64| ¿Quién te salvará ahora?
AGATHA ERA CONSCIENTE DE QUE NUNCA TUVO UNA VIDA FÁCIL. ¿Cómo podía ser fácil? Vivió un tormento la primera década de su vida en un orfanato donde le faltó de todo, menos un techo sobre su cabeza. Amor, compasión, cariño. Todas las formas de afecto las aprendió el día en el que Jack y Susan entraron por las puertas de aquel desastroso lugar buscando a alguien a quien pudieran ofrecerle el mundo; y entre tantos niños, incluyendo bebés quienes serían más fácil de criar, ellos la eligieron a ella.
De tantas personas, ¿por qué ella? ¿Qué fue lo que vieron en ella que les hizo pensar que ella era la indicada para su familia?
Agatha pensó en ello durante mucho tiempo. Todavía lo pensaba cuando estaba en sus momentos más oscuros. Ella siempre fue un árbol de tronco torcido que jamás podría ser enderezado. Su alma estaba marcada por una maldición que estuvo presente desde que nació. Pero ellos vieron algo en ella, algo que la hizo destacar entre tantos niños.
Jack y Susan vieron lo mejor de ella con solo una mirada y le enseñaron una vida más sencilla que no supo apreciar del todo mientras la vivió. Quizá porque era demasiado egoísta, demasiado centrada en sí misma, demasiado ignorante como para comprender que los perdería antes de que pudiera agradecerles por todo lo que le dieron.
Hicieron que tuviera un respiro en el martirio que conformaba su vida. Fueron esa bocanada de aire que logras tomar cuando sales a la superficie luego de estar sumergido bajo el agua, tratando de aguantar la respiración por tanto tiempo que tu cabeza duele y los pulmones te arden. Ese alivio. Así podía compararlo.
Pero ahora... Ahora Agatha se estaba ahogando. Justo como M.L. le dijo en sus primeras cartas. Realmente se estaba ahogando, perdiendo todo el control de las cosas que sucedían, siendo empujada cada vez más hacia el fondo de un pozo oscuro del que jamás podría escapar.
Su vida no era fácil. Nunca lo fue y nunca pensó que lo sería, pero no pensaba que terminaría de esa forma. Atrapada en la oscuridad, con los sentidos nublados y un creciente dolor en su nuca que comenzó a despertarla de la inconsciencia.
Comenzó como una pequeña punzada en la parte de atrás de la cabeza, sutil, aunque lo suficiente como para causar una ligera incomodidad. Un gimoteo se escapó de sus labios a medida que el dolor empezó a esparcirse por toda la zona, arropando con su dolencia todo su cráneo. Se sentía como si le estuvieran aplastando la cabeza hasta reventársela. Estaba lejos de ser una sensación placentera. Era todo lo contrario. Era como ser arrastrada por todo el infierno rocoso y sin piedad alguna.
Su primer instinto fue de llevarse las manos a la zona para intentar de que disminuyera el sufrimiento, pero no pudo. Fue entonces que se percató de la cuerda áspera que le ataba las manos en la espalda; los nudos tan fuertes que las fibras sintéticas estaban clavándose en sus muñecas. Probablemente terminaría con unas quemaduras en la zona por la fricción al intentar de liberarse. Sin embargo, dudaba que unas pequeñas heridas fueran su mayor preocupación.
No, su mayor preocupación era que no podía ver. Tenía una venda oscura cubriéndole los ojos, impidiendo que pudiera observar dónde se encontraba o que pudiera defenderse. El pánico floreció en su pecho, rápidamente afectándole la respiración, tornándola agitada e irregular. Estaba en un lugar desconocido con su acosador personal, con la persona que la llevaba atormentando durante casi dos años bajo dos iniciales que nunca pudo descifrar.
M.L.
Podía ponerle nombre a una letra ahora que sabía quién era. Gracias a Astoria no la había tomado por completa sorpresa, aunque nunca lo creyó del todo. ¿Por qué? ¿Cómo? ¿Desde cuándo? Tantas preguntas y tan poco tiempo para obtener respuestas.
«Necesito salir de aquí», se dijo a sí misma, removiéndose en su lugar para intentar de aflojar las cuerdas que impedían su movilidad total. «Antes de que regrese, tengo que haberme liberado».
Trató de enfocarse en las lecciones de Dakota, en las largas horas que pasó junto a James practicando sus habilidades y afilando sus sentidos. Pero la imagen de su acosadora seguía apareciendo en su mente, ocupando el escenario del teatro de su vida. ¿Cómo ella podía ser tan peligrosa? ¿Ella había sido la responsable del secuestro de Scorpius y Astoria? ¿Cómo había tenido el corazón y el estómago para matar a Dianne a sangre fría?
