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49| Potter, tenemos un problema

DURANTE LAS SEMANAS SIGUIENTES, AGATHA HIZO TODO LO POSIBLE por aprender a manejar y controlar en su totalidad sus poderes. Había aprendido a invocarlos estando privada de algunos sentidos y también sin el movimiento de manos. Incluso le había puesto más énfasis al tema de la hipnosis y ya casi podía tomar el control de los hilos mentales de las personas, pero su poder no era lo suficiente fuerte como para hacer que se doblegaran ante ella.

Entre estudiar, asistir a sus clases y completar el curso de aparición, Agatha logró crear un pequeño balance ahora que se encontraba soltera. Por más que le doliera admitirlo, tener el miedo constante y el agotamiento por las mentiras que tenía que contarle a Lysander la estaban consumiendo. Estaba mucho mejor sin esa distracción en su vida.

Habían sido unos días duros donde apenas tuvo tiempo para enfocarse en sus amigos. Sin embargo, desde el incidente donde todos la creyeron demente, ellos buscaban la forma de pasar tiempo con ella, aunque solo fuera para acompañarla a los salones. Agradecía que, en silencio y sin saber con exactitud sus problemas, la apoyaran. Necesitaba de ello.

Sabiendo que se encontraban cercanos a sus exámenes finales y que tenían que concentrarse en ello, Dakota les permitió a Agatha y a James que tuvieran un descanso de sus sesiones de DCMO. De esa forma podrían tener un tiempo para respirar.

Tenían dieciséis años, no tenían por qué estar tan presionados a asumir responsabilidades que se les salían de las manos. Así fue como Agatha y James se enfocaron un poco más en sus clases y también en pasar tiempo con las personas cercanas a ellos. Sorprendentemente para muchos, no permanecieron muy separados el uno del otro, pues continuaban compartiendo mesa en la clase de pociones y en la clase de DCAO, pero amistosamente. Ese era el detalle que resultaba inquietante para los que los rodeaban.

Aunque tenían sus momentos en los que no podían evitar discutir sobre una que otra pequeñez, justo como se encontraban haciendo en el aula de pociones mientras trataban de ir contra el reloj para culminar la poción diaria que Slughorn quería que hicieran.

—Potter, lo estás haciendo mal. Quítate del medio —masculló Agatha, quitándole el pequeño frasco que tenía en la mano—. La arruinarás.

—Devuélveme eso —pidió, tratando de quitárselo. No podía explicarle con facilidad que había aprendido el truco de esa pócima gracias a su padre, pero Agatha era testaruda y le gustaba realizar las cosas por su cuenta.

Se preguntaba a quién había salido tan... cabezona y terca. Parecía irreal la forma en la que ella llevaba todo al extremo. A veces le sorprendía cómo esa chica podía gustarle tanto porque verdaderamente era irritante cuando se lo proponía.

— Te dije que no —sentenció, retrocediendo para salir de su alcance.

Agatha estiró el brazo para mantener el frasco lejos de su alcance, y James se pegó a ella tratando de quitárselo. Estaban tan cerca del caldero humeante que este podría quemarlos, pero no se dieron cuenta de ello al estar centrados en su discusión. Sin querer, Agatha agitó la mano y una pequeña gota salió del frasco disparada hasta caer en el líquido del interior del caldero provocando una gran explosión en el salón de pociones.

—¡Potter, Smith! —gritó Slughorn, tosiendo y agitando su mano para que el humo escarlata desapareciera.

El primero en ponerse de pie fue James. Tenía el cabello más revolcado, parado en algunas partes y las mejillas llenas de polvo rojo y hollín. Su uniforme estaba teñido de un rojo vivo.

Miró a su alrededor, intentando localizar a Agatha cuando la vio ponerse de pie, quejándose mientras sacudía su ropa.

—¡Oh por Merlín! —exclamó James cuando la vio.

—¿Qué?

Él la miraba con una expresión llena de pánico, presintiendo el caos que se iba a armar cuando Agatha descubriera la razón de su estado.

—N-Nada —tartamudeó en respuesta.

Agatha frunció el ceño y miró a su alrededor. Había un círculo rojo rodeándolos y el caldero estaba tirado en el suelo llenándolo de una sustancia pegajosa y viscosa que no se parecía en nada a la pócima que habían estado haciendo. Los estudiantes estaban en sus lugares estáticos mirándola sin reaccionar y el profesor Slughorn tenía los ojos abiertos como plato.

—Dejen de mirarme como si mi cabello estuviese de otro color por Morgana —dijo la chica. Nadie se atrevió a moverse—. Potter, ¿de qué color está mi cabello?

James rio nerviosamente, rascando su nuca.

—No entres en pánico —pidió y eso fue exactamente lo que Agatha hizo—. Está rojo. Súper rojo —dijo y la-ahora-pelirroja abrió la boca y la cerró repetidas veces—. ¡No entres en pánico!

