2| La identidad de un padre
AGATHA Y HERMIONE SE SENTARON en una de las mesas del restaurante muggle que eligieron para almorzar. Habían elegido ese porque era sencillo y no muy conocido, por lo que no corrían el riesgo de ser encontradas por alguien conocido o, peor aún, un reportero. Lo menos que querían era la gran noticia saliendo a la luz.
Acordaron no decirles a nadie hasta que el momento lo exigiera. Agatha fue la que tuvo la idea de mantenerlo en secreto. No lo admitiría en voz alta, pero le resultaba excitante el secreto de que nadie supiera su verdadera identidad.
—¿Qué harás en cuanto se acaben las vacaciones? —preguntó Hermione, sacando un tema de conversación.
Habían estado comiendo calladas, disfrutando de la comida, pero el silencio se volvía incómodo. Quizás era por lo ocurrido en el pasado o no encontraban como dirigirse la palabra.
Agatha dejó el tenedor en una esquina del plato y masticó el alimento que tenía en la boca. Era suculento. Extrañaba la comida muggle. No era que las comidas del mundo mágico le disgustaran, pero no era lo mismo. Tragó y dio un sorbo a su bebida antes de responder la pregunta de su madre.
—No lo sé. Si no me hubiesen expulsado probablemente iría a Beauxbatons —respondió encogiéndose de hombros.
Y era verdad. Ahora tendría que ver cómo se las arreglaría para ir a la escuela. Tal vez no podría volver a hacer magia una vez su tiempo caducara y eso le preocupaba de sobremanera. ¿A quién no le preocuparía estando en su lugar?
—Podrías ir a Hogwarts —sugirió Hermione con una chispa de esperanza en sus ojos.
Quería que Agatha se quedara con ella. Después de todo, era su hija y se había arrepentido del pasado. Estaba dispuesta a hacer lo que fuera necesario para recuperar todo el tiempo perdido con su hija y arreglar sus errores.
—Eso me gustaría —dijo Agatha, sonriendo de manera sincera.
Había ido con intención de buscar a su madre, pero jamás se imaginó que la invitara a quedarse allí con ella. Por un momento pensó que la rechazaría porque eso era lo que usualmente ocurría con los padres que daban en adopción a sus hijos.
—Perfecto —comentó su madre, devolviéndole la sonrisa.
Sus ojos cafés observaron a Agatha, examinándola completamente. Se parecía a Draco que parecía imposible que no la reconocieran en el mundo mágico cuando la vieran. Tenía el cabello lacio y rubio, la tez pálida y los característicos ojos grises de los Malfoy. Era hermosa y se veía llena de vida.
—¿Qué sucedió aquella noche? —preguntó Agatha, la curiosidad notándose en sus palabras.
Hermione frunció el ceño y ladeó un poco la cabeza.
—¿Cómo sabes que fue una noche y no muchas? —interrogó.
Agatha soltó una risita ante la pregunta de su madre.
—Tú amas a Ronnie. Es obvio que no le pegarías los cuernos así porque sí —dijo—. Además, no pareces ese tipo de mujer.
Era verdad. Hermione amaba a su esposo y lo que pasó aquella noche fue un desliz que no volvería a ocurrir.
—Hubo un baile —comenzó a relatar—. En aquel entonces todos los años se hacía un tipo de evento, dependiendo la persona que le tocara organizarlo era que se elegía la fecha. Enero fue el mes en el que se celebró —aclaró su garganta y sus ojos recorrieron el lugar—. Fui sola con mi cuñada, que estaba embarazada en ese entonces de su primer hijo, y, por casualidades de la vida, me encontré con tu padre. Tuvimos la típica e infantil discusión de siempre y terminamos tomando de más. El resto es historia, supongo.
Agatha asintió, imaginándose el resto. Se pegó mentalmente ante el pensamiento indecoroso que cruzó su mente. Era una imagen que no quería tener, pero algo la inquietaba: no sabía quién era su padre y era algo que quería saber.
—¿Quién es mi padre? Por favor, dime —suplicó.
Hermione mordió su labio inferior, insegura si decirle o no a su hija el nombre de su progenitor. Era algo que Agatha tenía derecho de saber. Total, ya el daño estaba hecho y estaba dispuesta a sufrir las consecuencias.
—Tu padre se llama Draco Malfoy —reveló con voz temblorosa.
