
14| Zabini yo nací lista
—¿SABES? DEBERÍAS DESAPARECER, así le haces un favor a toda la comunidad mágica —le dijo James a Agatha, ganándose una mala mirada de su parte.
La muchacha cruzó sus brazos, mirándolo con los ojos entrecerrados, intentando controlar sus propios impulsos agresivos. Dejó salir un resoplido.
—¡Merlín, dame paciencia, porque si me das fuerzas lo mato! —exclamó Agatha, alzando los brazos y mirando al techo de una forma que parecería excesivamente dramática para ser verdad.
—¿Serías capaz de matarme? —cuestionó el chico, arqueando una de sus cejas con interés.
Agatha lo fulminó con la mirada y se cruzó de brazos. James imitó su acción. Ambos se retaban con la mirada, ninguno quería perder. Los ojos grises de la chica lo miraban con frialdad. En esos momentos eran exactamente igual a la nieve; fríos, pero hermosos. Los ojos chocolates del chico la miraban en una mezcla de ira y preocupación. Ira por la actitud de la rubia, preocupación porque se perdió en los ojos plata líquida de Agatha. Rápidamente giró su cabeza para poder ver a Dakota y se sorprendieron por lo que encontraron.
La metamorfomaga estaba sentada en la silla del escritorio, con las piernas sobre la madera de este y una bolsa de grageas de todos los sabores sobre su regazo. Lucía como si estuviese en primera fila en un evento importante del cual no se podía perder detalle alguno.
—No se preocupen por mí —aseguró—. Esto es mejor que ver peleas muggles —murmuró su comentario mientras se metía una gragea en la boca. Inmediatamente hizo una mueca de asco y la sacó de su boca—. Cerilla.
—¿Qué rayos? —Agatha frunció el ceño—. ¿De cuál fumaste?
—¿Así le hablas a tu profesora? —Preguntó James desconcertado.
Agatha encogió sus hombros sin darle importancia. Esa era la forma en la que era y no iba a cambiar por nada ni nadie. Además, Dakota prácticamente se expresaba del mismo modo en el que ella lo hacía. Lo que es igual no es ventaja, dicen por ahí.
—Así le hablaría hasta la madre que me parió —respondió.
James la observó detenidamente y vio que tenía un anillo en su dedo anular. Era plata con una esmeralda en el centro, tenía pequeños detalles y en ellos diminutas esmeraldas. A simple vista se podía apreciar que era joyería fina y sofisticada. Probablemente había costado una fortuna.
—¿Quién te dio ese anillo? —se interesó, aunque fingiera que estuviese hablando de forma burlona—. No me digas que ya tienes un matrimonio arreglado, aunque realmente pensé que eso estaba extinto. Teniendo en consideración de que eres hija de muggles...
—Nadie que te importe —lo cortó sonriendo sin mostrar sus dientes de forma fingida—. Por si quieres saber fue un regalo por mis quince —contestó secamente.
Era obvio que no diría quién se lo regaló porque fue su padre. Se notaba que había sido él, no solo por los colores de su casa, sino porque una pieza tan sofisticada solo podía pertenecer a alguien tan elegante como Draco Malfoy, quien venía de una familia extremadamente aristocrática.
James pensó felicitarla, pero su orgullo no lo dejó.
—Dios, chicos, en serio —intervino Dakota—, tienen que llevarse mejor. Les daré diez minutos para que se despejen, pero cuando vuelvan los quiero listos para comenzar a practicar tus defensas —dictaminó. Ambos adolescentes la miraron sorprendidos—. ¿Qué esperan? ¿Un vuelo en primera clase? ¡Vayan!
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Hogsmeade estaba lleno de los estudiantes de Hogwarts, quienes estaban emocionados por la primera salida del año. Algunos estaban en citas, otros aprovechando para hacer sus compras, y otros simplemente disfrutaban del ambiente. Rose y Roxanne estaban caminando tranquilamente cuando entraron a Honeydukes se encontraron con Scorpius, Skylar y Albus en Honeydukes.
—Hola, Albus —saludó Roxanne a su primo—. Malfoy —pronunció el apellido en un tono monótono.
—Weasley —le devolvió el saludo de la misma forma. Su expresión cambió cuando se giró hacia la otra Weasley—. Rose.
—Rosie —saludó Albus con una sonrisa—, Rox.
—Albus, Scorpius —les devolvió el saludo Rose.