Agatha comenzó a hiperventilar mientras tocaba su cabello con terror. Bajó la vista y miró las puntas de su cabello. Un grito ahogado salió de sus labios sin poder creerlo. En lugar del rubio platinado estaba un rojo avivado y potente, casi sangre.

—Rojo. ¡Está rojo, maldita sea!

James hizo una mueca cuando la escuchó gritar.

—Te dije que no entraras en pánico —comentó, tratando de sonar casual, pero no ayudaba en nada.

Frente a él, Agatha parecía estar en la peor crisis de su vida. No estaba enfurecida como la vez que él se lo cambió, sino que lucía aterrorizada. No se le veía tan mal, pero tampoco entendía la razón por la que le tenía tanto cariño a su cabellera rubia.

—¿Cómo no entrar en pánico cuando está rojo? —preguntó elevando su tono de voz—. ¿Y ustedes qué miran? ¿Nunca han visto a una rubia siendo pelirroja?

Todos los estudiantes se acomodaron en sus haciendo sus pociones mirando de reojo a la-ahora-pelirroja con intriga. No en todas las clases había una explosión que dejaba a la compañera más explosiva y rubia, pelirroja. Era ligeramente entretenido verla perder la cabeza por ello, aunque temían que fuera a matarlos a todos por reírse o burlarse, o solo por mirarla demasiado.

Le tenían cierto respeto a la muchacha desde el momento en el que se volvió algo... alocada.

—Si de algo sirve, te queda bien el rojo —le dijo James en un intento de calmar su estado.

Agatha hizo un mohín. Parecía estar al borde del llanto.

—Eso no ayuda. Sigo pelirroja.

Slughorn se aclaró la garganta, evitando que se pusieran a pelear en su aula y causaran un desastre mayor al que ya tenían.

—Potter, Smith —los llamó Slughorn con expresión impasible, o al menos trataba de mantenerla—. Tienen diez puntos menos para cada casa.

—¡Pero si usted es Slytherin!

—¡Pero si fue un accidente! —exclamó James al mismo tiempo que Agatha.

El profesor no pareció convencido por ello. Tal vez por el hecho de que tenían una trayectoria de arruinarse los trabajos a propósito para molestarse el uno al otro. Tal vez de esa forma aprenderían a trabajar juntos sin causar desastres.

—Sin quejas. Hoy a las siete se encargarán de limpiar este desastre que causaron sin magia —sentenció.

Agatha lo miró boquiabierta.

—Fue Potter —culpó Agatha señalándolo. James la miró con incredulidad, recordando claramente que fue ella quien había dejado caer la gota del frasco que tenía en la mano—. Está bien fui yo —admitió ganándose montones de miradas sorprendidas—. En mi defensa estaba tratando de evitar el desastre que iba a causar Potter.

—Eso fue un golpe bajo, considerando que fuiste tú quien causó la explosión.

La escuchó resoplar.

—No me interesa quién lo haya causado. Ambos estaban allí y siempre hacen lo mismo. Fin de la discusión, los espero a las siete —dijo antes de despojar a los estudiantes del aula.

—A veces te odio —espetó Agatha entre dientes, mientras recogía sus cosas, tomándose su tiempo porque no quería salir al pasillo con el cabello de ese color—. Es la segunda vez que soy pelirroja por tu culpa.

James dejó salir una ligera y divertida carcajada. A Agatha no le causó ni chispa de gracia.

—Te queda bien el rojo. Es lindo verte con otro color. Refrescante —decidió molestarla, disfrutando de su mala mirada que lo mandaba al infierno mil veces.

Agatha hizo una mueca burlona y sardónica.

—Es lindo ver otro tono de rojo —repitió haciendo una horrible imitación de la voz de James.

Lo escuchó reírse en voz alta mientras salía del salón y Agatha no pudo esconder su amargura.

Para la hora del almuerzo todos eran más que conscientes del nuevo color de cabello de Agatha, detalle que solo hizo que odiara más el rojo. Detestaba con todo su ser los comentarios de los que la rodeaban, en especial que algunos estuvieran diciendo que lo hizo a propósito para captar la atención de James, utilizando a su favor la maldición Potter.

¡¿Qué se suponía que era la maldición Potter?!

La situación empeoró cuando vio a muchos estudiantes leyendo una nueva copia del periódico clandestino que Charlotte Zabini hacía. En especial cuando se sentó en su mesa y vio que sus compañeros cuchicheaban en voz baja, mirando el periódico y a ella respectivamente.

Frunció el ceño, confundida.

—¿Qué demonios hablan tanto de mí?

Giró su cabeza y pudo ver que un estudiante de primer año sostenía una copia del periódico en sus manos. Se lo arrebató sin pensarlo mucho y sus ojos se enfocaron en el título de letras enormes en donde se podía leer: «¿PELIRROJA POR UN POTTER?».

