55| El otro lado del rechazo
LA CÁMARA SE ACTIVÓ CON LA SORPRESA DEL FOTÓGRAFO, la imagen de Agatha junto a sus progenitores no tardó en aparecer, cayendo en el suelo sin nadie que estuviera pendiente para recogerla. Todos estaban paralizados con la información recibida. No podían procesarla con facilidad, se les hacía inconcebible que la heroína de la Segunda Guerra Mágica fuera a tener una hija con uno de los mortífagos más cercanos del señor Oscuro.
Sin embargo, siempre estuvieron las pistas. Los parecidos, las semejanzas. El mundo solo decidió permanecer ciego ante lo obvio. Porque los humanos suelen ser más felices permaneciendo en la ignorancia que afrontando la realidad en la que se encuentran viviendo.
La primera persona en reaccionar fue Astoria Greengrass, quien quedó inconsciente por la impresión de la noticia. La segunda fue Ronald Weasley. Su rostro estaba casi del color de su cabello, el ceño fruncido, los puños apretados hasta que sus nudillos se tornaron blanquecinos y los labios apretados en una fina línea. En sus ojos brillaba el dolor de la traición. Parecía que en cualquier momento explotaría.
—Hermione —alcanzó a pronunciar, apenas podía reconocer su propia voz porque la ira no lo dejaba sonar igual—, ¿qué demonios significa esto?
La aludida sintió su corazón detenerse, su respiración cortándose durante unos segundos. Los ojos se le cristalizaron y las manos no dejaban de temblarle.
—Ron... yo... puedo, puedo explicarlo —balbuceó torpemente, alejándose un poco de Agatha y Draco para caminar en la dirección de su esposo.
Ron retrocedió, su rostro contrayéndose en una mueca que denotaba su dolor y, quizá, un deje de asco.
—¿Explicar qué? ¿Cómo puedes explicar razonablemente el hecho de que me fuiste infiel con... Malfoy? —La pregunta fue dicha con tanto veneno que la mitad de la multitud quedó paralizada—. Me traicionaste, Hermione. Y lo peor es que tuve a tu hija bastarda viviendo conmigo bajo mi techo, dándole de comer en mi mesa y ni siquiera me di cuenta.
—Ron...
—Dime, Hermione, ¿fue gracioso verme la cara de idiota? —cuestionó y su barbilla tembló—. ¿Acaso me decías que ibas al trabajo y solo te encontrabas con Malfoy a reírte sobre lo iluso y tonto que soy mientras te revolcabas con él como una zorra?
Hermione apenas pudo reaccionar ante sus palabras. Quedó en una sola pieza, las lágrimas acumulándose en sus ojos almendrados. En cualquier otra ocasión le hubiera replicado a Ron, pero en ese momento no podía pensar en otra cosa que no fuera lo culpable que se sentía. No quería herirlo de esa forma, pero tampoco podía permitir que su hija continuara cargando el sufrimiento de ser el secreto, de tener que ver a sus hermanos con sus respectivas familias felices, mientras ella permanecía en las sombras.
Trató de pronunciar al menos una disculpa, pero las palabras se quedaron atoradas en su garganta.
Ron sacudió la cabeza ante el silencio de su esposa. No quería seguir viviendo en esa humillación pública. Quería desaparecer del mundo entero. Se volteó para marcharse cuando la voz de Draco lo hizo detenerse en seco.
—Sigues siendo el mismo idiota de siempre, Comadreja —espetó Malfoy arrastrando las palabras.
Ron se giró.
—Cállate, Malfoy. Mejor llévate a tu hija bastarda antes de que pierda la paciencia —masculló.
La furia burbujeó en las venas de Draco.
—Llama a mi hija «bastarda» una vez más, Weasley —lo retó en un tono amenazante y frío—. Continúas enterrándote en tu humillación, pero no me sorprende. Siempre has sido un... —Fue interrumpido por el puñetazo que Ron le dio en el pómulo izquierdo. Draco arrugó el rostro en una mueca de dolor y su mirada se volvió mortífera—. Pegas como un debilucho, aunque no sé qué esperar de ti. Si tú tardaste tres años en hacer lo que a mí me tomó una noche.
