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53 | Estrella del universo


LOS PRIMEROS RAYOS DEL SOL QUE TOCARON LAS CALLES DEL SILENCIOSO Valle de Godric fueron calentando el concreto del suelo, eliminando el rastro tenebroso de la tragedia. Siempre existiría la huella invisible de las desgracias que ocurrieron en ese lugar; la sangre era difícil de eliminar. En el interior del hogar solo dos personas estaban despiertas y era porque no habían pegado ojo en toda la noche.

Justo en el interior de la cocina estaba el matrimonio Potter, las ojeras marcando sus pálidos rostros con las horas de sueño que no pudieron conciliar. Ginny había llegado unos minutos antes luego de que su madre se encargada de hacer de niñera y cuidara a sus hijos en Grimmauld Place, dándole el tiempo suficiente de regresar a su hogar y poder actualizarse con lo sucedido. También tenía que estar con su esposo y asegurarse de que los aurores no iban a destruir su casa al sacar el cadáver.

La mujer pelirroja le tendió una taza a su esposo, quien estaba sentado en las sillas de la isla de la cocina estando más cansado que nunca, y le dedicó una pequeña sonrisa.

—¿Malfoy sigue aquí?

Harry asintió.

—Calmar a Agatha no ha sido fácil para ninguno. La primera vez que concilió el sueño solo pudo dormir quince minutos antes de que despertara gritando.

Ginny hizo una mueca. Le dolía que la adolescente estuviera pasando por una situación tan difícil que ellos en carne propia vivieron. No se lo desearían ni a su peor enemigo.

—Es una pena que le haya tocado esta vida tan difícil —murmuró con pesar antes de soplar su taza de café y llevarla a sus labios para tomar un sorbo.

—Lo es. —Suspiró, apenado y frustrado—. Los aurores me dijeron que será difícil dar con el asesino. No sucedió aquí. Trajeron el cuerpo, pero no sucedió en esta casa. No tenemos una verdadera escena del crimen y tampoco una lista de sospechosos.

Sin sospechosos con motivos para el asesinato y una verdadera escena del crimen, estaban muy lejos de poder hacerle la justicia que Dianne merecía. Era profundamente triste saber que una adolescente de diecisiete años perdiera la vida a manos de alguien desalmado. Tenías que estar muy podrido en el interior como para causarle la muerte de esa forma a una persona.

—Tal vez necesitas ayuda. Tratar de trabajar este caso por tu cuenta junto a Malfoy. Sabe más que todos sobre Agatha. Estoy segura de que Draquesha es su diario personal y tiene que saber de algo que ella no puede confiarle a los aurores —sugirió Ginny, ladeando su cabeza.

Harry lo pensó durante unos segundos porque su esposa tenía toda la razón del mundo. Si había alguien que podía ayudarlo a darle justicia a la joven bruja, era Draco Malfoy, incluso si tenía que hacerlo por su cuenta y sin que el Ministerio lo supiera.

De alguna forma tendría que sacarle beneficio a su título del Elegido. Todavía las personas lo respetaban como si fuera un dios. Las personas no se negarían a ayudarlo si lo pedía.

ϟ

Hermione Granger comenzó a abrir los ojos con suma lentitud, sintiéndose desorientada por un minuto al no recordar cuándo se quedó dormida ni dónde. De lo único de lo que estaba segura era de que esa no era su habitación y que los brazos que la rodeaban no eran los de su esposo, sino los de su hija mayor. Al sentarse en el colchón, apartándose un poco de la adolescente, permitió que los recuerdos inundaran su mente.

La terrible noticia de la muerte de una joven, Agatha siendo quien encontrara el cadáver, las pesadillas que tuvo que controlar junto a Draco. Claro, faltaba la cereza del pastel: el momento en el que compartió la cama con ambos Malfoy, su hija estando entre ellos, creando una distancia que era prudente, pero no bien vista para el mundo que no entendiera lo que ocurrió en esa habitación.

Las personas asumirían lo peor. No podrían simplemente comprender lo sucedido y cómo lo estaban manejando. Era demasiado complicado.

Con cautela, se aseguró de que Agatha estuviera completamente rendida por el sueño y se puso de pie. No quería despertarla cuando sabía que solo se durmió cuando no resistió más el cansancio acumulado. El dulce tarareo de una melodía que produjo terminó de tranquilizar a su hija en su sueño cuando parecía que despertaría por el terror.