Sintió su sangre hervir en sus venas, el calor subiendo por sus extremidades y decidió leer el artículo antes de precipitarse a hacer una locura. Una muy violenta locura.

«Con los nuevos y atemorizantes sucesos que han invadido nuestra escuela últimamente —la mayoría protagonizando a nuestra propia "Princesa de Slytherin"— ha venido la nueva rareza. ¡Agatha Sin-Apellidos-Reales ha decidido tomar un cambio drástico y se tiñó de rojo! Escandaloso y una pésima decisión, pues no le queda en lo absoluto. Sin embargo, ¿cuál es la verdadera razón por la que decidió hacer ese cambio?

Creo que todos conocemos esa simple respuesta: la maldición de los Potter. No es un secreto que a los varones de esa familia tienden a gustarles las pelirrojas y parece que las palabras llegaron a los oídos de la desesperada Agatha. ¿Qué mejor forma de captar la atención del león? ¡Tiñéndose del color que le resulta irresistible al chico!

Tampoco es secreto que Agatha ha estado muy cercana al chico, creando los rumores de que incluso llegó a ponerle los cuernos a su exnovio Lysander Scamander. Todos han sido testigos de lo cariñosos que son el uno con el otro.

Tras de que es regalada, rompe-relaciones y loca, también es una rompe-amistades de primera. Según mis fuentes de información, Lysander Scamander ya no se habla con su mejor amigo y se pidió un urgente cambio de cuarto luego de que Agatha lo dejara a medias en el lago.

Pero ¿termina ahí la historia de nuestra fácil princesa? ¡NO!

No solo quiere tener a Potter, sino que se le ha visto buscando a un misterioso chico de una familia sangre pura. Seguramente buscando mejorar su estatus. ¿Qué tan lejos podría llegar esta chica para obtener las riquezas y el estrellato que quiere? No se puede esperar mucho de una niña que fue abandonada en un orfanato muggle porque ni sus padres la querían.

Tal vez esa es la verdad de Agatha Smith.

Está tan desesperada por amor que busca tener a todos los chicos comiendo de su mano mientras juega con ellos para obtener lo que quiere.

¿Cuán vacía tienes que estar para hacer algo así?

Tendremos que mantenerla vigilada y a todos los chicos alerta para ver qué más buscará la dementor.

Por siempre suya,
Charlotte Zabini.»

Durante unos segundos, Agatha no pudo reaccionar. No quería que las palabras tontas de Charlotte le afectaran, pero lo hacían en cierto modo. Sí, era muy consciente del daño que le había hecho a Lysander, pero nadie conocía lo que había sucedido. Ninguno de ellos sabía por qué las cosas estaban tomando esa forma, ni la razón por la que pasaba tanto tiempo con James.

Pronto su estupefacción se transformó en una ira explosiva que hizo que el periódico comenzara a quemarse. Tuvo que soltarlo con rapidez sobre la mesa por la impresión y logró que las llamas se apagaran antes de que todos se percataran de que había convocado el fuego sin ayuda de su varita.

Con una rabia mortífera, Agatha localizó a Charlotte en su habitual lugar en la mesa, riéndose con malicia mientras chachareaba con su escuadrón de chicas lamebotas.

—Agatha, cálmate —pidió Alex, estirando su brazo para evitar que su amiga hiciera algo de lo que se arrepintiera, pero no fue lo suficientemente rápida porque ya se había puesto de pie.

Agatha estaba alterada. Tenía un sabor amargo en su boca y la cólera aumentaba con cada segundo que pasaba, creciendo como un incendio incontrolable. No estaba segura de lo que iba a hacer, pero sí sabía que sus pies se dirigían por inercia hacia Charlotte.

—¡Agatha, por favor! —suplicó Skylar, buscando detenerla.

La muchacha volteó para observar a su amiga.

—¡No! Ya estoy harta de que Charlotte esté pisoteándome como si yo fuera una escoria. Esto termina hoy.

Skylar no tuvo el poder de argumentar al respecto porque era cierto que Charlotte era una bully que se aprovechaba de las inseguridades de todos los que la rodeaban para humillarlos. Llevaba mucho tiempo mofándose de Agatha, fue la primera en catalogarla como loca y hacer que todos los estudiantes le siguieran la corriente, y ahora no solo la había puesto como una zorra, sino que también había tocado el tema de sus padres.

Su más grande debilidad la utilizó como algo negativo. ¡Ella ni siquiera sabía la razón por la que creció en ese orfanato! Quería gritar a los cuatro vientos que era amada y por sus padres, los cuales había conocido y se habían dedicado a protegerla y ayudarla durante esos meses difíciles del Oastori.

Una vez estuvo frente a Charlotte, la agarró por el cuello de la camisa, estampándole el rostro en la madera de la mesa. Un jadeo colectivo se escuchó en el comedor.