«Marina... ¿por qué tú?», se cuestionó entre su desesperación. Tal vez si llegaba a entender por qué, podría concentrarse en hacer que sus instintos de supervivencia despertaran al igual que todo su sistema.
Marina la había conocido en los años de su respiro físico y emocional, en los momentos en los que era una adolescente despreocupada, cuando todo era más sencillo. La muchacha que conoció en ese entonces era una adolescente caprichosa y egocéntrica, una chica mala... Era un poco como Charlotte, aunque, a su vez, también era como Agatha en algunos sentidos.
Quizá lo más que la dejaba incrédula era el hecho de que Marina y ella tenían la misma edad, pero eran los polos opuestos más grandes del universo, incluso cuando tenían similitudes. Mientras Marina decidió pulir su oscuridad para hacer daño, Agatha reprimió la suya para tratar de hacer el bien. Agatha trataba de mantenerse cuerda, mientras que Marina decidió vestir de locura, portándola como una segunda piel. Agatha buscaba salvar a los que amaba y Marina gastó toda su energía en tratar de deshacerse de ellos.
La rabia burbujeó en el estómago de Agatha, viajando por todo su torrente sanguíneo y quemándole la piel. Marina había intentado de diezmar su familia, sus amigos. Amenazó tantas veces la vida de Agatha, la atormentó durante meses, hizo que toda su ansiedad aumentara y tuviera la necesidad de andar de puntillas para que no le siguieran los pasos.
El enojo fue el detonante para que Agatha recordara una lección de Dakota en particular. La habían practicado específicamente porque nunca sabían cómo atacarían, así que durante esa clase Dakota la ató a una silla y le vendó los ojos y la dejó para que lograra salir sola. Eventualmente Agatha lo hizo. Le tomó unas horas descifrarlo por completo, pero lo logró.
Justo como lo hizo en ese momento, quemando las sogas que la restringían, pero sin afectar o dañar su piel en el proceso. Fue cuidadosa. No quería herirse y que Marina tomara eso como una ventaja sobre ella; y ya Agatha se encontraba en suficiente desventaja como para permitir que eso sucediera.
Tan pronto logró estar libre de todas sus restricciones, Agatha removió la venda de los ojos y soltó un jadeo cuando vio a Marina de pie frente a ella. Inmediatamente retrocedió, poniendo sus sentidos en alerta. Pensó durante un segundo que quizá terminaría manchándose las manos de sangre en esa noche, que quizá sería la última vez en la que podría considerarse una persona inocente.
—Tengo que admitir, Agatha, que me has tomado por sorpresa dos veces —comentó Marina, arrastrando las «r» en un pesado acento que no era inglés. Su voz ya no era nasal ni aguda como la recordaba, sino todo lo contrario. Era pesada, enronquecida, más siniestra—. No te creí capaz de poder zafarte de las ataduras.
—Soy más capaz de lo que piensas —rebatió Agatha entre dientes y utilizó sus poderes para hacer que Marina saliera expulsada al otro lado de la habitación.
Los ojos de Marina centellearon con malicia y una sonrisa torcida mientras se ponía de pie, caminando hacia Agatha con rapidez.
—Estoy segura de que eres capaz de mucho, pero tienes un problema: te frenas. Atacas, pero no buscas matar. Yo sí —dijo y lo siguiente que Agatha sintió fue el dolor agonizante de una daga clavarse en su muslo—. Ahora siéntate en el maldito suelo, Agatha. No me hagas herirte antes de lo debido.
Las lágrimas no tardaron en llegar, empapando el rostro de Agatha por completo. Con las manos se tapó la herida y ejerció presión para detener el sangrado, pero no era de mucha ayuda. El dolor la debilitó y aunque sentía un poco de adrenalina fluir por su sistema, no estaba en las mejores condiciones para desobedecer.
—¿P-P-Por qué estás haciendo esto? —balbuceó Agatha en un tono jadeante y ahogado por la agonía.
—Porque sí.
Agatha negó, rehusándose a aceptar eso por respuesta.
—No, te conozco, Marina. No haces le haces algo a alguien sin buscar restregarle en la cara el por qué —masculló—. Merezco saber qué hice para ganarme tu odio.
Marina frunció los labios en una mueca inconforme y jugueteó con la daga ensangrentada que tenía en la mano derecha.
