12| Un patronus y que Draquesha nos proteja
—YO...YO...LO PUEDO —BALBUCEÓ HERMIONE—, ¿explicar?
Pronunciaba las palabras atropelladamente sin saber cómo expresarse. Era la primera vez en su vida que se encontraba tan nerviosa, abrumada y cohibida. Todas las situaciones se le estaban saliendo de las manos. ¡Ella siempre tenía un plan para todo, demonios! Era Hermione Granger de quien hablaban.
—¿Explicar qué, Granger? —espetó Draco girándose para poder mirarla—. ¿No ves que ya escuchó la mitad de la conversación?
—¡Lo sabía! —exclamó Ginny. Ninguno pudo descifrar el tono en su voz. ¿Estaba molesta o emocionada? Tal vez ambas—. Me atrevo apostar que Harry lo sabía todo.
—¿Cara rajada lo sabe? —preguntó Draco hundiendo el entrecejo. Sus palabras iban dirigidas a la dueña de la oficina.
—A-Algo así —tartamudeó en respuesta.
La furia chispeó en los ojos de Draco. Antes de que Ginny pudiese pronunciar palabra alguna, ellos se habían enfundado en una discusión sin fin. Los viejos hábitos nunca cambian. Tal vez un poco, teniendo en cuenta que Hermione solía ser la ganadora, pero esta vez, el hurón oxigenado le estaba llevando la delantera.
La verdad era que Hermione no estaba siendo racional, solo pensaba en lo que era mejor para ella y no para su hija. También había que admitir que Draco era un padre excelente, y en esos momentos el trataba a Agatha como «su pequeña» y «su princesa», aunque la hubiese conocido hace unos meses.
—¡No, Malfoy! Yo tengo la maldita razón, como siempre —ironizó cuando Draco le echó en cara que ella siempre quería ser la de la última palabra.
—¿Qué tú qué? —preguntó con sorna—. ¿Estás segura de que tienes la jodida razón? Porque según mi punto de vista eres tú la que estás mal —espetó, señalándola con su dedo índice.
—¿Yo?
—Sí, tú. ¿Quieres saber por qué? Porque me estás negando el maldito derecho de saber que le ocurre a mi hija —recriminó—. Tienes que dejar de hacer eso. No eres la única que tiene un hijo fuera del matrimonio, que le puso los cuernos a su pareja, que no sabe cómo lidiar con la situación, que tiene otros hijos, y tampoco eres la única que está guardando este secreto —enumeró.
» ¿Te digo algo? Yo también estoy en esa situación y puede que peor, aun así trato de manejar esto como el adulto que soy. Eso tienes que hacer tú. Hermione eres una adulta, ya no tienes veintitrés.
Hermione se quedó paralizada al escuchar cómo le había hablado Draco. También porque la llamó por su nombre y no por su apellido como solía hacer. Ginny también se quedó paralizada, no porque Malfoy le hubiese dicho la verdad en la cara a su amiga o porque hubiese llamado a su cuñada por su nombre, sino porque él, Draco Malfoy, había hablado con una madurez que ni siquiera su esposo tenía.
—¿Y qué demonios quieres que haga? —increpó—. ¿Qué le ponga nuestros apellidos? ¿Qué la inscriba con su verdadero nombre? ¿Quieres qué ponga en su certificado de nacimiento «Agatha Christina Malfoy Granger»? —rebatió, una vez se recuperó y procesó sus palabras—. Porque ella no quiere eso. ¿Se lo has preguntado siquiera?
—No te estoy pidiendo que hagas eso. ¡Maldita sea! ¿Me estás escuchando al menos? Solo te pido que no me hagas un cero a la izquierda porque ella también es mi hija. No me habías dicho nada sobre su problema con el maldito Oastori. Ni siquiera te molestaste en preguntar si te podía ayudar. ¡Joder, Granger! Te quieres hacer la maldita cerebrito aquí cuando yo tengo más experiencia que tú con las artes oscuras.
Y el marcador mental de Ginny se veía de esta forma:
Malfoy 1000, Granger 0.
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En el castillo de Hogwarts, James se paseaba por los pasillos de manera despreocupada, las manos en los bolsillos de su capa mientras repasaba mentalmente los mejores lugares para instalar sus bromas anuales. Según su horario —aquel que dejó en la mesa del comedor—debía estar en clase, pero no le importaba. El primer día no daban gran cosa de todos modos y, de hacerlo, siempre podía pedirle la tarea a Lysander.
