57| La línea entre el bien y el mal
AGATHA NO PUDO PEGAR OJO EN EL RESTO DE LA NOCHE. Por más que trató de caer directo en los brazos de Morfeo, no pudo. Tenía una sonrisa plasmada en los labios mientras sus dedos jugueteaban con el rebelde cabello de James. Eso fue lo único que la mantuvo relajada entre toda la crisis que estaba pasando. Se permitió disfrutar de lo que tenía en ese momento y era a un chico que solo tenía un corazón para ofrecerle. Y eso estaba bien con ella.
En el medio de la oscuridad que era su vida, Agatha se sintió contenta de tener a alguien que se preocupara por ella, que la quisiera. Le hacía sentir mejor saber que tenía a James, a su guardián, cuando todo su mundo estaba cayéndose en pedazos.
Sintiendo la suavidad del cabello rebelde del muchacho, se percató de que era la primera vez que pasaban una noche juntos de esa forma. La primera vez que durmió en una misma cama que él, ni siquiera se tocaron. James permaneció en su lado del colchón y sus pieles nunca se rozaron, por lo que no hubo calidez, tampoco sensación de intimidad.
Sin embargo, esa vez fue distinta. Hablaron un poco más antes de que James se hubiera quedado dormido con la cabeza sobre el pecho de Agatha, escuchando el palpitar irregular del corazón de la muchacha. Parte de su inconsciente le decía que tenía que escuchar los latidos para asegurarse de que continuaba con vida.
Pensar que pudo perderla lo dejó aterrado. Quería escucharla respirar, sentir su corazón, refugiarse en su calidez.
—Mi madre me va a matar —susurró Agatha, sus ojos fijados en el techo mientras trataba de formular una excusa coherente para tener a un chico en su habitación.
En tecnicismos, no habían hecho nada que fuera catalogado como indecente. Solo se besaron unas cuantas veces sin llegar a más. No hubo toqueteos y tampoco llegaron a quitarse prendas de ropa. Estaban simplemente acostados, James era el único dormido. Pero conocía a Hermione y teniendo en cuenta su comportamiento antes de ir a la fiesta en casa de los Potter, estaría pensando que hicieron mucho más que darse unos besos.
Pensando en su madre, Agatha logró salir del agarre de James sin despertarlo y se enfocó en deshacerse de la evidencia del alcohol. Ocultó la botella entre los cajones de ropa para deshacerse de ella antes de regresar a Hogwarts. También salió de la cama antes de que Hermione se despertara. Aprovechó para poner la casa en orden y para empezar a hacer parte del desayuno.
Pasaron treinta minutos antes de que Hermione apareciera en la cocina con la confusión como una máscara cubriendo su rostro.
—¿Qué estás haciendo? —quiso saber, mirándola con ojos entrecerrados, sospechando que había segundas intenciones para que Agatha estuviera preparando la primera comida del día.
—El desayuno.
—Tú nunca haces el desayuno. Apenas y te despiertas para la hora del almuerzo —la delató, cruzando los brazos—. ¿Qué ocultas?
—¿Yo? —«Un chico adolescente en mi cama», pensó—. Nada. ¿Acaso no puedo hacerle el desayuno a mi dadora de vida?
—Hagamos como que te creo por dos minutos. —Agatha elevó las cejas, intrigada—. ¿Cuál sería la ocasión especial?
—¿Que eres una buena madre? —ofreció Agatha.
Aunque estaba halagada, Hermione podía leer perfectamente a su hija. Sabía que guardaba algo, un pequeño secreto que no podría permanecer oculto por mucho tiempo. Estaba segura de eso.
—Le hubieras hecho el desayuno a tu padre hace mucho tiempo. Créeme, no pararía de alardear al respecto.
—Draco no necesita que le cocine. Tiene empleados para eso.
—Te refieres a los elfos esclavizados.
