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1| En busca de una madre

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HERMIONE GRANGER ABRIÓ SUS OJOS DE MANERA APRESURADA. Su respiración estaba agitada y su frente cubierta por una ligera capa de sudor, las gotas luciendo como perlas en su piel. No había soñado con ese día desde hace años. Le resultaba totalmente agonizante que volviera a tener el mismo sueño. Suspiró y miró a su esposo quien dormía de manera tranquila a su lado. Sus labios entreabiertos dejaban escapar pequeños ronquidos, dejándole saber que estaba refugiado en los brazos de Morfeo.

Ron nunca se enteró de aquel embarazo, ya que un par de meses después de que supiera que estaba embarazada, su madre Jane enfermó y estuvo el resto su embarazo en la casa de sus padres. Eso sin contar que tuvieron unos meses separados, aunque la comunidad mágica desconociera de ello. Simplemente tenían demasiadas discusiones, desacuerdos y nunca lograban llegar a un buen arreglo.

Luego de dar a luz a una pequeña de ojos grises, la dio en adopción, pero antes le puso el nombre de Agatha, porque sabía con su corazón que la niña le haría justicia al significado de su nombre. Nadie, además de sus padres sabían de la existencia de Agatha, y era el secreto que cargaba en su corazón con un gran pesar porque un mes después de su nacimiento, Ron y ella lograron arreglar sus problemas y encontrar un punto medio en el cual rescatar su relación.

Dos años después de haber tenido a Agatha, Ron y Hermione tuvieron a una pequeña pelirroja a la cual pusieron Rose, luego tuvieron a Hugo.

—¿Qué sucede Herms? —preguntó Ron cuando vio a su esposa despierta.

Hermione forzó una sonrisa cálida, pretendiendo estar bien; aunque no lo estaba. Esa situación siempre le traía lágrimas a los ojos. Se había arrepentido de lo que hizo, pero ya no había marcha atrás. Y eso era lo que más le dolía en su alma, no poder remediar su error de haber dejado a una pequeña a su suerte cuando ni siquiera había aprendido a defenderse de la maldad del mundo.

—Nada, amor. Vuelve a dormir —dijo dulcemente Hermione.

Ron asintió y se giró en la cama, volviendo a recuperar el sueño. Estaba inconsciente de que su esposa permaneció a su lado sin poder pegar ojo, solo con la sensación en su pecho de que algo estaba por aproximarse, pero no sabía qué.

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En la Academia Mágica Beauxbatons se encontraba Agatha sentada en su cama mirando una foto de sus padres adoptivos. Una lágrima rodó por su mejilla y la secó rápidamente. No podía creer que ambos fuesen asesinados por la maldición imperdonable, le parecía inverosímil. Ellos eran unos muggles, no tenían contacto con el mundo mágico para que los mataran de esa manera.

Ellos era lo único que tenía en ese mundo y se habían ido en un abrir y cerrar de ojos. Le dolía en lo más profundo de su alma que no pudo pasar más tiempo con ellos.

Aggie, te llama la directora —dijo Marina sacándola de sus pensamientos.

Marina Agron era la chica más popular de Beauxbatons. Tenía los ojos verdes y el pelo de un color rubio dorado, aunque Agatha decía que era rubia teñida. Desde el momento en que Agatha pisó la academia, Marina le declaró la guerra. Eso era algo que Agatha encontraba sumamente estúpido porque no había competencia y, aunque ella no lo supiera, tenía la sangre de Hermione Granger y Draco Malfoy corriendo por sus venas. Esa combinación resultaba casi invencible.

—¿Para qué me quiere? —preguntó Agatha rodando los ojos.

No le gustaba hablar con Marina, puesto que siempre terminaban en una discusión y ya ni divertido resultaba. De hecho, todo había cambiado desde lo que ocurrió aquel fatídico día.

—¿Se supone que yo sepa? —dijo Marina con una sonrisa 'inocente' en su rostro.

Oh, no. Eso era algo malo. Cada vez que Marina ponía esa cara de niña buena era porque había hecho algo. Como dice el dicho: cuando el río suena es porque piedras lleva.

—¿Qué hiciste ahora, Agron? —gritó poniéndose de pie.

En ese momento lo menos que quería era una noche más en las cocinas limpiando todo. Ya había tenido suficiente esa semana.