Draco la había observado atentamente durante cada segundo que pasó asegurándose de que Agatha estuviera en calma. En ese momento no hubo lugar para incomodidades ni para juzgar, solo hubo espacio para reforzar el lazo que tenían como padres cuando su hija los necesitaba.

Caminó alrededor de la cama, escabulléndose en el estrecho espacio entre la cama y la pared, y tocó el hombro de Draco. Estaba tan profundamente dormido que apenas se dio cuenta del toque de Hermione, por lo que tuvo que zarandearlo un poco para lograr que reaccionara.

—Cinco minutos más —pidió, girando sobre su cuerpo para darle la espalda. Hermione lo sacudió un poco más fuerte—. Astoria, cinco minutos más —murmuró medio dormido y luego cayó en cuenta de lo que dijo, abriendo los ojos de golpe para formular una disculpa inmediata.

Sus ojos grises se encontraron con una Hermione que lo miraba con una ceja alzada y los brazos cruzados. A pesar de cómo la había llamado, no lucía molesta, detalle que le sorprendió.

—¿Sabes? Encuentro sumamente ofensivo que creyeras que era tu esposa. —Arrugó la nariz para darle énfasis al disgusto fingido.

Draco emitió un gruñido frustrado y pasó las manos por su cabello.

—Pronto exesposa —corrigió con voz soñolienta, un poco más ronca de lo que estaba acostumbrada a escuchar de su parte.

Hermione elevó las cejas.

—Interesante dato que soltaste solito. —Forzó una sonrisa sin mostrar los dientes—. Acaba de amanecer, si vas a volver a tu casa es el momento perfecto antes de que se despierte tu querida «pronto-exesposa».

Draco soltó una ligera risa.

—Probablemente ni durmió.

Eso le recordó a Hermione que ella también tenía a alguien esperándola en su hogar.

—Probablemente mi marido tampoco —murmuró con un toque de resignación.

—¿Él no cuenta como «pronto-a-ser-exesposo»?

Ni siquiera pudo reprimir el pensamiento que brotó de su boca sin pensarlo. Todavía no había despertado su filtro verbal que impedía que dijera imprudencias de tal forma.

—¿Qué?

—Nada —se apresuró en decir Draco. Tenía el rostro ligeramente enrojecido por la vergüenza—. Debería irme.

—Yo debo hacer... —Tosió—. Algo. Sí, algo.

Draco se rio al ver la forma en la que Hermione se marchó apresurada, y miró a Agatha, quien dormía profundamente.

—Tu madre está totalmente loca y tal vez yo lo esté por ella—susurró la confesión con una sonrisa ilusionada que no pudo contener.

ϟ

Para el momento en el que Draco se marchó de la residencia de los Potter, las agujas del reloj estaban posicionadas sobre el séptimo número. Su familia seguiría preparándose para el desayuno en el comedor, por lo que no lo verían hacer, lo que sería considerado como un "camino de la vergüenza". Podía pensar en un sinnúmero de escenarios que Astoria debió imaginarse durante toda la noche.

«No puedo esperar a que ceda a dejarme libre», pensó a cruzar el umbral del recibidor. Evitó hacer ruido mientras se encaminaba a la planta superior. Quería darse un baño y dormir por unas horas. Necesitaba un tiempo para procesar lo ocurrido en esa noche.

Justo antes de llegar a la puerta de su habitación, Trinky apareció frente a él, interponiéndose en su camino. El elfo estaba jugando con sus pequeños y delgados dedos del modo en el que lo hacía cuando estaba nervioso o quería revelar un detalle que no debía porque lo consideraba inapropiado.

—Amo Malfoy...

—Te he pedido muchas veces que no me llames amo, Trinky.

—Le ruego que me perdone... Amo, es la costumbre —se disculpó el elfo, bajando la cabeza—. Trinky solo quería decirle que la señora está muy enfadada.

El rubio frunció el ceño.

—¿Mi madre?

Trinky negó repetidas veces.

—Su esposa, señor. Trinky quería que el amo estuviera advertido porque el amo es bueno con Trinky.

El rostro de Draco se relajó considerablemente, sintiendo un toque de calidez en su pecho, la presión liberándose.

—Tranquilo Trinky, puedes retirarte. Yo manejaré esto.

El elfo desapareció y Draco continuó su camino, agarrando el pomo de la puerta cuando logró escuchar pasos apresurados por la extensión del pasillo, aproximándose. No tuvo ni que voltearse para saber que se trataba de Astoria sedienta de una discusión.

