿no? La razón por la que no existían mujeres Malfoy nacidas.

Agatha resopló.

—Esas son solo historias —murmuró con desdén—. Esto nunca hubiera pasado de no ser por una perra psicótica.

Lucius ladeó la cabeza.

—Tal vez —concedió—. Pero siempre ibas a ser una bruja excepcional. Todas tus habilidades hubieran surgido de una forma u otra. Supe desde el día en el que me topé contigo en el callejón Diagon que eras descendiente de los Malfoy y he estado preparándome para el momento en el que necesitaras la ayuda.

» Aquella vez en el verano, no estaba intentando matarte. ¿Sabes que puedes aproximar la fecha en la que un Oastori tomará posesión del cuerpo de su doppelgänger por la solidez de su sombra? Lyra estaba más que lista para regresar. Tenías un par de semanas a lo mucho. Al emplear su fuerza en mí, te di unos meses más porque no estábamos preparados para su regreso en ese entonces. Todavía estamos en desventaja, pero hemos ganado un poco de tiempo al interceptar el ritual. Eres familia, Agatha, y no hay estatus de sangre que vaya a borrarlo.

Con la confusión en el rostro, Agatha trató de procesar la información que Lucius le estaba ofreciendo. ¿Cómo podía siquiera creerle? Sin embargo, de alguna forma sus padres le habían creído. Algo tenía que haberles demostrado para aceptar la historia que, incluso si no se la tragaba del todo, hacía sentido. Después de todo, arriesgó su vida para salvarla en el claro del bosque.

—¿Cómo supiste dónde encontrarme? —curioseó—. En el bosque. ¿Cómo supiste de la cabaña y el claro?

—Puse un hechizo rastreador en tu bota —explicó con simpleza.

—¿Qué?

—Seamos honestos, apenas te quitas esos zapatos.

Agatha abrió la boca, incrédula. Pero admitía que era cierto. Llevaba utilizando el mismo par de botas desde hacía dos años. No era que no tuviera dinero para comprarse otras, porque sí lo tenía, sino que se había acostumbrado a esas. Tampoco quería ablandar unas botas nuevas cuando estaban una huida y una búsqueda.

—Sabes una cantidad absurda de mí, Lucius Malfoy.

Lucius puso los ojos en blanco, poniéndose de pie.

—Voy a ir a decirle a los demás que estás bien.

ϟ

En un par de días, Agatha estaba completamente repuesta del incidente con Marina y todos estaban al tanto con lo sucedido en la cabaña y con Marina. También sabían que estaban verdaderamente contra el reloj para enfrentarse a Lyra y no tenían la menor idea de cómo trabajar en equipo y manejar la situación. Quizá por eso fue que Lucius los levantó a todos a las seis de la mañana, dirigiéndolos al sótano de la mansión.

—¿Puede alguien explicarme por qué estamos despiertos a la hora del diablo? —cuestionó Agatha, soltando un bostezo—. Además, este lugar es un poco aterrador, si soy honesta. ¿No lo crees, Lucy?

—Vete al infierno —masculló Lucius.

—Ya he estado ahí. Me devolvieron a la hora —respondió Agatha, encogiendo los hombros sin darle importancia.

Lucius no le contestó de primera instancia, pues llegaron al final del sótano a un muro sin salida. Solo un candelabro salía de la pared, el cual fue girado por el señor Malfoy, provocando que el muro se elevara, relevando una enorme sala con armarios en las paredes.

—¿Qué es este lugar? —cuestionó Draco, frunciendo el ceño.

Llevaba toda su vida viviendo en la mansión y nunca había sabido de este lugar. Dudaba que siquiera los mortífagos en el pasado lo supieran.

—Esta sala fue construida por nuestros antepasados como un método de prevención en contra de la maldición en nuestra familia; en contra de Lyra si alguna vez regresaba —explicó Lucius, dirigiéndose a los armarios—. Durante siglos se han estado fabricando armas de plata forjadas con polvo de aglaofotis.

Agatha fruncido el ceño.

—¿Eso fue lo que nos protegió en el bosque? Lyra no podía cruzarlo.

Lucius asintió.

—Es la protección contra a las criaturas oscuras y los demonios.