—¡Skylar! —Exclamó Sky alzando los brazos. Todos la miraron con el ceño fruncido—. ¿Qué? Es que ustedes... Está bien, me callo.
Antes de que el silencio comenzara a apoderarse de la situación, tornándola increíblemente incómoda, Roxanne decidió intervenir.
—Bueno, nosotras nos vamos, adiós —habló Roxanne llevándose a Rose con ella. Prácticamente la obligó a caminar, arrastrándola. Una vez se aseguró de que ninguno estaba mirando, la acorraló contra una estantería—. ¿Te gusta Malfoy? —Fue directamente al punto.
El rostro de Rose enrojeció, quemando sus mejillas con fervor cuando la sangre caliente se acumuló en ellas.
—¿Qué? ¿E-Estás loca? —Preguntó tartamudando. Ella no sabía mentir en lo más mínimo.
—Mierda, lo sabía. —Rose abrió la boca para hablar, pero su prima no la dejó—. No me vengas a decir que no te gusta. Estás más roja que tu cabello Rose Weasley-Granger. Sabes que a mí no me puedes mentir, te conozco como la palma de mi mano.
La pelirroja rodó los ojos y bufó. En realidad, nadie la conocía del modo en el que Lily Luna lo hacía, pero prefería que su prima no lo supiese. De otra, se molestaría muchísimo. Casi se convertiría en una fiera.
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Lily Luna Potter caminaba distraídamente por los pasillos de Hogwarts, intentando grabar en su memoria cada minúsculo detalle de su recorrido. Le agradaba el ambiente del castillo, la magia que la rodeaba y la calidez de los retratos. Muchos la miraban y decían lo mucho que se parecía a su madre cuando esta tenía su edad. En medio de su distracción, Lily chocó con otra persona y se frotó su codo, el cual se había visto afectado.
—¡Fíjate por donde caminas, mocosa! —exclamó Charlotte Zabini y luego cayó en cuenta de con quién había chocado—. Miren a quién tenemos aquí. Lily Potter, la hermanita del papasito de James y del mocoso de Albus.
Lily cruzó sus brazos y la miró con los ojos entrecerrados. Una chispa de furia brilló en sus orbes almendrados.
—¡Oh, miren, es la ex-princesa de Slytherin! —exclamó Lily en un tono de burla y sarcasmo.
La expresión de Charlotte cambió en cuestión de segundos.
—¿Qué dijiste, maldita mocosa? —preguntó acercándose a la pelirroja amenazadoramente.
La pequeña alzó su mentón con soberbia.
—Creo que escuchaste bien.
Charlotte iba a tomar a la niña del pelo cuando sintió un fuerte dolor en su mejilla izquierda y cayó en el suelo. Alzó la vista y se encontró con nada más y nada menos que la actual princesa de Slytherin, y con James Potter.
—Escúchame bien Charlotte, vuelves a tratar de tocar a mi hermana y no volverás a ver la luz del día —la amenazó James.
Muchos podían pensar que James Sirius era un cretino de primera, pero daría lo que fuera por mantener a sus hermanos a salvo. Era su obligación cuidarlos y mantenerlos fuera de problemas.
—¿Me estás jodiendo? —Preguntó entre risas.
—Tal vez él sí, pero yo no. —Agatha la agarró del cabelló haciéndola chillar—. Créeme que no me temblará la mano para hacerte daño de verdad. No me conoces, no sabes de lo que soy capaz. Ahora fuera de mi vista. —La soltó y ella se marchó de allí. Entonces su mirada se suavizó—. ¿Estás bien, Lily?
—¿Estás bromeando? Eso fue lo mejor que he visto —respondió, emocionada.
—Me alegro de que estés bien —le dijo con una sonrisa genuina y comenzó a caminar por el pasillo alejándose de los hermanos Potter. Cuando iba por la mitad del pasillo alguien la agarró por el brazo haciendo que girara—. ¿Qué quieres, Potter?
—Gracias —pronunció como si le costara decirlo.
—Lo hice por Lily, no por ti —aclaró—. Recuerda que el tiempo libre se acaba en unos diez minutos.
Dicho esto se marchó dejando a James aún más confundido de lo que estaba antes. ¿Por qué lo trataba así? De acuerdo, sí sabía la respuesta. Si tan solo la hubiese tratado bien cuando llegó a la Madriguera las cosas fuesen muy distintas, pero ya no había marcha atrás. Lo hecho, hecho estaba.
