60| La bóveda de los Lexington
LILY LUNA POTTER SE SENTÍA INQUIETA, SOLA Y CON UNA GRAN PESADEZ alojándose en su pecho. No podía asimilar lo que estaba sucediendo. Era como si estuviera en el interior de una pesadilla.
Había seguridad en cada rincón del castillo, los aurores actuaban como si no fuera la hija de su jefe; ni siquiera su padre parecía tener autoridad o credibilidad teniendo en cuenta el caso de Agatha. A pesar de que no interferían con las actividades escolares, seguían incomodando a los estudiantes. Tan solo su presencia hacía que el ambiente se tornara oscuro y con una terrible tensión, una hipervigilancia de que algo malo estaba por suceder.
Sus ojos almendrados recorrieron el Gran Comedor, la ansiedad recorriéndole el sistema. Estaba analizando cada una de las mesas, empezando por la suya. No estaba James, ni Fred, ni Lysander. La mesa de Slytherin estaba sorprendentemente tranquila. No estaba Agatha haciendo escándalo, ni Skylar, ni Alex. Tampoco estaba el chico que le robaba el aliento. Solo se encontraba Albus removiendo su comida con el tenedor sin probar bocado alguno.
Estaba segura de que Albus estaba sintiendo la ausencia de sus amigos tanto como ella. Al contrario de ellos, Rose estaba riendo y socializando como nunca. Parecía tranquila... normal. Lily se preguntó si realmente le importaba el bienestar de sus primos. Demonios, no parecía afectarle en lo absoluto que su hermana, Agatha, estuviera siendo acusada de asesinato.
Lily apenas dormía y podía pensar con claridad sabiendo que sus familiares estaban en algún lugar escondiéndose de las autoridades. Había escuchado las historias de su padre sobre cómo fue su vida cuando tuvo que abandonar su educación en Hogwarts para afrontar la guerra y buscar los horrocruxes. Sabía que no era una vida fácil, que estaba llena de inseguridades y temores.
Simplemente no entendía. Quería hacerlo. Quería saber cómo las personas podían olvidar lo que sucedía a su alrededor con tanta facilidad, ignorando los problemas que al final del día los involucraban; no, ellos eran parte del problema. Tenían que despertar de su ignorancia y empezar a crear consciencia de lo que era verdad y lo que utilizaban para manipularlos.
Todos creían cualquier cosa que los periódicos decían sin saber si la información era correcta o no. Nadie lo cuestionaba, solo formulaban sus perspectivas alrededor de esa mentira.
—Lily, Lily, Lily.
La adolescente de cabellos rojos volteó para poder prestarle atención a la chica que la llamaba. Amanda apartó mechones rebeldes de su cara mientras tomaba asiento a su lado en la mesa de Gryffindor. A los leones no les importó. Reconocían que la joven Ravenclaw era la única amiga verdadera que Lily Luna tenía y no les causaba problemas, sino lo contrario.
—¿Qué pasa? —cuestionó, frunciendo el ceño al notar lo agitada que Amanda sonaba.
Parecía que había corrido una larga distancia sin detenerse a respirar o calmarse. Los ojos le brillaban extasiados, luciendo un poco alocada, pero Lily reconocía esa mirada. Era la misma que aparecía en su rostro cada vez que resolvía algún misterio de un libro. Sin embargo, no parecía tener ninguna historia en las manos, solo un cuaderno viejo y pequeño con algunas páginas arrugadas, dobladas y sucias.
No era ningún libro, de eso Lily estaba segura. Amanda solía cuidar muy bien de ellos como para tenerlos así.
—He... He estado...
—Respira —ordenó Lily y agarró un vaso de agua cercano para ofrecérselo. Amanda lo recibió con gusto, bebiendo el líquido a medida que se calmaba un poco, recuperando el control de su cuerpo—. Ahora, dime lo que sucede. Con calma.
Tenía que especificarlo porque Amanda solía soltar unos larguísimos discursos rimbombantes en menos de un minuto. Las palabras salían atropelladas e incomprensibles cuando hablaba de ese modo.
—He estado pensando mucho en estos últimos días. Bueno, desde hace un tiempo. Hay cosas muy raras que han estado pasando en los pasados meses.
—No me digas —murmuró Lily con un toque de sarcasmo.
Era más que obvio que sucesos extraños estaban pasando. ¿Acaso se había perdido la parte en la que una chica apareció muerta en su casa? Si eso no era algo fuera de lo habitual, entonces no sabía lo que era normalidad porque estaba segura de que eso no lo era.
—Estoy hablando en serio. ¿No recuerdas la pared escrita con sangre? Decía «La hora de sacrificios se acerca» y un tiempo después apareció la chica muerta. Eso me lleva a pensar, ¿qué tal si ella fue el primer sacrificio?
