63| Fénix de luz
DRACO MALFOY NUNCA HABÍA SENTIDO TANTA angustia en su vida. Ni siquiera cuando estuvo en medio de la guerra y el Señor Oscuro vigilaba cada uno de sus movimientos. No, eso era nada comparado a cómo se sentía en ese instante mientras caminaba dando grandes zancadas por los pasillos de San Mungo. Tenía el corazón acelerado, queriendo salirse de la caja torácica que lo mantenía prisionero. Todavía tenía en su mano la carta que recibió relatando que Astoria y Scorpius se encontraban internados en condiciones desconocidas.
Estaba temblando por el terror que estaba apoderándose de su cuerpo, enviando escalofríos a través de su columna vertebral. Todavía no sabía cómo reaccionar. Estaba descontrolado, desesperado y ahogándose en su preocupación. De lo único que estaba consciente era de que sus hijos estaban en riesgo.
Se sentía paralizado en medio de un mar de incertidumbre del que no podía escapar. Tenía el pecho apretado, dificultándosele respirar y un nudo en la garganta que le dolía. Sin embargo, mantuvo avanzando por el pasillo hasta detenerse en el lugar indicado. Por un momento dudó entre las opciones que tenía. No quería entrar sin saber a qué se estaba enfrentando. No sabía qué esperar o con qué se estaría topando al otro lado de la puerta.
Así que optó por mantenerse en el pasillo, esperando por el sanador que estaba atendiendo a Astoria y a Scorpius. Con el estómago hecho un desastre por los nervios, la ansiedad y el pavor, Draco comenzó a caminar de lado a lado en la extensión del pasillo mientras mataba el tiempo que parecía haberse detenido.
No supo cuánto pasó, pero se sintió como una eternidad. Para el momento en el que el sanador salió de la habitación, ya Draco se había sentado en el suelo del pasillo y tenía la cabeza escondida entre las manos, su mente dándole vueltas al asunto como un carrusel.
El sanador era un hombre de estatura alta y con una panza que demostraba que abusaba un poco del consumo de alcohol, y con el cabello canoso. Se notaba que no obtenía buenas horas de descanso por las oscuras ojeras que adornaban su rostro.
—¿Señor Malfoy? —habló el sanador con voz gruesa. Draco se puso de pie de inmediato, prestándole toda su atención—. Soy el sanador Jeint —se presentó educadamente, aunque la verdad era que lo menos que a Draco le importaba era su nombre.
—¿Cómo están? —preguntó, ahorrándole parte del discurso.
No quería hablar sobre bobadas que no tenían importancia. Necesitaba saber sobre el estado de sus hijos y de Astoria.
El sanador suspiró y miró la tabla de apoyo donde tenía el diagnóstico de ambos.
—Su hijo, Scorpius, está delicado, pero estable. Ha sufrido deshidratación, mala alimentación y un cierto grado de hipotermia. El tratamiento ya se ha puesto en marcha y está en mejor estado, pero necesita descanso. No sabremos más hasta que su cuerpo se recupere —explicó el sanador, casi sonando como un robot a la hora de hablar. No había emoción en sus palabras. Todo era mecánico.
Draco no lo culpaba. Llevaba tanto tiempo en el trabajo que de seguro se había cansado de recibir los mismos tipos de casos en un bucle interminable. Sin embargo, le molestaba un poco que hablara de esa forma de su hijo, como si no fuera algo más que un enfermo que necesitaba atención médica.
—¿Y Astoria?
El sanador alzó el pergamino del tope de la tabla de apoyo y leyó lo que había escrito al atenderla.
—Ella es otra historia. Sufrió unos grados de tortura, creando un daño inmenso en sus órganos. Todo su sistema estaba colapsando con rapidez a causa por causas desconocidas; estaba débil. No había mucho por hacer. Tuvimos que sacar al bebé antes de tiempo.
Draco sintió su mundo caer en un pozo oscuro y sin final. Solo sentía que caía y caía sin detenerse. Interminable y doloroso. No podía respirar. No podía asimilar lo que estaba escuchando.
—Es demasiado pronto. Faltaban dos meses... —pronunció, siendo consciente del grueso nudo alojado en su garganta.
—Las íbamos a perder a las dos, señor Malfoy. Su hija se encuentra bien, estable. Le hemos dado pócimas para acelerar y completar su desarrollo para minimizar el peligro. —Hizo una corta pausa—. No tengo mucho que decirle respecto a Astoria. Hemos hecho todo lo que podíamos, ahora todo depende de cómo ella responde al tratamiento.
La barbilla de Draco tembló, amenazando con llorar por primera vez en mucho tiempo. Reunió toda la fuerza que tenía para controlarse y poder hablar nuevamente.
—¿Las dos? —cuestionó una vez las palabras fueron procesadas.
El sanador asintió.
—Usted es padre de una hermosa niña —le informó y no se sintió tan frío como antes, pero no duró mucho. Como todo lo que estaba sucediendo, cada instante era efímero.
—¿Cómo está bien? Dijo que Astoria fue torturada, ¿cómo está bien?
El sanador sacó un anillo de su bata blanca y se lo tendió a Draco quien se quedó paralizado al verlo.
—Ese anillo tenía un tipo de magia antigua que...—Él lo interrumpió.
—Ofrece protección a quien lo porta —completó sin dejar de mirar el aro.
Ese había sido el anillo con el que le propuso matrimonio a Astoria. Se había olvidado por completo de él, pero ella nunca lo hizo. ¿Cómo olvidar algo que se lo habían dado con tanto amor? ¿Cómo olvidar algo que había marcado su vida?
—Exacto. —Volvió a mirar la tabla y suspiró—. De algún modo ella logró concentrar el poder del anillo para proteger a su bebé.