Agatha entró al aula de DCAO como un torbellino, haciendo que Dakota se atragantara con sus chucherías.
—Como lo odio, Dakota —dijo, sin detenerse un segundo a corroborar que su profesora se encontrara bien. Entonces comenzó a decir un extenso monólogo de lo que había sucedido desde el primer momento en el que se conocieron.
Dakota apoyó sus brazos sobre la madera del escritorio y asentía ocasionalmente para dejarle saber a Agatha que la estaba escuchando con atención.
—Déjame ver si entendí. Odias a James Potter y él te odia a ti, pero hay veces que te confunde sus cambios de actitud —mencionó para asegurarse de que captó todo bien y la muchacha asintió con la cabeza—. Agatha, ustedes tienen casi la misma actitud y por eso chocan.
Un resoplido se escapó de los labios de la chica.
—Claro que no. ¡A la mierda todo! Me cortaré las venas con una banana.
En ese mismo instante entró James para poder comenzar la lección y ellas dejaron de hablar del tema, concentrándose en su verdadera obligación.
—Bien, Agatha necesito que te pares en el medio del aula. —La rubia obedeció—. James ve y abraza a Agatha.
—¡¿Qué?! —Gritaron al mismo tiempo.
—¡Solo hazlo! —ordenó.
James hizo lo ordenado a regañadientes. La colonia del chico entró por las fosas nasales de Agatha y fue como haberse fumado ese olor. Era embriagante, varonil y muy agradable para su sistema.
«Demonios», pensó Agatha.
De momento vieron una luz blanca y pudieron ver que Dakota tenía una cámara en sus manos. Una sonrisa maliciosa se formó en su rostro antes de estallar en estruendosas carcajadas que resonaron contra las paredes del aula.
—Tienen que ver sus caras —habló riendo y luego se limpió una lágrima de la comisura de su ojo, calmándose—. James, necesito que te pongas a mi lado. Agatha, necesito que despejes tu mente y estés tranquila. Te voy a inducir un dolor parecido al que produce un Oastori cuando te toca.
Agatha abrió los ojos como platos, alarmándose. Su cuerpo se tensó e hizo exactamente lo opuesto a calmarse. El pánico comenzó a florecer en su pecho, extendiendo sus pétalos oscuros por su cuerpo.
—Dakota, por favor no hagas eso...—La mencionada la interrumpió.
—Tranquila, yo te enseñaré a controlarlo. Haz lo que te pido, por favor.
Agatha asintió e hizo lo que su profesora le pidió.
Las piernas le temblaban, sus palmas sudaban y estaba nerviosa. No quería volver a experimentar ese dolor, pero era inevitable cuando tenía un Oastori amenazándote. Si quería llegar a controlar los ataques, tenía que soportar el dolor. La haría más fuerte, aunque este fuese lo peor que hubiese experimentado en su vida.
Dakota le seguía diciendo que se calmara y que pensara en los recuerdos más felices que tuviera como si fuese a hacer el encantamiento Patronus. Solo que no diría «Expecto Patronum», simplemente se quedaría aferrándose a sus recuerdos felices como si su vida dependiese de ello. En cierto modo, lo hacía. Esos recuerdos la mantendrían cuerda en medio de un ataque.
Dakota susurró unas palabras e inmediatamente vio como Agatha gritó y se encorvó de dolor. James cerró los ojos y apretó los labios. Era muy difícil ver a una persona en esa situación, no importaba si era su peor enemiga, alguien a quien apenas toleraba.
—James, necesito que pienses en tus recuerdos más felices y trates de calmar el dolor de Agatha —pidió la metamorfomaga.
James intentó de concentrarse en lo que le estaban pidiendo, pero los gritos de Agatha taladraban su cabeza. Su piel se erizó y se le dificultaba poder pensar en algo más que no fuese aquella noche en la que la atacaron por primera vez.
—Profesora no puedo.
—Si no lo haces, ella seguirá teniendo ese dolor, y eso no se compara a lo que un Oastori le puede hacer en el siguiente ataque. —James frunció el ceño—. ¿Pensaste que solo sería una vez? Esto no se acabará hasta que el maldito Oastori tenga lo que quiere.
—¿Por qué yo? De todas las personas en el mundo mágico, ¿tenía que ser yo? Ni siquiera me llevo con ella.