Lily contrajo el rostro en una mueca. Amanda no sabía el peso que esas palabras cargaban, las suposiciones.
—No digas esas cosas, por favor —pidió entre dientes y miró a su alrededor para asegurarse de que nadie estaba lo suficientemente cerca para escucharla—. ¿Se te olvida que están acusando a Agatha de ese asesinato?
Amanda frunció el ceño.
—¿Y?
Lily gruñó.
—¿Estás demente? Es inocente.
Podía meter las manos al fuego para defender a Agatha. Conocía a la muchacha. Estaba segura de que no era una asesina. Era muchas cosas, pero no la veía quitándole la vida a otra persona.
—¿Qué tal si no lo es? Lils, es muy probable que Agatha esté ocultando algo. Esa noche del mensaje ella estuvo afectada por él, como si fuera dirigido a ella. Y... esa pobre chica. Agatha fue quien la encontró.
—Exactamente. Ella la encontró, no la mató. Además, si el mensaje fue dirigido a ella, ¿no te parece que es Agatha quien está en peligro? Porque créeme que es lo suficientemente diva como para no querer ensuciarse las manos de sangre para escribir un mensaje en la pared.
Amanda se quedó en silencio durante un minuto, sumida en sus pensamientos, uniendo las piezas del rompecabezas.
—Digamos que es así...
—Es así —insistió Lily.
—Si es así, entonces hay una persona ajena que quiere ver a Agatha encerrada. ¿Qué pudo haber hecho para que quieran incriminarla?
Esa no era una respuesta que Lily Luna podía ofrecerla. Principalmente porque era conocido que Agatha ocultaba muchas cosas, tenía muchos misterios bajo la manga y fuera de lo que mostraba, nadie verdaderamente conocía su vida antes de llegar a Hogwarts. Nadie conocía toda la vida de Agatha y dudaba que alguien lo llegara a hacer.
Ni siquiera James.
ϟ
Cuando Hermione Granger se adentró en su oficina, estaba tan sumida en sus pensamientos que no se percató de la persona que ya se encontraba en el interior del espacio, observándola fijamente. Soltó un grito ahogado cuando se percató de que no estaba sola. No podía evitar tener los nervios de punta, en especial desde que dejaron la amenaza en su casa. Aunque logró relajarse con suma rapidez al reconocer los ojos grises que le devolvían la mirada.
—Por poco me matas del susto —masculló, soltando una larga respiración que casi sonó como un suspiro exhausto. Todavía le temblaban las manos, pero ya no sentía que el corazón se le quería salir por la boca. Cerró la puerta para tener más privacidad—. ¿Qué estás haciendo aquí?
Draco continuó observándola con sus penetrantes ojos grises. Notó que había un toque de preocupación navegando en el mar de mercurio.
—Me enteré de lo que pasó en tu apartamento —habló en un tono neutro—. Quería saber si te encontrabas bien.
Hermione se concentró en ir al escritorio para colocar sus pertenencias sobre la superficie de madera. Necesitaba buscar una distracción porque una parte de ella se sintió bien al saber que Draco se preocupaba por ella. Y estaba mal. Él solo era el padre de su hija.
No había más ahí.
—Estoy bien —respondió.
Draco se percató del temblor presente en las manos de la mujer y no pudo evitar sostenerlas entre las suyas, refugiándolas y apaciguando los movimientos. Hermione sintió que el aire se le fue de los pulmones.
—Está bien no estarlo —le aseguró Draco, sabiendo que era la realidad de ella. Quería ser fuerte y tener el control de la situación, pero estaba permitido sentir miedo, angustia y muchas tensiones. Estaban preocupados—. La persona que amenaza a nuestra hija se metió a tu casa. Está bien estar un poco abrumada.
—Lo sé —susurró, pero él la escuchó a la perfección.
Estaban demasiado cerca, la distancia que separaba sus cuerpos era solo de unos centímetros. No había espacio para alguien entre ellos y no se sentía mal. Quizá lo único erróneo era que no estaban completamente unidos, incluso cuando parte de ellos lo deseaban.
—Hermione... ¡Oh, lo siento!
Hermione y Draco se apartaron como si quemaran. Soltaron las manos que los mantenían en contacto y las mantuvieron cerca de sus cuerpos, luciendo incómodos.
Ginny los observó sospechosamente, aunque no pudo evitar que sus labios se curvaran en una sonrisa pícara.
—Lamento haber interrumpido. Si quieren puedo irme y volver cuando terminen de hacer... lo que sea que estaban haciendo.
Hermione abrió los ojos desmesuradamente, sintiéndose expuesta. Quería que sucediera algo, pero tampoco quería que fuera en su oficina de todos los lugares. Demonios, ni siquiera se suponía que deseara que algo pasara.
