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46| Oscuridad impenetrable


LOS OJOS GRISES DE AGATHA RECORRIERON LOS antebrazos unidos, procesando y analizando la innegable similitud entre sus marcas. No había forma en la que fuera una coincidencia; era imposible que lo fuera. Estaba presente, literalmente marcado en sus pieles, demostrándoles que eran más similares de lo que pensaban, que estaban más unidos de lo que ambos hubieran querido.

Demonios, pero no podían negarlo. Por más que quisieran aferrarse a la negación e incredulidad, en el fondo lo sabían. Ellos siempre estarían unidos. Y ninguno sabía cómo lidiar con ello.

—No, no, no —susurró Agatha, como si se tratara de un encantamiento para borrar lo que sus pieles les decían.

Quería que fuera mentira, que le dijeran que todo era parte de una mala broma de Dakota o que todo era una pesadilla. Lamentablemente para ella, no era así. Muy en el fondo, Agatha era consciente de que James era quien tenía el resto de la marca, pero había preferido vivir en la ignorancia en lugar de confrontar al chico, preguntándole al respecto.

Era demasiado cobarde como para intentarlo. Al menos no quería descubrirlo de esa manera, aunque no estaba segura de si esa fue la forma correcta para descifrarlo. Apenas podía reaccionar.

Cerrando los ojos, Agatha se alejó de James, retrocediendo y chocando torpemente con la mesa de la poción. El caldero se balanceó de lado a lado, pero, para su suerte, no se derramó ni una sola gota.

Algo tenía que salirle bien en la vida.

—¿Por qué entras en pánico? —cuestionó Potter, estando confundido.

Agatha alzó la mirada, observando la expresión de chico, quien mantenía el ceño fruncido en una mueca inconforme y perdida.

—No puedes ser tú —murmuró, su voz ahogada por la impresión—. De todas las personas...

Decidió no completar la oración porque sentía que entraría en una crisis existencial sobre por qué la vida la trataba de esa forma. ¿Acaso no era suficiente con su presente confusión sobre sus sentimientos y su relación con Lysander como para seguir añadiéndole más caos y desastre a su alocada vida? Tenía el estómago revuelto de tan solo pensar que los libros de Dakota podían tener razón, que sus vidas podían estar más conectadas de lo que quería creer.

—¿Por qué estás tan incrédula? Agatha, soy tu guardián.

—¡Lo sé! —exclamó y pasó una mano por sus mechones rubios, intentando encontrar una forma de controlarse a sí misma.

James Sirius tuvo una mezcla de distintas emociones que le resultaron abrumadoras. Estaba molesto, irritado y también confundido. ¿Por qué Agatha siempre estaba tan reacia a la idea de que ellos estaban conectados, que solo podrían sobrevivir si trabajaban colaborando el uno con el otro? Incluso mucho más.

Tenía que admitirlo. No podía seguir mintiéndose a sí mismo, intentando convencerse de que la odiaba, porque no era así. Tal vez le resultaba un poco molesta, pero era más por el hecho de que ella no podía verlo ni en pintura. La realidad era que James se gustaba de Agatha. Eran unos sentimientos extraños que rompían todos sus pensamientos, haciéndolos añicos.

Demonios, lo admitía.

Quería que Agatha fuera para él, que dejara de ser tan seca y orgullosa, que dejara caer sus barreras y le mostrara la verdadera joven que era. Mucho más allá de la frialdad que expresaba, le gustaba la Agatha que ella solía esconder de las personas y la que él había llegado a conocer en algunas ocasiones. Le gustaba cuando era divertida y despreocupada, cuando era una adolescente y no una joven con responsabilidades más pesadas de las que debería cargar a su corta edad.

Le gustaba su lengua viperina, su astucia y su audacia. Le gustaba cuando lo retaba, manteniendo una chispa extraña entre ellos; una tensión constante que los ahogaba a ambos, incluso si Agatha no estaba dispuesta a aceptarlo.

—¿Por qué te cuesta aceptarlo? —insistió en saber el chico.

Quizá si ella le salía con groserías, entonces podría recuperar el control de sus sentimientos y se la sacaría de una vez de la cabeza. Lo encontraba poco probable, pues Agatha se había metido bajo su piel, pero haría el intento.

Tenía que hacer el intento.

No solo por su orgullo y dignidad, sino porque Lysander, su mejor amigo, estaba verdaderamente enganchado con ella. James Sirius podía ser muchas cosas, pero intentaba no traicionar a su amigo de esa forma. Luchaba por ser leal, por mantenerse fiel a sus pensamientos, pero se encontraba dividido entre lo que el mundo le decía y lo que él quería para sí mismo.

—Yo solo... Olvídalo —pidió, moviendo su cabeza en un gesto negativo, rehusándose a decir lo que pasaba por su cabeza.

Agatha seguía en negación.