—¿Por qué estamos todos aquí? —cuestionó Scorpius.

Lucius sonrió.

—Porque aquí es donde los vamos a entrenar.

ϟ

Agatha no podía dormir durante las noches. Cada vez que cerraba los ojos su cerebro era invadido por una infinidad de recuerdos de la noche en la que finalmente se enfrentó a su acosadora; el dolor seguía acechándola como un fantasma que no podía descansar. Solo tomaba siestas ocasionales durante el día cuando todos estaban despiertos y tenían un descanso de los entrenamientos para poder vigilar su sueño. Incluso cuando sabía que la mansión era un lugar seguro y que nadie podía herirla en el interior de sus paredes, se sentía como si fuera a estar devuelta en el claro del bosque con Marina.

Escuchó unos leves toques en la puerta de su habitación, tan suaves que apenas se sentían, pero lo suficientemente presentes como para alertarla. Se puso de pie con rapidez, agarrando su albornoz de seda —cortesía de Narcissa— antes de aproximarse a la puerta. Inhaló un par de veces para calmarse antes de girar la cerradura. Su cuerpo se relajó considerablemente cuando reconoció a la persona mirándola desde el pasillo.

—Oh, eres tú.

James arqueó una ceja, curioso.

—¿Esperabas a alguien más? —increpó en un tono divertido, buscando molestarla.

Agatha rodó los ojos.

—No seas bobo. Claramente no esperaba a nadie —dijo, encogiendo los hombros—. ¿Qué haces aquí?

—No podía dormir —respondió James con sinceridad.

Entendía el sentimiento. Sabía que aquella noche había sido terrible para todos en distintos aspectos y que James fue capaz de sentir su dolor y angustia. No sabía hasta qué grado, pero sí estaba consciente de que para todos había sido difícil y que con el regreso de Lyra todo era un poco más complicado. Nadie en la mansión estaba verdaderamente descansando de manera apropiada.

—Entiendo el sentimiento —murmuró y se hizo a un lado, permitiéndole entrar—. Ven.

Estiró su mano, agarrando la de James, llevándolo al interior del cuarto. Luego cerró la puerta para permitir que tuvieran un poco de privacidad. No quería despertar a su padre y que fuera a armar algún drama solo porque tenía un chico en su habitación.

—Así que esta es tu habitación Malfoy —comentó James, echando un vistazo a su alrededor.

Era oscuro, pero muy elegante. Se notaba que había mucho dinero invertido en esa habitación, aunque no estaba muy personalizada fuera del reguero habitual que predominaba en los lugares donde Agatha dormía. Pero era normal en ella. En especial escucharla hablar sobre que tenía que organizar su ropa y demás. Lo que sí le sorprendía era que un elfo doméstico no se hubiera encargado de limpiar por ella.

—Sí, es esta. No he estado mucho aquí, ¿sabes? No se siente como mi cuarto —confesó, cruzando los brazos, abrazándose a sí misma mientras caminaba hacia la cama para sentarse en el borde—. Ven, siéntate conmigo.

El chico aceptó la invitación con gusto. Estar un rato con Agatha era todo lo que necesitaba para despejar su mente.

—¿No te gusta tu cuarto? —preguntó.

—Me gusta —dijo Agatha—. Es solo que todavía no tiene parte de mí aquí. Eventualmente lo hará... Espero.

La voz de Agatha disminuyó a un susurro cuando dijo la última palabra, demostrando lo angustiada que estaba de saber que podía morir en esa batalla con Lyra.

James lo notó con rapidez y llevó su mano al mentón de Agatha, obligándola a mirarlo.

—Este cuarto va a tener tantos regueros tuyos, que no va a caber duda de que es tuyo —aseguró, sonriéndole.

Agatha soltó una risa y se inclinó para besarlo en los labios, aprovechando el momento. El beso no fue ni suave ni delicado; casi nunca lo era con ellos. Siempre desbordaban pasión, anhelo y deseo. Siempre querían más, pero nunca se atrevían. Quizá porque nunca tenían la privacidad suficiente para hacerlo o porque no era el lugar ni el momento indicado. Sin embargo, en ese instante se encontraban solos, todos se encontraban durmiendo y no sabían si tendrían una oportunidad de hacerlo en el futuro.