—¿Yo? Nada, Smith —dijo el apellido de Agatha con una mueca de asco—. De toute façon ¿por qué yo tengo que saber los asuntos de una sangre sucia como tú?

Agatha soltó una sonora carcajada cuando la escuchó llamarla así. Tal vez otra persona se hubiese ofendido o inclusive sentido mal, pero Agatha no. Estaba orgullosa de lo que era. Estaba orgullosa de decir que una sangre sucia tenía más talento que Marina.

—Bájate de tu hipogrifo —murmuró con una sonrisa ladina.

Dicho esto, Agatha abandonó su cuarto y caminó hasta el despacho de la directora a paso lento. Se tomaba su tiempo en llegar al despacho porque sabía que le iban a dar un castigo. Justo antes de llegar se encontró con su mejor amiga, Dianne, una chica morena de cabello castaño, ojos verdes y sonrisa cálida.

—Ata, ¿vas a ver a Madame Maxime? —interrogó con una ceja arqueada.

—Sí, supuestamente me llamó. ¿Dónde vas a pasar las vacaciones de verano? —cambió de tema.

Sabía que Dianne la regañaría si recibía otro castigo más. Todavía podía recordar el grito de Dianne cuando le dijo que tenía que ir a detención por otra semana. Debía parar de estar metida en tantos líos, especialmente desde que sus padres fallecieron.

—Probablemente vaya a visitar las islas del Caribe, ya sabes ir a visitar a la familia de mi abuela. ¿Adónde irás tú? —Agatha bajó la mirada y sus ojos se cristalizaron, la herida todavía seguía bastante reciente. Ella siempre viajaba con sus padres. Deseaba tener más tiempo con ellos, cuatro años no fueron suficientes para ella—. Lo siento, Ata. No pensé antes de hablar.

—Está bien, Dianne —aseguró y forzó una sonrisa—. Ahora me tengo que ir, Madame me está esperando.

—¡No te metas en más problemas! —le gritó Dianne cuando ya se había alejado.

La chica rio por lo bajo y negó, provocando que varios mechones rubios se agitaran en el aire. Llegó hasta la puerta que daba al despacho, tocó y entró cuando escuchó un «adelante» de parte de Madame Maxime.

—Madame, ¿me llamó? —preguntó poniendo la sonrisa más inocente que pudo.

Cualquiera diría que la rubia no rompería ni un plato. De hecho, cuando ponía esa cara inocente era una manera de decir «hice una travesura y pongo esta cara para que no creas que lo hice».

—Efectivamente. Siéntese por favor —le señaló una de las sillas que había al frente del escritorio y la chica se sentó —. Esta es la séptima vez que está en esta oficina desde la muerte de sus padres señorita Smith.

Agatha frunció el ceño y le hizo una seña a Madame para que no hablara. Contó mentalmente y asintió.

—Es la novena si contamos aquella vez donde sin querer dejé caer una manzana en la cabeza de Marina desde el tercer piso, o la vez que me caí por las escaleras y tumbé a varias chicas conmigo —dijo.

—Eso está peor —comentó—. Encerrar a cinco niñas en el baño estuvo mal y más si les dijo que durante la noche salía el fantasma de una chica que fue asesinada con una espada a buscar venganza.

La rubia se rio hasta quedarse sin aire. Sin duda esa había sido de las mejores bromas que había hecho en unas semanas. Todavía podía recordar la cara de las niñas cuando, con un hechizo, entró al baño fingiendo ser la fantasma.

—Era broma —dijo, limpiándose una lágrima a causa de la risa.

—Lo lamento, pero no puedo permitir ese comportamiento en mi academia —anunció Madame Maxime con una expresión seria.

En ese preciso momento la sonrisa de Agatha se borró. ¿Acaso estaba loca la jirafa esa? No podía expulsarla así porque sí. Ni que ella estuviese ocultando un basilisco en la academia.

—¿A qué se refiere? —preguntó la chica preocupada.

La magia era lo único que le quedaba. Si la expulsaban tendría que volver a aquel mugroso orfanato muggle donde ni si quiera tenía amigos. Por lo menos en Beauxbatons tenía a Dianne que de una manera u otra siempre le alegraba el día.

—Necesito que abandone la academia ésta misma noche —habló Madame ignorando la pregunta de Agatha.