—No, me refiero a los elfos pagados que trabajan como cualquier persona —corrigió Agatha—. Tú no tienes elfos, de modo que me convierte a mí, tu primogénita, la elfina mayor.
Hermione sonrió.
—Sabes que eso no es verdad. —Le sonrió—. ¿No confías en mí como para decirme qué ocultas sin tener que comprarme con comida?
Agatha suspiró y frunció los labios en una mueca porque no le gustaba que utilizaran la tarjeta de la confianza. Claro que confiaba en su madre, lo haría a ojos cerrados, pero también tenía miedo de su reacción. James fue su sobrino político durante muchos años —estaba segura de que él continuaría llamándola «tía» por la costumbre cuando Ron y Hermione finalmente se pusieran de acuerdo con el divorcio—, pero eso no significaba que Hermione estuviera del todo contenta con él.
En las noches en las que estuvieron sin dormir luego de que la bomba reventara, Agatha le contó a su madre la verdad de lo que sucedió con James. Todos los momentos que compartieron juntos, su primer beso y también la forma en la que se rompieron el corazón mutuamente. Cuando lo hizo, terminó llorando sin control alguno.
Sabía que su madre no la quería sufriendo por un muchacho, por lo que la noticia de que James hubiera pasado la noche con ella no le sentaría muy bien. Esa era la razón por la que trató de comprar a su madre, suavizándola antes de decirle que tenían compañía en el apartamento.
—Confío en ti, en serio —aseguró, apoyando las manos en la superficie de la barra que dividía la cocina del comedor—. Pero sé que te enfadarás conmigo.
—Oh, vamos. Solo dilo. Duele menos si arrancas la curita de un tirón.
—James está en mi habitación.
Las palabras brotaron de sus labios antes de que siquiera pudiera detenerlas o pensarlas. Lo soltó todo de un solo golpe y cerró los ojos para escapar de la reacción de Hermione.
—¿Te refieres a que... llegó temprano?
Pudo haber mentido, pero Agatha no quería seguir cayendo en los antiguos patrones que la llevaron a esa situación en primer lugar. Quería ser honesta y seguir siéndolo. No permitiría que su promesa de sinceridad fuera efímera.
—No. Me refiero a que llegó anoche y nunca se fue.
Un minuto entero estuvo Hermione en silencio completo. Estaba pensando, tratando de formular una reacción coherente que no fuera liderada por sus impulsos. Tomó una profunda respiración, permitiendo que el aire purificara sus emociones.
—¿Por qué está en tu habitación?
—Porque vino inesperadamente y hablamos. De todo.
—¿No podía venir a hablar durante el día sin la necesidad de quedarse en tu habitación?
—Hermione.
—Solo trato de entender. No entiendo por qué no solo pudo venir en la luz del sol.
—Tal vez porque la noche nos hace más sinceros —sugirió y tragó un pensamiento adicional. «También nos vuelve vulnerables», eran las palabras que quería añadir—. Nada fuera de lugar pasó, si es lo que te preocupa. Solo hablamos y en algún punto de la noche James se quedó dormido y...
—Esta es la segunda vez que lo llamas por su nombre de pila —notó Hermione, estrechando los ojos al mirarla con sospecha—. ¿Estás segura de que nada pasó? Porque juro que es como si te hubieran realizado una lobotomía.
Agatha reprimió una risa.
—Nos arreglamos. Fuimos completamente trasparentes con nuestras realidades. Nos besamos unas cuantas veces, hablamos y James se durmió.
Ocultó la parte en la que él trajo una botella de alcohol consigo porque no quería meterlo en problemas. Todavía quedaban unas pocas semanas de vacaciones y no deseaba que Harry fuera a castigarlo, prohibiéndole visitarla. Deseaba compartir un poco con James antes de regresar a sus locas y apretadas agendas en Hogwarts.
Al pensar en el colegio, no pudo evitar pensar en que a Dakota se le explotaría la cabeza al enterarse de que James y ella eran algo.