Con ese pensamiento, Agatha se posicionó a horcajadas en el regazo de James mientras lo besaba, dejándose llevar quizás un poco por las hormonas y emociones que le nublaban el sentido, pero era lo único que quería en ese instante. Solo sentir a James junto a ella, la forma en la que la besaba, la manera en la que colocó las manos en sus caderas, aferrándose a ella como si su vida dependiera de ello. Un revoltijo de sensaciones se apoderaron de su sistema, haciéndola estremecer un poco. Era como si todo su cuerpo le estuviera pidiendo a gritos que cediera ante sus impulsos; cada célula estaba confabulando para que sucediera.

James se apartó unos centímetros cuando sintió que Agatha movió las caderas sobre él, presionándose contra su cuerpo. Lo hizo a regañadientes porque la sensación había sido placentera.

—Espera, espera —murmuró, dejando de besarla—. Quizá deberíamos parar.

Agatha alzó las cejas, mirándolo intrigada.

—¿Eso es lo que quieres? ¿Parar? —cuestionó, ladeando un poco la cabeza.

—No lo sé. ¿Qué pasa si no quieres esto? ¿Y si no estás preparada mental y emocionalmente? ¿Qué quieres tú, Agatha? Eres la que tiene todo el control de lo que sucederá después.

A Agatha se le derritió el corazón con las palabras de James porque le estaba ofreciendo el control, el consentimiento; puso en sus manos la batuta para decidir qué era lo que pasaría. No era algo que ocurriera frecuentemente en el mundo. La mayoría de las veces los chicos se creían que tenían todo el poder y control para determinar cuándo y cómo sucederían las cosas. Pero James no lo quería de esa forma, sino que estaba dispuesto a esperar a que el consentimiento formara parte de la ecuación.

Se inclinó para besarlo dulcemente.

—Quiero esto, James —susurró a centímetros de sus labios, rozando su nariz con la de él—. Te quiero en cada aspecto.

—¿Estás segura?

Ella asintió, mordiéndose el labio inferior.

—Nunca había estado tan segura de algo antes.

James no le respondió. Al menos no lo hizo verbalmente, pues sus manos hablaron por él cuando las dirigió al albornoz de seda, quitándole el lazo que lo mantenía cerrado. Lo desató de manera tan lenta y sutil que Agatha tembló con anticipación y un poco de nervios que aminoraron con rapidez cuando James comenzó a besarle el cuello. Trazó un camino de besos por la zona, descendiendo hacia el hombro, asegurándose de darle cariño a cada centímetro de piel nívea que aparecía mientras removía la tela.

—Tu ropa de dormir es más fina de la que esperaba —comentó James, haciéndola reír.

—Culpa a mi abuela —dijo, mirando la bata de seda negra y corta. Apenas y le llegaba a cubrir el trasero, pero no se quejaba en esos momentos.

—Tu abuela tiene buen gusto.

Una risita brotó de la boca de Agatha.

—¿Por qué estamos hablando de mi abuela ahora mismo? —interrogó—. Vamos a arruinarnos el momento.

James negó, divertido y volvió a besarla, perdiéndose por completo en la suavidad de los labios de Agatha y la forma anhelante en la que se movían con los suyos. Eran reclamadores y decididos; igual que ella.

—¿Está bien esto? —preguntó James cuando sus manos se posicionaron en los muslos de la chica, subiendo lentamente para meterse bajo la bata de seda.

Un movimiento de cabeza, asintiendo, fue lo suficiente para darle luz verde y continuar su recorrido, explorando la delicada piel que se escondía bajo la tela.

—Está más que bien —aseguró.

James continuó su aventura por el cuerpo de Agatha, descubriendo qué caricias hacían que su piel se erizara, cuáles puntos eran más sensibles en su cuello y qué toques producían los jadeos escurridizos que se le escapaban. Quería absorber cada segundo para guardarlo en su memoria como uno de los momentos más apreciados de su vida.

—Creo que es mi turno —dijo Agatha, deteniéndole las manos a James.

El muchacho arqueó una ceja, pero le permitió tomarse el tiempo necesario para recorrerle el cuerpo.