A pesar de que estaba furioso a más no poder por el insulto que le había hecho a su hija y a Hermione, Draco permanecía con una sonrisa burlona en el rostro, luciendo completamente impasible. Tenía que ser fuerte a la hora de defenderlas porque sabía que el mundo no hablaría tan mal de él porque se esperaban lo peor de su persona, pero sabía que a Hermione la destrozarían. Y conocía mucho a su hija como para saber que se echaría la culpa de todo lo que vendría en el futuro.
No podía permitir que eso ocurriera.
Ronald Weasley se encontraba tan cabreado que se le brotaba una vena en la frente y otra en el cuello. Parecía que reventarían en cualquier segundo.
—Eres un...
—Dilo —incitó Draco, elevando su mentón, dispuesto a recibir cualquier insulto—. Anda, ¿no que los Gryffindor eran valientes? Porque parece que el sombrero se equivocó contigo. Eres un cobarde.
El pelirrojo negó con la cabeza, negándose a continuar avivando su teatro. Así que retuvo las ganas de golpearlo hasta el cansancio y se abrió paso entre la multitud, desapareciendo de su campo de visión con rapidez.
Por su parte, Agatha sentía que no podía respirar. Su corazón latía desbocado, casi como si quisiera salir de su cauce en su caja torácica. Quería llorar por lo rápido que estaban pasando las cosas, por la presión de las miradas que ya conocían la verdad de su identidad.
Ella no había querido que las cosas salieran tan mal. No quería que su madre sufriera, que las personas la tacharan de zorra, que la pusieran como la peor persona del mundo al haber sido humana cometiendo errores.
Poniéndose de pie para salir del gran comedor, Agatha logró intercambiar una corta mirada con James, quien tenía el rostro cubierto por una máscara dolida. El corazón le cayó a los pies, sabiendo que no podía conseguir nada bueno. Sabía que lo había perdido, incluso antes de tenerlo.
Comenzó a caminar en su dirección, tratando de no chocar con las personas que parecían querer observarla para notar las semejanzas con sus progenitores de cerca. Lamentablemente lo perdió de vista cuando dos personas se interpusieron en su camino justo a las afueras del gran comedor. Alex y Skylar lucían heridas.
—No puedo creerlo, Agatha —murmuró Sky—. ¿Quién eres?
—Soy tu amiga. Esto no cambia nada, Sky...
—No —la cortó la pelirroja—. Te dije muchas cosas personales. No hay un centímetro de mi alma que no conozcas, te conté mi más oscuro secreto y... solo parece como si se lo hubiera contado a una mentirosa.
Agatha sintió el primer puñal clavarse en su pecho.
—No les mentí... Yo solo... no podía decirlo —musitó con un ligero temblor en su voz.
Sentía que estaba perdiendo a sus amigas más cercanas, a las únicas chicas en las que verdaderamente confiaba, las únicas con las que estableció una amistad real. Y las estaba perdiendo a causa de la revelación de un secreto que parecía haber abierto un abismo entre ellas, la confianza cayendo en él, desapareciendo entre la oscuridad.
—No puedo creerte, Agatha —dijo Skylar, su voz vaciló—. Se siente como si solo hubieras sido una extraña. No puedo creer que le conté mi información más oculta a una extraña.
Ante el silencio de Agatha, Skylar pasó de ella con gran rapidez. Alex fue a seguirla cuando Agatha la detuvo.
—Alex, por favor.
—No ahora, Agatha —pidió la chica Nott—. No puedo verte ahora. Necesito tiempo para procesar.
—Alex...
—Tiempo —insistió—. Estás olvidando que acabo de descubrir que eres la hija del esposo de mi tía. Heriste a mi familia, Agatha. Necesito tiempo para poder verte de otra forma que no sea una amenaza a mi tía Tori.
Agatha solo pudo verla marcharse siguiendo a Sky, llevándose un pedazo de su corazón. Sintió la necesidad de quebrarse, el nudo de su garganta engrosándose por el llanto retenido, pero se mantuvo firme.
—Estaba esperando que no fuera verdad.
Cuando Agatha miró a Rose, pudo notar el odio en sus ojos azules. Quería disculparse y decirle que eran hermanas y que jamás fue su intención herirla, pero fueron las palabras de la chica lo que la pusieron en alerta. La confusión se adentró en su sistema, calando sus huesos.
—¿Qué?