—¡¿Qué?! ¿Adónde voy a ir? —interrogó gritando.

—Eso lo sabrá usted. Necesito que abandone la academia esta misma noche —añadió.

Agatha suspiró y mordió su labio, pensando en lo que haría. Miró una foto en el escritorio de Madame Maxime donde aparecía una familia y una idea se cruzó por su mente. No perdía nada con intentar.

—Me iré con una condición —dijo.

—Habla.

—Necesito poder hacer magia, al menos por un mes —pidió y Madame la miró con desconfianza—. Es la única manera en la que lograré sobrevivir —añadió.

—Bien. Hablaré con las autoridades para ver qué podemos hacer —accedió.

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Hermione sentía que algo no estaba bien. Tenía un presentimiento, pero no sabía si era bueno o malo. Suspiró y pasó una mano por su frente. Se encontraba nerviosa, como si algo inesperado estuviese a punto de suceder.

—Hermione, ¿estás bien? —preguntó Harry mirándola con preocupación.

—Sí, Harry —dijo tratando de sonreír, pero solo le salió una mueca.

Harry iba a hablar cuando su hija menor habló emocionada. Lily estaba desesperada por entrar a Hogwarts, y no faltaba tanto, pero todavía se emocionaba cuando veía aquella locomotora escarlata.

—Ahí viene el tren —dijo Lily, casi dando saltitos de alegría.

Esperaron a que sus hijos bajaran y fruncieron el ceño. James y Albus discutían con Roxanne y Rose fulminaba a James con la mirada. Era una situación rara puesto que ellos se llevaban como hermanos y casi nunca discutían, a menos que les hubiesen hecho una broma.

—¿Qué ocurre, cielo? —le preguntó Hermione a su hija.

La pelirroja de ojos azules se giró hecha una furia. Estaba igual de roja que su cabello y mantenía los puños apretados, tanto que podía sentir como sus uñas se incrustaban en su piel, pero no le importaba. Estaba enojada, no, estaba furiosa. Lo único que pensaba era en arrojar a sus primos de la Torre de Astronomía.

—¿Por qué no se lo preguntas a los animales de James y Albus? —farfulló Rose cruzando los brazos.

Ginny les dedicó a sus hijos esa mirada de "tendremos una larga charla cuando lleguemos a casa". Por el tono de su sobrina sabía que algo serio tenían que haber hecho Albus y James.

—¿Qué le hicieron a su prima? —preguntó Ginny en un tono amenazante.

—Nosotros solo la estábamos protegiendo —dijo Albus en un tono más civilizado.

Se le notaba mucho más tranquilo que su hermano que parecía que pronto iba a escupir fuego.

—¿Protegiéndome? Yo puedo protegerme sola. Además, ¿de qué me estaban protegiendo? —gritó la pelirroja fuera de sí.

—¡De Malfoy! —exclamó James.

Hermione abrió los ojos como platos al escuchar ese apellido, pero rápidamente recobró la compostura. Ella no había vuelto a saber de él desde aquel fatídico día. De hecho, el único que mencionaba a Draco era Ron metiéndoles ideas en la cabeza a sus hijos.

—Estábamos hablando —pronunció Rose pausadamente.

Ese fue el preciso momento en el que Ron intervino en la discusión. No aprobaría nunca que su hija hablara con un Malfoy. Primero muerto antes que eso sucediera.

—¿Qué estabas haciendo con mini-Malfoy? —Preguntó Ron a su hija.

—Su nombre es Scorpius y solo estábamos hablando como dos personas civilizadas —explicó—. Y es el mejor amigo de Albus, no sé cuál es la escena que están montando.

—Ahora lo llama por su nombre de pila —masculló James y soltó un bufido.

En eso Ron vio a la familia Malfoy y caminó hacia ellos dando grandes zancadas. Hermione trató de detener a su marido, pero le fue imposible. El pelirrojo estaba más que decidido en dejarle claro a esa familia de rubios oxigenados que no se acercaran a su hija.

—Papá, no vayas —pidió Rose, pero fue muy tarde porque su padre ya se encontraba a dos pasos de los Malfoy.

Draco alzó la mirada y arqueó una ceja al ver a Ronald Weasley en esa actitud. Se le notaba a leguas que estaba enojado.

—¡Malfoy! —lo llamó Ron.