—Bien. Estoy harta de jugar contigo. Dos años es más que suficiente, ¿no crees? —Agatha se mantuvo en silencio, ahorrando energía para cuando tuviera la oportunidad de escapar—. ¿Sabes, Agatha? Antes de entrar a Beauxbatons, fui criada para la grandeza. La última heredera de los Agron, una familia con importancia en Francia. Fui hecha para ser la primera en todo. Y lo fui... por un tiempo antes de que llegaras.
» Podría recitarte palabra por palabra, detalle por detalle, la primera vez en la que quedé en segundo plano, pero me ahorraré el cuento. Fue por tu culpa. Mis padres estaban furiosos de que una sangre sucia fuera mejor que yo y se aseguraron de que nunca me olvidara de eso. Pero no me importó, ¿sabes? Porque en tercer año traté de que fuéramos amigas.
Agatha se rio, encontrando las últimas palabras verdaderamente hilarantes. ¿Qué sabía Marina de amistad? Nunca se aproximó a ser más que una persona falsa y poco genuina.
—Tienes una manera muy rara de mostrar el sentimiento de amistad —dijo.
Marina resopló.
—Como siempre, nunca te tomas las cosas en serio, y es de lo que más te vas a arrepentir —prometió en un tono que sonó más a amenaza—. Tú no solo eras bonita e inteligente, también te ganaste una mala reputación por ser bromista. Y jugaste conmigo a finales de ese tercer año. Me hiciste una broma. ¿No lo recuerdas, Aggie?
Un nudo se formó en la garganta de Agatha, recordando exactamente lo que Marina quería decir. Una chica de Beauxbatons la había retado a besar a Marina por veinte galeones. Lo hizo sin siquiera pensarlo dos veces.
—Marina... era una persona completamente distinta en ese entonces.
—¿Lo eras? Porque hasta hace unos meses seguías siendo la misma mentirosa y manipuladora. ¿O te olvidas de Lysander y cómo jugaste con él mientras tenías citas con su patético mejor amigo? —cuestionó, agachándose frente a Agatha para poder agarrarle el rostro con fuerzas, apretujándole las mejillas agresivamente y luego la soltó con desprecio—. Siempre fuiste vil y cruel, Aggie. Y nunca te diste cuenta.
» Tú me rompiste el corazón con ese juego, Agatha, pero estaba tan obsesionada contigo. Es tan patético. —Marina se rio de sí misma, sonando como una persona que había perdido la cabeza por completo. Tal vez lo había hecho—. Un beso y me convertiste en una chica loca. ¿Es parte de tu maldición? Porque no lo entiendo. Te hubiera dado el cielo entero si lo hubieras pedido.
—Estás enferma, Marina —escupió Agatha, mirándola con desprecio.
No porque una chica estuviera confesándole de una manera muy extraña y atemorizante que había tenido sentimientos románticos por ella. No, no se trataba de eso. Respetaba y valoraba las emociones y atracciones de todos por igual. Sin embargo, Marina lo había llevado a un extremo donde se volvió obsesivo y dañino. ¡La había acosado por dos años! Por Merlín, incluso asesinó personas. ¿Cómo eso podía estar bien desde su perspectiva?
—Es gracioso —dijo, encogiendo los hombros y se sentó al lado de Agatha, pasándole los dedos de la mano derecha por el rostro pálido. Agatha se estremeció ante el toque con una mezcla de temor y asco—. Eso fue exactamente lo que me dijeron mis padres cuando inocentemente les confesé que estaba enamorada de una chica... y no de cualquier chica, sino de la que me había condenado al perpetuo segundo lugar.
Por más que quisiera, Agatha no podía empatizar con una persona que le causó tanto daño. Si fuera por ella, podía pudrirse en el infierno recibiendo la peor de las torturas y no cambiaría nada. Seguía siendo una persona con maldad en su corazón. Alguien cruel y vil que no merecía ninguna piedad.
—Estás loca. ¿Hiciste todo esto porque rompí tu estúpido corazón? ¡Bienvenida al maldito mundo real, Marina! A todos nos han rechazado. No veo al mundo acosando y matando personas inocentes solo por eso.
Marina ladeó la cabeza y frunció el ceño, poniéndose de pie con rapidez. Todo su cuerpo tenso, demostrando lo mucho que necesitaba sentirse más que Agatha.
—¿Crees que tenerte aquí es solo por eso? Ay, Agatha, Agatha, Agatha. Siempre tuviste problemas de ego. Quizá por eso me gustabas. —Torció los labios en una mueca y luego suspiró—. A medida que me obsesioné contigo, descubrí cosas de ti. Encontraba extraño que tuvieras una magia tan excepcional cuando eras una sangre sucia. Pero luego supe por qué.