—Encontré unas cartas que mi madre tenía guardadas en una caja y descubrí la verdad de tu nacimiento. Esperaba que fuera mentira, pero todo estaba presente en las cartas —comenzó a decir Rose, había una neblina espesa de rabia cubriendo sus orbes—. Así que planifiqué esto para hacerte sentir minúscula. No pensé que ellos... pensé que te iban a mantener en las sombras para siempre como la bastarda que eres.
La sorpresa paralizó las extremidades de Agatha porque en cualquier otra ocasión se hubiera asegurado de haberla golpeado. ¿Cómo podía ser tan frívola de herir a su propia madre? Hermione siempre fue buena con ella. ¿Por qué la castigaba de ese modo?
—Eres una completa perra, incluso peor que Charlotte. ¿Quién te crees que eres para decidir a quién humillar frente a una comunidad porque tienes un berrinche de aceptación? Somos hijas de la misma mujer, tenemos la misma sangre. Somos hermanas.
—Para mí nunca serás más que una bastarda que tiene la culpa de que mi familia se rompiera.
—No, Rose, la culpa la tienes tú —rebatió con amargura—. Tú los pusiste en esa posición, tú creaste esta obra y ahora no sabes manejar las consecuencias. —Alzó el mentón con soberbia, cruzando los brazos al acercarse, sintiendo la amargura corroer su alma. Sabía que estaba mal jugarle con la misma moneda, pero no podía dejar que se saliera con la suya—. No me sorprende la verdad. Solo me hace ver la razón por la que Scorpius eligió a otra antes que a ti.
Pudo ver que sus palabras hirieron a Rose, pero no pudo arrepentirse, no cuando ella había sido la razón por la que su familia estaba a punto de ser destrozada. Tenías que ser iluso como para no darte cuenta de que habías destruido a tu madre por un berrinche, por un asunto que ella jamás sería capaz de comprender por completo. Su hermana estaba tan cegada por la rabia que no podía ver más allá de su nariz.
Retrocedió, frunciendo sus labios para retener todo el dolor que estaba sintiendo ante el rechazo colectivo que estaba sintiendo. Solo tenía una persona que le importaba y no tenía ni idea de dónde se encontraba, pero estaba segura de que lo había perdido.
Se dispuso a caminar sin rumbo alguno, vagando en los pasillos como alma en pena. Se sentía perdida en sus emociones, como si ya no tuviera algo a lo que aferrarse. Ese secreto era su mecanismo de defensa para que las personas no pudieran herirla.
Llegó al lugar que parecía ser su refugio, ocultándose del mundo en la Torre de Astronomía. Allí en la soledad, pudo sentirlo. La impotencia, la inseguridad y la desesperación que carcomía sus entrañas. Deseaba no sentirse como si fuera a colapsar en mitad del camino. Su realidad de estarlo perdiendo todo parecía ser más fuerte que su convicción de continuar luchando. Era difícil mantenerse firme cuando todo a su alrededor se estaba quebrando.
Pasaron unos minutos antes de que otra persona llegara, el ambiente se puso pesado por la tensión acumulada.
—Estoy tratando de descifrar si todo el tiempo pensaste que yo era un estúpido.
—Potter —pronunció en un hilo de voz.
—Todo el tiempo en el que te pedí que me contaras la verdad, siempre dijiste que te odiaría y lo entiendo ahora. Todo el tiempo estuviste pidiendo que no juzgara cuando en realidad eras tú la que me estaba juzgando a mí —continuó diciendo James. Agatha jamás lo había escuchado de esa forma. Tenía una mezcla en su voz que no pudo reconocer del todo. ¿Enojo? ¿Tristeza? —. Agatha, no puedo odiarte por cosas que están fuera de tu alcance...
—¿Pero? —quiso saber, presintiendo que iba a dar su golpe mortal.
—Pero puedo odiarte por haberle hecho esto a mi familia.
El dolor alojado en su pecho fue desgarrador, casi como una puñalada en la que remueven el cuchillo de lado a lado para causar más daño.
—No quería herirlos —juró, las palabras quemando su garganta.
—Agatha, ¿cómo no los ibas a herir? ¡Te dieron de comer, te vistieron, te dieron un hogar cuando no tenías lugar donde quedarte, te recibieron como si fueras parte de la familia! —enumeró con sus dedos desesperadamente—. Y estabas mintiéndoles una y otra vez.
—¡No quería que esto ocurriera! —exclamó, su voz quebrándose en medio de la oración con el llanto que no podía reprimir.