No quería aceptar lo que estaba frente a sus ojos. Tal vez era cierto eso de que no existe peor ciego que el que abre los ojos para ver la verdad y prefiere volver a cerrarlos. Así estaba haciendo Agatha al no querer afrontar lo que estaba sucediendo, lo que llevaba formándose desde el momento en el que Lyra inició sus ataques y James fue el único que estuvo para sentir lo que estaba pasando.

—Agatha —la llamó James, intentando capturar su atención.

Ella giró su rostro para evitar su mirada, pero James sostuvo su rostro con delicadeza, obligándola a establecer contacto visual. En sus orbes grises había nubes de desconcierto e indecisión.

—Por favor, no —susurró de manera apenas audible—. No quiero escucharlo, no todavía.

Hubo algo en su voz, quizá el toque de súplica que cargaban sus palabras, que logró que James dejara caer su mano a un lado de su cuerpo, permitiendo que un suspiro decepcionado se escapara de sus labios. Aun cuando quería que enfrentara la verdad, no iba a forzarla, aunque eso lo comiera vivo todas las noches. Si revelaba sus sentimientos, quería que fuera por su propia iniciativa y no por haberla forzado. Eso era algo que había aprendido: a Agatha no le gustaba ser presionada. Él lo respetaría.

Cerrando los ojos, reprimiendo su frustración, James escuchó los pasos de Agatha alejándose, seguidos de la puerta del aula, y supo que se encontraba solo.

Una vez más, Agatha se le había escapado entre los dedos.

ϟ

Unos días después de ese incidente, Agatha se encontraba en un conflicto interno que apenas la había dejado pegar ojo durante la noche. La confusión arraigada a su sistema, impidiendo que se pudiera concentrar en sus clases ni en las conversaciones que tenía con sus amigos. Las pasadas dos semanas habían sido intensas, en especial con el tema del chico Potter.

¿Por qué se le dificultaba detestarlo? Todo sería más fácil si pudiera ser más fuerte e insensible. Pero no lo era. Agatha sentía tanto que resultaba abrumador y confuso, asfixiante en muchas ocasiones. Incluso había intentado hacer lo que su madre le sugirió, pero eso solo empeoró las cosas.

Maldito Potter y sus argumentos con sentido.

Le agradaba más cuando decía cosas incoherentes y sin lógica, pero ahora estaba soltándole la verdad en el rostro, las verdades que nadie le decía y que no quería escuchar. Aunque en cierto modo le ayudaban a ver la realidad en la que vivía. Nadie la conocía y sus defensas estaban tan altas que ni siquiera sus amigos conocían algo de ella que no fuera su sarcasmo y su habilidad para meter la pata.

«Y no hace preguntas», había dicho Potter cuando dijo que Lysander la mantenía relajada. Ninguno de sus amigos le hacía preguntas, tampoco Lysander. Tal vez buscaban que ella les ofreciera su confianza o se rehusaban a conocerla.

Aunque le gustara tener ese privilegio de permanecer con privacidad, sabía que no estaba siendo honesta con ninguno de ellos. Incluso James sabía más de ella que todas sus amistades.

Fue por esa razón que Agatha los citó en un patio más oscuro de Hogwarts donde podían hablar sin ser escuchados por todos los que pasaban por el lugar. Añoraba la privacidad porque lo que estaba por hacer era más difícil que decir mentiras. Estaba por revelarles un pedacito de su alma.

Agatha fue la última en llegar, no porque fuera tarde a todas partes, sino porque sabía que, si era la primera, se marcharía antes de que pudieran escucharla.

—Vaya, tarde a tu propia cita —comentó Alex con un toque de diversión—. Eso es muy tú.

Agatha rodó los ojos, pero sonrió inevitablemente. Su amiga le transmitía un toque de paz para lo que estaba por hacer.

—¿Por qué estamos todos reunidos aquí? ¿Haremos algún ritual? —cuestionó Skylar, bromeando.

La forma en la que la adolescente pelirroja podía actuar como si nada le sucediera era asombroso, pero triste al mismo tiempo. Solo había dejado que Agatha fuera la que supiera lo terrible que la pasaba cuando estaba sola y sin distracciones y sus pensamientos oscuros tomaban posesión de su cuerpo.

—Me di cuenta de que llevamos unos años de amistad y no conocen tanto sobre mí como les gustaría —opinó Agatha y acomodó un mechón de su cabello detrás de su oreja.

Sus ojos grises recorrieron los rostros de sus amigos; Albus, Alex, Dylan, Scorpius y Skylar la miraban fijamente, interesados y curiosos por la actitud de ella.

—Agatha, no tienes por qué contarnos toda tu historia de vida. Sabemos que los recuerdos pueden ser dolorosos —dijo Scorpius.