» ¿Sabes que genéticamente hablando los magos más importantes y poderosos de la historia no eran portadores de sangre pura? Se necesita una mezcla de pureza y suciedad para alcanzar tal grandeza genética y mágica. Tú eres una mestiza. Pero no cualquier mestiza, tienes en tus venas la sangre de la mejor bruja de su generación y de una de las familias más antiguas del mundo mágico. La hija bastarda de Draco Malfoy y Hermione Granger. Admito que la familia de tu madre me aborrece. Ugh, típicos muggles. Pero la de tu padre... de ellos sí que investigué. ¿Conoces la historia de los Malfoy, Agatha?
Mordiendo el interior de su mejilla, Agatha negó con la cabeza. Lo más que sabía era del árbol genealógico que era demasiado grande como para investigarlo por completo. Además de que nunca le interesó conocer mucho de ellos en general. Solo quería saber de Lyra.
—No, no la conozco.
—Se originaron en Francia, Aggie. El apellido Malfoy deriva de la expresión: «Mala fe». Creo que les queda como un guante, ¿no concuerdas? De todos modos, los Malfoy se han asociado a muchas familias de sangre pura para mantener intacto su legado. Largas generaciones de patriarcado donde todos los núcleos tenían exclusivamente un hijo varón que continuaría con el modus operandi de la familia.
» Se dice que fueron malditos en la antigüedad por su crueldad. Una vieja esclava portadora de magia negra los llevó a la desgracia. Mientras limpios y puros sean, un hijo por generación tendrán; pero si se mezclan con la suciedad, estarán condenados y la oscuridad formará parte de ellos por la eternidad. Todos mantuvieron el legado. Bueno, excepto por dos. ¿Sabes por qué cometieron ese error? Porque dejaron de contar la historia hace mucho tiempo. Aquel que no conoce su historia está condenado a repetirla.
—¿Cómo sabes todo esto? —cuestionó con voz temblorosa—. ¿Cómo sé que es verdad?
Marina simplemente la observó con un poco de lástima fingida. Por primera vez desde que la conoció, nunca había visto a Agatha tan vulnerable e indefensa, pequeña y doblegada ante ella. Mirándola desde el suelo como si fuera un rascacielos imponente e indestructible.
Pero incluso los rascacielos más grandes pueden ser quebrantados utilizando la fuerza correcta. Agatha lo sabía por completo y era lo que estaba esperando, su momento perfecto para poder escapar. Permitía que Marina se desahogara, que le dijera paso por paso sus planes y cómo llegó a ellos. Utilizaría toda su furia para poder deshacerse de ella, incluso si eso significaba que debía mancharse las manos de sangre. A esas alturas no sabía si le importaba.
—¿Qué gano yo con mentirte sobre esto? —inquirió Marina—. Ya te tengo aquí ante mí y sufriendo. Me cansé de los rodeos y los juegos, ahora es tiempo de verdad y revelación.
—¿Y Lyra? ¿Cómo encaja Lyra en esto? —preguntó Agatha, guiando nuevamente el interrogatorio, aprendiendo y absorbiendo la información que Marina estaba soltando.
—Lyra fue la primera mujer Malfoy nacida antes que tú. Pureza con suciedad para alcanzar la perfección genética y mágica. Me di cuenta en ese momento que solo había una forma de hacerte sufrir; encontrar alguien más poderoso que tú, hacerte pagar con tu propia perfección. Encontré un ritual para traerla de vuelta a la vida. Para eso tenía que arrastrar su alma de las sombras, romper el balance natural del mundo y convertirla en algo más; un Oastori, un ente oscuro e incorpóreo que busca su doppelgänger para poder sobrevivir. Cada ritual tiene un precio, tus padres adoptivos pagaron el primero.
El aliento de Agatha se le atoró en la garganta, mezclándose con un nudo preexistente en ella. La culpa le carcomió los huesos, haciéndolos añicos bajo su peso. Había sido responsable, indirectamente, de la muerte de las personas que le enseñaron el amor. Recibió la confirmación a sus sospechas: ella los había matado.
Las lágrimas fueron inevitables, empapándole el rostro con rapidez.
—¿Y Dianne? ¿También fue otro ritual? —increpó entre dientes.
—Oh, ella solo fue preparación. Lyra está lista para poseer tu cuerpo, Agatha. Está lista para hacerte desaparecer para siempre —dijo Marina, sus ojos brillando con maldad y locura.
