36| En líos legales de corazones rotos
AGATHA SE PUSO DE PIE EN EL SALÓN DE DCAO mientras Dakota daba la clase, sin importarle un comino la lección. Caminó hasta la metamorfomaga y comenzó a tocarle el cabello de una manera irritante y molesta, obviamente lo hacía para molestarla. Dakota suspiraba tratando de no voltearse y gritarle a Agatha que mantuviera sus pálidas manos de Casper fuera de su cabello.
— Maldita Casper, saca tus manos de mi cabello inmediatamente —le dijo Dakota en un tono amenazador.
Agatha hizo un intento de risa, ya que había atrapado un resfriado y tenía voz de macho de lo afónica que se encontraba. Parecía una ballena azul riéndose. Era como si hablara cetáceo.
— Te ves graciosa —comentó con voz ronca.
— ¡Estoy tratando de dar una clase aquí! —Exclamó la metamorfomaga rodando los ojos.
— Y yo tratando de que mi voz no parezca como que me he tragado una motosierra. Claramente, ninguna de las dos está funcionando —argumentó, moviendo sus manos mientras su rostro se adornaba por una sonrisa.
— Vete a la mierda, motosierra —masculló Dakota volviendo a su clase.
Agatha la miró fingiendo estar ofendida. Los demás en la clase la miraban a punto de reírse. ¿Cómo no reírse cuando una profesora le hablaba de esa manera a una estudiante? Era totalmente épico y gracioso. Eso era lo que sucedía cuando tenías una profesora que había salido de Hogwarts hacía seis años y que todavía mantenía su alma rebelde.
— Me ofendes, mujer —dijo poniendo una mano en su pecho de forma dramática.
— Sí, sí. Eres una reina del drama —replicó Dakota rodando los ojos—. Joder, ve a donde Pomfrey para que te ayude con la voz de macho.
— Arroz —murmuró—. Qué manera de decirme que me largue del salón porque ya no me soportas —dijo saliendo por la puerta.
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— ¿Por qué no viniste antes, muchacha? —Preguntó Pomfrey mientras le señalaba una camilla en la cual sentarse, su tono denotaba que le preocupaba el estado de la chica, aunque esta aparentara que no se sintiera mal.
La rubia se encogió de hombros. Solo llevaba dos días sintiendo dolor de garganta, había perdido su voz casi de inmediato y también tenía un poco de tos, pero era algo mínimo. No veía por qué debía de ser algo grave como para ir a la enfermería. Además, ella ya pasaba demasiado tiempo en ese lugar como para añadirle más horas.
— No pensé que terminaría con voz de macho —explicó mientras tosía.
Madame Pomfrey negó con la cabeza y se puso a buscar entre los muchos frascos de pociones que tenía en una estantería. Sonrió cuando encontró el que estaba buscando y miró a Agatha con una sonrisa maliciosa.
— Dime, Agatha, ¿qué piensas de Marcus Lexington? —Preguntó inocentemente mientras servía la poción en un vaso.
— ¿De Marcus el idiota que es un Casanova? —Preguntó Agatha con el ceño fruncido.
— Ese mismo —confirmó a regañadientes. Tendría que forzarlo a ser mejor persona si quería tener una oportunidad en su apuesta.
Agatha arrugó ligeramente la nariz antes de hablar.
— ¿Qué pienso de él? —Pomfrey asintió, esperando la respuesta—. Pienso que...es un idiota.
Madame Pomfrey suspiró.
— Sí, pero ¿no has pensado que tal vez puedas tener algo con él? —insistió.
La chica estalló en roncas carcajadas. Había entendido las preguntas de Pomfrey. Quería ganar las apuestas que tenían Dakota, Minnie y ella. Lamentablemente, para Pomfrey y Dakota, ella estaba saliendo con Lysander por lo que Minerva estaba ganando.
— Dame la poción esa que tengo clases a las que asistir —pidió, extendiendo la mano.
Madame Pomfrey hizo un puchero y le dio la poción. Agatha la tomó de un trago, haciendo una mueca de asco en el proceso que la hizo ver igual que su padre. Una Malfoy en todo el sentido de la palabra.
— Prueba que tu voz esté normal —ordenó.
— Creo que lo está —dijo con su voz normal.
— Bien. Ya te puedes ir, pero si quieres saber más sobre Marcus puedes venir y contactarme —dijo como si estuviera anunciando que saldría una nueva marca de escobas.