Draco cerró los ojos y pasó una mano por su cara. Hubo un momento en el que había pensado que Astoria no tenía madera de madre por la forma en la que llegó a tratar a Scorpius, pero ahora se retractaba. Ella estaba casi al borde de la muerte por proteger a su hija, sin importarle su propio dolor. Eso era algo que solo una madre podría hacer. Sí, Astoria cometió muchos errores en los pasados tres años, pero recapacitó y aprendió de ellos.
—En su opinión, ¿cree que Astoria podrá salir de esto? —Se atrevió a preguntar.
El sanador apretó los labios.
—Si fuera usted, no me llenaría de esperanzas.
Otra puñalada en su pecho mientras lo veía alejarse por el pasillo. No tener esperanza. ¿Cómo haría eso? ¿Cómo podía pretender que sus hijos estaban muy cerca de perder a su madre y ni siquiera estarían conscientes de eso? La desesperación lo empezó a ahogar. No sabía cómo sería capaz de decirle a Scorpius las noticias una vez estuviera despierto.
Esperaba que Scorpius mejorara antes de que Astoria muriera porque él merecía despedirse de su madre.
—Señor Malfoy —lo llamó una de las enfermeras—. Me dijeron que lo guiara para que viera a su hija.
Draco asintió, tragándose el llanto que todavía no había sido liberado, y siguió a la enfermera por los pasillos hasta que se detuvo frente a una habitación donde había otros recién nacidos. Sus ojos dieron con un moisés donde tenía una etiqueta con el apellido «Malfoy» y no pudo evitar sonreír.
Era la primera vez que sonreía en ese día, pero era imposible no hacerlo cuando localizó a su hija.
No cabía dudas de que había heredado el gen Malfoy. Tenía un cabello rubio platinado que casi brillaba. La hacía resaltar entre los otros bebés del lugar. La piel delicada estaba rosada y era muy pequeña. Tanto así que Draco sería capaz de sostenerla en su antebrazo y le sobraría espacio. Sabía que eso se debía principalmente al haber nacido antes de tiempo, pero no quitaba el hecho de que era hermosa.
Delicada y hermosa. Casi resplandecía con inocencia. Estaba completamente ajena a todo el mal que estaba ocurriendo, lo que la hacía aún más cautivante.
Escuchó pasos en el pasillo, pero ni se inmutó. Estaba demasiado concentrado viendo a ese rayito de luz que había nacido en medio de la tormenta.
—Es hermosa. —La voz de Theo a su lado lo trajo de vuelta a la realidad—. Bien hecho, Draco. Eres feo como el infierno, pero haces bebés adorables.
Draco le dio un codazo en las costillas, aunque agradecía el humor. Hacía que la situación no fuera tan pesada. Así tendría algún lindo recuerdo que contarle a la niña cuando creciera. No quería que su nacimiento fuera uno manchado de tragedia.
—Creo que se parece a su tío Blaise —dijo Zabini con una sonrisa.
—Sí, ya lo creo —murmuró Draco—. Especialmente en el color de pelo.
Blaise puso una mano en su pecho dramáticamente, haciéndose el ofendido.
—Estás ofendiendo a mi hermoso cabello que es más sedoso que el tuyo, Draquesha —dijo dramáticamente.
Los tres soltaron una carcajada. A pesar de todos los problemas, riesgos y momentos dolorosos que habían tenido, ellos nunca cambiarían. Ellos ya no se consideraban amigos, no, ellos eran hermanos.
—¿Cómo está Daphne? —cuestionó Draco.
—Destrozada —respondió Theo—. Astoria es su hermana menor.
—¿Scorpius lo sabe? —interrogó Blaise.
Draco negó con la vista fijada en el suelo. ¿Por qué todas las cosas malas pasaban de golpe? Era como si quisieran poner a prueba tu resistencia para las situaciones dolorosas. Especialmente a su familia que ya habían pasado por muchas cosas malas.
—Todavía sigue inconsciente —murmuró de manera apenas audible—. Solo espero que... Espero que despierte para el momento en el que toque despedirnos.
El silencio los rodeó. Tanto Theo como Blaise sabían que no había palabras que sirvieran para aliviar el dolor de la situación. Conocían a su amigo. Incluso si románticamente entre Astoria y él no hubiera ni una sola chispa restante, sabían que le tenía un gran aprecio por todo el tiempo que estuvieron juntos. Después de todo, sí la había amado en el pasado.
—Qué hermosa manera de comenzar el nuevo año —bufó Blaise con sarcasmo.
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Draco Malfoy sostuvo a su pequeña en brazos, sintiéndose como un gigante que podría quebrarla si no era lo suficientemente cauteloso. Quería ser lo más cuidadoso posible. Estaba hechizado por la bebé, completamente hipnotizado, aferrándose a ella para que fuera lo que lo mantuviera anclado al suelo en lugar de la gravedad. Necesitaba un pilar para poder manejar la situación.
Caminó lentamente hacia la camilla en la que Astoria yacía. Estaba tan pálida y demacrada. Las ojeras bajo sus ojos no eran lo único que oscurecía su piel porque tenía grandes moretones esparcidos por los brazos, perdiéndose bajo la ropa. Sabía que había más. Heridas también, pero no quiso examinarla porque no era su lugar y tampoco quería ver todo el daño de su cuerpo. No quería inmortalizar su memoria de esa forma.
—Hola, As —susurró, mientras se sentaba en el borde de la camilla con cuidado. Se aseguró que no estaba afectando a la mujer y continuó hablando—: Tenemos una hermosa hija. —Miró a la pequeña con ternura—. Se parece mucho a Scorpius cuando nació, pero creo que se parece a ti más. —La voz se le quebró un poco—. ¿Sabes? Nunca nos sentamos a decidir qué nombres ponerle. Estaba pensando en Lux, porque siento que ella es ese pequeño rayo de luz en esta tormenta que nos está consumiendo a todos. —Sostuvo la mano de Astoria y sintió que estaba fría como el hielo—. Tienes que luchar, As, nuestra hija te necesita y Scor también.