—¿Estás segura de que nada más ocurrió?
—Cien por ciento segura. En serio, Herms. Te juro que las ropas de mantuvieron puestas y que sus manos no bajaron o subieron de mi cintura.
De acuerdo, su promesa sobre las mentiras era variada. No mentiría sabiendo que heriría a otras personas, pero tapar que las manos de James llegaron a bajar a su trasero en una ocasión no le haría daño a nadie.
—¿Me contarías si llega a suceder? —Se aventuró en saber.
—Quizás. No lo sé. Tal vez me avergüence decirle esas cosas a mi madre.
—No hay por qué sentirte avergonzada. Recuerda que soy la única persona que no puede juzgarte, teniendo en consideración tu nacimiento.
Agatha se rio.
—Eso es cierto —aceptó—. ¿Qué edad tenías?
El rostro de Hermione enrojeció y se contrajo en una mueca incómoda.
—¿Es necesario?
—Tú dijiste que no había por qué avergonzarse.
Un gruñido escapó de los labios de Hermione, maldiciendo en su interior porque sabía que ella solita se metió en la boca del lobo.
—Tenía... diecinueve. Ron... —Una niebla nostálgica eclipsó los ojos vivaces de Hermione—, fue el primero.
Agatha entendió la razón por la que Hermione lo mencionó de esa forma; era como echarle sal a la herida. Decidió no empujar el tema. Sabía que dolía. Había visto la reacción afligida de su madre cuando Ron envió los papeles para deshacer su matrimonio.
—Creo que hemos charlado lo suficiente. ¿Tengo permitido regresar a la habitación y ver si puedo dormir? El cargo de conciencia de ocultarte algo me mantuvo despierta toda la noche y estoy cansada.
—Mantén la puerta abierta.
Agatha sonrió y le dio un beso en la mejilla antes de regresar a la habitación, dejando la puerta con apenas una fina rendija por la que podían mirar al interior. Quería dormir con privacidad.
Empujó a James para que él quedara pegado a la pared, ganándose una queja adormilada de su parte, pero se mantuvo en el lugar cuando se metió entre las sábanas, pegándose a él para sentir su calidez.
—Desearía que fuera así todos los días —murmuró James medio dormido, acomodándose cerca de la espalda de Agatha, rodeándola con un brazo.
Agatha deseó lo mismo antes de caer rendida en los brazos de Morfeo, aunque sus sueños estuvieron plagados por pesadillas que la atormentaron.
ϟ
El primero de septiembre estaba destinado a estar cargado de tensión. Agatha sabía lo que significaba para la comunidad mágica: la perfecta oportunidad de capturar a Hermione Granger junto a su hija bastarda en público por primera vez desde que estalló la granada de la realidad.
—Hermione, en serio no tengo problemas en que mi padre me lleve a la estación. Me dijo que está acostumbrado a cuchicheo de las personas y a ese tipo de miradas. Está bien si todavía quieres refugiarte —le había dicho a su madre antes de salir del apartamento.
Hermione se negó rotundamente. No dejaría a su hija abandonada en esa situación. La enfrentarían juntas y con la frente en alto, sin importar lo que las personas dijeran. Todos cometían errores, Hermione ya se había asegurado de pagar las consecuencias de los suyos. Los portaría con orgullo y sin vergüenza alguna.
Adoraba a su hija y no la ocultaría del mundo.
—Estamos en esto juntas.
Ambas fueron acompañadas por Hugo, quien no podía contener su orgullo al estar rodeado de dos mujeres poderosas y fuertes; su hermana mayor y su madre. ¿Qué más podía pedir?
En la estación de King's Cross, justo en el andén 9¾, las personas cotillearon desde que se percataron de la presencia de la cabellera rubia y resplandeciente de Agatha. La muchacha no se intimidó por las miradas, ni por los dedos que la señalaban y mucho menos por las palabras que era capaz de escuchar. Tomó el momento para ser la persona más soberbia y egocéntrica que podía, dando pasos lentos con el mentón en alto y una media sonrisa socarrona.