Las lágrimas abandonaron sus orbes grises, deslizándose por sus mejillas sin poder controlarlo. Odiaba estar tan vulnerable, pero apenas pudo soportar el dolor en su alma.
—Entonces, ¿por qué no hiciste algo? Solo te quedaste callada, yendo con la corriente para jugar con todos y eso no está bien. Te hace manipuladora.
—Potter.
—Dime la verdad, Agatha. ¿Fue tu idea guardar el secreto y fingir solo ser alguien más mientras le veías la cara de imbécil a mi tío?
La barbilla de Agatha tembló y más lágrimas cayeron. No podía mentirle porque la realidad era que sí había sido su idea. Si pudiera tomarlo todo de vuelta lo haría. No quería perder todo lo que había hecho en ese día.
—No me hagas responder eso, por favor —suplicó, pasando su mano derecha por las mejillas para secar las lágrimas.
La mirada de James se tornó fría y oscura cuando la decepción tomó control de sus orbes.
—Contéstame.
—Sí, fue mi idea, pero no por lo que piensas. Potter, por favor...
James negó con la cabeza.
—Respeto tu apellido y tu sangre. No me importa tu origen, pero lo que hiciste... No sé si en algún momento pueda perdonar el daño que le hiciste a mi familia —manifestó y en un punto de sus palabras su voz se quebró también.
Un sollozo pequeño y apenas audible se escapó de los labios de Agatha.
—Prometiste que no ibas a dejarme cuando te enteraras de mi secreto —le recordó en un vago intento de que él cambiase de opinión.
James apretó los labios en una fina línea. En sus ojos se podían ver las lágrimas retenidas porque a él también le dolía lo que estaba sucediendo. Especialmente porque en su mente sonaban las palabras de Lysander diciéndole que esperaba que valiera la pena haber destruido su amistad por una chica si iba a tirarlo todo al caño.
Le dolía porque su corazón quería a Agatha, pero no podía evitar que la traición hacia su familia nublara ese sentimiento.
—Es difícil mantener una promesa a base de mentiras —replicó, cerrando los ojos durante unos segundos porque mirarla era demasiado desgarrador.
—No mentí —se defendió Agatha.
—No, solo secuestraste la verdad a tu conveniencia. —Agatha permaneció en silencio, lágrimas deslizándose por las pálidas mejillas—. Lo siento, pero no puedo estar contigo, Agatha. No así.
Durante toda su vida Agatha había escuchado de lo que se sentía tener el corazón roto, pero nunca lo confirmó hasta ese momento. El dolor era palpable, su pecho se contraía una y otra vez, asfixiándola. Un nudo en su garganta le impidió respirar con naturalidad mientras lo veía marcharse.
Retuvo el llanto hasta que no tuvo pista de él. Fue entonces que gimoteó para luego soltar un sollozo y dar paso al llanto desconsolado. Estaba tan cansada de llorar, pero era inevitable. Las lágrimas solo seguían saliendo, cada una expresando y liberando el dolor que inundaba su alma.
En la torre se sintió acorralada por el recuerdo de los momentos que había compartido junto a él en las últimas semanas antes de que las clases acabaran. No podía estar rodeada de los momentos que tuvieron juntos, no en esos momentos que se sentía desolada, así que caminó sin rumbo por el castillo hasta que terminó en el huerto de calabazas, alejada de todo el mundo.
Se permitió estar tranquila allí, solo sintiendo el viento calmarla. Era mejor que estar recibiendo el constante rechazo de la sociedad.
—¿Estás bien?
Agatha se sobresaltó y limpió sus lágrimas con rapidez. Alzó la vista, encontrándose con la robusta y enorme figura de Rubeus Hagrid. No había formulado una conversación directa con él y tampoco había tomado su clase electiva, así que lo desconocía casi por completo, pero no podía negar que parecía amable. Había escuchado buenas cosas de él gracias a Albus.
—Eso creo —mintió.
—Ven, pasa a tomar una taza de té —la invitó, haciéndole un gesto con la cabeza.
La muchacha sospechó que no se había tragado la mentira, por lo que no negó la hospitalidad de Hagrid y lo siguió al interior de la cabaña. Era minúscula, pero extrañamente acogedora.
Recordó las constantes quejas de Albus diciendo que los aperitivos de Hagrid eran terribles, pero que no sabía cómo negarlos y supo que no debía comer nada que se le ofreciera.