—Eres increíble, Draco Malfoy. —Fue lo primero que alcanzó a escuchar de parte de ella—. Te vas en medio de la noche sin avisar y llegas al amanecer. ¿Dónde y con quién estabas?

Draco rodó los ojos. Detestaba esa fase de ella. Fue la razón principal por la que comenzaron a tener problemas, su desconfianza y actitud controladora. No podía llegar a trabajar sin que ella apareciera de la nada con lloriqueos y molestias. Se sentía hostigado por la persona que debía ser su compañera de vida.

—Astoria, esto tiene que parar. Ya hablamos de esto. Estamos separándonos, por lo que no tengo que darte explicaciones —respondió e hizo el ademán de adentrarse en su habitación, pero la mano de ella lo detuvo.

—¿Por qué hueles a perfume de mujer? ¿Estuviste con una mujer mientras porto el anillo que me diste en la ceremonia de bodas? Es increíble que ni esperaras a tener certeza de nuestra separación para meterte en la cama de alguien más —expresó con amargura, arrugando su rostro para demostrar lo asqueada que se sentía.

Él frunció el ceño. No se había percatado de que tuviera algún tipo de perfume de mujer en su olor. Quizá pudo ser algún rastro del de Agatha, pero lo dudaba. Cuando llegó para consolarla ella no parecía tener alguna fragancia peculiar.

—Es tu imaginación —rebatió en un tono monótono.

La mujer negó con firmeza, rehusándose a aceptar esa información.

—No es mi imaginación —afirmó—. Hueles a perfume de mujer y me está dando náuseas.

—Astoria, no seas exagerada. Déjalo ir. Quiero descansar.

Astoria volvió a detenerlo.

—No exagero, sabes que mi sentido del olfato siempre ha sido bueno y en mi estado soy muy sensible a los olores.

Hubo un segundo de silencio y unos más de pánico en los que Draco se paralizó. Su mente se dirigió a caminos que no quería recorrer, un escalofrío azotando su cuerpo. Pidió en su interior que todas sus suposiciones fueran erróneas.

—¿Qué se supone que eso signifique?

Fue el turno de Astoria sonreír, bajando la mano derecha a su vientre, acariciándolo sobre la fina tela de seda gris.

—Estoy embarazada, Draco. Tendremos nuestro segundo heredero en unos meses.

Sintió que le tiraron un cubo de agua helada que lo hizo estremecer, la realidad empapando cada centímetro de su piel.

—¿Qué?

—Planificaba decírtelo esta noche, pero ya que andas diciéndome exagerada, te adelanté la noticia.

—Pero... no es posible. Los sanadores dijeron... después de Scorpius... Es imposible.

—He estado en tratamiento, Draco. En secreto buscaba una forma de contrarrestarlo y dio resultado. Es casi un milagro, pero es posible. ¡Finalmente Scorpius tendrá un hermano! —exclamó, sus ojos cristalizándose por la emoción.

Lamentablemente a Draco no le sentó bien la noticia. No cuando estaba tan cerca de dejarse ir por completo a las fantasías que había creado en su mente.

ϟ

Con el pasar de los días, Agatha se estaba tornando en un cadáver. Estaba viva, su corazón latía, pero ella misma no encontraba la motivación para moverse, comer o siquiera hablar con el resto de las personas que la rodeaban. Solo se quedaba en su habitación con las cortinas cerradas y el cuerpo oculto entre las sábanas. Había olvidado lo que cómo se sentía la muerte cercana, esa sensación de vacío que se expandía por su cuerpo, dejándola inmóvil.

Esa mañana, cuando se había levantado, pensó que tendría las fuerzas necesarias para comer junto a los presentes. Alex, Skylar y Scorpius habían ido a visitarla en la Madriguera y creyó que podría tolerarlo. Pensó que sería una forma de dar un pequeño paso hacia el progreso, para así poder mejorar, pero no duró mucho. Cuando estaba acercándose al comedor pudo ver una copia de un periódico donde redactaba con lujo de detalles las condiciones en las que Dianne había sido asesinada.

Secuestrada, torturada y con una muerte lenta que la hizo sufrir.

Leer esas palabras hicieron que el estómago de Agatha se revolviera y quisiera volver a su escondite donde nada pudiera herirla. Sentía que estaba siendo destrozada poco a poco, desgarrando su alma hasta dejarla completamente vacía y sin esperanzas.