Agatha quiso abrazarlo y agradecerle por ese toque de sabiduría que cargaba de vez en cuando, pero se contuvo.

—Ese es el punto, Scor. La mayoría de lo que saben de mi pasado ha sido por los rumores que han inventado y que he confirmado algunos. Pero nada más. No saben nada que haya venido de mi boca —expresó la muchacha, su voz estaba cargada de frustración porque quería ser honesta con todos ellos y decirles toda su verdad, pero no cargaba un secreto que fuera solo suyo, sino que les pertenecía a muchos otros.

—Agatha...

Ella negó y suspiró.

—Quiero decirles, chicos. Quiero que me conozcan al igual que los conozco a ustedes. Actuamos como si fuéramos familia, pero soy una extraña para todos. No quiero serlo para ustedes —confesó, bajando el tono de su voz a medida que hablaba porque se sentía como un secreto oscuro de su alma.

Los chicos se miraron entre ellos durante un segundo y luego se enfocaron en Agatha, quien tenía los ojos fijos en el suelo, pareciendo un poco vulnerable y eso era algo que casi nunca habían visto antes.

—Entonces cuéntanos sobre ti, Agatha. Dinos lo que quieras que sepamos de ti —dijo Albus, animándola un poco.

Agatha sonrió levemente y un suspiro se escapó de sus labios, preparándose para hablar.

—Empecemos por lo básico —dijo—. Nací en Londres donde me dieron en adopción cuando era bebé. Probablemente unos días después de nacida o tal vez al nacer. Solo sé que nadie quiso hacerlo y me enviaron a un orfanato en Barking donde estuve los primeros diez años de mi vida. Fue un infierno para mí vivir allí. Las personas eran malas. Cuando cumplí diez, esta pareja decidió adoptarme y empecé a vivir en Chelsea donde me enseñaron todo sobre la música.

» A los once nos mudamos a Francia y asistí a Beauxbatons. Era una chica más estúpida de la que puedo ser ahora, pero no le daba importancia. Iba a ir al Real Colegio de Música cuando terminara mis estudios mágicos. Entonces pasó lo terrible.

A pesar de que se encontraba contando su dolorosa historia y sus palabras cargaban gran pena, Agatha no demostraba emociones en su rostro. No lloraba, ni lucía como si estuviera a punto de hacerlo. Tal vez los sentimientos habían calado su alma a una profundidad donde no podían afectarle.

—¿Qué edad tenías cuando murieron? —preguntó Alex.

—Cuando los vi morir —corrigió con suavidad—. Tenía catorce. No se suponía que yo estuviera en la casa, pero lo estaba. Los vi morir frente a mis ojos y no pude hacer nada para salvarlos. Después de eso, me volví peor de lo que ya era. Me convertí en alguien peor que Charlotte. Eso me llevó a mi expulsión de Beauxbatons. Teniendo catorce, huérfana y sin escuela, decidí volver a Londres y explorar mis opciones, tal vez buscar a mis padres biológicos.

» Los Weasley me aceptaron en su hogar como un miembro más de la familia. Estoy tan agradecida que no puedo expresarlo en palabras. Y ahora estoy aquí. Los tengo a ustedes también. Sé que soy un poco insensible, un poco perra, pero es como si a veces apagara mis emociones para que dejen de doler.

Cuando terminó de hablar, todos permanecieron en silencio. Ninguno se atrevía a hablar ni a hacer comentarios porque no sabían lo delicado que era el tema ni cómo ella reaccionaría ante sus preguntas.

—Una vez nos dijiste que tu instrumento favorito era la guitarra —comentó Skylar, quebrando el silencio que se había instalado entre ellos—. ¿Era lo único que tocabas?

Agatha negó.

—Tocaba tres instrumentos: guitarra, piano y violonchelo. Pero ya no toco. Ya no sé si me hace feliz —confesó.

Alex ladeó su cabeza.

—Si te conseguimos una guitarra, ¿tocarías para nosotros? —preguntó.

Agatha dudó durante un segundo, pero asintió. No veía qué tenía de malo tocar un poco para sus amigos.

La chica Nott sonrió y se quitó un brazalete de dijes que tenía alrededor de su muñeca. Uno de ellos tenía la forma de una guitarra. Agarrando su varita, hizo un movimiento y lo siguiente que vieron fue el pequeño pedazo de plata crecer y materializarse en una real y tocable.

Satisfecha con su resultado, se la entregó a Agatha.

Sentir el instrumento en sus manos hizo que el corazón de Agatha se contrajera dolorosamente, recordando lo bien que se sentía cuando sus dedos tocaban la superficie hasta llegar a las cuerdas, rasgándolas con las puntas.

Cerró sus ojos, ahogándose con la sensación olvidada.

La había extrañado tanto.