Agatha forzó una sonrisa antes de irse de la enfermería casi corriendo. No entendía cuál era la obsesión de todos en emparejarla con cualquier chico que encontraran atractivo. Solo faltaba que su padre le arreglara un matrimonio. Casi suelta una carcajada de solo pensarlo. Con lo protector que era Draco con ella, jamás haría algo así. Todavía recordaba la manera en la que se había puesto cuando Marcus le besó la mano, no quería ni imaginar cómo se pondría cuando supiera que estaba saliendo con Lysander.
Santa caca.
Cuando llegara a sus oídos que su «pequeña» tenía novio, iba a soltar humo por las orejas. No lo podrían dejar solo o cuando lo volvieran a ver sería en Azkaban por el asesinato de Lysander. Hizo una mueca de solo imaginárselo, sería totalmente horrible ver eso.
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Hermione se sentó en el borde de su cama mientras observaba su habitación, mejor dicho, la que solía ser su habitación porque hacía más de dieciséis años que no vivía allí. Se sentía melancólica. Recordó que su primer embarazo lo vivió allí cuando tomó ventaja de la enfermedad de su madre para ocultarse del Mundo Mágico.
Recordó como no vio a su marido durante un largo tiempo. Se fue a quedar en casa de sus padres cuando tenía tres meses y medio de embarazo, exactamente cuándo comenzó a notarse un poco su vientre. Ronald no se había dado cuenta del ligero aumento de peso de su mujer, puesto que siempre había sido distraído para ese tipo de cosas. Inclusive, cuando Ginny quedó embarazada por primera vez no había notado la diferencia cuando ésta tenía cuatro meses de embarazo y eso que la pelirroja tenía bastante barriga para ese entonces.
Recordó sus otros embarazos, los que no había ocultado. Habían sido totalmente diferentes a ese primero, todos la apoyaban y se preocupaban por ella a sabiendas que Hermione no quería que se comportaran de esa manera porque, según ella, estaba embarazada y no enferma.
Recordó la manera en la que los cargó en sus brazos por primera vez. Totalmente diferente a la manera en la que había cargado a Agatha. Todos los Weasley y los Potter se peleaban por cargar al nuevo miembro de la familia. Eran totalmente felices. Sin embargo, Hermione lloraba de felicidad y de tristeza. Le dolía que eso no sucediera con su primera hija; con su pequeña rubia. Ella había visto a sus dos pelirrojos dar sus primeros pasos, los escuchó decir sus primeras palabras, vio como crecieron, compartió su emoción cuando les llegó la carta de Hogwarts. Se había perdido todo eso de Agatha.
Entonces empezó a pensar en los «¿Qué hubiese pasado si...?». Todo sería diferente. Probablemente Ron le hubiese pedido el divorcio y no hubiese tenido a Rose y a Hugo. Hubiese tenido que vivir con sus padres hasta que pudiera encontrar algún lugar donde vivir. Draco hubiese negado a su hija. Agatha hubiese vivido siendo rechazada por el mundo Mágico, llamándola bastarda, hija del cuerno, entre otros.
Sus ojos, nublados por las lágrimas, se fijaron que en la puerta estaba parada su madre mirándola de esa forma única en la que solo una madre puede mirarte.
— Mamá —susurró Hermione con la voz quebrada.
— Herms —pronunció abrazándola.
— ¿Por qué la dejé sufrir así? —Preguntó, más para ella misma que para otra persona.
— Hermione, a veces hacemos decisiones que en algún momento nos preguntamos si hicimos lo correcto, pero esas son las que nos convierten en la persona que somos hoy en día. Con nuestras altas y bajas; nuestros defectos y virtudes, todo eso es lo que nos hace crecer como persona —hizo una pausa—. Querida, tú has crecido como persona. No eres la misma que eras hace dieciséis años. Has cambiado, madurado y aprendido de tus errores, eso te hace mejor persona. Eres una excelente madre y puede que no hayas estado ahí para Agatha en sus primeros años, pero ahora lo estás y la ayudarás no importa lo que pase.
— Gracias —dijo secando sus lágrimas con el dorso de su mano. Miró el reloj y se dio cuenta de que tenía que irse—. Volveré pronto, tengo un compromiso.
Se despidió de su madre y apareció frente a una cafetería muggle. Entró al pequeño local y buscó con la mirada a ciertas personas. Cuando las encontró miró que no hubiese nadie que pudiera reconocerlos y caminó hacia la mesa donde se sentó.
— Hermione —dijeron ambos en tono de saludo.
— Narcissa, Draco —imitó el saludo.