Lo observó caminar en el interior de la cabaña, buscando los utensilios necesarios para poner el agua a hervir.
—Así que tú eres la hija de Hermione —comentó Hagrid. Agatha frunció el ceño, sorprendida con la velocidad a la que viajaban las noticias—. Estaba en el comedor cuando sucedió —explicó.
—Sí, lo soy.
Hagrid la observó directamente.
—Te pareces a ella. Hacen los mismos gestos. Vi a esa chiquilla crecer en esta cabaña y puedo asegurarte de que tienes un gran parecido a ella cuando tenía tu edad —dijo, esbozando una pequeña sonrisa—. Aunque claro, supongo que el gen Malfoy es bastante fuerte.
Agatha hizo una mueca.
—No son tan malos como las personas piensan.
Aunque sospechaba que en el pasado Hagrid y los Malfoy no habían tenido una muy buena relación.
—¿Malfoy es buen padre?
—Es el mejor —contestó, sus labios curvándose en una sonrisa de orgullo.
Después de estar un rato junto a Hagrid, Agatha decidió continuar su camino de vagar por los predios del castillo para poner en orden su mente antes de tener que enfrentar a todos nuevamente. Se encontró caminando por la orilla del lago, viendo el arrebol comenzar a hacer su aparición en el cielo.
—¡Agatha!
La muchacha suspiró, cerrando los ojos para armarse de valor. Sintió sus defensas construirse, preparándose para lo peor. Volteó para poder observar a la persona con el pánico a flor de piel. No podría aguantar otra decepción, otro rechazo tan cercano.
—Si vienes a decirme lo mucho que me desprecias y detestas por haber herido a tu familia también, por favor guárdatelo. He tenido suficiente por hoy. Sí, sé todo lo que hice mal, pero no podría aguantar otro encuentro así —pidió, expresando su sufrimiento del día.
Scorpius Malfoy no tuvo cambios en su expresión, sus ojos grises la seguían observando del mismo modo en el que lo habían hecho en el pasado. Agatha sintió los nervios acumularse.
—Mi familia ya estaba rota de todos modos. —Encogió los hombros para restarle importancia—. No es tu culpa.
—Se siente como si lo fuera. En parte lo es y lo lamento tanto —se disculpó, sintiendo que iba a llorar nuevamente, pero se aguantó.
Scorpius negó con la cabeza, rechazando la disculpa y la rodeó con sus brazos, otorgándole el apoyo que tanto necesitaba en ese día. Él sería el pilar que Agatha merecía tener en esas fatídicas horas.
Ella le devolvió el abrazo con fuerzas, ocultando su rostro en la curva de su cuello.
—Gracias —le susurró al oído—. Gracias por no dejarme sola.
—Vamos, Agatha. Tampoco era tan inesperado. Mi padre siempre actuaba de forma extraña contigo y no en un sentido pervertido porque esa oración sonó rara —dijo, frunciendo el ceño al percatarse de ello—. De todos modos, no es el punto. A lo que me refiero es que... lo sospechaba desde la primera navidad.
—¿En serio?
—Sí, nuestro padre no sabe mentir bien. Te dio su antigua habitación y ni siquiera me la había dado a mí. Estoy herido, pero bueno...
Agatha le golpeó el hombro, dejando salir una risita.
—Me sorprende que pude permanecer siendo un secreto durante casi tres años, pero solo bastó tenernos a los tres juntos para que pudieran ver la semejanza.
Scorpius suspiró.
—Te sorprendería hasta qué grado puede llegar la ignorancia de las personas.
—Solo eligen lo que quieren ver —coincidió Agatha.
Él le dio la razón.
Un breve silencio los rodeó hasta que Agatha decidió romperlo.
—Scor.
—Dime.
—Eres un buen hermano. Estoy agradecida de tenerte y poder llamarte como tal —dijo con sinceridad.
—Yo igual estoy agradecido de tenerte, Agatha.
ϟ
Las semanas que le siguieron a ese día fueron catastróficas para Agatha. Los periódicos y revistas de chismes no dejaban de hablar del escándalo de la hija de la heroína de guerra y del ex mortífago. Había tenido que mudarse junto a Hermione y Hugo fuera de la Madriguera; Rose estableció que tenía edad suficiente para tomar sus decisiones y que elegía quedarse con su padre. Hugo no dudó ni un segundo en elegir a su madre, para disgusto de Ron y Rose.