—Por favor dime quién es... Aguanta tu hipogrifo. ¿Me acabas de decir el nombre de mi padre? —cuestionó sin poder creer que se lo hubiesen revelado de manera tan fácil. Ya estaba pensando en cómo hacerle un imperius o en cómo conseguir veritaserum para hacerla hablar—. Eso fue fácil.
Su madre ladeó la cabeza al mismo tiempo que hacía una mueca. No tan fácil como Agatha pensaba, pero sí justo. Miró el reloj de su muñeca y se fijó en que le quedaba poco tiempo para regresar a su trabajo.
—Tengo que volver al trabajo —avisó, haciéndole una seña al mesero para pedir la cuenta—. ¿Quieres algo más?
Agatha negó y Hermione pagó la cuenta. Por suerte siempre solía cargar con dinero muggle en caso de que surgiera algo. Tenía que estar preparada para cualquier situación.
—¿Podrías decirme dónde puedo encontrar a mi padre? —preguntó—. Quiero conocerlo. Ya que hoy me he presentado de la nada frente a ti, me parece justo que también lo haga con él.
—¿Realmente quieres hacer eso? Me refiero a que... él no sabe de tu existencia —confesó apenada—. Lo siento, lo digo de todo corazón.
La chica hizo un movimiento con la mano, restándole importancia y una sonrisa maliciosa apareció en su rostro. Nada mejor que aparecer de la nada frente a casa de su padre. Siempre le pareció chistoso ver escenas así en las películas muggles y ahora le tocaba su turno de hacerlo.
—Mejor aún —comentó.
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«¡Por Merlín! Esta casa es cinco veces más grande que en la que yo viví», pensó Agatha mirando la impotente mansión que tenía en frente. Su madre la había dejado en las afueras de la Mansión Malfoy antes de volver al trabajo. Ahora se encontraba frente a las grandes puertas de madera negra.
Presionó el timbre unas tres veces y esperó, impaciente. Al pasar unos segundos volvió a tocar el timbre de manera insistente. De seguro estaba a punto de hacer cabrear a la persona que estuviese dentro. Minutos enteros después la puerta se abrió, revelando a un hombre rubio, alto y de ojos grises.
El hombre la miró con una ceja arqueada y asumió que Agatha era de esas niñas que vendían grageas de todos los sabores durante el verano.
—No quiero comprar lo que sea que vendas —dijo arrastrando las palabras de manera fría y monótona.
Agatha frunció el ceño y detuvo la puerta antes de que él se la cerrara en sus narices. Lo miró de manera retante y sostuvo su varita con fuerza dentro de su bolsillo.
—¿Sabes? Deberías ser más amable con las personas rubio oxigenado —habló de la misma forma que él.
Draco hizo una mueca y la miró con un deje de superioridad. No podía creer que una niña le hablara de esa forma. ¡Era una niña!
—¿Quién te crees que eres para hablarme así? —interrogó, la molestia se notaba a kilómetros de distancia.
—Me creo Agatha Smith o, mejor dicho, Agatha Malfoy —reveló con una sonrisa que demostraba superioridad.
«¿Ahora quién manda en el juego?», pensó con autosuficiencia al ver la cara de desconcierto del hombre, quien sabía que era su padre.
ϟ
Hermione se apresuró en abrir la puerta de su oficina. Llevar a Agatha le había tomado más tiempo del que pensó y ahora estaba quince minutos tarde. Al entrar a la oficina se llevó la sorpresa de que estaba su cuñada, su esposo, Harry, su hija y su sobrino allí.
—¿Hay una reunión familiar? —bromeó, pero se rectificó al ver las caras serias de todos.
Dejó su chaqueta en el perchero y se sentó en el escritorio con el ceño fruncido.
—¿Dónde estabas? —preguntó Ron.
Hermione desvió un poco la mirada y mordió su labio.
—Almorzando —respondió, ocultando la parte donde estuvo con su hija perdida.
Ronald iba a comentar algo, pero su hermana se adelantó.
—¿Podemos volver a la razón por la cual estamos aquí?
Todos dirigieron las miradas hacia los dos adolescentes que tenían en frente y estos cruzaron los brazos, resoplando. Sabían lo que esas miradas significaban, pero no iban a hacerlo. Ninguno quería dejar su orgullo para disculparse.
—No le voy a pedir perdón —farfullaron al mismo tiempo.
—¿Ven porqué Rose debe dejar de hablar con mini-Malfoy? Ellos hacen se peleen —mencionó Ron, creyendo fielmente en su rivalidad con los Malfoy.