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Dakota se sentó en su escritorio y cerró los ojos. Estaba aprovechando los pocos segundos de tranquilidad que iba a tener. Apretó su puente de la nariz con la mano derecha mientras suspiraba. Sus labios se movían según contaba de manera insonora en cuenta regresiva. «Cinco, cuatro, tres, dos, uno». La puerta se abrió de manera estruendosa dejando a la vista una rubia de ojos grises que entró como Juan por su casa.
— ¿Qué quieres? —Preguntó Dakota sin abrir los ojos.
— ¡Qué humor! Chúpate un bombón para que te endulces la vida —comentó Agatha con un toque de diversión.
— ¡Avanza y dime lo que viniste a decirme!
— Tres tristes tigres, tragaban trigo en un trigal —habló de manera rápida—. Tal vez los tigres estaban tristes porque ellos comen carne y no trigo.
— Yo...no había pensado en eso —murmuró de manera pensativa—. ¡No te salgas del tema! Dime lo que me ibas a decir.
— Ah, sí —susurró y arremangó su camisa mostrando la marca que había salido en su brazo, que parecía más un tatuaje que cualquier otra cosa—. Salió hace unos días, pero no he tenido el tiempo de hablar contigo a solas.
Dakota miró cada detalle de la marca.
— ¿Dónde está la continuación? —Preguntó señalando a la única ave amarilla que había, justo en el borde del brazo.
Agatha se encogió de hombros.
— No lo sé, salió justo después que tuve una pesadilla, mejor dicho, una ilusión.
— ¿Qué sucedió en esa ilusión? —se interesó en saber.
— No recuerdo bien, sé que me pisó el pecho y que me dijo algo. Sin embargo, no la he podido ver realmente —murmuró.
— ¿Ver a quién?
— A Lyra.
ϟ
Skylar se sentó frente al lago observando el paisaje sin expresión en el rostro. Tenía miedo, mucho miedo. Quedaba poco tiempo para que fueran las vacaciones de navidad. Pensaba quedarse sola en Hogwarts, porque no quería volver a su casa, a ese lugar que un día llamó hogar. Ya no lo era, Hogwarts se había convertido en su hogar, mientras que su casa se había transformado en su fuente de dolor y sufrimiento.
¿Cómo un lugar en el que te sentías seguro puede convertirse en el lugar donde tienes miedo? En eso se había convertido su casa, en un lugar donde sentía miedo. No quería volver nunca. Quería cumplir la mayoría de edad para poder irse y no tener que volver a ese sitio.
Las lágrimas rodaban por su rostro sin que ella se diera cuenta y antes de que pudiera detenerlo un desgarrador sollozo, que quemó su garganta, salió seguido de otros de igual magnitud. No había querido llorar, pero la última carta que le envió aquella persona a la que llamó madre. ¿Cómo podía ser tan cruel? ¿Cómo podía tratar a su hija de esa manera? ¿No se suponía que las madres te protegieran de todo?
— Skylar —dijo una voz masculina a sus espaldas.
Ella la reconoció inmediatamente, pero no se giró para verlo, sino que se paró y empezó a caminar. No quería que la vieran de esa manera, se veía débil y ella no quería serlo. Una mano la aguantó por la muñeca impidiendo que siguiera su camino y obligándola a mirarlo.
— Déjame —pidió la pelirroja en un susurro.
— ¿Quién te hizo esto? ¿Quién te jodió tanto, emocional y mentalmente? Te has apartado de las personas que quieren ayudarte. No hablas de tus sentimientos, alejas a tus amigos de ti. Te rehúsas a abrirte y dejar que alguien te quiera o se preocupe por ti. ¿Quién demonios te hizo esto? —Preguntó Albus.
Skylar bajó la vista tratando de retener las lágrimas y no pronunció palabra alguna.
— Por favor, déjame —suplicó en un susurró.
— No, Sky, no te voy a dejar ir para que te vuelvas a cerrar, para que tú misma que destruyas. Simplemente no te dejaré ir —dijo Albus negando con la cabeza.
— Si eres mi amigo, hazlo.
Albus volvió a negar.
— No, no y no. Skylar, prefiero que me odies a dejarte sufrir y terminar odiándome por eso. Quiero verte feliz, como cuando te conocí. Te veías llena de vida, alegre y despreocupada. No llorabas a escondidas y tus ojos brillaban. Necesito que seas así de nuevo porque verte así me consume —le dijo—. ¿Quién te hizo esto? —Volvió a preguntar.
— Mis padres —susurró—. Ellos me jodieron de esta manera; eso es todo lo que necesitas saber.
— Déjame ayudarte, Sky —pidió Albus.
— Albus, ayudarme no sirve de nada porque ya estoy completamente rota —le dijo con ojos llorosos.