—Porque tú eres el único que, si la tocas cuando está un Oastori, puedes ver lo que ella está viendo —explicó Dakota—. Ahora necesito que le quites el dolor a Agatha.
James asintió e hizo lo pedido. En un principio, no lo conseguía y se seguían escuchando los gritos de la chica, pero se concentró y logró aminorar el dolor. Pronto Agatha dejó de sentir aquella tortura, pero eso no significaba que pudiera pararse y caminar como si nada. Ella seguía tendida en el suelo con la respiración agitada.
—¿Estás bien? —Preguntó Dakota.
—Eres una maldita perra —espetó Agatha en un susurro y trató de pararse, pero la vista se le nubló y sintió un horrible dolor de cabeza. Luego de unos segundos todo se volvió negro y sintió que dos brazos la agarraban con fuerza antes de perder el conocimiento.
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Cuando Agatha recuperó el conocimiento, sus sentidos volvieron a ella con lentitud.
Abrió los ojos, y le costó acostumbrarse a la claridad, por lo que los cerró de inmediato. Una vez pudo soportar la luz, miró a su alrededor, viendo las paredes blancas y varias camillas. Inmediatamente supo que estaba en la enfermería, aunque no hubiese visitado el lugar. Tenía el aspecto típico de un hospital.
Se trató de levantar, pero dos manos se lo impidieron. Alzó la vista y se encontró con los ojos marrones de James.
—No te levantes.
Agatha frunció su ceño en expresión de su confusión.
—¿Qué haces tú aquí? —interrogó.
—Es mi turno de hacer guardia.
—¿Guardia? Ni que hubiese estado aquí un mes. —Resopló.
—Agatha, llevas aquí una semana y media —habló Dakota, quien acababa de entrar—. ¿Cómo te sientes?
—¿Cómo se supone que me sienta? Acabo de despertar en la enfermería y me dicen que he pasado una semana y media sin molestar a Potter o a Zabini —bromeó intentando sonar horrorizada—. Por cierto, ¿por qué me sucedió esto?
—Agatha, por algo hemos estado haciendo guardias. Alguien te atacó de manera indirecta, aún no sabemos cómo, pero lo hicieron. Por eso mi madrina, James y yo te hemos estado cuidando mientras tú estabas inconsciente —explicó la metamorfomaga.
—¿Por qué Potter? —Preguntó Agatha.
—Porque él es el único que puede aminorar tu dolor. Mientras estuviste inconsciente pasabas dolores que solo él podía calmar.
La chica asintió y no hizo más preguntas porque le parecía demasiado incómodo. Luego de unas preguntas sobre su estado de parte de Madame Pomfrey, la dejaron irse a su sala común en donde Skylar, Albus, Scorpius y Alex la esperaban. Cuando entró sus amigos corrieron a abrazarla.
—Tranquilos, estoy bien —aseguró con una sonrisa—. En serio, engendros del demonio, mi espacio personal.
Sus amigos se alejaron.
—¿Bien? Estuviste en la enfermería dos semanas y nos dices que estás bien —dijo Albus.
—Lo raro es que a nosotros no nos dejaban pasar, pero a Potter sí —comentó Scorpius mirándola con una ceja alzada. Agatha les pidió ayuda con la mirada a sus amigas.
—Miren la hora se nos hace tarde —intervino Alex, improvisando.
—Pero son las dos de la tarde.
—Por eso —dijo Skylar y arrastró a Agatha hasta su dormitorio.
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En la mansión Malfoy se encontraba Lucius enojado en su despacho. Sus dedos rodearon el cristal de su vaso y lo apretaron con fuerzas. Fue un milagro que no se hubiese quebrado, de algo servía que Narcissa se empeñara en comprar los vasos, copas, y vajillas más caras. Si no estuviese de tan mal humor, seguramente estaría agradecido, aunque era poco probable. Lucius Malfoy nunca mostraba agradecimiento, a menos que fuese algo que le favoreciera.
Un gruñido se escapó de sus labios y bebió el contenido del vaso de un solo trago. El licor se deslizó por su garganta, quemándole un poco, aunque ya estaba casi inmune a sus efectos. Tantos años ingiriéndolo debían servirle de algo, ¿no?
Su furia se magnificaba con cada segundo que transcurría. Sus planes no habían salido bien y eso lo tenía mal. ¿Tan difícil era? ¿No podía ser algo sencillo? Esa tarea era más difícil que matar a Harry Potter, y eso ni Voldemort lo pudo lograr. Estaba seguro de algo, eso le costaría mucho esfuerzo de trabajar.