El rubio rodó los ojos. ¿Qué quería la comadreja ahora? ¿No podía tener una vida tranquila sin que lo vinieran a molestar?

—¿Qué quieres Weasley? —preguntó Draco al pelirrojo.

No tenía ánimos de discutir, aunque tenía que admitir que ver a Ron de esa manera le resultaba divertido. Era como un crío todavía. Nunca iba a superar el tiempo de Hogwarts.

—¿Que qué quiero? Quiero que hijo aleje sus manos de mi hija —dijo recalcando la palabra «mi».

Draco esbozó una sonrisa ladina y metió sus manos en los bolsillos de su carísimo pantalón de vestir. No era que le gustara presumir de su fortuna, pero si tenía el dinero podía darse el lujo de vestir con ropa cara.

—Estoy seguro de que si mi hijo se acercó a tu hija es solo por ser cortés —habló mirando de reojo a Scorpius que se mantenía en silencio, pero con la frente en alto como todo un Malfoy.

Ron soltó una carcajada socarrona que hasta daba miedo. Parecía un loco sacado de un manicomio.

—Por favor, no me hagas reír, hurón oxigenado —espetó.

Draco arqueó una ceja y lo miró como si fuese poca cosa. Hizo su típica mueca de asco cuando lo examinó. Por más complejo de héroe que tuviese seguiría siendo una comadreja.

—Cállate, comadreja —dijo.

Ron iba a hablar, pero su esposa intervino. Hermione no cambiaba su carácter por nada del mundo y todavía salía su leona interior de vez en cuando.

—¡Ya basta! —Hermione miró a Astoria que se había quedado callada todo el tiempo, y luego a Draco, para finalmente mirar su esposo—. Parecen niños. Están discutiendo sobre una cosa sin sentido.

—Yo no diría que es algo sin sentido —intervino Ronald.

Hermione le dedicó esa mirada de «Si no te callas de quedas a pan y agua durante el resto del mes» y Ron se calló.

—Nos vamos, Ronald Weasley —avisó. Draco sonrió burlonamente al ver que Hermione controlaba a Ron—. Y tú borra esa sonrisa de tu cara.

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Agatha miró el edificio del hospital en el que había nacido y dejó salir el aire retenido. Metió las manos en el bolsillo de su abrigo y pudo tocar su varita con la punta de los dedos. Iba a tener que utilizar magia, pero no le importaba. Lo único que era importante para ella era no ser atrapada.

Entró por las puertas que se abrían automáticamente y trató de parecer normal, pero era obvio que llamaba la atención dado a que todos veían a una chica de catorce años que entraba a un hospital; sola. Tragó saliva y entró al baño disimuladamente. Abrió uno de los cubículos y haló la cuerda de emergencia, de esa manera podría deshacerse de la enfermera de la recepción. Salió rápidamente, cerró la puerta con magia y se escondió detrás del escritorio.

Se acercó al área donde estaba el ordenador y tecleó rápidamente en los archivos del hospital. No había sido una tarea tan difícil puesto que ya estaba abierto el sistema. Lo que era difícil era buscar quien había sido su madre. Buscó en los archivos de septiembre de 2004 y las causas por las que estuvieron allí. Se detuvo en el día que nació y sus ojos grises recorrieron la larga lista de pacientes. Sin embargo, solo hubo dos personas que dieron a luz ese día. Una tal Regina Parker que dio a luz a un varón y Hermione Granger que dio a luz a una niña.

Frunció el ceño. Había escuchado grandes historias de Hermione Granger, puesto que era famosa en todo el mundo mágico. De hecho, podía decir que era su ídolo. La manera en la que había sido tan valiente para hacer todas esas cosas le resultaba fascinante. Ella era su madre. Aquella persona a la que había admirado tanto era su madre.

Se sintió desconcertada, pero algo en su interior se removió y no fue por hambre. No podía describir aquel sentimiento con palabras. Simplemente, no podía. Cerró todas las pestañas del ordenador y caminó en cuclillas hasta salir del área del escritorio. Pudo observar como las enfermeras seguían intentando abrir la puerta y sonrió. Sacó su varita de manera disimulada y conjuró un alohomora. Había sido muy astuta la decisión de pedir utilizar magia por un mes.