—Ella era inocente. Todos ellos eran inocentes... —Dejó de hablar, frenando las palabras que querían salir después: «Debiste haberme matado a mí». No las dijo porque sabía que era lo que Marina haría indirectamente.
Le cedería su cuerpo, dejándolo como un jarrón vacío al que podía llenar con la sombra de Lyra, otorgándole todo el poder necesario para traer destrucción al mundo. Al quebrar el balance entre la vida y la muerte, todo sería poderoso. Jamás volvería a existir paz. La oscuridad reinaría hasta el final de la existencia porque es imposible matar algo que no tiene vida; Lyra sería invencible.
—Tengo una última pregunta... ¿Cómo sabías todo? ¿Cómo te infiltraste en mi vida sin que me diera cuenta?
La sonrisa que cortó el rostro de Marina, desfigurando su rostro en uno malicioso fue escalofriante. Agatha casi se arrepintió de haberle preguntado en primer lugar.
—Pasando desapercibida —respondió.
Sin darle tiempo de procesar las palabras, su piel comenzó a tornarse oscura, cambiando y transformándose en una capa negra verdosa. Eran plumas. El tamaño de Marina disminuyó a medida que completaba su transformación. Su sonrisa se dividió y alargó hasta que un pico reemplazó su nariz. De sus manos salieron espolones grises.
El augurey de Dakota.
Todo había sido planificado con precisión. ¿Cuáles eran las probabilidades de que eso pasara? Agatha recordó todas las veces en las que el pájaro la había tratado de morder. Siempre pensó que era porque no le simpatizaba a los animales, pero ahora conocía que era una razón con un peso mayor.
Todos esos años estuvieron conviviendo con un enemigo entre ellas sin siquiera saber el peligro que tenían.
ϟ
Draco Malfoy no podía dormir durante la noche. Raramente obtenía un poco de sueño con la preocupación que cargaba y también manejando su nueva responsabilidad como padre. Tenía sus habilidades oxidadas. Apenas y recordaba cómo cargar un bebé. La última vez que sostuvo uno fue cuando tuvo a Scorpius y él ya tenía quince años. También estaba el hecho de que Phoenix era más pequeña, más delicada. Era un milagro que naciera sin ningún problema mayor a los presentados.
Su pequeño fénix de luz.
Sonrió un poco, acercándose a la fina cuna negra que tenía grabado el escudo de la familia Malfoy en la cabecera. La «M» destacando a todo aquel que la viera. En el interior estaba su pequeña hija dormitando. Estaba seguro de que se despertaría pronto. Phoenix estaba muy lejos de permitirle dormir una noche entera, aunque no era como si lo estuviera haciendo de todas formas.
Apreció a la bebé, comparándola con un angelito. Tenía el cabello rubio, destacando en su cabeza, portándolo como una corona. Su tez estaba cada vez más pálida, perdiendo el enrojecimiento natural de los bebés cuando recién nacen, pareciéndose cada vez más a los Malfoy. Era delicada y perfecta. Sin embargo, tenía algo que los diferenciaba por completo, algo que la hacía destacar entre sus hijos: Phoenix tenía los ojos azules como el océano.
Un océano fuerte como ella. A pesar de lo diminuta que era, Draco supo que su hija era fuerte y resistente. Se requería una gran fortaleza para poder luchar por su vida estando tan pequeña. Se preguntó, entonces, si uno nacía fuerte o si era algo que se adquiría con el tiempo. Cualquiera que fuese la respuesta, Draco sabía que la fortaleza y Phoenix eran una; habían nacido juntas.
Cuando una delicada mano se posó en su hombro, Draco se sobresaltó, poniéndose en alerta, pero se relajó considerablemente al reconocer la persona que se encontraba tocándolo. Su aroma, su calidez, todo lo que venía de ella le traía paz y tranquilidad.
—Deberías dormir, Draco —recomendó Hermione en un tono apenas audible, teniendo cuidado de no despertar a Phoenix—. Nada le va a suceder, está casi al lado de la cama.
—No puedo dormir —confesó, apoyando las manos en el borde de la cuna—. Ellos se fueron de nuevo.
—Lo sé. También me asusta que estén enfrentándose a algo que es más grande que ellos, pero no podemos protegerlos de todo. Por más que quisiéramos hacerlo, es imposible. Van a continuar corriendo riesgos y van a sufrir también. Es inevitable —dijo con empatía—. Yo no quiero que Agatha y ninguno de ellos estén pasando por una versión quizá más retorcida de lo que nosotros pasamos cuando jóvenes, pero quieren hacer lo que es correcto.