—Es la hija de Malfoy y la zorra de Hermione.
Agatha se detuvo en seco, localizando al grupo de mujeres del cual provino el adjetivo degradante.
—Agatha, no le hagas caso —pidió Hermione, pero no fue suficiente para que su hija pasara por alto eso.
—¿Qué dijiste? —la instigó para que repitiera las palabras que había dicho a sus espaldas, quería ver si tenía las agallas para decirlo de frente. La mujer que hizo el comentario solo desvió la mirada—. Te estoy hablando a ti.
—¿Tú? —Se rio—. Tengo que admitir que tienes agallas para enfrentarte a todos y como para causar una escena.
—Cariño, si quisiera causar una escena gritaría que te estás cogiendo a tu jefe que tiene una esposa y tres hijos, pero soy una buena persona y solo dejaré que tu selecto grupo de amigas sepan tu secreto. —Disfrutó de la palidez de la mujer cuando mencionó la aventura que estaba teniendo—. Así es. He hecho mi tarea y tengo mucho más que decir. Es tu decisión querer seguir con esto o disculparte. Juro que puedo ser mucho peor.
—P-Perdón, Hermione.
Agatha esbozó una sonrisa que iluminó su pálido rostro. Alisó las arrugas en la túnica de la mujer y agarró el brazo de su madre para continuar caminando hacia el punto donde se reuniría con su padre y su hermano.
Hermione no pudo evitar sentir temor de que, durante un segundo, su hija hubiera parecido caer en un pozo de oscuridad, como si la balanza del bien y el mal se hubiera inclinado hacia el último. Temía que tener un control parcial de sus poderes fuera a hacerla tropezar hacia el lado contrario como un plan de Lyra para tomar posesión de su hija.
ϟ
Astoria Greengrass se encaminó con manos temblorosas hacia el interior del despacho de Draco, sabiendo que podía ubicarlo ahí, revisando cláusulas de artículos mágicos y otras cosas que a ella no le interesaban. En su mano derecha sostenía un sobre con unos documentos doblados con mucho dolor. Tenía un nudo en su garganta, recordándole lo mucho que odiaba tener que hacer eso, pero una serie de cartas que Agatha le envió una semana antes de que iniciaran las clases en Hogwarts, le habían abierto los ojos a la realidad que la rodeaba.
No tenía amor en esa mansión, tampoco un ambiente saludable para criar a un bebé. Había tensión, peleas y rencor. Ninguno de esos aspectos era beneficioso para ella, ni para su bebé. En especial cuando estaba caminando en una cuerda floja con Draco. Si daba un paso más, la cuerda se rompería y caería hacia un destino fatídico.
Esperaba terminarlo de una buena forma, así al menos podría tener su amistad mientras lo veía interesarse por alguien más. Sexualmente se fueron fiel siempre, pero eso no significaba que el corazón de Draco no estuviera cambiando de propietario; podía ver que su esposo ya no la amaba, que no se tenían más afecto romántico. Solo había costumbre, compromiso y desmotivación.
Perdieron el rumbo de su relación y eso era lo más que le dolía; había sido su completa culpa.
Tomando una profunda respiración para calmarse, Astoria elevó su mano libre en el aire y le dio unos toquecitos con los nudillos a la madera de la puerta. Esperó con paciencia a que Draco le permitiera la entrada.
Sintió que desfallecería cuando escuchó su voz decir «adelante». Se iba a hacer realidad y no sabía si estaba preparada para eso. Sin embargo, tenía que estarlo. Tenía que ser la que diera el paso hacia la libertad emocional de ambos. No podía seguir tratando de resucitar aquello que estaba muerto.