De su bolsillo sacó el Mapa del Merodeador y su varita. Había vuelto a robarlo del escritorio de su padre sin que este se diera cuenta (al menos eso pensaba) para poder saber todo lo que sucedía en Hogwarts. Era la mejor forma de nunca ser atrapado por los profesores.
—Juro solemnemente que mis intenciones no son buenas —murmuró.
Inmediatamente se empezaron a ver letras en las que se podía leer «Los Señores Lunático, Colagusano, Canuto & Cornamenta están orgullosos de presentar El Mapa Del Merodeador». Sentía orgullo de su abuelo y sus amigos. Inventar el mapa lo había hecho tener mucho éxito como bromista. Quería serle fiel a su tocayo.
Abrió el mapa y recorrió con la mirada cada uno de los pasillos que presentaba buscando su nombre. No sabía por qué lo buscaba, pero lo hacía. Era un acto inconsciente.
Luego de varios minutos la localizó, estaba con Skylar y Albus debajo de un árbol cerca del lago. Agatha Smith.
Escuchó unos pasos e inmediatamente volvió a apuntar el mapa con su varita mientras decía «Travesura Realizada». Lo guardó en el bolsillo de su túnica y suspiró cuando vio que solo eran Fred y Lorcan.
—Cornamenta, al fin te encontramos —dijo Fred.
—Tranquilo, Canuto —esbozó una sonrisa despreocupada.
Ellos eran los sucesores de los Merodeadores. Realmente los admiraban, excepto a Colagusano. Esa rata traidora había traicionado a sus abuelos.
Fred era Canuto, ¿por qué? Porque, según lo que sabían, tenía la actitud de Sirius Black. Un joven despreocupado y con desprecio por las reglas. Lysander era Lunático I y Lorcan Lunático II, porque ambos eran unos genios al igual que Remus Lupin, además de que tampoco querían tener que darle el apodo de Colagusano a ninguno. James era Cornamenta, como su abuelo.
—Bueno, ¿qué clase tienen ahora? —Preguntó Lorcan—. Yo tengo Historia de la Magia con Slytherin —miró a James de reojo para evaluar su reacción.
—Se supone que estemos en Encantamientos con Hufflepuff —respondió Fred—. ¿Por qué crees que Lysander no está? Esa fotocopia no se pierde una clase.
Lorcan se rio.
—Déjalo ser feliz. Será mejor que me vaya a mi próxima clase. Y ustedes —los señaló—asistan a sus clases.
—No prometemos nada —habló James encogiendo sus hombros.
Lo vieron marcharse y Fred volteó para ver a James, la sospecha brillando en sus ojos.
—¿Qué era lo que hacías antes de que te encontráramos? —quiso saber.
—Nada.
—¿Seguro?
James asintió con la cabeza y comenzó a caminar. Fred le siguió. No creía su 'nada', pero tampoco lo forzaría a decirle.
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—Mierda, mierda, mierda y más mierda —decía Agatha mientras se golpeaba la cabeza contra el escritorio.
El aburrimiento la estaba matando. Habían pasado unos quince minutos desde que comenzó la clase de Historia de la Magia y estaba a punto de matarse. El profesor Binns no dejaba de hablar de cosas que a ninguno les importaba. Solo hablaba y hablaba con voz monótona y aburrida sin importarle que sus alumnos se durmieran en el aula.
Recorrió el salón con la mirada y vio lo que hacían sus compañeros. Alex se había quedado dormida a su lado y tenía la boca abierta mientras soltaba pequeños ronquidos, Arianna cepillaba su teñido cabello con desinterés, Charlotte se limaba las uñas mientras coqueteaba con un chico de Ravenclaw. Desde una esquina en el fondo, Lorcan lanzaba bolitas de papel por el salón y los otros dibujaban garabatos en sus cuadernos o pergaminos. Ninguno prestaba atención.
—Profesor Binns, ¿puede la señorita Smith salir un momento? —preguntó una voz masculina interrumpiendo la clase.
—Sí, claro —respondió inmediatamente el fantasma—. Señorita Smith, la esperan afuera.
Agatha vio la gloria cuando dijeron que podía salir. Rápidamente se paró del asiento y caminó hasta la puerta por la cual salió. Allí la esperaba Dylan y un grupo de chicos de Slytherin, la mayoría de sexto y séptimo año. Todos eran más altos que ella, aunque no por mucho, pues Agatha no era una chica de estatura baja.
—¿Qué quieres? —preguntó la rubia.