—¿Quién carajo te crees que eres, jodida idiota? —preguntó retóricamente, arrastrando las palabras con una furia amenazadora. En ningún momento la soltó, manteniéndola inmóvil en su lugar. Quejidos brotaban de los labios de Charlotte, al mismo tiempo que forcejeó para librarse del agarre—. No es divertido verte en una posición vulnerable donde todos pueden verte, ¿no?

—¡Suéltame, maldita huérfana!

—Disfrutas de joderle la vida a los demás. Te crees tan importante, pero la realidad es que eres nadie. Eres la que está desesperada por atención y amor.

—No tienes ni la menor idea de lo que estás diciendo —masculló Charlotte, dándole un codazo a Agatha para alejarla de su cuerpo y poder erguirse. Tenía un hilo de sangre brotando de su labio superior, el cual se vio afectado cuando su rostro hizo impacto con la madera—. Te vas a arrepentir de esto. Esta actitud es exactamente la razón por la que nadie te quiere.

—¡Jódete, Charlotte! —gritó y antes de que pudiera controlarse, su puño había golpeado el rostro de la morena—. No tienes derecho de decir eso sobre mí. Te exijo que pares esto.

—No voy a parar hasta que te ahogues en tu miseria, Agatha.

—¿Qué dijiste?

Esas palabras.

Estaba segura de que las había escuchado antes. Estaba tan segura de ello que se paralizó, dándole la ventaja a Charlotte para zafarse de su agarre y empujarla. Reaccionó por inercia cuando le devolvió el empujón, tirándola al suelo y fue cuando las separaron. Agatha sintió que rodearon su anatomía y pataleó, ordenando que la soltaran, pero fue inútil.

—¡Suéltame, Scorpius!

—Tienes que calmarte —replicó Scorpius en un tono fuerte que ella nunca había escuchado de su parte—. Golpearla y meterte en problemas no te ayudará.

—Estoy hastiada de ella, Scor. No puedo solo aceptar sus malos tratos y dejar que me humille. Golpearla no resuelve las cosas, pero seguro se siente mejor que ignorarla.

Ni siquiera sabía con exactitud el momento en el que había comenzado a llorar por la ira, pero se dio cuenta de que lo estaba haciendo cuando la humedad marcó su rostro y sus ojos ardieron. Sintiéndose más enfadada, limpió las lágrimas de mala gana.

Detestaba cuando algo la enfurecía tanto que terminaba en lágrimas. No, no estaba herida, estaba tratando de no volver al interior del comedor para arrancarle la cabeza a Charlotte.

Se desanudó la corbata y se dirigió a las mazmorras, murmurando la contraseña en la pared indicada para entrar a su sala común. Sus pies se dirigieron directamente a su habitación donde se agachó a un lado de su cama, sacando el cofre que estaba bajo esta. Utilizando sus poderes, Agatha lo abrió y rebuscó entre las postales Jagatha y las cartas de M.L hasta que dio con la que buscaba.

«¿Sufriendo por mami y papi?

¿Te duele?

A mí no.

M.L.

PD: Mi propósito es que te ahogues.»

Era tan parecida a lo que Charlotte le dijo en el comedor. ¿Podía ser que Charlotte fuera la persona detrás de las cartas de M.L.? Parecía inconcebible. La persona que firmaba como M.L. sabía que ella era una Malfoy, Charlotte jamás se guardaría una noticia bomba como esa. Ya todo el mundo mágico lo sabría.

Pero eran tan parecidas.

¿Cómo podía ser coincidencia?

ϟ

Para el momento en el que dieron las siete, Agatha se encontraba en el salón de Slughorn sin dirigirle la palabra a James. Recibieron las instrucciones de que debían limpiar el aula sin magia y el profesor se marchó a atender algunos asuntos, prometiendo volver en una hora. Sin embargo, en lugar de ponerse a limpiar, Agatha se puso a rebuscar entre el armario de ingredientes, el cual abrió con sus poderes, y sacó varios frascos y hierbas.

—¿Se puede saber qué demonios haces? —preguntó James, arqueando una de sus cejas.

Agatha hizo un ligero ademán con la mano y logró que un caldero flotara en su dirección. Encendió el fuego lento y rellenó el caldero con agua.

—Voy a hacer que mi cabello vuelva a la normalidad —respondió con simpleza—. ¿Puedes pasarme ese frasco? —señaló el indicado con su mentón mientras se ponía a trabajar en la poción.

James rodó los ojos y le pasó el frasco de color beige a Agatha.

—Sí sabes que tenemos que limpiar, ¿no? —Apuntó al desastre que había en la mesa de atrás.

Agatha encogió sus hombros.

—Limpiaremos luego de esto. No tomará mucho tiempo —aseguró.