Habían ocupado un apartamento que Hermione alquiló en caso de que esa situación ocurriera y daba gracias a su instinto por haberlo separado porque no hubieran tenido lugar dónde quedarse de no ser así.
Para Agatha una de las peores experiencias fue ver a su madre derrumbarse en mitad de la noche. La escuchó llorar en la primera noche luego del desastre y tuvo que salir de su cuarto para consolarla. Esa noche durmieron juntas, abrazándose la una a la otra porque eran lo poco que tenían. Había sido horrible, pero con el pasar de los días parecía recomponerse, haciéndose la idea de que esa sería su nueva vida.
Tampoco faltaron las cartas de M.L. las cuales optó por guardar sin leerlas porque no podía aguantar que su acosador personal se enfocara en disfrutar de su sufrimiento. No tenía tiempo para lidiar con las notas agresivas ni las palabras que buscaban quitarle la esperanza.
Así que semanas después del día de la revelación, Agatha se encontraba asistiendo a su primera cena en la mansión Malfoy como un verdadero miembro de la familia. Narcissa había insistido bastante desde que explotó la bomba, pero Agatha rechazó las ofertas porque no quería dejar a su madre sola en las primeras semanas; las cuales pasaron tratando de vencer a Hugo en ajedrez mágico para pasar el tiempo en el apartamento.
Al llegar a la puerta de la mansión, Trinky fue el primero en recibirla, emocionado por su presencia. La siguiente en venir fue Narcissa, quien la apretó en un abrazo cariñoso.
—Agatha, cariño. Qué bueno que llegas. La cena está casi lista.
—Eso suena bien —dijo, sonriendo un poco, aunque la realidad era que se sentía incómoda y nerviosa.
Su primera cena con todos los miembros de la familia Malfoy prometía ser un desastre, pero no podía dejarse consumir por sus sentimientos. Tenía que permanecer firme y estable, al menos para complacer a su padre y a su abuela, sin contar que Scorpius estaría para tranquilizarla en caso de que Astoria terminara en un estado homicida.
—Iré a revisar que todo esté en orden en el comedor —mencionó—. Estás en tu casa, recuérdalo.
«Literalmente en mi casa», pensó Agatha viendo a su abuela desaparecer en dirección contraria a donde se encontraban. Por su parte, ella decidió ir al salón principal, observando todo como si fuese la primera vez que se encontraba en la mansión. Necesitaba distraerse un poco para no morder sus uñas de la ansiedad
Estaba tan concentrada en los objetos lujosos y antiguos del salón que ni siquiera se percató de la presencia de una persona a sus espaldas, detalle que no le permitió prepararse para el impacto cuando los brazos la agarraron de los hombros, pegándola con fuerzas a la pared sin cuidado alguno.
Agatha soltó un quejido, su rostro contrayéndose en una mueca de dolor al golpearse en la nuca con la pared.
—¡Has arruinado todo para la familia!
Lucius Malfoy tenía los ojos tan fríos como témpanos de hielo y su voz sonaba tan cargada de veneno que pudo paralizarla.
—No he arruinado nada. ¿Qué demonios te pasa? —preguntó, removiéndose en un inútil intento de zafarse de su agarre.
Él soltó un brazo para dirigir su mano al cuello de la muchacha, aunque no ejerció la fuerza suficiente para dejarla totalmente sin aire. Solo la retuvo, aplicando un poco de presión como para que Agatha supiera que estaba siendo amenazada.
La desesperación y el miedo actuaron por Agatha cuando sus poderes comenzaron a salirse de control. Los objetos de la sala se removieron con la energía liberada, los poderes haciendo que levitaran en el aire, mientras que el suelo y las paredes temblaron.
—¡Lucius! —gritó Narcissa con el horror impregnado en su voz.
Su marido no la escuchó. No se detuvo en ningún segundo, excepto cuando se escuchó un estallido en el interior del salón y la oscuridad los rodeó por completo.
—¿Lyra? —cuestionó en un susurro.
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Las reacciones son similares en el sentido de que el esquema original se mantuvo intacto, pero las razones cambiaron un montón. En especial la de James, a quien sé que como quiera van a caerle piedras, pero es tan válida su razón como la de Agatha para esconder su identidad. Todos han tenido excusa, excepto Rose. A ella no la perdono, lol.
Aquí pueden dejarme sus quejas por lo sucedido en el capítulo y también por la tensión final.
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