—Phoenix. —La voz de Astoria se escuchó como un susurro, pero Draco fue capaz de escucharlo perfectamente—. Phoenix —repitió en un hilo de voz.
Él frunció el ceño sin comprender.
—¿Qué?
—Phoenix Lux Malfoy. —Fue entonces cuando comprendió lo que quería decir. Ese sería el nombre de su pequeña—. Pensé en Phoenix porque ella surgió de un amor hecho cenizas, convirtiéndose en alguien puro como lo es ella.
Draco miró a la bebé y se dio cuenta de que el nombre le quedaba a la perfección. Era justo el perfecto significado para la niña.
—Es hermoso —coincidió—. Nuestra pequeña fénix de luz.
Astoria sonrió, apenas consiguiendo mantener los ojos abiertos durante cortos periodos de tiempo. Solo estaba tan cansada, tan dolorida... Pero todavía no podía irse. No podía abandonar el mundo sin hacer algo primero.
—¿Puedo pedirte algo? —preguntó débilmente.
Draco asintió repetidas veces. Estaba dispuesto a bajarle el cielo si lo necesitaba. No quería dejarla ir sin haber cumplido sus deseos finales.
—Lo que sea —respondió.
—Draco, yo necesito hablar con Agatha —murmuró con los ojos cerrados—. Necesito... Por favor. Necesita saber... Agatha tiene que saber.
Draco tragó en seco y asintió nuevamente, aunque ella no pudiese verlo. Se paró de la camilla, y salió de la habitación para cumplir con la petición de Astoria. Dejó a Phoenix con Narcissa, quien oportunamente recién llegaba al hospital.
—Mantenla a salvo.
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La última persona que Draco Malfoy quería ver ese primero de enero era a Dakota Welsh. Todavía le guardaba un poco de recelo a la mujer por la forma en la que mandó a Agatha en una misión peligrosa sin todas las herramientas para defenderse. Tenía por seguro que su hija sabía controlar las cosas y que se fue por una necesidad más grande de la que todos podían manejar, pero de todas formas no había tenido contacto con ella en un largo tiempo.
Ni siquiera sabía que estaba bien.
Ese pensamiento hizo que toda su piel se erizara, mandándole escalofríos por todo el cuerpo. Merlín, no sabía si Agatha se encontraba bien. No, ella tenía que estar bien. No soportaría tener a todos sus hijos en peligro. Perdería la jodida cabeza.
Necesitaba que todos estuvieran bien. Todos esos meses se estaban sintiendo como si estuvieran quitándole cartas a su castillo de naipes, buscando que se cayera por completo. Y no sabía cómo manejarlo o cómo afrontar su realidad.
Quizá por eso se encontraba frente a la puerta de Dakota Welsh, esperando a que abriera la puerta para poder pedirle que le dijera la ubicación de Agatha.
—Señor Malfoy —dijo Dakota con sorpresa, su cabello estaba de un color rojo rubí y tenía un gorrito de Santa en la cabeza que solo le hizo querer arrancárselo del pelo. ¿Cómo podía celebrar con tantas cosas malas sucediendo?—. ¿Qué está haciendo aquí? ¿Cómo supo que dónde vivo?
Draco ignoró sus preguntas. No tenía ánimos para eso. Tenía al reloj de la vida en su contra. Cada minuto que pasaba era uno que Astoria perdía.
—¿Dónde está Agatha? —Fue directo al punto y sin rodeos—. Si existe una persona en el mundo que puede conocer su paradero es usted.
Dakota se mantuvo impasible. Ni siquiera frunció el ceño. No reaccionó. Solo lo miró directamente, intentando descifrar de dónde venía tal desesperación del hombre.
—No lo sé —respondió con simpleza—. Vendrá cuando esté lista para hacerlo. Por el momento es peligroso para ella estar aquí.
—¿Cómo puedes estad tan tranquila sabiendo que la mandó en esa misión suicida?
Dakota tragó.
—No la envié en una misión suicida, si piensa que es así, entonces está subestimando a su hija, señor Malfoy. Agatha es una muchacha astuta y muy capaz de defenderse; ustedes apenas conocen la punta de sus habilidades. Es extraordinaria. Hará lo que tiene que hacer y saldrá victoriosa. Eso se lo aseguro.
Él resopló.
—Usted no tiene hijos, ¿o me equivoco? —Dakota negó—. Entonces no entendería lo que se siente. Necesito encontrar a mi hija.
—Ahí es donde se equivoca. Me importa su hija mucho. Considero a Agatha más que una alumna. Quizá es usted quien es incapaz de entender la naturaleza de nuestra amistad, pero le aseguro que conozco a Agatha incluso un poco más que usted. No piense ni por un segundo que es la misma adolescente que llegó a su mansión buscando conocer a su padre. Ha crecido y es determinada. Y tiene una misión que cumplir. —Draco permaneció en silencio como si lo hubieran abofeteado—. No tiene que encontrarla, si es realmente importante ella llegará a usted.
Apretando las manos en fuertes puños, Draco retrocedió en el porche de la casa de Dakota, aceptando su derrota.
—Espero que tengas razón.
—Lo verá —aseguró—. Feliz año nuevo, señor Malfoy.
Draco resopló.
—Seguro.
Pero cómo ese año podría ser feliz con la forma en la que había iniciado. ¿Cómo podía ser tan serena cuando el mundo entero estaba quebrándose sobre sus cabezas? La idea no cabía en su cabeza. Nunca lo haría.
Porque incluso cuando había sobrevivido a una guerra, nunca se había sentido tan personal en su vida. Nunca fue de ese modo para él. Hasta que le tocó a Agatha ser la atacada. Hasta que se metieron directamente con su familia y él estaba de manos atadas, impotente ante la amenaza que estaba yendo por sus hijos.
