
Capítulo 4
Nos alejamos de la zona de la gran casa con cierta rapidez. Aunque Annabeth se paró junto a la pista de voleibol, lo que hizo que su amigo sátiro se parase también a su lado. Pareció seguir buscando algo en mi persona, su vista parecía aguda y curiosa. Sobre todo eso último, diría que el gris estaba empañado por miles de preguntas.
—¿Sabes quién es tu progenitor divino? —dijo alzando una ceja.
—No, no lo sé.
—¿Padre o madre? —añadió dejándome claro que carecía de vergüenza para preguntar todo lo que creía necesario.
—¿Cómo?
—¿Vives con tu madre o con tu padre? —repitió con un tono de voz que denotaba que tal vez le había molestado ligeramente que no siguiese su ritmo.
—Con ambos y no me han respondido de quien soy hija —dije yo un poco molesta porque intentase meterse en mi vida de esa forma. Si yo no había querido presionar a mis padres con ese tema...¿por qué me obligaba una desconocida a planteármelo de forma tan directa?
—Bueno, será mejor que sigamos con la visita, Evangeline. ¡El campamento te encantará! — Grover se metió de por medio sin dejar que Annabeth respondiera a mis palabras. Supuse que era mejor así mientras el sátiro nos llevaba por el sendero que se convertiría en una parte de mi nuevo hogar.
Podría decirse que Grover me había salvado de una situación muy incómoda en la que intentar no sentir nada ante una persona que quería resolver todas sus posibles dudas hacia mi persona. Annabeth no parecía contenta con la acción del sátiro, pero no dijo nada mientras él seguía hablando.
—Ahora mismo vamos a ver el campo de tiro con arco y la arena de combate— dijo Grover mientras llegábamos al final del campo de fresas.
Más allá, a la derecha, estaba el campo de tiro que decía. En él había un grupo numeroso de adolescentes. Sus rasgos no se parecían, aunque un gran número de ellos tenía una sonrisa divertida que no inspiraba ninguna confianza. Entre ellos estaba Luke.
Me fijé en Grover y en Annabeth, que también analizaban a los campistas que entrenaban ante distintas dianas entre risas y empujones. Bueno, Annabeth los miraba a la vez que sonreía de forma tonta e infantil, es decir, la que era lo más normal para su edad que la expresión con la que me había mirado antes.
—En el campamento las actividades se hacen por cabañas— explicó Annabeth una vez volvimos a andar, esta vez bajando una pequeña cuesta hasta un anfiteatro construido en columnas que me recordaba a eso que mi madre siempre nombraba de Roma... ¡El Coliseo!
También había gente luchando con espadas y lanzas en un espacio diáfano con el suelo de arena, aunque era un grupo más reducido y todos los que allí se encontraban tenían el pelo rubio. Eso me hizo pensar en la afirmación que había hecho Annabeth mientras entrábamos en el lugar.
—¿Cómo se elige a qué cabaña perteneces?
—No se elige, las cabañas son en función del padre o madre divino. Antes vimos a Hermes, estos son los campistas de Apolo.
—¿Y si no sabes quienes son tus padres? —pregunté con curiosidad. Annabeth me volvió a mirar, aunque en su mirada pude notar algo más cálido que en todas las veces anteriores.
—La cabaña para los indeterminados es la de Hermes, que es el dios de los viajeros.
Asentí no muy convencida. ¿Y si no descubría quiénes eran mis padres? Ni siquiera me lo había planteado. ¿Acaso había gente que nunca descubría quién era su progenitor o progenitora divina?
Salimos del recinto para seguir nuestro camino. Me señalaron donde estaba el establo de los pegasos para después pasar por la forja, la armería y el anfiteatro. También me explicaron dónde estaba el pabellón de artes y diseños, el muro de escalada y el pabellón en el que se comía.
Aunque lo que más me sorprendió de toda la visita fue llegar a la gran explanada en la que 12 cabañas con diseños completamente distintos se extendía en la forma de una omega.
—Estas son las cabañas, como te dije antes, dependiendo de tu padre o madre divino estarás en una u otra. Las dos primeras son la de Hera y la de Zeus. Las de la izquierda son las del resto de diosas olímpicas, las de la derecha las de los dioses. La de Hera y Artemisa están vacías, son honoríficas. Igual que pasa con la de Zeus y Poseidón.
La visión era ciertamente impresionante, no me planteé lo que implicaba que hubiese cabañas vacías en ese momento. Estaba ocupada observando el lugar. Todas las cabañas eran bastante grandes, pero cada una de ellas tenía una decoración distinta que hacía que esa impresión desapareciese. Annabeth empezó a andar mientras Grover me explicaba a qué dios pertenecía cada una de las cabañas.
Personalmente, me llamaron la atención 5 cabañas. La primera de ellas era de Hera. No era la grandiosidad, tampoco la limpieza del mármol. No. Era lo bonito que quedaban las guirnaldas de granadas y flores. Eso y, probablemente, los pavos que estaban tallados en la puerta y que me recordaban al regalo que me habían hecho mis padres.