Primero lo besó tiernamente dos veces antes de quitarle la camisa con su ayuda. Luego se dispuso a tocarle el torso de la manera más sutil, acariciando cada músculo y la piel. Descubrió que James tenía una cicatriz en el hombro de una vez que se cayó de la escoba cuando niño, y también tres lunares en el costado izquierdo que formaban un triángulo si trazabas una línea por ellos. Agatha le besó la cicatriz y descendió una mano hacia el antebrazo derecho, acariciándole la marca, recordando lo bien que se sentía.

James emitió un gruñido al sentir la caricia.

—Tenemos que deshacernos de esto —mencionó él, señalando la bata.

Agatha se echó hacia atrás, apartándose un poco y esperó a que él lo hiciera por su cuenta. Quería darle la oportunidad a James de desnudarla, de revelar su piel y mostrarle su cuerpo en formas que no lo había hecho con nadie antes. Era un ejercicio de confianza. Le estaba demostrando en ese instante que confiaba en él lo suficiente como para permitirle ver sus inseguridades.

Pero Agatha era perfecta a los ojos de James y amó cada parte de su cuerpo. No se fijó en las estrías en sus caderas o en la pequeña curva de su abdomen por comer chucherías de más. Vio a una chica preciosa que era dueña de su corazón, vio belleza, vio confianza.

Aunque también era un chico y no pudo evitar quedar hipnotizado ante la vista de Agatha parcialmente desnuda sobre él. Fue ella quien condujo su mano hacia uno de sus pechos, dándole el permiso de tocarla. Y James no perdió el tiempo para disfrutar de eso. La tocó, besó y también lamió esa zona de ella.

—¿Cómo puedes ser tan preciosa?

Agatha sonrió.

—Tengo una combinación perfecta de genes, ¿no lo sabías? —inquirió.

James rodó los ojos.

—Eres insoportable.

—Como quiera te vas a coger a esta insoportable, así que... —Encogió los hombros sin darle importancia alguna al comentario.

—Como quiera amo a esta insoportable —corrigió y no le dio tiempo de responder o procesar la confesión porque la besó al instante, moviéndola consigo al centro de la cama.

La ubicó bajo su cuerpo, pero sin apoyar todo su peso en ella, solo presionándola ligeramente, dejándole saber que era real lo que estaba pasando. Se encontraba entre sus piernas, frotando su centro contra el de ella, liberando un poco de la tensión acumulada en su pantalón.

—¿Y si me interesaba estar arriba?

—En otra ocasión —respondió James, besándole el cuello y descendiendo para repartir besos por el valle de sus pechos, haciéndola suspirar de deseo—. Agatha, tengo que advertirte algo... esto probablemente no durará mucho...

—No me importa.

—Quiero que sea tan bueno para ti como lo será para mí... Quiero que lo disfrutes... Quiero hacerlo bien.

Agatha ahuecó el rostro de James con su mano.

—Shh... —lo calló—. No tiene que ser perfecto, ¿de acuerdo? No me importa cómo sea. Ya es bueno, ¿vale?

James se mordió el labio inferior y asintió. Agatha le sonrió, brindándole la confianza que necesitaba para continuar.

—Espera, ¿protección? Conozco un hechizo, pero...

—Tengo condones —soltó Agatha abruptamente. James la observó con confusión—. Mi madre tiene la obsesión de darme la charla del sexo cada vez que tiene la oportunidad y me dejó una caja la última vez que estuvimos en la mansión.

—Creo que mejor no mencionemos a ninguno de tus miembros familiares mientras estamos a punto de tener sexo.

—Lo siento. Estoy nerviosa —confesó, sus mejillas enrojeciéndose considerablemente—. Nunca he hecho esto.

—Ni cuenta me había dado —murmuró con un toque de sarcasmo—. ¿Por qué seguimos haciendo bromas?

Agatha arrugó la nariz.

—Porque somos nosotros.

James volvió a besarla, retomando el momento inicial y tomó la iniciativa de dirigir su mano al borde de su ropa interior, perdiéndose bajo la tela para tocarla. Le tomó una indicación de Agatha saber cómo y dónde enfocar sus movimientos, conocer qué le gustaba.