Se estaba ahogando.

M.L. tenía razón. No pararía hasta que terminara ahogándose y, según parecía, estaba muy cerca de hacerlo.

—Agatha. —La voz de su madre resultó tranquilizante y acogedora—. El funeral de tu amiga es mañana. Será en Londres.

—¿Por qué no en Francia? Ahí vivía.

—El Ministerio todavía no ha permitido que se la lleven de aquí.

—Oh.

—Iremos a presentar nuestras condolencias. Estaba preguntándome si quisieras ir, si te sientes preparada para asistir.

Agatha negó.

—No iré. Sé lo que las personas dirán cuando me vean. Me harán lucir como la asesina que solo va con lágrimas de cocodrilo —expresó, negando con su cabeza para volver a hundirse en sus sábanas.

Hermione suspiró.

—Tal vez, solo durante un día, deberías dejar de lado el qué-dirán de las personas y enfocarte en despedirte de tu amiga, cariño. No quiero que vayas a tener algún arrepentimiento futuro por no haberlo hecho.

Agatha cerró los ojos.

—¿Fuiste a los funerales de tus conocidos después de la guerra?

—A todos. Se sentía... correcto.

La adolescente apretó sus labios.

—Ese es el punto. No siento que ir al funeral sea algo correcto para mí —admitió en un tono bajo y apenas audible, como si quisiera ocultar esa parte de ella—. No cuando Dianne fue un regalo de muerte para mí. Eso me hace responsable de lo ocurrido y no puedo admitirlo.

—No eres responsable por lo que alguien enfermo haya hecho, Agatha. No es tu culpa.

Agatha optó por darle la espalda.

—Se siente así —susurró para sí misma.

ϟ

Al otro día, Agatha escuchó a todas las personas que estaban en la casa marcharse temprano. No tuvo las fuerzas necesarias para levantarse de la cama, arreglarse e ir al funeral. Incluso lo intentó. Se vistió dentro de los parámetros de vestimenta adecuados, pero no pudo salir de la habitación sin sentir como si le estuvieran arrancando la piel.

Tal vez, solo tal vez, esa era la razón por la que no era una Gryffindor. Tal vez no era lo suficientemente valiente. Era una completa cobarde. Esa era su realidad y lo detestaba.

Sintió unos toques en la puerta de su habitación y su corazón se aceleró al ver a James aparecer por ella. Le permitió acercarse, rodeándolo inmediatamente con los brazos, encontrando la calma que necesitaba.

—¿Qué estás haciendo aquí? —le preguntó. No lo decía de mala forma, sino con curiosidad.

—¿Realmente piensas que te dejaría sola en este día? —cuestionó, arqueando una ceja. Agatha le sonrió a medias, agradeciéndole con la mirada—. Además, pienso que te vas a arrepentir si no vas.

Rodó los ojos.

—¿Por qué todos dicen eso?

—Porque es la verdad, Agatha. —James ladeó su cabeza al mencionarlo y la detuvo cuando ella quiso apartarse—. ¿Fuiste al funeral de tus padres?

Ella frunció el ceño en una mueca escandalizada, como si no pudiera creer que James acababa de dudar de su asistencia al último adiós que le daría a las personas que hicieron de su vida un poco más tolerable.

—¿Cómo tiene eso relevancia en este asunto? —increpó, sonando ofendida. James se quedó en silencio esperando por la respuesta de la joven—. Claro que asistí. ¿Qué analogía quieres hacer porque te pido que vayas al punto en vez de hacerme recordar uno de los peores días de mi vida?

James suspiró. Sabía que Agatha tenía cierto punto de razón al querer que llegara al punto pronto. Ella estaba pasando por un terrible y profundo proceso de duelo donde la culpa ocupaba una papel principal.

—¿Por qué fuiste? —preguntó suavemente, queriendo aliviar la tensión defensiva que Agatha estaba elevando entre ellos.

—¿Qué clase de pregunta es esa, Potter? —James solo la miró fijamente, el contacto visual siendo fuerte y firme. Agatha lo rompió, relamiendo sus labios—. Era la última oportunidad que tendría para verlos, para decirles "adiós". No quería que se fueran por completo sin dejarles saber lo agradecida que estaba con ellos.

—¿Entonces? ¿Cuál es la diferencia con tu amiga?

Los ojos de Agatha se cristalizaron.