—¿Por qué no esperas a que se te pase el efecto secundario de la explosión? —sugirió. La mirada asesina que Agatha le dedicó fue suficiente para hacerlo cambiar de opinión—. O tal vez no. Mejor termina eso rápido.

La muchacha se enfocó en trabajar rápido, echando los ingredientes al tiempo indicado y batiendo en la dirección correcta. Una vez supo que estaba lista, la sirvió en un pequeño frasco y la tomó de un solo trago, haciendo una mueca asqueada cuando pudo saborearla. Era como echarse una bebida rancia en la boca.

James la observó con atención. El color rojo seguía intacto. No había cambiado en lo más mínimo.

—Creo que no funcionó tu poción, Agatha. Tu cabello sigue...—se calló de golpe cuando una risa infantil y aniñada se escuchó en el aula.

—¿Quién es Agatha? —preguntó y luego su rostro se iluminó—. ¡Espera, yo sé la respuesta! ¡Soy Agatha!

—¿Qué demonios?

Un jadeo salió de los labios de la muchacha.

—¡Has dicho una mala palabra! —exclamó y se tapó la boca con ambas manos.

—Por favor, tú dices cosas peores.

—No, no, no. Yo no digo palabrotas —negó con su cabeza y se inclinó para susurrarle al oído—: Madame DiLaurentis me mataría si me escucha.

James frunció el ceño, más confundido de lo que había estado en toda su vida.

—Deja de jugar, Agatha —ordenó.

—¿Jugar? ¡Vamos a jugar! —Exclamó como una niña pequeña, dando ligeros saltos emocionados—. ¿A qué jugamos, chico lindo? Yo no sé muchos juegos. Los niños nunca quieren jugar conmigo. ¿Tú jugarás conmigo?

La realización lo golpeó como una fría ola. De alguna forma algo había ido mal con la poción y ahora Agatha tenía la mentalidad de una niña; específicamente una niña de cinco años.

Ese iba a ser un enorme problema, de eso no le cabía la menor duda. En especial cuando Agatha se pegó a su cuerpo, invadiendo por completo su espacio personal y le tocó la punta de la nariz con su dedo índice.

—Agatha —murmuró el nombre, sin saber cómo sacársela de encima.

No debía malentenderse. A James le gustaba Agatha, sí, demasiado para ser verdad, y en condiciones normales él no protestaría tenerla tan cerca, pero la quería completamente siendo ella cuando decidiera acercarse.

—Eres taaaan lindo —alargó la palabra de forma exagerada y sus mejillas adquirieron un color rosado que era opacado por el rojo de su cabello—. Pero ¿jugarás conmigo?

Echando un vistazo al aula, James se percató de que tenía que idear algo para resolver la situación o todo saldría muy mal. Comenzando por el hecho de que ya habían desperdiciado la mitad de la hora que tenían para limpiar el aula y Slughorn estaría volviendo pronto para verificar que habían cumplido el castigo a la perfección.

No sabía cuándo se terminaría el efecto de la poción y Agatha de esa forma parecía ser un montón de energía junta e incontrolable.

—Sí, jugaré contigo. —Agatha aplaudió con emoción al escucharlo—. En este juego voy a salir de este salón y tú vas a contar hasta que yo llegue. Si lo haces, te daré una sorpresa. ¿Lo entiendes? —La vio asentir efusivamente—. Perfecto. Quiero escucharte contando.

Un, deux, trois...

¿Agatha estaba contando en francés?

Sacudió su cabeza, restándole importancia, y salió del aula sigilosamente, asegurándose de no ser visto por algún estudiante entrometido o por algún conocido. Del bolsillo de su uniforme sacó su mapa y su varita, susurrando un «Juro solemnemente que mis intenciones no son buenas». Se apresuró a buscar el nombre de la persona que necesitaba conseguir y notó que si corría, podría alcanzarla antes de que entrara a su sala común.

Así lo hizo. Corrió lo más rápido que pudo y la alcanzó, halándola del brazo para llevarla a un rincón vacío.

—Necesito tu ayuda —dijo antes de que ella se rehusara a escucharlo.

Alexandra Nott se rio, negando firmemente con su cabeza.

—Estás loco o drogado como para pensar que eso sucederá —habló, rodando sus ojos y comenzó a alejarse de James.

— Vamos, Lex, antes solíamos ser amigos —dijo.

Alex dejó de caminar y giró sin expresión en el rostro.

—No tienes derecho a llamarme de ese modo. No somos amigos, lo has dicho bien, solíamos ser. Eso fue en el pasado —manifestó—. Eso significa que no tengo por qué ayudarte ni hacerte favores.

James suspiró frustrado.

—Es un asunto de suma importancia —insistió—. Vas a querer ayudarme, lo juro. Principalmente porque la ayuda la recibirá alguien más.

La muchacha apenas se movió.

—Di "por favor".

—¿Qué? Esto es una situación de emergencia, Nott.