La siguiente fue la de Ares. Esta vez no por su belleza. Era grotesca. Las paredes eran de un rojo brillante que no estaba bien pintado. Había cachos más brillantes que otros, algunos no tenían siquiera pintura. Además, el techo estaba rodeado de alambre de espino y una cabeza de jabalí colgaba de la puerta de madera que parecía lo más normal de toda la cabaña. Por un momento, me imaginé a mi padre en ese lugar. No le pegaba nada.
Eso hizo que me fijase en la cabaña de Afrodita, aunque estaba más adelante. La pintura de esta cabaña era rosa y estable. Los marcos de las ventanas blancos. Parecía una perfecta casa de muñecas a tamaño real. Sí me podía imaginar a mi madre en ella.
Pero no me llamó tanto la atención como lo hicieron las cabañas de Apolo y Artemisa. Una frente a la otra siendo las cabañas 7 y 8 respectivamente. La de él era de un color dorado que brillaba con la luz del sol. Casi parecía de oro. La de su hermana, por otro lado, era bastante normal de color plateado. Había algunos animales tallados por fuera de esta, ciertamente era bonita de una manera especial.
Sin embargo, la cabaña a la que me llevaron Grover y Annabeth fue una mucho más desbaratada. La cabaña número 11. Me recordaba a la cabaña del lago cercano a mi pueblo a la que me habían llevado mis padres hacía 2 veranos. Estaba pintada de marrón, aunque había muchas zonas desconchadas en las que se podía ver la madera. No había mucha decoración más allá del símbolo de Hermes en su puerta: un caduceo.
—Esta será tu cabaña por el momento.
Dijo Annabeth, pensaba que no habría nadie dentro, pero al llamar a la puerta un chico mayor abrió. Debía de tener unos 17-18 años. Su sonrisa era igual de traviesa que la de los chicos y chicas que habíamos encontrado en el campo de tiro. Sus ojos eran verdes y su tez estaba levemente morena.
—Buenas, ¿qué tal?
Ofreció su mano hacia a mí, cuando la cogí para saludarle sentí un calambrazo recorrer mi cuerpo. Abrí los ojos y me aparte con un sobresalto. Él solo soltó una risa antes de volver a hablar. Annabeth y Grover no reaccionaron. ¿Acaso esto era normal?
—Perdón, perdón— dijo el desconocido entre risas—. Soy Ryan, el jefe de la cabaña. Luke me avisó de que tendríamos una nueva incorporación. ¿Te llamas?
Alcé una ceja. ¿Esta persona irreverente y maleducada era el encargado de una cabaña? Entendía que era un campamento, pero parecía una persona con poco sentido de la responsabilidad. Terminé por hablar sabiendo que era mejor no llevarme mal con la persona que debía mandar en el lugar en el que debía dormir hasta nuevo aviso.
—Evangeline Losette.
—Encantado. — Abrió la puerta del todo para dejarme pasar—. No te tomes a mal lo de la broma, es habitual para los hijos de Hemes.
Me giré hacia los que habían sido mis compañeros un poco insegura, aunque sonreí al despedirme de ellos sin muchas dificultades. No podía hacer otra cosa.
—¿Tienes pertenencias? No hay mucho sitio, pero te haremos un hueco. Ten cuidado de tus cosas, nuestro padre también es el dios de los ladrones.
La cabaña estaba muy llena. No había más espacio para literas y en cada rincón disponible lo suficientemente grande había un saco de dormir y una estarilla junto a un baúl. Pronto descubrí que mi lugar de descanso también era así.
Mientras Ryan se despedía para dejar que me acomodase, me encontré a mí misma deseando encontrar una pista para averiguar quién era mi padre divino a la vez que guardaba mis cosas en el baúl. No entendía muy bien cómo sería, había descartado Ares y Afrodita desde el principio al pensar lo raro que sería que papá y mamá estuvieran juntos de ser así.
Entonces pensé en Apolo, siempre se me había dado bien el arco, aunque no tenía sentido. Todos sus hijos tenían el pelo rubio y, en caso de no tener el pelo rubio, al acercarnos había visto que todos tenían los ojos azules. Descartado.
También descarté a los Tres Grandes y a Hera y a Artemisa. Grover había dicho que no tenían hijos semidioses. ¿Deméter? Siempre me había gustado la naturaleza, tal vez...
—¿Evangeline? — La voz de Luke me distrajo. Me giré para encontrarme con él.
—Hola, ¿qué pasa?
—Annabeth y yo vamos a ir un rato al lago, ¿te apetece venir? — De normal, sería raro aceptar esa propuesta. No obstante, quedaba un rato para la cena y no me apetecía negar a conocer gente en el campamento. Era la mejor opción para poder tener un buen verano.
—¡Sí, claro, ahora mismo voy!
¡Hola!
Sé que es un poco más corto que los anteriores, pero creo que por fin empezamos a conocer a nuestra protagonista y a los personajes de esta historia.
¿Creéis que aparecerá alguien más a corto plazo? ¿Os gustaría ver alguna actividad concreta?
Habrá un salto temporal para acercarnos a la historia de PJO pero para eso todavía queda un poco (prometo que no mucho, tengan paciencia, por favor ❤️)
¡Hasta la próxima semana!
Anna
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