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Antes de regresar a San Mungo, Draco hizo una parada en el apartamento de Hermione porque sentía que todo su mundo estaba de cabeza y necesitaba un pilar del cual sostenerse. Hermione era exactamente ese tipo de persona. Era lo que quería en ese instante.
Solo la necesitaba a ella. Su presencia, su calidez, su bondad. Era esa mujer la única que le brindaba paz en esos momentos tan desesperantes y llenos de incertidumbre. Desde que apareció en su apartamento aquella noche, descubrió que tenía más sentimientos por ella de los que estaba consciente, pero tampoco le asustaba. Estaba bastante seguro de que eran correspondidos. Después de todo, estaban siendo un poco más que compañeros casuales de cama.
Había charlas, caricias, cariños, sentimientos.
Se complementaban mutuamente.
Era eso lo que añoraba en esos instantes. Necesitaba desahogarse durante unos minutos antes de volver a San Mungo para despedirse por completo de Astoria, sabiendo que no pudo cumplir el último deseo de su antigua compañera de vida.
Estiró su brazo y tocó la madera de la puerta tres veces. Sintió el nudo de su garganta hacerse más grueso, impidiéndole respirar. Sintió el peso de la realidad sobre sus hombros y su pecho, aplastándolo por completo, quebrándole las costillas y el esternón. Sus huesos estaban intactos, pero así era el dolor que se le había acumulado en el cuerpo durante todo el día.
Y ahora estaba saliendo a la luz porque estar en el apartamento con Hermione lo ponía en una posición vulnerable; ella lograba que todos sus mecanismos de defensa cedieran.
Fue exactamente eso lo que sucedió tan pronto ella abrió la puerta. Apenas había logrado reconocerlo cuando Draco se abrazó a su figura, aferrándose a ella como si Hermione fuera la que lo sostuviera a la tierra y no la gravedad. Fue ahí cuando finalmente se hizo trizas llorando.
Una hilera de sollozos rasgó su garganta, impidiéndole hablar. Las palabras no le salían de la boca. Solo podía mover los labios al llorar, soltando hipidos y gimoteos incoherentes. Se podía sentir el sufrimiento en la forma en la que soltaba todos sus sentimientos. Había tormento, dolencia, aflicción y martirio. También arrepentimiento y tristeza.
Lloró por Astoria, por Scorpius, por Agatha y por Phoenix. Lloró por la importancia y la sensación de no poder hacer nada por protegerlos. Se lamentó por la forma en la que no sabía cómo iba a decirle a Scorpius sobre su madre. Se hizo pedazos de tan solo imaginar la reacción de Agatha cuando se enterara de lo sucedido; conocía a su hija lo suficiente para saber que se culparía a sí misma. Y ni siquiera pudo pensar en el hecho de que tendría que hacer todo lo posible para que Phoenix tuviera la mejor crianza posible sin su madre.
Estuvo en ese estado durante unos cortos minutos en los que Hermione lo abrazó con fuerzas, permitiéndolo aliviar sus penas o al menos aligerarlas. Se calmó poco a poco. Ayudó que ella estuvo acariciándole la espalda en todo el proceso y que siseó algunas palabras reconfortantes que le sirvieron de apoyo.
Draco se apartó y secó las lágrimas con amargura mientras explicaba amargamente lo que había sucedido desde que recibió la carta de lo sucedido.
Hermione lo escuchó con paciencia y sin interrumpirlo. En sus ojos almendrados brilló la empatía.
—Draco, desearía que pudiera hacer algo para ayudar.
Él sostuvo la mano de ella, acariciando los delicados dedos. Llevó la mano hacia sus labios y depositó un beso en el dorso de esta. Le ofreció una pequeña y triste sonrisa.
—Estás aquí conmigo. Eso es lo que importa —murmuró con sinceridad—. Solo... me gustaría que las cosas fueran distintas.
—Yo también —aseguró Hermione.
Draco iba a besarla cuando escucharon unos pasos por el pasillo. El ruido los puso en alerta, tanto que alcanzaron sus varitas y le apuntaron. Sin embargo, el aliento se les fue cuando reconocieron a la persona que se encontraba de pie en el borde de la sala.
Agatha tenía los ojos llorosos mientras sostenía un pedazo de pergamino arrugado y mojado en la mano izquierda. Estaba temblorosa. Era visible porque su mano se sacudía de manera irregular
—¿Qué estás haciendo aquí? —Hermione fue la primera en reaccionar. Su voz estaba llena de pánico. No quería que los aurores la encontraran y la llevaran a Azkaban. Necesitaba que su hija estuviera a salvo—. Agatha, ¿qué haces aquí? —insistió.
—R-Recibí... Yo... Recibí una... —Bajó la vista hacia el pergamino de su mano, leyendo nuevamente las palabras que M.L. le escribió—. ¿Realmente pasó? ¿Realmente están en peligro? —Los vio intercambiar una mirada y eso fue todo lo que necesitó para las lágrimas comenzaran a fluir como cascadas desde sus ojos grises, surcando su rostro pálido—. ¿Van a estar bien? —preguntó bajito.
—Scorpius estará bien. Esta inconsciente, pero estará bien.
Agatha asintió y más lágrimas salieron. No se esforzó en limpiarlas, sino lo contrario. Permitió que continuaran descendiendo por su piel, empapándole el rostro.
—¿Astoria y el bebé?
—El bebé está bien. Nació hoy. Tienes una hermana.
A pesar de que la noticia le alegraba, no pudo evitar percatarse del hecho de que su padre se limitó a responderle sobre el bebé.
—¿Qué pasó con Astoria? —insistió.
Draco se quedó en silencio.