Durante esos momentos, James y Agatha aprendieron a llevar su relación a un punto más físico, sacaron el romance de sus corazones para dejarlo plasmado en sus pieles, demostrándose lo mucho que se querían incluso cuando estaban muy cerca del desastre. Se merecían ese momento, se merecían poder amarse aunque fuera una sola vez antes de correr el riesgo de perderse el uno al otro.

Al terminar, se vistieron con calma, con sonrisas permanentes en el rostro y una calidez en el pecho. Agatha no lo dejó ir, sino que lo arrastró con ella a la cama y se acurrucó a su lado, poniendo su cabeza en el pecho del muchacho.

—James —lo llamó en un susurro. Él emitió un sonido para dejarle saber que estaba despierto y escuchándola—. Sobre lo que dijiste antes.

—Recuerdo haberte dicho muchas cosas.

—Lo sé, pero lo de amarme. —James se quedó en silencio—. Sé que no lo he dicho de vuelta y que tú lo has dicho, bueno, dos veces...

—No lo dije para que lo repitieras, sino porque quería que supieras cómo me siento. Te amo y sí, estaría genial que lo dijeras, pero tampoco pienso forzar tus sentimientos —le dejó saber.

Agatha se sentó en la cama y volteó un poco para poder observarlo en medio de la oscuridad.

—No es que no lo sienta, James, porque por ti siento y mucho. Es solo que... no quiero decirlo hasta que todo esto acabe.

—Deja de hablar como si te fueras a morir —pidió, reprimiendo un gimoteo.

La chica bajó la vista.

—Sigue siendo una posibilidad. Ahora más desde lo que sucedió con Marina. No quiero decirlo y después irme. No es justo —dijo, expresando su pensar de la situación.

Por el resto de la noche, James se mantuvo en silencio, no porque estuviera molesto, sino porque le dolía pensar que podía perderla. Sin embargo, la mantuvo cerca de su pecho, sintiendo su calidez, recordándose que todavía la tenía junto a él y que debía aprovechar cada segundo que tenía con ella.

ϟ

—¡¿Alguien me puede explicar qué está sucediendo?!

Tanto Agatha como James despertaron de golpe, cayendo de pie al escuchar el grito que casi les provocó un infarto. Draco Malfoy estaba en el interior de la habitación con el rostro enrojecido por la furia, sus ojos grises flameando con coraje. Los había encontrado dormidos en la cama de Agatha, James estando sin camisa y ella vistiendo la bata de seda.

—N-Nada —tartamudeó Agatha con nerviosismo.

Juraba que nunca había visto a su padre tan histérico como en ese instante. Demonios, no recordaba haberlo visto tan furioso antes. Ni siquiera la vez que conoció a Marcus la primera vez. Estaba botando humo por las orejas, casi gruñéndole a James, asesinándolo con la mirada.

—¿Nada? ¡¿Nada?! ¡Estabas semidesnuda con el Potter este en la cama! ¿Cómo es eso «nada»? —interrogó, pasándose una mano por el cabello, tirando un poco de él para liberar un poco de su frustración.

Agatha dejó de estar nerviosa con rapidez, transformándose en otra furia rubia. Su rostro fue cubierto por una máscara de frialdad y frunció el entrecejo, expresando su inconformidad y molestia.

—¿Semidesnuda? ¡Estoy completamente vestida! —exclamó, las mejillas sonrojándose por el coraje.

—¡Esa cosa apenas te cubre el trasero!

—¡Culpa a tu madre, entonces! Después de todo, ella fue quien se encargó de comprar la ropa que tengo aquí —rebatió Agatha.

—Por favor, no me vengas con excusas. Eso no explica qué está haciendo este gusano en tu habitación, en tu cama.

Agatha rodó los ojos tan fuerte que pudieron habérsele quedado en la parte de atrás de su cabeza. Esa discusión no llegaría a ningún lado, estaba muy consciente de ello y tampoco pensaba dar su brazo a torcer. Solo estaban durmiendo. Sí, quizá habían hecho mucho más que dormir durante la noche, pero tampoco era algo del otro mundo. Era una adolescente con grandes hormonas y que quería tener todas las experiencias que pudiera obtener antes de enfrentarse a Lyra.