—Tiene... tenía nuestra edad. Fue asesinada, colgada de un techo como un puto regalo para mí. No puedo agradecerle. —Tomó aire profundamente, buscando la calma para continuar hablando—. A ella tengo que pedirle perdón y arrepentirme por haberla conocido porque, quizás de esa forma ella seguiría con vida.

Un nudo se formó en la garganta de James porque le dolía la forma en la que Agatha estaba. El dolor era visible, palpable. No estaba acostumbrado a verla tan destruida. No importaba las veces que la hubiera visto llorar, siempre se recomponía. Sin embargo, esa vez parecía estar fuera de combate. Había sido un golpe que la noqueó por completo.

—Tal vez pedir perdón no es malo, pero no puedes cargar su muerte como si fuera tu culpa. No puedes saber si ella seguiría con vida para este momento. Quizá en algún punto tú la salvaste sin siquiera saberlo. La vida da muchas vueltas, nos quiebra y es verdaderamente jodido, así es como funciona. No podemos dejar que nos derribe —expuso su punto de vista, jugando con sus palabras para poder hacer que Agatha viera su realidad—. ¿Crees que Dianne iría a tu funeral si la situación fuera al revés?

Dos lágrimas salieron de los ojos de la muchacha, su rostro enrojeciéndose por el llanto contenido. Asintió para darle una respuesta a su pregunta.

—Era la persona más pura que he conocido en mi vida.

—¿Entonces?

Mordió su labio inferior.

—No sé cómo podré enfrentar al mundo —susurró, expresando su miedo.

James le secó las lágrimas con cuidado y acomodó algunos mechones que estaban fuera de lugar. Lo hizo todo dulcemente.

—No tienes que enfrentar el mundo, Agatha. Solo una persona a la vez. ¿Podrías hacerlo? —preguntó y logró alcanzar una flor que había dejado en la cómoda antes de abrazar a su chica.

Se la ofreció con cariño.

—¿Una persona a la vez? Puede.

Agatha tomó la flor en su mano, sosteniéndola con cariño.

—Estaré contigo en cada momento, ¿sí?

—Gracias.

ϟ

En el funeral el silencio reinaba como una camisa de fuerza que le impedía a los presentes deshacerse de la tensión. Era un ambiente frío, turbio y tenebroso. Incluso si pocos conocían a Dianne, eran conscientes de que era una chica de corta edad, una adolescente a la que le quedaba toda una vida por delante. No era justo que la muerte la hubiera consumido tan pronto y de una forma tan cruel.

La persona culpable tenía que ser alguien vil y sin sentimientos como para hacerlo.

Solo una presencia causó los murmullos en el lugar y esa fue la de Agatha cuando hizo su camino entre los presentes, yendo directo al ataúd situado frente a ellos. Iba vestida completamente de negro, pero no llevaba la misma mirada altiva que adornaba su rostro, sino que tenía los ojos entristecidos.

Las personas que la miraban lo hacían especulando y cuchicheando a sus espaldas como si no pudiera escucharlos con claridad. La noticia de que ella era una posible sospechosa no había sido pasada por alto. La veían como alguien culpable, una persona que solo estaba presente para desviar sospechas; pensaban que se estaba haciendo la víctima a propósito.

Y no podían estar más equivocados.

Afortunadamente nadie se interpuso en su camino mientras caminaba. También ayudaba que tenía a James para mantenerlos alejados. Nadie se metería a invadir el espacio personal del primogénito de Harry Potter, todos lo sabían. Quizá por eso era por lo que miraban a Agatha con tanta amargura. Pensaban que se estaba aprovechando de los Potter para su propio beneficio.

A pesar de que se sentía juzgada y minúscula, se empujó a sí misma para poder continuar y detenerse en la primera fila de los presentes. La madre de Dianne, Adele, estaba sentada en la segunda silla, ocultando el rostro entre las manos mientras lloraba.

—Adele —la llamó de forma apenas audible.

La señora de piel morena alzó la vista en un santiamén, sus ojos llenos de lágrimas cuando vio a Agatha frente a ella. No tardó en ponerse de pie, abriendo los brazos para darle un cálido abrazo.

Agatha canceló los sonidos de su alrededor para concentrarse en la madre de su difunta amiga, quien se encontraba llorando sobre su hombro. Su corazón latía con suma rapidez, casi queriendo salir de la jaula que formaban sus costillas. Quería arrodillarse y suplicarle que la perdonara, pero, de alguna forma, el abrazo de Adele la mantuvo en pie, ofreciéndole una fuerza que no pensó reunir tan pronto.