—No le dan muchas esperanzas de vida —respondió de manera apenas audible.
Agatha apretó los labios temblorosos en una fina línea, en un intento de reprimir el llanto. Tragó varias veces para deshacerse del incómodo nudo alojado en su garganta y respiró profundamente para liberar un poco la ansiedad del momento.
—De acuerdo... De acuerdo —musitó y sorbió de su nariz, llevándose las manos al rostro para limpiarse las lágrimas.
—Quiere verte, Agatha —añadió Draco—. No tienes que hacerlo, pero creo que es correcto que lo sepas. Sigue siendo tu decisión. Es arriesgado...
—Iré —lo interrumpió—. No me importan los aurores o el ministerio. Iré a verla. Está ahí por mí. Es lo menos que puedo hacer.
Draco vio la valentía que Agatha tenía en su corazón, esa osadía que muchas veces él no tenía. Pudo presenciar esa fuerza de la que Dakota le habló. Tenía razón. Agatha ya no era la misma adolescente que se presentó en la mansión buscándolo. Había atravesado tanta tragedia que cambió demasiado. Odiaba verla destrozada.
—No te sientas obligada a hacerlo —dijo Hermione.
—No lo hago —susurró.
Pero la verdad era que Agatha no quería cargar con la culpa de que su hermano no tendría una madre por alguien que quiso desquitarse con ella. Quería ahorrarle ese dolor.
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Agatha logró mantener sus sentimientos a raya cuando se adentró en la habitación donde mantenían a Astoria, su rubia cabellera cubierta por el gorro de la sudadera que traía puesta. La sacó de su cabeza para poder observar a la mujer que yacía en la camilla cubierta parcialmente por una fina sábana blanca. Durante un segundo pensó que había entrado al cuarto incorrecto porque la persona en el interior no lucía para nada como la mujer que recordaba.
La barbilla de Agatha tembló, amenazando con llorar, pero logró controlarse a medida que avanzaba hacia la camilla. Tenía que ser fuerte. No quería lucir como una chiquilla que lo único que hizo fue lloriquear en el lecho de muerte de la madre de su hermano. Quería mantenerse firme.
Hizo todo lo posible por esparcir una dosis de insensibilidad por su sistema, opacando la nube de sentimientos oscuros flotándole en el interior del pecho. Le costó hacerlo. Principalmente porque no tenía control de sí misma cuando sus emociones estaban por todos lados. Sin embargo, consiguió hacerlo.
Quizá porque sabía que no tenía mucho tiempo para malgastar. Soltó un suspiro y cerró la distancia entre ella y la camilla, colocando una mano sobre la de Astoria, llamando la atención de la mujer.
Los ojos de Astoria se abrieron con lentitud, demostrando lo mucho que le costaba mantenerse alerta. Los tenía vidriosos y enrojecidos, una mezcla de lágrimas de sufrimiento y cansancio se podía apreciar en ellos.
—¿G-Granger?
Agatha inhaló profundamente porque era más difícil de lo que pensaba. Si Astoria pensó que era Hermione significaba que tal vez había llegado demasiado tarde. No estaba reconociendo a las personas; su mente estaba perdiéndose al igual que su vida.
Como no quería alterarla, Agatha solo sostuvo la mano de la mujer y asintió.
—S-Sí —titubeó—. Soy yo.
—Quería verte también —susurró Astoria roncamente—. Quería hablarte de Draco.
—¿Qué sobre él? —preguntó Agatha.
—Te dije cosas malas porque estuve cegada por los celos. Hice tantas cosas malas. Traté mal a mi hijo y perdí el amor de Draco en el proceso —sollozó ligeramente—. Pero él te quiere a ti ahora. Lo he aceptado. Él es un gran hombre. Es el mejor que he conocido. Es un caballero. Te llevará a citas y te escoltará del brazo como si fueras el tesoro más grande del mundo porque lo serás en sus ojos. Y se asegurará de que te enamores de él todos los días del año.
Agatha sintió que estaba escuchando algo que no le correspondía, pero tampoco podía detenerla. Astoria estaba esforzándose por hablar y sabía que si lo estaba haciendo era porque no podía morir sin decirlo. Lo escucharía todo si era lo que necesitaba para obtener paz.
—No hables así, por favor —murmuró su petición.
—¿Cómo?
—Como si estuvieras despidiéndote de ellos a través de mí —susurró—. Hay probabilidad de que no vayas a morir.
Astoria sonrió melancólicamente y de una forma que dejaba saber que ella sabía más que eso.
—He estado muriéndome durante meses. No quería alarmar a los demás —confesó en un tono bajito—. La verdad es que estoy maldita. Había estado disminuyendo, pero desde el embarazo... Pensé que tendría más tiempo. Pensé que podría al menos vivir lo suficiente para que Phoenix me reconociera, pero no será así.
Silenciosamente, Agatha dejó salir unas cuantas lágrimas. Fueron inevitables cuando la escuchaba hablar de esa forma. Lo peor es que era verdad. Su hija ni siquiera la recordaría. No sabría distinguir entre su madre y otra persona porque ni siquiera pudo ser cargada en los brazos de la mujer que le dio la vida.
—Estoy segura de que Draco hará todo lo posible para que Phoenix sepa quién eras —dijo con voz ahogada.
—No tengo dudas de eso. Sin embargo, quiero que los cuides. ¿Puedes hacerlo por mí? ¿Puedes asegurarte de que estarán bien?
No pensaba que sería capaz de hacer una promesa de ese tipo sin saber si podría cumplirla. Era incapaz hacer promesas por otras personas. No obstante, había visto la cercanía de sus padres durante esa noche. Escuchó la forma en la que Draco lloró en el pecho de Hermione y también el afecto y la confianza con la que se tocaron. Se veía de lejos que no eran extraños con los cuerpos del otro y que habían tenido acercamientos significativos.