—Qué humor, después que te saqué de esa horrible clase y ni las gracias me das —comentó poniendo la mano sobre su pecho fingiendo estar ofendido. Todos los Slytherin son reyes del drama, notó Agatha—. Verás, el antiguo buscador del equipo de Quidditch de Slytherin se graduó y estábamos buscando a alguien. Ya sabes, el rollo de audiciones y eso, pero después de ver lo que hiciste esta mañana creo que el puesto es tuyo —silbó por lo bajo. Se escuchó un bufido y Agatha supo que era de Jackson—. Debes saber que nuestro mayor contrincante es Potter y no es nada fácil ganarle.
—¿Lo estás halagando? —cuestionó, cruzando sus brazos.
Dylan negó.
—Solo estoy diciendo los hechos —específico—. Entonces, ¿qué dices?
—¿Eso significa que molestaré a ese idiota de ahí —señaló a Nott—, y a Potter? —Dylan asintió—. No se diga más, acepto.
Sonrió con satisfacción y comenzó a caminar por el pasillo, alejándose de la puerta, en vez de volver al interior del salón.
—¿No se supone que entres a la clase? —interrogó Dylan.
—Entraré cuando falten diez minutos para salir de la clase —le dijo como si con ella no fuese la cosa.
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En la sala común de Gryffindor se encontraban muchos de los primos Weasley. Se contaban sus aventuras, se molestaban y discutían, pero nunca dejaban de estar juntos. Podían tener diferentes puntos de vista, grupos de amistades, gustos y aun así siempre estaban unidos. A pesar de que eran una familia numerosa nunca se olvidaban entre ellos. Ese era el verdadero propósito de tener familia, ¿no?
Desde que les contaron sobre Fred, el hermano gemelo de George el cual murió en la Segunda Guerra Mágica, se prometieron estar unidos. También aprendieron de Percy, en el sentido de que jamás harían lo mismo que él les hizo a sus hermanos y padres. Jamás se dejarían llevar por el poder y la ambición, ya que la mejor riqueza es tener una familia con la cual compartir.
—James, ¿estás bien? —Preguntó Lily a su hermano mayor que se veía algo distraído y pensativo.
—Sí, Lils, estoy bien —contestó haciendo un intento de sonreír, pero en lugar de una sonrisa le salió una mueca.
La niña de once años lo escudriñó con la mirada.
—¿Esto tiene que ver con la italiana?
—¿Qué italiana? —cuestionó.
—Ya sabes, esa y, sí, esa —balbuceó sin querer decirle que sabía de la chica italiana porque se había metido en su cuarto y encontró algunas cartas.
—Lily Luna —pronunció en un tono de advertencia. Ella levantó sus manos en señal de inocencia.
—Entonces, no es por ella —adivinó.
—Ni siquiera sé de quién me estás hablando —reconoció—. Y ya te dije que no me pasa nada.
La verdad era un poco distinta. Le preocupaba un poco todo ese asunto de Agatha. No era que le gustaba, ni nada por el estilo, porque ni siquiera le agradaba. La chica era un verdadero dolor en el trasero, pero sentía que debía protegerla, aunque no sabía la razón. Podía que solo fuera por la tarea que le encomendó su tía Hermione de cuidar a Agatha con el P.P.O.
«Es solo eso», se dijo a sí mismo.
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Alex se escabulló de su clase unos minutos después de que Agatha desapareció. Se dijo a sí misma que no se perdería mucho de la clase, aunque la verdad era que esa era la materia que peor se le daba. Ignoró ese hecho cuando se sentó en un árbol cercano al lago y abrió el libro que llevaba escondido en el interior de su túnica.
Ella amaba leer, podía pasarse todo el día leyendo un libro, siempre y cuando la trama le gustara. Puede que su madre tuviese prejuicio sobre los artefactos muggles —uno que disminuía con el tiempo—, pero a ella le encantaban. Lo que más adoraba eran los libros muggles. Le fascinaba la manera en que ellos podían escribir historias tan fantásticas sin tener conocimiento alguno sobre la magia. Ellos hacían magia con sus palabras.
—Lexie, ¿no se supone que estés en clase?
No hacía falta que se girara a ver quién era porque solo una persona en el mundo mágico le decía así, y esa persona era Dylan. Su hermana podía ser una arpía, pero él no. Dylan era diferente a Charlotte en todos los aspectos. Al parecer, era el único de su grupo que realmente tenía un cerebro.