—No ayudes, Ronald —espetó Hermione y dirigió su mirada a los chicos—. James, tú deberías saber mejor que creer en algo tan infantil como esa rivalidad y Rose, deberías dejar de hacerle caso a lo que digan tus primos. Los Malfoy —su voz tembló un poco ante la mención del apellido—, seguramente no andan con esas idioteces, dejando a su hijo elegir con quién puede pasarse.
—La apoyo —comentó Ginny.
Los chicos se perdonaron a regañadientes y salieron de la oficina refunfuñando. Sus orgullos estaban por el suelo en esos instantes. Harry y Ron volvieron a su piso y Ginny se quedó unos minutos en la oficina de Hermione. La había notado extraña.
—Herms, sabes que puedes confiar en mi ¿verdad? Yo siempre estaré aquí para ti, para lo que necesites. Yo, antes que tu cuñada, soy tu amiga —dijo con una sonrisa cálida.
—Ginny, ¿a qué viene todo esto?
Le había resultado extraño que Hermione se pusiera un poco ¿nerviosa? Sí, nerviosa cuando mencionó el apellido de los Malfoy. Era algo extraño, pero siempre ocurría cuando se mencionaba, lo cual no era muy seguido.
—¿Por qué te pones rara cuando mencionas a los Malfoy? —interrogó—. ¿Tienes una aventura con él?
La cara de Hermione fue todo un poema. ¿Cómo Ginny podía decir cosas así con tanta naturalidad?
—¡Ginny! Por las barbas de Merlín, no —dijo, sus mejillas adquiriendo un ligero y casi invisible rubor.
—¿Entonces?
—Lo sabrás a su tiempo —contestó.
ϟ
Draco se sentó en la silla de su despacho, sin poder creer lo que acababa de escuchar. Padre, era padre de una niña de catorce años que había aparecido en su puerta de la nada. Resultaba inverosímil eso, pero estaba ocurriendo.
—Maldita sea —masculló—. Es una broma, ¿verdad?
Agatha negó. ¿Por qué iría a su casa con esa noticia solo por una broma? Aunque, para ser sinceros, era algo que ella haría solo por diversión. Sin embargo, aquel no era un momento para bromear.
—Acéptalo, tuviste una hija fuera del matrimonio. Es algo que sucede todo el tiempo en el mundo —comentó.
—¿Cómo pudo pasar esto? —dijo en voz alta, aunque la pregunta era retórica.
—Fácil, cuando una abejita siente atracción por otra abejita, se juntan y hacen miel...
Draco la fulminó con la mirada, no le resultaba gracioso ese tipo de bromas. Seguía sin poder creerlo, pero algo en su ser le decía que era cierto. Tampoco había que ser auror para notar el parecido físico.
—¿Qué edad tienes? —preguntó.
—Catorce, casi quince —respondió.
Draco calculó mentalmente el tiempo. Tenía que ser en aquel baile. Sí, ese era. No se acordaba de nada después de haber chocado con Granger y decirle que le gustaba su actitud. Merlín, ¿realmente le había dicho a Granger que le gustaba su actitud? No sabía mucho de esa noche, solo que despertó en un hotel y...
«¡Joder, Granger!», pensó. Recordó que después de aquel baile no se supo mucho de Hermione en el mundo mágico debido a que ella lo dejó para atender a su madre durante unos meses o algo así recordaba haber leído en El Profeta.
—Mierda, mierda, mierda —murmuró—. ¿Tú madre es Granger?
—Sabes la respuesta —dijo como si fuese obvio.
—Esto no puede estar pasando, es una mentira. Esto no puede estar pasando...—repitió una y otra vez en medio de su estado de shock.
—¡Sal del maldito shock! Ni que te hubiese dicho que te quedaba una semana de vida, merde —dijo Agatha rodando los ojos.
Ella solía maldecir en francés, muy seguido. De hecho, las primeras palabras que aprendió en francés fueron esas. Siempre hablaba como un albañil viejo, pero le importaba muy poco.
—Lenguaje, señorita —la regañó al escucharla decir palabras soeces.
Agatha bufó. No habían pasado ni dos horas desde que conoció a su padre y ya él la estaba regañando.
—¿Sabes? Me importa una merde el lenguaje y los modales estúpidos. Ya tuve suficiente con Madame Maxime tratando de que los mejorara para «ser una señorita».