—Draco, ¿qué está sucediendo aquí? ¿Por qué tanto alboroto?

Cuando Agatha vio a su madre aparecer en la habitación, sintió más alivio del que nunca había sentido antes. Hermione Granger era la persona indicada para controlar a Draco en esos momentos.

—¡Tu hija estaba en la cama con el gusano Potter! —vociferó la explicación.

Hermione reprimió las ganas de rodar los ojos. Cruzó los brazos, adoptando una postura de madre molesta, pero no con Agatha, sino con él. Se estaba comportando como un niño haciendo berrinche. Le recordaba exactamente a sus tiempos de Hogwarts en los que era un chico quejica.

—Primero que todo, no me grites, Draco Malfoy. No soy tu hija —estableció la castaña con firmeza—. Que sepas que Agatha también es tu hija, que estés molesta con ella no va a borrarlo. Ahora, ¿qué tiene de malo? ¿Los encontraste haciendo algo inapropiado?

Draco abrió la boca y la cerró varias veces, intentando formular una respuesta coherente.

—Ellos... —Hermione alzó las cejas, incitándolo a contestar—. Estaban durmiendo.

—¿Todo este drama porque los encontraste durmiendo juntos? Por favor, Draco. Ten un poco de madurez. Todos en la planta baja fueron capaces de enterarse de lo que estaba pasando.

Agatha se encogió un poco al escuchar eso. Genial, todos estaban enterados de que dormía con James, aunque no era una gran sorpresa. En los momentos donde ninguno tenía horarios de guardia opuestos en la búsqueda, buscaban la forma de tomar una siesta juntos. La verdad era que estaban empezando a acostumbrarse a la presencia del otro al dormir.

—Estás de su parte —apuntó Draco.

—Sí, claramente estoy de su parte, Draco. Agatha no es Phoenix, no es un bebé —replicó Hermione.

Draco resopló, dándose por vencido y salió de la habitación como si su vida dependiese de ello. Con un suspiro, Hermione volteó para observar a los adolescentes.

—James, cariño, ve a alistarte. El desayuno estará listo pronto.

James asintió, dándole un beso en la frente a Agatha antes de marcharse, dejándolas a solas.

Hermione se acercó a su hija, observándola con ojos entrecerrados, analizándola por completo. Agatha se encogió un poco ante su mirada, sintiéndose ligeramente incómoda.

—Pasó, ¿no?

—¿Qué cosa? —se hizo la desentendida.

—Tú sabes, ¿quieres que lo diga en voz alta? —increpó. Agatha hizo una mueca—. Incluso cuando estás molesta, te ves feliz. Tienes un brillo en tus ojos que no se apaga.

En la confianza con su madre, Agatha se permitió sonreír.

—Creo que lo amo, mamá —susurró de manera apenas audible.

Hermione esbozó una sonrisa.

—Sé que lo haces y creo que él también a ti —dijo, besándole la mejilla cariñosamente—. Pero sean cuidadosos, ¿vale? Protección a toda costa.

Vale —murmuró Agatha con incomodidad.

—Y ve a hablar con tu padre, ¿sí? Se molesta porque todavía no acepta del todo que has crecido y ya no tienes catorce. Habla con él.

La chica asintió a regañadientes. Estaba molesta con su padre y lo menos que quería hacer era dialogar con él, pero era consciente de que en su apretada agenda no había lugar para estar enfadada con las personas que amaba. No sabía en qué momento algo malo le sucedería y no quería morir con arrepentimientos.

ϟ

Luego de una larga búsqueda por la mansión, Agatha encontró a Draco en la sala de entrenamiento. Estaba a solas, pues gracias a su enfado, Agatha le pidió a Lucius si podían atrasar el entrenamiento de ese día hasta que tuviera la charla con su padre. Por alguna razón, Lucius accedió sin protestas. Seguramente Narcissa había tenido algo que ver en esa decisión, pues fue como si ya supiera lo que la chica iba a pedir antes de hablar.