Ellos solo eran... amigos.
—Yo ya me iba —balbuceó Draco, carraspeando ligeramente para aclararse la garganta.
—Claro, se veía justo como eso —dijo Ginny, guiñándole un ojo.
Hermione sintió el calor subir por sus mejillas.
—Ginny —la reprendió Hermione.
No podía creer que fuera tan imprudente.
—Solo bromeaba.
Draco trató de ocultar una sonrisa divertida, pero le fue imposible. El rostro de Hermione era tan expresivo que demostraba cada pensamiento que le cruzaba por la cabeza. Estaba cerca de matar a Ginny por los comentarios.
—En serio, ya me iba —aseguró él, haciendo un gesto con la mano en forma de despedida.
—¡Adiós, huroncito! —gritó Ginny al verlo marchar y luego volteó para observar a su amiga—. Vaya, no pierdes tiempo, Herms.
La mujer castaña soltó un gruñido.
—Cállate.
—¿Qué? No juzgo. —Encogió los hombros—. Obviamente hay química entre ustedes. Sucederá tarde o temprano, pero recomiendo cerrar la puerta antes de coger en el escritorio.
Hermione rodó los ojos.
—¿Por qué has venido?
Por primera vez, Ginny quiso olvidar la razón por la que había ido en primer lugar. No sabía cómo sería la reacción de Hermione al enterarse, pero tampoco quería que lo supiera por terceros. Sabía la información y planificaba contarle. Solo que no sabía exactamente cómo soltar la bomba.
Optó por hacerlo de la forma que Hermione prefería: al estilo tirita. Entre más rápido mejor.
—Ron está saliendo con una mujer.
No hubo reacción de parte de Hermione. Se había quedado en una pieza, paralizada, incapaz de procesar la información que le lanzaron con tanta rapidez. No entendía cómo Ron había logrado pasar la página tan pronto, pero tampoco lo culpaba. Él buscaba olvidarse de ella. Seguramente una parte de su orgullo magullado lo llevó a ponerse de vuelta en el mercado tan pronto.
—Bien por él —murmuró y esbozó una sonrisa forzada sin mostrar los dientes.
—¿Estás bien? —preguntó porque genuinamente le interesaba saber la respuesta.
—Claro que lo estoy —afirmó. Sonó un poco más segura que antes—. Ron es un hombre divorciado. Tiene el derecho de rehacer su vida si es lo que quiere. Estoy feliz por él.
Ginny la analizó durante unos segundos, tratando de descifrar si estaba mintiendo o no. Pero sabía que Hermione era una mujer racional y muy segura de sus decisiones. No le cabía duda de que su afirmación era cierta.
—Tú también tienes el derecho de rehacer tu vida, Herms. Malfoy es una buena opción. No porque sea el padre de Agatha, sino porque parece comprenderte. Incluso si suena raro.
Y lo hacía. En una forma muy extraña.
—No estoy segura de que vaya a estar en el mercado pronto.
—Oh, no estás en el mercado. Ya te compraron hace mucho.
ϟ
Agatha estaba tan ansiosa que sus manos no dejaban de sacudirse. Los dientes le castañeaban, pero no tenía frío. Estaba sudando, pero no tenía calor. Tenía el estómago hecho un desastre y estaba segura de que tendría que luchar con las náuseas para poder enfocarse en la tarea que tenía. Infiltrarse en Gringotts cuando tenían a medio mundo mágico buscándola no sería sencillo, pero tenían un plan.
Utilizarían una poción multijugos para adoptar la piel de distintas personas y entrar a la bóveda de los Lexington sin ningún tipo de problemas. Solo Agatha, Marcus y James se adentrarían. Alex, Skylar, Lysander y Fred estarían en el exterior, esperando por su salida para poder abandonar el lugar. Sabían que una vez pasaran por la barrera contrahechizos, el efecto de la pócima se iría y estarían enfrentándose cara a cara con el hecho de que Agatha era una fugitiva. La reconocerían con rapidez.
—¿Estás lista? —James no recibió respuesta y eso le preocupó, por lo que se adentró en la habitación y cerró la puerta para tener unos minutos a solas antes de tener que reunirse con el resto de los chicos—. ¿Agatha?
La muchacha tragó en seco, sus dedos jugando con los botones de la camisa que le cubría el torso.
—Estoy... Estoy aterrada —confesó, la voz ahogada por el nudo que arropaba su garganta—. Si esto no funciona, estaré acabada. Iré a Azkaban y ahí moriré.
James la pegó a su pecho, abrazándola con un toque protector. Pasó una mano por la melena rubia, descendiendo por su espalda para volver a subir en un movimiento repetitivo, rítmico y relajante.
—Todo saldrá bien.