— Entonces déjame repararte, déjame arreglarte —dijo en un susurró mirando a la pelirroja a los ojos.
Sus rostros estaban frente a frente, solo unos centímetros los separaban.
— Ten cuidado con querer arreglar un corazón roto. Te puedes cortar con los pedazos —le advirtió la pelirroja.
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Lily miró a Scorpius con una ceja alzada y los brazos cruzados. No quería hablar con él porque sabía que terminaría en una pelea, como estaba pasando últimamente. Desde que había empezado ese año escolar las cosas estaban de mal en peor.
— ¿Qué se te ofrece Malfoy? —Preguntó.
— ¿Malfoy? ¿Malfoy? ¿Ahora soy Malfoy y no Scorpius? Me sorprendes Lily —le dijo.
— Repito la pregunta, ¿qué se te ofrece?
— Quiero hablar contigo como hacía antes. Quiero a mi mejor amiga de vuelta, no a esta desconocida que tengo frente a mí.
Lily pasó una mano por su rostro y ahogó un gimoteo. Se le estaba dificultando mantener sus sentimientos a raya. ¿Por qué Scorpius Malfoy tenía que ser tan confuso? ¡Era un enigma! Un día parecía que sí la comprendía y al otro era un total ignorante de lo que ella sentía.
— Scorpius, tú no entiendes —murmuró, suspirando—. Tengo que mantenerme alejada de ti.
Él frunció el ceño y dio un paso al frente, quedando más cerca de ella. Bajó un poco la cabeza para poder mirarla a los ojos, puesto que ella era casi una cabeza más baja que él.
— ¿Por qué? —Preguntó.
Lily negó con la cabeza mientras mordía su labio con fuerza.
— No puedo decirlo —murmuró.
«Será real si lo digo», era lo que quería decirle, pero luchó por mantener sus sentimientos para sí misma.
— Sí puedes, solo no quieres decirlo —dijo Scorpius en un tono firme.
— ¡Si lo digo nuestra amistad se va a ir a la mierda! —Exclamó.
— No lo hará —aseguró, moviendo sus manos con desesperación. Necesitaba escucharlo, quería que sus oídos estuvieran seguros, necesitaba una confirmación. Era todo lo que quería.
— Scorpius —susurró—. ¡Mierda, mierda, mierda! —vociferó.
— ¡Solo dilo, Lily Luna!
Y la chica no pudo aguantarlo más.
— Devlin, Scorpius me gustas, ¿eso es lo que quieres que te diga? —soltó de golpe, dejando a Scorpius petrificado—. Mierda, me has gustado desde hace un largo tiempo, pero está mal.
— ¿Por qué está mal?
Soltó una carcajada sardónica, aunque la realidad es que quería llorar. ¿Por qué era tan ignorante? ¿Cómo podía simplemente preguntarle eso cuando él estaba con su prima? Merlin, eran novios. Los había visto besándose y tomados de la mano, saliendo en pequeñas citas, y de más. Solo... los veía y su corazón dolía porque su primer amor era el mismo de su prima y... no debía doler así.
— ¿No es obvio? Porque estás con Rose, ella es mi prima, casi mi hermana. Me he criado con ella, prácticamente vivo con Rose. Y ella te quiere demasiado —le recordó con voz ahogada.
— Lily, mierda, tú me haces sentir cosas que ella no hace —confesó. Ella empezó a negar con la cabeza frenéticamente—. Lils, yo tengo sentimientos hacia ti, me...—lo interrumpió.
— ¡No sigas! —Exclamó.
— Lily...
— ¡No hables, no digas nada! Tenemos que dejar de hablarnos, todo tiene que parar. No puedes decir que tienes sentimientos hacia mí cuando andas con mi prima. No está bien —intentó hacerlo razonar.
— No tiene por qué ser una despedida —murmuró.
Ahora que sabía con certeza, podía aclarar todo lo que tenía con Rose. Podían cortar su «noviazgo», y podía intentar sentir con Lily. Podían experimentar lo que era el amor, podían tratar de quererse, pero ella no compartía el mismo pensar.
— Sí, yo necesito dejar de tener sentimientos hacia ti y tú tienes que hacer lo mismo. De la única manera en la que puedo hacer eso es si me alejo de ti por un tiempo.
— ¿Cuánto tiempo? —Quiso saber, resignándose.
— El que sea necesario.
Scorpius asintió levemente, digiriendo las palabras de la pelirroja. Si eso era lo que ella quería, entonces lo aceptaría. Aprendería a esperar por ella. Quizá era lo mejor. Tal vez ambos tenían que crecer y madurar antes de poder pensar en un «ellos» como pareja.