—Hola, Dylan —lo saludó con una sonrisa. En ningún momento despegó sus ojos de su lectura—. Y sí, se supone, pero he decidido experimentar un poco de rebeldía este año.
Lo escuchó reír levemente.
—Solo tú encuentras rebelde estudiar fuera de un salón de clases —comentó.
Alex chasqueó su lengua.
—No estoy estudiando, sino leyendo —corrigió.
—¿Qué lees?
—«Si decido quedarme» —nombró—. Es un buen libro, lo he leído unas tres veces.
—Es un libro muggle —reconoció tomando el libro entre sus manos.
—Te sorprendería la imaginación que ellos tienen —le dijo Alex sonriendo—. ¡No lo cierres! Todavía no he memorizado la página en la que estoy.
Dylan le devolvió el libro sin cerrarlo y la observó mientras ella buscaba un marcapáginas en su mochila. Una vez lo colocó entre las páginas del libro, lo guardó y se centró en el agua del lago.
Le gustaba estar allí, era un lugar tranquilo, un lugar en el cual podía sentirse en paz. Puede que solamente fuese un árbol frente a un lago, pero para ella era mucho más que eso. Allí había vivido muchas de sus aventuras. Ese árbol sabía más de ella que su propia madre o que cualquier otra persona en el mundo.
Si tuviese vida sería un gran peligro para ella. Allí había llorado, pasado sus momentos tristes, descargado toda su ira. Allí había dado su primer beso. Lástima que no fuese con la persona que ella quiere en estos momentos. Si pudiese volver en el tiempo y no haber cometido ese error, lo haría.
Miró a su acompañante y vio que él la estaba observando.
—¿Te gusta lo que ves, Dylan Zabini? —Preguntó alzando una ceja divertida.
—Mucho —admitió.
Alex enserió su rostro. No esperaba esa respuesta de su parte. Puede que ella se gustara de él desde hace meses, pero no había esperado eso ni en un millón de años. Ambos se miraron a los ojos y poco a poco se fueron acercando.
—Alexandra Nott Greengrass ¿dónde...? —Agatha se detuvo al ver como ambos se alejaron en tiempo récord—. ¡Oh, merde! La he regado, ¿verdad?
—Agatha, lamentablemente sí —dijo Skylar poniendo su mano en el hombro de la rubia.
Tanto Dylan como Alex estaban sonrojados y algo pasmados. Sus caras decían «trágame tierra».
—Será mejor que nos vayamos, Sky. Ustedes —hizo una pausa, señalándolos respectivamente con su dedo índice—, sigan con lo suyo —comentó con una sonrisa pícara. Ambos se sonrojaron con más fuerzas, provocando la risa de Agatha—. Nos vemos en DCAO, Lexie. —Alex la mandó al infierno con la mirada y la rubia le guiñó un ojo—. Nos vemos después Dylan.
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En el ministerio, específicamente en la oficina de la bruja más inteligente de su generación, Hermione se había quedado sin palabras. Todo lo que Draco había dicho era cierto. Había tratado de ser la cerebrito, como siempre, cuando él tiene más experiencia con criaturas oscuras que ella. Él había sido mortífago, por lo que lo habían entrenado para que combatiera con cualquier persona o criatura que se le cruzara en el camino. Tenía que ser racional para el bienestar de su hija.
—Herms —la llamó Ginny—, jamás pensé que fuese a decir esto, pero el hurón oxigenado tiene razón. Creo que debes dejar de ser tan terca y admite que por primera vez no estás en lo correcto.
—Ginny...
—Tenemos que ser claros. Ahora lo importante aquí es mi futura nuera —dijo, levantando sus manos en señal de paz.
—¡¿Qué?! —exclamó Hermione.
—¡¿Nuera?! —gritó Draco horrorizado.
—Tranquilos, era broma —los calmó, aunque en el fondo sabía que era una mentira, así que optó por añadir—: No creo que pase todavía.
Draco emitió un gemido horrorizado.
—¿Estás loca? Por favor Granger dime que mini-Weasley está loca —pidió haciendo una mueca.
—Ahora es Potter —lo corrigió Ginny—. Además creo que ellos son como la nueva generación de James y Lily Potter...—mezclados con ustedes dos, quiso añadir, pero optó por reservarse el comentario para sí misma.
—¡No! —negó con firmeza—. Mi hija es rubia y todos los Potter tienen la maldición. Sabes de lo que hablo —hablo y soltó un gruñido de desesperación.