—¿Y si no? —preguntó con la desesperación a flor de piel. Estaba segura de que se encontraba muy cerca de perder el poco control de sus emociones; caería muy bajo si tenía otro ataque de pánico. Tocaría fondo—. También me aterra saber que tendré que utilizar la hipnosis para controlar al duende cuando pasemos la barrera. Es tan difícil y siento que me convierto en otra persona cuando lo hago.
—Entonces no lo hagas. Lo aturdiré. Demonios, Agatha, incluso utilizaría el imperius.
Agatha se rio, pero la verdad es que solo quería llorar.
—No, no quiero que quiebres la ley. Ya suficiente tienes con el hecho de que te asocias conmigo cuando soy una fugitiva.
James negó.
—No te estreses, amore. Lo haremos funcionar. Saldremos ilesos de todo, lo juro. Será hasta fácil infiltrarnos en la bóveda.
ϟ
La realidad era que fue de todos menos fácil. Fue difícil, agobiante y abrumador. En especial cuando el duende parecía sospechar de ellos. Si no fuera por el hecho de que Marcus sabía exactamente qué decir y que Agatha estaba haciendo una excelente actuación de la madre de Marcus, no hubieran sido capaces de pasar por la multitud.
Por Merlín, ni siquiera hubieran sido capaces de cruzar las puertas. El lugar tenía unos cuantos aurores y las paredes estaban repletas con el rostro de Agatha en los panfletos que aseguraban una recompensa para cualquier persona que les dijera su paradero.
Sintió el terror aumentar, pero no lo demostró. En especial cuando el duende por fin creyó la actuación y comenzó a guiarlos al carrito que los transportaría a la bóveda de la familia Lexington.
En ese momento, Agatha aprovechó para respirar con alivio e intercambió una mirada triunfante con James, quien le sostuvo la mano, disfrutando de la pequeña victoria. Sabían que estaban próximos a enfrentarse a lo peor.
Cuando pasaron la barrera, el efecto de la poción desapareció por completo y quedaron expuestos ante el duende. Agatha trabajó rápido al levantar su varita, James y Marcus hicieron lo mismo.
—Eres la chica que están buscando —acusó el duende con desdén.
—Si has escuchado de ella, entonces sabrás de lo que es capaz —dijo Marcus—. Solo abre la bóveda.
La criatura parecía estar en desacuerdo con el muchacho. De hecho, estaba a punto delatarlos hasta que James sostuvo su varita con más convicción y confianza.
—¡Imperio!
—¡James, no! —pidió Agatha, pero fue demasiado tarde. El duende se encontraba bajo el completo control de James—. ¿Por qué hiciste eso?
—No le pelees esta vez —intervino Marcus—. Fue una buena decisión, Potter. Hazlo abrir la puerta.
James asintió sin mirar a Agatha, quien estaba cerca de echar todo el plan por la borda. No quería que tuviera que utilizar una maldición imperdonable. Sin importar lo justificable que pareciera, continuaba siendo un abuso de la magia.
En el interior de la bóveda, todo se veía absurdamente reluciente. Había una gran fortuna en las montañas de galeones que podrían tentar a cualquiera a querer robarla. También había joyas, diamantes y muchas piedras preciosas, sin contar los objetos extraordinarios. Sin embargo, lo que les interesaba se encontraba en un pedestal al fondo de la bóveda. Se trataba de un cofre negro.
Marcus se acercó al pedestal, sacando una llave dorada de su chaqueta y abrió el cofre, dejando a la vista el pergamino enrollado.
El mapa de Merlín.
—Listo.
Agatha tragó, intentando recomponerse antes de regresar al exterior de la bóveda donde usarían al duende para le camino de vuelta.
Tan pronto estuvieron de vuelta en la sala principal, fueron apuntados por una docena de varitas.
Alex, Lysander, Fred y Skylar aparecieron para apoyarlos, todos manteniendo las varitas en alto, esperando para atacar.
—¿Sabes lo que están ofreciendo por ti? —Uno de los magos se dirigió a Agatha, arrastrando las palabras como si ya estuviera disfrutando de la enorme cantidad de dinero—. Prometo no herirte demasiado. Te quieren viva.
Antes de que pudiera lanzar el primer hechizo, Agatha actuó, dejando de lado su varita para poder dar rienda suelta a sus poderes más recientes. Golpeó el suelo con su pie y provocó un gran temblor que sacudió el suelo tan fuerte que solo los que estaban cerca de ella pudieron permanecer en pie.
—¡Agárrense de las manos! —ordenó Alex.
Todos obedecieron con rapidez, confiando en la muchacha.
Lo último que vieron antes de desaparecer del lugar fue a los magos intentando ponerse de pie, al mismo tiempo que se escuchó el grito desgarrador de Fred.
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