Draco frunció el ceño ante la mención de la academia.
—¿Estás en Beauxbatons?
—Estaba —corrigió.
—Claro, ahora estás en vacaciones —murmuró Draco.
Los ojos grises de Agatha recorrieron el despacho de su padre con curiosidad. Todo era demasiado lujoso y tétrico si le preguntaban, pero le gustaba. El negro en sí siempre le fascinó, especialmente en las ropas.
—No, realmente estaba. Ya no estoy en Beauxbatons, me expulsaron —dijo como si la cosa no fuese con ella.
—¡¿Qué?! —exclamó Draco.
—¿Por qué todos actúan así cuando digo que me expulsaron cuando ellos le pegan los cuernos a su pareja y tienen hijos fuera del matrimonio? Tienen que ordenar sus prioridades —farfulló Agatha.
—Buen punto —acotó Draco.
Ambos se quedaron en silencio, sin saber qué decir. Nadie te prepara para situaciones así y ninguno sabía cómo manejar la situación.
—¿Dónde vives? —preguntó su padre con el propósito de hacer conversación y saber más de su hija.
—Buena pregunta —dijo la rubia, sin darle mucha importancia.
—¿No sabes dónde vives? ¿Dónde están tus padres? —Agatha alzó una ceja divertida. Ahí el rubio cayó en cuenta sobre lo que había dicho—. Ignorando el hecho de que soy tu padre biológico.
—Mis padres adoptivos fueron asesinados por la maldición asesina, de ahí me pensé quedar en Beauxbatons, pero me expulsaron y ahora creo que volveré al orfanato muggle —respondió mirando al suelo.
No quería volver a ese lugar. Lo odiaba con toda su vida, pero era el único lugar al que podía acudir ahora que volvía a estar sola.
—¿Por qué Granger te dio en adopción? —prosiguió con el interrogatorio.
—Emm... No hace falta ser un auror para darte cuenta de que soy hija del cuerno —dijo con obviedad.
—Tienes un punto, pero no lo sé. No parece ese tipo de persona —comentó.
Agatha encogió los hombros. No era algo que a ella le quitara el sueño.
—¿Tienes más hijos? —la curiosidad reinaba en sus palabras.
—Sí, un varón es dos años menor que tú. Se llama Scorpius.
—Ayer era solo una huérfana, hoy me entero de quienes son mis padres biológicos y de que tengo dos hermanos por parte de madre y un hermano por parte de padre.
—Puedes quedarte aquí, si quieres —ofreció para la sorpresa de ella.
La chica lo miró con los ojos abiertos como platos y soltó una risita.
—No creo que a tu esposa le guste la idea de que tengas una hija fuera del matrimonio —comentó.
Draco hizo una mueca y ladeó la cabeza.
—¿A quién le importa?
—Mmm... A ti... —dijo arrugando la nariz.
—Pero después de todo eres mi hija —explicó, aceptándolo finalmente.
—Esto resultó más fácil de lo que pensé. Honestamente pensé que ibas a querer una prueba de paternidad —dijo Agatha riendo.
Draco encogió los hombros y suspiró.
—No hace falta mucho para darse cuenta de ello —mencionó—. Además de que tienes algo característico de nuestra rama de la familia —Agatha frunció el ceño—. Los ojos.
Agatha miró los ojos de su padre y se fijó en que eran técnicamente a los de ella. «Un mar de mercurio», pensó.
—Buen punto —susurró.
—Además de que te pareces a Granger, un poco —añadió.
Ella frunció un poco su ceño y mordió su labio inferior, intrigada por algo. Cada vez que hacía ese gesto se parecía a su madre, solo que rubia, de ojos grises y más pálida.
—¿Por qué le dices a mi madre Granger? —interrogó con duda.
—Porque ese es su apellido —respondió de manera obvia.
Negó.
Hermione no era Granger, al menos ya no lo era. Había dejado de serlo en el momento en el que se unió de por vida a Ronald Weasley por el sacramento del matrimonio. Eso fue muchos años atrás, por lo que ya era costumbre que le llamaran Hermione Weasley, aunque ella prefiriera ser llamada por su apellido de nacimiento.
—Técnicamente es Weasley —dijo.
—Para mí siempre será Granger —comentó.
Agatha asintió y se quedó en silencio. Ya no tenía nada más que decir y, por lo visto, su padre tampoco.