Draco levantó la vista de la cuna, dirigiéndola hacia Hermione. Había una pizca de dolor en sus ojos, vulnerabilidad reflejada en ellos, brillando con todo su esplendor. Sus ojos, al igual que los de Agatha, eran más expresivos de lo que ellos querían demostrar.
—Me siento como un fracaso, Hermione. Casi pierdo a Scorpius, Agatha ha estado al borde de la muerte en muchísimas ocasiones... Estoy fallando mil veces en adaptarme a Phoenix. Solo... siento que me quedo corto en asumir mi rol como padre.
Hermione negó inmediatamente, colocando su mano en el mentón de Draco, obligándolo a mirarla.
—Eres un estupendo padre —le aseguró con firmeza—. Solo mira la forma en la que educaste a Scorpius. Y como cuidas de Phoenix. Eres atento, cuidadoso, y das lo mejor de ti. Esta niña puede haber perdido a su madre, pero tú estás haciendo un tremendo trabajo. Ni hablar de cómo te portas con Agatha. Eres la persona en la que más confía en todo el mundo. La conexión que tienes con ella es algo que solo puedo envidiar porque no es igual conmigo. —Suspiró un poco—. Si quieres hablar de malos padres, mírame. Di mi hija en adopción porque no supe manejar mis responsabilidades...
—No hables así de ti, Hermione —pidió rápidamente—. Eres una madre excepcional. Todos cometemos errores, tú has tomado responsabilidad por los tuyos y no hay dudas de que Agatha te adora.
El rostro de Hermione adoptó una expresión de tristeza.
—Sigo teniendo una hija que me odia.
—Rose te ama. Tal vez no lo parezca ahora mismo porque tiene los genes horripilantes y testarudos de la Comadreja, pero estoy seguro de que te ama —le aseguró. Hermione sonrió ante sus palabras—. Solo dale tiempo. Nadie podría odiarte.
—¿Ni siquiera tú? —optó por molestarlo antes que sumirse en su propia miseria de todas las ocasiones en las que falló como madre.
Draco esbozó una sonrisa ladina.
—Especialmente yo tampoco —respondió, inclinándose lo suficiente para darle un casto beso en los labios—. Jean... ¿puedo preguntarte algo?
Ella frunció el ceño, extrañada por el tono serio en el que Draco pronunció la pregunta.
—Lo que sea.
—Si... Si estamos juntos cuando todo esto acabe... No quiero que te sientas presionada y sé que no llevamos mucho tiempo con lo que sea que tenemos, pero... —balbuceó y Hermione reprimió una risa—. Dijiste que Phoenix no tenía una madre, pero ¿y si la tuviera?
Hermione lo miró con ojos entrecerrados, tratando de leer entre líneas.
—¿Estás tratando de pedirme que asuma el rol de madre para Phoenix? —cuestionó, simplificando las palabras de Draco.
Él se encogió un poco, sintiéndose un poco avergonzado. Incluso sus mejillas adquirieron un color rosado.
—Sí, es lo que trato de pedirte —admitió.
Hermione sonrió ampliamente, la felicidad genuina brillando en su rostro.
—Sería un honor, Draco.
Aprovechando el momento, Draco la besó profundamente, disfrutando de la forma en la que sus bocas encajaban como so hubieran sido diseñadas para estar unidas. Adoraba besarla, tocarla, saborearla. Todo lo que involucrara tener a Hermione entre sus brazos. En especial si estaban acompañados de pequeños gemidos y menos ropa, pero no era exigente. Tomaba todo lo que ella estaba dispuesta a ofrecer.
Y Hermione parecía tan dispuesta como él a querer más que besos hasta que el llanto de Phoenix interrumpió el momento, quebrando por completo la burbuja en la que se encontraban. Un gruñido de frustración salió de los labios y Hermione se rio.
—¿Después? —preguntó él cuando Hermione se inclinó para coger a la pequeña en sus brazos.
—Ya veremos, Malfoy —murmuró, pero su sonrisa decía otra respuesta.
ϟ
Agatha no supo el momento en el que quedó inconsciente, pero suponía que se debía a la pérdida de sangre por la puñalada en la pierna. Todavía la tenía, la herida latiendo con fuerzas como si su corazón se encontrara en la zona afectada. Sin embargo, cuando despertó pudo notar que tenía una venda rodeándole el muslo. Todavía se podía apreciar una mancha de sangre en el vendaje blanco, pero al menos el sangrado se detuvo.
Se encontraba sola en la habitación de antes y quiso aprovechar el momento para tratar de escapar cuando Marina entró abruptamente, teniendo una mirada determinada y una daga en su mano.