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El sonido de la alarma de su reloj la despertó. Era temprano, demasiado para su parecer, pero tenía un largo día por delante. Esa noche había dormido en el Caldero Chorreante en lo que podía organizar sus pensamientos. Iba a reencontrarse con su madre y no sabía cómo actuar al respecto.

¿Cómo iba a recibir a aquella mujer que la había abandonado a su suerte? ¿Podría perdonarla? Su corazón nunca había guardado rencor hacia su madre porque pensó que razones debía de tener para dejarla en adopción, pero tampoco estaba contenta con la idea de que sus amistades hubiesen crecido con una familia y ella no. Sí, la habían adoptado en algún momento de su vida, pero su infancia la pasó sola en aquel mugroso orfanato.

Sacudió su cabeza, despejando los pensamientos y recogió sus cosas con un simple hechizo, eso de la magia se le daba muy bien. Debía de haberlo heredado. Pagó por la habitación y salió del Caldero Chorreante dispuesta a buscar a su madre biológica. Caminó por las calles de Londres hasta llegar a una cabina telefónica en desuso, la cual era la entrada para visitantes del Ministerio de Magia. Bajó hasta el segundo piso que era el Departamento de Seguridad Mágica, era sorprendente lo mucho que sabía de su madre.

Las personas la miraban como si ella no perteneciese allí y no lo hacía, pero se sentía juzgada bajo tantas miradas. Llegó hasta una gran puerta de madera que tenía grabado el nombre de «Hermione Granger» en una placa de oro. A pesar de estar casada con Ron ella había decidido permanecer con su apellido. También se le hacía incómodo que la llamaran Hermione Weasley.

Tocó la puerta con sus nudillos y pasó cuando escuchó un «adelante» desde adentro. Escuchar su voz hizo que se formara un nudo en su estómago. Sus ojos grises se posaron en la mujer que estaba sentada en el escritorio firmando unos papeles. A pesar de los años seguía siendo muy guapa.

—¿En qué le puedo ayudar? —preguntó Hermione terminando de firmar el documento.

Levantó la vista y sonrió cálidamente cuando vio a la chica parada frente a su escritorio con expresión de que se iba a morir en cualquier momento.

—¿Eres Hermione Granger? —preguntó Agatha sin saber qué decir.

«¿En serio no podía decir algo más inteligente? Ahora pensará que soy retrasada», pensó Agatha. Mentalmente se dio un golpe en la frente y ladeó la cabeza.

La castaña sonrió divertida porque le causaba una especie de ternura la chica. Tenía la tez blanca, tan blanca que parecía no haber tomado sol en su vida, el cabello rubio y lacio que caía por su espalda hasta la cintura y unos profundos ojos grises que se le hacían muy conocidos, pero no recordaba de dónde.

—Creo que en la puerta dice: Hermione Granger —respondió en un tono divertido.

—Eh, sí...Creo que sí —susurró Agatha.

—¿En qué te puedo ayudar, linda? —preguntó en un tono dulce y maternal.

Había adquirido un don para tratar con los niños, dado a que tenía dos hijos, pero era extraño que quisiera saber más de esa chica de ojos grises.

—Y-yo... E-estoy buscando a mi madre... —tartamudeó.

«¿Por qué mierdas estoy tan nerviosa? Ni que estuviese frente al mismísimo Voldemort», pensó.

—¿La perdiste? —Frunció el ceño.

No era como si una chica de la edad de Agatha pudiese perder a su madre. De hecho, la madre la podía perder a ella. Estaba hablando de una adolescente no de una niña de cinco años.

—No exactamente —hizo una mueca. Se acercó al escritorio y se sentó en la silla—. Ella me dio en adopción al nacer.

La castaña al escuchar eso se tensó, pues ella le había hecho eso mismo a su hija. Ladeó la cabeza y forzó una sonrisa.

—Eh... ¿Me puedes decir tu nombre? Así sería más fácil buscar a tu madre —dijo tratando de controlar el temblor de sus manos.

Sabía lo que ocurriría. Ya sabía de dónde reconocía esos ojos grises, esos que la habían atormentado durante largos años. Podía sentir sus ojos escocer y suspiró para controlar las lágrimas que estaban a punto de salir de sus ojos.

—Agatha. Me llamo Agatha —dijo mirándola a los ojos. Eso fue suficiente para que Hermione dejara salir dos lágrimas—. Hola, madre —susurró.