«Sé la mujer que —muy, muy en el fondo— sé que eres. La mujer de la que mi padre llegó a hablarme, la comprensiva, la que amaba con pureza, no la versión celosa y arisca que conocí. Eres fuerte y también hermosa, solo te has perdido en los sentimientos negativos que eclipsaron la mujer que verdaderamente eres. No permitas que se pierda para siempre. No dejes que la oscuridad se apropie de tu corazón y no puedas recuperarlo jamás», le había dicho Agatha en una de las cartas. Memorizó las palabras, las absorbió y analizó, percatándose de que la muchacha tenía razón.
—Astoria, ¿puedo ayudarte en algo?
Con dedos temblorosos, Astoria le entregó el sobre a su esposo. Lo vio verificar el contenido con el ceño fruncido.
La expresión de Draco cambió a una de sorpresa cuando se percató de lo que significaba.
—Eres libre ahora.
—Astoria... gracias —susurró, todavía la sorpresa teniendo el control de sus palabras.
Astoria apretó los labios para retener el llanto.
—También me mudaré de la mansión.
—Puedes quedarte por el tiempo que desees.
Ella negó.
—No puedo estar en el mismo lugar en el que construimos nuestro matrimonio, Draco. Si quiero tener paz y recuperarme, tengo que salir de aquí. Estaré quedándome con Daphne durante un tiempo en lo que puedo decidir qué hacer. Te mantendré al tanto de lo que suceda con el bebé. También tenemos que dialogar los horarios para cuando Scor esté en vacaciones. Las visitas y cuándo nos tocaría a cada uno.
Draco asintió, efusivamente.
—Sí, sí. Nada me haría más feliz que estar presente en la vida de nuestros hijos y llevar esta fiesta en paz.
—Lo sé. Eres un buen hombre, Draco, y un fantástico padre —le dijo con sinceridad—. Te dejaré para que continúes trabajando. Me aseguraré de enviarte una carta con los detalles, si te parece bien.
—Suena bien.
—Adiós, Draco.
—Adiós, Astoria.
Con esas palabras, Astoria se marchó del despacho, dejando su corazón roto en el interior.
ϟ
Agatha pudo sentir la mirada confundida y analítica de Dakota cuando ella y James entraron al aula de DCAO bromeando entre ellos y extrañamente cercanos. Sus cuerpos no estaban del todo juntos, pero no había espacio para que un fantasma estuviera en la corta distancia que tenían el uno del otro. Era la primera clase particular que tomarían con ella luego de estar todo el verano fuera. Luego de dos días de libertad, tocaba regresar a la rutina.
Dos días en los que Agatha no recibió descanso o libertad total. La mayoría del tiempo libre la pasó en su habitación porque no le apetecía seguir escuchando los comentarios sobre su persona. «Pensaba que no volvería luego de lo que pasó», «Escuché que es la sospechosa principal en la muerte de su amiga», «Ni siquiera tiene amigos», entre otros.
Sin embargo, James logró que fuera pasable escucharlos. La trajo de vuelta a sí misma. Estaba segura de que volvería a dejar que su lado más cínico y frío tomara el control como en la estación, donde pudo ver los hilos mentales de la mujer y manipularlos para hacer que se doblegara. Había logrado conseguir la hipnosis y quizá un poco más, pero no le gustó el sentimiento. Fue como si la mancha de oscuridad en su alma se hubiera expandido.
No quería volver a utilizarla. Tampoco quería que sus impulsos fueran dominados por esa versión de ella que detestaba. No era justa. Era como... Lyra. Y Agatha no quería ser como su Oastori.
—Estoy confundida con esto —mencionó Dakota cuando se acercaron lo suficiente.
—¿Confundida? —cuestionó Agatha, arqueando una de sus cejas—. ¿Por qué confundida? Pensé que te gustaría que James y yo estuviéramos más cercanos.
Dakota abrió los ojos desmesuradamente.