Quizá por eso fue que lo hizo.
O tal vez solo era una promesa vacía.
No estaba completamente segura, pero sintió las palabras arder en su garganta, luchando por salir. Las dejó porque no sabía si sería el último momento de Astoria.
—Puedo hacerlo —dijo—. Lo haré. Cuidaré de ellos —confirmó.
—¿Me lo prometes?
Agatha asintió.
—Lo hago.
Hubo un corto silencio en el que Astoria sonrió, aunque no duró mucho porque su cuerpo se sacudió ligeramente y un quejido abandonó sus labios. El rostro de la mujer palideció por completo, luciendo más enferma que nunca. Agatha se percató de que la mano que sostenía se estaba oscureciendo en las zonas de las venas visibles; se estaban tornando negras. La maldición de la que le habló estaba haciendo de las suyas, arrebatándole las últimas fuerzas que le quedaban.
—Tienes que decirle a mi hijo que lo amo, que siempre lo amé y que estoy muy arrepentida de todo el mal que le hice —pidió entre gimoteos.
—Tú vas a poder decírselo —dijo en un intento desesperado de animarla a buscar esperanza, a luchar un poco más para darle el tiempo suficiente a Scorpius de despertar y despedirse de ella.
Cerró los ojos durante unos pocos segundos que solo hicieron que Agatha entrara en más desesperación. Cuando Astoria la miró por última vez pudo ver una pizca de lucidez, la final.
—Agatha... —pronunció de manera apenas audible—. Sé el nombre... Sé quién quiere herirte.
Agatha se acercó lo suficiente para captar la última palabra que Astoria pronunció: el nombre que tanto había deseado conocer. Sin embargo, la impresión de la identidad no fue lo que la hizo perder la cabeza, sino el hecho de que Astoria se quedó inmóvil, con la vista perdida y las venas ennegrecidas a tal punto donde lucía irreconocible.
Astoria Greengrass no vio una luz al final del túnel y tampoco dolió como esperaba que sucediera. Solo sintió... paz. Sucedió como si se hubiera quedado dormida, cayendo en un pozo de sueño del que jamás despertaría. La maldición había llegado a su corazón, deteniéndolo por completo, deteniendo el dolor que le causaba. Y por primera vez en muchos años, pudo sentirse libre.
Agatha ahogó un grito contra el dorso de su mano, soltó la mano de Astoria y retrocedió, sollozando ruidosa y desconsoladamente. Perdió el control de todo su sistema. Lo único que podía hacer era llorar y apresurarse en salir de la habitación temblando y queriendo desaparecer de todo el mundo.
Salió de la habitación, necesitando un escape de todo lo que la rodeaba. El aire no le llegaba a los pulmones, sentía que se ahogaba entre las lágrimas y la presión en el pecho. Ni siquiera podía concentrarse en las personas que se encontraban en el exterior, esperando por respuestas para saber qué había sucedido para que se encontrara de esa forma.
Daphne fue la primera en reaccionar, pasando por el lado de Agatha, casi empujándola sin querer, para entrar a la habitación. Un desgarrador grito se abrió paso por su garganta al comprender la razón por al que Agatha estaba reaccionando de tal manera. Astoria había muerto frente a sus ojos; y con ella murió una parte del alma de Daphne al perder a su hermana.
Agatha solo pudo escuchar los gritos desconsolados de Daphne y los sollozos ahogados de Pansy en el pecho de Blaise. Vio las lágrimas presentes en los orbes grises de su padre y también la manera en la que intentaba mantenerse fuerte ante la situación. Las personas sufriendo a su alrededor solo hicieron que Agatha se sintiera mareada, ajena y culpable. Profundamente culpable.
Se pasó las manos por la cabellera rubia, pensando, tratando de calmarse un poco, pero nada funcionaba, así que optó por caminar. Necesitaba alejarse un poco. No aguantaba los susurros de los llantos de las personas que estaban pasando por el proceso de duelo.
Y se detuvo.
Se detuvo en mitad del pasillo cuando su mirada grisácea se topó con una muy similar. Scorpius estaba de pie en el corredor completamente paralizado con una enfermera acompañándolo. Estaba analizando a los presentes hasta que la realidad lo golpeó como una fría y cruel ola que estaba dispuesta a derribarlo.
—¡No! —gritó, moviendo la cabeza en gestos negativos, rehusándose a aceptarlo—. ¡Esto es mentira!
Le costaba aceptarlo. Se negaba a creer que era verdad lo que estaba pensando. Su madre había muerto y no tuvo la oportunidad de decirle que la amaba una última vez. No pudo decir adiós.
Estaba atrapado en una pesadilla de la que no podía despertar.
—Scorpius —lo llamó Draco, acercándose a su hijo, sosteniéndolo entre sus brazos para brindarle fortaleza.
—Esto no es cierto, papá —lloriqueó—. Dime que es mentira, por favor. Dime que es mentira —suplicó—. Por favor, por favor, por favor —repitió sin parar, su voz quebrándose por momentos.
Draco deseó, realmente lo hizo, poder decirle a su hijo lo que necesitaba escuchar. Pero la realidad era una muy distinta a la que querían ver, a la que llenaba sus deseos y sueños. La verdad era dolorosa, casi como una tortura; era una pesadilla que los estaba comiendo vivos, royéndole los huesos y el alma.
El llanto del chico fue lo que hizo que Agatha perdiera toda la fuerza que tenía; se dejó caer al suelo del mismo modo en el que su mundo se vino abajo. Durante un momento tuvo recuerdos que se mezclaron con lo que estaba viviendo en los instantes y no supo diferenciar entre lo que eran memorias y el presente. Todo se entrelazó de una manera que la atormentaron. Se agarró la cabeza con las manos, tratando de controlar sus pensamientos.