—¿Realmente es una emergencia si no puedes decir "por favor"? —inquirió Alex, cruzando sus brazos y arqueando una ceja. James resopló—. No te escucho —dijo, tocándose el lóbulo de la oreja dos veces para animarlo a suplicar.

James parecía cerca de querer marcharse luego de estrangularla, pero en lugar de eso, murmuró una maldición.

—P-P-Por... Por... Por favor —logró titubear, ganándose una sonrisa triunfante y maliciosa de parte de la chica Nott.

Merlín, ella podía ser cruel cuando se lo proponía.

—Te ves menos despreciable cuando suplicas, Potter.

—Si no fuera por el hecho de que te necesito, te mandaría al infierno —masculló James.

Alex rodó los ojos.

—Solo para aclarar, todavía no he decidido ayudarte. Solo veré si me interesa y si se trata de una broma, juro que la maldición que te echaré será tan fuerte que tus nietos la sentirán —advirtió Alexandra.

—Sígueme.

Asegurándose nuevamente de que nadie lo estaba viendo, James logró llevar a Alex con éxito al aula de pociones, encontrándolo completamente vacío. Se paralizó por el miedo de que pensaran que el estado actual de Agatha era su culpa.

—¡Demonios! —exclamó, pasando la mano por su cabello, expresando de esa forma su frustración—. ¿Dónde rayos está? Le pedí que se quedara aquí.

Justo en ese momento la ahora-pelirroja salió de la nada y asustó al chico, saltando sobre su espalda. El sonido espantado del chico la hizo carcajear sin control. Todavía seguía teniendo la risa infantil y aniñada, casi chillona en comparación a su voz normal.

—¿Qué, y no puedo ser más gentil, carajo está ocurriendo con ella? —preguntó Alex, perturbada por el comportamiento de su amiga.

—¿Quién es ella, chico lindo? —quiso saber Agatha, señalando a Alex con su dedo índice izquierdo, pues con el otro brazo se mantenía estable en el aire al rodear el cuello de James con el mismo—. ¿Ella será una amiga para jugar con nosotros?

—Sí, Agatha. Te traje una amiga para jugar —forzó una sonrisa, encontrándose ligeramente incómodo con el peso en su espalda—. ¿Puedes bajarte, por favor? Mi espalda duele.

Agatha bajó, encogiendo sus hombros como si no tuviera relevancia. Si estuviera en sus cabales, seguramente lo hubiera golpeado preguntándole si insinuaba que estaba gorda. Afortunadamente, esa mentalidad de niña no se preocupaba por su peso o su figura.

—Soy Agatha, ¿quién eres, chica?

Alexandra Nott ladeó su cabeza, frunciendo su ceño. No entendía ni una pizca de lo que estaba ocurriendo. Estaba por preguntarle a James qué le había hecho a su amiga cuando Agatha se adelantó, emitiendo un grito al quemarse la palma de la mano cuando tocó el caldero caliente.

—¡Duele, duele, duele! —exclamó, agitando su mano.

Los ojos grises de Agatha se cristalizaron y lágrimas brotaron de ellos, deslizándose por sus mejillas.

—Oye, está bien. Solo está un poco irritada, pero no hay quemadura, ¿lo ves? —Agatha asintió—. Ahora, no grites, por favor. Las personas van a pensar que soy un violador.

—¿Violador? ¡Violador!

—¡Espera, no! ¡No hay violador! —exclamó, cortándola con rapidez—. No hay razón para alarmarnos.

— ¿Alarma? ¡Alarma! —gritó y comenzó a hacer sonidos que parecían los de una ambulancia.

James se apresuró en taparle la boca con una mano, pero Agatha lo mordió.

—¿Qué le hiciste a mi mejor amiga? —preguntó Alex, histérica.

El chico hundió el entrecejo.

—¿Qué? ¡Se lo hizo ella misma! —replicó—. En vez de hacer el castigo, Agatha se empeñó en devolver su cabello a la normalidad y algo fue mal con la poción porque cuando se la tomó, empezó a actuar de esa forma alocada.

A Alex le tomó unos segundos comprender y aceptar que era cierto lo que James le estaba diciendo. No solo por la expresión desesperada que tenía en el rostro, sino porque sabía que su amiga podía ser muy obstinada a veces; por no decir la mayoría del tiempo.

—De acuerdo, lo acepto. Te ayudaré —anunció, sabiendo que debían apresurarse en idear una solución al problema que estaban teniendo—. Potter, ¿qué tienes pensado?

Los ojos de James se iluminaron con alivio.

—Dado a que eres la mejor en pociones, después de mí, considerando que Agatha acaba de titularse al nivel de Zabini con el resultado de su poción...—Alex lo interrumpió al carraspear y le dio unos toquecitos en el hombro para llamar su atención—. Estoy tratando de hacer una explicación aquí, ¿no lo ves?