—¿Acabas de llamarlo por su nombre o estoy alucinando?
—Estoy segura de que lo llamé James.
—¡Lo dijiste de nuevo! —exclamó la metamorfomaga.
—Lo sé.
—¿Estás en drogas o ebria? —quiso saber Dakota, queriendo asegurarse de que estaba escuchando bien.
Quizá todavía seguía dormida.
Agatha negó divertida. A su lado, James sonrió.
—Dakota, estoy seguro de que te he conseguido una nueva fortuna cuando sepas las nuevas noticias —dijo el muchacho y pasó su brazo alrededor de la cintura de Agatha, quien rodó los ojos, pero no lo apartó—. Agatha y yo estamos juntos.
Dakota parecía estar hiperventilando.
—Si esto es una broma, no es para nada graciosa porque me tendrán que llevar a San Mungo porque terminaré loca —advirtió.
—¿Qué hará que nos creas? —preguntó James.
La profesora se lo pensó durante unos segundos.
—Un beso. Sé que Agatha jamás permitiría que la besaras si fuera broma. Un abrazo, agarrarse de las manos, incluso llamarte James puede hacerlo para burlarse de mí. Pero jamás dejaría que la besaras.
Agatha frunció el ceño, pero lo aceptó porque era verdad. En una broma y si no fuera cierto, jamás dejaría que James la besara. Incluso cuando era verdad, no sabía si estaba cómoda con besarlo frente a alguien más.
—Vas a ser rica cuando ganes la apuesta, así que antes de hacer esto, reclamo el veinte por ciento de lo que sea que Minnie y Pomfrey te vayan a pagar. ¿Tenemos un trato?
—Ahora sé que estás tomándome el pelo.
—No, solo no me gusta dar demostraciones de afecto en público, y soy una interesada de primera. Sé que vas a ganar dinero y quiero beneficiarme. Voy a tolerar a este tonto durante un tiempo, así que necesito una recompensa.
—¿Perdón? —cuestionó James con incredulidad.
Agatha encogió los hombros.
—No te lo tomes personal, Bambi. Son negocios entre Dakota y yo. Es lo que se merece por la cita a la que nos obligó a ir.
Dakota gruñó.
—Diez por ciento.
—Veinticinco.
—Dijiste veinte en tu propuesta inicial.
—¿Quieres que suba el precio a treinta? —inquirió.
—Veinte suena bien.
Se estrecharon las manos.
—Un placer hacer negocios contigo, amiga —dijo con una sonrisa amplia y giró su rostro para darle un casto beso en los labios a James—. Tadá, estamos juntos.
—Oh, Merlín. Voy a ganar mucho dinero. ¡Gracias, universo! —exclamó, celebrando su victoria. Agatha se rio—. Ahora tengo que calmarme. Me acaban de volar la mente con la noticia de que voy a ganar una buena cantidad de galeones...
—Que compartirás conmigo —le recordó Agatha.
—... y por poco olvido lo que tenía que decirles sobre el tema serio.
¿Serio?
La sonrisa de Agatha se borró.
—¿Qué?
—Creo que he encontrado la forma en la que vamos a deshacernos del Oastori. No solo tolerarlo y resistir, sino completamente deshacernos de la criatura de una vez y por todas.
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Me entusiasmó escribir este capítulo, en especial la charla entre Agatha y Hermione que, aunque maybe les parezca tonta, es importante. He visto comentarios donde han llamado a Hermione una mala madre porque no tenía las largas conversaciones que Agatha tiene con Draco, pero al principio Agatha no tenía una relación estrecha con Herms. Ahora es distinto, encontró en su madre un refugio y viceversa. Todas las relaciones del libro tienen su desarrollo y ellas no son la excepción.
Ahora, sí cambié mucho de este capítulo, pero la verdad me gusta el resultado, así que no diré más al respecto, xd.
Espero y les haya gustado. ❤️
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