
Capítulo 5
Luke hablaba sin descanso sobre lo bueno que era el campamento y de cómo disfrutaría de formar parte de aquello. Sus ojos brillaban con ilusión junto a ese toque divertido que parecía pertenecer a su ascendencia divina.
—Ya verás, en serio. Seguro que tu padre o madre divino te reconocerá pronto y conocerás a tus hermanos.
En ese momento parecía divertido y agradable. Casi sentía mis dudas desaparecer gracias a las palabras del muchacho de ojos azules. Éramos niños, las esperanzas e ilusiones todavía estaban ahí, tan presentes como una profecía.
Al llegar al lago, Annabeth esperaba. Su ceño se frunció cuando vio que Luke no llegaba solo. O eso es lo que me hizo sentir su tormentosa mirada.
—¿Ya has terminado de colocar tus cosas? — dijo con reticencia.
—Sí, ¿por?
—No, nada...— Luke pasó su brazo por encima de los hombros de Annabeth con una sonrisa mucho más tensa a la de hacía unos segundos.
—Annabeth, no intentes asustarla desde ya. Acaba de llegar al campamento y hay que ayudarla. Sois casi de la misma edad...— Intentaba convencerla sin mucho éxito, aunque parecía más tranquila en esa posición y teniendo la atención de Luke.
No creía que fuese una coincidencia. Ni lo que había visto cuando nos encontramos a la cabaña de Hermes entrenando tiro con arco, ni ahora.
—¿Qué edad tenéis? — Eso fue lo que acabé por preguntar en lugar de dejar que aquello siguiese. No quería sentirme desplazada, tampoco que la tensión que había generado Annabeth echando en cara a Luke mi presencia siguiese adelante.
—Yo tengo 13 años, pero Annabeth tiene 8. Hay pocos campistas de esa edad.
—No hay ninguno. —Annabeth cortó a Luke sin dudarlo a la vez que se sentaba mirando el lago.
Había gente en canosas y unas figuras con forma de mujer estaban en el agua. Nos miraban desde su lugar con sonrisas divertidas. La mayoría de sus miradas iban a parar a Luke. Pensé que debían ser náyades, pero no me atreví a preguntar.
—Sí, Annabeth tiene razón. Es la más joven —dijo sin hacer caso a las criaturas en el agua. Tal vez estaba acostumbrado a aquello.
—También somos de los pocos que estamos todo el año en el campamento —añadió la rubia con orgullo.
—¿Lleváis mucho en el campamento?
—Un año, mira. —Luke me enseñó un collar de cuero en el que había una cuenta pintada a mano. En ella, había un fondo azul y un gran árbol.
—Pero nos conocemos desde hace mucho más. Luke y yo llegamos juntos al campamento.
Esta vez ninguno de los dos pareció contento. Sus rostros se oscurecieron, sus miradas se perdieron en el lago. Yo no me atreví a preguntar nada más. Por suerte, un cuerno resonó en el valle y tampoco hizo falta que pensase como aligerar aquella situación. Fue Luke quien dejó a un lado esa expresión para levantarse y sacudirse los pantalones con una sonrisa de lado en la tez.
—Vamos, eso significa que iremos a cenar.
En lugar de ir hacia el pabellón de la cena, habíamos ido hacia las cabañas. Nos reunimos con la gente de la cabaña de Hermes antes de ponernos en fila para ir hacia allí. Yo iba la última, no conocía a la chica que iba delante de mí, así que no hablé en el trayecto hasta el pabellón.
Me sorprendió ver que no tenía techo, cuando me senté en el extremo del banco con casi una pierna fuera y Luke al otro lado, seguía mirando de manera reiterada el cielo.
—No lloverá, no te preocupes. El valle está protegido, las tormentas nos rodean —dijo el muchacho rubio.
Una vez tuvimos la comida vi que toda la mesa se volvía a levantar. Eso hizo que Luke volviese a hablar:
—Vamos a dar una ofrenda a los dioses, siempre lo hacemos antes de cada comida.