—Potter, tenemos un problema.

James giró sobre sus talones a la velocidad de un rayo, su vista dirigiéndose hacia el punto que Alex miraba. La puerta del aula estaba completamente abierta y no había rastro a Agatha en el aula; la chica se había escapado mientras ellos habían estado debatiendo sobre su estatus.

Sucedía que Agatha, en su mentalidad de niña, pensaba solo en una cosa: jugar. James y Alex la estaban ignorando, pasando por alto su deseo de encontrar a alguien para hacerlo, así que decidió aventurarse en el lugar para buscar algún amigo.

—¡Ve! —Alex lo empujó—. Corre y búscala antes de que alguien como Charlotte la vea y se aproveche de su estado. Me encargaré de limpiar este desastre y averiguar qué sucedió con la poción.

James corrió fuera del aula de pociones y sacó el mapa, buscándola apresuradamente. Estaba fuera de las mazmorras y era veloz, sus pisadas moviéndose con rapidez por los pasillos.

—Demonios, mujer. ¿Por qué causas tantos problemas? —susurró para sí mismo, guardando el mapa para echar a correr detrás de la muchacha.

Pudo encontrarla antes de que ella se acerca a las puertas del Gran Comedor y se expusiera frente a todos los estudiantes. Sostuvo su mano, haciendo que girara, y Agatha esbozó una sonrisa de oreja a oreja. Era una sonrisa genuina, de esas que le iluminaban el rostro y hacían que sus ojos grises brillaran. De las pocas verdaderas que había visto en ella.

— Te encontré.

Agatha asintió.

—Lo hiciste, chico lindo.

James negó ante el apodo.

—Agatha, ¿sabes leer? —le preguntó con suavidad, sacando el mapa, murmurando las palabras para que se revelara, tendiéndoselo.

La chica dudó y observó el pergamino.

—Es... difícil. Es el lenguaje... se me hace difícil.

El muchacho no comprendió a lo que Agatha se refería. Estaba en su idioma original, la misma lengua que ella había aprendido desde que comenzó a hablar. Tal vez la poción la había confundido, mezclándole el francés con su lengua madre.

—Trátalo, por favor.

Agatha recorrió el pergamino varias veces.

—Los señores ¿Lunático? —Alzó la vista del mapa—. ¿Lunático es como lunatique?

James no entendió la palabra, pero asintió. Tendría que pedirle ayuda a su tía Fleur para aprender francés.

—Sí, eso.

—Los señores Lunático... Cola... Colagusano, Canuto y Corna-menta, los proveedores de ayuda mágica... ¿Magie? C'est réel. —El rostro se le iluminó al expresar lo último—. Los proveedores de ayuda mágica a los traviesos se enorgullecen en presentar el Mapa del Merodeador.

—Perfecto —la felicitó James y buscó en el pergamino un punto en específico—. ¿Puedes ir a este punto? Te prometo encontrarte ahí.

—¿Ir sola?

—Solo por unos minutos. Prometo encontrarte rápido —aseguró, notando que su expresión había caído—. ¿Te gustan las estrellas? ¿Sí? A mí también. Si vas, te prometo que veremos muchísimas estrellas juntos.

Vio a Agatha marcharse en la dirección correcta y corrió de vuelta al aula, encontrándolo limpio. Alex estaba sentada con los brazos cruzados.

—¿Qué hiciste con Agatha?

—Está en un lugar seguro.

Alex lo miró con ojos entrecerrados, dudando de él.

—Si mi amiga sale herida por tu culpa, buscaré la manera de matarte sin dejar rastros —amenazó.

James se estremeció un poco.

—¿Por qué los Slytherin lo resuelven todo amenazando, por Merlín? Aparecen en mis pesadillas.

—Genial, es el propósito —Alex rodó los ojos con exasperación—. El efecto de la poción pasará. No es permanente y tampoco requiere atención de Pomfrey. Probablemente fue a causa de que la preparó a fuego alto para acelerar el proceso.

—Eso significa que...—dejó la oración en el aire, esperando que Alex la completara.

—Está... ¿cómo decirlo?... ligeramente drogada.

Oh, genial.

—Alex —la llamó antes de que se marchara—, cuidaré de Agatha.

—De alguna forma que no entiendo, siempre lo haces.

ϟ

Asegurándose de que Slughorn le dio el visto bueno —se hizo cargo de excusar la ausencia de Agatha a una pequeña enfermedad repentina—, James se escabulló entre los pasillos, evitando las pinturas que lo delatarían y tomando algunos pasadizos secretos que se había memorizado. Se suponía que nadie estuviera en los pasillos por la noche, en especial después del mensaje que habían dejado en la pared.

Cuando llegó a la Torre de Astronomía, James se quedó unos minutos observándola. Estaba sentada en el borde mientras miraba el cielo estrellado, su piel pálida resaltando bajo los rayos platinados de la luna.