Pero todo era como si estuviera viviendo nuevamente la pérdida de sus padres, como si pudiera sentir el alma de Scorpius con la suya, rasgándole un poco de la cordura que le quedaba.
Deseó... Deseó poder hacer algo para detener la agonía por la que Scorpius pasaba... Deseó nunca haber ido a buscar a sus padres en primer lugar. Tal vez de esa manera ninguno de ellos estuviera sufriendo.
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Scorpius Hyperion se sentía completamente vacío. Justo en su corazón donde antes hubo dolor ahora había una profunda insensibilidad. Llegó al punto donde sentía absolutamente nada. Estaba adormecido. Esa era la palabra. Sabía que tenía sentimientos y emociones, la tristeza lo acogió entre sus brazos, rodeándolo por completo e invitó a la furia a hacerle compañía también. Pero por el momento no asimilaba muy bien la muerte de su madre.
Astoria lo defendió en sus últimos momentos. La única razón por la que estaba con vida era por ella. Solo su madre logró sacarlo del infierno en el que lo tenían secuestrado.
Se acercó al moisés donde ahora se leía «P. L. Malfoy». Observó a la pequeña, todavía con lágrimas empapando su rostro.
—Lo siento mucho, Scor. Lo siento —dijo Agatha con voz entrecortada a sus espaldas.
Volteando para verla, Scorpius extendió un brazo para que ella se acercara, y la recibió con un poderoso abrazo, reconfortándola, liberando parte de su culpa. Agatha no tenía responsabilidad de eso. Ella era otra víctima más de la maldad de un ser vil y cruel, y de una persona que podía resultar incluso peor.
—No es tu culpa —susurró, depositando un beso en la cabeza de Agatha, la cual estaba apoyada en su hombro.
—Y gracias —murmuró el agradecimiento—. Gracias por testificar a mi favor. Sigo siendo una sospechosa, pero ya no buscan arrestarme... Solo... gracias.
—Era justo y necesario. No debes pagar por los crímenes de alguien más. No mereces ser inculpada —expresó Scorpius y luego suspiró.
Agatha se fijó en su nueva hermana recién nacida. Era sorprendente ver toda la inocencia que se podía hallar en un bebé. A veces ella quisiera volver a nacer y no ser parte de todo el sufrimiento que podía rodearla.
—Es hermosa —comentó y su hermano coincidió con su afirmación.
—Phoenix Lux —pronunció el nombre de la pequeña Malfoy—. El nombre le queda.
Agatha asintió.
—Fénix de luz —tradujo y sonrió.
Scorpius miró al suelo.
—Agatha, quiero ir contigo. Quiero ayudarte a encontrar lo necesario para deshacernos de esto.
—Scor, es peligroso.
Él resopló.
—No me importa, Agatha. Esa hija de perra mató a mi madre, puso a Phoenix en riesgo y quiere eliminarte. No permitiré que continúe hiriendo a mi familia. Prefiero morirme antes que perderlos a ustedes.
Las palabras salieron más fuertes de lo que pretendió en un inicio, haciendo que Agatha retrocediera, pero lograron su cometido. Había una chispa de determinación brillando en sus ojos, provocando que Agatha asintiera, aceptándolo.
—De acuerdo. Iremos juntos.
ϟ
El funeral de Astoria fue breve y pequeño. Las personas estaban comenzando a apuntar nuevamente a la familia Malfoy como los malos, en especial desde que habían inculpado a Agatha. A pesar de que los cargos fueron retirados, todavía estaba bajo la mira del ministerio y los aurores, y sin contar bajo la lengua de los periodistas que aprovecharon para esparcir un centenar de mentiras e información tergiversada en los periódicos. Al final del día era como si nada hubiera cambiado. A los ojos del mundo, la familia Malfoy siempre estaría manchada, siempre estaría maldita.
Pero no les importó porque estaban en su proceso de duelo. Merecían tener privacidad para llorar una pérdida en paz. Y eso obtuvieron. Solo familiares y amigos cercanos asistieron al funeral y al entierro de Astoria. Fue más que suficiente para decir un último adiós.
Scorpius se encerró en su habitación después del entierro, pero solo para poner en orden sus pensamientos antes de que partieran de nuevo a cumplir la misión de Agatha
—Scorpius.
Frunció el ceño al escuchar la voz familiar y se preguntó en qué momento abrió la puerta. Estuvo tan absorto en sus pensamientos que ni se dio cuenta de que alguien más le estaba haciendo compañía.
— ¿Qué haces aquí? —preguntó, al mismo tiempo que metía sus manos en los bolsillos de su pantalón negro.
Odiaba vestirse formal, pero su abuela lo había obligado recordándole que a mal tiempo, buena cara y que a su madre le hubiera gustado verlo bien vestido. ¿De qué valía eso si se sentía destruido por dentro? Al final, dudaba que Astoria pudiera verlo. Estaba muerta, ¿no? Dudaba si creía en que los muertos, si no se convertían en fantasmas, echaran vistazos al mundo de los vivos.
Solo... no sabía en qué creer.
—Yo... Vine... No sé cómo expresarlo —balbuceó con incomodidad. Scorpius se limitó a elevar las cejas con un toque de sorpresa—. Lamento tu pérdida, Scor.
El muchacho bajó la mirada. Durante un segundo olvidó que estaba en su hogar por el funeral de su madre. Por un segundo, ella logró que olvidara su malestar.
—Gracias —musitó a secas—. Todavía no sé cómo asimilarlo. Todos repiten que lamentan mi pérdida, pero no sé cómo afrontarlo. Lo siento.
Lily esbozó una pequeña sonrisa reconfortante.
—Está bien, entiendo perfectamente. No tienes por qué disculparte. Fue muy abrupto. Está bien no saber cómo sentirte.
Scorpius asintió y se sentó en borde de su cama.