—¡Maldita sea! —gritó, y arrojó el vaso de cristal al otro lado de la habitación, provocando que se rompiera en mil pedazos.
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En el Valle de Godric se encontraban el matrimonio Potter y la mayoría de los Weasley —exceptuando aquellos que se encontraban en Hogwarts—celebrando el cumpleaños de Hermione. Todos estaban felices y compartiendo en familia, aunque faltaran sus hijos celebraban tanto el cumpleaños de la bruja más brillante, como el compromiso de Victoire Weasley y Teddy Lupin. Dos jóvenes enamorados dispuestos a formalizar su relación.
—Herms, James me acaba de avisar que Agatha ya despertó y que está bien —le dijo Harry a su amiga, cuando estuvieron en un momento a solas.
Hermione se permitió respirar con tranquilidad por primera vez en muchos días. El asunto de su hija estando inconsciente verdaderamente le estaba quitando muchas horas de sueño y paz. Había estado preocupada.
—Gracias Harry —dijo con sinceridad.
—No te preocupes. Disfruta de tu cumpleaños, abuelita.
La castaña le dedicó una mala mirada.
—Solo soy meses mayor que tú.
—Si los contamos en años luz...
—No sabes hacerlo —le recordó, y se acercó a los prometidos—. Felicidades a ambos.
—Felicidades para ti también tía Herms —felicitó Victoire con una brillante sonrisa que deslumbraba a cualquiera, cualidades de su sangre Veela.
Teddy a su lado mantenía su cabello de un color brillante y alegre.
—Felicidades, Herms.
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Draco Malfoy se encontraba verificando unos documentos mientras que Astoria lo observaba, una copa de alcohol en su mano izquierda. Podía ser que fuese su esposa, pero se sentía incómodo bajo su mirada y más cuando ella se encontraba tomando desde temprano. Ya era una rutina verla consumiendo alcohol, cosa que había desmerecido un poco su jovial rostro, dejándolo lleno de ojeras y con una expresión exhausta.
—Astoria agradecería que me dejaras de mirar. Necesito concentrarme en el trabajo —pidió Draco, apenas levantando su vista de los pergaminos que yacían sobre el escritorio.
Astoria dejó la copa en la mesa y lo miró durante un segundo antes de comenzar a hablar.
—Draco —lo llamó—, sabes que pronto es nuestro aniversario y me preguntaba a donde iremos este año.
Draco apenas podía creer las palabras de su esposa.
—¿Qué te parece la Mansión Malfoy? —preguntó en un tono jocoso. Desde que se pasó con su hija se le había pegado el humor de ella.
—¿Estás de broma? ¿Qué dirán mis amigas cuando me pregunten? —Preguntó, horrorizada.
Tal vez ellos viajaran casi todos los años de su aniversario, mínimo iban a cenar a algún restaurante ostentoso, pero ese año no parecía que irían a alguna parte. Su matrimonio no estaba igual, se estaba quebrando con los días y ya no funcionaban juntos. Lo único que los seguía uniendo era Scorpius.
—Que fuiste a Narnia —respondió de forma automática, recordando la historia muggle que su hija le había hablado.
—¿Narnia?
—Una historia muggle —respondió en un tono cortante, dando por terminada la conversación.
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El siguiente mes pasó volando. Entre bromas y clases se les fue el tiempo, de modo que los días pasaban sin que se dieran cuenta. Pronto llegó el tiempo de jugar Quidditch. De hecho, ese mismo día había un partido, Slytherin contra Gryffindor para comenzar la temporada con la habitual rivalidad entre las casas.
Mientras James preparaba a su equipo de Quidditch en los vestuarios de Gryffindor, Agatha se ponía el uniforme verde, ajustando su camisa y sus protectores. En la parte de atrás, donde se supone que iba el apellido, había puesto «Agatha», en vez de «Smith» por obvias razones. Sabía que en algún momento la bomba de su verdadera identidad saldría a la luz. Además, su nombre era lo que verdaderamente le pertenecía.
—Agatha, ¿estás lista? —le preguntó Dylan, mirándola con detenimiento mientras sostenía una escoba en su mano.
Agatha terminó de arreglarse, atando su cabello en una coleta, y volteó para mirarlo.
—Zabini, yo nací lista —respondió Agatha con una sonrisa de suficiencia.
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