Je suis désolé, Adele —susurró su disculpa, su voz ahogada por las lágrimas que no quería derramar porque estaba verdaderamente cansada de llorar.

Je sais, chérie, lo sé —dijo Adele, las últimas palabras remarcadas por un acento francés que quebraban el idioma—. Dianne te quiso mucho, Agatha. Te extrañaba. Fuiste la mejor amiga que pudo tener.

Esas palabras hicieron que Agatha sintiera un gran vacío en su pecho. Ella apenas había pensado en su antigua vida desde que conoció a sus padres. Ahora se sentía más culpable que antes. ¿Cómo era posible que simplemente Agatha la hubiera dejado atrás tan fácil? Su amiga.

Jamás se lo perdonaría.

Dianne fue la amiga perfecta, mientras que Agatha pudo olvidar los años compartidos con tanta facilidad que ni siquiera pensó en mantener el contacto.

Una vez estuvieron más tranquilas, Agatha optó por romper el silencio. Necesitaba saber la verdad de lo ocurrido. ¿Cómo Dianne había terminado de esa forma?

—¿Cómo sucedió?

— No lo sé —susurró Adele—. Esa semana las cartas de Dianne habían estado extrañas como si se estuviera despidiendo de mí con cada palabra, pero no sonaba asustada así que pensé que eran cosas mías. Todo sucedió tan rápido que parece irreal. Un día Madame estaba en mi puerta anunciando que Dianne había desaparecido y a los pocos días... Los aurores estaban en la puerta de mi casa con la noticia de que mi hija... —No pudo continuar porque las lágrimas se lo impidieron.

Agatha tragó en un intento de deshacerse de su propio pesar. Trató de enfocarse en otro sentimiento que la ayudara a no derrumbarse frente a todos, a no lucir débil y vulnerable. Desvió su mirada de Adele porque no soportaba el dolor de su mirada, el sufrimiento que le dejaba saber que no se recuperaría del todo porque así funcionaba la vida; una madre dedicada no supera por completo la muerte de un hijo.

El sentimiento que floreció en el corazón de Agatha fue rabia. La amargura envolviendo su pecho en una tormenta que no prometía nada bueno.

Localizó un jarrón de rosas y se apartó de Adele para agarrar una. No le importó que pudiera meterse en problemas cuando empleó una transformación de la flor, convirtiéndola en una azalea naranja. Se inclinó sobre el ataúd y dejó la flor sobre este.

—Esto no se va a quedar así, Dianne —prometió, enderezándose para luego girar sobre sus talones y abandonar el lugar repleto de personas.

No estaba para dar un discurso fúnebre, ni para permitir que las personas la siguieran apuntando con el dedo. Asistió al funeral para reunir su ira y transformarla en algo que la motivara a continuar luchando.

Y con esa flor había sellado su promesa. Era un mensaje al asesino que solo prometía una cosa: venganza.

ϟ

Esa noche, cuando Agatha abrió los ojos se encontró sentada en una hermosa grama verde que cubría el lugar donde estaba. Se sintió confundida, perdida. Se puso de pie, mirando a su alrededor con la esperanza de encontrar una respuesta a lo que estaba sucediendo. Lo último que recordaba era haberse quedado dormida y luego... nada.

Era imposible que estuviera varada en medio de la nada.

Agudizó su visión, estrechando ligeramente los ojos para poder alcanzar a ver cada rincón que su campo de visión le permitía.

Estaba en un lugar amplio que parecía sacado de un cuento; perfecto y pacífico. Un pequeño río rodeaba todo el campo, no era muy caudaloso ni profundo, pero se podían ver pequeños pececillos de diversos colores que nadaban bajo el agua. La luna estaba en su punto más alto, redonda y brillando con esplendor, aunque todo se viera claro como el día de igual forma. A lo lejos vio un árbol lleno de diminutas flores rojas que lo decoraban. Bajo el árbol había un banco y sobre este una chica sentada. Estaba de espaldas, por lo que no podía captar su rostro y reconocerla.

A paso lento y cuidadoso, temiendo hundirse en un profundo sumidero, Agatha se dirigió hacia el árbol. Su intención era tocar el hombro de la chica para poder verla, pero antes de que siquiera pudiera estar lo suficientemente cerca para establecer el contacto, la escuchó hablar.