Lily aprovechó para observar la habitación detenidamente. Se podía decir que solo la habitación era al menos dos veces la de ella. Había una cama enorme, un mueble con un gran espejo, una mesa de noche, un escritorio y un armario. Era simple, pero elegante. El suelo estaba cubierto por una alfombra negra y las paredes estaban pintadas de un verde esmeralda.
«Verde Slytherin», pensó Lily mientras se sentaba al lado del rubio.
—Te he echado de menos, Lils —soltó Scorpius luego de unos minutos de silencio.
La pelirroja se sonrojó un poco ante lo inesperada de la confesión. Sin embargo, se permitió una reacción distinta. No actuó a la defensiva ni mucho menos, sino lo contrario. Incluso sonrió ampliamente.
—Yo también te he echado de menos.
Scorpius se alegró genuinamente.
—¿Cómo va el año escolar? —preguntó haciendo tema de conversación.
—Aburrido —respondió—. Solo podemos ir a las clases y volver a la sala común de la cual no salimos a menos que un prefecto nos acompañe. También hay aurores vigilando cada esquina como si Agatha fuera a aparecer de la nada.
—Me imagino que ahora en las vacaciones has tenido más libertad que estando en Hogwarts —comentó, queriendo evitar el tema de Agatha porque le recordaba en cierto modo a la forma en la que él fue secuestrado y también la tortura por la que su madre tuvo que atravesar.
La pelirroja negó.
—Gracias a Rose estoy castigada. —Scorpius hundió el entrecejo sin comprender—. Decidió hacer muy público algo sobre nosotros y mi mamá enloqueció un poco porque no fui honesta con ella, aunque la verdad es que no mentí. Solo retuve información —explicó rápidamente, enrojeciendo con cada palabra.
Scorpius no sabía si su sonrojo era por rabia o vergüenza o un poco de ambas.
—¿Qué fue eso que no le dijiste? Dijiste que fue sobre nosotros —curioseó.
Lily lo miró a los ojos y tragó en seco.
—Que tú... Bueno, que me besaste.
Con una sonrisa amenazando con dibujársele en el rostro, Scorpius se inclinó un poco, tanteando el terreno. Lily no se apartó del todo.
—Más vale que le digas esto si no quieres otro castigo —murmuró.
La pelirroja frunció el ceño, pero comprendió las palabras de Scorpius cuando sintió los labios de él sobre los suyos. Fue un beso tierno y delicado. Más bien uno corto y dulce, pero lo suficiente para ellos.
—Scor...
—No digas algo, por favor —pidió, presionando su frente contra la de ella. Mantuvo los ojos cerrados—. ¿Esperarás a que regrese?
—¿Regreses? —cuestionó.
—No regresaré a Hogwarts. Iré con Agatha. No lo saben, pero lo haré. Necesito ayudarla a deshacerse de las personas que quieren herirla.
Lily se quedó en silencio durante unos segundos y le acarició la mejilla antes de volver a besarlo castamente.
—Ten cuidado, ¿sí?
—Lo tendré —prometió.
—Lo digo en serio, Scor. No pretendas que te espere mil años. Ni siquiera yo soy tan paciente.
—De acuerdo, Lil. Volveré por ti. Lo juro.
ϟ
Agatha Malfoy realmente le mintió a todos a su alrededor cuando dijo que buscaría el medallón. Cuando realizó el proceso de pensar en lo que deseaba buscar mientras dejaba caer un poco de su sangre en el mapa, no mentalizó la imagen del medallón que vio en el caldero. No, en su mente aparecieron las cartas de M.L. y el nombre de la persona que Astoria susurró en su lecho de muerte.
Permitió que todos establecieran campamento en un lugar cercano al que aparecía en el mapa y les aseguró que descansarían y viajarían el resto del camino al amanecer. Esperó a que se durmieran y luego se marchó a recorrer lo que le quedaba del trecho. Al final pudo ver una casa antigua y abandonada. No era muy grande. La verdad podría ser considerada una cabaña que estaba cerca de caerse a pedazos.
Abrió la puerta manteniendo su varita fuertemente agarrada con la mano que tenía libre y trató de que sus pasos no chirrearan, la madera amenazando con ceder bajo su peso. Dio un par de pasos entre la oscuridad que le daba la bienvenida, provocando que todos sus sentidos se pusieran en alerta. El corazón le latía tan fuerte que podía escucharlo en las orejas, producto del miedo y terror.
Tomó una bocanada de aire para armarse de valor y continuar caminando, introduciéndose aún más en el pasillo oscuro de la casa. No quería hacer un lumos porque alertaría a la persona de su presencia. Necesitaba tener una ventaja, si es que llegaba a tenerla.
Giró en las escaleras y comenzó a subir los peldaños hacia el segundo piso. Su mano sudaba alrededor de la madera de la varita, demostrando lo ansiosa que estaba. Sin embargo, estaba dispuesta a encontrarla y acabar con eso de una vez y por todas. Ya era más que suficiente.
Ya habían muerto suficientes personas.
En el tope de las escaleras Agatha sintió una corriente de viento gélida que la hizo estremecer. Instintivamente se dio la vuelta, intentando ver si había alguna ventana abierta y fue cuando sintió un fuerte golpe en la nuca que la envió de bruces al suelo.
El dolor empezó en la parte trasera de la cabeza y se esparció por su cuello, bajando por toda su espina dorsal. También martilleó contra su cráneo, haciendo que su vista se volviera borrosa y puntos negros aparecieran. Gimoteó, volteándose para intentar de captar el rostro de la silueta femenina que se encontraba a su lado.
—Ha pasado mucho tiempo, ¿no es así, Aggie?
Aunque se encontraba en gran desventaja, no había marcha atrás. Estaba frente a M.L., la persona responsable de una parte de su tormento y de una cadena de muertes de las que Agatha cargaba la culpa.
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