—Este... mapa dice que mi nombre es Agatha Smith, pero no tengo padres —dijo con voz quebrada, lágrimas cayendo por sus mejillas, empapándolas con su dolor—. Vivo en un orfanato donde me tratan mal. Madame... Madame me dice que soy un monstruo porque cuando me enfado puedo hacer que las cosas se muevan, y los niños se burlan de mí, me molestan y me pegan. Dicen que estoy loca. Yo no quiero estar loca. ¿Crees que estoy loca por esto, por creer que la magia es real y que soy parte de ella tanto como lo es parte de mí?

Fue entonces cuando James comprendió la verdadera razón por la que le molestaba tanto que Charlotte dijera que estaba loca. Era un trauma que tenía de pequeña. Alex estaba equivocada cuando dijo que Agatha estaba drogada; la poción le había dado la mentalidad y los recuerdos de cuando era una niña, cuando todavía estaba en el orfanato muggle.

Un grueso nudo se formó en la garganta de James. Los ojos desesperados de Agatha les pedían a gritos que le aseguraran que no estaba loca. Ella añoraba un rayito de esperanza en ese agonizante sufrimiento que estaba reviviendo.

Tal vez cuando niña no lo tuvo, pero esta vez James se aseguraría de que Agatha lo tuviera.

—Agatha, tú no estás loca —le confirmó, sentándose a su lado—. Ellos son los locos por no creerte. Tú eres especial, tan especial que te robarás el corazón de todo el que sepa de ti. Harás cosas grandiosas. Aprenderás sobre la magia y serás la mejor.

Agatha cerró sus ojos y de estos cayeron dos lágrimas más.

—Ellos me dicen que la magia no es real, que es producto de mi imaginación y que por eso estoy loca.

—No les creas —intervino James y buscó la varita en su bolsillo—. Te lo voy a mostrar.

Con un sencillo movimiento, silenciosamente hizo que pequeñas luces de distintos colores rodearan a Agatha. La forma en la que las miró fue suficiente para que a James le doliera pensar que Agatha tuvo que ser tan maltratada.

—Es real —susurró.

James asintió, acomodándole un mechón de cabello detrás de su oreja con cariño y ternura.

—La magia existe. Es tan real que vivimos de ella. No les vuelvas a creer esas mentiras.

Agatha se acercó a James y depositó un suave beso en su mejilla.

—Gracias, chico lindo.

—De nada, amore mío.

Agatha se acostó en el suelo de la torre apoyando su cabeza en el regazo de James, removiéndose hasta encontrar su comodidad.

—Estoy muy cansada —susurró en medio de un bostezo y cerró sus ojos.

Las respiraciones de Agatha se hicieron cada vez más tranquilas dejándole saber a James que se había quedado profundamente dormida. Él no se quejó y la dejó descansar, pasando una mano por el cabello de Agatha, el cual comenzaba a aclararse demostrando que el efecto de la primera poción se estaba acabando.

En esos momentos, él la miraba con dolor en su mirada. No entendía como una persona tan joven y delicada había pasado por tanto sufrimiento. No entendía cómo ella estaba condenada a tanto dolor y agonía. ¿Por qué tenía que ser de esa manera? ¿Por qué las mejores personas tenían que pasar por tantas cosas malas?

Agatha seguía siendo una niña.

¡Merlín! ¡Ella solo tenía dieciséis años!

No merecía tener una carga tan grande para sus pequeños y jóvenes hombros. Agatha no merecía ser torturada de esa manera, no merecía tener que luchar por un mes más de vida, por una esperanza.

Ella sufría y él lo sabía, pero lo escondía tan bien que pasaba desapercibido ante los demás.

Esa chica no demostraba que tenía una criatura oscura acechándola. Tampoco demostraba que había visto a sus padres adoptivos morir frente a sus ojos. Siempre se veía tan fuerte y segura de sí misma, cuando esa no era la verdad. La realidad era una muy distinta.

Agatha sufría por eso y más, si no fuera porque se había dedicado a conocerla poco a poco él sería otro del montón pensando que ella era la persona más despreocupada y feliz del universo. Él mismo se daba cuenta cuando ella llegaba a las clases con ojeras bajo sus ojos demostrando que las preocupaciones seguían interrumpiendo su sueño. Sabía lo mucho que dolía cada ataque porque él había vivido uno en carne propia.

El día de los TIMOs él hizo lo prohibido. Ese día él hizo un trato con Lyra, solo por esa vez. James decidió que por ese día Agatha no sufriría el dolor y él lo sentiría por ella. Por eso fue por lo que Agatha despertó y él no.

—Yo soy tu guardián, Agatha, y estoy dispuesto a volver a sentir todo el dolor necesario si eso significa que tú no lo sentirás —susurró depositando un beso su frente.

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