Sus dedos se movieron sobre las cuerdas, presionando los lugares correctos para producir los acordes exactos. Con cada cuerda que sonaba, vibrando en el interior de la madera, Agatha sintió que su pecho se apretaba más. Antes no había sentido ganas de llorar, pero a medida que la melodía salía de su guitarra, el llanto reprimido quería salir a la luz.

En su garganta se formó un nudo que no la dejaba respirar y sus manos comenzaron a temblar sin control alguno, los acordes sonando torpes cuando dejó de tocar de golpe. A pesar de que se encontraba en un lugar abierto, Agatha se sintió aprisionada, encarcelada y sin vía de escape.

El pánico se instaló en su sistema cuando vio un reflejo de oscuridad borrosa danzando en los pies de sus amigos, acercándose lentamente a su cuerpo.

«Lyra»

Ese fue el único pensamiento que abarcó su cabeza. Abrió los ojos como platos y dejó caer la guitarra al suelo cuando la oscuridad borrosa se pegó a su piel, produciendo un ligero ardor. Desapareció al instante, pero Agatha no pudo notarlo porque se encontraba corriendo al interior del castillo, intentando respirar y quitarse la sombra de su cuerpo.

Quería arrancarse la piel.

Algunos estudiantes solo la miraban quejarse y pasarse las uñas por las manos con tantas fuerzas que estaba causándose unos cortes. Las mangas de su camisa se mancharon de sangre.

Se estaba hiriendo a sí misma.

Las lágrimas bajaban por sus mejillas, los sollozos quebrados quemaban su garganta y el pánico era el único que estaba tomando las riendas de su cuerpo, enviándola a un montón de escenarios distintos.

La falta de aire aumentó y daba bocanadas desesperadas para intentar respirar, pero le fue inútil. Su visión se tornó borrosa, los sentidos se nublaron y lo último que pudo notar antes de perder el conocimiento fue el cabello azul de Dakota acercándose.

ϟ

Dakota Welsh tenía su rostro cubierto por una máscara de preocupación y desconcierto, pues de algo estaban seguros: no había sido un ataque del Oastori. James hubiera sido capaz de sentirlo. Había hablado con el muchacho cuando enviaron a Agatha a la enfermería para que Pomfrey la mantuviera en observación. Ninguno tenía idea de por qué había sucedido ese comportamiento.

—¿Qué sucedió? —le preguntó la metamorfomaga a los amigos preocupados de Agatha que se encontraban amontonados frente a la enfermería.

—Ella estaba bien y de repente salió corriendo, luciendo completamente aterrada y llorando —respondió Alex, sin tener la respuesta concreta a por qué sucedió eso.

Luego de unas preguntas más, Dakota los envió a sus respectivas habitaciones y entró a la enfermería para volver a saber el estatus de la chica, la cual habían tenido que poner a dormir, ya que cuando recuperó el conocimiento, todavía estaba afectada; se quejaba más por las heridas de las manos y por la oscuridad que "había entrado a su piel".

Dakota se sobresaltó cuando corrió la cortina y vio a James de pie al lado de la camilla de Agatha.

—¿Qué rayos haces? —cuestionó, llevando una mano a su pecho para sentir su corazón latiendo desbocado.

James no la miró, sus ojos seguían puestos en Agatha.

—Hoy es el segundo aniversario de la muerte de sus padres adoptivos —dijo en voz baja—. En el primero estuvo conmigo y estaba vulnerable. Nunca la he visto de ese modo antes. Hoy estuvo con sus amigos, pero hizo algo que llevaba mucho tiempo sin hacer: estaba tocando guitarra.

Dakota lo miró con el ceño fruncido. Estaba un poco perdida con su explicación.

—¿Qué tiene que ver eso?

—Su padre adoptivo le enseñó a tocar tres instrumentos, pero la guitarra fue el primero. En la Madriguera tiene una guitarra que nunca toca. La única vez que la vi con ella en mano fue cuando estaba recién comprada y se veía feliz en ese entonces. Pero ahora Agatha no es feliz, solo busca sobrevivir. No digo que esté siendo suicida y por ello se hirió a sí misma, pero no lo hizo conscientemente tampoco —explicó un poco la situación y su pensar—. A lo que me refiero con todo esto es que Agatha tuvo un ataque de pánico muy feo al acercarse de golpe a algo que no formaba parte de su vida en dos años y en el día que más vulnerable su alma está.

Ambos miraron a la chica dormida, notando que hasta las personas más hermosas podían estar quebradas en el interior.

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Un capítulo completamente nuevo. Sorry, re-lectores, pero el capítulo 46 "El gordo durmiente y Agathica" casi no tenía relevancia. Era puro relleno sin sentido y me estoy esforzando muchísimo por salvar la trama de LHDDMYHG como para dejarlo sin propósito alguno.

Espero y puedan entenderlo. ❤️

También para los relectores, ya nos estamos acercando al capítulo 50... 🤭

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