Su madre dejo salir un sollozo de sus labios y Agatha se paró de la silla. Rodeó el escritorio y la abrazó con fuerzas. Sus pensamientos estaban aclarados y sabía que no iba a guardar rencor hacia su madre. No, no lo haría.

—Lo siento tanto —habló Hermione—. Fui una maldita egoísta que solo pensó en sí misma —dijo entre sollozos.

Agatha cerró sus ojos y suspiró. Estaba en una posición difícil, pero eso era lo que debía hacer.

—Está bien —dijo—. Te perdono.

Hermione se alejó un poco y secó sus lágrimas con el dorso de su mano. Se removió en la silla y acomodó su blusa. Miró a su hija atentamente y no pudo evitar pensar que era la misma copia de Draco.

—Te pareces tanto a tu padre —murmuró.

Esas palabras le causaron gran curiosidad porque no sabía quién era él, su progenitor. Era algo que quería saber, pero solo Hermione podría decirle.

—¿Quién es él? Mi padre —preguntó.

Hermione abrió los ojos como platos y ladeó la cabeza.

—¿Cómo me encontraste? —interrogó su madre cambiando de tema.

—Es una historia larga, espera a la película. Estás cambiando el tema —dijo Agatha cruzando los brazos—. Dime con quién le pusiste los cuernos a tu esposo.

—¡Agatha! —exclamó.

No podía creer el atrevimiento de su propia hija, aunque no se esperaba menos de ella. Después de todo, seguía siendo la hija de Draco Malfoy.

—Lo siento, lo siento —rio.

—Ahora, dime como me encontraste —insistió Hermione.

—Está bien, te diré. Estuve hasta que cumplí diez años en un orfanato muggle. Me adoptaron un matrimonio que no tenía hijos. Unos meses después me llegó una carta para asistir a Beauxbatons. Mis padres murieron hace tres meses, alguien les lazó la maldición asesina.

Hermione se quedó en silencio sin saber qué decir, estando visiblemente avergonzada y culpable del sufrimiento que le había causado a su hija. Su hija. Por Merlín, ¿qué clase de persona era?

—Lo lamento tanto.

Agatha se limitó a encoger los hombros.

—Está bien. Bueno, continuando con lo que estaba diciendo, ayer me expulsaron de Beauxbatons y... —Hermione la interrumpió.

—¿Te expulsaron de Beauxbatons? —preguntó casi gritando.

Eso era algo que la superaba en todos los sentidos.

—Bueno, no exactamente... Solo me dijeron que recogiera mis maletas y que no podían permitir mi conducta en esa academia —dijo en un intento de defenderse.

Hermione pasó una mano por su cara e hizo una mueca.

—Esto me supera. Peor que Rose hablando con mini-Malfoy, peor que Hugo tragándose un knut cuando tenía dos años, peor que serle infiel a Ron...—comenzó a hablar sola.

—Aguanta tu hipogrifo. ¿Desde cuándo ser expulsada es peor que ponerle los cuernos a tu marido? Pobre Ronnie. Tiene más cuernos que un ciervo —comentó con burla.

—¿Por qué Ronnie? —preguntó Hermione confundida.

De todos los apodos que podía ponerle a Ronald le puso Ronnie. El pelirrojo pondría el grito en el cielo cuando escuchara ese sobrenombre.

—Porque Ron suena como la bebida y Ronald suena de viejo. Ronnie suena mejor —explicó moviendo las manos, restándole importancia.

—Estás demente.

—Ahora, ¿quiénes son Rose y Hugo? —preguntó con curiosidad.

«No quiero responder eso», pensó Hermione. ¿Con qué cara iba a decirle que después de darla en adopción tuvo dos hijos? Sonaba cruel de tan solo pensarlo.

—Son tus hermanos —susurró con cierto temor.

Agatha asintió y sonrió un poco.

—Qué bien. Tengo dos hermanos —dijo. «De hecho, tienes tres», pensó Hermione—¿Sabes? Tengo hambre —comentó Agatha tirándole la indirecta.

Hermione rio.

—¿Quieres ir a almorzar conmigo? —la invitó.

—¿Por qué no? —Le respondió la rubia con una sonrisa de oreja a oreja—. Después de todo no tengo nada más que hacer.

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