—Me tengo que ir —anunció, poniéndose de pie—. ¿Podrías llevarme al Ministerio?
—Seguro —accedió y buscó su chaqueta.
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Ya en el Ministerio, Draco acompañó a Agatha hasta el piso de Hermione y fueron justos hacia la oficina de la antes mencionada. Abrieron la puerta y se encontraron con Hermione y con Ron.
—Hermione, ¿qué demonios hace el hurón entrando a tu despacho sin permiso? —exclamó el pelirrojo, poniéndose de pie.
—Yo...eh... —balbuceó Draco sin saber que decir.
Era la primera vez en su vida que no tenía una buena respuesta ante la comadreja Weasley. Miró a Hermione y vio que esta tenía la boca abierta y las palabras no le salían.
Agatha rodó los ojos al ver que nadie decía una buena excusa ante Ronald.
Principiantes, pensó y se acercó al susodicho, ofreciéndole su mano para que él la estrechara.
—Agatha Smith, mucho gusto. Usted debe ser el señor Weasley, el esposo de la señora Granger. —dijo Agatha con una gran sonrisa.
—El mismo —murmuró Ron algo confundido con lo que estaba pasando.
Agatha se giró y miró a Hermione, fingiendo estar apenada.
—Disculpe la tardanza señora Granger, debe de pensar que soy una total irresponsable, pero es que jamás había entrado al Ministerio de Magia y me he perdido. El señor Malfoy, se ofreció a traerme aquí y gracias a su amabilidad es que he podido llegar.
Draco y Hermione trataban de disimular su asombro ante la habilidad de Agatha a la hora de inventar una mentira y actuarla. En cambio, Ron casi ríe al escuchar que Malfoy había sido amable porque no lo creía.
—Malfoy siendo amable —comentó con sarcasmo—. Eso hay que verlo para creerlo.
Agatha hizo una mueca de asco, digna de todo un Malfoy, y su rostro se volvió inexpresivo. Sus ojos grises parecían ser fríos como el hielo en esos momentos. Se giró, dándole la espalda a Ron y decidió continuar con su acto.
—Entonces, ¿me ayudarás? —preguntó hacia Hermione, obvio que era parte de su acto.
Hermione asintió, siguiéndole la corriente.
—Me he perdido —anunció Ron.
—Qué novedad —murmuró Draco, rodando los ojos con sarcasmo.
—Su esposa me está ayudando a buscar a mis padres biológicos —contestó Agatha.
—Sí, Ron ella se quedará con nosotros hasta que encontremos a sus padres —se apresuró a decir Hermione.
No estaba esperando a preguntarle, era un anuncio. Ronald no pudo hacer nada más que asentir ya que eso sonaba a algo que su esposa haría. Recordó la vez que tuvieron tres gatos que Hermione se encontró en la calle y tuvieron que quedárselos hasta que le encontraron un nuevo hogar.
—Bien —masculló y se puso de pie para marcharse de la oficina—. Suerte con la búsqueda de tus padres —le dijo a Agatha y se marchó.
Agatha forzó una sonrisa y tan pronto la puerta se cerró se giró para fulminar a sus progenitores con la mirada. Cruzó sus brazos y arrugó un poco su nariz.
—Ustedes dos tienen que aprender a mentir con facilidad, si yo no llego a estar aquí probablemente ya la noticia ya hubiese llegado a medio mundo mágico —dijo y bufó.
—Granger, ¿qué demonios pasó para que tengamos una hija juntos? —preguntó Draco hacia Hermione.
La castaña abrió un poco los ojos y pestañeó un par de veces. Toda la situación la estaba abruma do bastante.
—Yo te explico, tuvieron...—sintió la mirada amenazante de ambos padres y decidió cambiar sus palabras—...una noche loca y de ahí, nací yo. Fin de la historia, cierra el libro y espera la película. Ahora, ¿podemos irnos? Si no me equivoco ya acabó tu turno y ya está oscureciendo.
Tanto Draco como Hermione rodaron los ojos, pero asintieron y salieron de la oficina con rumbos distintos. Draco se dirigía hacia su mansión y Hermione se iría con Agatha hacia la Madriguera y verían cómo les iba la noche, que amenazaba con ser larga. Suspiraron y aparecieron cerca de los previos de la Madriguera, aumentando por alguna razón, los nervios de Agatha.
«Tranquilízate», pensó controlando su respiración agitada por los nervios, «no es como si fuesen a hacerte algo malo».
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