—Es hermoso, ¿cierto, Ata?

Esa voz.

Ese apodo.

Solo una persona en el mundo la llamaba de esa manera. Esa persona ya no se encontraba respirando en su mundo, en el mundo real.

Agatha dejó que dos lágrimas corrieran por sus mejillas, ahogándose con el llanto que no quería soltar. Rodeó el banco para poder tomar asiento al lado de la muchacha. Estaba soñando, eso lo sabía, pero ella parecía tan real que no se veía como parte del sueño. Era tan perfecto que no quería que terminara.

—Lo es —concordó con voz entrecortada.

Dianne volteó a verla, su rostro casi brillando de felicidad. Tenía una sonrisa dulce plasmada en sus labios cuando agarró la mano de Agatha, sintiéndola estremecerse al sentir el contacto tan... real y vivo.

Dianne desprendía calidez.

—No llores por mí, Ata —pidió.

Agatha la miró durante un segundo. Desobedeció la petición de la muchacha porque no pudo evitar llorar al ver que siendo la misma Dianne que había conocido, quizá un poco más hermosa y libre. Su piel morena, su cabello castaño y sus ojos cafés seguían intactos, como si nada le hubiese pasado. Lucía tan feliz.

¿Cómo podía estar feliz cuando lo sucedido fue su culpa?

—Te fuiste, para siempre y es mi culpa, Dianne. Lo lamento tanto —susurró Agatha mirándola.

Dianne le dio un apretón a su mano, reconfortándola.

—¿No lo ves? Soy libre, Ata, por fin soy libre. —Sonrió y una lágrima salió de su ojo, recorriendo su mejilla. No parecía llorar por pesar, sino todo lo contrario—. Aquí no hay sufrimiento, no hay dolor. ¿Lo has notado? Ya no sientes ese vacío en tu pecho.

Era cierto. Ya no lo sentía, pero volvería a sentirlo cuando despertara. No quería hacerlo. ¿Acaso no podía quedarse en ese lugar hermoso y perfecto, y abandonar por completo su miseria?

—¿Cómo es posible que estés aquí? ¿Que estemos hablando? —preguntó, su voz sonando débil al cambiar ligeramente el tema—. Mi mente no puede ser capaz de crear algo así.

—No eres la única persona que es poderosa, Ata. No seas tan egocéntrica —bromeó, codeándola un poco—. Nadie es capaz de entender mi don. Era difícil estar en el mundo de los vivos. —Ante el silencio, añadió—: ¿Sabes? Vi a tus padres. Quieren que sepas que están orgullosos de ti.

—¿Los viste? —Dianne asintió y Agatha sollozó—. Desearía poder haber hecho algo por ellos, por ti.

Dianne negó.

—Ata, no podías hacer nada —murmuró—. Cuando la muerte viene, no hay nada que pueda detenerla.

— Ni siquiera tuve una oportunidad de intentarlo —formuló.

La castaña rodeó los hombros de Agatha con su brazo.

—Hay cosas que no podemos detener. El universo, el destino y la muerte. Todos tan distintos, pero con grandes papeles. El universo te prepara, el destino te hace fuerte y la muerte te lleva.

Un escalofrío recorrió el cuerpo de Agatha, sacudiéndola en un estremecimiento de terror.

—¿Me estás diciendo que el universo me está preparando para esto? ¿Para ver a más personas morir? —preguntó en un hilo de voz.

Dianne movió su cabeza en un gesto negativo.

—No, te está preparando para triunfar —respondió a la pregunta de su amiga—. Creo que ya es hora de que despiertes. Has estado más tiempo de lo debido.

—No quiero despertar —confesó.

—Tienes que hacerlo. Hay cosas grandes esperando por ti, Ata.

Agatha asintió, aunque no estaba convencida de ello y secó sus lágrimas con el dorso de la mano.

—¿Te volveré a ver? —Había preocupación en su pregunta.

—Siempre estaré aquí bajo las estrellas del universo.

—Eso no es una respuesta concreta —replicó.

—Temo que no puedo darte una. Espero verte de nuevo, pero que sea en muchísimos años. No quiero perder la oportunidad de ver tu rostro arrugado. —Una risa brotó de los labios de Agatha. Fue completamente genuina—. Ata, una cosa antes de que despiertes. —Hizo una pausa—. Ya no te deteriores por mí. Estoy en un lugar mejor.

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