—¡Ginevra Molly Potter! Leíste la carta que James me envió.
Todos giraron al ver la figura familiar del Elegido en el marco de la puerta. Draco lució exasperado con lo que estaba viviendo. Su vida parecía una comedia muggle.
—¿Qué demonios es esto? ¿Una reunión familiar? —preguntó, rodando sus ojos con dramatismo.
—Primero, den gracias a Merlín de que fui yo y no Ron el que vino. Segundo, esto no pasaría si cerraran la puerta con un simple «Fermaportus» —habló Harry cerrando la puerta con su varita.
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Dakota se encontraba en su despacho preparándose para dar la clase del quinto año. La verdad era que no esperaba que su madrina le diera el trabajo, ya que solía decirle que ella era irresponsable y que tenía que madurar. Lo admitía, lo era. Pero prefería no pensar en ello porque era demasiado joven todavía. Solo veintidós años de vida, de los cuales había pasado casi dieciocho en cautiverio.
Así que le sorprendió cuando su madrina le envió la carta en la que le pedía que fuese la profesora de defensa contra las artes oscuras y que tenía que ayudar a una estudiante que tenía un problema con un Oastori.
—¡Dakota Zoe Welsh! —Gritó Agatha entrando en el despacho, causando que la metamorfomaga se sobresaltara.
—¡Mierda Agatha! Por poco me da un infarto —dijo poniendo una mano en su pecho sintiendo como el corazón le latía a millón a causa del susto—. ¿Cuál es tu obsesión con saber los nombres completos de las personas?
La rubia soltó una carcajada. Realmente le agradaba esa maestra, no era como las demás. Era divertida, alocada, honesta y simpática. Tenía cierto parecido con ella, aunque no fuera en todo.
—No lo sé. Tal vez porque realmente no tuve un nombre completo hasta que cumplí diez —encogió sus hombros para restarle importancia.
Recorrió el despacho con la mirada. Había un escritorio de caoba, una ventana detrás de éste, unas sillas de madera, un sofá pequeño color violeta, y varias fotos. La chica las observó detenidamente. Se estaba enfocando en los artefactos porque sabía que Perro sería capaz de arrancarle el dedo si intentaba tocarlo.
«¿De dónde Dakota sacó que era bonito?»
Fijándose en las fotos, comenzó a analizarlas con atención. En una se podía ver a Dakota con una señora de la edad de Hermione y un señor de la misma edad, supuso que eran los padres de ella ya que tenían cierto parecido. En otra se podía ver a la metamorfomaga con Victoire Weasley y Teddy Lupin. En la próxima foto se podía apreciar a McGonagall sosteniendo a una niña de unos dos años como mucho.
—Son lindas —comentó Agatha. Dakota la miró con el ceño fruncido—. Las fotos —especificó, señalándolas con su dedo índice—. Desearía tener fotos con mi familia. Lástima que solo tenga una con mis padres adoptivos, fue lo único que sobrevivió de esa noche. Bueno, lo que pude recuperar. Probablemente obtenga más cuando cumpla dieciocho y me den mi herencia.
Dakota se acercó a la chica y la abrazó. Sabía que lo necesitaba, ella más que nadie sabía lo que era perder a tus padres. Puede que no fuese lo mismo, pero sabía cuánto dolía ver a alguien morir y más si eran cercanos a ti.
—Ven, te quiero mostrar algo.
Agatha dudó por un segundo, pero asintió y ambas salieron. Caminaron por los pasillos y la llevó hasta una parte en el Bosque Prohibido. Allí Dakota se separó un poco de Agatha y se quedó mirando a alguna parte.
—Si me querías asesinar no tenías que haberme traído hasta aquí. Pudiste lanzarme al lago y dejar que las criaturas que viven allí me comieran viva —comentó la rubia causando la risa de Dakota.
—No te traje aquí para eso, tonta. Ahora ven, acércate —pidió, moviendo la mano en un gesto de que se acercara.
Agatha obedeció y caminó hasta su lado. Entonces lo vio, un caballo alado con un cuerpo esquelético, ojos blancos y unas alas de aspecto curtido parecidas a las de un murciélago. La rubia lo observó durante un minuto y se giró hacia su profesora.
—¿Es lo que creo que es? —preguntó. Sus palabras tenían un rastro de emoción contenida.
—Sí. —Caminó hasta el Thestral y acarició su cabeza—. Son extraños, pero me gustan. Me hacen recordar a mis padres.