—Levántate —ordenó—. Tus estúpidos amigos vinieron a buscarte y tenemos que irnos. —Agatha dudó, sintiendo la necesidad de pelear contra Marina a pesar de que no tenía ni pizca de ventaja—. Agatha, juro por todo lo que tienes que voy a matarlos si no te pones de pie ahora mismo y salimos silenciosamente. Y empezaré por ese lindo novio que tienes.
En contra de todo lo que quería hacer, Agatha sabía que estaba en desventaja y que no le quedaba otra opción que obedecer y rezar para que un milagro ocurriera. Iba a morir antes de que tuviera una oportunidad real de salvar a su familia.
Con un jadeo, sintiendo la corriente de dolor que se disparó por su sistema al ponerse de pie. La herida parecía haberse estirado en el movimiento, haciendo que se quedara sin aire por unos segundos. Todo su cuerpo se estremeció. No sabía cómo sería capaz de caminar de esa manera. Ni siquiera podía moverse sin sentir que todo su cuerpo estaba cediendo.
Tenía la vista borrosa, las lágrimas provocaban que tuviera un ardor en los ojos, y estaba haciendo todo lo posible por mantenerse alerta y despierta. Su vida dependía de esas dos cosas.
—¡Muévete, Agatha! —masculló Marina, presionando la daga en su espalda, amenazándola con atravesarla si era necesario.
Dar el primer paso tomó casi todas las fuerzas de Agatha. La piel estirándose, el peso que tenía que poner en la pierna al caminar, el dolor agonizante... Todo apuntaba a que era mejor darse por vencida y permitir que la mataran. Pero no podía ser en la casa, no cuando estaban en el interior parte de las personas que más quería. Tenía que protegerlos.
Dio el siguiente paso y se le hizo más fácil. Todavía dolía como el infierno, pero ahora tenía una motivación para salir de allí.
Marina la empujó, arrastrándola para moverla con rapidez y poder salir de la habitación, tomando otro pasillo en contra de la salida principal. Tenían que moverse rápido para evitar toparse con los demás.
Pero ellos estaban cerca y Marina no reaccionaba bien a trabajar bajo presión. Se estaban quedando sin opciones.
—Esto te va a doler más a ti que a mí —dijo.
—¿Qué?
Lo siguiente que Agatha sintió fue la forma en la que Marina la empujó en dirección a una ventana, rompiéndola en el proceso y cayendo de espaldas inevitablemente. Agatha no tenía su varita para detener la caída y estaba demasiado débil como para tratar de manipular el aire y suavizar su impacto con el suelo. Todo pasó demasiado rápido. La ventana quebró, algunos vidrios se incrustaron en su piel y el grito al caer raspó su garganta.
—¡Agatha! —Escuchó que alguien gritó su nombre desde el interior de la casa.
Sin embargo, no lo procesó porque algo más fuerte la eclipsó: fue el impacto con el suelo. Cayó de espaldas, golpeándose todo el cuerpo a la vez. Lo único que pudo hacer fue levantar un poco la cabeza para evitar fracturarse el cráneo y morir de otra forma. Pero el dolor que sintió la dejó sin respiración durante unos segundos. Instantáneamente un sabor metálico se apoderó de su boca y se volteó un poco para poder escupir la sangre que se acumuló en su cavidad bucal.
Se había mordido la lengua al caer. O quizá estaba sangrando desde su interior. No estaba segura.
Lo único que sabía era que podía moverse. Estaba segura de que se había roto algunas costillas y que no sería capaz de levantarse. Ni siquiera estaba segura de que seguía con vida. Su cuerpo solo se movía con espasmos irregulares.
«Voy a morir», pensó.
Marina saltó de la ventana, pero suavizó su caída justo antes de tocar el suelo, evitando salir herida como Agatha. Viendo el estado de la chica, sabía que no iba a poder caminar, tampoco quería que lo hiciera. Hizo un ademán con la mano y pronunció un hechizo para arrastrar a Agatha detrás de ella en su camino hacia un claro en el bosque.
Tenía todo listo para realizar el ritual. Solo necesitaba apurarse para evitar que los demás interrumpieran el tiempo perfecto.
El círculo estaba listo en medio del claro, cuatro velas estaban en los puntos cardinales de la línea dibujada y había un frasco lleno de un líquido espeso y rojizo por cada punto. Sangre. Todos estaban llenos de sangre, excepto por uno: el frasco del norte. Runas y símbolos antiguos estaban dibujados en el interior del círculo.