Draco estaba concentrado en organizar las armas en las mesas, asegurándose de que estaban en óptimas condiciones para el entrenamiento del día. Ni siquiera la miró cuando sintió su presencia a su lado, jugueteando ligeramente con sus dedos.

—Hola. —Draco continuó acomodando las armas como si tuviera un tic nervioso y esa fuera la única forma en la que podía concentrarse—. No hagas como si no estuviera aquí.

Silencio.

Agatha resopló y decidió quitarle el set de cuchillos de lanzamiento que tenía en la mano para capturar su atención. Fue un atrevimiento borde porque la mirada que él le dio era suficiente para mandarla tres metros bajo tierra.

—Devuélveme eso. —Agatha arqueó la ceja y utilizó sus poderes para levitar el set a una altura donde Draco no alcanzaba—. ¿Cómo?

—Los cuchillos están forjados con el polvo mágico de la diva mayor, pero la funda no.

—Bájalos —ordenó.

—No.

—¿No?

Agatha negó con simpleza.

—Tenemos que hablar primero —anunció. Draco hizo una mueca—. No soy una adulta, pero tampoco soy una niña pequeña, ¿sabes? Estoy creciendo, rápido. Sí, tengo un novio y sí, dormí con él. Me encuentro viviendo en un estado de ansiedad constante y James me ayuda a dormir.

—No me agrada.

—¿Él o mis métodos de dormir?

—Ambos —masculló entre dientes—. No me agrada él en general por ser Potter.

—Pensé que tú y Harry habían limado perezas. En especial desde que ahora te coges a mi madre de una manera más oficial.

Draco carraspeó.

—No hables así de tu madre. Lo que ella y yo hagamos, no es de tu asunto —la regañó y Agatha reprimió una sonrisa al recibir una confirmación directa de que sus padres estaban juntos—. No te rías.

Una carcajada brotó de los labios de Agatha sin poder contenerla.

—¡Lo siento! —dijo entre risas—. Pero tú solo confirmaste abiertamente que sí estás con Herms.

Draco cayó en cuenta de ese detalle y miró hacia el techo, maldiciendo en voz baja.

—De acuerdo, hagamos una tregua —sugirió—. Yo olvido que te encontré con mini Potter en tu cama y tú olvidas que confirmé eso, ¿vale?

—¿Qué confirmación?

Él sonrió.

—Ahora, ¿puedes bajar los cuchillos, por favor? Me está poniendo nervioso saber que se pueden caer en cualquier momento y apuñalarnos.

Carcajeándose, Agatha bajó los cuchillos hacia la mesa y se fijó en su padre antes de rodearlo con sus brazos.

—Te amo, papá.

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Semanas de entrenamiento después, los chicos consideraron que se encontraban lo suficientemente listos y capacitados para ponerse en marcha de nuevo. Tenían una misión que cumplir y se encontraban con una nueva protección —cada uno llevaba un brazalete de plata forjado con polvo de aglaofotis—, además de una gran cantidad de armas del mismo material.

—¿Están seguros de que quieren irse? ¿Tendrán suficiente comida? —preguntó Narcissa.

—Merlín, mamá, sus mochilas van a reventar si les das más comida —se quejó Draco.

Agatha se rio.

—Estaremos bien. Estamos listos y seguros —aseguró, aunque tenía un cúmulo de nervios haciendo que temblores ocasionales la recorrieran—. Tenemos que hacer esto.

Tenían más determinación que antes. Quizá porque sabían que estaban jugando con fuego y no querían quemarse. Sabían que su destino tenía dos filos: la vida o la muerte, y esperaban que fuera la primera para todos.

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El último capítulo light de la historia y espero que lo hayan disfrutado. Sí, Jagatha tuvo sexo, no como en la primera versión donde solo se besaban y Draco les interrumpía el momento. No me arrepiento de hacer el cambio, la verdad. Se lo merecen.

Además tampoco considero que fue una escena demasiado hardcore, aquellos que han leído Adrenaline y Underworld saben que soy muy capaz de escribir escenas mucho más fuertes, pero son Jagatha; son torpes y hermosos a su forma. La escena es cute y graciosa a su forma. Me gustó el resultado.

Plus, también tuvimos un bonito momento entre Draco y Agatha. ❤️

Love,
Thals.

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