— Entonces, déjame hacer una cosa que he querido hacer —pidió.
— ¿Qué cosa? —Preguntó.
— Esto —susurró antes de cerrar la distancia entre ellos, sus labios chocando en un tímido, pero significativo beso. Y, demonios, si así se sentía besarla, entonces esperaría todo lo necesario con tal de poder volver a hacerlo.
ϟ
Hermione miró al techo de la cafetería exasperada. Draco y ella llevaban discutiendo un largo rato cómo se iban a dividir a Agatha esas vacaciones. Sin embargo, no lograban ponerse de acuerdo. Ambos querían pasar el día de navidad con ella, pero era técnicamente imposible puesto que ambos tenían sus familias por separado. Cada cual con sus agendas realizadas sin un espacio para andar llevando a Agatha de un lado a otro.
— ¡Granger me toca a mí! Pasó prácticamente todas las vacaciones de verano contigo —exclamó Draco, intentando de lograr que Hermione diera su brazo a torcer, pero era casi imposible, teniendo en cuenta que, al igual que él, ella nunca perdía.
— Tú mismo lo estás diciendo, prácticamente lo que significa que también las pasó contigo —observó Hermione, arqueando una de sus cejas con suficiencia.
Draco resopló con molestia y la miró con ojos entrecerrados. Estaba pensando su próximo argumento con cautela. Un paso en falso y Hermione le ganaría la discusión y eso era algo que no dejaría que sucediera.
— ¿Por qué no se queda en Hogwarts para que no haya problemas? —sugirió Narcissa.
— ¡No! —Exclamaron al unísono.
— Solo decía, no tienen por qué ponerse de esa manera —razonó, levantando sus manos en son de paz. Prefería no intervenir por miedo a verse arrastrada a la discusión donde casi parecía que iban a matarse con los tenedores.
— ¡Se va a quedar conmigo! —Volvió a decir Draco.
— Conmigo —especificó Hermione, clavando su dedo índice en el mantel de la mesa.
— Le toca conmigo porque soy más sexy y sensual —atacó Draco y luego cayó en cuenta de que esa era la peor razón del universo, pero no cambió sus palabras. Su orgullo no se lo permitía.
— Seguro, como digas Draquesha la Diva —habló la castaña con evidente sarcasmo.
— Diva se nace, no se hace —le dejó saber.
Hermione rodó los ojos.
— Se nota que eres rubio porque ni una neurona funcional tienes en ese cerebro inexistente —dijo y, accidentalmente, lo pateó por debajo de la mesa.
Draco se quejó.
— ¡Bestia!
— ¡Tu madre! —gritó Hermione.
— ¡Que estoy aquí presente! —exclamó Narcissa.
Uno de los meseros se acercó a la mesa, casi temiendo por su vida. Estaba muy cerca de pedirle a su jefe una bonificación por tener la osadía de acercarse a esa zona de guerra.
— Disculpen, pero están alterando la paz de algunos clientes necesitamos que se retiren —les avisó con voz temblorosa.
— Relaja tus calzones que de aquí yo no me muevo —le dijo Draco.
El mesero se aclaró la garganta, intentando de reunir su osadía.
— Señor, tiene que marcharse, al igual que las dos damas —anunció.
— ¡Yo de aquí no me muevo! —Exclamó Hermione fuera de sí y se acomodó el cabello, la molestia presente en sus ojos.
— Señora, usted y su marido se tendrán que ir o tendré que llamar a la policía.
Una carcajada brotó de sus labios.
— El señor Sin Neuronas no es mi marido. Primero muerta.
— Eso no pensabas cuando hicimos a Agatha —espetó Draco Malfoy.
— No, probablemente estaba pensando en lo malo que eres en la cama.
— Vete a la mierda, Granger —le dijo Draco.
— Tú primero.
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— Mamá, ¿me harías un favor? —Preguntó Hermione mientras mordía su labio con nerviosismo.
— ¿Qué sucede? —Preguntó preocupada.
— Contacta a Harry lo antes posible —pidió.
— ¿Por qué? Hermione, ¿qué pasó?
— Estoy en la cárcel con Draco y Narcissa.
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«Gracias, gracias, gracias por los 88.7K de leídos son los mejores ♥»
Je t'aime.
Dejando esta parte de mi antigua nota de autora porque me gusta recordar el progreso de la fic. ¡Cuánto ha crecido desde que la publiqué en el 2014! Ha pasado tanto tiempo.
Los ama,
Thals ♥️
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