—¿Fue a ellos a quien viste morir? —cuestionó en voz baja.
—Sí, Agatha, fue a ellos. Ahora debemos irnos, tengo una clase que dar y tú una a la cual asistir.
Ambas caminaron de vuelta al castillo y se dirigieron al salón de DCAO.
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—¿Podrían dejar de discutir? —les preguntó Harry a Draco y a Hermione.
—Honestamente, llevo preguntándome lo mismo desde que llegué hace una hora —le dijo a su marido.
—Yo no estoy discutiendo Potter, solo explico porque estoy en lo correcto —replicó Draco en defensa.
Se escuchó que alguien tocó la puerta y todos se sobresaltaron.
—Hermione, ¿me dejas pasar? —Se escuchó la voz de Ron.
—Mierda —mascullaron todos a la vez.
Hermione y Ginny se miraron e inmediatamente supieron que estaban pensando lo mismo. Cogieron un abrigo que había en el perchero, Ginny se quitó su bufanda y Hermione sacó unas gafas que tenía en su escritorio. Ambas se acercaron a Draco y él las miró con una expresión horrorizada.
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—Buenos días a todos, bienvenidos a este nuevo año escolar... ¿Quién demonios escribió esta mierda? —su voz comenzó a hacerse más baja mientras miraba el papel que tenía en la mano—. Oh, fui yo... —susurró al ver su firma en la parte baja del papel. Lo arrojó en alguna parte del aula, aclaró su garganta y le sonrió a sus estudiantes—. Empecemos de nuevo. Mi nombre es Dakota Welsh y soy su nueva profesora de DCAO. No esperen que les diga «espero que no me vean como su profesora, sino como su amiga» porque honestamente eso a mí no me importa. Si me ven como su amiga, genial. Si me ven como su profesora, genial. Me da igual. ¿Tienen alguna pregunta antes de empezar la clase?
Un chico de Gryffindor levantó su mano. Dakota asintió para indicarle que dijera su pregunta.
—¿Estás soltera? —Preguntó.
—Señor... —Dakota esperó a que él dijera su apellido.
—Weasley, Fred Weasley —se presentó en un tono seductor y le guiñó un ojo.
—Señor Weasley, estoy soltera, sin compromiso y no estoy buscando algún idiota que trate de empalagarme con el amor, pero si está en busca de una niñera, tengo algunas amigas que trabajan en esa industria —expresó Dakota, encogiendo sus hombros como si la cosa no fuese con ella.
Fred enrojeció por completo.
—Diez puntos para la profesora Welsh —comentó Agatha desde el fondo de la clase. La metamorfomaga mordió su lengua para no reír y le guiñó un ojo.
—Bien, hoy aprenderemos a hacer el encantamiento Patronus. Un Patronus es un encantamiento que sirve para repeler dementores, sé qué hace tiempo que no se ven por ahí, pero eso no significa que no los haya. Este encantamiento en sí es la encarnación de la felicidad, uno tiene que concentrarse en un recuerdo feliz para poder invocarlo. Hay dos tipos de Patronus, uno de ellos es el incorpóreo, que es un encantamiento que no tiene forma definida o sólida y el corpóreo que es la verdadera forma del encantamiento. Bien nos acomodaremos en parejas.
—¿Podemos elegirlas? —Preguntó Charlotte.
—No, las parejas ya las elegí yo. —Sacó una lista arrugada del bolsillo trasero de su pantalón—. Fred Weasley y Alexandra Nott, Lysander Scamender y Charlotte Zabini, Brooke Finnigan y Ariana Bullstrock, James Potter y Agatha Smith...
—Mierda —masculló Agatha.
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Draco se giró.
Tenía los ojos como platos y se veía totalmente horrorizado. Traía puesto el abrigo amarillo que Hermione le obligó a ponerse, la bufanda rosa de Ginny alrededor de su cabeza y las gafas rojas que la castaña encontró. Parecía un hotdog con adornos.
Harry estaba a punto de soltar una carcajada, pero volvieron a tocar la puerta.
—Hermione, ¿vas a abrirme? —quiso saber Ron.
Ginny abrió la puerta y Draco se sentó en la silla que había en frente del escritorio.
—Discúlpame Ron, estoy atendiendo a... —Observó a Draco tratando de buscar un nombre que ponerle.
—Draquesha —se presentó Draco fingiendo voz de mujer.
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Sé que llevan esperando este momento. Que Draquesha los ampare. Amén.
Comenta aquí si Draquesha es tu religión.
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