Dejó a Agatha en el exterior del círculo, su espalda contra el suelo y luciendo cada vez más débil. Tenía que apurarse si quería realizar el ritual mientras todavía estaba con vida.
La sombra de Lyra se materializó en el interior del círculo, observando a Agatha. Justo en ese punto daba directamente la luz de la luna y Agatha podía apreciar la sombra de Lyra con facilidad.
—Ya es hora —anunció.
—Solo falta un poco de sangre de la doppelgänger —dijo, agachándose al lado de Agatha y agarró el brazo izquierdo de ella. Agatha quiso zafarse de las garras de Marina, pero no tenía las fuerzas necesarias—. Shh, será rápido. Lo prometo, Aggie.
El alarido de dolor que salió de los labios de Agatha fue tan fuerte que pudo haberse escuchado en todo el bosque. La hoja de la daga se clavó una y otra vez en la piel de Agatha, torturándola al crea pequeños cortes. Unos doce en total.
Acercó el frasco a la zona y recogió la sangre nueva que emanó de las heridas. Se alejó cuando estuvo lleno y lo colocó en el punto norte, luciendo satisfecha.
—La sangre de dos inocentes. —Señaló los frascos de los puntos este y oeste—. La sangre de una bruja que tenga contacto con el otro mundo. —Apuntó hacia el frasco sur—. Y la sangre de la doppelgänger. Todo está listo —concluyó, y alcanzó un antiguo libro, abriéndolo en la página indicada.
Comenzó a leer en un idioma que Agatha no pudo comprender, era demasiado antiguo, demasiado desconocido. Lo único que pudo deducir era que se trataba del hechizo para realizar la transferencia de la sombra al cuerpo de Agatha. Solo le quedaban segundos, quizá minutos de vida.
A medida que Marina seguía pronunciando el hechizo, recitando las palabras con más fuerza y confianza, el viento alrededor de ellas comenzó a soplar con fervor; las ráfagas cortantes creando un escudo protector entre el exterior y ellas.
La sombra de Lyra comenzó a disolverse en una arena negra, levitando como un gusano hacia el cuerpo de Agatha. La adolescente comenzó a hiperventilar, reconociendo que estaba en los últimos segundos de su vida y que había perdido. Estaba enfrentándose a su derrota.
—¡No!
Lucius Malfoy logró cortar su paso a través de las ráfagas de viento y alcanzar a Agatha antes de que fuera demasiado tarde, lanzando un polvo desconocido a su alrededor, impidiendo que la sombra de Lyra tocara a Agatha.
Los ojos de Marina se abrieron con pánico. Su plan se había hecho trizas. Si no se hacía la transición a otro cuerpo, Lyra se desvanecería en el tiempo.
Y solo Marina estaba sin protección en el círculo.
Con la velocidad sobrehumana, Lyra llegó donde Marina antes de que pudiera comenzar a huir y se introdujo en su piel. Lucius y Agatha escucharon a Marina gritar de agonía mientras Lyra poseía su cuerpo.
Cuando Marina volvió a abrir los ojos, un par de orbes grises ocupaban el color de antes, frialdad y oscuridad mezcladas en una. Lyra Malfoy estaba de forma corpórea en el mundo mágico.
—Regresaré por ti, Agatha —prometió antes de desaparecer por completo del claro del bosque.
Lucius bajó la mirada hacia Agatha, quien se encontraba inconsciente en su regazo.
—Necesito sacarte de aquí.
ϟ
Hermione y Draco recién se acostaron en la cama cuando escucharon un grito en la planta baja, pidiendo ayuda. Alcanzaron sus varitas con rapidez y bajaron lo más veloz que pudieron, topándose con una escena horripilante. En el recibidor se encontraban los compañeros de viaje de Agatha rodeando a Lucius Malfoy sosteniendo a una Agatha completamente ensangrentada e inconsciente.
Hermione ahogó un jadeo y fue la primera en saltar para acudir a la ayuda de su hija.
—¿Qué pasó? —preguntó con desesperación, examinando a Agatha.
—Ella volvió —murmuró Lucius, bajando la mirada al brazo izquierdo de Agatha.
Granger se ocupó de examinar la zona que Lucius estaba observando y obtuvo su respuesta cuando pudo ver la herida compuesta de cuatro letras: «LYRA».
__________
Un capítulo intenso para comenzar el año. Tengo que admitir que hasta para mí fue difícil manejar la intensidad de este capítulo con todo lo que sucedió. Se descubrieron muchas verdades y algunos sucesos inesperados también, al igual que mucha crueldad.
Espero y les haya gustado.
¡Feliz año nuevo!
Love,
Thals. ❤️
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