Mis padres no habían hecho eso nunca, al menos no frente a mí, pero supuse que no tenía sentido negarse. No me vendría mal pedir un deseo a mi progenitor o progenitora para que me reconociese cuanto antes. Incluso si eso significaba salir del todo de esa burbuja que había sido mi familia.
Tiré un filete y unas pocas patatas de la guarnición a la vez que pedía a quien fuera que me reconociese. Solo quería poder encontrar un sitio allí. Se suponía que debía de ser así, no tendría a nadie realmente fuera, pero allí podría tener amigos. Niños y adolescentes que entrenaban con espadas y se peleaban con monstruos. Personas como yo.
Luke me dio un golpe en el brazo.
—¡Mira, Evangeline! ¡Te han reconocido!
Se me olvidó el plato en ese momento, al mirar hacia arriba se me cayó. Encima de mi cabeza brillaba una especie de arpa dorada y brillante, tan amarilla como el sol cegador. No noté las botas manchadas, ni la risa divertida de Luke. Solo podía ver aquello. ¿Había encontrado por fin un lugar al que pertenecer fuera de mi casa?
Volví a la realidad cuando el ruido de los cascos de Quirón llego a mi lado.
—Salve Evangeline Losette, hija de Apolo.
El camino a mi mesa lo hice con las botas manchadas. Todo el campamento me miraba. Sentí mucha vergüenza, pero supuse que era mejor ser conocida como una persona patosa. En caso de que alguien intentase hacer cualquier cosa, podrían infravalorarme y eso jugaría a mi favor. Después de la diferencia en el recibimiento de Luke y de Annabeth ya me imaginaba cualquier cosa.
Al llegar a la mesa descubrí que volvería a ser la oveja negra del lugar. Todos los hijos del dios eran rubios, su tono de piel era tostado como si estuvieran en la playa de forma habitual. Yo seguía siendo pelirroja y mi piel era de un blanco que nunca se volvía moreno por mucho tiempo que pasase al sol.
A ellos no pareció importarle, me saludaron con sonrisas agradables y me consiguieron un plato nuevo. El más majo fue Lee, un chico unos años mayor que yo que se encargó de explicarme todo lo que necesitaba saber de la cabaña y que me ayudó a mover mis cosas a mi nueva cabaña mientras el resto iba a la hoguera.
—De verdad, será un buen cambio. En Apolo nos encargamos de la enfermería del campamento y de llevar el coro de la fogata, la mayoría se olvida de lo importantes que somos. No te preocupes porque irás descubriendo todo poco a poco.
Su mirada azul era agradable mientras cruzábamos la zona de las cabañas. La cabaña de Apolo ya no brillaba, la única de las cabañas que resplandecía a la luz de la luna era la de Artemisa, que lo hacía con un leve fulgor plateado.
La cabaña del que era mi padre, es decir, parecía que mi madre sí había sido mi madre al final; era mucho más espaciosa que la de Hermes. Sobre todo porque no había sacos de dormir en cada hueco mínimamente habitable. Todo estaba pulcramente recogido, había literas y a los pies de estas un baúl. La decoración era simple, aunque mayor a la de Hermes. Había algunas macetas con unas flores amarillas en las ventanas que nunca había visto. También había una maceta llena de jacintos.
—Bienvenida a Apolo, Evangeline—. La voz de Lee me sacó de mis pensamientos mientras me ofrecía unas botas nuevas que me quedaban un poco grandes para que me cambiase. Lo hice antes de que fuéramos juntos a la hoguera.
¡Hola!
Siento muchísimo la tardanza, he tenido unas semanas complicadas y de ahí el capítulo corto. Pero seguimos adelante, cada vez más cerca de ver cómo Evangeline va creciendo.
Supongo que todos os esperabais que fuera hija de Apolo por el nombre de la historia, no obstante, ¿os gusta que sea así? ¿Cuál dirías que era su padre o madre divino si no lo hubierais sabido?
¡Hasta la próxima!
Anna
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